viernes, 30 de septiembre de 2011

PARA QUE PUEDAN SOÑAR (Cuento)

El estruendo de la granada y la puerta de madera volando en mil pedazos fueron lo último que Jacobo percibió antes de perder el sentido. Cuando despertó estaba en un sucio calabozo maloliente de orina y excremento. Se incorporó lentamente, el dolor agudo en la base de la nuca lo detuvo por algunos segundos. Sintió como si tuviera tierra en la boca. Su camisa estaba dura, acartonada, se puso de pie y caminó con dificultad hasta la esquina de la habitación donde había un poco de luz y descubrió que tenía la camisa manchada de sangre seca. Se revisó con cuidado el pecho, el cuello, los brazos. No tenía heridas profundas, solo rasguños y escoriaciones. Su barba estaba sucia y polvorienta pero no tenía rastros de alguna hemorragia. No era su sangre. Trató de recordar y no lo logró. Aun estaba todo confuso. La explosión, algunos gritos y la puerta de madera convertida en astillas de todos los tamaños. Se apoyó en la pared y se le humedecieron los ojos, pensó en Doris, su mujer y Silvia su hija. A lo lejos escuchó el sonido característico de botas acercándose, luego voces, el cerrojo de la puerta, los goznes crujiendo lastimeros. Entraron tres soldados muy jóvenes, mestizos, pelo hirsuto y narices gruesas, el primero lo apuntó con el fusil automático sin hablar, Jacobo levantó ligeramente las manos y se quedó quieto. Los otros dos colocaron dos bancos de madera en el centro de la habitación. Cerca de la puerta había una sombra. Se adelantó dos pasos, era un militar mestizo también, pero por el porte, los gestos y la forma de hablar parecía ser un oficial. Tenía uniforme caqui de campaña, sin galones ni marcas. Solo las botas negras, el quepí y un cinturón de cuero del que colgaba una cartuchera que debía contener una pistola enorme. El oficial se acercó y se sentó en uno de los bancos. Hizo una seña apuntando al otro para que Jacobo se sentara. Jacobo se acercó y se sentó despacio, los que habían llegado trayendo los bancos salieron y el que estaba armado se quedó cerca de la puerta con el dedo en el gatillo del fusil pero apuntando al piso, inquieto, nervioso.

– Jacobo Salas Bregovic – dijo el oficial al tiempo que leía una hoja de papel que había sacado del bolsillo –tiene una hija pequeña, actualmente estudiante de filosofía y humanidades. Estudiante también de derecho. ¿Estudioso no? Hágame un favor. Dígame todo lo que necesito saber.
– No sé qué cosa es lo que desea saber señor – afirmó con calma Jacobo.
– No sea pendejo, Salas – contestó también calmado el oficial – quiero que me diga dónde están sus camaradas del partido y qué es lo que están planeando.
– Soy militante del partido hace años señor, mi actividad política es pública en la universidad. He sido dirigente universitario prácticamente desde que ingresé. Nunca he ocultado mis actividades y no sé a qué planes se refiere.
– Mire Salas – replicó el militar – yo quiero ayudarlo. Usted me cae bien. No estamos detrás de usted, este es un lio de peces gordos. Pero usted está bien embarrado en toda esta mierda. Ha cometido errores graves. Eso de salir a los diarios a denunciar cosas del interior de la universidad Salas… mala idea. ¡Mírese! La barba, el cabello largo. La camisa de guerrillero ¿Quién se cree? ¿El Che Guevara? ¿Usted cree que me cuesta mucho esfuerzo meterle un par de tiros y olvidarme del asunto? Para la prensa un guerrillero muerto más. Nadie va a llorar su muerte Salas, hágase un favor y dígame lo que le estoy pidiendo.
– Estoy ilegalmente detenido señor.
– ¿Y qué quiere Salas? ¿Le presto un teléfono para que llame a su abogado? ¿Quiere también que le preste a mi mujer y a mi empleada? ¡Esta es zona de emergencia Salas! ¡Entienda carajo! No tengo que rendirle cuentas a nadie. Tengo a cuatro camaradas suyos en los otros calabozos. Si usted no habla, alguno de ellos lo va a hacer. ¿Se da cuenta de la situación?
– Sí señor. Me doy cuenta de que estoy ilegalmente detenido. Que está usted violando mis derechos. Pero yo no tengo la información que usted necesita. Yo no tengo contacto alguno con ninguna facción armada o fuerza revolucionaria, soy solo un militante más del partido.
– Un militante que dirige las escuelas populares en el interior de la universidad.
– Un militante que educa al pueblo. Un pueblo ignorante no se desarrolla. Un pueblo ignorante se somete.
– Usted les enseña a ser subversivos Salas. Usted alienta sus protestas y esa basura que llaman reivindicación social.
– Solo los incentivo a pensar por sí mismos señor. A cuestionar el sistema.
– ¿Y para qué sirve eso dígame?
– Para que el pueblo deje de ser una masa de corderos dóciles. Para que tengamos individuos que piensen, que crean, que tengan fe en un mañana diferente, para que puedan soñar... Para que las personas tengan el valor de buscar su destino. ¡Para que sean libres señor!
– ¡Huevadas Salas! – exclamó el oficial exasperado, poniéndose de pie – necesitamos ingenieros que construyan carreteras, médicos que curen a los enfermos. En este país no necesitamos más filósofos.
– Ni militares – dijo Salas mirando al piso.

El oficial se contuvo, se sentó de nuevo y abrió el bolsillo de su camisa de campaña. De él extrajo una cajetilla de cigarros y le ofreció en silencio un cigarro a Jacobo; luego sacó del bolsillo lateral de su pantalón un encendedor plateado con el escudo del ejército en relieve. Encendió ambos cigarros.
– Mire Salas. Esto no es cómodo para ninguno de nosotros. De aquí a unas horas tengo que ponerlo a disposición del Juez. De lo que usted me diga depende el informe que yo haga. Incluso puedo enviarlo de nuevo a su cuarto si colabora y aquí no ha pasado nada. Anoche lo intervenimos a usted y sus camaradas en un caserío alejado de la ciudad ¿Qué estaban haciendo allí?
– Íbamos a hacer una jornada de alfabetización.
– ¡Puta madre Salas! ¡No me siga jodiendo! Eso no se lo cree nadie. Estaban a dos kilómetros de una base del ejército. Le pregunto una vez más ¿Qué hacían allí? ¿Qué planes tenían?
– Alfabetizar. Teníamos planeado empezar temprano, todo el fin de semana. Por eso íbamos a pasar la noche en esa casita. La que ustedes destruyeron.
– Oiga – dijo el oficial acercándose en gesto confidente – ¡ya! yo le acepto a usted que es un blanquito buena gente que quiere enseñar a leer a los campesinitos y gratis. ¿Pero por qué su camarada Saldívar tenía un revolver en su mochila? Explíqueme eso.
– Eso no lo sé señor. Tendrían que preguntarle a él.

De pronto tocaron la puerta con fuerza. El oficial salió, Jacobo escuchó algunas voces inteligibles que se apagaron a medida que el ruido de las botas se desvanecía. Media hora después regresaron cuatro hombres vestidos con uniforme militar totalmente negro, con pasamontañas, al parecer comandados por un hombre de baja estatura con bigotes, vestido de civil; estaba también el oficial que interrogó a Salas y otro oficial de mayor edad y, aparentemente, mayor rango. El de mayor edad hablo:
– Salas, estos hombres son del servicio de inteligencia y van a ponerlo a disposición del Juez, Por favor acompáñelos y colabore.
Uno de los tipos se acercó y lo esposó. Luego le colocaron una capucha de tela negra en la cabeza y se lo llevaron a empellones.
– ¿Qué le sacaste Obando? – dijo el mayor de los dos oficiales cuando se quedaron solos.
– El tipo no sabe nada comandante. Ha sido una metida de pata. Es un teórico, un filósofo idealista. Se le nota y usted sabe que tengo experiencia. Yo ya había decidido mandarlo a su casa.
– Bueno el asunto ya no está en nuestras manos. Son órdenes de arriba. Habla con los soldados, nadie ha visto nada.
Obando se cuadró y el comandante salió del cuarto. Luego se sentó en uno de los bancos y encendió un cigarrillo. Se sentía cansado y se preguntó hasta cuándo seguiría destacado en este infierno. Recordó a su esposa Mariela y su hija recién nacida: Silvia. Como la hija de Salas, “casualidades” pensó mientras le daba una larga pitada a su cigarro.

* * *

Siete años después, luego de volver de la playa con su hija Silvia, Obando se preparó un té helado, prendió el televisor y se sentó a ver las noticias. Sintió como un latigazo en la columna cuando la narradora leyendo el teleprompter dijo que habían sido descubiertos los restos de cinco personas en una fosa común, uno de ellos probablemente correspondería al estudiante de filosofía y humanidades Jacobo Salas Bregovic, desaparecido hacía aproximadamente siete años.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¡NO TE ENOJES BLANQUITO!

El choleo es una práctica popular y de largo arraigo en el Perú. Lo interesante es que en los últimos años ha tomado diferentes carices, así ya no es raro escuchar a mucha gente decir “soy cholo, y a mucha honra”; “cholito lindo” o “¡ese es mi cholo!”. Ello implica que la palabra ha ido perdiendo las espinas que la hicieron dolorosa en años y siglos pasados.

El que haya perdido espinas no significa que sea aceptable. La costumbre limeñísima de cholear ha calado profundo en el resto del país, así la GCU (como diría la China Tudela) asume que una muestra de inclusión en la post modernidad es desempolvarse de prácticas racistas y así llaman de chola a la pecosa amiga de apellido italiano, “para que veas que no soy racista ¿captas?, o sea en el Perú todos somos cholos.” Claro es fácil hacer esa afirmación cuando te apellidas Goldstein o Kundmüller, pero ¿qué pasa con miles de compatriotas que han sentido el peso de la discriminación sobre sus espaldas durante más de cinco siglos?

