jueves, 30 de junio de 2011

ROXANA (Cuento)

Nos veíamos casi todos los días, ella iba a la cancha de frontón con la excusa de practicar más y yo sabía que era para verme, me sentía feliz por ello pues si bien me sentía atraído por ella, ahora sabía que ella también se sentía atraída por mí. Un día sin más ni más le dije que me esperara al final del juego, salí, conversamos un poco, la miré a los ojos y le dije que me gustaba, que la necesitaba y la besé. Ella me aceptó. Salimos abrazados y yo era el hombre más feliz del mundo. Fuimos así de felices durante un año, yo la quería tanto que no pensaba en nadie más. Cuando estuve enfermo ella me llamaba y conversábamos horas por teléfono. Yo le escribía de todo, versos, cartas de amor y mensajes desesperados si no la veía durante unos días. Pasaba todas las tardes en su casa, conversábamos de todo un poco, yo le conté casi toda mi vida con la sinceridad más grande del mundo. Ella… ella no sé.

Cuando sus padres no estaban hacíamos el amor, al principio éramos torpes, pueriles, después aprendimos a comprendernos, a amarnos con pasión. Éramos así tan felices entonces. En ese año pasaron cosas buenas para los dos, Roxana ingresó a la universidad y yo también. Hacíamos planes para el futuro, para nuestras carreras.

Fue entonces cuando empezamos a pensar juntos en el futuro, en una casa, en un matrimonio, en hijos. Pero como nada es perfecto llegaron los problemas y con ellos el verano. Sus padres habían decidido pasar la temporada al norte de Chile, durante un mes. Yo me quedaría en Arequipa a pesar de que era época de vacaciones en la universidad. Para ese entonces ya no jugaba frontón, solo me dedicaba a mi carrera y a Roxana. Se fue, me juró que me extrañaría y que volvería lo más pronto posible. En ese momento me pareció que eso ya lo había soñado, pero no estuve seguro, así que no le dije nada. La besé y dejé que se fuera. Los días siguientes fueron terribles para mí, sentía una presión terrible en el pecho y la sensación de encontrarme absolutamente solo.

A los quince días de haberse ido, me llamó por teléfono, su voz me pareció lejana, vacía. Entonces le dije “te quiero” ella se quedó callada y después de una pausa me respondió con un frio “yo también”. Me dijo que me enviaba unas cartas y que fuera a recogerlas a casa de una amiga. Cuando recogí esas cartas dos días después tuve una extraña sensación helada en mi base de la espalda y en toda la cintura. Ella solo decía que la pasaba bien, que salía a pasear y que había estado en una fogata. Todo esto me afectó. Aunque no decía nada más yo tenía la clara idea de que la estaba perdiendo. Di vueltas por mi casa sin saber que pensar. Fui al parque y me quedé sentado a pesar de que empezaba a llover. Y allí sentado empecé a sentir como mis lágrimas se mezclaban con la lluvia, estaba llorando de dolor, de impotencia y de cólera. Pero sobre todo de desesperación porque sabía que algo malo estaba pasando, que algo se estaba rompiendo y que nunca podría repararse.

Un poco más de una semana pasó y ella me llamó, ya había vuelto. Nos encontramos y hablamos, me costó sacarle la verdad, ella con la excusa de no querer herirme, no quería decírmelo, al final la convencí. Había conocido a alguien más, se había enamorado, habló de irse, yo me quebré. Lo que se había roto ya no podría repararse. Lo supe en ese momento.

En los siguientes tres años volvimos juntos y nos alejamos varias veces. Al final me cansé de sus promesas, sus traiciones y sus inseguridades, la dejé ir. La última vez ella no quería decirme nada pero yo sabía que alguien había aparecido en su vida otra vez. Antes me había prometido no volverme a herir, la liberé de su promesa, le dije “esta vez te dejo yo” y fue la última vez que la vi. Sé que la amé, pero algo se rompió en mí. Hoy en día, cuando alguien habla del verdadero amor, yo pienso en Roxana.

EL DIOS DE SPINOZA

Como siempre digo, lo importante no es qué fe se tenga, si no tener fe. Hace algún tiempo una persona muy querida por mí me envió este texto, que me gustaría ahora compartir con todos mis lectores, es la percepción de Dios o de la Naturaleza (como ser divino) de Spinoza:

Dios hubiera dicho: ¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida.

Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti.

Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa.

Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.

El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.

Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito... ¡No me encontrarás en ningún libro!

Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor.

Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice... yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias... de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad?

¿Qué clase de dios loco puede hacer eso?

Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti. Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.

Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.

Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.

No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.

Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di.

Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar ¿Te gustó?... ¿Te divertiste?... ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste…?

Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar.

Deja de alabarme, ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy? Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido…? ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.

Deja de complicarte las cosas y de repetir como perico lo que te han enseñado acerca de mí. Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas. ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro... ahí estoy, latiendo en ti.

Spinoza

miércoles, 29 de junio de 2011

PESCADOR DE ALMAS

Simón Pedro, si en realidad existió, de acuerdo al relato bíblico era un tipo sencillo. Era pescador y al parecer no muy bueno. Probablemente no sabía escribir ni leer. Su verdadero nombre era Simón, el adicional nombre de Pedro se lo puso Jesús como una especie de apodo, para identificarlo. No se debe olvidar que en aquella época las personas no solían llevar apellido, por tanto eran reconocidos por otros datos, por ejemplo el lugar de origen “el samaritano” respecto a quien había nacido en Samaria, o el “el hijo de Efraín” por referencia al padre, e incluso por los hermanos si el nombrado resultaba ser menos conocido que el otro “el hermano de Zebedeo”, también por el cargo “el recaudador de impuestos” o por las preferencias políticas “el Zelote”, por tanto el nombre de Simón Pedro en aquél entonces debe haber significado algo como Simón “piedra” o más apropiadamente Simón “el pétreo”.

Simón era un hombre simple y una fuerte personalidad no era precisamente su mejor atributo, tres episodios de su vida lo pintan de cuerpo entero: Según Lucas cuando conoce a Jesús, al ver que las redes salían rebosante de peces luego de que él no había podido pescar nada, cayó de rodillas y dijo: “Apártate de mí, señor, porque soy hombre pecador.”; más adelante es incapaz de mantenerse sobre las aguas, siendo reprendido por el propio Jesús por su poca fe y luego el mismo Lucas cuenta cómo cuando Jesús anunciaba su muerte Simón afirmó estar dispuesto a ir no solo a la cárcel con él, sino también a la muerte, para luego negarlo tres veces antes de que cantase el gallo y cuando la situación se había puesto bastante complicada para los seguidores del mesías. Su simplicidad se ve reflejada en el episodio en el que los espíritus de Moisés y Elías se aparecen a Jesús y Simón Pedro se acerca confundido para preguntar si debían hacer tres ramadas para cobijar también a estos invitados o cuando Jesús narra la parábola de los siervos que esperaron en vigilia a su señor, y Simón Pedro pregunta: “¿Dices esta parábola a nosotros, o también a todos?”

Sin embargo con todas estas carencias Jesús lo escogió como su mano derecha, cuando había otros que administraban mejor, como el propio Andrés, recordando el evento de la multiplicación de panes y peces. Tal vez fue precisamente por la sencillez, un hombre incapaz de cuestionar.

¿Por qué la incapacidad de cuestionar puede ser una ventaja? Simple: Existe un viejo proverbio oriental que dice que las virtudes superiores son como agua cristalina y la conciencia humana como un vaso. Con el tiempo este vaso se va llenando de agua turbia y suciedad, la única forma de colmar la conciencia con virtudes superiores es liberando el vaso, dejándolo completamente vacío. Luego recién se podrá colmar con las virtudes superiores. En nuestra vida diaria es difícil aceptar nuevos paradigmas, incluso sabiendo que pueden ser mejores que los viejos. Por ello resulta difícil incorporarlos cuando aquellos chocan con los que ya tenemos arraigados. En este orden de ideas es mejor ser un vaso limpio, y eso era Simón Pedro. Al no tener preconceptos ni ideas preconcebidas más allá de su propia inseguridad, era un personaje adecuado para aceptar sin contradecir ni cuestionar nuevas ideas. Al parecer las asimiló como Jesús esperaba al extremo de ser luego reconocido como el primer Papa y conducir a una primitiva iglesia en sus primeros pasos rumbo al monopolio de la fe.

Simón Pedro fue un humilde pescador, luego se convirtió en discípulo de Jesús y pescador de hombres. Probablemente experimentó con intensidad en su vida la fuerza y la paz que otorga el amor incondicional al prójimo. Era un espíritu noble y probablemente puro, sin más aspiraciones que finalizar el día con las redes llenas. Probablemente, al igual que Jesús, él tampoco aspiraba a crear un organización elefantiásica, multimillonaria y burocrática, probablemente y tal como Jesús lo hiciera, solo quería transmitir con su propio modo de vivir el mensaje de paz y de abundancia de espíritu a sus hermanos.

Probablemente nunca se imaginó que se le asignaría un día del año para recordarlo y que en un perdido país del tercer mundo sería santo patrono de de todos los pescadores.

martes, 28 de junio de 2011

EL CAMINO DEL PERDON

Hoy estuve leyendo un libro de Louise L. Hay titulado “Sana tu cuerpo”, donde encontré un texto con palabras muy simples y verdades enormes.

No voy a hacer una referencia al libro, porque me gustaría que lo lean. Espero de corazón que lo hagan y además que lo compartan. Sé que para muchos no son conocimientos nuevos o novedosos, pero para muchas personas que vienen sufriendo sí, y sé que será de mucha ayuda. (Si desean se pueden comunicar conmigo y gustoso les enviaré el libro en formato .pdf)

En mi caso, aprendí estos últimos años que no hay nada mejor que la paz. A veces los paradigmas de la niñez y la adolescencia nos hacen creer que se debe vivir siempre en preocupación, preocupados de mañana, preocupados de la escasez (de la actual y de la futura), de la culpa y de la tristeza.

Para alguien que ha vivido en un hogar donde la tristeza era una constante, es difícil asimilar la alegría como una realidad. A veces se ve la alegría como un hecho lejano, propio de los hogares de otros y nunca del propio. Como además en los hogares felices se percibe abundancia (no solo material) se empieza a asumir equivocadamente que la felicidad es una consecuencia de la abundancia.

A mí me tomó casi cuarenta años darme cuenta que es exactamente al revés, que la abundancia es una consecuencia de la felicidad y que a su vez la felicidad es un resultado de la paz y el amor.

Sigo en proceso de aprendizaje, soy consciente de que me falta adquirir una relación más solida con el amor y la paz. Pero creo haber comprendido al fin como funciona lo que me rodea, me hubiese gustado aprenderlo mucho antes, pero pienso también que fueron necesarios los golpes, malas experiencias, errores y sufrimientos pasados para poder llegar a este punto.

En este largo tránsito aprendí algo acerca del perdón y el arrepentimiento. No sirven los “no lo vuelvo hacer” o “lo siento” o “discúlpame” si de por medio no hay una firme voluntad de efectivamente no volver a cometer el error o causar el daño o sufrimiento.

De otro lado no sirve perdonar si luego de ello no se percibe una clara sensación de paz respecto a lo sucedido. Perdonar y ser perdonado. Es el primer paso del camino hacia el amor. Hacia el amor a los semejantes y sobre todo el amor a uno mismo.

Es complicado cambiar. Los paradigmas se aferran a nuestra mente como el hollín a las paredes de un horno sucio y viejo. Pero todo es posible. Todo está en la voluntad. Cambiar una idea por vez, una idea cada día o cada semana, a nuestro propio ritmo.

Es necesario ser perdonado, pero sobre todo perdonar. Hay que dejar espacio para los pensamientos de amor, de abundancia y de felicidad.

A este punto no me quedan más palabras y quiero citar a Louise L. Hay:

“En lo profundo del centro de mi ser hay una fuente infinita de amor. Ahora permito que este amor aflore a la superficie. Este amor llena mi corazón, mi mente, mi conciencia, mi ser, e irradia en todas direcciones, y retorna a mí multiplicado. Cuanto más amor utilizo y doy, más tengo para dar, la provisión es infinita. El empleo del amor me hace sentir bien, es una expresión de mi alegría interior. Me amo, por lo tanto, cuido mi cuerpo amorosamente. Con amor lo sustento con alimentos y bebidas que me nutren; con amor lo arreglo y lo visto, y mi cuerpo me responde con amor, con salud y energía vibrantes. Me amo, por lo tanto me procuro un hogar acogedor, un hogar placentero y que llena todas mis necesidades. Lleno las habitaciones con las vibraciones del amor, para que todo el que entre, yo incluida, se inunde de amor y se nutra con él.

Me amo, por lo tanto realizo un trabajo que disfruto haciendo, un trabajo que utiliza todos mis dones y capacidades; trabajo con y para personas a quienes amo y que me aman, y tengo buenos ingresos. Me amo, por lo tanto pienso con amor y me comporto con amor con todas las personas, porque sé que lo que doy vuelve a mí multiplicado. Sólo atraigo a personas amables a mi mundo, porque ellas son un reflejo de lo que soy. Me amo, por lo tanto perdono y libero el pasado y todas las experiencias pasadas, y soy libre. Me amo, por lo tanto vivo totalmente en el presente, experimento cada momento como algo bueno, y sé que mi futuro es brillante, dichoso y seguro, porque soy una criatura amada del Universo, y el Universo cuida de mí con amor, ahora y siempre. Y así es.

