martes, 30 de agosto de 2011

COMA (Cuento)

Zacarías vio el vidrio de su auto haciéndose trizas casi al mismo tiempo de sentir el impacto que lo aturdió la extremo de privarlo del conocimiento. Luego de un tiempo imposible de precisar, la sensación de un vaivén lo despertó. Logró ver las cabezas de los enfermeros que empujaban la camilla sobre la que estaba recostado hacia lo que parecía un pasillo interminable. Trató de voltear pero un collarín de espuma se lo impidió. Quiso hablar y no pudo articular palabra. Respiró, trató de recordar. Estaba saliendo del estacionamiento del motel cuando algo que no pudo ver lo embistió. ¿Norma! Pensó. ¿Dónde estaba Norma? Le pareció sentir un desagradable vacío en el estómago. Norma había estado sentada a su lado en el auto. ¿De qué lado vino el choque? Trató de recordar las imágenes y no pudo. ¿Quién sabía dónde estaba Norma? Intentó hablar, preguntar y fue inútil. Escuchaba ruidos sordos alrededor. Abrió los ojos y esta vez solo pudo ver los fluorescentes del techo a medida que la ruidosa camilla avanzaba. Llegaron a una puerta luminosa. Se detuvo. Escuchó voces desconocidas, ininteligibles. Solo podía ver el techo blanco. Intentó mover sus dedos y se dio cuenta que no podía precisar dónde estaban sus manos. Se aterró. ¿Sería que no podía sentirlas? ¿Y si había perdido las extremidades? Ni siquiera podía erguirse para ver ni hablar para preguntar. Se preguntó si acaso era una pesadilla, una de esas en las que no se puede gritar a pesar de hacer todos los intentos. Trató de gritar, de moverse, de gemir. Fue imposible. Abrió los ojos todo lo que pudo. Podía abrir y cerrar los párpados. Por lo menos con eso se comunicaría, lo había visto en las películas. Parpadeó con la esperanza de que alguien lo pudiese ver. Nada. De pronto se asomó una cabeza. Era Susana, su esposa, llorando. ¿Ya sabría que Norma estaba con él al momento del accidente? Sintió vergüenza. ¿Cómo lo explicaría? ¡Saliendo del motel! No podía haber tenido más mala suerte. Vio como estiró su mano para tocar alguna parte de su cuerpo, tal vez su mano, o su pecho; no pudo percibirlo. Se echó a llorar con más fuerza y el médico la apartó. La camilla empezó a moverse otra vez. Una luz intensa encegueció sus ojos. Pudo sentir la presión de una mascarilla sobre su nariz y quijada, por lo menos tenía sensibilidad en el rostro. Empezó a adormecerse. ¿Sabían que estaba vivo? Parpadeó varias veces. ¿Y si pensaban que estaba muerto? ¿Lo iban a operar? ¡Maldición! “Debí cambiar la opción a no donador de órganos cuando pude” pensó. ¿Y si lo habían declarado muerto? O tal vez ya estaba muerto y esto que sentía eran sus últimos contactos con el mundo terrenal. En algún momento se abriría un haz de luz proveniente del cielo… maldijo de nuevo, acababa de ser infiel a su mujer. Eso era pecado, se iría al infierno. Nunca había sido creyente pero empezó a rezar, pidió perdón a Dios por todos sus errores mientras se iba adormeciendo lentamente y los médicos preparaban el material quirúrgico al mismo tiempo que planeaban el juego de golf para el fin de semana.

REFLEXIONES ANTES DE QUE ACABE EL MES

Antes de que acabe el mes quiero decir que en estas últimas semanas aprendí que las sonrisas son gratis.

También aprendí que una foto con una sonrisa despierta más comentarios agradables que una con el rostro serio.

Me encontré en línea con personas de las que no sabía hace tiempo. Fui feliz al saber que están bien.

Compré por internet.

Encendí leña y asé carne.

Fui malvado con una amiga, adrede.

Mi amiga reaccionó como esperaba y ahora es más madura. Ella no sabe que fue adrede.

Recordé a mi papá. No estuve a su lado.

También recordé que la vida es demasiado corta como para andar dándole vueltas a las cosas que carecen de importancia.

Sin embargo todavía no sé cuáles son las cosas importantes y cuales las que carecen de importancia.

A mi hija se le cayó un diente. Ya le expliqué lo de Papa Noel y Dios. Esperaré que se le caigan todos los dientes para explicarle lo del ratón de los dientes.

Estuve enseñándole a nadar a mi hija. Yo no sé nadar.

Recordé que el mundo es un lugar mejor si me quedo callado, pero mucho mejor si reclamo las cosas en las que creo.

Afirmé una vez más cuánto creo en el poder revolucionario de las palabras.

¡Hice cosas imposibles!

¡Contribuí para que mis amigos más queridos hagan cosas imposibles!

Recordé lo valioso de una promesa y lo extraordinariamente valioso que es tener alguien al otro lado de la línea que te diga: “Vamos, tú puedes.”