Resulta que como todos quieren ser del grupo de la GCU, en el Perú ya no cholean sólo los blancos, todo el que se considera post moderno y de vanguardia cholea. Tú choleas, él cholea, nosotros choleamos, ellos cholean y vosotros choleáis. El verbo en su máxima aplicación. Sin embargo, yo no choleo. Me parece inaceptable.

Ya sé que estará pensando más de un lector: “Yo choleo, pero en buena onda, es un trato de cariño.” O “yo no lo uso peyorativamente, es una forma de decir nomás.” Nuevamente justificaciones para uno mismo. Piénselo bien, no me conteste, contéstese usted mismo. Si usted va al mercado y le dice la señora que vende fruta: “Cholita, pésame un kilo de manzana.” ¿Está usted totalmente seguro o segura que la señora no se ofende? ¿Será que le pone buena cara solo porque no quiere perder al cliente? Bueno, si insiste en auto justificarse, cualquiera que sea la excusa, la palabra siempre lleva soterrada una forma de discriminación y lo digo por lo siguiente: Nadie, absolutamente nadie, puede estar seguro que la persona que recibe la calificación, entienda que es “en buena onda” y no se sienta afectada por ella. Ante la duda, mejor no hacerlo.

Para quienes piensan que usar un término tan peyorativamente aplicado durante siglos, es una práctica “cool” y “super hiper ultra moderna, o sea yo no soy racista ¿ves?” Sería bueno que analizaran si sería apropiado llamar a un panadero judío alemán de “Judiíto, cuánto cuesta el pan.”, a un taxista afroamericano del Bronx “¡Hola negrito, llévame a Manhattan!”, o decirle a un tendero chino, “!Hey! amarillito, véndeme un pescado.”

Estas prácticas que parecen tan poca cosa constituyen graves ofensas en otros países y pueden ser pasibles de sanciones que van desde la multa hasta la prisión.

Al igual que la palabra “amigo”, que traté en otro post, la palabra “cholo” además de su sentido discriminador, vulneran el derecho a ser llamado por el nombre. Existen los sobrenombres como “chato”, “loco”, “ñato". Si bien en círculos íntimos puede ser permisible hay que tener lo siguiente: Lo correcto es llamar a las personas por su nombre, ojo, ni siquiera es una regla gramatical o una norma de buena educación, esto está dispuesto en el Código Civil:
Artículo 19.- Derecho al nombre
“Toda persona tiene el derecho y el deber de llevar un nombre. Este incluye los apellidos.”

Artículo 26.- Defensa del derecho al nombre
“Toda persona tiene derecho a exigir que se le designe por su nombre.”
“Cuando se vulnere este derecho puede pedirse la cesación del hecho violatorio y la indemnización que corresponda.”

Para usar un sobrenombre se debe contar con el consentimiento de la otra persona, es decir el aludido debe estar de acuerdo. El problema con la palabra “cholo” es que el contenido racista es tan fuerte que nadie se asume como mestizo o cholo, por tanto al negarse cree que la palabra no le afecta. Pero si llega a sentirse identificado y luego reclama podría ser tratado además de “resentido” como he visto últimamente sobre todo en las redes sociales.

He notado con alegría que hay fuertes corrientes en el Perú que están abordando este tema con valentía. En buena hora. El problema de la identidad no es poner escudos en las camisetas. El asunto con la identidad es reconocernos como mestizos, aquellos que lo somos, la inmensa mayoría, sentirnos orgullosos de ella y por tanto no dejar que nadie afecte esa identidad con términos que podrían (basta la duda) ser peyorativos.

Otro matiz de este mismo asunto es el hecho detestable de ver a personas mestizas, como yo o como usted probablemente, cholear, pero con rencor y asco nada disimulados a personas con solo uno o dos tonos de piel más oscuros. O por su acento, o por su vestimenta. Este sigue siendo un país donde el que es un poquito más claro que otro o maneja mejor el idioma ya se cree Ario o Vikingo. Nuevamente falta de identidad y probablemente de espejo en casa.

Ojala esta nota sirva para cambiar un poquito la conciencia de las personas. Si una sola cambia, este post será un éxito. Llamemos a las personas por su nombre, es su derecho y nuestra obligación.

martes, 27 de septiembre de 2011

AMISTAD

Desde mi más temprana juventud he tenido un especial respeto por la palabra amistad. Tengo la firme convicción de que la amistad es un sentimiento mucho más complejo y elaborado que el amor. Estoy seguro de que muchos podrán pensar diferente y considerar al amor como el sentimiento más sublime, pero en mi caso no es así.

Este no pretende ser un ensayo elaborado, precisamente por lo complejo del tema, pero si una lista de ideas sueltas.

Primero me parece detestable que cuando uno pasea en los mercadillos de cualquier ciudad de país, los vendedores y “jaladores” digan “Amigo, ven pregunta sin compromiso.” “Amigo, pruébate” “Amigo, ¿Qué estas buscando?” en un vano intento de tratar de entrar en confianza y peor aún cuando usan el diminutivo “Amiguito”.

No voy a abundar mucho sobre el tema, baste decir que el uso de la palabra denota dos cosas, falta de respeto y poco vocabulario. Falta de respeto por la palabra “amigo” y por la persona a quien se dirige con este término, todos tenemos un nombre y esperamos como mínimo que nos llamen por él. Lo segundo es una notoria falta de vocabulario, si una persona no sabe el nombre de otra, se puede usar “señor”, “señora”, “señorita”, “joven”, “niño”, “mozo”, “caballero”, etc. Otra cosa sumamente detestable es llamar en un restaurant “amigo” al mozo.

El tema se reproduce en las redes sociales. El “amigo” o “amiguito” se disparan indiscriminada y arteramente: “Gracias por tu comentario amiguito.” ¿Amiguito? ¿Acaso no aparece mi nombre en mis posts? ¡Llámame por mi nombre! ¿Crees que por que te agregué como contacto eres “mi amigo”? ¡Por favor!

Mis amigos, los de verdad, puedo contarlos con los dedos de una mano.

Siento que uno de los requisitos de la amistad es que aguante todo. Y cuando digo todo, es todo. Aquí no hay límites ni nada. Si no aguanta todo, alguno de los dos está sobre valorando esa relación llamándola amistad. Tal vez desea con todo el corazón ser amigo de la otra persona, pero la cuestión no funciona así. La admiración unívoca no genera amistad.

Ahora, otra cosa que se debe comprender, es que la amistad no es una relación de exclusividad, “mi mejor amigo” (para mí) no necesariamente me considera “su mejor amigo”, esto debido a que otro requisito de la amistad es que debe ser lo suficientemente elástica como para dejar espacios al otro y dejarlo tomar sus propias decisiones respecto a sus propias categorías. Como fácilmente se ve, eso no podría existir en el amor, por ejemplo, que si requiere exclusividad.

Una persona no podría ir a donde el que considera mejor amigo y decirle “yo tengo que ser tu mejor amigo, porque tú lo eres para mi” eso es una baja y vil manipulación. Así tampoco funciona.

Mi mejor amigo, por ejemplo, fue en algún momento mi alumno, y luego mi pupilo. Lo vi crecer y desarrollarse, ahora es una persona que admiro. Supongo que él ha cultivado también valiosas amistades en ese proceso. Hemos pasado de todo y la amistad aguanta. No veo la forma en que esa amistad pueda romperse. Es de esos asuntos en los que uno puede dejar de hablar años y de pronto retomar todo en un día como si el tiempo no hubiese transcurrido.

Entre otros admirables amigos uno está en Brasil, trabajando y viviendo la vida como debe ser, otro vive en Lima trabajando las 24 horas del día creo. Es muy reservado pero es un muy buen amigo, tan buen amigo que aguanta todas las barbaridades que le hemos hecho y hacemos con buen humor y creo que sin cuestionar nunca la amistad.

Yo tengo categorías o estándares muy altos para la amistad. Siento que un amigo es aquél al que le daría mi cama para que duerma si le falta, con el que dividiría mi último pan, ¡le prestaría un libro! a un amigo mío es aquel al que le digo sinceramente que lo quiero. Y yo no hago eso con cualquiera.

De otro lado soy exigente con aquellos a los que espero se conviertan en mis amigos. Tienen que ser personas con las que podamos hablar un lenguaje común, temas en común. Cierta velocidad de procesamiento que nos haga estar en cierta frecuencia.

Hasta ahora he contado tres y paro, tengo ilustres conocidos. Tal vez alguien que lea esto y se consideraba mi amigo y se percate que no está en la lista de tres, se sienta mal. Pero bueno, también está la lista de los amigos a secas, los íntimos, los cercanos, pero que no llegan al estándar de mejor amigo, desde mi punto de vista. Quien sabe yo soy mejor amigo de alguien, desde la perspectiva de ese alguien. Sería bonito enterarme.

Un error frecuente es que muchas personas conozcan a alguien y automáticamente se auto atribuyan la calidad de amigo. Siempre se me ocurre que es como una estructura jerárquica piramidal. Cuando recién se empieza, se está en la plataforma, no se debe pretender llegar a la cúspide en dos días. Más importante aún, no se puede competir con los que están en la cúspide. La soga se rompe siempre por el lado más débil. Yo priorizo. Si tengo que decidir entre uno de mis amigos antiguos y uno reciente, preferiré a los antiguos. Quizás alguien decida por los recientes, yo no.

He perdido muchos amigos en el transcurso de toda mi vida, algunos que creí en algún momento mis mejores amigos. Pasaron cosas, en algunos casos crecí y ellos no crecieron a mi ritmo. Tuve que decirles adiós, no tengo vocación de arriero. Seguramente muchos de ellos crecieron más que yo y me dijeron adiós, igual, no me gusta ser ancla de nadie. En otros casos sencillamente me equivoqué y habían intereses subalternos a la amistad o más simple aún, confundimos las cosas.

Un indicador interesante es la ruptura, cuando una amistad está a punto de romperse, sucede que alguien acude con el argumento de “espero que valores esta amistad y si realmente la aprecias y valió algo, recapacitarás” esto es otra vez manipulación. Nuevamente, la amistad no funciona así. Cuando veo que alguien usa ese argumento es que en realidad esa amistad nunca lo fue. Detesto la manipulación ajena, solo soporto la mía. Además, he crecido con mi madre y cuatro hermanas. Soy un experto en el arte de la manipulación, y como consecuencia, sé distinguir de inmediato cuando alguien pretende ejecutar alguna.