Te amo.”

lunes, 27 de junio de 2011

ESPERANTO, METALENGUAJE, CIBERLENGUAJE Y OTROS CODIGOS

¿Quién no ha usado un paréntesis con dos puntos para expresar una sonrisa o una mueca de tristeza (dependiendo de la orientación del paréntesis)? o ¿Quién no ha enviado un beso con dos puntos y un asterisco? Hoy en día muchos adolescentes han adoptado una forma de comunicarse, sobre todo por medio de plataformas informáticas (celulares incluidos) que no es otra cosa que una evolución de estos mecanismo para abreviar palabras y frases.

Si bien parece algo extraño, al reflexionarlo bien no lo parece tanto, ya hace años nos hemos acostumbrado a usar siglas y abreviaciones como ONU, UNESCO, OTAN, FBI, CIA, KGB, ETC, SR., MR. y nadie se ha escandalizado cuando aparecían en los diarios. También hemos escrito cartas usando OK, PD, PS y firmándolas con un TQM y tampoco ha pasado nada.

Luego aparecieron los salones de chat y empezaron a usar LOL (los gringos particularmente) en lugar de un sonoro “JAJAJA” y tampoco nadie se escandalizó, hasta que empezaron a aparecer los ya referidos signos de sonrisas, tristeza, guiños de ojo, sacadas de lengua y más, a partir de la creatividad de los usuarios de los canales de comunicación.

Me parece correcto distinguir entre dos niveles: El primero que trata de abreviar, de hacer más fluida la comunicación vía texto, así es más rápido escribir “LOL” que “Lo que me acabas de decir me hace reír un montón” o “:)” a “me acabas de hacer sonreír”. El segundo es el de variar radicalmente el sentido de las palabras, no es lo mismo escribir “pz” para abreviar “pues” a escribir “deve" en lugar de “debe” o “xevere” en lugar de “chévere” o “perfecto”. En algunos casos incluso la palabra nueva tiene más letras que la que se pretende reemplazar, con lo que queda descartada entonces la posibilidad del ahorro de tiempo.

Me parece que no solo se trata de ahorrar tiempo, es un tema generacional, como se sabe cualquier adolescente (de esta época o de cualquier otra) se encuentra en una permanente búsqueda de identidad. Normalmente además el adolescente busca que esta identidad sea lo más individual posible y distinta, marcar un espacio diferente respecto a los adultos. Si el lector pasa los cincuenta, habrá lidiado con sus padres respecto a escuchar o no los Beatles, si está llegando a los cuarentas probablemente habrá querido escuchar a Metallica a todo volumen contra la opinión de los adultos, más recientemente Korn o poco más cerca el reggaetón. Lo cierto es que el fenómeno sucede siempre y no debería escandalizarnos tanto en ese extremo.

Se puede decir que este pseudo lenguaje no es otra cosa que un lenguaje grupal propio además de una búsqueda de identidad colectiva, casi un metalenguaje. Me incluyo en los que alguna vez se han rasgado las vestiduras diciendo “¡Cómo es posible!” al ver a un adolescente escribiendo de esta manera extraña. Sin embargo hay que abrir la mente y ampliar los horizontes: ¿Acaso la gramática formal no es también un metalenguaje?

Ya hace un buen tiempo, Gabriel García Márquez había sugerido, como muchas otras notables personalidades, que en el idioma español no se percibe ya mucha diferencia entre la “b” y la “v”, motivo por el cual una de las dos debería desaparecer, así como no hay mucha diferencia ya entre las palabras que llevan “h” y las que no la llevan, al igual que los sonidos de “que” y “ke” o “ko” y “co”. En contra parte están los puristas del idioma que mantienen la idea de que eso no sería aceptable, ya que el idioma lleva una larga tradición que se debe respetar y mantener por medio de la observancia de las reglas.

Yo me adscribo al sector de los puristas, creo que el lenguaje es como la ropa, es decir, la ropa no es determinante, pero en la vida real la vestimenta dice mucho de quien la porta. Si está limpia, si está pulcramente llevada, si está correctamente combinada, sin entrar en consideraciones de costo o valor económico. En la forma de escribir o comunicarse pasa lo mismo, a lo que hay que agregar que el uso de determinados argots nos dicen a qué estrato socio cultural pertenece determinado sujeto.

Sin abandonar mi posición creo que hay dos temas a tratar en este nuevo metalenguaje:

En primer lugar la capacidad de uso, un matemático usa metalenguaje en sus ecuaciones y fórmulas, a nadie se le ocurre cuestionarlo por su uso, y esto es porque ese uso está revestido por un manto de utilidad, cosa que no pasa con el metalenguaje juvenil. Pero esto no lo hace cuestionable per se. El matemático se despoja del uso de sus fórmulas cuando escribe un texto serio o se comunica con otras personas. Si el adolescente tiene la capacidad de comunicarse con otras personas en un lenguaje normal, no me parece nada mal que use el metalenguaje.

Es decir que si entre adolescentes se comunican usando estos códigos, no puede hacerse ninguna crítica o cuestionamiento, es solamente un código o protocolo, muchachos jugando a la sociedad secreta como seguramente todos lo hemos hecho en algún momento de la vida. El problema es cuando el adolescente deja de distinguir el código de grupo y pierde la habilidad de comunicarse con adultos o el entorno académico, por ejemplo en sus asignaciones en la universidad, en los exámenes o cuando sencillamente le deja una nota a sus padres.

Esto me lleva al segundo punto. El problema de este metalenguaje es su carácter global, gracias a internet, estos usos ya no son solo de un grupo de muchachos en una determinada localidad, si no que muchos términos son usados en todo el mundo. Esto me recuerda a Lázaro Zamenhof, creador del Esperanto, que los anarquistas del siglo pasado quisieron instaurar como idioma del mundo en rechazo de los ya imperantes como el inglés o el francés. ¿Será que este lenguaje juvenil es el nuevo esperanto? No lo sé, pero haciendo un ejercicio mental de proyección, se me ocurre que puede suceder algún día lo mismo que sucedió con el latín. En algún momento de la historia, el latín era la lengua culta en casi toda Europa y parte de Asia y África. Esto gracias a la expansión del Imperio Romano, luego la iglesia católica hizo suyo el idioma para tratar de mantener una hegemonía cultural heredada del imperio. Nuestros idiomas (correctamente hablados y escritos) serian el equivalente actual del latín. Paralelamente al latín se desarrollaron una serie de lenguas, muchas de ellas derivadas del propio latín, como las lenguas romance, que se mezclaron con lenguas locales, lenguas de bárbaros. Estas lenguas originalmente fueron rechazadas por los sectores educados y cultos, sin embargo poco se pudo hacer para que el latín sobreviviera posteriormente, con el desarrollo de los estados nación, cada estado adoptó su propia lengua regional y sus propias leyes como un gesto de autonomía e independencia.

Nadie duda que hoy en día, el latín, a pesar de ser una lengua muerta, siga siendo una lengua culta. Hay personas que leen y hablan latín, se leen aun textos en latín. Nadie negará que agregar en el currículum “latín” como lengua, si bien no brinda muchas utilidades prácticas, da cierto toque de distinción cultural.

Se me ocurre que puede pasar algo similar (guardando las proporciones) con este metalenguaje juvenil. El fenómeno de la globalización hará que sea casi imposible que estos códigos sean solo una moda pasajera, pienso que este metalenguaje ha llegado para quedarse, pero creo también que los que hacemos uso correcto de la gramática y el lenguaje (o nos esforzamos por ello) también tomaremos posesión sobre un espacio particular. Esto abona a la teoría de la polarización. Se ha hablado mucho de la polarización causada por la globalización a nivel económico, pero creo que también sucederá (ya viene sucediendo) a niveles culturales. Ya se ve que los jóvenes son cada vez menos propensos a buscar soluciones creativas a los problemas, cada día se ve que los problemas se resuelven de manera violenta. El metalenguaje es también una forma de violencia, es una forma de decirle no al “status quo” o “stablishment”, pero que a la larga va a generar dos grupos separados por una enorme brecha.

Se me ocurren tres grupos en el futuro: Uno, el grupo de siempre, los que dictan las reglas, los que toman las decisiones (no necesariamente los gobernantes), al lado de ellos los intelectuales, ya sea a favor o en contra de orden establecido, pero manteniendo a esta altura ciertos protocolos de comunicación. No se me ocurre un libro de García Márquez, de Vargas Llosa, Borges, Sábato, Neruda, Cortázar, Vallejo e incluso Coelho traducido a metalenguaje juvenil. Menos aún tratados de derecho, física, biología, medicina o historia escritos en esos códigos, por muy populares que sean (precisamente por “demasiado” populares). Un segundo grupo masivo, de personas lejos, muy lejos del primero, en niveles educativos, culturales y también desdichadamente económicos y sociales, al borde del analfabetismo funcional, resolviendo sus problemas con violencia y comunicándose con muy marcadas limitaciones. Y un tercer grupo muy minoritario, de personas que puedan transitar entre los dos niveles previos, perteneciendo a uno u otro o a los dos.

Esta perspectiva es casi apocalíptica, pero me duele pensar que no estoy muy equivocado. Los hechos lo demuestran. Lo único que queda es ver si nuestros jóvenes y adolescentes pueden darse cuenta de ello. No se puede reprimir el uso del metalenguaje juvenil, se me ocurre que en el caso de muchos jóvenes de clases acomodadas o medias que han tenido la suerte de recibir una buena educación, comunicarse en este lenguaje es solo como hablar un idioma más, en la medida que no han perdido la capacidad de comunicarse formalmente y pueden distinguir el uso, sin embargo para la gran mayoría esa es “la forma” de comunicarse y difícilmente se les podrá enseñar lo contrario.

viernes, 24 de junio de 2011

UNA SANTA DESNUDA (Cuento)

En su oficina, el agente Morgan levantó el teléfono, escuchó atentamente, anotó una dirección en un papel y colgó.
– Vamos primo, el deber nos llama – le dijo al agente Vásquez.
– Vamos – contestó Vásquez poniéndose de pie al mismo tiempo que colocaba su arma en la sobaquera de cuero.

* * *

Al llegar tuvieron que lidiar con los reporteros amarillistas apostados en el primer piso del edificio de departamentos, luego de subir las gradas hasta el tercer piso encontraron en el interior del pequeño departamento al fiscal que dictaba un acta a su asistente para el levantamiento del cuerpo, saludaron y llamaron a un lado al técnico Vizcarra que había llegado mucho antes.
– Danos un resumen Vizcarra, ¿qué fue lo que pasó aquí? – preguntó Vásquez.
– Este es el departamento de la homicida, la víctima recibió un disparo en el pecho, hay algunas marcas de violencia, al parecer se lanzaron cosas, estoy esperando que termine el fiscal para llevarme el cuerpo a la morgue, el médico legista verificará si hay arañones o marcas.
– ¿El arma? – inquirió Morgan mientras Vásquez miraba por el departamento.
– Una veintidós cañón corto, ya la tengo embolsada en el maletín, tenía seis cartuchos, se disparó solo uno, el tiro fatal.
– Hay dos dormitorios – dijo Vásquez regresando al lugar donde se encontraba Vizcarra.
– Sí – dijo Vizcarra – al parecer el hijo de la mujer que disparó está en algún otro lugar, aquí no estaba cuando llegó la patrulla. La habitación tiene una cama pequeña y por los juguetes, calculo que debe tener unos ocho años.
– ¿Quién denunció?
– Como siempre los vecinos – contestó el técnico.
– ¿La mujer que disparó?
– En el patrullero.
– ¿A qué hora la detuvieron?
– A las cinco de la tarde.
– Nos encontramos en la oficina – dijo Morgan dirigiéndose a Vizcarra, al tiempo que salía del lugar – vamos a hablar con esa mujer. Dile a los del patrullero que la lleven a las oficinas, yo llamo al fiscal, solo tenemos veinticuatro horas para mantenerla detenida.

