lunes, 31 de octubre de 2011

EL BLOG (Cuento)

En medio del lujoso departamento con vista al mar, sobre una mesa de vidrio con patas de reluciente aluminio, estaba el computador personal. Mientras tanto Sandra se servía un té en la cocina antes de revisar sus correos como todas las noches. Minutos después, mientras contestaba un mensaje banal, se abrió una ventana del navegador donde aparecía un recuadro con la siguiente pregunta. “¿Quieres tener un blog?”

Si bien seguía de cerca el blog de un periodista reconocido, el de un cocinero famoso, el de una joven escritora limeña y el de un fanático de las conspiraciones mundiales para lograr el nuevo orden mundial, no se le había cruzado por la mente tener uno propio; además tampoco tenía idea de qué tema plantear, no era un personaje público, tenía un empleo bien remunerado pero normal como diagramadora de una revista de modas, pero más allá de eso no tenía nada que decir. Sin embargo por curiosidad hizo click en la palabra “Sí” y empezó a llenar los formularios.

Al momento de colocar la foto del perfil no se atrevió a poner la suya, tomó la cámara digital y le sacó una foto a un antiguo medallón de la familia que siempre le había gustado y que le había regalado su abuela Rosaura. Luego se preparó para escribir su primera nota.

Miró durante muchos minutos la pantalla en blanco. Luego se puso a escribir acerca de la importancia de tener propósitos en la vida, de la necesidad de decretar los deseos y formuló las cosas que le gustaría tener, hizo una larga lista pero una vez que la tuvo escrita, borró algunas que le parecieron muy frívolas y dejó solo tres: “1. Me gustaría tener mejoras en mi empleo. 2. Quisiera conocer a alguien lindo, guapo e inteligente. 3. Me gustaría ver pronto a mamá.” Luego grabó el blog y esperó que alguien lo comente.

Dos días después Sandra, de vuelta del aeropuerto, caminaba nerviosa por su sala. El día anterior, viernes, su jefe la había llamado para darle la noticia que el directorio de la revista había aprobado su aumento de sueldo y algunos beneficios adicionales, una hora después durante el almuerzo había tenido que compartir la mesa del restaurant con un desconocido, al final terminaron charlando entretenidamente, el sujeto era atractivo y tenía una conversación interesante, al momento de pagar la cuenta él invitó y le pidió su número, ella no se pudo negar.

Lo más extraño fue que durante la mañana su madre la había llamado por teléfono: Su vuelo de Quito a Santiago había tenido que hacer una parada técnica y se iba a quedar en el aeropuerto de Lima durante un par de horas, quería aprovechar para ponerse al día con ella. Sandra había ido y habían conversado largo y amenamente, pero al regreso en el taxi se había dado cuenta recién de las coincidencias con los deseos del blog.

Finalmente concluyó que podrían tratarse de casualidades, pero en todo caso si es que era el resultado de su fe e intenciones, agradeció. Pasó el día tranquila leyendo un poco, por la tarde fue de compras y comió algo ligero, cuando ya oscurecía la llamó Adrián, el hombre que había conocido el día anterior. La invitó a tomar un café. Se encontraron y pasaron un buen momento, Sandra pensó que después de muchos meses tal vez podría darse un tiempo para el romance, Adrián era un buen prospecto.

En la noche y de vuelta al departamento, encendió su portátil, revisó su correo y le dio una mirada al blog. Casi no registraba visitas y tenía cero comentarios. No se incomodó, finalmente podía usarlo como catarsis personal. Escribió unas pocas líneas acerca de la sensación de bienestar que provoca tomar un café en buena compañía y por jugar colocó al final tres nuevos propósitos: “1. Tener un televisor nuevo. 2. No tener que soportar al odioso vecino del segundo piso. 3. Que mañana domingo esté soleado para poder ir a la playa.” De lo último se rió mucho porque era octubre.

Al día siguiente, en un domingo de sol radiante Sandra salió a la terraza con la boca abierta. Sin darle muchas vueltas a las cosas se rió de la casualidad y fue corriendo a ponerse su traje de baño.

Cerca de las cinco de la tarde, cansada por el esplendido día regresó a casa, llena de arena y feliz entró a su departamento. Estaba por desvestirse para tomar un baño cuando sonó el teléfono.
– ¿Aló, Sandrita? – se escuchó al otro lado de la línea.
– ¡Nadia! ¿Cómo estás? – contestó Sandra
– Flaquis, preocupada por ti, no fuiste a la fiesta familiar de la escuela de los hijos de Chanita.
– ¡Me olvidé! – replicó sinceramente avergonzada Sandra.
– ¿Pero estás bien? – preguntó la amiga.
– Sí, claro que sí, el día estaba tan lindo que me fui a la playa.
– Ah, provecho, bueno solo quería saber si estabas bien y avisarte que te ganaste un premio en la rifa.
– ¿El televisor de plasma? – inquirió Sandra aguantando la respiración.
– Ya quisieras – contestó Nadia – ¡te tocó la waflera suertuda! Felicidades, bueno nos vemos en la oficina mañana. ¡Chao chao…!
– Gracias… – dijo Sandra visiblemente confundida antes de colgar.

Sandra se fue a la ducha, mientras el agua tibia caía en su cuerpo desnudo pensaba que si bien no se había cumplido el deseo, entre la waflera y un televisor no había mucha diferencia, los dos eran electrodomésticos, pensó luego en el deseo que faltaba. Lo había puesto por jugar, no quería desearle mal a nadie. Se arrepentía un poco de haber puesto ese deseo, no quería ni averiguar.

Media hora después se sentaba en la mesa de la sala para ver su correo, cuando sonó el timbre del intercomunicador. Contestó, era Giuseppe, el insoportable vecino del segundo piso. Sintió un escalofrío en la espalda. Fue a abrir la puerta y allí estaba el hombre con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¡Vecinita! – dijo con ese tono insoportable de quien se relame antes de comer un helado.
– Giuseppe, buenas noches.
– Le cuento vecina… mmm que rico huele, ¿recién se bañó? Quien fuera su toalla…, su jaboncillo…, ah, no me mire así. Mire que me está debiendo una cita, pero en fin, eso será dentro de algunos años, le vengo a contar que mi representante me llamó esta mañana y me voy por un contrato de dos años como modelo a Milán. ¡Estoy feliz! Bueno, lo único malo es que usted ya no podrá verme, pero así es la vida. Mañana mismo viajo.
– Felicitaciones Giuseppe – sonrió Sandra – no sabe cuánto me alegro, en verdad, y le agradezco mucho que haya venido a despedirse.
– Sí – replicó el hombre – a despedirme y pedirle un favor. Este asunto salió tan rápido que estoy repartiendo mis pertenencias a mis amigos y mi familia, pero tengo aquí en la puerta un televisor de plasma que recién compré esta semana y mire, aquí está la factura. He pagado la inicial pero faltan doce cuotas. No quiero irme dejando deudas, así que pensé que tal vez usted podría quedarse con él y hacerse cargo de las cuotas. Mire vecina, fue una ganga, estaba en oferta y es de buena marca. Hágame ese favor, se lo pido a usted porque es la persona más responsable de este edificio y no quiero tener la sorpresa de volver de aquí en unos años y estar registrado como deudor moroso.
Sandra se quedó muda por algunos minutos, luego sonrió y asintió. Giuseppe agradeció con repetidas venias y cargó el televisor hasta la sala, lo montó y lo colocó en el lugar del antiguo que era bastante más pequeño. Lo probó y entregó los documentos a Sandra. Luego se despidió y se fue rápidamente a terminar de hacer las maletas. Sandra estaba ahora realmente sorprendida. El blog… pero, allí estaban los tres deseos…

Al día siguiente Sandra fue a la oficina de Daniel, el gerente de ventas. Daniel era un experto en motivación y trabajo en equipo, también se corría la voz de que andaba metido en cosas extrañas de metafísica y decían que era masón o rosacruz. Una vez en la oficina, Sandra le preguntó qué pensaba de la fuerza de los decretos.
– Es una fuerza poderosa Sandra. Si concentras la energía correcta en la dirección correcta, todo es posible.
– ¿Y todo se puede hacer realidad? ¿Lo que yo quiera?
– En teoría sí.
– ¿Y de inmediato?
– No necesariamente, pero dependiendo de la fe y la fuerza vibratoria del deseo, podría ser. Acuérdate de Jesús y las bodas de Canaán.
– ¿Y si pido algo malo?
– También, pero requiere otro tipo de vibración. La cantidad de energía que necesitas para algo bueno es menor a la que necesitas para algo malo. En otras palabras, un pensamiento bueno o positivo es mucho más poderoso que uno malo o negativo.
– ¿Y si pido algo y se me da, pero luego debo pagarlo?
– No te entiendo Sandrita, pero todo tiene un costo en la vida, nada es absolutamente gratis, digamos que si decretas tener un auto nuevo, este no va a caer el cielo, pero el universo va a encaminar las cosas para que lo obtengas. Tal vez un mejor empleo que te permita pagarlo, o una oferta en el mercado sin la cual antes no hubieses podido acceder a comprarlo. ¿Te pasa algo malo Sandra?
– No, nada, solo quería saber.
– En todo caso, en mis cursos y talleres siempre doy un consejo: Hay que saber pedir, el universo no distingue para qué quieres las cosas, no distingue los fines.
– Entiendo Daniel. Gracias por tu ayuda.
“Hay que saber pedir” repetía mientras bajaba las escaleras.

Esa noche en el departamento, Sandra reflexionaba frente al ordenador. Hasta ahora el único deseo extraño era el del televisor. Se había cumplido pero tenía que pagarlo, así que tal vez Daniel tenía razón, había pedido un televisor nuevo, pero no había dicho que sea gratis. Había pedido mal.

Escribió su nota para el blog, acerca de saber pedir bien y al final puso los siguientes tres deseos: “1. Tener a mi cargo la edición general de la revista Believe. 2. Dormir ocho horas seguidas. 3. Volver a salir con Adrián.”

Hacía tiempo que había solicitado que le encargaran por lo menos una edición de la revista más importante de la empresa para demostrar su talento y hasta ahora no le habían asignado esa tarea. Esperaba haber pedido bien esta vez. Los últimos días no dormía bien, despertaba en la madrugada y necesitaba descansar, respecto a Adrián, sonrió con pícara malicia.

Al día siguiente, en el transcurso de la mañana en el trabajo, la gerencia convocó una reunión de emergencia. El gerente general compungido les comunicó que el editor en jefe, Enrique, había sufrido un terrible accidente en la vía expresa un poco más temprano. Sin embargo la empresa no podía parar, enviarían a la asistente social al hospital para ver el estado de Enrique quien por ahora estaba en cuidados intensivos, solicitaba la solidaridad de los trabajadores para lo que se pudiera presentar y en tanto se resolviera ese asunto Sandra quedaría a cargo de la edición de Believe.

Sandra salió de la reunión pensativa. Su celular timbró y vio el nombre de Adrián en la pantalla, contestó tratando de mostrarse serena. Adrián la invitó a almorzar, ella contestó que tal vez no era el momento, él insistió y ella aceptó tomar un café luego del trabajo.

Luego de una buena conversación Adrián se ofreció a llevarla, Sandra lo invitó a pasar y charlaron un poco pero Sandra empezó a recordar el accidente de Enrique y entristeció. Ya era tarde y se disculpó con Adrián. Se despidieron y ella se fue a dormir, antes de apagar la luz miró el reloj de la mesa de noche. Las doce en punto.

Al día siguiente Sandra se despertó sobresaltada, miró el reloj, las ocho en punto. Era tardísimo. Ya tendría que haber estado en la oficina, se duchó y vistió como pudo. En el taxi se puso a pensar que esto ya era demasiado raro, si es que era verdad que sus deseos se cumplían, era en sentido demasiado literal. ¿O seguirían siendo casualidades? Tal vez eran casualidades y ella misma completaba el resto, al televisor de Giuseppe pudo haber dicho que no, rechazado la oferta y el deseo no se habría cumplido. Se quedó dormida hoy porque su subconsciente se programó para ello. El resto eran casualidades. Esta noche lo demostraría.

Esa noche escribió una nota corta acerca de la casualidad y pensó en tres deseos descabellados. Cosas imposibles. Pidió: “1. Tener un departamento nuevo, gratis. 2. Que Adrián me pida matrimonio. 3. Cien mil dólares en mi cuenta bancaria.”