A pesar de estar contra el tiempo, trabajé primero ayudando a mi amigo y dejé lo mío para después, y me sentí satisfecho.

Recordé lo importante que es confiar y creer en mí mismo.

Leí un libro.

Planté un árbol. Bueno dos.

Me quité los zapatos y metí los pies al agua mientras tomaba el sol.

Sonreí cuando tenía que haberme enojado.

Últimamente no le echo la culpa a nadie cuando pasa algo que me pone de mal humor.

Ya no me quedo mucho tiempo de mal humor.

Duermo mejor.

Quiero a mis amigos.

No tengo muchos amigos.

Los pocos amigos que tengo son buenos, pero si no lo fueran, ¡los querría igual!

Los quiero mucho, a mis amigos, a los amigos que leen el blog, a los que sin ser mis amigos igual lo leen y los que siendo mis amigos, no lo leen. Esto último como se darán cuenta es una falacia, si no lo leen, no se van a enterar por este medio que los quiero. Pero igual queda aquí, con la profunda esperanza de que algún día lo lean y se enteren.

¡Los quiero mucho!

VARADO EN EL DESEO (Cuento)

Apenas llegó a la ciudad Rafael sintió que se había trasladado a otra dimensión. Mientras el chofer del auto que había alquilado para traerlo bajaba las maletas, él se quedó mirando el horizonte infinito sin edificios, el cielo azul limpio y aspiró profundamente el aire perfectamente respirable. Pensó en que una de las maravillas del Perú, era que todavía hubiesen pueblitos como este donde uno se sentía diferente, por decirlo de alguna manera. Le pagó al taxista y entró al modesto hotel, que según su secretaria era el mejor de la ciudad de entre los únicos tres que había. Se registró y rápidamente se dio un baño. Tenía que encontrarse con los ejecutivos chilenos que estaban interesados en construir un casino en esta localidad.

Luego de la larga y poco productiva reunión – ya que los inversionistas se dieron con la ingrata sorpresa que prácticamente no había forma de sanear los terrenos ofrecidos por la municipalidad a corto plazo y que las redes de agua, desagüe y fluido eléctrico eran menos que precarias – regresó al hotel. Allí se dio cuenta que la pequeña ciudad no sólo tenía los problemas advertidos por los ejecutivos de la transnacional, si no que prácticamente no había internet y la señal de telefonía era de pésima calidad. Pasó cerca de media hora tratando de comunicarse con su secretaria para confirmar el retorno a Lima, cuando lo logró su humor cambió al enterarse que su vuelo se había cerrado por mal tiempo y que el siguiente sólo saldría el domingo al medio día. Colgó ofuscado, pero fiel a su modo de ser, tomó el control de la situación y decidió quedarse en el pueblo hasta el domingo temprano para descansar y explorar las oportunidades de negocio para el futuro.

Era viernes por la tarde y la pequeña ciudad empezaba a cobrar una ligera agitación propia del fin de semana. Se acomodó bajo la sombra de uno de los frondosos árboles de castañuela de la modesta plaza principal y vio jugar a unos niños y cómo algunas tienditas de los alrededores se iban convirtiendo en improvisados bares con el transcurso de las horas.

Al oscurecer los mosquitos perturbaron su descanso, se puso de pie y caminó hacia la vía principal, cenó un bocado rápido, allí lo atendió correctamente una guapa mujer madura de ojos claros que hablaba un fluido español pero con un marcado acento portugués.

Al terminar pagó la cuenta y se fue a descansar. La mujer se despidió cortésmente, pero no pudo dejar de sentir un cosquilleo cuando ella le clavó los ojos al decirle “buenas noches doctor”. Por supuesto no le llamó la atención que la mujer se dirigiera usando esa expresión, sabía perfectamente que en el Brasil se llama “doctor” por cortesía a cualquier funcionario de alto rango. Seguramente la mujer habría pensado que él era un funcionario del estado o algo similar. Una vez en su cuarto encendió el ventilador y durmió rápidamente.

Al día siguiente el fuerte calor lo expulsó de la cama. Tomó un baño y salió. Sus pies lo dirigieron automáticamente al mismo lugar donde había cenado la noche anterior. Escogió una mesa en la terraza del restaurant, desde donde podía ver la calle y el movimiento de la gente. Desayunó y lo atendió la misma mujer. Le preguntó su nombre, se llamaba María Aparecida do Todos os Santos, pero prefería que la llamen Aline. A Rafael nunca le había quedado claro por qué en el Brasil los sobrenombres son tan distintos a los nombres propios. En el Perú Tito puede venir de Ernestito, Nano, de Juan, Juano. Lita de Amalia, Amalita. Jana de Alejandra. Pero en Brasil a Joao se le decía Sisinho, a Edinés la llamaban Duce, cosa similar con los vistosos sobrenombres de jugadores de fútbol, caso emblemático: Edson Arantes do Nascimento - Pelé.