* * *

En la oficina ambos agentes se prepararon rápidamente para el interrogatorio.
– ¿Quién quieres ser hoy primo? ¿Bueno o malo? – preguntó Morgan.
– Dejemos que ella decida – contestó Vásquez guiñando un ojo.
Ingresó en ese momento una mujer esposada, alta delgada, madura, con cierto aire de autosuficiencia, a todas luces educada; era difícil creer que fuese la autora de un homicidio, Vásquez le señaló una silla frente al escritorio y la mujer se sentó con elegancia a pesar de las esposas, se quedó mirando a Morgan con cierto brillo en los ojos y Vásquez le hizo una seña imperceptible a este, Morgan asintió y se sentó frente al computador, Vásquez se quedó de pie.
– ¿Su nombre señorita? – preguntó Morgan mientras empezaba a teclear en el computador.
– Señora – contestó ella.
– Señora, perdón.
– Deyanira Ramírez
Morgan le tomó todos los datos y los escribió con premeditada calma, luego Vásquez le preguntó directamente:
– ¿Por qué mató a esa mujer?
– Defensa propia – contestó suavemente la dama
– ¿Puede probarlo?
– Yo no tengo que probar nada señor – contestó – conozco mis derechos.
– Pues yo creo que sí – replicó Vásquez – nosotros podemos probar que mató a esa pobre infeliz a sangre fría de un balazo en el corazón.
– ¿Usted lee mucho no? – afirmó Deyanira con serenidad y un ligerísimo toque de sarcasmo.
– ¿Perdón? – dijo Vásquez sorprendido.
– Su vocabulario no es precisamente el del común de los policías.
– ¿Conoce muchos policías entonces? – preguntó rápidamente Morgan desviando el tema.
– Algunos.
– Bueno – dijo Vásquez – eso no tiene que ver con su situación señora.
– Es verdad – agregó Morgan – usted tiene un serio problema.
– Ya les dije detectives, fue en defensa propia – dijo la mujer.
– A ver, cuéntenos con detalle esa historia – dijo Vásquez.

* * *

– ¿Qué piensas primo? – preguntó Vásquez mientras se sentaba en la silla que minutos antes había ocupado la mujer.
– Caso cerrado. Defensa propia. Confirmemos la versión de la mujer con Vizcarra y hagamos el informe
– Caso cerrado... – repitió Vásquez – no sé, tengo un mal presentimiento.
– Te dejo primo – dijo Morgan mientras se ponía el saco, mañana nos vemos en el laboratorio de Vizcarra.
– Hecho. Suerte con la dama de cuero.
– ¿Qué?
– Nada, últimamente todos los viernes por la noche….
– ¡Jajaja! Rió Morgan negando con la cabeza mientras pensaba en Gretzel.

* * *

Cerca de la media noche, Morgan sentado en el sofá de cuero negro del departamento 4 B miraba con un rezago de lujuria la desnudez de las perfectas caderas y la fina espalda de Gretzel que salía de la sala luego de una larga sesión de sometimiento y placer, se puso el pantalón y mientras se acomodaba la camisa, notó que ella volvió vestida con un cómodo short gris de algodón y una sudadera blanca un par de tallas mas grande.
– Es la primera vez que te veo vestida así – dijo Morgan.
– ¿No te gusta?
– Es diferente, ya me había acostumbrado a que me recibas y despidas envuelta en látex o cuero.
– Te has convertido en algo más que un cliente – dijo Gretzel mientras le extendía un vaso con agua.
– ¿En qué me he convertido? – preguntó curioso Morgan
– No lo sé. No hay muchos que regresen tanto y tan seguido – contestó la mujer – algunos vienen, prueban y no regresan nunca más. Otros vienen y pierden el control, empiezan a pedir cosas desagradables que yo no hago, y les recomiendo otras colegas, esos tampoco vuelven. Son muy pocos los que permanecen obedientes y fieles todo el tiempo como tú, lindo.
Morgan sonrió y bebió el agua helada. Hizo una pausa y mientras dejaba el vaso en la mesa a su costado deslizó una pregunta sin mirar a su interlocutora.
– ¿Te gustaría ir a cenar un día?
– Estás loco – dijo ella sin alarmarse – ¿te das cuenta de quién y “qué” soy no?
– Si me doy cuenta.
– ¿Y por qué piensas que saldría contigo gratis? ¿O piensas pagarme por las horas que pasemos cenando?
– No… – contestó titubeante Morgan – más bien pensaba en salir como amigos.
– No te entiendo Sergio, eres joven, atractivo, inteligente. ¿por qué querría alguien como tú, salir con alguien como yo?
– No me llamo Sergio, Gretzel, ese es un nombre inventado, me llamo Patricio, Patricio Morgan.
– Estás rompiendo las reglas Patricio. ¿Ahora qué vas a hacer? ¿Me vas a pedir matrimonio? Es mejor que te vayas, quiero descansar.
Gretzel se puso de pie y salió de la habitación. Morgan se quedó sentado unos segundos, tomó aire y salió también rumbo al ascensor. “Esta mujer.” pensó, no podía escapar de la fascinación que causaba en él.

* * *

Por la mañana en los laboratorios de criminalística, Morgan y Vásquez fueron al encuentro del técnico Vizcarra. Estaba trabajando en su módulo, en el muro sobre el computador, posters de grupos de heavy metal y citas de Nietzsche y Borges sobrecargaban el espacio. En la pantalla del computador había varias ventanas entre páginas de internet, videos musicales y búsquedas de google.
– ¿Qué tal Vizcarra? ¿Qué novedades? – preguntó a modo de saludo Morgan.
– Bien, qué tal... aquí, descargando esto que les puede interesar.
– ¿Ah sí? –dijo Vásquez.
– Sí, es un video fantástico de Metállica, lo grabaron en...
– Del caso Vizcarra – lo interrumpió Morgan.
– ¡Ah! ¡Perdón!, sí, tengo los exámenes, la prueba de absorción atómica arrojó positivo, la mujer efectivamente disparó el arma homicida, había una segunda arma con las huellas de la víctima. No se disparó pero estaba cargada y sin seguro, no está registrada, probablemente provenga del mercado negro.
– ¿Confirmaste los correos?
– Sí, es un correo gratuito, como Hotmail, efectivamente hay un montón de correos amenazantes y con insultos a nuestra homicida, aun no he confirmado los protocolos de internet de los correos de origen, aún así los imprimí, aquí están – dijo Vizcarra extendiéndole un voluminoso folder a Morgan.
– Muy bien. Vamos a revisarlo – dijo Vásquez – y grábanos ese video de Metállica en un CD pues.
– Hecho – contestó feliz Vizcarra.
Al salir del edificio se subieron al auto de Morgan, este mientras manejaba se quedó pensando y preguntó más para sí mismo que para su colega:
– ¿Será que fue defensa propia?
– Puede ser, los correos coinciden con la versión de la mujer, amenazas, insultos, algunos con un tufillo de chantaje.
– Qué ridículo – dos mujeres peleándose por un hombre y al final una termina muerta.
– ¿De novela no?
– Revisemos los correos más recientes con calma.

Vásquez pasó a las últimas páginas del folder, efectivamente aparecían una serie de correos con tonos mucho más ofensivos que los primeros. Se sorprendió de lo fuerte de algunas expresiones a pesar de que no contenían insultos explícitos.
– Insultos de damas educadas – pensó en voz alta Vásquez.
– ¿Cómo es eso?
– No se dicen “puta” ni una sola vez, pero no te imaginas lo fuerte que se pueden sentir en el contexto frases como “esa clase de mujer”.
– ¿Y la cosa es como ella nos dijo?
– Parece que sí. La difunta era la esposa y Deyanira una antigua novia de la secundaria que al parecer se convirtió recientemente en amante, la esposa se da cuenta, los descubre y Deyanira no hace el menor esfuerzo por negarlo. Por lo que se puede ver de los correos parece que el marido no estaba muy enterado de la historia y las amenazas. Ellas lo habían hecho personal y secreto.
– ¿Y cuando interrogamos al marido?
– Hoy. Lo cité para el medio día.
– Ok primo.

* * *

En la oficina de Morgan, luego del largo y tedioso interrogatorio, Morgan encendió un cigarrillo y salió al pasillo.
– No puedes fumar en este edificio primo – reclamó Vásquez.
– Tienes razón dijo Morgan apagando el cigarrillo en el piso.
– ¿Qué piensas?
– Creo que el pobre tipo andaba más atormentado que las otras dos, sabía algo de las amenazas y peleas pero no se atrevía a hacer nada.
– Dijo que también se amenazaban por teléfono.
– Hasta por mensajes de texto y en las redes sociales – señaló Morgan
– ¿Qué te pareció el marido?
– Buen tipo, pero débil. Por lo que cuenta su mujer tenía un carácter fuerte.
– Igual que la tal Deyanira.
– Se le vio dolido, ¿viste como casi se quiebra cuando hablaba de su mujer?
– ¿Crees que la amaba? –preguntó Vásquez
– Creo que sí. Además de viudo se quedó con dos chicos pequeños.
– Hablando de eso, Deyanira no quiso decirnos quien es el padre de su hijo.
– ¿Crees que...?
– Todo es posible – dijo Vásquez – consigamos una partida de nacimiento.
– Ok ¿Vienes en la tarde?
– Claro, tengo que volver a interrogar a Deyanira Ramírez.
– Yo tengo una cita, cúbreme primo – rogó Morgan.
– Está bien. Que no te azoten mucho.
– Payaso – dijo Morgan y salió de la oficina.

Vásquez salió a almorzar a un restaurant cercano, luego regresó caminado con calma, una vez de vuelta en su oficina revisó por largo rato cada uno de los correos impresos que tenía en el folder, levantó el teléfono y se comunicó con la carceleta para que trasladen a la detenida. Unos minutos después aparecía por la puerta Deyanira Ramírez, esposada, algo demacrada pero todavía elegante. Vásquez le pidió al uniformado que le quite las esposas y espere afuera.
– Tome asiento señora – dijo Vásquez
– Gracias – contestó Deyanira mientras se sentaba a la vez que se frotaba las muñecas.
– ¿Desea que llame a su abogado? Voy a hacerle unas preguntas.
– No, no es necesario – dijo ella.
– Dígame – preguntó el agente, levantando el folder que tenía entre manos – ¿por qué no denunció antes estos correos?
– Lo hice, los policías se rieron y me enviaron a la gubernatura a pedir garantías si tanto miedo me daba.
– ¿Tiene constancia de ello?
– Sí, debe estar en mi departamento, me dieron una copia de la denuncia, entre sarcasmos ofrecieron investigar, pero yo sabía que no moverían un dedo.
– Bueno, es que es raro que estos casos terminen así, pero explíqueme, hay algo que no me queda claro. ¿Cómo supo que la mujer estaba yendo armada?
– No lo sabía.
– ¿Y cómo tuvo tiempo de reaccionar?
– Ya le dije, yo vivo hace años sola con mi hijo. Compré hace cuatro años el revólver, cuando quisieron robar en la casa, puede verificarlo con la factura y mi licencia para portar armas. Siempre lo guardaba en una cómoda del dormitorio, seguramente ustedes ya la revisaron, es una gaveta sencilla pero segura, no es fácil de abrir para un niño pero no presta dificultad para un adulto.
– Sí, pero que pasó ese día – inquirió el agente.
– Bueno, le decía que se día ella llegó y empezó a gritar y golpear a la puerta, yo me asusté.
– ¿Pero por qué le abrió?
– No imaginé que estuviese armada, quería encararla y pedirle cuentas por las amenazas que me hacía, las llamadas a toda hora, insultándome, hostigándome, nadie se merece eso.
– Usted era amante de su esposo, ¿algo de razón tenía no?
– Eso no importa, si él me buscó era seguramente porque ella no le daba lo que él requería. Igual agente, le repito que nadie se merece esas injurias.
– ¿Y qué pasó?
– Ella entró y me insultó, empezamos a gritarnos ambas. Ella estaba nerviosa y entró en crisis, empezó a llorar y metió la mano a su bolso y tuve el presentimiento recién de que tenía un arma, como no podía sacarla por los nervios, yo le empecé a lanzar cosas para distraerla, ella se ofuscó y gracias a eso pude correr al dormitorio, ella me siguió, fue entonces que logré sacar el revólver, cuando lo tuve entre mis manos ella ya estaba apuntándome, así que lo único que hice fue disparar primero para salvar mi vida.
– Y la mató
– Pude haber terminado muerta yo.
– Tiene razón. Lo siento – se disculpó Vásquez.
– No se disculpe. ¿Por qué el otro día quiso hacerse el malo conmigo? – dijo inesperadamente la mujer.
– ¿Perdón?
– El día que me interrogó junto a su colega, el guapo. Usted estaba haciendo el papel de policía malo.
– Le debe haber parecido.
– No me equivoco agente...
– Vásquez – contestó el detective algo incómodo.
– Agente Vásquez, dígame, ¿alguna vez se ha acostado con una mujer como yo?
– ¡Señora!
– No se escandalice agente. Yo no soy cualquier chiquilla tonta. He tenido tiempo suficiente para aprender cosas, para saber qué es lo que le gusta a un hombre, qué es lo que los vuelve locos. Dígame agente, ¿ha tenido a una mujer como yo en su cama alguna vez?
– Señora – dijo Vásquez recobrando la serenidad y hablando pausadamente – no sé qué pretende con esta conversación. Le recuerdo que yo trato de hacer mi trabajo y de ninguna manera puedo permitirle que siga con esas insinuaciones.
– ¿No quiere probar agente? – dijo la mujer deslizando un par de dedos por debajo de la tela de su escote.
Vásquez se puso de pie y llamó al policía uniformado para que se lleve a la mujer. Esta salió guiñando un ojo, el agente se desplomó sobre su asiento visiblemente afectado.