La amistad se resuelve en primera y cara a cara (aunque yo soy de la idea de que no debería llegar nunca a ese punto)

En una oportunidad uno de mis mejores amigos, hace años, me hablaba y hablaba acerca de un producto que era un éxito en el mercado. Yo tuve cierto temor. Nunca he sido un buen vendedor, pero parecía algo razonable, mi principal miedo era cambiar mis paradigmas personales y empezar a vender cosas. Ese miedo me impedía comprar el producto, por lo que me incomodaba un poco que cada vez que me encontraba con él, insistía con el tema. Pensé seriamente en el asunto. Llegué a dos conclusiones: La primera era que mi amigo me insistía con el asunto porque realmente creía que yo podría ser un éxito trabajando con él. Apreciaba mis calidades y mi amistad. Lo segundo es que me incomodaban sus permanentes referencias al producto y no quería poner en riesgo nuestra amistad por ese asunto. Así que aboné los más de mil dólares y compré el producto. Hoy a la luz de los años y por todo lo que he aprendido para mi vida personal desde que compre ese producto, a pesar de no haber recibido ingresos directos por él, puedo afirmar que valió cada dólar invertido.

Sin embargo, en aquel entonces, unas semanas después el asunto me daba vueltas en la cabeza y sintiéndome culpable, me confesé con mi amigo, le expliqué mis conclusiones y al final le dije:
- Te voy a ser sincero, estaba incomodo con el asunto y he pensado que nuestra amistad era más valiosa que los mil y pico dólares que valía el producto, y fue una de las razones que me llevó a comprarlo.
Y él con la sinceridad más grande del mundo y con esa velocidad mental que siempre le he admirado me dijo:
- ¡Pinche cabrón, yo debería estar ofendido, le has puesto precio a nuestra amistad!
Nos reímos los dos y no dijimos más. No lo necesitábamos, nuestra amistad no tiene precio.

domingo, 25 de septiembre de 2011

CONFUNDIENDO LA FICCION Y LA REALIDAD

Cuando Dan Brown publicó “El código Da Vinci” la iglesia católica se opuso rotundamente a su difusión e invirtió tiempo y dinero en desacreditar la novela y establecer a sus fieles primero prohibiciones y luego explicaciones de que los datos e historias plasmadas en la novela no eran reales.

Esta situación me pareció anecdótica, sin embargo siempre hay personas que tienden a pensar que los cuentos y novelas son testimonios personales o historias verdaderas. Desde esa perspectiva el sistema de justicia de Estados Unidos debió haber utilizado “El Padrino” de Mario Puzzo como evidencia en algún expediente criminal o “Collacocha” de Solari Swayne debería ser un documento obligatorio en las clases de historia del Perú en las escuelas.

Pero aunque resulte curioso, el comportamiento de la iglesia católica no es singular, lo mismo sucedió con las autoridades del Colegio Militar Leoncio Prado cuando se publicó la novela de Vargas Llosa “La ciudad y los perros”, llegando al extremo de hacer una hoguera con los libros del escritor como una muestra de rechazo.

De igual manera los amigos de Jaime Bayly entraban en pánico con cada una de las primeras novelas del escritor, sufriendo con la aparición de los personajes en lo que se sentían representados u otros más hábiles explotaban el parecido para exponerse a la prensa.

También tiene que ver la irresponsabilidad de algunos escritores. Muy pocos cometen el error de decir “si, tal o cual personaje es tal o cual persona en la vida real”, lo que además de ser irresponsable es falso, porque una vez que el personaje se introduce en una novela toma vida propia, se independiza de la persona que sirvió parcial o totalmente de inspiración.

Una anécdota que siempre recuerdo es aquella de Mario Vargas Llosa, al que le preguntan en alguna ocasión acerca de quién mató a “el Esclavo” en “La ciudad y los perros”, Vargas contestó con toda la sinceridad del mundo: “No sé.” Es cierto, cuando uno escribe (y quienes lo hacemos o intentamos hacer lo sabemos bien) los personajes adquieren una personalidad propia en el mismo desarrollo de la historia y a veces toman sus propias decisiones al margen de la voluntad del escritor. Muchas veces mis cuentos han terminado con finales totalmente distintos a los que yo había planeado.

Haciendo un paréntesis, la desproporcionada reacción de la iglesia católica frente a la novela de Brown, a la luz del tiempo transcurrido, nos deja dos conclusiones, una de causa y otra de consecuencia. La causal está referida a que los jerarcas de la iglesia católica comprendieron algo que es un hecho de dominio público en muchos sectores, pero no totalmente aceptado: La educación de las personas tiene un nivel tan bajo, que muchos no entienden o distinguen todavía el concepto de novela y ficción, por lo que la iglesia se aterró ante la idea de que muchos de sus fieles, analfabetos funcionales, cuestionaran su fe a partir de la información obtenida. Tal vez sea un poco exagerado, pero si bien muchos comprenden que “Yo visité Ganímides” es un libro de ciencia ficción, para muchos podría ser la bitácora de un viaje verdadero. Ese fue el temor de la iglesia respecto a la novela de Brown, que la mayoría de sus fieles no pudiese distinguir realidad de ficción y cuestionaran su fe en función a los argumentos de la novela. Respecto a la conclusión de consecuencia: La prohibición que hizo la iglesia católica a sus files no hizo otra cosa que disparar las ventas del libro de Brown. La gente está ávida de escándalo, de chisme, de “a ver si es cierto”. Los aspavientos de la iglesia sugirieron que “algo de verdad debe tener ese libro” y terminaron favoreciendo a quien menos querían favorecer: al autor.

En nuestro medio, cada vez que un personajillo farandulero publica un libro, es como lanzar un “reality show”, la población hace gala de su mórbido interés de la vida ajena y compra y comenta el libro. Si el autor tiene la decencia de afirmar con la debida contundencia que la novela es ficción, la gente pierde interés.

Cosa diferente son las biografías, donde al autor pone a conocimiento público su vida, en una especie de documental escrito. De igual manera los ensayos, crónicas y estudios pueden ser sometidos al escrutinio público para ser criticados, desvirtuados, comentados, sopesados, rebatidos o complementados. La novela y el cuento no. Al ser creaciones artísticas compuestas de ficción no resisten mayor debate que el formal. La estética y la técnica pueden ser discutibles, si la historia es verosímil o no, el desarrollo adecuado de las características de los personajes o, también, la precisión histórica, como por ejemplo errar poniendo en boca de un cónsul romano precristiano las palabras “Papado” o “América”.

Los personajes de una historia a veces son totalmente ficticios, como el vampiro Lestat de Anne Rice, pero no cabe duda que este Lestat debe tener en su personalidad algunos rasgos de algún conocido de Rice o de ella misma. Pero a nadie se le ocurriría afirmar que Lestat es Rice en la vida real. Los que escribimos o lo intentamos, construimos nuestros personajes con pedacitos de varias personas reales, dosis más, dosis menos; los espacios y las anécdotas siempre toman un poco de aquí y otro de allá y en función a la capacidad imaginativa y necesidad del trabajo, se crean totalmente. Nunca he estado en un campo de concentración nazi pero alguna vez tuve que describir uno, y me imaginé con claridad la habitación de un hotel barato de la Rue de Vaugirard en París en los años cincuenta del siglo pasado a pesar de nunca haber estado allí y de haber estado no luciría hoy como hace sesenta años.

Como señalé líneas arriba, puede ser incluso que algún personaje se parezca mucho a uno de la vida real, pero desde que se plasma en el cuento o la novela, deja de ser la persona o personas en que se inspiró, adquiere vida propia; el lector le asigna un rostro, un cuerpo, un tono de voz o de piel, un acento, las expresiones, el lector rellena todos los espacios en blanco que deja el autor a veces adrede y a veces sin querer. El personaje que el lector concibe nunca más es el que el autor diseñó y con mayor razón nunca es aquél en el que el autor se inspiró.

Cuando Vargas Llosa escribió “La tía Julia y el Escribidor” la tía Julia de la vida real escribió una novela de “respuesta” llamada “Lo que Varguitas no dijo” o algo así, nunca perdí mi tiempo leyéndola. Nadie escribe una historia para que los que se sienten aludidos hagan una “respuesta.” Pienso que la literatura no debe ser usada como vehículo personal. No estoy de acuerdo en usar los cuentos o novelas para “enviar mensajes” a otras personas. Para eso están los ensayos y crónicas desde mi modesto punto de vista, acepto que otras personas pueden tener una perspectiva distinta respecto a este tema en particular, pero no es mi caso. Yo soy un cazador de historias, siempre estoy atento a la información alrededor mío o lo que me pasa y a partir de allí escribo y agrego lo que mi imaginación me dicta.

A veces los académicos quieren interpretar cosas más allá de las que realmente son. Vargas Llosa ha dicho que escribe para vivir en sus personajes lo que no podría vivir siendo él mismo. Bryce y García Márquez han dicho que escriben para que los quieran. Yo escribo por una mezcla de las dos cosas. Estoy seguro que todos ellos lo hacen siempre por placer. Yo también.

Contaba García Márquez que el profesor de uno de sus hijos en la escuela les dejó una tarea acerca de “El Coronel no tiene quien le escriba”, sin saber que el muchacho era hijo del escritor. El niño le contó a su padre que el profesor afirmaba que la novela era una obra maestra porque García Márquez había logrado personificar en el gallo El Pueblo y en el Coronel al Estado y en los amigos de Agustín, el hijo fallecido a los burgueses, García Márquez se echó a reír y se alegró no haber puesto el final que había pensado originalmente: El Coronel harto del asunto, le torcía el pescuezo al gallo y hacía un caldo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

ALGUN DIA (Cuento)

Con Felipe pisándole los talones, Paco corría a toda velocidad por Siete Culebras hasta la Plaza de las Nazarenas, se detuvo unos segundos para tomar aire y corrió de nuevo, riendo y con el aire frio de la sierra cortando su rostro redondo. Cuando llegó a Herrajes aceleró con fuerza hasta llegar a Santa Catalina donde estaba ubicada la tienda de la señora Esther.
– ¡Una papa rellena! – gritó casi sin aliento mientras colocaba la moneda de cincuenta centavos en el mostrador de madera de la tienda.
– ¡Una papa rellena! – repitió a sus espaldas Felipe con el rostro brillante de sudor y las mejillas rojas como el fuego.
– ¡Despacio! – les rezondró con cariño la mujer y sacó de una cacerola envuelta con una frazada dos bolitas amarillas del tamaño de un huevo de gallina.

