domingo, 31 de julio de 2011

UNA CITA CON EL DIABLO (Cuento)

Se secó el cuerpo desnudo, sintió la brisa fresca en él, le gustaría quedarse así, con esa sensación de libertad, se imaginó desnudo sobre la cama y se sintió incómodo, había engordado un poco los último años y tenía la piel cansada, se avergonzó un poco de su vanidad otoñal y abrió el closet, escogió uno de los ternos más nuevos y lo estiró con delicadeza sobre la cama bien tendida, se sentó a un lado de ella, apoyó sus manos sobre los muslos, se sintió agotado, el baño lo había laxado. Se puso las medias, luego se incorporó para vestirse la ropa interior, el pantalón y la camisa blanca bien planchada. Escogió una corbata roja de seda, un detalle que iba bien con la ocasión, pensó sonriendo mientras hacía el nudo. Cuando terminó se calzó los zapatos negros relucientes que él mismo había lustrado antes de ducharse. Se puso el saco y se miró en el espejo una vez más.

Recién duchado se veía bien, el agua borra todo, limpia todo, pero solo por unos minutos, luego todo vuelve, pensó. No le pareció apropiado ponerse colonia. Miró alrededor, todo estaba en orden, limpio y ordenado como siempre le gustó, siempre detestó recibir visitas con la casa desordenada. Tomó la toalla, la dobló cuidadosamente y la acomodó en el baño. De vuelta en el dormitorio abrió la pequeña puerta de la mesita de noche y extrajo una caja de madera con sobrios tallados, la levantó con cuidado y la llevó al tocador donde la depositó. Recordó su imagen el espejo y se preguntó cuánto le tomaría, si pudiera, construir todo de nuevo, empezar de nuevo. No era un hombre joven ciertamente, no se sentía un anciano, pero tampoco tenía ni la fuerza ni el empuje de los veinte. ¿Se abriría el saco? Después de haber asistido a tantas reuniones de gala y cenas formales, sabía que el saco abierto era más versátil. Lo abrió. ¿Por qué pensaba tanto en su apariencia hoy? Solo podía ser porque no quería pensar en ninguna otra cosa. Las cosas seguían su curso. En el fondo de la caja, envuelta con una franela roja descansaba el arma. La tomó, estaba fría y pesada. ¿Cuánto daño puede causar una bala? se preguntó.

Se sentó a los pies de la cama. Era la mejor forma de asegurarse de caer en ella luego del disparo. Hacerlo de pie no garantizaba nada. ¿En la boca o en la sien? En la boca es más seguro, en la sien hay que tener la mano firme, una duda y se termina cuadripléjico en una cama de hospital. Abrió el tambor de la treinta y ocho, colocó una bala, luego otra, sonrió otra vez ¿Otra bala? ¿Por si falla la primera? Igual la colocó. Sintió un escalofrío en la base de la espalda. Ya no había mañana, el Consejo Nacional le había comunicado su retiro. ¿Qué haría después? Luego de treinta y cinco años al servicio del Estado no se le ocurría otra cosa por hacer. Había trabajado tanto tiempo y lo había hecho bien, con honor ¿porqué privarlo de la satisfacción de seguirlo haciendo? No había perdido la vista, ni había sido víctima de ninguna enfermedad degenerativa, aún se valía por sus propios medios, como ahora.

Miró a la mesa del tocador, en un costado estaba su billetera, sus documentos de identidad, sus condecoraciones y su celular. Se le ocurrió que era mejor apagar el celular. Dejó el arma en la cama y se acercó, cuando estuvo a punto de apagarlo timbró. Respiró profundo y escogió el botón de contestar a pesar de que sabía que no debía hacerlo.
– ¿Abuelito? – dijo una voz femenina al otro lado de la línea
– Sí – contestó él.
– Te estamos esperando abuelito. ¿No te habrás olvidado que hoy es la cena en tu honor, no?
– No lo he olvidado
– ¿Ya estás listo? ¿Qué estabas haciendo?
– Nada linda, una tontería. Espérenme.
– Te amo abuelito, mamá te manda besos.
– Yo también las amo – dijo y colgó.

GUAPOS Y GUAPAS DEL PERU

En primer lugar hay que definir qué es ser guapo.

Para este caso, vamos a establecer o delimitar el objeto en estudio. Para toda referencia a la palabra guapo o guapa en esta nota y solo para efecto de esta nota, reitero, entenderemos solo la belleza física, pura, sin considerar simpatía, carisma, inteligencia, don de gente, belleza espiritual, etc.