Rafael terminó el desayuno, quería ir a caminar, pero de pronto el cielo se cerró en menos de cinco minutos y una copiosa lluvia inundó las calles. Se volvió a sentar y pidió un café, el ambiente se prestaba para un cigarrillo. Preguntó si vendían cigarros pero Aline le ofreció uno de su propia cajetilla y con toda la confianza del mundo se sentó en la mesa.

Hablaron de todo un poco. Aline le contó que era carioca, nacida en Rio de Janeiro, administradora de profesión, andaba en este pueblo perdido de Dios en busca del padre de su hija, un peruano que había escapado llevándose todos sus ahorros. A ella se le había acabado el dinero y ahora trabajaba en este restaurant, haciendo de moza y gerente al mismo tiempo por un poco de comida, techo y algo de dinero.

Rafael no contó mucho, solo algunas cosas generales y se dedicó a ver como llovía, la gente en las calles, el sol, las nubes otra vez, lluvia, sol. Almorzó en el mismo sitio, por la tarde con el aire fresco, desistió de moverse. Cada vez que disminuía la cantidad de comensales, Aline se sentaba con él y hablaba sin parar. Se fue haciendo de noche. Fue al hotel a darse un baño, antes se despidió afectuosamente de Aline y le agradeció su compañía. En el hotel trató de ver la televisión pero se aburrió rápidamente, salió nuevamente y de pronto estaba otra vez en el restaurant de Aline, estaba cerrando. La ayudó, una vez que terminaron, Aline suspiró y caminó a la congeladora, trajo dos cervezas heladas y se sentó. Hablaron un poco más, Rafael terminó su cerveza y se puso de pie para despedirse, Aline también se levantó, pero al despedirse le dio un beso en los labios que fue correspondido. Se besaron largamente, acariciándose, juntando los cuerpos, hicieron el amor de pie, a medio vestirse, acariciándose por encima de la ropa, hurgando por debajo de ella, sudorosos, sin importarles la incomodidad, se encontraron en esa soledad, lo hicieron luego en silencio, sintiéndose con cuidado, al ritmo del vaivén de una ola moribunda, Aline lo empujó suavemente al suelo, se montó sobre él, se deslizó sobre su cuerpo hasta que ambos estallaron al mismo tiempo. Rafael se quedó tendido en el piso de madera, en la penumbra, Aline se sentó con la espalda apoyada en la pared, a medio vestir y encendió un cigarro, fumándolo en silencio.

Rafael se acomodó la ropa y se sentó al lado de Aline, no tenía nada que decir, tal vez fuera mejor callar. No sabía si abrazarla o acariciarla. Parecía tan frágil pero ajena al mismo tiempo. Minutos después se puso de pie y se fue.

Durante el vuelo a la capital, recordaba a esa extraña mujer de ojos verdes. Ciertamente fue un encuentro intenso, lo repasó con todos sus detalles, alguna conexión se produjo con esa mujer y él, la ausencia de palabras, las miradas, se comunicaron a través de la yema de los dedos, de los labios, sintió que la comprendía totalmente cuando la vio a contraluz, sentada en el piso, fumando, apoyada en la pared, con el cabello desordenado.

Años después, Rafael seguía recordando ese encuentro como uno de los más intensos de su vida, con todos sus detalles, y a esa mujer como la una de las muy pocas que logró romper sus barreras, e ingresar a su corazón, aunque sea por una noche.

JOAQUIM MACHADO DE ASSIS


“[…] por medio de carteles manuscritos y pegados en la puerta de la cámara municipal, o por medio de matraca.”
“Más en qué consistía este segundo uso. Se contrataba un hombre, por uno o más días, para andar por las calles del pueblo, con una matraca en la mano.”
De cuando en cuando, tocaba la matraca, se reunía la gente, y él anunciaba lo que correspondía – un remedio para la fiebre, unas tierras de labranza, un soneto, un donativo eclesiástico, las mejores tijeras del pueblo, o el más bello discurso del año, etc. El sistema tenía inconvenientes para la paz pública; más era conservado por la gran energía de divulgación que poseía. Por ejemplo, uno de los concejales – aquél que justamente más se opusiera a la creación de la Casa Verde –, disfrutaba una reputación de perfecto adiestrador de serpientes y monos, a pesar de que nunca domesticara uno solo de esos bichos; sin embargo tenía el cuidado de hacer trabajar la matraca todos los meses. Y dicen las crónicas que algunas personas afirmaban haber visto cascabeles bailando en el pecho del concejal; afirmación perfectamente falsa, mas debida a la absoluta confianza en el sistema. […]”


El Alienista e O Espelho. Rio de Janeiro. Editorial Ediouro 1996. Pág. 27
No cabe duda que uno de los mejores encuentros que he tenido en los últimos años ha sido el que he tuve con Joquim Machado de Assis. No había tenido la oportunidad de leerlo antes, debido probablemente a una cuestión que alguna vez un escritor argentino describió genialmente: Los latinoamericanos que hablamos español pensamos que podemos leer fácilmente portugués, y los brasileños piensan lo mismo respecto al español. Al final los libros no se traducen y dado que en realidad no es tan fácil leer en portugués para un hispanoparlante y viceversa, terminamos no conociendo a sus autores y ellos no conocen los nuestros.