Las papas rellenas comunes consistían en una pasta hecha de papas hervidas y prensadas, mezcladas en algunas ocasiones con un poco de harina y clara de huevo, en su interior se colocaba de acuerdo al gusto del cocinero carne trozada o molida, queso, huevo duro picado, zanahoria en cuadraditos y aceitunas o pasas. Luego se freían. Doña Esther había creado su versión particular de papas rellenas en miniatura para los escolares, el relleno consistía en cuadraditos milimétricos de zanahoria hervida con sal, ají colorado molido, un trocito de carne y nada más. Se levantaba a las cinco de la madrugada para cocinarlas, mientas Aniceto, su marido, preparaba la chicha de quinua. Luego ambos elaboraban una especie de crema ligera hecha a base de rocoto arequipeño aplastado que compraban casi a precio de regalo en el mercado y que lastimaba la lengua como un hierro al rojo vivo y que aumentaba notablemente sus ventas de chicha.
– ¡Una chicha! – reclamó resoplando Paco mientras terminaba de comer la papa rellena embadurnada de picante. Doña Esther introdujo el cucharón de madera en la enorme olla de barro y sirvió en un vaso de vidrio opaco la refrescante bebida.
– ¡Chichita señora! – pidió Felipe extendiendo otra moneda de cincuenta centavos.

Los muchachos comieron otra ronda de papas rellenas, la tienda ya estaba repleta de escolares que hablaban, gritaba y compraban dos, tres, cuatro papas y bebían uno tras otro vasos de chicha, Paco y Felipe terminaron y se fueron corriendo apenas pagaron. Doña Esther siguió atendiendo a los comensales que hacían bullir la tienda, al final y luego de casi dos horas, la tienda volvió a quedar vacía, guardó los billetes y monedas en una caja, tapó la olla de barro con cuidado y cubrió las pocas papas rellenas que quedaron con un paño grueso para que no se enfríen. Servirían para el almuerzo. Luego se sentó en un banco de madera y encendió la vieja radio a transistores. Sintonizó una emisora que transmitía el lánguido y monótono sonido de arpas lejanas y quenas solitarias. Se acordó de su pueblito en Abancay, de la música de los cencerros, del olor a campo, de la casa de barro que habían construido con Aniceto y el viaje que habían hecho hasta Cusco cuando perdieron todo por culpa de la sequía.

* * *

Cuando Paco llegó a su casa su madre le gritó desde la cocina:
– ¿Qué hora de llegar es esta Paco? ¿Dónde has estado?
– En ningún sitio – contestó el muchacho.
– Pobre de ti que estés yendo a comer esas papas rellenas de la casa de la bruja.
Paco se reía en silencio.

* * *

A las dos semanas saliendo de la escuela, Felipe, como siempre, retó a Paco a una carrera hasta la tienda de la señora Esther.
– Mi mamá no quiere que vaya – dijo Paco.
– ¿Por qué?
– Andan diciendo que es bruja – contestó.
– Mi mamá dice igual, mi tía Antuca me cuenta que cuando recién llegaron al Cusco vendían en una banquita en la calle papa rellena y chicha de quinua. Ahora tienen tienda, venden gaseosa, pan, fideos y de todo.
– Pero siguen vendiendo la chicha y las papas rellenas, además han construido una casa. Mi mamá dice que es bruja porque nadie puede tener tanta plata solo vendiendo papas rellenas.
– Papitas de a cincuenta – se burló Felipe mostrándole una moneda a Paco y echándose a correr.

* * *

Algunos días después Felipe se sentó al lado de Paco mientras esperaban su turno para jugar al fútbol en la clase de educación física.
– ¿Sabes que dice mi tía Antuca?
– ¿Qué? – preguntó displicente Paco.
– Dice que han bautizado la plata.
– ¿Cómo es eso?
– Dice mi tía que si pones plata en la ropa de la guagua en el bautizo de la iglesia, el agua bendita le cae a la plata – afirmó con certeza Felipe.
– ¿Y qué sucede?
– Dice que la gastas y siempre regresa a tu bolsillo
– ¿Ah sí?
– Lo malo es que el alma de la guagua se condena pues.
Paco sintió un escalofrío corriendo por su espalda.

* * *

Una tarde, sentado en el zaguán de la casa mientras su madre tejía, Paco soltó la pregunta.
– Mamá ¿Es verdad que si bautizan la plata siempre regresa?
– ¿Quién te ha dicho eso? – preguntó la mujer.
– Eso dice la Antuca, la tía del Felipe.
– Así dicen hijo.
– ¿Y los señores de la tienda habrán hecho eso?
– ¡Ay no se! – se quejó la madre de Paco – pero no creo, porque no tiene hijos.
Paco se quedó pensando en eso.

* * *

Al día siguiente en el cambio de hora Paco increpó a Felipe:
– Tu tía Antuca es una mentirosa – le dijo.
– ¿Por qué?
– Porque la señora de la papa rellena no tiene hijos. ¿A quién iba a bautizar pues? ¿A quién? – preguntó indignado Paco.
– ¿Sonso eres no? – replicó Felipe –puede ser cualquier guagua, un sobrino o un vecino. ¿Por qué eres sonso?
– No soy sonso ¿ya? Y tu tía Antuca es mentirosa y te agarra a ti que le crees sus mentiras.
– ¡No es mentira! Vas a ver. Le voy a preguntar.

* * *

Algunos días más tarde Felipe se acercó radiante.
– Un pedazo de muerto – dijo.
– ¿De qué hablas?
– Mi tía Antuca dice que si tienes la mano de un muerto o su pie en tu casa, la plata entra solita pues.
– ¡Más sonseras dices oye!
– No es sonsera. ¿Acaso no has visto la calavera en la tienda de sombreros del señor Leonidas?
– Es diferente, mi mamá dice que es para que no le roben. Ella también quiere conseguir una calaverita para que cuide la casa.
– ¿Entonces?
– Es diferente – concluyó Paco.
– ¡Sonso! – dijo impotente Felipe y se fue.

* * *

La siguiente semana Paco corría como el viento y como casi todos los días rumbo a la tienda de Doña Esther, Felipe lo seguía de cerca. Esta vez bajaron por Tullumayo y voltearon por la calle Ruinas. En la tienda de la señora Esther pidieron sus papas rellenas calientes antes de que lleguen los otros chicos de su escuela y de las escuelas vecinas. En eso entró una mujer joven y le pidió a doña Esther un kilo de arroz mientras Felipe cubría su papa rellena con crema picante de rocoto. La mujer se levantó para pesar el arroz y se dio cuenta que el saco estaba vacío.
– Un ratito – se disculpó mientras salía – voy a llamar a mi marido para que traiga otro saco.
En ese momento Felipe dio un grito.
– ¡Chicha! ¡Chichita! – empezó a gritar, pero doña Esther no regresaba.
– ¡Chicha! – repitió Paco.
– Anda Paco – dijo Felipe entre silbidos sordos y sofocado – sírveme una chicha.

Paco negó con la cabeza, dudó, pero se adelantó, pasó por debajo de la tabla del mostrador y tomó un vaso, caminó rumbo a la olla y de pronto se detuvo, sin embargo se dio cuenta que Felipe estaba detrás de él con la lengua afuera y se vio obligado a avanzar. Los muchachos se acercaron a la olla de barro y Paco metió el cucharón de madera hasta el fondo. Revolvió un poco y sintió algo pesado. Lo sacó con cuidado. Sin querer dejó caer el vaso que terminó haciéndose trizas en el piso. En el cuenco del cucharón descansaba envuelta en una bolsa de plástico transparente una mano humana verdosa, entre seca y musgosa. Ambos pegaron un grito ahogado y salieron corriendo sin parar hasta la plaza de armas, una vez allí, temblando asustados, se miraron. Paco estaba pálido. Felipe trató de calmarlo.
– ¿Ya ves? ¿ya ves? Mi tía Antuca sabía pues – dijo con la respiración entrecortada.
Paco no contestaba, seguía agitado. En su mente aparecía una y otra vez la imagen de la mano verdosa, enjuta y de largos dedos. Se fue a casa. Se enfermó. Estuvo dos meses en cama. Cuando regresó a la escuela se enteró que Felipe, que también había estado enfermo, se había ido a vivir a Lima. Nunca le contó a nadie lo que había visto. No le creerían. Tal vez, si algún día se encontraba con Felipe. Algún día.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿QUIEN TIENE LA CULPA?

He pasado más de dos semanas pensando en cómo abordar este tema. Hoy minutos antes de sentarme escribir, decidí tomar un café. Me levanté, quise poner a hervir agua, ninguno de los dos hervidores estaba limpio, el café se había terminado, solo encontré un sobrecito de Nescafé a la mitad con el contenido solidificado y el azúcar se había terminado. Si esto me hubiese pasado cinco años atrás hubiese terminado recriminando a la primera persona que se me apareciese delante por no darse cuenta que el azúcar estaba por terminarse y por no comprar café o dejar que el sobrecito se eche a perder, hubiese terminado enojado, además de frustrado y no estaría escribiendo esta nota. Sin embargo me pasó hoy, puse el café sólido en una taza, busqué una antigua cafetera de metal y le saqué la parte superior e hice hervir agua en ella, del refrigerador rescaté una caja de leche condensada con algún resto aún y lo mezcle todo, el agua caliente disolvió el café y la leche condensada y estoy tomando un delicioso café con leche. No he culpado a nadie y estoy aquí contándoles esta historia con una sonrisa en los labios.