* * *

En la madrugada el olor del humo la despertó. Las alarmas se encendieron y salió corriendo junto con los demás vecinos a ponerse a buen recaudo. Los bomberos demoraron cerca de tres horas en apagar el fuego. El departamento debajo del suyo había sufrido un extraño incendio. A las seis de la mañana se presentaron los representantes del seguro. Las estructuras del edificio probablemente habían quedado debilitadas y el sistema contra incendios del edificio no había funcionado, por ello en tanto duren las investigaciones le asignarían un departamento en un edificio gemelo que quedaba en mismo complejo, la vista era similar a la de su departamento y el seguro se haría total cargo de la mudanza y reponer los bienes que se hubiesen dañado. En cualquier caso, si confirmaban los daños en la estructura, le entregarían un departamento nuevo o podría elegir con quedarse con el que le iban a asignar.

Sandra estaba devastada, no podía ser tanta casualidad. Pidió permiso en el trabajo y estuvo todo el día supervisando la mudanza y controlando el inventario de bienes dañados que afortunadamente no eran muchos. Por la tarde Adrián vino a visitarla y a ayudar. La invitó a mudarse a su casa si lo necesitaba, tenía un cuarto de huéspedes. Ella le agradeció y le explicó que el seguro se haría cargo de todo. Adrián se quedó callado y le tomó la mano.
– Cásate conmigo – le dijo.
– ¿Qué? ¡Estás loco Adrián! Recién nos conocemos.
– Lo sé – contestó él – pero siento que te conociera de toda la vida
– Adrián, no lo sé, además no te imaginas lo ridículo de la situación y tú diciéndome esa frase sacada de las novelas rosa
– Es que es verdad… – replicó.
– Mira, hoy ha sido un día complicado. Dejemos esta conversación para otro día por favor.
– Está bien – asintió Adrián compungido.

Luego de despedirse, Sandra se sentó en el piso. Miró alrededor, no recordaba en qué caja estaba su portátil. Esto era demasiado, no podía ser. Estaba meditando en el asunto cuando sonó su celular. Una voz temblorosa le habló, le costó reconocerla, era su tía Susan. Sandra no podía creerlo, su mamá había sufrido un ataque cardiaco en Santiago. Había fallecido media hora antes.

Sandra lloró durante largo rato a solas, su vida se había vuelto un desastre en menos de una semana, no sabía qué hacer. Su departamento que tanto le gustaba, ahora la pérdida de mamá. Además el loco de Adrián. Pensaba en todo esto y de pronto el celular volvió a sonar. Contestó. Era un funcionario de la compañía de seguros. Sandra le explicó que ya habían resuelto el asunto del departamento y le agradeció. El funcionario confundido le explicó que no sabía nada de un departamento, la razón de la llamada era otra. Habían recibido la comunicación de la muerte de su madre y tenían que coordinar los trámites de la entrega de un fideicomiso que ella había establecido a su favor.
– ¿Fideicomiso?
– Sí señorita. Un fideicomiso por cien mil dólares… ¿Aló? ¿Aló?
Sandra se había desmayado.

* * *

Unos minutos después Sandra recobraba el conocimiento, el celular sonaba insistentemente, contestó, era el funcionario, le pidió conversar al día siguiente y colgó. Frustrada y enojada se levantó, buscó la portátil entre las cajas y la halló. La encendió, ingresó al blog, escribió una nota breve acerca de su madre y escribió con furia un único deseo: “Quiero que todo esté como antes de escribir este maldito blog.” Y se fue a dormir.

Al día siguiente fue a trabajar. Apenas llegó le avisaron que Enrique había salido de riesgo y había insistido en hacerse cargo de la edición de Believe, pero había una noticia adicional, debido a esa contingencia y al hecho de Sandra había sufrido el incendio de su departamento, la gerencia había tenido que tomar algunas decisiones para cubrir los riesgos del posible retraso de la edición de este mes y la responsabilidad con los clientes de publicidad, por lo tanto los aumentos de salario que se había anunciado la semana pasada, quedaban en suspenso hasta nuevo aviso. Sandra respiró aliviada. Más tarde recibió la llamada de otro funcionario del seguro, este le explicó amablemente que el fideicomiso efectivamente era por cien mil dólares, pero su madre lo había colocado en el rubro de inversiones de máxima utilidad que también eran las de mayor riesgo, con la crisis financiera mundial, se habían producido pérdidas, el importe a depositar no superaba los tres mil dólares. Sandra agradeció y pensó que las cosas se estaban recomponiendo de alguna manera, regresando a la normalidad. Por la tarde cuando bajó del taxi se encontró cara a cara con un deprimido y cabizbajo Giuseppe.
– ¿Giuseppe? ¿qué pasó? ¿No estabas en Italia?
– Sí, contestó triste. Es raro, hoy tenía que firmar el contrato, pero ayer me llamaron al hotel, me dijeron que no iban a contar conmigo, no se responsabilizaban por mí. Me dijeron que había un vuelo por salir, si lo tomaba podían hacerse cargo del pasaje de retorno, si lo rechazaba me quedaba en Italia bajo mi cuenta y riesgo. No lo pensé vecinita, me regresé. Aquí estoy de nuevo, fracasado y con el Jet Lag encima.
– Si necesitas ayuda en algo avísame – dijo Sandra.
– Lo haré – contestó Giuseppe mientras se alejaba.

¿Sería el blog? Pensó Sandra. Ya no lo importaba, en realidad quería regresar a su vida normal y despreocupada. Subió a su departamento. Apenas entró recibió una llamada de la aseguradora, le informaban que su departamento no había sufrido daños estructurales. Ya habían iniciado los trabajos de repintado, cambio de vidrios y alfombras. Para el fin de semana podría reinstalarse. Sandra agradeció y recapituló: ahora tendría que devolverle el televisor a Giuseppe, lo que no era nada complicado, y Adrián, solo faltaba que Adrián desaparezca de su vida. Luego pensó en su madre. No podía volver al pasado, pero si pudiera revivir su mamá…

Decidió no abrir las cajas del departamento, este fin de semana estarían en su lugar de nuevo, buscó algunos utensilios de cocina y se preparó un té y un sándwich. Estaba terminando su refrigerio cuando sonó el intercomunicador. Era Adrián. Lo hizo pasar. Se saludaron y casi de inmediato él preguntó acerca de su propuesta.
– Es una locura Adrián – dijo Sandra – por favor olvida ese asunto.
– No es ninguna locura, somos el uno para el otro. Lo descubrí desde el primer día.
– Adrián, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? no nos conocemos, yo no conozco a tu familia, no te conozco bien a ti. Mira ahora tengo muchos problemas, mi madre recién falleció, tengo este problema con mi departamento, todas mis cosas están prácticamente metidas en cajas, tengo problemas en el trabajo.
– Pero cuentas conmigo para todo eso – replicó Adrián.
– No insistas por favor.
– Escúchame Sandra – dijo Adrián con un tono que nunca antes le había escuchado – A mí nadie me rechaza, y tú no vas a ser la primera.
– ¿Pero de qué hablas?
– De que vas a ser mía quieras o no – dijo Adrián mientras se le acercaba peligrosamente. Sandra corrió hacia la terraza y él la siguió, ella se demoró abriendo la puerta y el la tomó por la cintura. Ella forcejeó y logró escapar. El seguía tras ella, en toda la sala no había nada con qué defenderse, excepto la computadora portátil, corrió hacia ella, se agachó y cuando la tomaba Adrián ya la había alcanzado por la espalda, Sandra giró sosteniendo la lap top con todas su fuerzas y golpeó a Adrián en la cabeza, el perdió el equilibrio y cayó al piso golpeando fuertemente la cabeza con el muro lateral de la sala.

Sandra se acercó despacio, las vértebras del cuello parecían fuera de lugar. Se acercó un poco más y le tomó el pulso. Estaba muerto. Recogió la computadora, estaba manchada con sangre. Recordó sus palabras: “que Adrián desaparezca de su vida” los ojos se le humedecieron, no quería eso. Levantó la tapa del ordenador y lo encendió, todavía funcionaba. Tenía que hacer algo. De pronto sonó el celular. Miró la pantalla y aparecía “llamada privada”, nunca contestaba llamadas privadas, pero esta vez lo hizo.
– ¿Aló?
– ¿Sandra? ¿Sandrita?
– Ma… ¿má? – dijo la mujer asustada.
– Ayúdame hija, está oscuro aquí, está frio.
– ¿Dónde estás mamá? – preguntó Sandra sollozando.
– No sé hija. Es horrible. ¡Ayúdame!
– ¿Cómo te puedo ayudar mamá?
– No siento mis manos. Me siento flotar hija. Siento que no tengo cuerpo. Me siento sola.
– ¡Mamá!
– ¡Ayúdame!
– ¡Mamá... mamita!
Sandra entró al blog. Escribió una única frase y la grabó. De pronto sintió una especie de paz, su mente se nubló, le faltó el aire, sus músculos se agarrotaron y no podía respirar. Trató de escribir en la computadora, sus dedos ya no respondían, se arrastró y su organismo todo colapsó. Se sintió flotar, vio su cuerpo desde arriba, las manos como garras tratando de alcanzar la lap top, más allá el cuerpo inerte de Adrián, las cajas, la terraza, la playa, la ciudad, las luces, los autos, todo desplazándose a gran velocidad y de pronto el silencio absoluto, la levedad incorpórea, la sensación de ser un punto, un pixel apagado perdido en el ciberespacio y luego la nada.

* * *

Varias horas después los agentes ingresaban al departamento rompiendo la cerradura de la puerta. El espectáculo era terrible. En el piso el computador estaba abierto y ensangrentado. El agente se acercó y presionó la tecla de encender, se había agotado la batería, bastante cerca estaba el cable, con cuidado la enchufó y la encendió, escogió la opción restablecer y apareció la página de un blog con la siguiente frase: “Quiero que todo esto se acabe…”
– Mira – dijo llamando al otro detective.
– Este va a ser un caso difícil primo – dijo el agente Vásquez mientras leía la pantalla.
– Tienes razón – contestó Morgan mientras encendía un cigarrillo – un caso difícil.

sábado, 29 de octubre de 2011

TRES CRONICAS DE HORROR

Algunos lugares y nombres han sido cambiados, pero las historias son cien por ciento reales. ¡Que las disfruten! ¡¡Y que tengan un macabro halloween!! ¡¡¡Muuuuaaaahahahahahahaha!!!

I – El piano

En el año dos mil siete trabajaba en Toquepala, un campamento minero en el sur del país a unos dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Mi oficina quedaba en el primer piso de un viejo edificio ubicado frente a un pequeño parque. Precisamente frente a la puerta de ingreso a mi oficina había unas gradas que llevaban al segundo piso. Los escalones eran de madera y por las historias que contaban los trabajadores, en las noches, cerca de las doce, se podía oír claramente los pasos de alguien subiendo y bajando por esas escaleras. En el triángulo formado por esa escalera servía de depósito de materiales de limpieza y pequeño habitáculo del conserje. En el segundo piso quedaba la oficina de contabilidad y contaban también – con el evidente afán de hacer asustar a los nuevos – que años atrás un contador había muerto en esa oficina luego de una jornada de extenuante trabajo. Cerca de la media noche sencillamente su cara golpeó el escritorio como consecuencia de un ataque cardiaco fulminante.

Lo cierto es que en aquél entonces yo tenía la costumbre de quedarme hasta muy tarde trabajando, entre otras cosas porque vivía solo y en casa no tenía nada que hacer que no fuese ver televisión. Los compañeros solían ir a comer cuyes, salchipapas o sándwiches en alguno de los pocos lugares que vendían comida en el barrio obrero, cerca del mercado. A menudo los acompañaba, pero aquél día en particular no fui, tenía que terminar un informe para el día siguiente y decidí quedarme hasta terminar.

Estaba escribiendo en mi oficina y como siempre que me quedaba trabajando, las únicas luces encendidas eran las de mi lugar y un fluorescente en la entrada principal. El resto del edificio quedaba en penumbra. A espaldas del edificio quedaba el antiguo bowling que ya nadie usaba y cuyo salón superior servía a veces para el desarrollo de bailes y polladas.

Eran aproximadamente las once de la noche y de pronto escuché el sonido claro de las teclas de un piano. ¿Un piano? ¿A esta hora? Qué raro. Traté de prestar atención a la tonada pero no logré escucharla más. Un par de minutos después la volví a escuchar. Detuve mis dedos sobre el teclado y traté de identificar la tonada otra vez. Parecía Beethoven.

– ¡Beethoven! – me dije – ¡qué extraño! Me puse de pie para ir a ver quién podría ser aquél que acompañaba pollo al carbón y espumosa cerveza helada con música de Beethoven. Llegué a la ventana de atrás del edificio y miré a través de ella… no había nadie en el salón del bowling. Regresé rápidamente a mi sitio.