Mi azaroso contacto reciente con el idioma portugués y la necesidad de sacarlo de algún cajón donde lo tenía guardado, me permitió rescatar a este valiosísimo autor. Primer llegó a mis manos (por casualidad también hace tres años) una novela breve llamada “A mão e a luva” (1874) de muy buena factura poética y claramente decimonónica en su estructura y planteamiento. Luego tuve la fortuna de leer “Dom Casmurro” (1899) que en el Brasil se considera un clásico de la literatura. No se debe olvidar que Machado de Assis es el fundador de la Academia Brasileña de la Letras y es considerado el padre de la literatura en Brasil. En “Dom Casmurro” hace un inteligente análisis de la sociedad brasileña de su época, lo que me hizo recordar el trabajo de Bryce en su momento con “Un mundo para Julius” o “No me esperen en abril”.

Recientemente leí “O Alienista e O Espelho” (1882), que contiene dos trabajos, una novela corta “O alienista” y un cuento breve “O espelho”. Respecto a “O alienista” percibo una claro antecedente de realismo latinoamericano de excelente concepción. Si no fuese por la falta del ingrediente mágico, bien podría haber sido confundido un texto de García Márquez traducido al portugués.

La historia se teje sobre la idea de un manicomio de la época, el primero probablemente, denominado “La Casa Verde” por el color de sus ventanas, el término “alienista” bien puede traducirse como “siquiatra”. Es la historia pues de un siquiatra en un pueblo del interior y cómo la existencia de la casa atestada de locos, afecta la vida de toda la población, incluso su vida política. No deja de percibirse la clara crítica social.

Cuando leí los primeros episodios y las descripciones diáfanas e inteligentes que hace Machado de Assis acerca de la locura, no pude evitar traer a la mente “Verónica decide morir” de Coelho, y no me quedó duda alguna que la distancia entre los dos escritores brasileños no solo es temporal, la distancia en calidad, si se pudiese usar el término, es infinita. Si alguien quiere leer acerca de la locura, dejen de un lado a Coelho y recurran sin duda alguna al maestro Machado de Assis en este genial texto.

Finalmente, una lectura recomendable e imperdible diría yo. Machado de Assis, brasileño inmortal, un maestro de todos los tiempos.

lunes, 29 de agosto de 2011

EL MISTERIOSO CASO DEL BAR ZULÚ (Cuento)

En el oscuro bar de los suburbios, Vásquez, sentado en una esquina con un cuba libre a medio beber, observaba atentamente a los parroquianos. Ya llevaba media hora allí. Vestido con un traje anacrónico, cachucha y cadenas plateadas sobre la camisa floreada, desarrollaba su papel de roquero viejo. Morgan detrás de la barra, vestido de oscuro y una negra barba cubriendo su mentón, servía tragos a los clientes. Estuvieron sin hablarse más allá de lo indispensable durante casi tres horas, luego escucharon cada uno desde su lugar los estridentes ruidos del grupo de irreverentes veinteañeros que subieron al escenario para destruir inmisericordemente canciones de Deep Purple, U2, Metallica y Guns & Roses. Morgan conversó con cuatro o cinco atractivas muchachas y bebió un trago con alguna de ellas sin dejar de coquetear. Vásquez siguió sus movimientos atentamente, con la indumentaria que llevaba se aseguraba que ninguna muchacha se le acercara para distraerlo. Cerca de las cuatro de la mañana salieron cada uno por su cuenta para reunirse luego en la oficina.
– Ya estoy cansado de esta barba de náufrago y de las amanecidas – dijo Morgan apenas entró a la oficina. Vásquez le señaló el vaso descartable con café sobre la mesa.
– Paciencia – dijo su compañero – todavía no tenemos ni un sospechoso y tú quieres afeitarte. Así es el trabajo de agente encubierto, te lo advertí antes de que aceptes.
– Pero es casi un mes – replicó con pesar el agente mientras probaba el café – y además otra vez estoy mal con tanta amanecida, humo de cigarro, trago y café.
– ¿Hoy averiguaste algo?
– Nada, las chicas todavía andan asustadas, pero no tengo un sospechoso. Yo creo que tenemos que replantear el perfil.
– Detesto los casos raros – murmuró molesto Vásquez.