Después de muchos años de pensar en estas cosas y sufrir inútilmente, creo que he empezado a descubrir ciertas claves. Buena parte de nuestra vida se basa en un sistema de culpas y paradigmas errados. Veamos algunos ejemplos: Si usted fuma y desea dejar de hacerlo, pero a pesar de sus esfuerzos no lo consigue, lo más probable es que esté culpando a los amigos que lo iniciaron en el hábito, a la sociedad, a sus padres o su infancia. Tal vez esté culpando al cigarrillo. Reflexione, ¿se da cuenta de lo espantosamente cómico del asunto? Está culpando al cigarrillo, a una cosa, como la causa de su problema. Solemos hacer esto mucho más a menudo de lo que parece.

Si usted es padre o madre, y tuvo a su hijo a una edad muy temprana, y como consecuencia de ello no pudo acabar su carrera, o no tiene el empleo que quiso, solo el que pudo, quizás culpe nuevamente a sus amigos de la adolescencia, a sus padres, a la escuela, al enamorado o enamorada con la que concibió al bebé o peor aún, a su propio hijo.

Si usted hoy no tiene el trabajo que soñó, tal vez esté pensando que es culpa de la economía, de la baja calidad del sistema educativo peruano, a la falta de recursos, otra vez a sus padres, a sus amigos de la adolescencia, a la falta de oportunidades o al destino.

Si usted se encuentra en cualquiera de los ejemplos previos o alguno parecido, puede hacer un diagnóstico: En algún momento usted tuvo la oportunidad de decidir en cualquiera de los casos. En algún momento pudo decir no al cigarro, a la relación sexual sin protección o a la elección de su carrera o trabajo, así como la exigencia académica que pudo y debió haber desplegado y que no desarrolló.

Si tiene la tentación de contestarse (porque no me está contestando a mí, si no a usted mismo) que yo no sé nada de su vida ni de sus “verdaderas” motivaciones y “problemas”, serénese. Lo que sucede es que su cerebro está procesando la información para justificar sus errores. Es un mecanismo de supervivencia tan antiguo como la raza humana. Usted inconscientemente justifica sus malas decisiones del pasado como mecanismo de defensa. La justificación que diseña y argumenta su cerebro, es para usted mismo, no para mí.

Este mecanismo tiene una razón de ser, si no fuésemos capaces de dejar atrás los errores, la vida sería intolerable, tanto desde un punto de vista sicológico y moral, como desde un punto de vista práctico, el cazador que fue atacado por el venado, y sobrevivió, no podría volver a cazar nunca más si no supera el evento traumático, y moriría de inanición.

La culpa debe superarse, no cabe duda. Nadie puede transitar la vida sin tomar malas decisiones o cometer errores, pero el reto es definitivamente superar la culpa. Al parecer la fórmula correcta es la del cazador, es decir, asumir rápidamente la responsabilidad del error, recapitular los hechos, tomar conciencia de la conducta errónea para corregirla en el futuro ante circunstancias semejantes, y luego seguir adelante.

La forma incorrecta, o por lo menos una de las formas incorrectas, es la de desplazar la culpa a otro. Eso sucede como consecuencia de un paradigma: Queremos ser socialmente aceptados, y los que comenten errores no son socialmente aceptados. Entonces no queremos reconocer nuestros errores como propios y los desplazamos hacia alguien más. ¿De dónde surge el paradigma? Haga memoria: Usted camina por la calle, una mujer va con su hijo de dos o tres años. El niño se tropieza, cae y se ensucia la ropa. La madre, incluso la más educada, lo riñe como mínimo, y muchos hemos visto a madres (sobre todo las menos educadas) golpeando al infante. Paradigma grabado en el cerebro de ese niño: Si yerras, incluso involuntariamente, te castigan.

Puedo mencionar cien ejemplos como el anterior y todos tienen la misma estructura, no hay correspondencia ni proporcionalidad entre la conducta y el castigo. ¿Por qué tendría que ser el niño responsable de ensuciar su ropa como consecuencia de una caída involuntaria si lleva recién dos años realizando una actividad tan compleja como caminar? ¿Qué hacemos si un adulto se cae en la calle? ¿Lo lapidamos? Después de todo el lleva más de veinte años o treinta años caminando y aun no logra hacerlo a la perfección.

Más adelante, el niño debe cuidar sus juguetes, si rompe alguno, es castigado, si rompe su ropa jugando, es castigado, en el colmo de la irracionalidad he visto madres castigar a sus hijos ¡por enfermarse! Como se puede apreciar fácilmente, se forja un paradigma consistente durante nuestra niñez y adolescencia: El error es una conducta que no es socialmente aceptada.

Al no ser una conducta socialmente aceptada, resulta más beneficioso desplazar la culpa como señalé líneas arriba. Como el cerebro es un órgano complejo, a medida que avanzamos en nuestra vida, este construye justificaciones mucho más elaboradas. A los cinco años nuestra única respuesta puede ser “yo no fui” pero en la adultez buscamos el antecedente: “hay algo en nuestro pasado que nos ha llevado a este punto.”

Probablemente uno de los eventos más perniciosos para la sociedad en los últimos decenios haya sido la mala interpretación que se ha hecho del psicoanálisis. La gran mayoría de las personas recurren al psicoanálisis para hallar al “responsable” de sus problemas actuales. Entonces ahora no solo se tiene un argumento racional, sino que además este está respaldado por la firma de un médico. Resulta entonces que nuestros problemas son siempre culpa de alguien más, desde nuestros padres, vecinos y maestros hasta la bacinica y la presión de nuestro ano sobre las heces.

Este reforzamiento ahora científico de la abyecta costumbre de culpar a alguien más, ha convertido a la sociedad actual en una sociedad de quejosos, en la que nadie asume su responsabilidad.

Incluso en los casos en que nuestra condición actual podría ser consecuencia de un evento que estuvo realmente fuera de nuestro alcance, como un accidente automovilístico, el abuso sufrido en manos de un adulto durante la temprana niñez, una enfermedad congénita, etc. Siempre existe la posibilidad de tomar la decisión de asumir el reto de salir del marasmo de la autocompasión, que es otra forma de culpa y más perversa todavía, porque es una culpa inventada.

Hoy veía en la red social, el post de una muchacha, que por la edad seguramente está en la universidad, este decía algo así más o menos: “Google + Wikipedia + Word + Copiar + Pegar = tarea perfecta” Es decir la apología a la mediocridad. Es muy probable que esta misma persona de aquí a unos pocos años, diez digamos, cuando se encuentre en una situación laboral no deseada consecuencia de sus pobres conocimientos y la alta competitividad, y quiera proyectar su frustración ¿A quién echara la culpa? ¿A sus padres? ¿A sus amigos? ¿Al sistema educativo?

Si usted está pasando un buen momento se dará cuenta que lo disfruta como consecuencia de las buenas decisiones que tomó. Pero no solo las decisiones por sí mismas, si no debido a las acciones realizadas concordantes con lo decidido. ¿Si esto es claro para quien tomó buenas decisiones y actuó en ese sentido? ¿Por qué cuesta tanto trabajo convencer a quienes lo pasan mal que ese estado es también consecuencias de malas decisiones, o de acciones no concordantes con las decisiones tomadas?

Si usted tiene el valor suficiente de mirar a su pasado, podrá verificar que cualquier situación desagradable que esté pasando ahora es consecuencia de sus propias decisiones. Y peor aún: Usted siempre tuvo el control acerca de esas decisiones. Cualquier cosa que pueda argumentar en contra de esta afirmación es solo una justificación.

¿Cómo se resuelve el problema?

El problema se resuelve mediante la toma de conciencia, como ya se señaló líneas arriba. La teoría del cazador. Se comete el error, se reflexiona sobre él, se corrige la conducta y se intenta de nuevo dejando el sentimiento de culpa atrás. Esto es fácil. El problema es romper los paradigmas que acompañan a la culpa.

Digamos que usted hoy programa levantarse temprano el día de mañana, el reloj despertador suena a las cinco y treinta, usted lo apaga, se cobija en su frazada y dice “cinco minutos más” cierra los ojos y despierta a las ocho. Se levanta apurado y de mal ánimo, ha dejado de hacer una serie de cosas que tenía planeadas, además culpa a su esposa por no despertarlo temprano (cuando usted mismo la semana pasada le gritó “¡déjame dormir!” cuando intentó despertarlo) o culpa a su estresante trabajo, al cansancio, a la película que vio anoche o al hecho de que… amaneció nublado. Finalmente usted empieza el día enojado y frustrado. Que diferente al día de aquél que incluso habiéndose acostado tarde, se incorpora de un golpe de la cama apenas suena el despertador y va a la cocina a prepararse un café. Él tal vez pase el día más cansado que usted, pero es innegable que será mucho más feliz.

Solemos pensar además que solo nosotros sufrimos y los demás no. Una persona el otro día se quejaba conmigo de que alguien se había burlado de ella y exclamaba “¡Claro, como nadie se ha burlado nunca de ti!” lo primero que pensé es que esta persona no tenía la información suficiente como para poder hacer esa afirmación. ¿Cómo podía estar tan segura que nunca nadie alguien se había burlado de mi? En segundo lugar pensé que inevitablemente todos hemos recibido en algún momento burlas en mayor o menor grado, salvo que hayamos sido santos o hayamos crecido aislados. Y tercero me dio muchas pistas de la historia de esta persona, probablemente en su niñez había recibido muchas burlas, más allá delo normal, y su cerebro había procesado el evento traumático aislándolo como una ocurrencia personalísima, que solo le había sucedido a ella.

Este proceso también es natural y responde a la misión del cerebro de priorizar la supervivencia del sujeto. Todo proceso de supervivencia es egoísta, por eso nos causan admiración los héroes, aquellos que se sacrifican por sus semejantes, porque realizan actos extraordinarios. Lo ordinario es que pensemos en nosotros mismos en primer lugar y eso lo hace el cerebro asignándole un mayor valor a la desgracia propia que a la desgracia ajena, aunque cualitativa y cuantitativamente ambas sean idénticas para un tercero.