Sentado en mi escritorio me concentré en cualquier otra cosa para olvidarme del asunto y reanudé mi trabajo. Apenas puse mis dedos en el teclado, empezó de nuevo el piano del mal. Eso ya era grave. ¿Habría alguien más en el edificio? No tuve el valor de salir. Levanté mi anexo y llamé al segundo piso. Nadie. Escuchaba claramente los teléfonos sonando allá arriba. Colgué y decidí terminar lo más rápido posible y de pronto el sonido del piano terrorífico llegó hasta mí otra vez. Me armé de valor y caminé hasta la puerta de la oficina. Se detuvo. Me quedé tras la puerta esperando y conteniendo la respiración. De pronto empezó de nuevo. Salí lentamente. El sonido era nítido en la oscuridad, sonaba dentro del ambiente, como flotando en el aire y de pronto, avancé un paso y se detuvo otra vez. Estuvo sonando así, intermitentemente, durante veinte minutos más el piano del terror, avancé un poco más en mi informe y miré el reloj, pronto serían las doce. No quería tener que escuchar al fantasma de las escaleras además del ya tenebroso piano, así que apagué mi computador y me fui a casa dejando las luces encendidas de mi oficina. No tuve el valor de apagarlas.

Cerca de mi casa y todavía con el susto, me encontré con el conserje, un tipo muy humilde que me miró con cara de tristeza le pregunté si le pasaba algo.
– Sí – me contestó – He perdido mi celular. Creo que se ha caído en el taxi que nos llevó al restaurant.
– Qué pena – comenté – ¿Pero ya llamaste? Quien sabe y te contesta la persona que lo encontró.
– Sí – me respondió – estuve llamando varias veces del teléfono público y nada. Si alguien lo ha encontrado no quiere contestar.
– Bueno, calma maestro – le dije – mañana es otro día – agregué y me fui a dormir.

Al día siguiente fui temprano a la oficina para terminar el informe. Para cuando lo terminé todavía no era el horario de entrada y el único que había llegado era el conserje.
– ¿Y? – le pregunté – ¿encontraste?
– No – me contestó.
– Intentemos una vez más – lo alenté mientras sacaba mi celular y marcaba el número, sin embargo de pronto, estando los dos allí de pie y a plena luz del día, empieza a sonar el maldito piano otra vez … – ¿Lo escuchas? – le pregunté.
– ¡Sí! – me dijo contento mientras abría el cubículo debajo de las gradas donde se había olvidado el celular que tenía como melodía de llamada… un fragmento de la quinta sinfonía de Beethoven ejecutada en piano.

II – La Cuca

La Cuca era una cocker spaniel negra preciosa, tenía una estrellita blanca en el pecho y guantes blancos también en sus patitas delanteras. Mi hermano mayor Tony la trajo a la casa de cachorrita. Mi mamá no la recibió bien, pero con el tiempo se ganó el cariño de todos. Creció y se hizo una perrita muy atenta aunque siempre nos daba lata escapándose a la calle cuando abríamos la puerta de la casa. Ella vivía en el zaguán de la casa que en aquél entonces era empedrado con unas enormes placas de granito que dejaban entre sí espacios de diez o doce centímetros donde crecía pasto. Un día la Cuca se escapó y corrió y se escapó hasta la casa de mi tío Víctor que tenía una farmacia. Allí sin que se diera cuenta vino un galán pastor alemán y la preñó. La Cuca cual hija que había mancillado el honor de la familia, madre soltera al fin y al cabo, pasó prácticamente recluida sus dos meses de embarazo.

Una noche, ya tarde, parió. Fue un parto difícil porque las crías eran grandes. Ella sufrió mucho, y los cachorros también. Adicionalmente al trauma del parto complicado algo seguramente hicimos mal porque los cachorros empezaron a morir sistemáticamente. Con los últimos dos llamamos al veterinario pero en nada nos pudo ayudar, solo recomendó tener cuidado y vigilar. Se murió el penúltimo cachorro e hicimos lo posible por salvar al último, sin embargo no lo logramos. La Cuca no lograba amamantarlo y nosotros probamos de todo, biberones de muñeca, pedacitos de algodón mojados en leche. Imposible. El último cachorro murió también. Mis hermanos mayores con toda la pena del mundo decidieron enterrar al cachorro en el zaguán de la casa entre dos de las enormes piedras del empedrado.

Esa noche empezó a llover a cántaros con tormenta eléctrica, la Cuca empezó a aullar de un modo que daba escalofríos. Era un aullido triste y lastimero. Mi mamá se puso nerviosa y ordenó que saquemos a la Cuca de la casa, al zaguán. No le importó que estuviese lloviendo, los aullidos la ponían demasiado nerviosa y era comprensible. Sacamos a la Cuca, pero no dejó de aullar por un buen rato, hasta que de pronto se quedó callada y de afuera solo se escuchaba el golpeteo de las grandes gotas y de rato en rato los potentes truenos. Unos minutos después escuchamos que rascaban la puerta que daba al zaguán. Era la Cuca queriendo entrar a la casa. Como ya había dejado de aullar y seguía lloviendo, mi madre autorizó su ingreso. Salí, abrí la puerta y en ese preciso instante la luz de un relámpago me regaló la imagen más escalofriante que he visto en mi vida: Frente a mí estaba la Cuca con su largo pelaje mojado, la mirada lastimera y entre sus mandíbulas el cadáver inerte de su cachorro que había desenterrado de entre el empedrado del zaguán de la casa.

III – La Perfeccionista

Conocí a esta chica hace años y por mensaje de texto, en la época en que los operadores de telefonía recién intentaban los primeros experimentos de redes sociales como el Blah! de Claro, por ejemplo. Con esta chica pasamos cosas buenas y regulares. Tenía cierta fascinación por la perfección, algo que me atraía porque yo también soy perfeccionista. Pero ella erraba en sus intentos muy a menudo, como aquella vez de la cita perfecta en el lugar perfecto, que tenía que ser una sorpresa y dónde ella en ese afán de que todo fuese perfecto terminó derramándome gaseosa en el pantalón.

En su mente se atrevía a mucho, pero en la vida real no tanto. Un día ya no nos vimos, desaparecimos recíprocamente el uno para el otro, a pesar de ello, religiosamente se acordaba de mi cumpleaños todos los veintinueves de octubre, todos los años. Ya sea mediante un correo, un mensaje de texto, esa era la oportunidad en que se hacía presente aunque sea unos segundos… hasta que inevitablemente con el paso del tiempo cambié de celular y correo. Nos perdimos la pista mucho tiempo y luego otra vez nos volvimos a encontrar en el mundo virtual. El viejo romance trasmutó aparentemente a una especie de sólida amistad cuando menos virtual. Allí descubrí a una persona distinta, igual de perfeccionista pero con miedos, prejuicios y complejos que no había visto antes. Con el tiempo su amistad se tornó difícil y tormentosa, entre otras cosas porque descubrí en algunos detalles a veces demasiado complicados de su vida y porque en algún momento de debilidad me confesó que su interés en mí no era solo amical, a pesar de que luego le daba una especie de pánico o sentimiento de culpa y negaba rotundamente que su interés fuese de esa naturaleza. Desde un principio me di cuenta que ella deseaba algo más y yo amablemente no la rechacé para no herir su susceptibilidad. Me di cuenta con el tiempo que yo eventualmente podría manejar una situación así en el plano emocional, pero ella no. Luego pasaron algunas cosas que me asustaron bastante, por ejemplo la forma desproporcionada con la que ella a veces reaccionaba ante cuestiones poco trascendentales. Sinceramente a veces me causaba miedo su forma de ser. Llegué a pensar que ella fácilmente podría planear la muerte de alguien si las cosas no sucedían como ella perfectamente quería, tanto así que en muchas ocasiones vi reacciones suyas similares a ciertas conductas sicóticas descritas en mis libros de medicina y psiquiatría forense. Un día decidí que por el bien de los dos sería apropiado poner un invisible muro divisorio entre ambos y apartarme de ella. Meses después y siendo mi cumpleaños me levanté pensando en que tal vez entre todos mis amigos, ella también me enviara un saludo de felicitaciones, sin rencores. Al tiempo que revisaba mis correos, abrí una página donde escritores aficionados posteaban cuentos cortos. Por curiosidad leí los últimos que se habían colgado y apareció uno donde se hablaba de un personaje parecido a mí y con un nombre parecido al mío, donde el autor o autora contaba una historia parecida a la mía con la chica de la historia (ella sabía que yo visitaba esa página) y al final el cuento terminaba con mi personaje sufriendo la peor de las muertes. Miré aterrado la fecha en que el cuento fue posteado: veintinueve de octubre.

sábado, 22 de octubre de 2011

TIPS PARA UNA BUENA PRESENTACION EN POWER POINT

Piense en la cantidad de cursos y seminarios a dónde ha ido en los últimos años y trate de recordar en cuántos de ellos el expositor usó diapositivas en Power Point. Ahora de los casos en que el expositor usó diapositivas, pregúntese en cuántos de ellas las diapositivas eran necesarias, y si lo eran, ¿cumplieron su cometido?

Si usted ha sido expositor en un curso o seminario, hágase las mismas preguntas.

El noventa por ciento de las veces las diapositivas no son ni necesarias ni útiles y creo que soy optimista. Les trataré de describir la mejor exposición que he visto en mi vida utilizando el Power Point: Era un ingeniero que disertaba acerca de motores de turbinas. Disculpen mi ignorancia en el tema, yo estaba en el público por pura casualidad y por muy buena suerte. La exposición iniciaba con una diapositiva que mostraba un impecable motor. A un click del expositor aparecían una serie de flechas señalando cada una de las partes e indicando sus nombres. Luego en el proceso de la exposición el ingeniero al hacer click a cada una de las partes se podía ver como desaparecía la cubierta de la parte y se mostraba un corte transversal de su interior, luego mediante otro click pasaba a una diapositiva donde la parte en análisis estaba a pantalla completa y se explicaba cada uno de sus componentes con un sistema similar al previamente descrito. Una vez que se agotaba la explicación de esa pieza en particular y sus componentes, mediante un click a un ícono con una flecha subtitulada “volver” el expositor retornaba a la diapositiva uno y repetía el proceso con la siguiente parte del motor. No es necesario decir cuán impresionado quedé con la exposición, además del hecho que las diapositivas no tenían mayor texto que los nombres de cada parte al lado de la correspondiente flecha que aparecían y desaparecían a voluntad del expositor.

Si se recuerda bien, hubo un momento en el que no saber usar una computadora era una especie de estigma laboral o profesional. Quien pretendía ser un profesional capacitado tenía que saber utilizar el office como mínimo. Además en esos mismos tiempos usar una lap top en el dictado de clases o en un aeropuerto era símbolo de estatus.

Incluso ahora los profesores universitarios ponen como requisito que las exposiciones tienen que ser mediante diapositivas en Power Point, haciendo que los alumnos pierdan valioso tiempo en preparar diapositivas cuando en muchos casos estas son innecesarias.

Veamos, en la actualidad las diapositivas de Power Point no hacen otra cosa que reemplazar a las antiguas tarjetas de ayuda memoria. Ambas técnicas tienen el mismo problema, mal empleadas permiten que el expositor se limite a leer lo que las tarjetas o diapositivas dicen. En el caso de la tarjeta es una muestra de mediocridad que el expositor tenga que leer literalmente sus notas. En el caso de las diapositivas es más grave porque es además es un insulto a la inteligencia del auditorio leerles lo que bien pueden leer todos en la pantalla.

La finalidad de las tarjetas de ayuda memoria era (y sigue siendo) ser una guía en el orden de la exposición, es decir que no deben contener la exposición, si no tan solo la secuencia de los puntos a tocar y la idea central sobre la que girará la explicación o disertación en cada tema. Insisto NO ES EL DISCURSO TRANSCRITO A TARJETAS. El inteligente lector se dará cuenta que hay una enorme diferencia entre ser invitado a decir un discurso, donde es perfectamente permisible imprimir y leer el discurso al público, que ser invitado a hacer una exposición de un tema determinado o una clase magistral.

En el caso del Power Point sucede lo mismo, los expositores transcriben su tema a las diapositivas y leen las diapositivas de la pantalla, cuando deberían tener el mismo fin que las tarjetas de ayuda memoria: Contener tan solo la secuencia de la disertación y las ideas centrales que deben ser desarrolladas.