* * *

Al día siguiente mientras revisaban los documentos relacionados con el caso, Vásquez espetó una maldición sorda y lanzó un papel sobre la mesa.
– ¿Qué pasa primo? – preguntó Morgan.
– ¡Otra vez me ha venido la boleta con descuentos!
– Tranquilo, habla con la chica de contabilidad. Si ya te expliqué el procedimiento para que te cuenten las horas nocturnas.
– ¡Pero si sigo todos los pasos! Los últimos tres meses he tenido que bajar a contabilidad a subsanar observaciones y al final me pagan lo que es, pero tarde, eso me quita tiempo y también me complica la vida con las cuotas de mis créditos.
– Bueno, para que te compras sillones caros pues – contestó riendo Morgan.
– El sillón lo compré al contado. A crédito pago los libros que leo sentado en él – replicó más tranquilo Vásquez al mismo tiempo que se ponía de pie y salía de la oficina.

Minutos después ingresaba a la oficina de contabilidad situada en el tercer piso, dos pisos más abajo que la suya. Allí estaba Nelly con su traje sastre insípido, lentes de aumento, el cabello recogido en un moño y los zapatos anchos de taco bajo. Vásquez tomó aire y se sentó a explicar su problema por cuarta vez. Nelly, que estaba escribiendo en su computador, congeló sus dedos sobre el teclado y en esa posición escuchó todo lo que el agente tenía que decir sin inmutarse. Luego le señaló un formulario sobre la mesa y dijo un frio “Llénelo.”
– No voy a llenar nada – dijo Vásquez.
– ¿Perdón agente? – respondió la mujer.
– Es que es lo mismo todos los meses. ¿No es más fácil que usted corrija de una vez mi planilla?
– Bueno, depende de usted. Si no quiere que le paguen…
– Pero…
– Discúlpeme agente, estoy ocupada ahora.
Vásquez sintió la cólera haciendo ebullición en su vientre y las ganas irrefrenables de decir algo hiriente y malvado, pero pensó en sus preciados libros y sobre todo en aquellos que pensaba comprar los próximos días, apretó los dientes y tomó un formulario mientras la sangre latía en sus sienes.

– Eres mala – dijo la compañera de oficina de Nelly entre risitas luego de que el agente saliera furioso después de firmar y entregar el formulario.
– ¿Qué hago amiga? – contestó suspirando la contadora, si es la única manera que tengo de verlo aunque sea una vez al mes.

* * *

En el departamento de criminalística, el técnico Vizcarra les mostró los resultados de los exámenes hechos a la muchacha asesinada. Estaban también en el folder las ampliaciones de los informes del médico legista y del sicólogo forense. Vizcarra explicó con detalle el contenido de los informes y los mecanismos de tomas de muestras y aseguramiento de la escena del crimen. La víctima mujer blanca, veinticuatro años, clase alta, educada. El perfil del presunto homicida no había variado, había sido alguien cuidadoso, al parecer había conocido a la muchacha en el bar Zulú, donde los agentes venían trabajando encubiertos los últimos veintiséis días. Al salir había subido al auto de la víctima que se llamaba Daniela Salas, este había sido encontrado a varios kilómetros de distancia, en una transversal poco transitada. Salas estaba muerta por una sobre dosis. En un inicio se planteó el caso como una muerte accidental más. Sin embargo a los pocos días los análisis arrojaron indicios de que no pudo haber sido así. La jeringuilla encontrada tenía las huellas de Salas en una disposición tal que era imposible que se hubiesen generado de esa forma si se la hubiese aplicado ella misma y en un vaso descartable había residuos de café con un poderoso somnífero. Álvarez les había encargado especialmente el caso cuando esa información se filtró a la prensa y se desató un escándalo. Otra vez empresarios y políticos influyentes exigiendo resultados por que se había tocado a uno de los suyos.
– ¿Oye Vizcarra cuánto cobraste por soltarle el dato a la prensa? – bromeó Vásquez mientras hojeaba los informes.
– ¿Qué pasó? – reaccionó ofendido el amable técnico.
– Es una broma Vizcarra ¿pero sabes quien fue?
– Los de siempre, los asistentes de los fiscales o los ayudantes del forense. No hay otra.
– Lo que nos interesa saber es quien mató a la chica – dijo cortante Morgan.
– Pues, de acuerdo al sicólogo podría ser un hombre joven – respondió rápidamente Vizcarra nervioso – blanco, de buena posición…
– Ya, ya... – interrumpió Vásquez – eso ya lo sabemos mejor que el sicólogo. Datos concretos, secreciones, huellas digitales, pelos…
– Nada de eso, el tipo fue cuidadoso, no hubo ataque sexual, ni huellas, pudo haber usado guantes.
– Entonces era premeditado – sostuvo Vásquez.
– Pues así parece – afirmó Vizcarra.
– Bien, avísanos si sabes algo – dijo Morgan haciéndole una seña a su compañero y ambos agentes salieron.

Una vez en el auto empezaron a reformular las hipótesis, resolvieron volver a interrogar a los padres de Daniela y a sus amigos cercanos. Cualquiera podía haber visto algo o a alguien.