* * *

Al día siguiente el agente Vásquez firmó muy temprano el informe y se lo entregó a Morgan para que lo firme también.
– ¿Qué es esto primo? – preguntó Morgan.
– Es el informe policial, fírmalo por favor – estoy remitiendo todo a la fiscalía.
– ¿Para el sobreseimiento?
– No creo, eso que lo decida el fiscal, yo solo estoy pasando las pruebas.
– ¿Pasó algo?
– Sí, esa mujer definitivamente es extraña, ayer no pude interrogarla, es muy inteligente – mejor que lo vea el fiscal, nuestra labor ya terminó.
– Por mí, no hay problema – dijo Morgan al tiempo que estampaba su firma en el informe – por cierto, ¿averiguaste quien es el padre del hijo de Deyanira?
– No tiene padre registrado, lleva los mismos apellidos que la mamá. Hablé con el fiscal, piensa que es irrelevante para el caso, no pedirá prueba de ADN. Por ahora el chico está con los abuelos maternos.
– ¿Y Vizcarra?
– Confirmó que el código de protocolo de internet de los correos salientes con las amenazas era el de la casa de nuestra víctima.
– Entonces concuerda.
– Concuerda.
– Ok, mejor así
– Mejor.

* * *

Semanas después, en su departamento, el agente Vásquez se hallaba enfrascado en la lectura de un antiguo tratado de arte gótico cuando golpearon la puerta, se levantó y abrió, Morgan entró con una enorme caja de pizza y un six pack de cervezas en lata.
– ¿A qué se debe? – preguntó Vásquez.
– Varias cosas, primero que Gretzel me aceptó oficialmente como enamorado, segundo que hoy el médico me dijo que puedo volver a comer las cosas que me gustan, sin excesos claro y tercero, hoy terminó el juicio de Ramírez.
– Sí sabía. ¿Cuál fue el veredicto?
– Reserva de fallo por un año.
– O sea que se porta bien durante un año y no pasa nada.
– Pero es una sentencia condenatoria.
– Que vale como una absolución.
– Así es, hubiesen sido menos hipócritas y la hubiesen absuelto sin mayor trámite.
– Igual sabíamos que era defensa propia – dijo Vásquez.
– Si pues, bueno salud por ello – dijo Morgan abriendo una cerveza.
– Salud por las nalgadas, los portaligas y los látigos – brindó Vásquez.
– Bueno no es eso todo el tiempo, por si acaso, también charlamos y paseamos, vamos al cine...
– Mira primo mientras te sientas bien y seas feliz – puedes pertenecer a los niños cantores de Viena si quieres.
– ¡Gracias! ¿Y tú? ¿Cuándo vas a tener tu Octavia de Cádiz?
– Ya te dije, a mí los libros me hacen tan feliz como a ti tu “Mistress.”
Ambos rieron.

* * *

Cerca de la media noche, Vásquez se había quedado dormido en el sillón Voltaire, abrió lentamente los ojos, en el piso estaba el tratado de arte gótico y en la mesa de centro algunos restos de pizza, levantó los ojos y frente a él estaba sentada cómodamente Deyanira Ramírez con un ceñido vestido negro sin hombros, las piernas largas y finas envueltas en medias negras de malla, el cabello cortísimo y la mirada intensa.
– ¿Qué hace usted aquí? – preguntó Vásquez.
– Esperándolo.
– ¿Cómo entró?
– La puerta estaba abierta – dijo la mujer.
– No puede estar aquí señora – dijo Vásquez mientras se ponía de pie – le ruego por favor que se retire.
– No me pienso ir – dijo la mujer mientras se ponía de pie y se acercaba peligrosamente al detective.
– Le ruego...
– Shhh... – dijo la mujer suavemente mientras ponía un dedo sobre los labios del hombre – le voy a dar la oportunidad de probar lo que pocos hombres han experimentado.
La mujer deslizó de un tirón el cierre de su vestido al que dejó caer al piso con maestría, tenía un delicado corsé negro y portaligas, empezó a desabotonar la camisa del agente lentamente, él la dejaba hacer sin atinar a reaccionar, trató de respirar y la fragancia dulce, intensa, embriagadora de la mujer terminó por arrastrarlo, se dejó llevar, ella le sacó la camisa y aparecieron ante sus ojos las siluetas negras de dragones, gárgolas, escorpiones, cruces celtas, frases en distintos idiomas, en diferentes letras, arabescos, líneas geométricas, curvas, peces koi, calaveras, flamígeros corazones, sirenas, un bestiario enrevesado de seres fabulosos sobre la piel del hombre que a este punto respiraba agitadamente, ella lamió lentamente parte de ese sólido pecho masculino y subió con la punta de su lengua hasta el lóbulo de la oreja y le susurró con un aliento ardiente y lacerante: “Qué sorpresa detective, quién se hubiese imaginado… no sabe cuánto me excitan los hombres tatuados, tengo debilidad por los chicos malos.” Inmediatamente después la mujer se puso de rodillas y Vásquez sintió las manos de ella buscando su sexo, trató de racionalizar pero no pudo, sabía que eso no podía suceder pero los labios de la mujer ya se posaban en su virilidad erguida, tensa, totalmente fuera de control; cerró los ojos, trató de recordar la última vez que sintió tanto placer y no pudo, la sensación de estar totalmente embriagado lo fue introduciendo en una nebulosa de colores, ruidos sordos, jadeos, sintió la piel de ella, húmeda, suave, caliente, sus manos empujándolo suavemente, se dejó caer en la alfombra, ella encima, en el fondo el sillón Voltaire parecía el halo de una santa desnuda, de una Magdalena, de Parvati, deseó ser Shiva, tener cuatro manos y acariciarla con todas ellas, recibió sus besos húmedos, transportándolo a un paraíso de infinitos placeres sensuales, acarició su senos voluptuosos, imperdonablemente perfectos, se extravió en sus caderas telúricas y en la selva indomable de su cintura exótica y salvaje, de pronto las premeditadas contracciones del sexo de esta hembra mitológica lo condujeron al borde de un éxtasis animal, la sangre se arremolinó en sus venas, los nervios se electrizaron, los músculos de todo su cuerpo se paralizaron presa de una dolorosa tensión y cedieron paso a una transfiguración deliciosamente sacrílega, a un sórdido huracán de lujuria retenida que poco a poco se iba disipando al mismo tiempo que su vista se nublaba y perdía inevitablemente el conocimiento.

* * *

Cuando Vásquez despertó, Deyanira estaba sentada fumando en el sillón Voltaire, él se incorporó, seguía desnudo, ella sonrió:
– Disfruté viéndolo dormir detective, es usted un bello espécimen, quien lo imaginaría detrás de esa cara de formalito.
– Todavía no entiendo señora – dijo el detective confundido.
– Llámame Deyanira, y no hay nada que entender, solo vine a agradecerte.
– ¿Agradecerme? – preguntó Vásquez.
– Sí. Agradecerte que no hayas seguido investigando. Desde el primer momento supe que si alguien podría darse cuenta del engaño, esa persona serías tú.
– ¿Qué engaño? ¿Usted mató a esa pobre infeliz a sangre fría entonces?
– Sí. Y no me arrepiento.
– ¿Y los correos?
– El pobre miserable de su marido no tuvo el coraje de decirme que no, él mismo los envió desde su casa. Igual que los mensajes de texto, tuvo que comprar un celular para enviarme los mensajes, luego el día del disparo no fue difícil colocarlo en su cartera.
– ¿Y el arma? Usted la compró en el mercado negro, y se la colocó en la mano luego de que estaba muerta.
– Eres perspicaz cariño, sabía que no me ibas a decepcionar. Yo misma la cité, le dije que iba a dejar a su marido, pero que primero quería hablar con ella.
– ¿Todo eso por el amor de un hombre, o fue por dinero?
– No, el amor no tiene nada que ver, tampoco el dinero. Fue simplemente venganza.
– No entiendo.
– Ella me lo quitó, ella se casó con él cuando yo lo quería para mí. Nunca se lo perdoné. Ni a ella, ni a él.

Vásquez se quedó en silencio. La mujer se puso de pie y caminó hacia la puerta.
– ¿Él sabe que usted fue? – preguntó el detective.
– Lo sabe. Pero nunca hablará. ¿Ahora entiendes por qué, verdad cariño? – dijo la mujer mientras salía del departamento delicadamente como una gata negra.

Vásquez se quedó pensando en lo que acababa de pasar, en lo que había sentido algunos minutos atrás y comprendió el enorme poder de esa mujer, sintió escalofríos al recordar y caminó desnudo hacia su cama, para descansar, sin ducharse, para dormir todo el tiempo que le fuera posible cubierto del sedimento de los besos y caricias de esa mujer mágica en su piel.

viernes, 10 de junio de 2011

LO QUE NO TIENE NOMBRE (Cuento)

El celular sobre la mesa de noche timbró varias veces antes de que el agente Vásquez pudiese despertar por completo, encender la lámpara y leer en la pequeña pantalla del aparato: “Morgan”, presionó el botón de contestar.
– Aló, ¿Qué tenemos a esta hora de la madrugada querido primo? – dijo Vásquez bostezando.
– Tenemos un par de cuerpos en el parque Libertad, vente volando – contestó calmado el agente Morgan.
– ¡’ta mare!
– No hagas cólera primo, ponte un chullo y ven que aquí hace un frio que mata – replicó Morgan.
– ¿No se habrán muerto de frio?
– No seas pendejo. Ven antes de que vengan los buitres – dijo Morgan y colgó.

* * *

En el parque Libertad yacían entre los arbustos los cuerpos de dos mujeres, el agente Vásquez se colocó los guantes de goma y revisó cuidadosamente los cuerpos ayudándose con una pequeña linterna. A su lado Morgan fumaba un cigarrillo. Vásquez se incorporó y dijo:
– ¿No que habías dejado de fumar?
– Es para el frio – contestó Morgan.
– ¿Y la gastritis?
– Bien, te envía saludos.
– ¡Ja ja! Ok. Bueno, ya las viste ¿qué piensas?
– Ajuste de cuentas, no es pasional. Les dispararon aquí mismo. No se llevaron el poco dinero que tenían, dejaron sus identificaciones y celulares. Son colombianas.
– ¡Estás aprendiendo! Es cierto, los pasionales siempre implican heridas en los genitales, aquí los disparos fueron al pecho y cabeza, a matar. ¿Quién reportó los cuerpos?
– Una vecina, en esa ventana – Morgan señaló una ventana con persianas de un segundo piso.
– ¡Aja! ¿Esa en la que se puede ver la silueta de la vecina espiándonos?
– Sí, esa. Dijo que escuchó el ruido de los disparos y salió a ver. Pudo divisar un auto alejándose a velocidad.
– ¿Marca? ¿Modelo?
– La mujer tiene setenta y nueve. Dudo que pueda distinguir entre un escarabajo Volkswagen y un Ferrari.
– Quien sabe… ¿Tienes las identificaciones de las damas? – preguntó Vásquez.
– Sí, a ver… – sacó una bolsa transparente de su bolsillo y leyó a través de ella – María Ángeles de veintidós y Danira de veinticinco años. Una de ellas profesora de escuela, nacidas en diferentes ciudades.
– Dos mulatas, colombianas, jóvenes, cinco tiros a quemarropa. Interesante. Vamos a la oficina, previa parada en algún Starbucks.
– ¿Tú o yo?
– Yo. ¿Oye, te das cuenta que gastamos mucho en gasolina? Voy a vender mi carro y me voy a mudar a tu departamento.
– ¡Conchudo! – dijo Morgan riendo, Vásquez le palmeó la espalda riendo también y se fueron cada uno en su auto.

* * *

A las diez de la mañana Morgan contestó su celular. No dijo ni una palabra, colgó y le dijo a Vásquez: “Álvarez”

Cinco minutos después estaban ambos sentados en la oficina de Álvarez, este estaba hablando por teléfono. Morgan se dedicó a repasar por milésima vez la decoración de la oficina, ni un solo cuadro, las paredes llenas de títulos y diplomas de cursos de especialización, muchos en el extranjero, medallas, condecoraciones. Sobre el escritorio un prisma de ónix y sobre él en letras doradas las palabras “Comandante” y “Álvarez” resaltaban escandalosamente. Siempre pensó que esa especie de altar a su propio ego era una forma de decir: “Aquí el comandante soy yo, y miren mis títulos, me lo he ganado.” Se fijó en una pieza nueva en el escritorio, discretamente codeó a Vásquez y le hizo una seña con las cejas, Vásquez le guiñó un ojo. Era un tallado en madera, un fino trabajo que representaba un imponente Inca sosteniendo un varayoc. Recordó que hasta antes de las elecciones ese mismo lugar era ocupado por una escultura de una paloma sobre una estrella de cinco puntas y cinco años atrás había sido una chacana de piedra.
– Bien señores – dijo Álvarez al mismo tiempo que colgaba el teléfono- ¿Cómo va el asunto de las colombianas?
– Tenemos el reporte de migraciones – indicó Vásquez – entraron el mismo día por el Ecuador, hace diecisiete días.
– Y de acuerdo al listado, ese mismo día entraron cinco colombianas, hay otras tres – agregó Morgan.
– ¿Tienen algo más? – preguntó Álvarez.
– No mucho – contestó.
– Hablen con el Resortes – me informan.
Ambos agentes asintieron y se retiraron de la oficina. En el pasillo Morgan comentó acerca de la figura del Inca tallado en madera. “Política” dijo Vásquez.