Los consumidores modernos (entre ellos el consumidor de capacitaciones académicas) son mucho más aguzados y atentos hoy en día. Se da cuenta rápidamente cuando se les vende gato por liebre. Es fácil percibir cuando el expositor repite el mismo ciclo de cosas, se sabe de memoria su Power Point y no aporta nada nuevo.

Otro problema es que no todos los auditorios (me refiero al ambiente físico) son adecuados para hacer presentaciones de Power Point. Se requiere de una iluminación especial, de tal manera que no quede tan oscuro que el expositor se pierda, ni tan claro que no se pueda ver bien la diapositiva. Tampoco se debe limitar la luz a los alumnos o asistentes que deseen tomar nota. Lo que termina sucediendo al final, cuando la luz no es apropiada, es que la exposición se torna aburrida, el expositor no transmite nada porque no se le ve y finalmente la mayoría termina alcanzando un USB al profesor para que “le copie su Power Point” ¿para qué? No lo sé bien, he visto a algunos imprimir las diapositivas y “estudiarlas” para el examen. Luego se confirma mi teoría de que la diapositiva contenía en realidad la transcripción de la exposición, luego ¿Cuál era el rol que cumplía el expositor a este punto?

Bien, aquí unas recomendaciones recogidas en mi experiencia de asistente a eventos y expositor en otros casos:

El uso de diapositivas de Power Point implica un sobre costo para los organizadores, conseguir el cañón y el ambiente apropiado para la proyección. Evalúe si realmente es necesario. Si no lo es, use tarjetas de ayuda memoria en papel o en su lap top. Si la exposición está bien diseñada seguramente su audiencia la entenderá correctamente. Explote sus habilidades de orador, el Power Point mal utilizado neutraliza esas habilidades.

Utilice el Power Point sólo cuando tiene que recurrir a la ayuda visual, eso sucede en casos en los que “una imagen vale más que mil palabras”, si está exponiendo acerca de la marca que deja un bala en la piel de una víctima, use una secuencia de fotos en la presentación, pero no la rellene de textos.

Sobre ese mismo punto, en mi trabajo muchas veces los abogados tratan de explicarme la escena del crimen o la forma en que tal o cual terreno fue ocupado por tal o cual persona, y se empeñan en hacerlo oralmente. Yo no sé qué tan difícil puede ser traer un papelógrafo con diagrama simple de lo que el abogado quiere explicar o una foto ampliada de la escena del crimen. Eso nos ahorraría mucho tiempo a todos y permite comprender mejor el panorama. A cambio los abogados suelen traer diapositivas con la transcripción de lo que van explicar (y suelen traer su lap top, el proyector, cables, enchufes, extensiones, etc.) Conclusión: Las personas usan el papelógrafo y el power point cuando no es necesario y no recurren a ellos cuando sí se necesitan. Como dice a menudo el gran Pedro Suarez Vertiz: El sentido común es el menos común de los sentidos.

Muchas veces un papelógrafo bien hecho causa más impacto que un aburrido Power Point.

Si su presentación en Power Point no se va a ver limpia, adecuada, orientada a explicar cuestiones puntuales de forma visual y sin errores ortográficos, no sucumba a la tentación. Mejor no la haga, y si ya la hizo, no la utilice. Su presentación es precisamente eso, “su presentación” y por lo tanto va a hablar bien o mal de usted.

No recargue su presentación con dibujitos, figuritas y corazoncitos. Piense en su audiencia. Si es un público académico haga una presentación seria y sobria. Si quiere hacer que la audiencia se ría para mantener su atención use trucos. Uno muy sencillo es mediante el uso del control inalámbrico para PC que se vende para estos fines, coloque un texto en su diapositiva y quítelo de un manotazo (me copio la idea de Bruno Pinasco en su programa Cinescape) verá que causa un efecto interesante en la audiencia precisamente en esos momentos en que empiezan a distraerse.

Nunca, pero nunca, use la presentación de otro.

Nunca ponga una presentación con una única diapositiva en la que aparece solo su nombre y el título de la exposición, se ve mal y distrae a la audiencia.

Mida los tiempos, nada peor que exposiciones acompañadas por cien diapositivas y un expositor empeñado en llegar a la última que dice “¡Gracias!”. Diseñe mecanismos que le permitan acortar la presentación si es necesario sin que el público detecte que “se está saltando” las diapositivas. La audiencia percibe eso como se están saltando temas y que la exposición no es seria.

No entregue sus diapositivas a sus alumnos. Es más, avise que no las entregará desde un principio. En muchos cursos he visto gente distraerse y cuando les pregunté: ¿Por qué no prestas atención? Me contestaban: ¿Para qué, si al final me copio el Power Point del profesor a mi usb?

Finalmente tómese su tiempo, investigue un poco el Power Point, es un programa sencillo, aprenda a usar los hipertextos, cualquier imagen se puede convertir en un hipertexto que conduzca a otra diapositiva con un sencillo click. Explote las animaciones de textos, pero no sobresature con ellas su presentación. Haga un uso eficiente de la herramienta y piense en criterios de eficacia. Piense en su audiencia, seguramente se lo agradecerán.

IDEAS SUELTAS PARA UNA EDUCACION SUPERIOR MODERNA

Hace algunos años dejé de enseñar en la universidad con mucha pena y no porque que no haya querido hacerlo, si no por serias limitaciones geográficas. Los trabajos que he tenido en los últimos cinco años han tenido su sede en ciudades donde no hay universidades.

Ahora que me pongo a pensar, empecé a enseñar hace más de veinte años. Mi primera clase la dicté cuando tenía diecinueve años y la recuerdo claramente, en el aula del departamento de educación de Sistemas Wang, la clase era de diagramación de sistemas y mis cuarenta alumnos eran, sin excepción, todos mayores que yo.

Sistemas Wang tenía sus oficinas en el Centro Comercial Arequipa, al que muchos llamaban Centro Comercial La Salle porque quedaba en la avenida del mismo nombre. Como curiosidad, la Avenida La Salle ostenta el record de ser la avenida más corta de Arequipa, solo tiene una cuadra, que va desde la avenida Independencia hasta la avenida Goyeneche. Si bien al lado izquierdo tiene algunas bocacalles, al lado derecho, donde queda el Centro Comercial, es una sola cuadra.

Uno de los recuerdos más intensos de aquella clase, es que las piernas me temblaban mientras llamaba la lista de asistencia y la voz se me quebraba en los primeros cinco nombres. Por si esto no fuera poco, a través del ventanal de vidrio templado que había al fondo del salón podía ver a uno de los profesores antiguos del instituto monitoreándome. Sin embargo luego de algunos minutos dominé la escena y pude lograr desenvolverme de manera aceptable.

En Sistemas Wang nunca fui profesor titular, solo hice reemplazos como aquella primera vez, luego si dicté cursos completos en otras empresas, e incluso en la misma Wang cuando cambió de razón social y quedaba cerca del Club Internacional. Enseñé mucho tiempo en el Instituto de Informática de la UNSA. Luego de ello fui ayudante de cátedra en mi propia facultad de derecho y a pesar de que lo hacía ad honorem, las envidias y mezquindades de la universidad nacional evitaron que lo haga al siguiente semestre. Finalmente el año 2001 si mal no recuerdo, ingresé enseñar en una universidad privada de Arequipa donde estuve hasta fines del 2006.

Durante estos más aprendí muchas cosas, sobre todo respecto a la técnica de enseñar. Al principio el conocimiento fue totalmente empírico: aprender haciendo, en el camino. Finalmente el año 2003 hice un diplomado de educación universitaria. Eso me permitió redondear muchas ideas.

Lo cierto es que las nuevas ideas acerca de la educación declaran al fin de la educación escolástica y promulgan que el profesor ya no debe estar en el atrio si no tan solo un acompañante de los alumnos en el camino del conocimiento. También dice que los sistemas de evaluación deben cambiar, ya no se pueden hacer exámenes para medir la capacidad de memoria (para rellenar) o para marcar (opción simple)

Estas ideas las conocen nuestros educadores, sobre todo en las escuelas, pero no las aplican.

Como decía la señora Hildebrant, en el Perú antes los profesores sabían muchas cosas, pero no sabían cómo llegar a los alumnos y transmitirla, hoy saben la técnica pero no saben cosas que puedan trasmitir. Yo agregaría que saben la teoría de la técnica, pero rara vez la aplican.

En mi experiencia hay varios factores que contribuyen a ello. Se pueden tomar exámenes eficientes por ejemplo, pero eso requiere tiempo para preparar los exámenes y muchos profesores, ya sea de escuela o universitarios (sobre todo estos últimos) no están dispuestos a ello.

Preparar un examen de opciones abiertas o temático, demora cinco minutos. Muchos profesores dictan las preguntas en el examen mismo, lo que prueba que las están inventando sobre la marcha. Yo mismo he hecho eso algunas veces. Preparar un examen de opciones cerradas simples demanda entre treinta minutos a una hora. Preparar un buen examen de opciones complejas demanda entre una hora a dos. Conozco a muchos profesores que toman el mismo examen todos los años, los alumnos también lo saben.

Preparar un examen de opciones abiertas que realmente pueda medir lo aprendido por los alumnos toma entre dos a tres horas. Calificarlo toma más tiempo también, pero es el mejor mecanismo de evaluación. Me explico: muchas veces hice este procedimiento y lo interesante es que elimina la variable del plagio. Con un examen bien hecho no se puede plagiar. En temas de derecho por ejemplo, la idea era plantear casos complejos donde los estudiantes puedan aplicar conocimientos adquiridos en las clases. Tiene varias ventajas: Se privilegia de alguna manera a los que asisten. Se privilegia también a los que usan su sentido práctico y de análisis sea que hayan asistido o no.

Alguna vez les pregunté a mis alumnos si les gustaba que los traten como delincuentes. Ellos no entendieron y les expliqué algo que seguramente el lector ha experimentado muchas veces: Cuando se inicia un examen en la mayoría de las universidades peruanas y en casi todas la escuelas, el profesor advierte que va a desaprobar a quien plagie, luego mira a la clase y cambia de sitio a algunos alumnos, (como con los delincuentes de alta peligrosidad en los penales), luego señala la posición en la que deben quedar las carpetas y a veces hace dejar una fila de carpetas por medio vacía y toma el examen en dos grupos. Pide que los alumnos guarden sus cosas, que se mantengan en absoluto silencio, que miren solo su examen y en muchas ocasiones revisa carpeta por carpeta. ¿No es acaso este el procedimiento que se utilizaría en un penal o centro penitenciario? Los profesores inician el examen partiendo de la premisa de que los estudiantes son unos pillos que tratarán de plagiar a toda costa.

Este sistema degradante no brinda ningún resultado útil. En los exámenes de casos mis reglas eran: Pueden caminar, leer, eventualmente hacer interconsultas breves con sus compañeros, usar libros, apuntes, ir a la biblioteca si lo requieren y quienes tengan internet móvil, la pueden usar. La única prohibición era hacer ruido que perturbe el trabajo de sus compañeros. ¿Cómo? Se estará preguntando el lector. ¿Cuál es el truco? Pues sí, hay un truco: El tiempo. Debe otorgarse un tiempo que permita tres finalidades: la primera es que los más preparados puedan resolver el problema sin mayor dificultad en el tiempo concedido. La segunda es que los menos preparados puedan resolver el problema ajustadamente con el mismo tiempo. La tercera es que los menos diligentes y más displicentes no puedan superar la prueba. La idea es que estos últimos no existan en una universidad, pero nunca faltan uno o dos en cada aula.

La experiencia señala que los más aplicados procurarán no perder tiempo en las interconsultas, ellos mismos rechazarán a los más flojos ya que si no, se perjudicaría su propio trabajo. El segundo grupo es muy interesante porque muchos de ellos aprenden cosas en el desarrollo del examen y rara vez las olvidan. El tercer grupo se da cuenta que sin preparación previa, los libros, códigos y apuntes (sobre todo ajenos) no sirven para nada, en la mayoría de los casos para el siguiente examen pasan fácilmente al segundo grupo.

Los problemas deben diseñarse también para que la respuesta no sea de dos líneas, sino, carece de sentido. Tampoco pueden ser respuestas de más de diez líneas porque se hacen imposibles de calificar.

Otro tema: Los trabajos en grupo y las llamadas exposiciones.

Primero, respecto a los trabajos en grupo, mal llamados monografías. Categóricamente no creo en ellos. Siempre los hace uno o dos máximo y agregan el nombre de los demás. Yo lo hacía a cambio de que mis compañeros más flojos paguen las impresiones y el anillado. Hoy en día además la teoría del google+copiar+pegar está cada día más difundida, lo que hace más grave el problema.