* * *

Tres días después Álvarez intranquilo hacía llamar a los dos agentes a su despacho.
– Están apestando a chingana – fue lo primero que dijo Álvarez cuando los dos policías ingresaron a su oficina.
– Con los días uno pierde la sensibilidad al olor jefe – dijo Morgan.
– Bueno, qué hay respecto a la chica Salas.
– Nada todavía – contestó Vásquez – los padres no tienen la menor idea de quien pueda ser y las amigas tampoco, no sabían de algún pretendiente o enamorado. Entrevistamos a los “ex” y de los tres últimos, uno está en Estados Unidos, otro trabajando en el interior y al tercero ya no le gustan las mujeres. Estudia arte dramático y hace más de cuatro años que no forma parte del círculo social de la chica.
– Demonios – dijo Álvarez – si no son los ex enamorados, son los amigos cercanos o los parientes. Los parientes por dinero, los amigos por celos o envidia. ¿Qué hay del patrimonio de la familia?
– No hay deudas – señaló Morgan – revisé las cuentas. Tienen algunos créditos, todos al día, la mayoría tarjetas de crédito. Los ingresos de la familia no son problema. Ella era hija única, así que tampoco habían conflictos sucesorios. Con su muerte no se beneficia particularmente nadie. No habían seguros tampoco.
– “Conflictos sucesorios” – remedó Álvarez divertido – ¿De dónde sacas esas frasecitas?
– Será de tanto juntarme con Vásquez, señor – contestó Morgan entre risas.
– ¡Ya! ¡Ya!, bueno, nos quedan los amigos entonces – apuntó Álvarez – ya saben cómo es la cosa.
– Ya sabemos – agregó sonriendo Vásquez – el mejor amigo tarde o temprano suelta la lengua.
– Así es señores. Vayan a darse un baño y entrevisten a ese mejor amigo.
– Amiga señor.
– Lo que sea. Ahora fuera de mi vista.
Morgan y Vásquez se pusieron de pie, cuando se disponían a salir, Álvarez señaló:
– ¡Ah! Vásquez, me olvidaba, lo están llamando en personal, planillas creo, no sé qué problema hay con su “file”.
– Gracias – contestó el agente sin una pizca de alegría ya.

Una vez en los pasillos, Morgan bromeó:
– Oye primo, ¿no será que esa Nelly te está fastidiando por algo?
– Ni idea.
– ¿No le habrás hecho algo, tal vez algún comentario subido de tono?
– ¿Yo? Jamás. Si la mujer es más seria que una colonoscopía.
– Si pues. ¿Qué raro no?
– Un día me voy a cansar y…
– Tranquilo compadre, corre y averigua qué quiere la Nelly.

Quince minutos más tarde regresaba Vásquez con dos cartones en la mano.
– ¿Qué es eso? – preguntó Morgan.
– Se pasan, me endilgaron dos tarjetas de parrillada para el sábado, “pro fondos”, estás cordialmente invitado.
– Yo paso.
– No pasas nada. La compañera de Nelly ha insistido particularmente para que vayas.
– No, no.
– No hay forma primito, tienes que ayudarme, si no, no me voy a poder sacar ese problema de encima. Además, ahora que Gretzel te abandonó, necesitas otro clavo.
– Otro clavo… – gruñó Morgan.