En el proceso de la culpa tomamos decisiones equivocadas, que generan una espiral de culpa que es luego mucho más difícil de manejar. En mi experiencia personal, me he dado cuenta que es más fácil manejar todo al principio, al primer error. Si mis paradigmas me llevan a gritar a alguien o enojarme, de inmediato me disculpo. Suele dar buenos resultados, sobre todo si la disculpa es sincera. Lamentablemente solo puedo hacerme responsable de mis errores.

Hay un tipo especial de personalidad a la que yo llamo la personalidad del “pero”. En este grupo hay dos variedades, los justificadores de hechos ocurridos y los que justifican hechos futuros, en ambos casos siempre hay un pero para cualquier cosa, pero en el segundo caso ese pero es un canal directo a la justificación para algo peor que la culpa pasada: La culpa futura.

Si ya es suficientemente malo no asimilar las culpas del pasado, imagínese usted sufrir y dejar proyectos por la culpa que vendrá.

En el primer caso es frecuente en trabajadores, alumnos, familiares o amigos que a cualquier respuesta le agregan un pero. ¿Por qué no hizo la tarea? La iba a hacer pero… ¿Por qué no terminó usted su proyecto? Lo iba a terminar pero… ¿Por qué no me llamaste para ir a la fiesta? Te iba a llamar pero….

Si usted está meneando la cabeza mientras lee y piensa que cómo es posible que existan personas así, reflexione. ¿Usted nunca ha hecho eso? Se sorprenderá.

En el segundo caso están aquellos que se oponen a cualquier mandato o instrucción. ¿Qué te parece si vamos a tal sitio? Sí, ¿pero crees que …? ¿Qué te parece si hacemos este negocio? Mmm puede ser pero…. ¿Qué tal si eres feliz? Sí, pero no es tan fácil, yo he sufrido tanto en la vida...

Como dice un viejo adagio, cuando alguien quiere hacer algo, siempre encuentra la manera, cuando no, siempre se encuentra la excusa.

¿Por qué esa persistencia en negar las posibilidades del futuro? Respecto al pasado existe una lógica, son hechos del pasado y no se pueden cambiar, el cerebro los disfraza y justifica. ¿Qué nos lleva a justificar la negativa para hechos del futuro? Es el miedo al error y por tanto generador de una posible culpa. Este es un miedo poderoso, pero hay otro miedo peor todavía, el miedo a lograrlo, tener éxito y no saber qué hacer con ello, pero ese es otro tema.

Entonces no basta con comprender que la culpa es un lastre, la mayor lucha es modificar nuestros paradigmas a veces ancestrales. Si su hijo juega, que se caiga. Si se ensucia, no le pegue, enséñele a limpiarse y que siga jugando. Si su hijo se tropieza y se golpea, ¡por favor! ¡No lo golpee además usted! Ayúdelo a levantarse sin aspavientos y aliéntelo a seguir jugando. Si su hijo comete un error, ¡no le pegue!, explíquele en qué consiste el error. Tal vez en el camino de explicar, se dé cuenta que el error que usted pensaba que era, no lo era tanto. Haga la tarea con sus hijos, enséñeles a ser responsables de sus actos.

¡Usted mismo! ¡Equivóquese más a menudo! Ríase con sus subalternos, con su familia, con sus amigos. Sea disciplinado pero no sufra con los errores. Por alguna misteriosa razón yo tuve una rara costumbre desde muy chico. Nunca me gustaba contar mis problemas hasta que los tenía resueltos. Eso marcó mi vida. No me quejo. Critico, cuestiono, racionalizo, pero como ejercicio para encontrar una solución a los problemas que la vida laboral o familiar me plantean. Siento mucha satisfacción cuando resuelvo un problema. Antes sufría mucho con mi innato perfeccionismo, porque esperaba de los demás lo que espero de mí mismo. Felizmente he aprendido a ser mucho más elástico y sufro mucho menos. Todavía sigo siendo sumamente severo conmigo mismo, pero es un lujo que creo que puedo permitirme.

Yo no sé si esta nota en realidad pueda servir, se requiere una conciencia muy amplia para romper nuestros propios paradigmas, sospecho que la mayoría de los lectores pensarán que esta nota no es para ellos, es decir pensarán “La nota está bonita e interesante, pero es para otros, ese no es mi caso” ¿se dieron cuenta del “pero”?

Felicidades a todos.

jueves, 8 de septiembre de 2011

COMO UN CUENTO DE HADAS (Cuento)

En lo oscuro del bosque, a varios kilómetros del antiguo camino de herradura, en la vieja casa de Sebastián, los rebeldes comentan discretamente la muerte de la Reina. Habían sido días duros, la concentración de guardias armados en el palacio había impedido la actividad de la resistencia, no habían podido pegar los pasquines en las murallas de la ciudad ni convocar a la revolución. Los nobles habían tomado su silencio por una derrota y celebraban alegremente cuando llegó, como un baldazo de agua fría, la noticia de que la Reina había fallecido luego de dar a luz a su primogénita. Ahora en la casa, junto a Sebastián que era un pequeño burgués acomodado, estaban Jairo, un tipo inteligente y educado, nacido noble y ahora revolucionario, era el ideólogo; Arturo a quien llamaban el Cazador, un ex militar, antiguo miembro de la armada real que había caído en desgracia a los ojos del Rey por sus ideas libertarias; estaba Samuel, cuyo sobre nombre era el Espejo debido a la brillante armadura que usaba siempre en el campo de batalla, compañero de Arturo el Cazador en la armada real y que había desertado cuando este fue expulsado, Samuel había sido entrenado en Austria en el manejo de herramientas de inteligencia y espionaje, era el más recalcitrante del grupo, creía en la República como fin supremo y en el exterminio de la nobleza sin excepciones para llegar a ese objetivo. Finalmente completaba el grupo Selene, una bella muchacha, hija de Sebastián, educada, inteligente y serena, que había crecido escuchando a su padre y amigos acerca de la libertad, la democracia y la república. Había visto las injusticias del Rey, de los príncipes, duques y marqueses, que se daban la gran vida sin trabajar y exigían cada vez más impuestos para mantener sus lujos a costa del sudor de los más pobres.
– Este es el momento de atacar – dijo con absoluta seguridad Samuel
– No sé – replicó Sebastián – los guardias estarán atentos custodiando las exequias reales, además buena parte del pueblo se adhiere al dolor de la pérdida de la reina, que así no nos guste, era la única persona con sensibilidad en el palacio. Podríamos perder adeptos para la causa. No creo que sea una buena estrategia.
– Concuerdo con mi padre – dijo Selene – este no es el momento.
– De acuerdo – señaló Jairo – haremos lo siguiente: Selene aprovechando su amistad con la fallecida Reina irá a los funerales, desde allí nos mantendrá informados de la situación, nosotros prepararemos a los adeptos del pueblo con el entrenamiento con armas y la recolección de fondos mientras tanto, Samuel será el contacto con Selena y nos traerá la información. Tenemos que ganarnos en primer lugar al pueblo si queremos sacar adelante esta revolución.

Todos concordaron. Selena retornó a su casa en la villa y se arregló para ir a los funerales. Una vez en el palacio saludó cortésmente al Rey, el que se hallaba compungido, a su lado una doncella cargaba a la recién nacida que ignoraba todo lo que sucedía alrededor. Selene la acariñó y la niña de rostro pálido sonrió.
– ¿Cómo se llama? – preguntó Selene.
– Hace tiempo, su difunta madre – contestó el rey con voz amarga – un día de invierno, paseando por los jardines del palacio, se pinchó un dedo al tomar una de las rosas, unas gotas de su sangre cayeron sobre la nieve blanquísima y me dijo que si algún día tuviese una hija, le gustaría que fuese blanca como la nieve y con los labios rojos como la sangre. Por eso, en su honor, le puse Blanca de las Nieves
– Lindo nombre – señaló Selene.
– La niña le sonríe – agregó el Rey esbozando una mueca de satisfacción – le agradeceré se quede después de las exequias con nosotros por favor. Es mi invitada.
– Con gusto – dijo Selene e hizo una venia mientras acariciaba el rostro de la pequeña princesa.

* * *

Poco tiempo después de los funerales, el Rey Teodorico III, sin el freno que en vida le imponía la prudente Reina ya fallecida, recrudeció sus prácticas autoritarias. Con el pretexto de combatir a los rebeldes republicanos incrementó los impuestos a fin de implementar un nuevo regimiento de caballería. En pocos meses, en complicidad con el arzobispo Mulet, hizo excomulgar a los principales burgueses de la ciudad, simpatizantes con la república y confiscó sus bienes a favor de la corona, sus hijos menores fueron hechos esclavos y puestos a disposición de palacio para quehaceres domésticos. Entre tanto, Selene se había logrado infiltrar tanto en la vida social de palacio que ya casi no dormía en la casa de su padre. Se había hecho cargo de la crianza de Blanca de las Nieves y la niña había simpatizado con ella. Sin embargo, un día soleado el Espejo se acercó a ella sigilosamente en el mercado de la villa con un encargo:
– Dice Jairo que seduzcas a Teodorico. Es sumamente importante para la causa de la revolución que logres que te pida en matrimonio.
– Eso es imposible – contestó susurrando Selene mientras fingía admirar unas telas – yo no soy noble.
– No te preocupes – replicó el Espejo – corre el rumor que el Rey está complacido contigo y los cuidados que le das a la niña. Aprovecha eso. Suerte.

Solo tres meses después, se anunciaba en la corte el real compromiso entre el Rey Teodorico III y la joven Selene a quien previamente y por cédula real se le había concedido el título de duquesa.