A ver, ¿Cómo resolvía yo el problema?: En primer lugar no a los trabajos grupales y menos a las monografías. ¿De verdad creen que un profesor lee diez o veinte monografías, por salón? ¡Por favor! Los alumnos lo saben y se aprovechan de ello. La otra pregunta es ¿Quiénes ganan con los trabajos universitarios? Solo los dueños de negocios de impresiones, fotocopiado y anillado. Nadie más. ¡Ah! Últimamente también ganan unos señores que se anuncia indiscriminadamente en los periódicos vendiendo monografías de temas varios. A veces me pregunto si no serán los mismos profesores los que venden esas monografías.

Entonces la solución es que los alumnos hagan ensayos individuales, y poner reglas claras:

Citas textuales opcionales, de preferencia con un límite, tres como máximo, planteamiento propio respecto a un determinado tema, varios alumnos pueden desarrollar el mismo tema si desean, eso permite confrontar distintos puntos de vista. Extensión mínimo una hoja, máximo dos a espacio y medio, fuente Arial de 11 puntos. Sin carátula. Sin folder o file. Solo el título del ensayo y el nombre del alumno. Nada de introducción, dedicatoria ni cosas por el estilo.

Estos ensayos se leen rápidamente, se identifica fácilmente si el lenguaje usado es propio del alumno o es demasiado técnico y permite sospechar. En mi caso me daba el trabajo de meter rápidamente una frase al azar de cada trabajo en el google, usualmente la búsqueda arroja sorpresas. Yo escribía con lapicero rojo la dirección electrónica donde había encontrado el texto al lado del cero.

Alguna vez encontraba trabajos idénticos, sobre todo las primeras veces. Los engrapaba y dividía la nota del trabajo entre dos. Y el último filtro consistía en separar los mejores trabajos junto con aquellos que no siendo notables me despertaban sospechas y en la clase siguiente les pedía a los alumnos que me expliquen brevemente el porqué de sus interesantes puntos de vista, nuevamente sorpresas.

Respecto a las llamadas exposiciones, siempre me pareció una forma vil de hacer que los alumnos hagan el trabajo de los profesores. Con las exposiciones los profesores se la llevan fácil, no preparan clases y se limitan a sentarse en una silla a escuchar a los alumnos y al final hacer una o dos preguntas fútiles.

En mi caso siempre evité las famosas exposiciones, pero adicionalmente debo mencionar que me parecía terrible que muchos profesores (la mayoría) obligaran a los alumnos a ir a exponer de saco y corbata y a las alumnas de vestido. Primero porque supe de cerca que muchos alumnos hacían grandes esfuerzos para poder conseguir ropa para las exposiciones cuando ese no es el objetivo ni de lejos de la universidad. Yo creo que una camisa limpia y un buen baño son suficientes para la ocasión. De otro lado, nunca vi en las clases de mis colegas una exposición decente a pesar de las elegantes vestimentas. Se incentivaba a los alumnos a leer el texto del papelógrafo o de la diapositiva de power point. Exposiciones verdaderas rara vez vi. Incluso en mis clases de postgrado o maestría, rara vez vi usar a algún profesional el power point en su verdadero y correcto potencial.

El otro problema del trabajo grupal es la calificación. No me parece justo que todos tengan la misma nota. Es obvio que no todos trabajan igual. Pero estos últimos dos años aprendí que incentivar el trabajo en grupo es vital, siempre que se comprenda como es el verdadero trabajo en grupo. La existencia de un líder no resuelve el problema. No es líder el que hace el trabajo “colocándose a la espalda el grupo” y luego agrega los nombres. El verdadero liderazgo debe consistir en que todos aporten todo lo que puedan equitativamente. Por eso es que cuando vuelva a las aulas universitarias aplicaré esta nueva teoría si llego a solicitar trabajos grupales. Actualmente los profesores ponen la nota del mejor a todo el grupo o les ponen la nota del promedio. Mi teoría es que el grupo debe recibir la nota del peor. Eso debe enseñarles que la obligación del equipo es impedir que ninguno de los miembros quede rezagado.

No creo haber sido un excelente profesor universitario, creo que me faltó ensayar más y probar más técnicas y dedicarles más tiempo a mis alumnos. Pero no cabe duda que hice todo mi esfuerzo tratando de salir del esquema de la educación escolástica. A veces es decepcionante lanzar una pregunta simple o de cultura general a una clase y tener por respuesta solo el sonido de los grillos, pero se trata de cambiar eso. Sin embargo a pesar de ello, la enseñanza es una experiencia maravillosa. Según mis planes y si todo sale bien, debo regresar a la enseñanza universitaria a más tardar el 2013. Cuando esto suceda, espero dar nuevamente mi mejor esfuerzo.

domingo, 9 de octubre de 2011

¡ES DEMASIADO FANTASIOSO!

Una señora joven hablaba con otra en el supermercado hace años:
– Mi hijo se fue a ver Harry Potter.
– ¿Ah sí? A mí no me gusta Harry Potter, es demasiado fantasioso.
¡Pero señora! ¿Qué esperaba de una historia que se desarrolla en una academia de magia?

Es increíble la cantidad de tonterías que puede decir la gente.

Lo que sucede es que a veces no resistimos la tentación de decir cosas que nos permitan rechazar lo que nuestro interlocutor dice acerca de sus gustos o disgustos y terminamos quedando como el zorro y las uvas.

Alguna vez le pregunté a una amiga si le gustaban las películas pornográficas, “No” me dijo, “muy fantasiosas” ¿Muy fantasiosas? De todo el género cinematográfico no hay cosa más real que ver a dos personas en pelotas teniendo sexo. ¿Cómo se finge eso?

Lo que sucede, creo entender, es que no es real la parte de los preludios, es decir el tipo va a la biblioteca y la bibliotecaria en menos de cinco minutos se desviste para él. Bueno, en eso concuerdo totalmente, es absolutamente inverosímil que existan bibliotecarias sexys.

Me imagino que por ello las modernas películas de la industria para adultos ya no ponen esas escenas previas en sus películas, ahora se pasa directo a la acción. Sigo pensando que no hay género que más se parezca a la realidad que el triple X, la única diferencia con la vida real es el maquillaje, las luces y la producción. En la vida real el asunto suele ser más sórdido y menos atractivo al menos desde el punto de vista visual.

Sin embargo las personas siguen insistiendo que hay películas o libros “fantasiosos”. ¿Qué tan real puede ser una película donde dos personas encuentran el amor de su vida y tienen un final feliz? ¿Se han preguntado que pasa después?

Lo que sucede es que todo gira alrededor del término verosímil y del concepto que tiene cada uno de lo verosímil. También tiene que ver con el concepto de la realidad y como la preparación de cada persona se adapta a ello respecto a la distinción de lo que es simbólico y lo que pretende ser real.

Primero: No hay películas de cine o televisión que sean “reales” Si usted quiere ver realidad, pues vea documentales. Ese es el género apropiado para quien quiere ver realidad. Lamento comunicarles a los lectores que el señor Laurie, no es doctor en la vida real ni se apellida House, que Bruce Willis no es policía, que Silvester Stallone nunca ha ganado un título de la asociación de boxeo y que Tom Hanks no pasó de ser un náufrago de una isla desierta a profesor de simbología en una prestigiosa universidad americana. Todos ellos son actores y se ganan la vida personificando a sujetos que en la vida real no existen, exactamente lo mismo que hace el actor que personifica a Harry Potter.

En el cine vemos fantasías, incluso cuando las películas se “basan” en la vida real y entrecomillo la palabra basan, porque esa es la palabra clave en esos casos. Solo se “basan” el resto es fantasía.

Como les decía el asunto es la verosimilitud. Algunas películas son más verosímiles que otras por la forma del planteamiento, el guión y la producción. Y también – este es un ingrediente muy importante – porque queremos creer que es así.

Lo importante es la premisa. El señor de los Anillos, Harry Potter y las Crónicas de Narnia, para citar a los más recientes, tienen un planteamiento que se basa en una premisa que determina el trayecto de lo que va a suceder, la trama se desarrolla en un mundo de fantasía y a partir de ello surge todo lo demás.

Como ya mencioné hay otros factores como el trasfondo cultural de muchas películas, ya sea la cultura general, la cultura popular o lo simbolismos derivados de la cultura underground.

Hay una serie de películas que tienen referencia a clásicos del cine. Un no cinéfilo probablemente no encuentre mucho sentido a algunas referencias. Shrek es un buen ejemplo de constantes referencias a pasajes del cine clásico.

De la misma manera la película de Burton sobre la biografía de Ed Wood tal vez tampoco tenga mucho significado para quien no haya disfrutado las viejas películas de terror que alguien podría llamar hoy de “fantasiosas”.

La liga extraordinaria, por poner un ejemplo, podría ser también una película fantasiosa si pensamos en la imposibilidad material de colocar en la misma escena al capitán Nemo, a un vampiro, a Tom Sawyer y, al Dr. Jekill / Mr. Hyde y a Dorian Grey, además de un impecable hombre invisible y un aventurero británico. Sin embargo cuando comenté esta película con algunos amigos pude recibir tres clases de reacciones. A muy pocos les pareció muy interesante la hipótesis de trabajo. A otro grupo no le pareció ni bueno ni malo, pero no pudieron identificar al capitán Nemo, a Tom Sawyer, al Dr. Jekill y a Dorian Grey, en muchos casos pensaron que los personajes habían sido creados para la película. Un tercer grupo la consideró muy fantasiosa, pero a ese mismo grupo de gente le parecía verosímil Rambo en sus diferentes secuelas. ¿Extraño no?

También conocí gente que había considerado a Matrix como una película poco verosímil. Bueno, es evidente que Matrix es una de las películas con mayor trasfondo filosófico de los últimos tiempos. A quienes todavía no han entendido el argumento, sería buena idea documentarse acerca de las tesis de Renato Descartes y un poco más lejos, acerca del Topus Uranus de Platón.

No se me ocurre a alguien pensando en que La Guerra de las Galaxias sea una película fantasiosa. Lo que sucede en que su planteamiento es tan ajeno al mundo real, que su secuencia resulta verosímil. Sin embargo hay personas que cuestionan por ejemplo la apariencia de los extraterrestres (en esta y otras películas de ficción). Como dato les cuento que los realizadores de películas de ciencia ficción diseñaron monstruos extraterrestres en función a criterios científicos de lo que podría haberse creado en otros universos a partir de distintos climas, temperaturas y otros factores. El resultado fueron seres sin boca, oídos, planos, etc. Luego estos seres imaginarios fueron presentados a una serie de focus group y fueron rechazados. El ser humano prefiere los monstruos y extraterrestres antropomorfizados. Ese es un claro ejemplo de que nos resulta más verosímil “lo que queremos ver” como se mencionó líneas arriba.

Nunca escuché a nadie reclamar con Alf. ¿Se imaginan, un extraterrestre peludo que come gatos y que se halla alojado en la cochera de una casa de los suburbios en Estados Unidos? ¿O Mi Bella Genio, una deidad oriental que se esconde en una botella y cumple ilimitadamente los deseos de su amo? ¿No son demasiado fantasiosos? ¿No es demasiado fantasioso el mundo de La Sirenita y un cangrejo que habla?

En otros casos se cuestiona la apariencia. Dos ejemplos: 300 y La ciudad del Pecado (Sin City), para quien no conozca las historietas o tiras cómicas (“tiras cómicas” solo por hacer referencia el género, ya que las historias no son cómicas por sí) en las que se inspiran estas películas, difícilmente podrán comprender la magnitud del buen trabajo hecho por los productores, realizadores y director. Quien pretenda comparar 300 con el episodio histórico de Leónidas en las Termópilas estará definitivamente equivocado.

Kill Bill es otro buen ejemplo, Tarantino de ninguna manera quiso documentar la vida de una determinada persona apodada La Novia que quería vengarse de un tal Bill, las películas de la saga contienen diversos homenajes a las películas de artes marciales, y un claro referente al manga japonés. Si no se tiene ese referente cultural, la película puede pasar a ser también “demasiado fantasiosa.”