* * *

Por la tarde los agentes volvían a entrevistar a Brenda Stoll. Era una mujer de estatura promedio, delgada, lo que la hacía ver más alta. Tendría unos veinticinco años, aunque por momentos parecía menor. Largo cabello castaño claro y tez blanca, tenía la voz muy suave y serena, vocalizaba con cuidado y no tenía un acento definido. De apariencia muy bien cuidada y trato fino, se sentó de lado en una de las sillas de la sala de interrogatorios. Vásquez con el fin de probar su teoría se dispensó por unos minutos, luego regresó silenciosamente por detrás de ella con un pesado libro y lo dejó caer pesadamente a propósito. Brenda reaccionó saltando de la silla, al tiempo que emitía un gritito breve y se ponía una mano al pecho y luego acomodaba sus lentes de aumento que se habían salido de lugar.
– Disculpe – dijo Vásquez.
– No, está bien – contestó la mujer – discúlpeme a mí, es que esto es tan extraño.
– Entiendo. Bueno, manos a la obra – dijo el agente al tiempo que encendía una video grabadora de mano y la colocaba sobre la mesa – le informo que la entrevista será filmada, necesito su consentimiento señorita Brenda Stoll.
– No hay problema – contestó la muchacha en el preciso momento que ingresaba a la sala el agente Morgan.
– Ya nos ha dicho usted que Daniela era su amiga, que eran cercanas y que al momento de los hechos ella no tenía ninguna relación sentimental. ¿Sabe usted de alguien que quisiera hacerle daño?
– No señor. Ella era muy buena. No se me ocurre que alguien quisiera hacerle algo malo.
– ¿Tenía un carácter fuerte? ¿Conflictivo?
– Carácter fuerte, algunas veces, como cualquiera. Pero conflictiva no creo.
– Trate de hacer memoria – intervino Morgan – ¿alguna charla casual, algún comentario suelto que le pueda hacer pensar que había conocido a alguien recientemente?
– No, lo siento – contestó con tristeza la mujer y agacho la cabeza.
– La otra alternativa – dijo Vásquez tratando de presionar – es que Daniela haya conocido a su agresor esa misma noche y hayan acordado tener sexo, ella se arrepintió en el camino… él no aceptó… se le fue de las manos…
– No lo creería de Daniela, señor. Ella no hacia esas cosas.
– Además por la evidencia que tenemos parece que fue planificado – agregó Morgan – pensamos que tuvo que conocer a la persona antes. No se robaron nada, no dejaron huellas.
– Sí, eso supe – dijo Brenda.
– Usted estuvo esa noche con ella, ¿la vio conversar con alguien?
– No, entramos juntas al bar, conversamos un rato, no bailamos. Yo me fui como a las doce, el humo del cigarro y las luces me hacían lagrimear los ojos. Ella me dijo que se quedaría. Salí y tome un taxi. Al día siguiente me enteré lo que había pasado.
La muchacha se echó a llorar, le dieron un vaso con agua y continuaron con el interrogatorio por una hora más. Casi al final Brenda se quedó pensando unos minutos y le dijo al agente Morgan:
– Me acabo de acordar de algo, tal vez no tenga importancia, pero Daniela me dijo dos días antes de su triste muerte, que no sabía cómo alejarse de una persona.
– ¿Qué persona? – preguntó Morgan.
– No lo sé, no lo dijo.
– Trate de recordar. Literalmente si es posible. ¿Qué le dijo Daniela?
– Dijo: “Brenda, ¿qué harías tú si quisieras alejarte de una persona que te perturba?”
– ¿Y usted qué le respondió? – inquirió Vásquez.
– Lo tomé a la ligera, ahora me arrepiento ¡Jesús! Le dije tan solo que debería alejarse de personas negativas, que el mundo es un lugar feliz. ¡Ay mi Dios! Si le hubiese preguntado quién era esa persona…
– No se torture señorita – apuntó Morgan, usted no podía saber.

* * *

Esa misma tarde, en su departamento, Victoria quemaba en un tacho de basura metálico un par de guantes de látex, los sobrantes de un somnífero y las ampollas de droga que había conseguido algunas semanas atrás. Al final lanzó al fuego las únicas dos cartas que Daniela le había escrito.

* * *

– ¿Qué piensas? – preguntó Vásquez, consciente de que la pregunta era más para sí mismo que para su compañero.
– No se primo – contestó Morgan instintivamente – alguien tiene que haberla visto subiendo al auto con el homicida. Es nuestra única salida. Vizcarra ya revisó su facebook y está tratando de quebrar la clave de su correo electrónico. Y nada. Algunos pretendientes, pero nada serio. Contigo hemos revisado las coartadas y todos estaban en otros lugares esa noche.
– Y en el bar nadie suelta prenda.
– Repasemos, ¿Qué sucedió esa noche?
– Daniela sale de su casa a las siete. Va a la casa de Brenda. Se van juntas al bar Zulú como a las diez treinta. Brenda se retira a las doce. Daniela sale aproximadamente una hora después y la encuentran muerta a las cuatro. El forense dice que la hora del deceso pudo haber sido entre la una y las dos de la mañana.
– El portero dice que vio salir a Brenda sola como a las doce, llorando.
– No estaba llorando, era el lagrimeo por las luces y el humo.
– Supongamos eso, y luego… nada.
– Ok, vamos a ver si alguien vio salir a Brenda a la hora que dice.
– Vamos pues – contestó resignado Morgan.

* * *

El día sábado en la parrillada pro fondos del área de contabilidad, Morgan y Vásquez casi fueron víctimas de un infarto cuando vieron llegar a Nelly. Estaba irreconocible, era la primera vez que la veían con ropa de color. Tenía un juvenil traje naranja, el cabello lacio suelto, bien peinado sujeto con dos discretos ganchos que hacían juego con la ropa. La vieron sonriente y alegre, como nunca la habían visto en la oficina. De un momento a otro se vieron conversando los tres amenamente, luego llegó Aída, la compañera de Nelly que se había puesto un desopilante trajecito blanco de marinero. Se acercó al grupo y saludó a todos, pero especialmente a Morgan. En el preciso momento en que Aída se colgaba del cuello del agente, este le hacía una mueca a Vásquez similar a una amenaza de muerte. Nelly y Vásquez rieron hasta llorar. Aída no entendió nada y Morgan sonreía con un disfuerzo que causaba más risa aún a Vásquez.
– Bueno, creo que la pareja necesita que los dejemos solos – dijo Vásquez burlándose.
– Sí – siguió el juego Nelly – vamos a dar una vuelta. Necesitan conocerse un poco mejor.
Morgan los miró con el ceño fruncido y los labios apretados. Si las miradas mataran, el agente Vásquez y Nelly habrían caído fulminados en ese instante.