* * *

Al día siguiente del matrimonio real, el barullo proveniente de extramuros despertó a la joven Selene. Se vistió rápidamente y salió. Una doncella lloraba en una de las terrazas. El Rey, aprovechando que los revolucionarios habían bajado la guardia por las fiestas, había ordenado una brutal matanza, los pocos burgueses que quedaron a salvo luego de la intervención del arzobispo Mulet habían sido asesinados, habían incendiado el escondite de Samuel el Espejo y Arturo el Cazador, algunos decían que habían muerto carbonizados dentro de la casa. Jairo había logrado escapar. Selena pensó en su padre. Corrió en busca del Rey, este estaba despachando con la armadura de guerra puesta. Hizo una seña a los guardias y estos salieron. Selene lo miró sin saber que decir, empezó a llorar y cayó de rodillas en el piso de mármol. Teodorico habló calmado:
– Tu padre está vivo, si eso es lo que quieres saber.
– ¿Pero por qué? – preguntó entre sollozos la muchacha.
– Tú lo sabes bien, pero en consideración a ti, pasará el resto de sus días en el calabozo de la torre. Su vida está en tus manos. Si haces cualquier cosa, la menor cosa, que me haga arrepentirme, los envío a los dos a la horca. Dos guardias te vigilarán las veinticuatro horas hasta que me demuestres que puedo confiar en ti. Por ahora no es conveniente hacer más, lamentablemente mi hija te quiere y el pueblo también. Y olvídate ya de esas tontas ideas revolucionarias. Ahora eres una Reina ¡compórtate como tal!

Selene salió sin contestar. Habían descubierto que el Espejo y el Cazador estaban escondidos en la casa de su padre, y ahora ambos estaban muertos. Por ahora no haría nada más. Por lo menos su padre estaría con vida, preso, pero con vida. Se fue a llorar en silencio a su recámara.

* * *

Durante catorce años el sangriento régimen dictatorial de Teodorico III causó estragos en el pueblo, la situación era insoportable, mientras los habitantes de palacio disfrutaban de las mejores comodidades, el pueblo sucumbía al hambre y las enfermedades. Los antiguos señores feudales que antes apoyaban a Teodorico ya no estaban tan contentos con el régimen, la hambruna había diezmado a los campesinos, haciéndoles perder valiosa mano de obra. Los burgueses actuaban con cuidado, sus márgenes de utilidad eran mínimos y muchos habían preferido irse a otros reinos. Mientras tanto Blanca de las Nieves había crecido y era una atractiva muchacha, sin embargo desde muy niña había sido muy apegada a su padre. Desde los ocho años había aprendido a despachar junto al rey, tomar decisiones y escuchar a nobles, cortesanos y villanos; tenía la misma personalidad fuerte del padre y se corría el rumor de que, de llegar a ser reina algún día, sería mucho más dura y sanguinaria.

Un día estando en el mercado comprando telas, Selene escuchó una voz conocida que le hizo temblar las rodillas, sus ojos se humedecieron e iba a voltear, pero la voz le dijo que se quede quieta.
– ¡Samuel, estás vivo! – susurró.
– Shhh… – dijo la voz, no uses mi nombre. El Cazador también sobrevivió, estamos con Jairo y queremos salvar a tu padre, pero primero hay que destruir a Teodorico.
– ¿Cómo puedo ayudar? – preguntó tapándose el rostro con la capucha de su capa de seda.
– Te avisaremos, yo seré tu contacto. ¡Ah! Tu nombre clave será “la Madrastra” – Dijo el Espejo y desapareció.

Algunos meses después Selene, la Madrastra, recibió diversas instrucciones para averiguar número de soldados, armas, cantidad de pertrechos y, de ser posible, fondos en las arcas del palacio. Averiguó lo que pudo, discretamente, recordó a su pobre padre que viejo y enfermo todavía resistía en el calabozo de la torre, gracias a los cuidados que ella se encargaba de hacerle llegar.
Un día el Espejo le dio un encargo especial, debía convencer a la princesa Blanca de las Nieves para asistir a los juegos florales en la villa. La Madrastra preguntó:
– ¿Para qué?
– Eso no te incumbe – dijo el Espejo.
– ¿No pensarán hacerle algo no?
– El régimen debe caer por completo Madrastra, nuestra misión es acabar con las raíces del mal. Golpearemos al dictador donde más le duele. No te ablandes. Confiamos en ti.

A las dos semanas Blanca de las Nieves emocionada, a instancias de la Madrastra, se preparó para ir a la feria. En el trayecto el convoy fue atacado por un grupo de republicanos subversivos, mataron a los soldados y secuestraron a la princesa. El grupo era liderado por Arturo, el Cazador. Una vez internados en el bosque, los hombres empezaron a murmurar y mirar con lujuria a la joven princesa, que si bien se encontraba asustada, se mantenía firme y altanera.
– Cazador – dijo lascivo el Jabalí, un mercenario gordo y de dientes torcidos – si la vamos a matar, primero podemos divertirnos un poco. Dicen que la muchacha es virgen, mire esa piel blanca y suave.
– ¡No! – exclamó el Cazador – no estamos aquí para satisfacer nuestros instintos. Esto es por la revolución. Quédense aquí todos, es una orden. Yo me hago cargo.

El Cazador se llevó a la muchacha hacia la espesura, desenvainó la espada y le ordenó que se arrodille, ella lo hizo con calma y sin llorar a pesar de que estaba aterrada. Miro desafiante a los ojos del Cazador, este recordó sus días en la armada, la lealtad que juró al Rey, siempre había estado en abierto desacuerdo con las ideas radicales del Espejo. Levantó la pesada espada sobre su cabeza y la muchacha resignada, con las manos atadas en la espalda, se inclinó hacia adelante a la espera del certero golpe en su cuello.

* * *

En el palacio la noticia de que la princesa estaba muerta enturbió el ambiente. Teodorico al conocer la noticia se encerró en su despacho con Iván, su general de confianza. En la villa se corría el rumor que los rebeles habían hecho llegar a palacio el corazón de la princesa en una canasta. Todos estaban aterrados, nadie sabía cómo reaccionaría el Rey. Selene, la Madrastra lloró en medio de la confusión, pensó que solo la iban a secuestrar, nunca imaginó que la matarían de una manera tan cruel. Por su parte el Espejo se reunía con Jairo en una cueva de oso abandonada en la montaña.
– ¿Qué sabemos del Cazador? – preguntó Jairo mientras agregaba algunos leños a la pequeña fogata.
– No se ha reportado – dijo el Espejo – debe estar escondido. El Rey ha ordenado una búsqueda total en la villa y alrededores, tiene soldados apostados en casi todo el bosque, quiere hallar a los responsables, con esa excusa ha vuelto a aumentar los impuestos y ha encarcelado en la torre a los principales burgueses, arrebatándoles sus bienes, igual que quince años atrás.
– En fin, sabíamos que eso podía pasar. ¿Qué sabes de la Madrastra?
– Está en el palacio. Al parecer a salvo.
– ¿Has confirmado el apoyo de los terratenientes?
– Sí, la mayoría de ellos están de acuerdo con el derrocamiento del régimen e instaurar la república. ¿Cuál es el siguiente paso Jairo?
– Matar al rey – sentenció Jairo mirando el fuego.

* * *

Cuando la muchacha abrió los ojos, se encontró recostada en una modesta cama, las sábanas no eran de seda, más bien era un tosco lino. Sobre la mesa de madera cruda una vela de cebo alumbraba la habitación. Por la ventana se podían ver los árboles frondosos cuyas hojas eran iluminadas por la luna llena.

Se puso de pie, despacio, caminó hacia la puerta y antes de que pudiera llegar a ella, esta se abrió, e ingresó un corpulento tipo que fácilmente superaba los dos metros, solamente su espada era más alta que ella.
– Tranquila princesa – dijo el hombre.
– ¿Qué ha pasado?
– La estamos custodiando por orden de su padre, ha sufrido usted un atentado. En el reino piensan que usted está muerta.
– ¿Pero qué sucedió, todavía no entiendo? Solo recuerdo que …
– El Cazador, el tipo que iba a matarla – interrumpió el hombre – lo abatimos con una flecha. Usted se desmayó. Estuvimos siguiendo el convoy desde que salió de palacio. Su padre nos envió. También matamos al Jabalí y los otros rebeldes. Enviamos un corazón de venado en una canasta, eso fue idea de su padre. El rey ha dispuesto, por su seguridad, que es mejor que los rebeldes crean que está muerta. Tenemos orden de custodiarla aquí hasta que se ubiquen a los responsables.
– ¿Tenemos? – preguntó Blanca de las Nieves
– La guardia de honor de su padre – su majestad – contestó el hombre cuadrándose.

La princesa lo recordó, eran siete sujetos enormes, formidables, feroces y entrenados para matar, la guardia personal y de absoluta confianza de su padre; en el palacio y el pueblo los llamaban burlonamente “los siete enanos.”

* * *

Luego de seis meses de sanguinaria persecución, el rey se había hecho del patrimonio de los principales terratenientes y burgueses del reino. La mayoría de ellos estaban muertos o prisioneros y los menos, los que tenían alguna influencia clerical o de otros reyes vecinos, habían logrado escapar. Fue en esos días que el Espejo se comunicó con la Madrastra, corría el rumor que Blanca de las Nieves estaba viva bajo la custodia de los siete enanos, en un campamento abandonado cerca de una antigua mina de carbón. Le confirmó también que el Cazador estaba muerto.

La Madrastra se las arregló para averiguar el paradero de la princesa, una mañana entró a la habitación de Iván, este recién despertando, ella se desnudó y se metió despacio en su cama, el hombre reaccionó mal pero ella lo calmó, lo convenció de que siempre se había sentido atraída por él, por su cuerpo fuerte y varonil, mientras lo acariciaba con fuerza y lo sometía a sus caprichos. Selene pensaba en lo fáciles que son de seducir los hombres, mientras se movía sobre él cabalgándolo, cerró los ojos y pensó en Arturo, deseó con toda su alma que se hombre desnudo que yacía bajo ella fuese el Cazador y no éste aburrido general. Mantuvo la relación clandestina durante algunas semanas, hasta que se ganó su confianza. Un día le preguntó acerca de los rumores que corrían sobre Blanca de las Nieves. El general le confirmó los rumores sin sospechar que era víctima de una trampa. A los dos días el general Iván Zarcovic era encontrado muerto en su lecho, al parecer había sufrido un ataque al corazón durante la noche, solo la Madrastra sabía que un poderoso veneno era la causa de su muerte.