La belleza física es contextual, es decir que tiene que ver con cómo se ve cada cosa al lado de las demás. La distancia de los ojos a la nariz, y luego de esta a los labios, el ancho de estos últimos y como se insertan en el rostro.

Al respecto hay tres teorías, las que no son excluyentes si no que se unen entre sí:

La teoría de las proporciones:
Es la más reciente. Establece que los objetos (incluyendo rostros y cuerpos) que percibimos como bellos tienen proporciones matemáticas y geométricas basadas en el número de Fibonacci. El número de Fibonacci es una progresión en la que el número siguiente es la suma de los dos anteriores. Arranca en 1, el anterior es cero o nulo, entonces 0 más 1, 1, luego 1 + 1 = 2, después 2 + 1 =3, así:

1 - 1 - 2 - 3 - 5 - 8 - 13 - 21 - 34 - etc.

La mayoría de plantas crecen formando hojas en esa proporción al igual muchos caracoles respecto a las curvas de su concha. En el cuerpo humano esas proporciones se cumplen en la distancia del hombro al codo, del codo a la muñeca y la mano, en los cuerpos que consideramos proporcionados, como en los cuadros de Da Vinci o las esculturas de Miguel Ángel. Lo mismo sucede con la distancia entre los ojos o la proporción frente, nariz y boca.

La teoría de la salud – la supervivencia de la especie:
Entre las funciones o necesidades más básicas del ser humano están la alimentación y la reproducción. Ambas cumplen la finalidad de garantizar la supervivencia del individuo y la especie. Cuando un individuo busca reproducirse, es decir tener sexo, se siente atraído por otro individuo con características físicas que representen un estado saludable de manera que se puedan garantizar buenos genes para la próxima generación. Así en un inicio de la especie el macho buscaba en la hembra senos voluminosos y caderas anchas, estos garantizaban una buena alimentación al futuro vástago, el embarazo seguro y el parto poco traumático. La hembra buscaba en el macho hombros anchos y músculos fuertes, a fin de que este pueda garantizar el sustento mediante la caza y la recolección. Esta búsqueda se ha mantenido hasta la actualidad a pesar del desarrollo, dado que está íntimamente ligada a nuestro código genético.

Otros indicadores son el aspecto de la piel, brillo del cabello, el volumen muscular, la agilidad, rapidez, etc. Que no son otra cosa que variable que le dan al cerebro información acerca de la salud del otro individuo. La teoría de la proporción se mezcla con esta por cuanto en la naturaleza la proporción o simetría son signos de salud.

La teoría de los promedios:
Esta teoría indica que nuestro cerebro genera un ideal conforme a un algoritmo que produce un promedio de todos los rostros que vemos. Así para nuestro cerebro el rostro más bello es aquel que encaja mejor con el promedio generado.

Esta teoría explica muchas cosas, como por ejemplo porqué a una muchacha de un pueblo andino no le resultan atractivos los miembros de su propia comunidad. La respuesta está en el acceso a televisión y revistas, sin contar todavía a internet. Los medios de comunicación masivos nos entregan diariamente miles de imágenes que en la mayoría de casos no se corresponden con nuestra realidad cotidiana. Entonces lo que se produce es una distorsión de la realidad porque la llamada belleza visual que buscamos (en función al promedio que ha generado nuestro cerebro) no se corresponde con los sujetos que existen en nuestro medio real.

Ese es el gran daño (entre otros) que causa la televisión. Muchachas de rasgos indígenas o mestizos consideran como ideal de belleza a jóvenes castaños de ojos azules y lo mismo ocurre con chicos que desprecian a sus compañeras y piensan que la modelo rubia de ojos verdes y cuarenta y cinco kilos es la pareja perfecta. El problema no es que la persona no pueda a la larga encontrar a una pareja con esos requisitos físicos, el problema es la falta de identidad con su grupo étnico y por tanto una falta de identificación consigo mismo. No es raro el caso de muchachos y muchachas que niegan su etnia y sus orígenes y en consecuencia sufren por ese hecho generando, a la larga, traumas internos que al no superarse deterioran su autoestima.

El cerebro si bien está diseñado para captar toda la información que se le brinde, y al hacerlo nos aleja de la integración con el grupo social, variando el propósito original del promedio que era la identificación con el grupo para fines de supervivencia.

* * *

En consecuencia como se podrá dar cuenta el lector, las tres teorías se integran. El modelo de guapo de un adolescente peruano actual es el promedio de los actores de moda en Hollywood más los actores de la series televisivas limeñas, que por cierto se esmeran en mantener el perfil europeizado, si bien existen galanes con rasgos andinos, la proporción es menor y en esta caso no estamos hablando de cuota o participación cultural si no de promedios.