* * *

Tres horas más tarde en una oscura cevichería en medio del barrio más peligroso de la ciudad, Morgan y Vásquez esperaban pacientemente frente a una sucia mesa de madera recubierta con un pedazo de mantel plástico que desprendía un desagradable olor a rancio. La mujer se acercó y colocó una botella de cerveza y tres vasos mugrosos. Vásquez colocó uno frente a Morgan, otro para él y el tercero y más viejo en el centro. Sirvió dos vasos y le gritó a la mujer que se alejaba: “Hey, canchita pe.” La mujer regresó con un poco de maíz tostado en un sucio tazón de arcilla y lo puso sobre la mesa.
– ¿Vendrá? – preguntó Morgan.
– Siempre viene, este es el “sitio” y no te olvides, cuando llegue no digas ni una sola palabra. Confía en mí.

Pasados unos minutos, entró un tipo de mediana estatura, blanco, con lentes de aumento, de cabello negro larguísimo, voluminoso y ensortijado como resortes precisamente. Llevaba una sucia mochila y adornaba su cuello y muñecas con innumerables artesanías de cuero y semillas.
- Pst, Elier – dijo Vásquez discretamente.
El tipo se volteó y se acercó a la mesa, se sentó rápidamente y se acercó a Vásquez susurrándole:
- ¡Puta, huevón! No me digas ese nombre, aquí soy Resortes.
- ¡Ya, ya! Oye resortes un help pues – dijo Vásquez mientras le hacía señas a la mesera para que traiga otro vaso.
- ¿Qué quieres? ¿Moño rojo o la blanca?
- Moño rojo, un “Paquito”.
- Ok – dijo resortes y buscó con mediana discreción en su canguro mientras la mujer dejaba el vaso en la mesa y Vásquez lo llenaba de cerveza.
- ¿Qué sabes de unas colombianas muertas en la plaza Libertad? – preguntó Vásquez con voz muy baja.
- ¡Uy, ese asunto está caliente cavernícola! – contestó Resortes – es una cosa de unos tipos nuevos en el barrio, traen burras de Colombia, les ofrecen trabajo de niñeras y terminan trabajando en los puticlubs del centro. Anda a El Diamante, sigue mi consejo y ahora me borro, voy a almorzar. Toma tu “paco”, son quince mangos.
Resortes dejó una cajita de fósforos al costado del vaso de Vásquez, este le entregó por debajo de la mesa un billete de veinte soles doblado. Resortes se levantó y bebió de un solo golpe la cerveza. Lanzó el poco de espuma que quedó en el en el vaso que Vásquez había dejado en el centro de la mesa y dijo:
– No tengo vuelto ´on.
– No te preocupes – contestó Vásquez – es para que te compres jabón, hueles a demonios.
Resortes soltó un par de carcajadas y se sentó en una mesa del lado opuesto del local al mismo tiempo que pedía un ceviche a la mesera.
– Vámonos – dijo Vásquez tomando su cerveza y recogiendo la cajita de fósforos, al mismo tiempo que dejaba una moneda de cinco soles sobre la mesa.
– ¿Por qué le has comprado marihuana a ese pastrulo? – preguntó Morgan cuando salieron.
– ¿Pastrulo? – replicó Vásquez – ese “man” es agente encubierto desde hace años por estos lares, y la dueña de la chingana es mujer de un sicario. Si vas a simular, tiene que estar bien hecho. Para ese taxi y pregúntale cuánto nos cobra hasta El Diamante en el centro.

* * *

Llegaron a El Diamante pero estaba cerrado. Decidieron volver en la noche. Regresaron a la oficina a recoger sus autos, Vásquez se despidió y se fue a su departamento. Morgan se subió al suyo pero no lo encendió. En el estacionamiento se quedó pensando. Todavía no había podido despejar de su mente la experiencia de haber participado en una sesión de sadomasoquismo. A pesar de que el club Ícaro era un lugar de moda y que ofrecía básicamente una visión demasiado soft del asunto, las imágenes de las anfitrionas vestidas de cuero o látex negro, portando látigos lo había perturbado profundamente. Necesitaba hablar con alguien, alguien de confianza y con la amplitud de criterio necesaria para comprenderlo. Encendió el auto y salió rápidamente del estacionamiento.

* * *

Vásquez en su departamento esperaba con ansias, sentado en el pequeño sofá con un libro de García Lorca entre manos pero sin leerlo, se levantaba, miraba por la ventana, regresaba al sofá, abría el libro, leía algunas líneas y luego miraba fijamente a la puerta. Decidió preparar un café, se levantó y precisamente cuando entraba a la cocina escuchó que golpeaban la puerta, dio media vuelta y corrió tan rápido que estuvo a punto de caerse, al abrir, allí estaba Morgan con una sonrisa forzada.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó Vásquez.
– Vine para que me invites un café y conversar.
– Pasa, pasa… es que aproveché que no íbamos a hacer nada en la tarde para…
– ¿Alguna hembrita? – cuestionó artero Morgan.
– No…
Tocaron la puerta. Vásquez le hizo una seña a Morgan para que espere y corrió a la puerta, un sujeto preguntó si era la casa del señor Vásquez, este asintió emocionado como un niño y firmó una serie de formularios que el sujeto traía. Luego abrió totalmente la puerta y dos cargadores ingresaron un enorme bulto que depositaron en la mitad de la sala. Se despidieron amablemente y Vásquez cerró la puerta.
– ¿Qué es eso? – preguntó totalmente sorprendido Morgan.
– Ni te imaginas – contestó Vásquez – trae esa navaja y dame una mano.
Morgan tomó una navaja de la mesa con empuñadura de cuero y se acercó. Mientras iban retirando con cuidado las capas de plástico y cartón Morgan preguntó:
– ¿Qué opinas del fetichismo primo?
– Fetichismo. No sé. Me llaman la atención los portaligas, negros o blancos, jamás rojos. Los corsés, los vestidos victorianos con escote generoso, me parece interesante, pero no al extremo de no excitarme si están ausentes.
– ¿Cómo es eso?
– Algunos definen el fetichismo en el sentido de que es la única manera de lograr excitación. Si no se tiene el fetiche sencillamente esta no se produce. Yo creo que ese es el extremo de la línea. Me parece que todos tenemos algo, poco o mucho de fetichistas.
– ¿Y el sadomasoquismo?
– ¿Te ha golpeado el asunto del Ícaro no?
– Algo – contestó Morgan con un atisbo de vergüenza.
– Si te incomoda no lo nombres.
– ¿Cómo?
– Recuerda a los griegos – dijo Vásquez.
– ¿Los griegos eran sadomasoquistas?
– Tal vez, pero no era eso lo que quería decirte. Los griegos y otras culturas antiguas afirmaban que aquello que no tiene nombre no existe. ¿Te das cuenta? Ellos tenían solo siete colores, ello no significaba que no comprendiesen que en la naturaleza existían muchos más, pero los griegos solo nombraron siete y por tanto, para ellos los otros no existían formalmente.
– Entiendo, pero…
– Déjame terminar – interrumpió Vásquez – en contraposición, aquello que mencionas empieza a existir. Los metafísicos manejan ese concepto. Mira, tú eres un galán, normalmente no haces mucho esfuerzo para conquistar a una mujer, te he visto y usualmente son ellas las que te seducen. En cambio yo debo hacer un esfuerzo adicional, eso me da la ventaja del conocimiento empírico.
– ¿Eso qué tiene que ver?
– Tiene… y mucho. Imagínate lo siguiente: Yo trato de seducir a una mujer que acabo de conocer, ella me mira y no despierto su interés. No soy tú. Pero si ella me da la oportunidad de hablarle entonces mis posibilidades se multiplican. Mi don está aquí – dijo Vásquez señalando su sien – lo primero que hago es sugerir una hipótesis, le pido que me diga qué le gustaría hacer si yo fuese su novio o si saliera conmigo.
– ¿Y?
– Normalmente la primera vez se niegan, es normal, la negación es siempre la primera respuesta del ser humano ante una situación nueva. Yo le digo que es solo una inocente hipótesis y por supuesto improbable, de tal manera que insisto otra vez. Una vez que la dama dice algo como “Si usted fuese mi pareja me gustaría…” se produce un cambio en su cerebro, lo que era un imposible se empieza a convertir en una posibilidad; ella, al decirlo, al nombrarlo, lo convierte en un algo casi tangible y de allí a hacerlo realidad…, hay pocos pasos mi querido primo.
– Interesante…
– Entonces, si no quieres que algo te atrape mejor no lo menciones. Si lo empiezas a pensar despéjalo, todavía estás a tiempo, pero si lo empiezas a nombrar no vas a poder dejarlo.
– Igual quisiera saber tu opinión – dijo tímidamente Morgan.
– Mira, cada uno hace con su vida lo mejor que puede. Disfruta y no hagas daño. Las cartas sobre la mesa y todos contentos. En mi caso, si me llamara la atención “eso” que no queremos nombrar, yo probaría. ¡Ahora mira esta lindura!

Vásquez retiró el último cartón y apareció ante ellos un precioso sillón de espaldar alto, tapiz crema, altas patas de madera finamente torneadas al igual que los brazos y el borde del espaldar, todo ello barnizado con maestría.
– ¿Un sillón? – Preguntó Morgan.
– No es “un sillón”, este es un sillón Voltaire, he ahorrado cuatro años para poder comprarlo.
– Un sillón Voltaire… lo recuerdo, lo querías desde que leíste “La vida exagerada de Martín Romaña” hace diez años.
– Lo nombré y ahora aquí está – dijo Vásquez cruzando los brazos y mirando su adquisición con una sonrisa de satisfacción que iluminaba toda la habitación.

* * *

A las diez de la noche los agentes Morgan y Vásquez ingresaron a El Diamante. Apenas se sentaron en una de las mesas se acercaron dos muchachas mal vestidas con trapos que intentaban ser lencería.
– ¿Nos invitan un trago? – preguntó una de ellas.
– Claro – dijo Vásquez, pero antes, de dónde son ustedes.
– Somos de la selva – contestó la muchacha – somos de sangre caliente, ¿di?
– Me han dicho que hay una colocha – dijo Vásquez.
– Sí – dijo algo decepcionada la mujer – pero nosotras te podemos atender igual y hasta mejor.
– No – replicó Vásquez – envíame a todas las colochas que tengas, para mí y para mi amigo, si no voy a tener que irme a otro sitio.
– Ok, ustedes se lo pierden – dijo mientras se levantaba de la silla y le tendía la mano a su compañera para llevársela.
– Te desenvuelves bien en estos sitios primo – dijo Morgan con picardía.
– Mi viejo era militar, por lo tanto casi todos mis amigos eran hijos de militares cuando tenía dieciocho años. Durante un tiempo casi todos los fines de semana hacíamos tours por lugares como estos a iniciativa de los padres de mis amigos.
– Yo en cambio he venido a lugares como este muy poco.
– Todos funcionan igual, el dueño gana dinero por la venta de los tragos, más que por la cerveza, a las chicas se les llama ficheras, si les invitas un trago que no sea cerveza acumulan fichas. Mientras más botellas te obliguen a tomar, más fichas acumulan, luego al final de la noche canjean las fichas por efectivo, son sus comisiones.
– Entonces al dueño del local no les conviene que salgan con un cliente.
– Para nada – contestó Vásquez – pero es la zanahoria en el palo, siempre te dicen que si compras una botella más saldrán contigo. La mayoría de hombres saben cómo funciona el asunto, pero prefieren ignorarlo. Quieren creer que la chica saldrá con ellos, al final rara vez lo hacen y si sucede debes para una fuerte comisión en la barra.
– Interesante.
En eso llegó una muchacha morena, de cabello rizado y corto, se sentó sonriente y se presentó.
– Buenas noches, ¿usted es al que le gustan las colombianas?
– ¿Tú eres colombiana? No parece – dijo Vásquez.
– Pues sí lo soy.
– No tienes acento, ¿de qué ciudad eres?
– Bucaramanga a mucha honra.
– No te había visto antes por aquí.
– Es que estoy recién llegadita, recién vine a trabajar aquí hace dos semanas – contestó la morena.
– Aquí mi amigo se ha quedado enamorado de una compatriota tuya, Danira; quiere llevársela a vivir con él a la selva – confesó Vásquez con un aire de complicidad.
– ¿A la selva?
– Sí – dijo Morgan – somos madereros.
– ¡Ay qué pena! - dijo la colombiana – Danira ya no trabaja aquí. Justo hace dos días se fue de viaje.
– ¿Y sabes a donde?
– A la selva, ¡qué casualidad! – dijo emocionada – yo también voy a irme en tres días, ya tengo mi pasaje, esta es mi última noche aquí.
– Qué bien, festejaremos tu despedida entonces – dijo Morgan – espérame un segundo, tengo que llamar a mi mujer, sacó su celular y marcó, “no voy a llegar esta noche cariño” dijo, colgó y quince minutos después entraron diez agentes armados al mando del comandante Álvarez al local para hacer una redada.