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El Espejo, cuando recibió la noticia de que la Madrastra conocía el paradero de la princesa, le envió una nueva tarea. Debía eliminar a Blanca de las Nieves, ella era la única que podría llegar hasta ella sin despertar sospechas. A Selene se le partió el corazón, sin embargo recordó que debido a la muchacha, Arturo estaba muerto. Con pesar salió al bosque a recoger bayas de belladona, prepararía un fuerte narcótico de tal manera que la muchacha muriera en medio de un sueño profundo, sin sufrir. Una vez que preparó la letal mezcla, remojó en ella toda la noche la mitad de una manzana. Al día siguiente pidió una escolta y se dirigió a la mina de carbón. Los siete enanos al reconocerla la dejaron pasar, imaginaron que el Rey había compartido el secreto con la Reina, una vez en el interior de la cabaña, abrazó efusivamente a la princesa y hablaron largo rato, ella le preguntó por su padre, si estaba bien, conversaron mucho y al final la Madrastra le entregó la canasta con las frutas olorosas cortadas a la mitad, ella cogió la mitad de una manzana y le ofreció la otra a la princesa, ella aceptó y ambas comieron entre sonrisas.

Selene se despidió, tenía que actuar rápido, Teodorico no tardaría en enterarse de su ingreso al escondite de los enanos, sobre el caballo al galope y seguida de cerca por su escolta, llegó a palacio. Subió a las habitaciones del Rey y lo halló todavía en su litera de descanso, roció el resto de la poción de belladona en el vino y sirvió una copa. Lo despertó y se la alcanzó, este todavía somnoliento bebió. Una hora más tarde fallecía en su bañera.

Las horas siguientes serían determinantes, tendría que convencer al arzobispo Mulet y al Primer Ministro que la muerte de Teodorico fue natural, de la princesa no tendría que preocuparse, oficialmente estaba muerta. En unas horas más el Espejo y los suyos atacarían la cabaña para acabar con los siete enanos que eran los únicos testigos de ese hecho. Se preparó para llorar a su difunto esposo, en unas horas más sería la única soberana y podría al fin liberar a su padre, luego siendo de origen plebeyo, no tendría mayor reparo en abolir la monarquía y declarar la tan ansiada república.

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Mientras tanto, en la cabaña uno de los enanos se percató de que la princesa no despertaba de su siesta de la tarde, ingresó a la habitación y comprobó que no tenía pulso. Enviaron a uno de ellos a avisar al Rey mientras, con sentida tristeza, los otros siguieron el protocolo de seguridad: en una especie de camilla hecha con las tablas de la cama, aseguraron el cuerpo inerte de Blanca de las Nieves y lo depositaron en una cámara secreta en el sótano de la cabaña, un lugar que los antiguos mineros había usado para esconderse de los bandidos y asesinos. Luego se prepararon para abandonar el lugar. De pronto los enanos escucharon el relincho dolido de un caballo ensangrentado y sin jinete que regresaba del bosque, no se habían dado cuenta todavía de lo que pasaba cuando la emboscada de doscientos revolucionarios cayó sobre ellos con lanzas y flechas hasta exterminarlos.

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Con un dolor de cabeza insoportable, Blanca de las Nieves despertó en medio de la oscuridad, la belladona no había sido suficiente para matarla, pero le había causado un estado de rigidez parecido a la muerte. Se desató y pacientemente buscó la salida en medio de la oscuridad. Al lograr salir se encontró con los cuerpos ya pestilentes de los siete enanos, totalmente desfigurados por las fechas y las lanzas. Todos ellos horriblemente decapitados. Salió con cuidado y caminó durante horas hasta encontrar un campesino en el camino. Fingió ser una muchacha perdida y le pidió ayuda para llegar al reino vecino, al palacio del príncipe Asencio, su primo.

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Tres meses después, llegaba la noticia que el príncipe Asencio se casaría con una joven muchacha de noble cuna. La noticia no despertó mayor emoción en lo que fuera el reino del gran Teodorico III convertido en una incipiente república, Jairo presidía el senado y Samuel el Espejo fue nombrado el Primer Cónsul de la República, Selene había disentido ocupar cargo público pero se le había dado un nombramiento simbólico por los servicios prestados a la instauración del nuevo régimen. Se estaban preparando la redistribución de las tierras entre los campesinos y la restitución de bienes a los pequeños burgueses, los títulos nobiliarios fueron abolidos y los nobles expulsados, excepto aquellos que el Espejo ejecutó directamente los primeros días cuando el desorden y desconcierto imperaban junto con todos los miembros del clero, entre ellos el arzobispo Mulet. El padre de Selene había recuperado la libertad y esperaba recomponer su salud para servir de consejero consular.

Aproximadamente una semana después de la noticia del matrimonio de Asencio llegaron dos noticias aterradoras al senado presidido por el Espejo. La primera, que el príncipe Asencio había fallecido misteriosamente a los dos días de su matrimonio. La otra que la nueva princesa, que no superaba los dieciséis años, había reivindicado su título de reina y se dirigía hacia la nueva república con un grueso ejército. El pánico cundió, el nuevo estado tenía un ejército pobre y débil. Los senadores que tenían como conseguir un caballo huyeron de inmediato, al igual que la mayoría de los burgueses, los antiguos terratenientes se declararon a favor de la monarquía preparando la bienvenida a los invasores. El Espejo y Jairo se quedaron en lo que fuera el antiguo palacio a fin de negociar un armisticio con la joven reina. Selene insistió en acompañarlos junto a su padre. Los ejércitos invasores ingresaron sin mayor esfuerzo, la resistencia fue mínima. En la fuente frente a palacio custodiada por una férrea escolta, la princesa envuelta en una dorada armadura descendió de su caballo, cuando se quitó el yelmo Selene se desmayó de la impresión. Era Blanca de las Nieves, con una mirada de odio y determinación que podría haber incinerado a quien se pusiera en su trayecto. Hizo una seña y los guardias prendieron al cónsul y al presidente del senado. Lo mismo hizo con la Madrastra y Sebastián, su padre.

En los meses siguiente se restauró la Monarquía, como se predijo, Blanca de las Nieves fue una soberana mucho más cruel y despiadada que su padre. Anexó a su reino el de su difunto marido Asencio y aumentó los impuestos, decretó la esclavitud como medida sanción a quienes no los paguen y nombró a sus allegados como miembros del nuevo clero sin intervención del Papa. A Sebastián, el Espejo y Jairo los hizo decapitar luego de interminables torturas, sus cabezas fueron colocadas en lanzas a la entrada del palacio, los cuerpos despedazados sirvieron de alimento a los gavilanes.

Selene fue torturada durante meses en la torre, por orden de la Reina, se le confeccionaron unos zapatos de hierro, los que eran ajustados a sus pies y luego calentados hasta el rojo vivo. Pocos días antes de que muriera por la infección generalizada, fue visitada por Blanca de las Nieves, quien subió a ver a la que alguna vez fue su madrastra. Las mujeres no se hablaron durante unos minutos, Selene mostraba un estado lamentable, agónico. En un último esfuerzo dijo:
– ¿Por qué me haces esto?
– Tú mataste a mi padre – señaló la Reina – y quisiste matarme a mí.
– Era por una buena causa, por la república.
– Eso ya no importa. Mi causa también es buena, es por mí y por el recuerdo de mi padre.
– Tarde o temprano se sabrá lo que estás haciendo – increpó Selene – la historia te va a juzgar.
– ¿Cual historia? – preguntó – ¿la tuya o la mía? ¿Acaso no sabes que la historia oficial es la que contamos los que estamos en el poder?
– La verdad siempre sale a luz.
– ¿Eso crees? Te equivocas madrastra, yo me encargaré que con el tiempo el mundo recuerde esto como un cuento de hadas.

Y se retiró la Reina, bella, magnífica y soberbia a través de las pétreas escaleras de caracol que conducían a las mazmorras del palacio.

domingo, 4 de septiembre de 2011

EXCUSAS PARA NO SER FELIZ

Mirando al pasado, es sorprendente la cantidad de veces que he inventado excusas para no ser feliz, lo que equivale a jugar ajedrez con uno mismo y darle las mejores jugadas a las negras o tratar de conducir el auto con el freno de mano puesto.

Cuántas veces me he negado un placer diciéndome “tengo que ahorrar.”

Cuántas veces he dejado de dar una vuelta por el parque con el pretexto de que “soy un hombre muy ocupado.”

Mi pecho y mis piernas estaban descoloridos, faltos de sol, decía: “Si yo voy a pasear ¿Quién mantiene esta casa?”

Siempre había algo que hacer, césped qué cortar, quitar las enredaderas del cerco, limpiar la parrilla, poner un clavo en algún sitio, matar las hormigas: “Si no lo hago yo ¿quién lo hace?”

Pero me di cuenta que no vale la pena. En Arequipa me encantaba el verano, ir en la mañana a la playa, descansar, meterme al agua, tostar mi piel al sol. Al regresar por la tarde ir a comer un buen cebiche con un buen chicharrón de calamar. Lo único malo es que allá el verano es solo tres meses. ¡Aquí es prácticamente todo el año y no lo estaba aprovechando!

Ahora le pago a alguien para que corte el césped, lo hacen mejor que yo.

Sigo ahorrando, pero ya no con pesar, si no con alegría y satisfacción. ¿Para qué privarse de cosas? Lo que nadie te quita es lo vivido.

Ahora prefiero dedicar un sábado a encender leña en el horno, experimentar con las carnes, las especias. Me estoy volviendo un sibarita y me gusta.

Termino de trabajar a las cuatro. Hago ejercicio, leo, veo televisión. Escribo.

Si las hormigas deciden ser mis inquilinas, bienvenidas sean.

Mis mayores esfuerzos últimamente apuntan a apartar de mí personas negativas. Es lo más saludable que hecho.

En los últimos meses tomo menos pastillas para cualquier cosa. Es más, prácticamente ya no tomo ninguna pastilla.

El paraíso está a la vuelta de la esquina y muchas veces no lo vemos.

Estas últimas semanas tomo una buena parte del tiempo para mí, para estirar las piernas al sol. Para leer un libro frente a la piscina. Para pedirle al mozo lo que se me antoje sin mirar el precio en el menú.

Últimamente me siento feliz. Cada vez encuentro menos excusas para no serlo. Estoy viviendo en el paraíso, están todos cordialmente invitados.