jueves, 28 de febrero de 2019

UN MONTONCITO

El tiempo se mide en segundos, minutos, horas, meses y años. Las distancias, en el sistema métrico, se calculan en metros y sus respectivos múltiplos, pero también existen pies, pulgadas y hasta cuartas. Los pesos se miden por gramos, kilos, quintales, los líquidos en litros, onzas y pintas. Sin embargo en mi añorada Arequipa existe un sistema de medida singular y enigmático: El montoncito.

A diferencia de las unidades de medida usadas en casi todo el mundo, el montoncito no tiene equivalencias y eso es lo que lo hace mágico. Recuerdo acompañar a mi madre al mercado del barrio y preguntar: “Casera, a cuanto el montoncito...” de ajo, de garbanzos, de habas o de alverjas. Las vendedoras se apostaban en aquel tiempo en el piso y tendían a veces una tela, a veces un trozo de plástico, y sobre ella organizaban montoncitos piramidales de diferentes productos. ¿A cuántos gramos equivale un montoncito? Al parecer, al respecto no existe dato alguno con un mínimo de rigor científico y las amas de casa además debían calcular, a ojo de buen cubero, qué vendedora ofrecía los montoncitos más grandes a menor precio.

Pero al asunto no termina allí, decía mi madre que algunas vendedoras tenían un talento especial para ahuecar el montoncito. Es decir construir la pirámide de tal manera que en su base existiesen vacíos que hacían ver sus montoncitos mas grande que los de la competencia, cuando en realidad tenían menos cantidad  o peso. Nunca supe si tal talento era real o solo una infundada suspicacia de mi madre.

El montoncito es pariente de la yapa, esa cantidad, indescifrable también, que viene de agregado a la compra del cliente fiel. Y a su vez, el montoncito y la yapa son parientes también del atadito. Un atadito de perejil o un atadito de acelga. La espinaca tenía una naturaleza dual, podía venir en atadito o en montoncito.

Existe también el medio atadito, e incuso el medio montoncito y hasta el puñado.

Ya no se ven ataditos en el mundo moderno. Los supermercados, las tiendas de abarrotes grandes y medianas nos han reducido a fríos metros, gramos y litros. Ya nadie te vende harina o azúcar en papel de despacho, como el señor Carpio, en su desaparecida tienda frente al cine Benique. Comprar azúcar o harina era todo un espectáculo visual.  El señor Carpio pesaba la harina extrayendo esta de su costal con una especie de cucharón de hojalata, ponía papel de despacho en el plato de la balanza que era de hojalata también, y una vez equilibrado el contrapeso colocaba el papel conteniendo la montañita de azúcar o harina en el mostrador, giraba los costados del papel, los retorcía delicadamente, se formaban dos puntas, las tomaba, daba dos vueltas en el aire y tenía un hermoso paquete que no se abría de manera alguna hasta llegar a las manos de mamá.

Ataditos, montoncitos, yapas, papel de despacho, rezagos de un mundo que ya no existe, o del cual por lo menos queda muy poco. El mundo de hoy es otro. Con otras medidas e incluso con otros valores. Hasta el tiempo corre distinto. Días de dieciséis horas,  minutos volátiles, a veces inalcanzables. En días como hoy hace tanta falta un atadido de minutos y un montoncito de amor finamente envuelto en cálido papel de despacho, para llevar a casa.