martes, 30 de agosto de 2011

VARADO EN EL DESEO (Cuento)

Apenas llegó a la ciudad Rafael sintió que se había trasladado a otra dimensión. Mientras el chofer del auto que había alquilado para traerlo bajaba las maletas, él se quedó mirando el horizonte infinito sin edificios, el cielo azul limpio y aspiró profundamente el aire perfectamente respirable. Pensó en que una de las maravillas del Perú, era que todavía hubiesen pueblitos como este donde uno se sentía diferente, por decirlo de alguna manera. Le pagó al taxista y entró al modesto hotel, que según su secretaria era el mejor de la ciudad de entre los únicos tres que había. Se registró y rápidamente se dio un baño. Tenía que encontrarse con los ejecutivos chilenos que estaban interesados en construir un casino en esta localidad.

Luego de la larga y poco productiva reunión – ya que los inversionistas se dieron con la ingrata sorpresa que prácticamente no había forma de sanear los terrenos ofrecidos por la municipalidad a corto plazo y que las redes de agua, desagüe y fluido eléctrico eran menos que precarias – regresó al hotel. Allí se dio cuenta que la pequeña ciudad no sólo tenía los problemas advertidos por los ejecutivos de la transnacional, si no que prácticamente no había internet y la señal de telefonía era de pésima calidad. Pasó cerca de media hora tratando de comunicarse con su secretaria para confirmar el retorno a Lima, cuando lo logró su humor cambió al enterarse que su vuelo se había cerrado por mal tiempo y que el siguiente sólo saldría el domingo al medio día. Colgó ofuscado, pero fiel a su modo de ser, tomó el control de la situación y decidió quedarse en el pueblo hasta el domingo temprano para descansar y explorar las oportunidades de negocio para el futuro.

Era viernes por la tarde y la pequeña ciudad empezaba a cobrar una ligera agitación propia del fin de semana. Se acomodó bajo la sombra de uno de los frondosos árboles de castañuela de la modesta plaza principal y vio jugar a unos niños y cómo algunas tienditas de los alrededores se iban convirtiendo en improvisados bares con el transcurso de las horas.

Al oscurecer los mosquitos perturbaron su descanso, se puso de pie y caminó hacia la vía principal, cenó un bocado rápido, allí lo atendió correctamente una guapa mujer madura de ojos claros que hablaba un fluido español pero con un marcado acento portugués.

Al terminar pagó la cuenta y se fue a descansar. La mujer se despidió cortésmente, pero no pudo dejar de sentir un cosquilleo cuando ella le clavó los ojos al decirle “buenas noches doctor”. Por supuesto no le llamó la atención que la mujer se dirigiera usando esa expresión, sabía perfectamente que en el Brasil se llama “doctor” por cortesía a cualquier funcionario de alto rango. Seguramente la mujer habría pensado que él era un funcionario del estado o algo similar. Una vez en su cuarto encendió el ventilador y durmió rápidamente.

Al día siguiente el fuerte calor lo expulsó de la cama. Tomó un baño y salió. Sus pies lo dirigieron automáticamente al mismo lugar donde había cenado la noche anterior. Escogió una mesa en la terraza del restaurant, desde donde podía ver la calle y el movimiento de la gente. Desayunó y lo atendió la misma mujer. Le preguntó su nombre, se llamaba María Aparecida do Todos os Santos, pero prefería que la llamen Aline. A Rafael nunca le había quedado claro por qué en el Brasil los sobrenombres son tan distintos a los nombres propios. En el Perú Tito puede venir de Ernestito, Nano, de Juan, Juano. Lita de Amalia, Amalita. Jana de Alejandra. Pero en Brasil a Joao se le decía Sisinho, a Edinés la llamaban Duce, cosa similar con los vistosos sobrenombres de jugadores de fútbol, caso emblemático: Edson Arantes do Nascimento - Pelé.