El problema respecto a la última teoría no tiene solución, sobre todo si hay falta de educación. ¿Cómo convencer a las personas que los pilotos de fórmula uno, los surfistas australianos y los futbolistas daneses no son más guapos que cualquier buen muchacho de los andes puneños? ¿Cómo convencer a las personas que las rubias californianas, las modelos italianas y las actrices zuecas no son más guapas que las lindas chicas de Huancayo? La teoría del promedio es poderosa, y más poderoso aún es el condicionamiento social que ejercen el resto de víctimas de la teoría de los promedios basada en el modelo televisivo.

Alguien me comentó: ¿Porqué no hay hombres realmente guapos en el Perú? La respuesta es que si hay, solo que depende del promedio mental de quien mira. Si se está buscando frente al promedio de la televisión, (para mi generación los Brad Pitt, Tom Cruise, Jhonny Deep, etc.) entonces no hay, salvo que sean descendientes más o menos directos de europeos como el piloto Hart, Diego Bertie, Cristian Mayer o Jaime Bayly en el Perú. Es decir peruanos guapos, conforme al modelo europeo: sí hay, pero precisamente porque son descendientes más o menos directos de europeos. ¿Cuándo valorizaremos a los Yupanqui, a los Condori y Mamani? ¿Son guapos y guapas? Yo creo que sí, pero tenemos que replantear nuestros estándares.

Los que tenemos la oportunidad tenemos que mirar mejor al interior del país y el grupo social, así como redescubrimos la cocina, el arte y la cultura, mirémonos a nosotros mismos como lo que somos. Admirar nuestras pieles morenas (que resisten mejor los rayos del sol), nuestros rostros cobrizos con vivaces ojos negros y pardos, nuestras imponentes narices aguileñas y aprendamos a sentirnos como lo que somos y sentirnos orgullosos de ello, mestizos saludables, peruanos guapos.

sábado, 30 de julio de 2011

FIESTAS PATRIAS EN LA FRONTERA

Este es el primer año que paso fiestas patrias en Iñapari como debe ser. El año 2008 que fue mi primer año aquí, pasé fiestas patrias en Cusco, para ser preciso en Machu Picchu, el 2009 estuve haciendo una pasantía en La Libertad y aproveché para ir a Chan Chán y Huanchaco, y el año pasado estuve mudándome de casa, así que tampoco participé de las celebraciones.

Este año sí, participé de la sesión solemne, vi llegar a la meta a los maratonistas, fui a ver a Alma Bella y sus formas… sin adjetivos para que nadie se enoje, y fui a ver el motocross bajo el Puente Binacional.

Aproveché también para escribir y escribir entre festejo y festejo y ahora que me doy cuenta llevo más de treinta y seis horas sin dormir. Anoche me puse a escribir y me sorprendió la mañana frente al computador. Lo cierto es que mañana es treinta y uno y me faltan todavía dos notas o cuentos fuera de esta para cubrir mi meta mensual, también estoy escribiendo un artículo especializado de mi profesión, pero no me siento muy cansado todavía. Es el poder de la mezcla de lomo saltado e Inca Kola, fórmula mágica.

Algo que noté estos días es que Iñapari tiene un potencial enorme para hacer eventos de mucha más calidad y envergadura. El espectáculo de Alma Bella fue una muestra, a pesar de ser un grupo de chicas que hacen lo suyo, no están a la altura de grupo 5 o similares en lo que a producción se refiere. A pesar de ello y la poca publicidad con poca anticipación también, la asistencia fue masiva. En el motocross pasó lo mismo. Con un poco más de anticipación y la asesoría de un especialista en el tema se pueden hacer maravillas.

Otra cosa que noté fue el servicio de restaurants, sencillamente colapsan. Nuevamente falta de asesoría, tendrían que invertir en un par de empleados (¡y entrenarlos!) solo por la temporada, que no son más de cuatro días, situación perfectamente regulada en la legislación laboral. Lo mismo sucede con los hoteles, aunque lo más notorio son las deficiencias en la atención para los visitantes en los lugares que expenden alimentos.

Espero que cada año las cosas vayan mejorando precisamente con la experiencia que vaya ganando la Municipalidad Provincial y los negocios locales. Me dio gusto este año (a férrea iniciativa mía) ver a todas las autoridades con terno completo en el estrado correspondiente durante la sesión solemne a pesar del calor. Siempre me ha parecido injustificable la excusa de concurrir a las ceremonias formales en mangas de camisa (¡camisa de manga corta a veces!) so pretexto del calor tropical. Un toldo decente y una buena organización resuelven ese asunto.