Podría abundar en cientos de ejemplos más, sin embargo a este punto creo que no es necesario. Los que tenían que darse cuenta de la idea central de esta nota ya lo han hecho, los que no se han dado cuenta, no lo harán aunque yo me despelleje en el intento. Lo que me parece indiscutible es que cuando comentamos de cine, teatro o música, generalmente nuestros comentarios hablan más de nosotros mismos que de lo que estamos comentando. En los casos que no sepamos bien de qué se trata lo que vamos a comentar, lo más apropiado suele ser seguir el consejo de los pingüinos de Madagascar: “Calladito me veo más bonito.”

sábado, 8 de octubre de 2011

UNA NOCHE EN EL INFIERNO (Cuento)

El Picuro corría a toda velocidad entre los árboles, a pocos metros Xico le seguía los pasos jadeando, con el rostro moreno cubierto de sudor y con los ojos desorbitados. A la distancia se escucharon unos disparos. El Picuro se detuvo, Xico le gritó sin detenerse:
¡Porra, não pare cara, corra!
El Picuro con el aire quemándole los pulmones siguió a través de la espesa selva, las ramas y lianas le azotaban la cara, los pies se le hundían el barro mojado, adivinaba los árboles a medida que la noche se hacía más oscura. En algún punto ya no escuchó tiros y se detuvo. Agazapado al costado de un tronco esperó en silencio. Un dolor intenso, quemante y eléctrico le subió por el brazo izquierdo desde la mano “¡Puta mare!” exclamó entre dientes, había puesto la manos sobre un nido de hormigas de fuego, eran diminutas y rojas pero su mordedura podía paralizar a un niño. Aguantando el dolor susurró:
– Xico… – aguantó la respiración y trató de escuchar algo, nada, solo las cigarras y sus chirridos ensordecedores, los sapos croando, los sonidos de las aves nocturnas, los animales del monte – Xico… – susurró de nuevo, y esperó rezando mientras sostenía con su mano derecha el rosario de plástico fosforescente que su madre le había regalado y siempre que colgaba al cuello cada vez que salía a hacer un trabajo – Santa María madre de Dios, ruega por nosotros pecadores … – repetía el Picuro una y otra vez esperando que la noche pase, de pronto empezó a llover, primero el lejano arrulllo, luego el sonido breve de las gotas sobre el follaje alto y los hilos de agua que se iban formando entre las hojas, finalmente las corrientes profusas bajos los pies arrastrando hojas y barro – Dios te salve María, llena eres de gracia… – y un estruendo sordo de un trueno lo hizo temblar, abrió los ojos y a lo lejos entre las ramas podía ver fragmentos de relámpagos cruzando las nubes – Bendita eres entre todas las mujeres… y de pronto sintió en la espalda la presión de un objeto puntiagudo, y de reojo un relámpago le devolvió el reflejo de una hoja de metal.
– Tranquilo Picuro – dijo Xico bajando el machete – vamos embora.
El Picuro se puso de pie y empezó a andar detrás del brasileño.
– ¿Dónde vamos? – preguntó.
Não sei.
– ¿Dónde estamos?
– ¡Não sei cara! – contestó molesto Xico.
– Ya, no te molestes tampoco ¿no? ¿Ya no nos siguen verdad?
– Ya no – contestó tajante el brasileño.
– Qué bueno – dijo para sí mismo el Picuro y le dio un beso a su rosario antes de guardárselo debajo del polo.

Caminaron cerca de dos horas en medio del monte buscando un sendero, Xico iba abriendo camino con el machete, lo que no evitaba que cada cierto tiempo resbalen como consecuencia del barro o las ramas invisibles a la altura de los tobillos. La lluvia no cesaba de caer. Cuando ya desfallecían se abrió un claro. Era una trocha que cortaba la selva.
– Nos salvamos – dijo el Picuro.
– ¿Você conhece aquí? – preguntó Xico mezclando el portugués con el castellano.
– Creo que sí – replicó el Picuro mientras miraba alrededor y trataba de ubicarse – este lugar se llama Infierno, no sé cómo se fala en portugués.
Inferno mesmo – dijo Xico mirando alrededor – Inferno, ¡que coisa!
– Sí – afirmó riendo por fin el Picuro – así le pusieron los antiguos caucheros a este sitio, por el calor, lo difícil del sitio y las fieras. Parecía un infierno. Y ahora hay un pueblito de indios que se llama así también. Ya estamos cerca, caminando dos horas más llegamos, al lado del pueblo está el rio Tambopata, allí podemos conseguir un bote y llegar mañana a Puerto Maldonado.
Não, não – negó enfáticamente Xico - não temos que ir por la estrada, nos vamos por el mato.
– ¡Ah, entiendo! – exclamó el Picuro moviendo la cabeza de arriba a abajo – sí, Xico, vamos por el monte, la policía podría estar patrullando la carretera.

Se pusieron a andar tratando de no perder de vista la trocha, procurando avanzar en paralelo y cuidando de no ser vistos. El cielo estaba escampando, algunas estrellas tímidas aparecían en lo alto pero no había luna. Relámpagos lejanos alumbraban de tanto en tanto el sendero. El Picuro siempre detrás de Xico, pensando en qué habría sido de la carga. Habían tenido que abandonar la lancha apenas se dieron cuenta que la policía estaba detrás de ellos. Casi se orina cuando sintió los balazos zumbando bajo el agua cuando trataba de llegar a nado a la orilla. Ese Xico, era un demonio. Había nadado más rápido que él y todavía había tenido tiempo de agarrar un machete antes de lanzarse al agua. Ya le habían dicho que era buen compañero, aunque algo hosco y de mal humor para ser brasileño.

Ya habían caminado más de una hora y estaban cansados, el Picuro había notado que Xico caminaba un poco lento, miró a la izquierda y vio las luces del pueblo. “ya estamos cerca…” pensó, y al volver la vista lo aterró la imagen de una sombra oscura cayendo sobre Xico y el sonido característico de los felinos salvajes. Picuro quedó estático mientras Xico gritaba “¡terçado, porra, terçado!” el Picuro estaba petrificado, retrocedió unos pasos y le tomó algunos segundos identificar la palabra. El machete, el machete se le había caído al brasileño. Era inútil, empezó a correr hacia la ciudad, sin mirar atrás, escuchando los gritos mortales del brasileño y los rugidos atroces del animal, corrió con todas sus fuerzas y en el esfuerzo se resbaló en el barro cayendo de bruces, se levantó como pudo y un rayo sobre el cielo iluminó todo como la luz del día y en ese instante lo vio, a sus pies y en medio del barro su rosario. Se agachó de nuevo tratando de buscar, metió las manos en el barro mientras se palpaba el pecho por encima del polo para confirmar, sí se había caído, allí estaba, lo sintió, lo tomó con su mano derecha en el preciso instante que el poderoso zarpazo abría su costado y los enormes dientes se enterraban en su garganta.

* * *

Al día siguiente la policía reportaba el extraño caso de dos prófugos narcotraficantes que habían sido atacados por un felino de gran tamaño en las inmediaciones de la comunidad de Infierno, a orillas del caudaloso rio Tambopata.

EN BUSCA DE DIOS

Todo empezó con la prematura conversión al credo mormón por parte de mi hermano mayor, Jorge Luis, al que llamamos Tony. No tengo muy claro por qué él en particular se convirtió. Yo tengo una serie de posibles hipótesis, pero ninguna comprobable, así que no abundaré más en el tema.

En aquél entonces yo debo haber tenido unos siete años tal vez. El tiempo es un poco borroso pero si puedo recordar claramente los hechos. Como recordarán los que leyeron mi nota llamada “¡Por Dios, yo no soy ateo!” publicada el mes de enero del dos mil once en este mismo blog, durante mi temprana infancia recorrí prácticamente todas las iglesias del centro de la ciudad de Arequipa acompañando a mi acongojada madre en sus oraciones. Entiendo que por una cuestión generacional mi madre suponía que lo más natural era que todos sus hijos resultásemos católicos como ella, pero en los años setenta el mundo cambiaba.

Una cosa que yo agradezco mucho fue el que gracias a Tony nos hubiésemos topado con la religión mormona, sus altos valores morales (a pesar de que muchos de sus detractores digan lo contrario) ayudaron mucho que nuestra familia se mantuviese fuera de la delincuencia o las drogas que eran muy comunes en el barrio que nos tocó vivir por esos años.

Como toda religión, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (¡vaya nombre!) se preocupaba mucho de que sus fieles hicieran tarea de evangelización en sus propias familias primero. Así fue que por iniciativa y a veces intensa insistencia de Tony fuimos recibiendo a los primeros misioneros o élderes mormones. El elder Taylor es el que más recuerdo. Un gringo amable que le tomó mucho cariño a la familia y asumió el reto de bautizarnos a todos. Era interesante para nosotros que a duras penas contábamos un televisor en blanco y negro a tubos, ver los modernos dispositivos electrónicos que traían los misioneros a nuestras casas y permitían proyectar filminas en una de las paredes de la sala (que hasta ahora recuerdo llenas de huecos de las marcas de incontables clavos) convirtiendo la casa en una especie de mini cine. Yo me imagino que eso debe haber sido hasta un símbolo de estatus, que los vecinos tan pobres como nosotros vean entrando a nuestra casa a estos apuestos gringos de camisa blanca, corbata y plaquita negra de acrílico con su nombre en el bolsillo izquierdo para darnos las “charlas” de evangelización y los lunes por la noche enseñándonos como se hacía una “noche de hogar.”

Lo cierto es que nos bautizamos todos, excepto mi mamá que es cien por ciento católica y mi hermana menor Charo que en aquél entonces era muy pequeña. Tampoco recuerdo mucho si mi hermana mayor lo hizo, pero tengo absoluta certeza que todos los demás sí, los cinco hermanos.

Como consecuencia de la herencia genética de nuestros padres, la disciplina militar de papá y la bondad infinita de mamá, nos tomamos bastante a pecho el asunto y nos hicimos buenos mormones por un tiempo.

A esa corta edad, que calculo debe haber sido entre mis ocho y doce años, obtuve como premio mil dudas en lugar de respuestas. Si bien habían cosas divertidas como las “noches de talentos” y las “reuniones dominicales” que eran los equivalentes a las misas católicas y que eran mucho más activas y participativas que estas últimas, lo cierto es que también habían cosas que me mostraron la cara verdadera del mundo real. Para en aquél entonces yo ya llevaba bastantes libros leídos y era bastante difícil que me cuenten cuentos, sobre todo porque una de las primeras cosas que leí en la vida fueron los veinte tomos de la enciclopedia “El Tesoro de la Juventud” como ya también les conté en otra nota.

Lo primero que me causó una mala impresión fue el ahínco con el que se empeñaban los jerarcas distritales de la iglesia mormona en desacreditar a la iglesia católica. Si algún mormón o de cualquier otro credo lee esto, un consejo: no funciona, sobre todo para quienes tenemos la capacidad de cuestionar el entorno aunque tengamos tan solo once años. ¿No se supone que uno debe hablar más de sus méritos que de las falencias de la competencia? Me sentía como en un grupo de adoctrinamiento. Si bien los principios de castidad, honorabilidad y moral de la iglesia mormona eran muy sólidos, las personas que tenían la tarea de educar a los miembros en el credo hacían muy mal trabajo. Entonces vino el problema. Una de las principales razones por las que acepté bautizarme, era porque el elder Taylor (que para entonces ya se había ido) me contestaba todas las preguntas y me aseguró que una vez siendo miembro encontraría más respuestas. Eso me daba una enorme luz en el camino, ya que los sacerdotes católicos que había conocido hasta ese entonces, incluido el capellán del ejército que oficiaba en mi colegio, resolvía todos mis cuestionamientos con respuestas similares a estas: “Eso es un sagrado misterio” o “Dios dijo no me tientes con preguntas…”

En la iglesia mormona sucedió lo mismo, la historia de José Smith – que fue el fundador estadounidense de la religión – que descubrió gracias a la aparición del ángel Moroni una planchas de bronce y oro con escritura parecida a la cuneiforme con la palabra de Dios, la venida de Jesús a América, el viaje de Lehí y su familia cruzando el atlántico usando una antigua brújula entregada por Dios llamada Liahona, la historia de los lamanitas, los nefitas, la muerte de estos últimos en manos de los primeros y el castigo divino de Dios de oscurecer la piel de los lamanitas y que constituyó el origen de los pueblos Mayas, Incas, Aztecas, Cherookes y etc. Todo ello era muy consistente desde el punto de vista histórico, hasta el punto de que el asunto empezaba a cojear para mí de la misma pata donde cojean casi todas las religiones. Una prueba de carbono 14 a las planchas de bronce y listo, resuelto el problema de la religión verdadera. Pero no, el ángel Moroni por encargo de Dios, le había pedido a José Smith que le entregue las planchas luego de que las tradujo para llevarlas al cielo. Nuevamente nada comprobable, un nuevo libro: el libro de mormón, con origen incierto y nada más.