* * *

Al día siguiente, a media cuadra del estacionamiento de la estación de policía, Álvarez se sentó en una de las bancas de la juguería y pidió un zumo de naranja y una papa rellena. Minutos después llegaron Morgan y Vásquez.
– ¿La interrogaron? – preguntó sin preludio alguno.
– Sí – contestó Morgan. Al principio no quería hablar, pero ya soltó todo.
– ¿Cómo es la historia?
– Son cinco muchachas, las captaron en diferentes ciudades de Colombia, el trabajo lo hace una mujer colombiana también, les ofrecen venir a trabajar al Perú como niñeras en casas de familias acomodadas, les aseguran que ganarán entre mil a mil quinientos soles mensuales. Para ello les cobran una comisión de mil dólares, algo de tres mil soles.
– ¿Además les cobran? – se sorprendió Álvarez.
– Sí – dijo Vásquez – les dicen que es para gastos de viaje y comisión, les aseguran que recuperarán ese dinero en dos meses. Las traen por tierra cruzando por Ecuador. Una vez en la ciudad les quitan sus pasaportes y las llevan a lugares como El Diamante donde prácticamente las obligan a prostituirse o trabajar como ficheras, las amenazan con denunciarlas y destruir sus pasaportes. En el caso de Zulma, la muchacha que interrogamos, la amenazaron con hacerle daño a su hija de dos años que se quedó en Bucaramanga, como saben sus domicilios, la amenaza es verosímil.
– Esa gente es una mierda – dijo Álvarez – pero me imagino que eso no es todo, no creo que se den todo ese trabajo sólo para traerlas a un night club de mala muerte, les sale más barato traer chicas de la selva o de la sierra como siempre han hecho; a ver canten ¿qué más tenemos?
– Tiene razón comandante – agregó Morgan – lo del puticlub es solo la primera parte, el ablandamiento sicológico, la pasan tal mal que están emocionalmente quebradas, luego “aparece” misteriosamente un tipo, simulando ser parroquiano del lugar, a Zulma la contactó hace una semana, precisamente un día que ella estaba llorando en un rincón, le ofreció ayudarla y hace un par de días le dijo que la ayudaría a salir de ese lugar, le ha ofrecido pagarle dos mil dólares por llevar una mochila por carretera hasta Brasil, con ese dinero ella podrá rescatar su pasaporte y luego de Brasil regresar a Colombia. Ya sabemos qué lleva la mochila.
– Esta modalidad es nueva comandante – agregó Vásquez – sospechamos que las dos chicas que encontramos muertas se negaron a última hora a llevar el paquete.
– Buen trabajo caballeros. Hablen con la muchacha, ¿cómo se llamaba?
– Zulma – contestó Morgan
– Ofrézcanle regresarla a Colombia si colabora con nosotros.
– Ya lo hicimos – dijo Vásquez – no quiere. Cree que la buscarán en Colombia y que la matarán o que matarán a su hija si se enteran que ella los delató.
– ¿Y el programa de protección de testigos? – preguntó Morgan.
– Sólo funciona si como resultado de la operación atrapamos a toda una organización – dijo Álvarez – por un homicida no nos van a dar nada, no tienen presupuesto.
– ¿Entonces? – requirió Vásquez.
– Denme una organización o un cartel y yo me encargo de darle documentación nueva a Zulma y a su hija, si me dan menos no puedo hacer nada – señaló Álvarez mientras se ponía de pie y pagaba su cuenta.
– Entendido – dijo Morgan y se quedaron sentados mirándose el uno al otro mientras Álvarez se alejaba lentamente.

* * *

Morgan caminaba de un lado a otro en su casa con el celular en la mano. La mesera que conoció en el Ícaro le acababa de dar por teléfono un nuevo número y una recomendación “Ella es de las mejores en este asunto” le había dicho. Morgan se detuvo, respiró profundo y marcó el número. Al otro lado una voz femenina, fría y autoritaria le enumeró rápidamente una serie de reglas, una tarifa y una dirección. Morgan tomó nota. Preguntó tímidamente si a las ocho estaba bien, al otro lado de la línea un “sí, sea puntual” fue lo último que escuchó.

* * *

A las ocho de la noche el detective Morgan estaba parado y temblando de frio en una amplia avenida de una bonita urbanización de clase media alta. Frente a él se levantaba un enorme edificio de departamentos, calculó el cuarto piso, trató de adivinar cuál sería la habitación. Tomó un poco de valor, cruzo la calzada y presionó el botón del intercomunicador.
– ¿Sí? – contestó una voz robotizada.
– Hice una cita, para las ocho – dijo Morgan.
– Suba – dijo la voz segundos antes de percibir el sonido de la cerradura automática destrabándose.
Morgan empujó la puerta y camino hasta el ascensor. Subió. Departamento 4 B. “Un picnic” pensó. Cuando llegó a la puerta del departamento notó que estaba entreabierta. Entró, sus ojos se fueron acostumbrando poco a poco a la oscuridad de la habitación en penumbra, escucho una voz limpia diciéndole claramente que tome asiento. Miró a su alrededor y descubrió un confortable sillón de cuero negro. Se sentó. Alrededor había toda clase de aparatos e instrumentos acomodados en las paredes, por un segundo le vino a la mente la imagen del museo de la Santa Inquisición, en ese instante apareció ante él una silueta felina, tacones altos, envuelta en látex negro desde la punta de los pies hasta la cabeza, con excepción del rostro, los senos, las nalgas y el pubis que estaban totalmente expuestos, tenía el cabello castaño acomodado en una enorme cola de caballo y el sexo totalmente depilado. Tenía una extraña belleza europea.
– Dime un nombre para llamarte – dijo la mujer – uno imaginario.
– Sergio – mintió el detective.
– Yo soy Gretzel.
– ¿Es nombre es real o imaginario? – bromeó Morgan y se arrepintió de inmediato cuando sintió la quemadura lacerante de un látigo sobre su muslo izquierdo.
– ¡Silencio! – ordenó la mujer – aquí mando yo. ¿Recuerdas las reglas?
– Sí – contestó sumiso Morgan.
– No olvides, en el momento en que quieras parar solo tienes que decir la palabra y me detendré. ¿Está claro?
– Sí.
– ¿Tienes algo para mí?
– Sí – dijo Morgan llevándose la mano al bolsillo y sacando unos billetes de su cartera.
– Colócalo en la bandeja a tu derecha – señaló la mujer, una vez que el detective lo hizo continuó – Ahora desnúdate.

El detective empezó a quitarse la ropa, un extraño calor y un cosquilleo lo invadió. No podía creer que estuviese haciendo esto. Se quitó la última prenda y la acomodó junto a las demás en el sillón de cuero. Se quedó de pie. Gretzel presionó un interruptor y se encendió una enorme lámpara de luz negra en el centro de la habitación, todos los objetos adquirieron de inmediato un brillo terrorífico, intimidante, Morgan sintió el impacto del látigo en su pierna desnuda y a la orden de “¡de rodillas!” cayó de bruces sobre el piso alfombrado. Lo siguiente que vio fueron las brillantes botas de charol de Gretzel frente a sus ojos envolviendo lo que imaginó serían los pies más finos y delicados del mundo y no dudó en obedecer la orden de lamerlas mientras todo su cuerpo era inundado por incontenibles torrentes de cálida sangre y palpitante placer.

* * *

Mientras se vestía, Morgan notó que Gretzel lo miraba fijamente. Pensó en lo que había sentido esa noche, los caminos que esta maravillosa mujer le había hecho transitar, sintió su piel erizarse, si solo pudiera tener un poco de los conocimientos de esta maestra del placer. Volteó y la vio allí, imponente, pálida, extremadamente blanca, los labios pintados de carmesí, el delineador negro profundo alrededor de los ojos. Intentó decir algo.
- Mi nombre es…
- No me lo digas – interrumpió Gretzel – no quiero ni debo saber tu nombre ni a qué te dedicas.
- Si no tiene nombre no existe – dijo sin querer Morgan.
- Tienes razón – dijo la mujer – sin embargo, espero que vuelvas – agregó.
El agente Morgan no contestó, caminó hacia la puerta y salió sin mirar atrás.

* * *

Al día siguiente Vásquez llegó a la central temprano, coordinó los detalles de la operación con los agentes de antinarcóticos, cuando llegó Morgan todo estaba encaminado.
– Vamos primo – dijo Vásquez – ya está listo el baile.
– ¿Dónde es?
– Terminal terrestre, allí se va a encontrar con el “amigo”
– Correcto – dijo Morgan mientras se acomodaba el chaleco antibalas.

* * *

Mientras esperaban en el auto de lunas polarizadas, Morgan le preguntó a Vásquez:
– ¿Te acuerdas de lo que no podíamos nombrar?
– Claro.
– Probé.
– ¿Y?
– Diferente.
– ¿Diferente bien o diferente mal?
– Diferente, diferente.
– Entonces diferente bien, si fuese diferente mal, no dudarías en decirlo.
– Raro sería la palabra – dijo Morgan mientras miraba por los binoculares y se los pasaba a su compañero.
– Todo depende entonces.
– ¿De qué?
– De si regresas. Vamos, los tenemos – dijo Vásquez mientras bajaba del auto y quitaba el seguro de su arma.

* * *

Dos semanas después Vásquez estaba leyendo El Aleph sentado en su sillón Voltaire cuando alguien tocó a la puerta, se levantó a abrir, era el agente Morgan.
– Lo siento primo – dijo – los van a procesar por tráfico ilícito de drogas, el fiscal no ha podido establecer la vinculación con los homicidios.
– ¿Zulma?
– No alcanza para darle otra identidad, la unidad de protección de testigos dijo que la cantidad de detenidos y procesados no era suficiente, además la van a deportar.
– ¡Diablos! – dijo bastante mortificado Vásquez – aunque lo de los pillos no me preocupa; entre tráfico agravado y homicidio yo hubiese preferido que me procesen por homicidio, la pena por tráfico de drogas con agravantes es de quince a veinticinco, por asesinato es de quince a veinte, además en tráfico ilícito de drogas no hay beneficios penitenciarios. Van a pasar más tiempo en prisión por las drogas que lo que hubiesen pasado por homicidio calificado. Considéralo un éxito.
– Tienes razón primo, pero igual me da pena esa chica.
– Esperemos que las amenazas hayan sido solo eso, amenazas.
– Esperemos.
– ¿Un café turco?
– No gracias primo, con todo esto me está regresando el malestar de la gastritis.
– ¿Mate?
– No, no te molestes. He dejado el carro mal estacionado. Vengo mañana que es sábado, me van a enviar unos discos de chill out, ¿te parece si los traigo para escucharlos?
– ¿Ya ves? ¡Nos dejas solos a mí y al sillón Voltaire!
– Lo que tienes que hacer es conseguirte una Octavia de Cádiz – sugirió Morgan alegre.
– ¡No, no, no! Me quedo con el sillón Voltaire – festejó Vásquez.
– Mañana entonces.
– Genial. Mi casa es tu casa. Tus discos son mis discos.
Rieron.

* * *

Dos horas después el agente Morgan presionaba el botón del intercomunicador del departamento 4 B mientras susurraba para sí mismo “Gretzel”.

domingo, 5 de junio de 2011

PERVERSIONES (Cuento)

El inspector Morgan bajó del auto y caminó al borde de la carretera, los uniformados ya habían rodeado el lugar con la cinta amarilla de polietileno. Se agachó con esfuerzo y dolor para pasar la cinta, una vez erguido metió la mano en el bolsillo lateral del sobretodo y sacó del pequeño frasco de plástico un antiácido masticable que se llevó lentamente a la boca mientras aparecía ante él el cuerpo inerte, desnudo y lleno de tierra de una bella mujer.

En el lugar ya estaba Vásquez que había llegado temprano como siempre y ya había dado las primeras órdenes para los técnicos de criminalística y se había comunicado también con el fiscal.
– ¿Qué tenemos hoy primo? – preguntó Morgan mientras terminaba de tragar la pastilla.
– Mujer joven, caucásica, rica, todavía no sé con certeza si hubo agresión sexual pero es probable, la ropa aún no aparece, hay huellas de pisadas y marcas de llanta de auto.
– ¿Identificada?
– No.
– ¿Y cómo sabes qué es rica cabrón? – rió Morgan.
– Uñas de manos y pies cuidadas, esmalte color claro elegante, piel en buen estado, sin marcas ni cicatrices, no tiene tatuajes, pero lo más importante es que como puedes ver – y apuntó el pubis de la mujer – es morena, pero su cabello está perfectamente pintado de rubio platinado. Esos tintes no se hacen en salones baratos.
– Siempre me sorprendes primo ¿Y la supuesta violación?
– No hay lesiones a simple vista, pero tú sabes mejor que yo que cuerpo desnudo femenino casi siempre implica violación – contestó Vásquez.
– ¿Deceso?
– Muerte natural
– ¡Jajajaja! ¡Ese es chiste viejo! – rió estrepitosamente Morgan, conocedor del negro humor de su colega, se acercó al cadáver, se colocó de cuclillas y observó las notorias marcas de una correa en el cuello.
– ¿Ya ves? – dijo Vásquez – si te aprietan de esa manera el pescuezo con una correa… es natural que te mueras.
Morgan se incorporó ahora sin reir, le dio una palmada a Vásquez en el hombro y rodeó el cadáver como un torero alrededor del ruedo, miró el entorno, levantó la vista, su mirada se perdió en el horizonte, respiró largamente, volvió a ver el cadáver, el sol ya había completado su salida a través de las montañas y todo apuntaba a que sería un día claro y radiante, excepto para esa mujer tendida en el piso.
– Vámonos primo antes de que vengan los buitres de la prensa- le dijo a Vásquez y caminó hacia su auto.