Disfruté mucho estas fiestas patrias, canté el himno a todo pulmón, sobre todo para corregir a los seguían cantando el “Largo tiempo…” paseé bastante y aproveché para ponerme al día en mis tareas autoimpuestas. Como saben los que me conocen no creo en patriotismos chauvinistas. Recojo mi papel o envoltura, guardo en mi bolsillo mis semillas de naranja, llevo mis envases de gaseosa a casa y cuando cruzo la frontera me comporto con mayor responsabilidad todavía para demostrar que los peruanos somos gente decente y educada. Creo que es la mejor manera de ser patriota. De todas formas espero que todos hayan pasado unas bonitas fiestas patrias y que les haya gustado esta breve nota.

RITA (Cuento)

Rita grácil e impalpable danza con el viento dibujando infinitas cabriolas en el pináculo de la aurea y verdosa colina que se eleva en el medio de su chacra en las afueras del pueblo. Su tosca saya de térreos matices, flamea cual bandera alrededor de las torneadas astas de marfil que son sus firmes pantorrillas. Cuando gira sobre sí, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, sus largos cabellos negros vuelan, flotan y se enredan sobre su rostro dorado por el sol, dibujando un precioso marco de arabescos a su alba sonrisa.

Rita sueña con campos de maíz y de cebolla en flor, con árboles de molle y cedrón, con botones de jazmín. Escucha a lo lejos los cencerros, el céfiro le trae en oleadas alternadas los olores intensos del ejido, el cálido del pasto fresco, el acre de la bosta y el dulce de las parras de la huerta donde los pámpanos se agitan y cual centenares de enormes manos le dicen adiós; ella se levanta, se pone de puntitas de pie y les hace adiós también con su mano y ríe… y su risa riega los prados, moja las copas de los árboles, alimenta a las vacas, nutre a los cuyes, engorda a las gallinas, cura a los cerdos, alborota a los perros y alegra a los corderos.

Rita se baña en el rio, tararea un yaraví antiguo y el agua canta con ella. Siente las piedras redondas acariciando sus piernas junto a la corriente, alza sus brazos y deja caer las palmas de sus manos sobre la superficie del río, cierra los ojos y siente las gotas frías salpicando su pecho, su cara y sus hombros. Recuerda su niñez y se ve en el mismo lugar, sentada sobre las piedras, golpeando el agua con sus manitas, eleva su rostro al sol, levanta sus brazos y hace una vez más lo mismo... ríe…. y su risa se empapa de agua cristalina y de gotitas de rocío, se esparce sobre la corriente y flota, se va con los peces al mismo tiempo que las ranitas en la orilla la ven pasar y croan sin cesar.

Rita se recuesta con la ropa mojada sobre la alfombra de pasto verde, siente el sol tostando sus mejillas, secando las prendas sobre su cuerpo inmaculado, todavía limpio de pasión y de dolor. Abre los ojos y el azul del cielo la hechiza, ve pasar una nube arrastrada por el viento, luego otra, algunas más, son cúmulos, cirros, para ella corderos, conejos de formas raras, cierra los ojos y respira profundo, se nutre del olor de la savia, estira los brazos, sueña y ríe... y su risa hace crecer bajo la tierra a la zanahoria y la papa, le regala aroma al cilandro y al perejil, endulza las manzanas y la naranjas.

Rita ríe y me hace vivir.

LAS CALLES

La semana pasada llegó el progreso a mi barrio. Topógrafos volvieron a trazar las calles. Maquinaria pesada rellenó lo que eran mini pantanos en tiempo de lluvia. Luego trajeron limpio barro rojo, lo distribuyeron, aplanaron y afirmaron. Ya tenemos calles, no asfaltadas, afirmadas nomás, pero por ahora es suficiente para cambiarle la cara al lugar.

El más agradecido es mi carro. Yo, yo no sé. Todavía tengo la verde vista desde las ventanas de mi casa. Pero se ha perdido ese ambiente montaraz, ya no siento que mi casita está en medio de la selva agreste, ahora vivo en un barrio. El número de mi casa y el nombre de mi calle que antes eran datos abstractos, surrealistas, ahora se han convertido en una pétrea realidad.