A pesar de esos problemas bien pude haberme quedado feliz con ese credo. A pesar de la insistencia con la que cobraban el diezmo (que era la décima parte de lo que uno no tenía, por lo menos en mi caso en esa época) y la necesidad de ser misionero y evangelizador todo el tiempo y en particular al cumplir los dieciocho años como una especie de servicio militar obligatorio.

Lo malo es que a pesar de las claras reglas, como la castidad, el cuidado del cuerpo (los mormones no consumen alcohol, tabaco, té, café, bebidas gaseosas negras, etc.) la observancia de la moral, la humildad, el amor al prójimo y la decencia, vi que casi nadie observaba esas reglas, en particular los más recalcitrantes defensores del credo y terminaban comportándose como las viejas cucufatas católicas que yo tanto había detestado.

Así que para hacerla corta, un día me salí. Me fui a recorrer a mis tempranos trece el mundo de las drogas y el rock and roll, con la esperanza de que el sexo llegue pronto también. Sin embargo en mi mente siempre me quedaba la duda de quién tenía finalmente la razón. Los mormones habían tratado de manipularme vilmente, había una frase que se usaba mucho en la iglesia que decía más o menos así: “Dios ve con mejores ojos el día del juicio final a quienes nunca tuvieron la oportunidad de conocer la verdad, que a aquellos que conociendo la verdad, le dieron las espaldas.” En clara alusión que la iglesia mormona era la única verdad. Es decir el código de la mafia. Sabes demasiado como para irte y el castigo es que Dios te va a mandar al infierno en la entrevista de rigor en el juicio final. A pesar de mi edad me di cuenta de lo bajo del truco. Con esa idea en mente, en mis tiempos libres leía todo lo que caía en mis manos respecto a las religiones, las revistas de los Testigos de Jehová, veía el Club 700 en la tv y no me perdía un episodio del Hermano Pablo, tratando de descubrir finalmente quién tenía la razón.

Por aquél entonces fue también que empecé a leer la Biblia, una que tengo guardada hasta ahora en una de mis cajas de libros, tapas azules y hojas de papel casi transparente pintadas de rojo en su borde externo. Empecé como se debe, desde el capítulo I del Génesis y hasta el Apocalipsis. No cabe duda que hay párrafos intensos y casi literarios, también los hay oscuros y casi indescifrables. El Génesis, el Éxodo y los cuatro evangelios son sin duda alguna los más fáciles de leer. Los más complejos el Apocalipsis y los Salmos. Luego de haberla leído, he tenido que volver a leer grandes fragmentos años después porque siempre aparece alguien que me sorprende con nuevas interpretaciones de libros que me parecían claros.

Cuando tenía dieciséis era un perfecto católico moderno, es decir iba a misa los domingos y me olvidaba del asunto el resto de la semana, fumaba y tomaba con mis amigos, ya tenía algunos cachuelos entonces, contaba por tanto con algunos magros ingresos. Incluso a veces me confesaba y comulgaba para complacer a alguna enamorada y hasta iba a las procesiones. En algún oscuro punto de mi memoria puedo verme a mí mismo cargando un anda o sosteniendo la soga que separa a los cargadores de los fieles. También recuerdo que fui de peregrinación a Chapi, algunas veces con mucha fe y otras, soy franco, sin tener mayor convicción, como la mayoría de mis coetáneos.

Con mi llegada a la universidad conocí un grupo de seres humanos diferentes, ellos no se hacían problemas con nada. Leían a Nietzsche, a Platón, Sócrates, Hegel, a Marx y Engels, escuchaban a cantantes raros como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Victor Jara y Mercedes Sosa. Se les conocía con el subversivo nombre de “Los Ateos”

Yo ya había escuchado antes a Silvio y Milanés en las fogatas del Círculo Militar, el Club Internacional y en las playas de Mejía, donde lograba colarme gracias a mis amigos pudientes, se hablaba de ellos, del Ché Guevara y de Cuba como un sueño romántico y se mezclaban las canciones con las de Sui Generis y el gran Charly. Pero esos eran revolucionarios de pose, socialistas de salón. Los que conocí en la Universidad Nacional de San Agustín eran de verdad. Daba miedo tocarlos. Se sabían el manifiesto marxista de memoria y podían refutar la existencia de Dios en cinco plumazos.

Yo estaba sinceramente impresionado, “¡O sea que la verdad era que Dios no existe! ¡Con razón ninguna religión tiene la verdad!” pensaba yo. Tenía que averiguar más acerca de Marx, Engels, Lenin y Mao Tsé Tung. Así fue que leí el Capital, no me sirvió de mucho para el tema de la búsqueda de Dios para ser franco, pero si me fue útil para no quedarme callado en los debates universitarios de balcón a balcón como en aquellos buenos tiempos. Hago un paréntesis. En aquél entonces yo tenía diecinueve años, muchos ideólogos y oradores de mi facultad tenían diecisiete, algunos ya habían sido dirigentes en sus partidos. Haya de la Torre y Mariátegui en su momento ya eran unas luminarias a esas edades. ¿Cómo es posible que hoy en día los universitarios de diecisiete y hasta veintiún años sean incapaces de elaborar un par de frases completas y su manejo del castellano sea menos que deficiente? Bueno. Los tiempos cambian.

Continuando con la historia. Lo del ateísmo no terminaba de convencerme. Me parecía una teoría de comunistas afiebrados. Además el recrudecimiento del terrorismo en esa época (ya terminaban los ochentas) desprestigiaba más el socialismo y el comunismo, y con ello el ateísmo. El social cristianismo aparecía como una ideología más vanguardista. Así que en mis años universitarios me hice social cristiano, pero no mentiré… bien pegado a la derecha. Aproveché también y con más recursos para conocer a fondo a Descartes y Nietzche entre otros.

También pasé por otros lugares que lamentablemente no les puedo contar con detalle, pero baste saber que me permitieron abrir los ojos y mirar a lugares donde no había estado mirando. Aprendí que la abundancia no tiene nada que ver con millones de dólares y que la pobreza material no tiene nada que ver con ser un buen ser humano. Una de las cosas más importantes que aprendí es que no tiene que haber EL DIOS con nombre y apellido. Estos nobles hermanos me enseñaron que basta saber que hay una fuerza superior, póngale usted el nombre que le quiera poner. Y otra cosa más importante: usted es parte de esa fuerza superior, el universo funciona en armonía, y si hubiese un Dios, digamos que es… algo así como un Gran Arquitecto.

Cada año que pasaba mi ideología política se iba posicionando cada vez más a la derecha. Claro cuando uno empieza a trabajar y tener sus propias cosas, la idea de la propiedad común ya no es tan divertida como cuando uno no tiene un quinto. Una cosa es ser el que va a recibir el patrimonio arrebatado supuestamente a los ricos, y otra cosa es distribuir el poco patrimonio que uno tiene entre los que no tienen nada, sabiendo que los ricos a la larga nunca van a ser afectados como siempre en la historia.

Sin embargo seguía con mis cuestionamientos a la Iglesia, llegué a la conclusión clara y meridiana que las iglesias sin importar cuales, todas estaban equivocadas. Casi todas ellas son grandes corporaciones que lucran con la fe de las personas. Cuando acabé mi carrera, hice una maestría en Derecho Civil, mis principales esfuerzos fueron dedicados al Derecho Romano, y así me puse a averiguar de historia, y la historia confirmó cada una mis teorías. Los comunistas decían en la universidad que la religión es el opio del pueblo, creo que es algo así, pero está muy vinculado a la falta de educación. Investigué todo lo que pude y no paré hasta los egipcios, caldeos y sumerios. Las primeras civilizaciones y sus credos. La aparición del ser humano en el planeta y lo antiguo que es nuestro sistema solar y lo bien que le fue antes que apareciese el hombre para destruir todo.

Algunos años después apareció Dan Brown y toda la polémica del Código DaVinci y aportó datos a la humanidad que para ese entonces yo ya tenía claros. En aquél entonces me declaré agnóstico con la angustia de no poder demostrar que Dios no existía pero tampoco que sí. Mi afán nunca fue demostrar la existencia o no de Dios, solo estar claro en cualquiera de las dos posibilidades. Siempre he tratado de ser consecuente con mis ideas. Admiro mucho a los ateos por su seguridad, pero siempre había algo que no me cuadraba en tanta certeza.

Lo cierto es que la fe es útil para mucha gente, y no hablo de la fe en determinado Dios o determinado credo. Me refiero a la fe. Hablar de la fe en UN Dios o en la iglesia católica es una postura obcecada. Hay gente que tiene fe en las vacas, en las ratas, en la reencarnación, en las aves carroñeras, en los rayos y truenos, en el sol, en los tigres, en los arco iris, en las piedras de colores, en las aguas de los ríos. Mientras las personas tengan fe en lo que quieran creer, y en virtud a esa fe hagan cosas para ser mejores, creo que la fe es útil si no indispensable. Si alguien cree con sinceridad en el poder de una piedra ¿Quién soy yo para imponerle otra fe en una imagen de yeso? ¿O peor aún, en un algo que no se puede tocar ni oler ni sentir y que esta persona nunca entenderá? Si usted es cristiano y viene una persona y le dice que está equivocado, que la salvación a su alma tiene que ver con renunciar a Jesús y adorar una vaca, ¿usted lo haría? ¿Entonces por qué la gente insiste en hacer exactamente lo opuesto como si solo lo opuesto fuese lo correcto?

Yo no creo en las religiones y eso es muy diferente a cuestionar la fe de las personas. Nunca he cuestionado la fe de ninguna persona pero si me pone muy mal que traten de catequizarme o evangelizarme. Reclamo tolerancia una vez más.

Bueno para terminar, un día encontré a Dios. Y no puedo decir que haya sido luego de un momento traumático o una epifanía o el resultado de una experiencia religiosa, me parece que fue resultado de esta larga búsqueda que no termina, de las lecturas de Stephen Hawking que me guió como nadie en ese camino y la información que recibí de ateos, comunistas, metafísicos, sacerdotes, mormones, pastores y hasta hechiceros y chamanes. Pero sobre todo de una búsqueda interior. Dios está dentro de uno mismo. Me sigo autodenominando agnóstico cuando me lo preguntan por contraposición, pero contraposición a las religiones, no en contraposición a la fe. Dios finalmente está donde siempre estuvo. Yo tengo la fortuna de haberlo encontrado y vivo en paz con ello. Esta nota no es una receta para encontrarlo o un mapa. Solo les cuento el camino que yo seguí. Sé también que el camino es diferente para cada uno. Lo importante es nunca perder la fe.

domingo, 2 de octubre de 2011

EL MANANTIAL (Cuento)

El ingeniero Alonso Vargas lanzó su maletín sobre la cama del cuarto de hostal y colocó la computadora portátil sobre la pequeña mesita de madera pegada a la pared. Sudoroso todavía por el viaje se paró frente a la ventana y abrió las cortinas, el cielo azul del valle costeño lo hipnotizó por algunos segundos. A los seiscientos metros sobre el nivel del mar, el pueblo de Huancarqui escapaba de la desagradable neblina costera.

Luego de tomar un baño se sentó en la modesta mesita para revisar los planos mientras esperaba. Unos minutos después tocaron a su puerta. Abrió y ante él estaba un hombre de mediana estatura, sosteniendo un sombrero sobre el pecho y saludando con una amplia sonrisa decorada por un frondoso bigote blanco.
– Ingeniero, buenos días. Vengo a llevarlo a los baños – le dijo.
– Gracias, usted es….
– Soy Manuel Dávila – contestó rápidamente el hombre con el acento de la zona y haciendo una venia a cada término de frase – para servirlo Ingeniero, soy concejal de Huancarqui, el alcalde me ha pedido que lo lleve a los baños. Que lo guie ingeniero.
– Gracias de nuevo – replicó Vargas, mientras tomaba su mochila con la lap top – ¡Vamos!

En la recepción del hostal había una guapa mujer, de traje, esperándolos. Era la asesora legal de la municipalidad. Como era la única que tenía auto, le habían pedido que los ayude en el traslado del ingeniero a pesar de que el manantial solo estaba a tres kilómetros de distancia. Se presentó rápidamente, Dana Sánchez era su nombre. Subieron al vehículo y se dirigieron al sur.
– ¿Es usted de Lima? – preguntó la abogada a Vargas.
– No – contestó el mirando el paisaje por la ventana del automóvil – soy arequipeño.
– No parece – dijo la mujer con algo de coquetería – no tiene el aspecto ni el acento.
– Las apariencias engañan doctora, estudié mi carrera en Arequipa, pero estuve viviendo unos años en Estados Unidos haciendo una especialidad y trabajando un poco.
– ¡Ah! ¡Qué bien! Yo también estudié derecho en Arequipa – contestó Sánchez.
– ¿Y por qué se regresó Ingeniero? – preguntó curioso Dávila.
– Las cosas allá no son lo que parecen, últimamente con la crisis económica la situación se puesto difícil para los inmigrantes. Actualmente es más fácil conseguir trabajo de pintor de brocha gorda que de ingeniero. Además el Perú se ha puesto de moda. Por eso volví.