* * *

Morgan y Vásquez no eran primos carnales, pero se trataban así desde muchos años atrás, todo había empezado como una broma cuando ya eran buenos amigos. Muchas personas que no los conocían bien pensaban que efectivamente eran primos a pesar de ser física y emocionalmente muy distintos. Morgan era casi diez años más joven, simpático y de trato agradable; siempre caía bien a todos, especialmente a las mujeres. Era sumamente talentoso y carismático, ascendía rápidamente, en los últimos años había estado en los más importantes casos del país, siempre satisfactoriamente resueltos todos ellos. Vásquez era un lector voraz, prefería quedarse en su pequeño departamento atestado de libros los días que no había servicio antes que salir con los colegas a tomar un trago. Había dejado de fumar y todos los días iba al gimnasio. No había ascendido mucho por su indomable espíritu libre, su impenitente costumbre de decir la verdad a cualquier precio, su honestidad inquebrantable y su especial sentido del humor, siempre sarcástico, que le había causado más de un problema en la institución. El único amigo que tenía Vásquez era Morgan, era al único al que no le decía no cuando de tomar un café se trataba y conversar. Morgan por su carácter extrovertido era amigo de todo el mundo, pero también le tenía un especial afecto a su primo postizo.

En la estación de policía Morgan ya estaba esperando en el estacionamiento, Vásquez bajó del auto y caminó lento, hasta llegar a su lado.
– ¿Qué piensas? – preguntó
– Es el mismo – afirmó con certeza Morgan.
– ¿El mismo de la semana pasada? ¿El loco de la bolsa? Lo pensé pero hay cosas que no cuadran. Este la estranguló con una correa, el otro le amarró una bolsa en la cabeza. Los seriales siempre repiten el modus operandi, los únicos que cambian son los copiadores. ¿Piensas que este es un copiador?
– No lo sé primo. No lo sé. Es una corazonada. Algo anda mal. En este país las mujeres blancas y ricas no aparecen muertas en las madrugadas al borde de las carreteras. Tienes razón, algo no cuadra. ¿Viste la marca de la correa?
– Clarísima.
– ¿Y te diste cuenta que tenía un diseño extraño?
– Sí, pero no le di demasiada importancia. Déjame averiguar un poco más, hablo con el médico legista y vienes en la tarde a mi departamento a tomar un café. ¿Te parece?
– ¡Me parece!
Se despidieron como siempre dándose la mano y un medio abrazo, Morgan subió a su auto. Lo bueno de tener un caso complicado era que no había que reportarse en la oficina. Sintió otra vez el tirón y el ardor en el estómago. El médico le había prohibido comer prácticamente todo, tomar cerveza, fumar, ingerir grasas “¡Ah Dios!” exclamó. “No te preocupes, mejor ocúpate.” pensó y pisó el acelerador.

En la tarde Morgan tocó con suavidad la puerta de madera del departamento. Vásquez abrió y lo saludó afectuosamente como siempre, pasaron. Vásquez tenía una servilleta de tela sobre el hombro y las manos húmedas.
– ¡Lomo saltado! – exclamó efusivo Vásquez – dame cinco minutos que está en la sartén.
Morgan se sentó en uno de los pequeños sillones, la sala ordenada, el piso encerado. Siempre había sentido una especial admiración por este peculiar primo. Donde volvía la vista hallaba libros. La mayoría de ellos en un enorme estante muy bien ordenados por tamaños y colecciones, pero también había libros en las mesas, en las sillas, al lado de la computadora. Novelas, poemarios, diccionarios, enciclopedias, tratados de pintura medieval, filosofía y brujería. Se puso de pie. Recordó las veces que Vásquez se había parado en esa misma ubicación para recorrer con la mirada los lomos de los libros con veneración y luego escoger uno, buscar en sus páginas y encontrar la solución a los problemas del trabajo y muchas veces para los problemas del corazón. “Cuántos libros, cómo me gustaría tenerlos y sobre todo haberlos leído todos” pensó. Sintió el aroma cálido y picoso del lomo saltado en su punto. Caminó a la cocina.

Luego de comer y con un buen café turco sobre la mesa, Morgan preguntó:
– ¿No te aburres solo primo?
– No – contestó lacónicamente Vásquez.
– ¿No piensas volver a casarte?
– No.
– ¿Una enamorada, una amante, una empleada que te lave la ropa y te haga masajes con final feliz? ¿Nada?
– ¡Final feliz! – exclamó Vásquez – ya me he casado y divorciado dos veces primito, ya tengo mi final feliz. A estas alturas de la vida empieza a ser más divertido leer un buen libro que estar conquistando una mujer. Eso cuesta plata, esfuerzo y tiempo.
– ¿Te vas a volver célibe?
– Bueno, tampoco. Siempre están las chicas de los clasificados.
– Pero no es lo mismo, pagar por sexo…
– Lo sé, pero como dijo ese cantante: “A las prostitutas no se les paga por sexo, se les paga para que se vayan después del sexo.”
– Si lo recuerdo – dijo Morgan mirando al techo cual estudiante que trata de recordar la respuesta a una pregunta.
– Bueno, cambiando de tema – dijo Vásquez – ven que te tengo algo.
Vásquez caminó con su taza de café hacia la sala comedor del departamento que ahora era una sala biblioteca, se sentó frente al computador y le mostró la fotografía digital del cuello de la víctima. Amplió la imagen y pudo observar claramente las marcas de la correa en el cuello, tenía un diseño peculiar, era evidente que no se trataba de un cinturón común y corriente.
– ¿Y sabes de qué cinturón se trata? – preguntó Morgan.
– No, aún no, estoy trabajando en ello, pero algo que te puedo decir es que la mujer no murió de asfixia.
– ¿Entonces?
– La asfixia produce una reacción química en el cuerpo que se llama acidosis, el análisis post mortem de los tejidos arroja que la sangre en ellos está desoxigenada, el rostro normalmente presenta una palidez extrema, por la ausencia de sangre precisamente. Nosotros nos confundimos porque esta mujer es sumamente blanca, por ello interpreté que podía ser asfixia. Los resultados del legista arrojan paro cardiaco por sobredosis de estupefacientes sintéticos, particularmente en este caso, mi querido primo: éxtasis.
– ¡Coño! Entonces nos quedamos sin caso.
– No necesariamente, como sabes cuando el tejido humano sufre de alguna presión, se genera una marca, luego al retirar la presión, la elasticidad de la piel y su oxigenación por medio del sistema sanguíneo restituye el tejido a su lugar y la marca desaparece a la larga dependiendo de la presión que se haya ejercido. Si en nuestro caso la marca todavía estaba allí…
– Es porque el tejido ya no pudo regresar a su lugar, es decir que sufrió el paro mientras era ahorcada y nuestro cazador tal vez cree que él la mató.
– Por eso la arrojó a la carretera
– ¿Violación?
– Tuvo relaciones, pero podrían ser consensuadas, no hay marcas de violencia, el médico legista encontró inflamación en la vulva pero no semen. Tal vez usó preservativo. No hay señales de lucha.
– Entonces no tenemos violación, tampoco homicidio, podría ser por lo menos tentativa…
– Y si como tú crees, es el mismo tipo de la semana pasada, debe estar convencido de que esta es su tercera víctima.
– ¿Tercera?
– Sí. Por eso comimos primero ¿ves?, no debes recibir tantas impresiones con el estómago vacío, le hace mal a tu gastritis – bromeó Vásquez – hace dos semanas encontraron a otra mujer blanca de buena presencia a trescientos kilómetros de aquí, fuera de nuestra jurisdicción, pero con las mismas características, misma edad, etnia, clase social y muerte por asfixia.
– ¿Confirmaste la identidad de la chica de hoy?
– Si, veintidós años, sobrina de un ministro de estado. Aquí tienes el expediente que formé, tienes su ficha Reniec, familiares cercanos y mejores amigos.
– ¿Mejores amigos?
– Facebook – dijo Vásquez guiñando un ojo.
Morgan caminó hacia el pequeño sofá de la salita, se sentó, sacó un antiácido del frasquito del bolsillo y lo masticó con calma mientras leía el expediente.
– Entonces siempre es un serial, ¿ya hablaste con el sicólogo de la fiscalía para el perfil?
– Primito, ambos sabemos que ese sicólogo está allí de adorno. Yo ya tengo un perfil.
– ¿Ah sí? Lánzalo.
– Hombre blanco, treinta a cuarenta, clase alta, buena posición, probablemente buen empleo, debe ser casado o divorciado, definitivamente no es soltero.
– ¿Y qué libro consultaste esta vez? – dijo Morgan – poniéndose de pie.
– Ninguno – contestó Vásquez mientras se levantaba también, adivinando que saldrían en ese preciso momento a investigar.
– ¿Wikipedia?
– No, “La ley y el orden”, no en vano he visto las últimas diez temporadas completas.
Salieron riendo.

* * *

En el auto el agente Vásquez cavilaba como siempre sobre las posibles hipótesis mientras Morgan conducía tratando de ocultar el malestar por el ardor en su estómago. “No debí aceptar ese lomo saltado” pensó, pero recordó lo bien preparado que había estado y no se arrepintió. Decidió aclarar las ideas para no pensar en el dolor.
– ¿Cómo sabemos que es blanco primo? – preguntó.
– Todas las víctimas son de clase acomodada, vivimos en el Perú, ¿has visto alguna a una chica blanca y acomodada como nuestras víctimas entrar a una discoteca cara o un hotel de primera con un mestizo?
– Pues no.
– Además hay un ex agente del FBI que tiene un blog, también afirma que lo normal es que los seriales cacen víctimas de su misma etnia.
– Entiendo ¿Y los otros datos?
– ¿Has oído hablar de la asfixiofilia?
– No, ¿qué es?
– Mira – explicó el agente Vásquez – es una práctica sexual, ligada usualmente al sadomasoquismo, el dominante coloca una bolsa en la cabeza de la víctima, una correa o cualquier elemento que permita la asfixia parcial del dominado. Ello mientras tienen relaciones sexuales, la idea es que al generar la sensación de asfixia se consigue una de dos cosas: desencadenar el orgasmo o si la asfixia y el orgasmo coinciden, este último se hace más intenso y prolongado.
– Creo que alguna vez vi algo así en una película. Increíble.
– Bueno hay quienes experimentan cosas. Lo cierto es que si es esto lo que tenemos entre manos, tiene que ser una especie de club muy selecto ya que por lo que pude averiguar en nuestro querido país todavía no se ofrecen estos servicios de manera pública y dudo mucho que de manera privada tampoco, luego el tipo tiene que ser del mismo círculo social. Ahora dime ¿a dónde estamos yendo?
– A la casa de la mejor amiga de nuestra más reciente víctima.

* * *

En entrada de la enorme casa en la mejor zona de la ciudad los agentes Morgan y Vásquez se anunciaron, los atendió Alejandra Pércovich, pasaron al espacioso recibidor y Alejandra los invitó a sentarse y ello hizo lo mismo.
– No es usual que entrevistemos a las personas de esta manera señorita Percovich – dijo Vásquez – pero en este caso no quisiéramos que su familia se vea afectada con una citación para rendir su manifestación en la policía. Como comprenderá toda la prensa se enteraría en el acto.
– Les agradezco mucho – contestó la muchacha, mirando fijamente a Morgan que ya se había adueñado del espacio. Este miraba alternadamente a Alejandra y las paredes de la habitación decoradas con caros cuadros adornados por caros marcos.
– Muy amable – dijo Vásquez – ¿puede decirnos si su amiga la señorita…? – fingió no recordar el nombre y buscó en su libreta – María Cecilia Del Solar, ¿practicaba la prostitución?
– ¡¿Qué le pasa?! – contestó la muchacha con un tono fresa que hizo sonreír a Morgan – ¿Quién se ha creído usted para venir a faltar el respeto a la memoria de una chica decente, una chica de su casa?
– Disculpe usted al agente Vásquez – interrumpió Morgan – seguramente no ha querido decir eso.
– ¡Ah, ustedes no saben quién soy yo! – exclamó todavía indignada la muchacha - ¡No saben con quién se están metiendo! ¡No saben quién es mi padre!
– Vásquez déjanos solos un momento – ordenó Morgan.
Vásquez salió de la habitación visiblemente molesto y se paró al lado de un farol en el enorme jardín delantero.
– Señorita Percovich – dijo Morgan variando su voz a un tono entre sensual y paternal y acercándose un poco en actitud confidente – lamento mucho los modales de mi compañero. Le ofrezco mis más sinceras disculpas.
– Está bien – dijo Alejandra más calmada – se nota que usted es gente. Perdone el exabrupto, si no fuese por usted le juro que mañana mismo denunciaba a su compañero.
– Está usted en su derecho – contestó Morgan, pero no quiero molestarla ni quitarle mucho tiempo. Debe ser terrible lo que está usted pasando. ¿Hoy es el velorio verdad?
– Sí – dijo soltando un breve sollozo ahogado.
– Entiendo. ¿Notó algo raro en su amiga la última semana?
– No, nada.
– Recuerde por favor.
– Nada, solo que conoció a un tipo. Estaba emocionada.
– ¿Sabe cómo se llama?
– No, solo me dijo que era un importante productor de un canal de televisión. También me dijo que pronto inauguraría un club, el Ícaro, que él la había invitado a conocerlo.
– ¿Ícaro, algo más? ¿dónde quedará?
– No lo sé, lo siento.
– Gracias, disculpe las molestias – Morgan se despidió con un gesto amable y la muchacha se quedó en la puerta del estar mirándolo.
Morgan y Vásquez salieron de la casa sin mirarse, molestos y en silencio. Cuando llegaron al auto, Morgan encendió el motor, cambió la cara, sonrió y dijo:
– ¿Prostitución cabrón, no se te pudo ocurrir otra cosa peor?
– ¿Pero funcionó o no?
– Funcionó…
– Nunca falla “galán”.