Hace tres semanas nos pusieron medidores de luz. El progreso llega rápidamente. Al mismo tiempo que se trazaban, rellenaban y afirmaban las calles, muchos dueños de lotes empezaron a cercar sus predios, algunos ya han descargado ladrillos y arena, otros tablas y calaminas. Seguramente pronto tendré más vecinos, no sé si seguiré escuchando los pajaritos por las mañanas y las cigarras por las noches, ya no sé si vendrán las gallinas con sus pollitos a cruzar mi jardín impunemente, o si las lagartijas de cola verde seguirán tomando el sol al medio día cerca de la cochera.

Dejaré de usar doble par de zapatos como hasta ahora, uno para sacar el carro y subir en él y que al llegar a la oficina me cambiaba por otro bien lustrado que dejo allá. Gastaré menos en amortiguadores para el carro y no tendré que pagarle al chico de la moto guadaña para que corte el pasto frente a casa cada quince días.

Dubi tendrá que acostumbrarse a gente y motos que pasan por la casa, cosa que antes nunca o casi nunca sucedía. Ya no me podré bañar desnudo al aire libre y a la luz del sol (algunas veces a la luz de la luna) como hacía antes los fines de semana luego de trabajar en el jardín.

Así es el progreso, se ganan cosas, se pierden cosas. Tendré que pensar en comprarme una casita un poco más lejos.

viernes, 29 de julio de 2011

LA SONRISA (Cuento)

De pronto entró a mi oficina. Estaba vestida de traje, pero no lucía como imaginé que estaría. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Diez? ¿Quince? Sonrió con esa sonrisa que era solo suya, una sonrisa cortés mezclada con irradiante simpatía. Me saludó con formalidad y le señalé la silla para que tome asiento. Me preguntó por un trámite. Le indiqué rápidamente el mecanismo mientras pensaba si realmente no me había reconocido. Cuando terminé de explicarle puse en práctica mi mejor expresión de cordialidad y le pregunté: ¿Pero cómo estás? Ella sin dejar de sonreír me miró brevemente, luego miró al suelo e hizo con la mano derecha un gesto de negación con todos los dedos extendidos. Se levantó sin decir una palabra y me sentí atontado. Cambié de expresión y me puse de pie, le indiqué la salida de manera formal y la despedí tratándola de usted.

Me senté en mi sillón y me quedé absorto pensando en su sonrisa. ¿Cuántos años tiene ahora? Hice cálculos, ya debería pasar los cincuenta. Pero su rostro era el mismo de aquél entonces. Había algo extraño. Miré alrededor. Todo estaba bien aparentemente. Era mi oficina, era yo, todo en su sitio, los treinta y cinco grados sofocantes, la humedad al noventa por ciento y hasta la extraña sensación en mi estómago y mi espina dorsal producto de haberla visto después de tantos años. Pero su rostro… sí, era el mismo. Abrí la carpeta en el computador, allí estaba la sonrisa, era la misma, exacta, plasmada en una foto que de casualidad y con nostalgia había estado viendo estos días. No había duda, estaba soñando. Me senté en el sillón, miré por la ventana y esperé pacientemente a despertarme.

lunes, 25 de julio de 2011

COLA DE LEON (Cuento)

El ingeniero Zuloaga empezó su discurso, estábamos en uno de los edificios más antiguos de la universidad. Por esos pasillos y arcos de sólido sillar donde alguna vez tuvieron lugar debates filosóficos, teologales, discusiones acerca de la gramática y la filología, hoy nos acomodábamos en una de sus aulas cerca de medio centenar de estudiantes universitarios de diferentes especialidades, algunos egresados, a escuchar al nuevo director del instituto de investigación al que pertenecíamos.

La espera previa había sido incómoda, la tensión se sentía en el ambiente, ahora escuchaba el discurso atentamente, todos esperábamos poder resolver nuestros problemas de una vez por todas en esta reunión. Zuloaga empezó con un tono firme, sin embargo sus palabras a pesar de parecer conciliadoras en un inicio tenían un tono desafiante. Dijo que le gustaba resolver las cosas, conversar, sin embargo… ¡Ah! Esos “sin embargo”, sentí que algo nada positivo estaba a punto de desencadenarse; con los demás nos miramos de reojo, algo andaba mal. “Sin embargo”, dijo, no le gustaban los grupos beligerantes. ¿De qué diablos hablaba? Luego empezó a hablar mal de los abogados, me sentí aludido directamente, ya que era yo uno de los pocos, si no el único, proveniente de la facultad de derecho, los demás casi sin excepción eran de ingenierías o a lo mucho de ciencias económicas y contables.