Se quedaron en silencio, Vargas recordando el intenso amor no correspondido, cuyas heridas todavía no cicatrizaban, que lo empujó a regresar al Perú, Sánchez soñando con esas avenidas de Miami que había visto en la televisión donde le gustaría ir a comprar ropa cara algún día y Dávila en el asiento de atrás pensando en que si él pudiera ir a Estados Unidos trabajaría de pintor de brocha gorda, de albañil, de barrendero aunque sea, pero no regresaría nunca aunque lo boten.

Cuando llegaron al lugar bajaron del auto y Vargas empezó a tomar fotos, mientras iba preguntando detalles. Sánchez y Dávila le explicaban. El lugar se llamaba Chancharay, famoso por sus ojos de agua de los cuales brotaba una cristalina y fresca corriente que terminaba formando un manantial. Le explicaron a Vargas que el agua tenía propiedades milagrosas, curaba el reumatismo y ayudaba a la cicatrización de heridas, además de hacer desaparecer la esterilidad en las mujeres. Si se bebía, curaba cualquier dolencia estomacal. Mucha gente venía de diferentes lugares del Perú y bebían el agua, se la llevaban en botellas o se bañaban en la piscina que había antes de que la crecida del rio la destruyera. La municipalidad estaba interesada en reconstruir la piscina y convertir el lugar en un atractivo turístico de primer orden.
– ¡Qué interesante! – dijo Vargas sin dejar de tomar fotos.
– Claro – agregó Dana Sánchez - además de los petroglifos de laja, nuestra comida a base de camarones, nuestro arroz, la fruta, también los maicillos, los biscochos…
– Huancarqui había sido una joya – interrumpió Vargas – ¿y cómo sabe usted tanto doctora? – preguntó.
– Yo me eduqué en Arequipa, pero soy de aquí, al igual que mis padres.
– Interesante…
Vargas caminó hacia el auto y anotó algunas cosas en su computador.
– Bueno creo que ya tengo los datos suficientes para el diseño del proyecto, solo me faltan dos cosas. Tengo que tomar fotos del lugar en la tarde antes del ocaso y mañana temprano al amanecer para determinar el ángulo del sol. ¿Creen que podríamos regresar más tarde y mañana?
– Por mí no hay problema – dijo Dávila, luego hizo el gesto de sostener un timón entre sus manos – pero no sé si la doctorita…
– Yo tampoco tengo problema Ingeniero – dijo Dana.

* * *

Al atardecer la abogada pasó por el hostal donde se hospedaba el ingeniero Vargas para llevarlo de nuevo a Chancharay. Excusó a Dávila que no había podido venir por causa de sus obligaciones en la municipalidad. En el camino el ingeniero le comentó a Dana Sánchez acerca de lo agradable que le había resultado el almuerzo.
– Así es – dijo Dana – aquí se come muy bien. Y ya no me diga doctora, puede decirme Dana.
– Muy bien Dana, yo soy Alonso.
– Mucho gusto Alonso – replicó ella sonriendo.
Luego de tomar las fotos que requería, Alonso se sentó unos minutos a ver el atardecer. Siempre le habían gustado las puestas de sol. Volteó para comentar con Dana las tonalidades que había adquirido el cielo y la notó visiblemente incómoda.
– ¿Nos vamos? – preguntó ella.
– Disculpa Dana, fui egoísta, seguramente tienes cosas que hacer.
– No, no es eso. Tal vez pienses que es una tontería, pero los Huancarquinos nunca nos quedamos de noche por aquí.
– ¿Y eso a que se debe?
– Bueno, no te rías por favor Alonso. La gente del pueblo dice que al anochecer, en este manantial aparecen sirenas que seducen a los hombres para apropiarse de su alma…
Alonso no pudo evitar lanzar una carcajada.
– ¿Ya ves?
– Pero Dana, usted es un una profesional, ¿cómo va a creer en esas cosas?
– Me sigues llamando de usted. Y bueno, creo y no creo. Mi razón me dice que es un mito, pero uno crece escuchando esas cosas todo el tiempo, es difícil sacarse la idea, además soy algo miedosa.
– No tenga… perdón, no tengas miedo Dana – dijo Alonso – mira, yo regreso caminando. No quiero perderme este atardecer. Después de todo son solo tres kilómetros hasta el hostal.
– ¿Estás seguro?
– Lo estoy.
– Está bien – dijo Dana dirigiéndose al auto, volteó y agregó - ¿Y mañana?
– Apenas amanezca, quiero ver por donde sale el sol – señaló Alonso.
– Paso por ti entonces.
– De acuerdo Dana. Gracias.
– De nada.

Alonso se quedó sentado sobre una piedra, mirando el horizonte, fotografiando de rato en rato los tonos de naranja y rojo que se desplegaban en el cielo. Los pocos turistas que había cerca se retiraban lentamente. Pensó en lo bonito que quedaría el proyecto que tenía pensado, la construcción tendría una cúpula de vidrio templado para ver el atardecer, un restaurant de primera contiguo a la piscina, un sauna, juegos para los niños, podría agregar una discoteca o pub, lo podrían llamar “la Sirena” para aprovechar el mito popular. Ya se imaginaba la entrada: una especie de túnel marino con acuarios en las paredes, con la escultura de una sirena sensual de senos descubiertos recibiendo a los turistas nacionales y extranjeros. Oscureció. Metió la cámara en su mochila junto con su laptop y se levantó para irse, ya de pie se detuvo un momento a ver las estrellas apareciendo. La luna en cuarto creciente ayudaba a la visibilidad, era un espectáculo precioso. La cúpula de vidrio que había planeado serviría también para ver las estrellas, podía imaginar todo el conjunto, comensales de todas las nacionalidades cenando a la luz de las velas con el cielo estrellado sobre ellos. Tenía que pensar la manera de reducir la luz exterior para evitar que disminuya el contraste. Miró alrededor y le pareció escuchar unos gemidos. Sonrió, probablemente alguna pareja de turistas traviesos se había quedado escondida para hacer el amor bajo las estrellas. Caminó unos pasos rumbo a la pista y escuchó que lo llamaban con susurros seseantes. Volteó, pero no había nadie. “Qué extraño” pensó “deben ser las sirenas” se dijo y sonrió; caminó un trecho pequeño y tuvo la sensación de estar olvidando algo. Nuevamente volteó pero ya no se distinguía con claridad la piedra en la que estuvo sentado. Sacó su celular y presionó una tecla para que la pantalla le sirva como linterna, volvió sobre sus pasos y revisó, no había nada. Cuando se incorporó estuvo a punto de gritar del susto.
– ¡Dana! – exclamó – casi me matas de la impresión.
– Disculpa, pasé por el hostal para invitarte a cenar y me dijeron que no habías vuelto, me preocupé y vine a buscarte.
– Gracias. En verdad este lugar da miedo en la noche. Pero con la correcta iluminación quedará bien cuando terminemos el proyecto.
– ¡Eso espero! – dijo Dana sonriendo.

Abordaron el auto y Dana manejó hasta la ciudad, una vez allí Alonso subió a su cuarto, se cambió rápidamente de ropa, se aseó un poco y salió nuevamente. Fueron a cenar a un pequeño restaurant frente a la plaza principal. Hablaron mucho y rieron más. Tomaron algunas copas y se contaron fragmentos de sus vidas. Al terminar salieron del lugar, una vez en la calle Dana se ofreció a llevar a Alonso a hostal.
– Pero Dana – protestó Alonso – el hostal está a doscientos metros. No se preocupe.
– Mira el cielo Alonso – dijo Dana ignorando la protesta – ¿no te parece lindo?
– Sí – asintió él levantando la vista – es espectacular, precisamente eso estaba disfrutando en Chancharay antes de que llegaras.
– ¿Quieres ir a ver las estrellas desde Chancharay? – preguntó emocionada Dana.
– ¿No te da miedo?
– Contigo no – dijo ella sonriente.

Subieron al auto. En unos minutos estaban de nuevo en el manantial. Descendieron y se quedaron hipnotizados por el espectáculo de la vía láctea cruzando el espacio. Alonso iba contando las estrellas, recordando sus nombres, identificando constelaciones, la cruz del sur, el escorpión… cuando de pronto sintió el aliento suave de Dana en su cuello y sus brazos rodeando su cintura, el calor de su cuerpo pegado al suyo, las manos de ella acariciaban ya su pecho y él se dejó llevar. Volteó y estaba allí frente a él esa mujer preciosa a la luz tenue de la luna y las estrellas. Ella se quitó la casaca de piel, sin prisa, luego la blusa y el brasier. Su piel parecía brillar, como si estuviese mojada. Se besaron apasionadamente y terminaron de desnudarse. Apoyados en el auto se acariciaron a pesar del frio, las manos de Alonso resbalaban por el cuerpo excitado de Dana como si estuviese cubierta de una fina capa de aceite exótico, su olor marino lo volvía loco. La besó con desesperación, su mente trató de ligar los recuerdos y no lo consiguió, sabía que antes había amado a alguien en un lugar lejano pero no podía recordar a quien ni dónde. Se sintió caer el suelo y trató de abrir los ojos pero un extraño sopor lo consumía. Sentía las caricias de ella, los besos, luego su vulva caliente y húmeda apoderándose de su virilidad. Tenía la sensación de estar en medio de un sueño brumoso, el ambiente se tornó húmedo, pegajoso. El sexo ya no era placentero, más bien doloroso sin embargo no podía dejar de sentir una rara excitación que mantenía en vigor la cópula. Logró distinguir la figura de la mujer montada sobre él, gozando una y otra vez, pero él solo sentía una angustia tormentosa y cada vez menos fuerza en su cuerpo. Quería dejar de sentir, pensar en otra cosa pero no podía; quiso escapar pero sus músculos no le respondían, de pronto y contra su voluntad sintió los estertores del orgasmo, recordó esa sensación de la adolescencia de la eyaculación no deseada. La mujer gimió con intensidad moviéndose más rápido y él acabó. Ahora solo quería ir a casa, ella sin embargo se mecía lentamente sobre él disfrutando seguramente su propio orgasmo, su cadera dibujaba sinuosas líneas, su pelvis trazaba imaginarios círculos concéntricos, para su sorpresa su erección no se había perdido, si no que más bien se mantenía, ella ignorándolo por completo empezó de nuevo el ritual, Alonso no podía articular palabra, solo quería escapar mientras la mujer seguía disfrutando. Quiso gritar pero lo atrapó esa horrible sensación de las pesadillas de querer gritar y que las cuerdas vocales no emitan sonido alguno. ¿Sería una pesadilla? Solo entonces notó que sus ojos estaban húmedos, estaba llorando en silencio.

* * *

Con los primeros rayos del sol, Manuel Dávila lo despertó. Alonso trató de incorporarse pero estaba sumamente débil. Dávila que parecía conmocionado, le pidió que no se mueva, estaban trayendo la camilla de la posta. Al parecer lo habían asaltado porque lo habían hallado desnudo sobre la tierra luego de que salieran a buscarlo cuando les informaron en el hostal que no había ido a dormir. Alonso miró alrededor y se dio cuenta que estaba en Chancharay, lo último que recordaba era estar tomando fotos del atardecer. Lo cubrieron con una manta y lo subieron con cuidado a la camilla. Escuchó a un policía avisándole a Dávila que habían encontrado su mochila y su ropa. Alonso respiró aliviado, estaba preocupado por los planos del proyecto. Mientras lo subían a una camioneta a guisa de ambulancia, el policía que había encontrado las cosas se acercó a Dávila.
– ¿Si es un asalto porqué no se han llevado la computadora ni la cámara?
– No parece asalto teniente – dijo Dávila – el ingeniero ayer pesaba por lo menos diez kilos más. ¿Ha visto cómo tiene los ojos hundidos?
– ¿No me diga que usted también cree en esos cuentos de sirenas? – se burló el teniente.
– Todo es posible – contestó Dávila suspirando – todo es posible.

En la camioneta Alonso se alegraba de que no le hayan robado la computadora, solo se sentía débil, algo pegajoso y unas raras placas pequeñas y transparentes, parecidas a escamas cubrían partes de su piel.