martes, 30 de agosto de 2011

COMA (Cuento)

Zacarías vio el vidrio de su auto haciéndose trizas casi al mismo tiempo de sentir el impacto que lo aturdió la extremo de privarlo del conocimiento. Luego de un tiempo imposible de precisar, la sensación de un vaivén lo despertó. Logró ver las cabezas de los enfermeros que empujaban la camilla sobre la que estaba recostado hacia lo que parecía un pasillo interminable. Trató de voltear pero un collarín de espuma se lo impidió. Quiso hablar y no pudo articular palabra. Respiró, trató de recordar. Estaba saliendo del estacionamiento del motel cuando algo que no pudo ver lo embistió. ¿Norma! Pensó. ¿Dónde estaba Norma? Le pareció sentir un desagradable vacío en el estómago. Norma había estado sentada a su lado en el auto. ¿De qué lado vino el choque? Trató de recordar las imágenes y no pudo. ¿Quién sabía dónde estaba Norma? Intentó hablar, preguntar y fue inútil. Escuchaba ruidos sordos alrededor. Abrió los ojos y esta vez solo pudo ver los fluorescentes del techo a medida que la ruidosa camilla avanzaba. Llegaron a una puerta luminosa. Se detuvo. Escuchó voces desconocidas, ininteligibles. Solo podía ver el techo blanco. Intentó mover sus dedos y se dio cuenta que no podía precisar dónde estaban sus manos. Se aterró. ¿Sería que no podía sentirlas? ¿Y si había perdido las extremidades? Ni siquiera podía erguirse para ver ni hablar para preguntar. Se preguntó si acaso era una pesadilla, una de esas en las que no se puede gritar a pesar de hacer todos los intentos. Trató de gritar, de moverse, de gemir. Fue imposible. Abrió los ojos todo lo que pudo. Podía abrir y cerrar los párpados. Por lo menos con eso se comunicaría, lo había visto en las películas. Parpadeó con la esperanza de que alguien lo pudiese ver. Nada. De pronto se asomó una cabeza. Era Susana, su esposa, llorando. ¿Ya sabría que Norma estaba con él al momento del accidente? Sintió vergüenza. ¿Cómo lo explicaría? ¡Saliendo del motel! No podía haber tenido más mala suerte. Vio como estiró su mano para tocar alguna parte de su cuerpo, tal vez su mano, o su pecho; no pudo percibirlo. Se echó a llorar con más fuerza y el médico la apartó. La camilla empezó a moverse otra vez. Una luz intensa encegueció sus ojos. Pudo sentir la presión de una mascarilla sobre su nariz y quijada, por lo menos tenía sensibilidad en el rostro. Empezó a adormecerse. ¿Sabían que estaba vivo? Parpadeó varias veces. ¿Y si pensaban que estaba muerto? ¿Lo iban a operar? ¡Maldición! “Debí cambiar la opción a no donador de órganos cuando pude” pensó. ¿Y si lo habían declarado muerto? O tal vez ya estaba muerto y esto que sentía eran sus últimos contactos con el mundo terrenal. En algún momento se abriría un haz de luz proveniente del cielo… maldijo de nuevo, acababa de ser infiel a su mujer. Eso era pecado, se iría al infierno. Nunca había sido creyente pero empezó a rezar, pidió perdón a Dios por todos sus errores mientras se iba adormeciendo lentamente y los médicos preparaban el material quirúrgico al mismo tiempo que planeaban el juego de golf para el fin de semana.

2 comentarios:

  1. Lo leí mientras venía a la oficina el inicio solo me recordó a mi novela jeje. Me gustó mucho, los pensamientos diversos en medio de la agonía pero bien estructurados. Gracias Miguel por darnos tanto, besos.

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  2. De nada linda, es un placer!!! Un besote!!!

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