En medio de esa perorata extrajo de un folder barato de plástico, una copia de “El Pasquín.” El Pasquín era una especie de panfleto divertido, lo habíamos publicado hacia poco un grupo de miembros del instituto de investigación mitad para divertirnos y mitad para servir de vehículo de integración. El nombre surgió de la nada, en realidad de una de las tradiciones de Ricardo Palma y no tenía nada que ver con su contenido. Si bien era cierto que en uno de sus números había artículos un poco subidos de tono, no eran tampoco insultantes y mucho menos peyorativos. Solo decían la verdad y lo triste, para nuestro caso, es que la verdad es lo peor que se puede poner por escrito cuando se tiene por director a un dictadorzuelo aprendiz de sátrapa aventurero.

Cuando empezamos con El Pasquín, el compromiso era escribir lo que deseáramos y yo me encargaría de las publicaciones, los compañeros podían ponerse pseudónimos o usar su propio nombre, a elección del dueño de la colaboración. Hubieron algunos, dos o tres que en un acto de profunda y admirable valentía, escribieron las cosas como eran y firmaron con su nombre completo. Pocas veces he visto gente tan joven y tan valiente. ¿O éramos terriblemente estúpidos? No lo sé, pero sin lugar a dudas éramos honestos.

Zuloaga soltó una mortal diatriba en contra de El Pasquín, dijo que era un documento que lindaba con lo inmoral, que éramos prácticamente delincuentes por haber tenido la facinerosa idea de haber escrito lo que pensábamos. No contento con ello hizo algo que casi me lleva a un ataque de risa. Leyó la definición del diccionario de la palabra “pasquín” como si eso pudiera probar que era víctima del despiadado ataque de un grupo de alumnos universitarios subversivos y “beligerantes”, como él mismo decía una y otra vez, presa de la rabia detrás de los gruesos vidrios de sus lentes empañados por su grasiento sudor.

Me miré con el Chino Sosa y con Henry, ambos habían escrito en El Pasquín y estaban devastados. Me dio profunda pena, me imaginé cómo se sentirían los presos políticos en Cuba, cómo se habría sentido Littin en Chile o las madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Ahora pienso que tal vez exageré, pero en ese momento me sentí así y no tanto por mí si no por el Chino y por Henry.

Pensé en interrumpir y defender la posición de todos, pero Zuloaga sacó de su folder mugriento nuestro memorial. La reunión se había convocado a partir de un memorial dirigido a Zuloaga, el que casi todos los miembros del instituto de investigaciones habíamos firmado y en el que hacíamos un reclamo por nuestros derechos recortados, las limitaciones a las que últimamente veníamos siendo sometidos y sobre todo a los malos tratos que veníamos recibiendo de Zuloaga y su adjunto, un esbirro desastrado de apellido Montenegro que hablaba mucho y no resolvía absolutamente nada.

Muchos años antes de la llegada de Zuloaga y su séquito de matarifes al instituto, este había pasado tiempos difíciles con poca infraestructura y relativo apoyo, mentes brillantes habían transitado por él y dejado un mística de trabajo que había permitido convertirlo en uno de los primeros de la región en su especialidad. La administradora en estos últimos años, había hecho un razonable buen trabajo, los directores anteriores habían compartido esa mística con nosotros y nosotros con ellos. Ahora Susana, como se llamaba la administradora había quedado claramente relegada; Zuloaga había colocado a Montenegro como administrador general y Susana había aceptado de cabeza gacha una especie de sub administración, aunque no perdía la oportunidad de azuzarnos de vez en cuando para hacer algo al respecto. Ella sabía que si nosotros ganábamos, ella también se vería beneficiada.

Nos parecía injusto que Zuloaga hubiese recibido el instituto tal como estaba, con el prestigio ganado, con modernos locales y equipos de última generación y nos hiciera a un lado precisamente a quienes construimos eso. Ni siquiera queríamos mejores sueldos, solo queríamos la elasticidad de horarios de la que siempre habíamos gozado para poder estudiar nuestras respectivas carreras al mismo tiempo que investigábamos y por supuesto un trato personal y laboral digno, cosa que ya se había perdido definitivamente semanas antes. Por ello una noche nos reunimos todos en uno de los ambientes del instituto. Allí recuerdo claramente que les preguntábamos a todos si estaban de acuerdo con el memorial, y que si en ese momento se decidía no ir más adelante, dejaríamos todo en ese estado y no tocar más el tema. Todos asintieron, a aquellos que tenían familias (que eran muy pocos) y que no podían poner en riesgo su trabajo, no los dejamos firmar, negaríamos su participación. Allí les contamos a todos acerca de El Pasquín y también estuvieron de acuerdo.