Rafael terminó el desayuno, quería ir a caminar, pero de pronto el cielo se cerró en menos de cinco minutos y una copiosa lluvia inundó las calles. Se volvió a sentar y pidió un café, el ambiente se prestaba para un cigarrillo. Preguntó si vendían cigarros pero Aline le ofreció uno de su propia cajetilla y con toda la confianza del mundo se sentó en la mesa.

Hablaron de todo un poco. Aline le contó que era carioca, nacida en Rio de Janeiro, administradora de profesión, andaba en este pueblo perdido de Dios en busca del padre de su hija, un peruano que había escapado llevándose todos sus ahorros. A ella se le había acabado el dinero y ahora trabajaba en este restaurant, haciendo de moza y gerente al mismo tiempo por un poco de comida, techo y algo de dinero.

Rafael no contó mucho, solo algunas cosas generales y se dedicó a ver como llovía, la gente en las calles, el sol, las nubes otra vez, lluvia, sol. Almorzó en el mismo sitio, por la tarde con el aire fresco, desistió de moverse. Cada vez que disminuía la cantidad de comensales, Aline se sentaba con él y hablaba sin parar. Se fue haciendo de noche. Fue al hotel a darse un baño, antes se despidió afectuosamente de Aline y le agradeció su compañía. En el hotel trató de ver la televisión pero se aburrió rápidamente, salió nuevamente y de pronto estaba otra vez en el restaurant de Aline, estaba cerrando. La ayudó, una vez que terminaron, Aline suspiró y caminó a la congeladora, trajo dos cervezas heladas y se sentó. Hablaron un poco más, Rafael terminó su cerveza y se puso de pie para despedirse, Aline también se levantó, pero al despedirse le dio un beso en los labios que fue correspondido. Se besaron largamente, acariciándose, juntando los cuerpos, hicieron el amor de pie, a medio vestirse, acariciándose por encima de la ropa, hurgando por debajo de ella, sudorosos, sin importarles la incomodidad, se encontraron en esa soledad, lo hicieron luego en silencio, sintiéndose con cuidado, al ritmo del vaivén de una ola moribunda, Aline lo empujó suavemente al suelo, se montó sobre él, se deslizó sobre su cuerpo hasta que ambos estallaron al mismo tiempo. Rafael se quedó tendido en el piso de madera, en la penumbra, Aline se sentó con la espalda apoyada en la pared, a medio vestir y encendió un cigarro, fumándolo en silencio.

Rafael se acomodó la ropa y se sentó al lado de Aline, no tenía nada que decir, tal vez fuera mejor callar. No sabía si abrazarla o acariciarla. Parecía tan frágil pero ajena al mismo tiempo. Minutos después se puso de pie y se fue.

Durante el vuelo a la capital, recordaba a esa extraña mujer de ojos verdes. Ciertamente fue un encuentro intenso, lo repasó con todos sus detalles, alguna conexión se produjo con esa mujer y él, la ausencia de palabras, las miradas, se comunicaron a través de la yema de los dedos, de los labios, sintió que la comprendía totalmente cuando la vio a contraluz, sentada en el piso, fumando, apoyada en la pared, con el cabello desordenado.

Años después, Rafael seguía recordando ese encuentro como uno de los más intensos de su vida, con todos sus detalles, y a esa mujer como la una de las muy pocas que logró romper sus barreras, e ingresar a su corazón, aunque sea por una noche.

4 comentarios:

  1. Qué bonita historia! Quizás esos encuentros cortos e inesperados tengan más significado que una vida en común. Felicitaciones Miguel!

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  2. Ayer escribí el comentario no se porque no se grabó, pero en fin me encantó una corta pero linda historia. Ciertamente hay personas con las que compartes un espacio pequeño de tiempo sin embargo siempre recuerdas.

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  3. Gracias por el comment Gretha!!! Si pues, efectivamente, esas cosas pueden suceder.!!! Un besote.!

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  4. Gracias Arely, creo que siempre tenemos en mente algun encuentro asi, corto e intenso que se queda con nosotros por siempre. :)

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