* * *

Cerca de las nueve de la noche en la oficina del agente Morgan en la división de investigaciones de la policía, ambos agentes buscaban en internet información acerca del club Ícaro.
– ¿Tienes algo? – dijo Morgan desde su escritorio.
– Nada aun, contestó Vásquez, pero ya estoy conectado a dos foros locales de sadomasoquismo. Aun nada.
– Yo igual, estoy en tres salones de chat y un foro. Espera acaba de entrar a uno de los salones un tipo preguntando por el club Ícaro.
– ¡Soy yo primo!
– ¡Jajaja! Somos los únicos dos en ese salón de chat… ¿”Perseo”?
– Si “Adonis” – ambos rieron, de pronto Morgan se calló abruptamente. Vásquez que conocía bien sus reacciones calló también y se acercó.
– Mira – dijo Morgan – Icaro tiene una página web. No lo van a inaugurar, ya existe.
– ¿Tiene dirección?
– No.
– Mira hay un correo y una página de contactos.
– Vamos por lo seguro, hay que registrarse – dijo Morgan, y Vásquez le dictó los datos de uno de los veinte perfiles que por norma habían creado para infiltrarse en la red sin develar sus verdaderos nombres.
– ¿Crees que dé resultados hoy? – preguntó Vásquez.
– Eso espero, es sábado y todavía es temprano.
Luego de un paciente trabajo de registro y navegación, Morgan anotó feliz una dirección en un papel.
– ¡Lo tengo!, cincuenta dólares la entrada, previa reservación, puedes escoger club swinger o sadomasoquismo.
– Yo no sabía que había un sitio de esos en la ciudad – reflexionó Vásquez.
– Funciona en casas alquiladas y se trasladan cada cierto tiempo. Por lo menos eso dice en la página. Los socios registrados son informados permanentemente de los cambios.
– ¿Entonces swinger o sado darling?
– Sado.
– Menos mal, si no me iba a poner celoso.
Abandonaron la oficina entre risas.

* * *

Frente a la elegante casa Vásquez con corbata y saco oscuro fungía de chofer frente al volante del auto, Morgan estaba sentado atrás.
– ¿Por qué tengo que ir yo? – preguntó Morgan.
– Porque tú eres el galán caucásico. Tiburón entre tiburones.
– Puedes decir que eres el rey del olluco – replicó el agente Morgan
– Sí, pero me darían un disco de Abencia Meza, una cerveza caliente y una patada en trasero – rieron.
Vásquez se bajó, le abrió la puerta al agente Morgan y este descendió del auto y se dirigió seguro a la casa que por fuera no mostraba ninguna señal de fiesta o reunión. Tocó el timbre, le solicitaron el código de registro, Morgan lo mostró, pagó los cincuenta dólares e ingresó.

Vásquez esperó en el auto. Escuchó música mientras esperaba, “un productor importante de televisión” pensó, ¿Quién? No eran muchos en la ciudad. Podría investigar a todos en una semana y saber quién de ellos frecuentaba el Ícaro. Siempre que el sujeto le haya dicho la verdad a la víctima y que la víctima le haya dicho la verdad a su amiga. No tenían una semana. Si efectivamente era un homicida serial, el próximo viernes volvería a matar. Pensó que algo estaba mal, recordó que los seriales siempre dejan marcas, huellas, mensajes, desean ser reconocidos, no resisten el anonimato. Este en cambio no había dejado mayores rastros que las huellas de un zapato que podría ser uno en un millón, las marcas de las ruedas de auto halladas no eran concluyentes y además eran patrones comunes de la marca Michelin, nada que permita identificar al agresor. ¿Por qué este agresor en particular no dejaba pistas? No habían huellas, nada en las uñas de las víctimas, no había semen, al parecer usaba preservativo.

A las dos de la mañana Morgan salió de la casa y se metió al auto.
– ¿Algo?
– Nada primo, ningún productor.
– ¿Solo eso?
– El resto no es como imaginábamos, son ricos jugando a ser distintos. No entré al club swinger porque solo puedes escoger uno, el de sado es básicamente un festival de disfraces, accesorios de cuero, látigos, máscaras. Todo bastante soft. Conocí un par de muchachas, como tú dices blancas y pudientes. Ninguna sabe nada de ningún productor de televisión. Estamos perdidos primo.
– ¡Diablos! – dijo Vásquez y encendió el auto para luego salir del lugar lentamente.

* * *

Domingo, diez de la mañana, Vásquez entra a la división de investigaciones, camina rápidamente hacia la oficina del comandante Álvarez, entra y ya está allí Morgan sentado en una silla. Saluda. Álvarez le contesta con un gesto y le señala una silla. Se sienta.
– Me dice Morgan que no tienen nada Vásquez ¿cuándo vamos a tener información? – preguntó Álvarez.
– Estamos trabajando comandante – replicó Vásquez.
– ¡Trabajando! Han venido a la oficina una sola vez desde que se produjo el último homicidio. ¿Cómo que están trabajando?
– Este es trabajo de campo, estos casos se resuelven en la calle, no en las cuatro paredes de una oficina.
– ¡Carajo, Vásquez! ¡No me contradiga! Yo sé que ustedes hacen un buen trabajo pero me meten en problemas, los otros agentes creen que yo tengo favoritismos. Vengan por lo menos a sentarse un rato en sus escritorios.
– Vásquez tiene razón – dijo Morgan – esto hay que resolverlo pronto y no podemos quedarnos en los escritorios sin hacer nada.
– Entiendo – dijo Álvarez rascándose la nuca – el otro problema es que tengo un ministro llamándome cada minuto a mi casa preguntándome qué estamos haciendo con el caso. Ayer en el entierro ha hecho declaraciones a la prensa nada favorables a la institución. Hoy me ha llamado el Ministro del Interior, también el secretario de la Presidencia de la República… ¿se dan cuenta o no? Mi cuello está en juego y por tanto el de ustedes también.
– No, no entendemos comandante – dijo molesto Vásquez – hacemos lo que podemos sin laboratorios, no tenemos presupuesto para materiales, los técnicos de criminalística no saben distinguir entre una bala y una moneda. Carecemos de una biblioteca…
– ¡Vásquez! – interrumpió Álvarez – ¡lo sé hombre! Lo sé. Pero así hemos aceptado este trabajo. Ahora denme algo para los buitres.
– Parece ser un asesino en serie – dijo Morgan mientras Vásquez apretaba el puño y gruñía su frustración.
– ¡No sean pendejos! – exclamó Álvarez – ¿quieren que salga a decirles a los periodistas que tenemos un asesino en serie?
– Entonces no les diga nada – afirmó rotundo Vásquez.
– Salgan de aquí. Quiero resultados hoy. ¿Entienden? Hoy.
Ambos salieron en silencio.

* * *

– ¿Y ahora cabrón? – preguntó sonriente Vásquez, mientras se sentaba una silla de madera frente al escritorio de Morgan.
– Nada. A trabajar. ¿Qué hacemos?
– No tenemos nada.
– Bueno yo si tengo – dijo Morgan mientras sacaba un pequeño papel de su bolsillo.
– ¿Qué es eso? Preguntó Vásquez con notoria curiosidad.
– El teléfono de una mesera del Ícaro, me lo dio al momento de pagar la cuenta.
– ¡Buena galán! A llamar…

* * *

Vásquez estaba concentrado en la lectura de una versión ilustrada de “Justine” de Donatien Alphonse François de Sade, el Marqués de Sade, cuando llegó Morgan a su departamento. Entró algo apesadumbrado, se sentó en el sofá y soltó:
– Malas noticias primo.
– ¿Por qué? ¿Qué te dijo la mesera?
– Efectivamente va al club un importante productor. Un pez gordo: Juan Pedro Vinces. Asiste a menudo al Ícaro. También vio a la muchacha con él la semana pasada.
– ¿A las otras?
– Le mostré las fotos, no las reconoció aunque noté que la cara le cambió cuando vio a la primera.
– ¿Raro no?
– Sí.
– Entonces lo tenemos.
– No lo sé. Me adelanté y llamé al comandante para avisarle, viene hacia aquí.

Quince minutos después llegó Álvarez. Se sentó pesadamente en el sofá que Morgan dejó libre para él. Luego intentó encender un cigarrillo. Vásquez no lo dejó, no le gustaba el olor de cigarro en su propia casa. Álvarez algo incómodo apagó el encendedor y dijo:
– Me dice Morgan que sospechan de Vinces.
– Sí señor – dijo Vásquez.
– ¿Y qué evidencia tienen?
– La mesera de un club los vio juntos.
– ¿No tienen nada más?
– No señor – intervino Morgan.
– Bueno, les vengo a comunicar que archiven el expediente.
– ¿Cómo? – preguntó sorprendido Vásquez.
– He recibido una llamada del Ministro del Interior, han coordinado con el ministro y la familia. Ya no están interesados en que esto se resuelva, han decidido aceptar que la muchacha murió de una sobredosis. Caso cerrado.
– ¡Pero comandante! – exclamó Morgan – ¿y las otras dos chicas? ¿Y el hecho de que la abandonaron en la carretera? Aquí hay algo más, no puede ordenarnos que cerremos el caso.
– ¡Ya les dije que hacer! – ordenó Álvarez - pueden seguir investigando el de la semana pasada, cuanto tengan algo tangible me avisan, el otro no es nuestra jurisdicción, olvídense de ese asunto, no es nuestro problema. Si tienen algo que vincule a Vinces con el caso de la semana pasada me avisan a mi primero. No quiero que nada se filtre a la prensa ni que hagan nada respecto a ese tipo sin avisarme. ¿Han entendido?

Ambos agentes quedaron en silencio pero asintieron brevemente con la cabeza, Álvarez se levantó y salió del departamento por su propia cuenta y sin despedirse.
– ¿Y ahora? – preguntó Vásquez.
– Nada, a investigar lo que nos queda.
– ¿Y Vinces? ¿Crees que podamos ligarlo con el segundo caso?
– Difícil. La familia está tan avergonzada por el suceso que ni siquiera ha salido a pedir justicia. Las familias acomodadas suelen reaccionar así primo.
– Tienes razón, la dignidad y el apellido antes que la justicia.
– Creo que sabían que la muchacha tenía una vida disipada. No les extrañó que haya terminado así.
– ¿Crees que Vinces vuelva a hacerlo?
– No creo. Presiento que ha negociado con los Percovich – afirmó Morgan – se abstendrá un buen tiempo o tal vez lo deje. Debe haber notado que fue muy lejos. Es difícil predecirlo.
– Tienes razón. Me indigna este asunto. Al final terminamos metiendo a la cárcel a pastrulos de poca monta.
– Ni tanto primo, recuerda que hemos resuelto casos grandes.
– Sí, grandes pero por el apellido de la víctima, no por el apellido de los victimarios.
– Es verdad – contestó triste Morgan – ¿Entonces?
– ¿Café?
– Estoy con el estómago mal…
– Mate entonces.
– ¡Mate!

Vásquez caminó a la cocina, Morgan se acercó al libro que había quedado abierto “Sadomasoquismo” pensó, “que extraña cosa” recordó lo que había visto en el Ícaro la noche anterior, se le estremeció el cuerpo. Nunca se imaginó que algo que siempre había pensado como enfermo o extraño le causaría tanta conmoción y curiosidad. Hasta ahora su única perversión había sido la enorme excitación que sentía al ver y acariciar los pies finos de algunas mujeres que conoció ¿Y si era un sadomasoquista y no lo sabía? Esto era mucho mayor que una simple fascinación por los pies de una mujer. Pasó algunas páginas del libro. Se excitó. Tendría que volver al Ícaro. Necesitaba experimentar, saber. Quien sabe y se olvidaba de este feo ardor del estómago. Se puso en la boca un antiácido, cerró el libro y caminó tranquilo hacia la cocina.