Cuando Zuloaga convocó la reunión pensamos que sería una oportunidad perfecta para dialogar y limar asperezas. En eso pensaba precisamente cuando Zuloaga levantó la voz agitando el memorial en el aire, casi arrugándolo de la cólera. A su lado estaban sentados unos advenedizos que recientemente habían ingresado al instituto y que no aportaban nada, unos profesores de primaria al borde de la jubilación que estaban allí más por una necesidad formal que por ninguna otra cosa y sin ningún otro mérito que su edad (a pesar de lo cual no habían logrado mérito alguno en la vida) y que se sentían superiores a nosotros por el solo hecho de pintar canas.
Zuloaga cambió de pronto de tono, dijo en un intento de parecer conciliador que estaba dispuesto a olvidar todo y perdonar a aquellos que en ese momento se retractaran de haber firmado el memorial. Por supuesto los que habían participado de El Pasquín no serian perdonados.

Era un vil truco, una estrategia inteligente propia de un déspota opresor, miré a todos y deseé de corazón que nadie se retracte, si todos nos manteníamos firmes todavía podíamos tener capacidad de negociación. Sin duda Zuloaga era astuto, se había dado cuenta que El Pasquín tenía que haber sido hecho por gente con capacidad de liderazgo, sacándonos de la jugada dejaba sin pastor al rebaño y luego sometía a los compañeros a la humillación pública de desdecirse de sus pretensiones; quebrando las almas y el amor propio de sus detractores, ya no tendría problemas en el futuro.

Empezó a llamar a cada uno, fue un espectáculo lastimero, casi todos pasaron al frente y se retractaron, Zuloaga no se conformaba con preguntar, exigía que cada uno repita una fórmula precisa. Los que tenían la oportunidad me miraban con un gesto de “discúlpame, no me quedaba otra posibilidad” los otros no tuvieron valor siquiera de mirarme a los ojos.

Cuando terminó el festín de Zuloaga solo cinco no nos retractamos, de los cinco, dos no habían intervenido en El Pasquín y fueron enormes en integridad al decir "no" cuando pudieron seguir la corriente y retractarse como todos los demás.

Al salir de la reunión, casi todos huyeron, Susana estaba en el patio, nos miró y nos dijo con lágrimas en los ojos que no había podido hacer nada para ayudarnos. Yo estaba herido, sin embargo en ese momento se me vino a la mente “El Padrino” de Puzzo y comprendí a Michael Corleone, en ese instante me di cuenta que Susana nos había vendido, tal vez por menos que treinta monedas. Salí a la calle y me di cuenta también que ahora estaba desempleado, en realidad eso no me importaba mucho, lo más triste era que dejaría de investigar con ese grupo fantástico de compañeros y era una de las cosas que más me gustaba. Entendí las razones de muchos, tenían familias y obligaciones y no podían darse el lujo de perder el magro ingreso que tenían en el instituto, otros acaban de ingresar y no tenía sentido que se fueran sin haber aprendido nada. También creo que a muchos les faltó confianza en ellos mismos, sobre todo los más antiguos, muchos eran brillantes y tal vez si hubieran salido ese día del instituto sus vidas habrían cambiado.

Cuando salía se me acercó uno de los que se habían retractado, fue de los pocos que se atrevió a mirarme a los ojos. Se disculpó, le dije que no pasaba nada, que todo estaba bien. Se volvió a disculpar diciendo que no debí haberme ido, que tal vez si hablaba con Zuloaga me perdonaría, dijo que yo era valioso y que los demás querían que lo intente. Tal vez si suplicaba…
– No – le dije – no voy a suplicar a nadie, ni menos a Zuloaga.
– ¿Pero por qué? – me preguntó.
– Porque no me gusta suplicar.
– No seas orgulloso – replicó – tú solo no vas a resolver las cosas, aquí podemos hacer algo todos juntos.
– No es orgullo – le conteste – pero prefiero ser cabeza de ratón y no cola de león.
El se quedó callado con las manos en los bolsillos, y yo me fui por la avenida con la frente en alto, como siempre.

domingo, 17 de julio de 2011

EVA (Cuento)

Silvia se sirvió un café, cuando volvió a la sala vio sobre la mesita de centro el celular de Carlos. “Ojala no lo necesite” pensó. Se sentó en el sofá y abrió el libro para seguir leyendo, vio las letras e identificó las palabras pero su mente estaba en otro lado. Dos minutos después había avanzado varias líneas pero no había entendido nada, sus pensamientos estaban enfocados en el celular. Levantó la vista y lo vio allí, los bordes negros, la pantalla brillante. Suspiró. “Déjalo allí” se dijo a sí misma. Abrió el libro pero no lo miró, luego lo cerró inconscientemente, se puso de pie y Perla, su preciosa Cocker Spaniel color caramelo abrió los ojos desde su camita y la siguió con la vista, Silvia caminó unos pasos, se inclinó y dejó la taza sobre la pequeña mesa y levantó el celular. Las manos le temblaron, tal vez fuera mejor no meterse con sus cosas. Carlos le había dicho que iba al club, a practicar para el campeonato de bowling. Ella sospechaba, no quería confirmarlo, no. Sintió un impulso y antes de darse cuenta estaba abriendo la casilla de mensajes recibidos. Allí estaba el mensaje: “A las ocho, en la cochera del bowling.” El número le pertenecía a una tal Eva. Se mordió las uñas mientras un desagradable frio le subía por la espalda, sintió que el estómago se le revolvía. Se sentó en el borde del sillón y Perla se acercó instintivamente, sin pensarlo le acarició la cabeza y el hocico mientras trataba de ordenar sus ideas. Todavía tenía el celular en la mano, pensó en marcar el número y pedirle explicaciones a la mujer. ¿Y si era un mal entendido? ¿Y si era una compañera del trabajo? Haría el ridículo. Mejor le preguntaría a Carlos al volver. No, no era buena idea, él negaría todo. Diría que Eva era una compañera del equipo, o la esposa de algún amigo. Mejor llamaría. Respiró, tenía que actuar con calma. Presionó la tecla de llamar y esperó. La fría voz de la operadora le informó que el número que había marcado estaba apagado. Miró al piso, “¿quién apaga su celular en el bowling?” pensó. ¿Y si esta mujer a estas horas ya estaba con su esposo? Volvió a timbrar. Nada. Trató de recordar, de organizar los hechos. Carlos había empezado a comer sano recién hace poco más de un mes, con el pretexto de que un tío suyo estaba con diabetes y había tomado conciencia de los riesgos del sobrepeso. Luego había venido con la locura de participar en el campeonato de bowling en el club, él que nunca practicó ningún deporte. Se había cortado el cabello, la semana pasada había comprado camisas nuevas, un par de corbatas. Cuando le preguntó, él le contestó que con la actividad física y la comida sana había bajado de peso, ahora tenía una talla menos, las corbatas eran para hacer juego con las camisas nuevas. Silvia en ese momento se había sentido feliz y orgullosa de apoyar a su marido, pero ahora ya no. ¿Sería que tenía un romance? ¿Esta tal Eva sería su amante? Sintió miedo, miedo de perder a su marido, lo amaba mucho más que el día que se casaron, no podría afrontar una situación así, moriría, se aterró con la idea de que sus pensamientos se podrían hacer realidad. No podría vivir con estas dudas. Tal vez sería mejor esperar, preguntarle a Carlos directamente, mostrarle el mensaje en el celular, pedirle explicaciones. ¿Y si le mentía? ¿Cómo comprobar sus mentiras? El sábado iban a cumplir tres años de casados, tan solo tres años y su matrimonio se caía en pedazos. No pudo evitar que sus ojos se humedezcan y lloró con profunda tristeza mientras Perla se acercó a consolarla lamiéndole las manos, trató de controlar durante varios su respiración agitada y poco a poco se fue calmando. Se levantó y miró por la ventana de la casa. Miró su reloj, eran las ocho y cuarenta y cinco. Si salía ahora podía encontrarlos en el bowling. ¿Y si la cochera del bowling era solo un punto de encuentro? Igual podría desenmascararlo, seguramente él no estaba en el club en ese caso y ninguno de sus amigos para cubrirlo. Tenía que ir rápido. Tenía puesto un jean y una sudadera vieja, fue rápidamente al dormitorio, se puso una sudadera limpia y una casaca deportiva, se hizo una cola en el cabello y corrió hacia la puerta, al abrir se dio cuenta que no estaba llevando el celular de Carlos, dio media vuelta para volver y Perla se escurrió entre sus piernas, maldijo y gritó:
– ¡Perla!
Perla cruzó la calzada velozmente y corrió hacia el parque, Silvia fue detrás de ella y lo último que sintió fue el bocinazo agudo, y el impacto seco en su muslo derecho mientras una serie de luces brillantes daban vueltas alrededor suyo hasta apagarse en un silencio total.

* * *

Dos horas después Carlos manejaba a toda velocidad rumbo al hospital. En el asiento de atrás del auto, en un primoroso cofre de cedro envuelto en papel regalo descansaba el presente de aniversario que había encargado a una de las más prestigiosas joyerías de la ciudad: Eva.