Esa misma noche, Victoria, de sensual traje negro pegado al cuerpo conquistaba a un parroquiano en un bar. Se fue en su auto, estacionaron, no hicieron el amor, ella tomó el control absoluto de la situación, fue sexo brutal, salvaje y breve. Al terminar él estaba agitado y jadeante todavía cuando ella se separó de ese cuerpo sudoroso con una expresión de asco en el rostro. Victoria se bajó del auto con la sensación del semen escurriendo por la parte interna de su muslo, tropezó, se dobló el taco de su zapato, el tipo bajó del auto acomodándose la ropa y la quiso ayudar, ella le gritó que se aleje, que la deje en paz. Paró un taxi y se subió. En el asiento trasero lloró de miedo. El taxista le preguntó si quería que la lleve a la comisaría, ella le dijo entre sollozos que no. Que la lleve a su casa. En su cuarto se quitó la ropa y se acostó desnuda en la cama sin parar de llorar, hasta que se quedó dormida.

* * *

Álvarez en su escritorio parecía que estaba a punto de echar humo por las narices. Su labio superior temblaba y su usual peinado engominado estaba desordenado.
– ¡Un mes carajo! ¡Un mes desperdiciado, mierda! ¡Y ustedes par de huevonazos no tienen una puta idea de quién mató a la chica!
– Tranquilo jefe – dijo Morgan, mientras que Vásquez lo miraba de reojo, sin nada que decir. Ellos también sentían que estaban fallando como nunca antes.
– ¡Dos días carajo! ¡Cuarenta y ocho horas! ¡Ni un minuto más y quiero saber algún dato nuevo, si no se van a dirigir el tránsito! ¡ahora salgan de mi oficina!

Vásquez y Morgan caminaron en silencio por el pasillo como si del camino al patíbulo se tratara. Era como si el homicida fuese un fantasma, un ser invisible, pensó Morgan. Un ser invisible. Claro.
– Un ser invisible primo.
– ¿Qué?
– El asesino, es invisible.
– Ya te volviste loco de tanto golpe que te daba esa chica, carajo – dijo Vásquez.
– No, no… ¿Qué es lo invisible? ¡Defínelo! – preguntó Morgan emocionado.
– Lo que no podemos ver.
– O lo que no queremos ver.
– También.
– Estamos buscando un hombre. ¿Y si fuese una mujer? Les hemos preguntado a todos acerca de si Daniela estaba con algún hombre esa noche, pero no si había alguna mujer.
– Es la misma vaina, todos dicen que salió sola del Zulú.
– Invisible. No quería que la vieran, nadie la vio.
– Puede ser… , ¡eres un genio primo! – dijo Vásquez mientras ambos agentes aceleraban el paso hacia su oficina.

* * *

El barman del Zulú lo confirmó. Esa noche luego de que la muchacha delicada que llegó con Daniela se fuese, esta se quedó escuchando el concierto de rock en vivo. El grupo tocó como una hora, tal vez un poco menos. Recordó que en ese momento se acercó a la barra una mujer madura, sexy, como una pantera, vestida de negro, cabello negro también, lacio, con esos cortes al hombro y flequillo recto, como los dibujos japoneses. Intercambió algunas palabras con Daniela, bebió algo en la barra y se fue. Eso era todo.

El portero recordaba claramente haber visto entrar a esta mujer, recordó su personalidad arrolladora, pero no recordaba haberla visto salir a la hora que dijo el barman, pero aceptó el hecho de que pudo haber usado la puerta de escape para salir.

Los agentes fueron al departamento de Brenda Stoll al día siguiente. Una vez instalados en el estar de la vivienda de la tímida muchacha, esta les preguntó si deseaban beber algo. Dijeron que no y Morgan pidió permiso para usar el baño, cuando se retiró, Vásquez levantó la vista y pudo observar una gran cantidad de libros, si bien no era una cantidad enorme, hablaban bien de la muchacha.
– ¿Lee usted? – preguntó el agente.
– Sí, es uno de mis pasatiempos favoritos.
– Qué interesante, bonito hábito.
– Sí, agente – dijo dócilmente Brenda – cuando era adolescente era sumamente tímida y muy flaquita, como nadie me prestaba atención me dediqué a leer y estudiar. Si bien no era de las que intervenían a menudo en clase, siempre sacaba buenas notas. Pero los libros eran mi mundo, vivía con sus personajes, recién estos últimos tres años, desde que empecé a trabajar he empezado a salir un poco, a sociabilizar.
– Me sorprende que me diga que es flaca, perdóneme que se lo diga, no es mi intención faltarle el respeto, pero tiene usted una muy bonita figura. Muchas mujeres de su edad y hasta menores, matarían por tener una silueta como la suya.
– Bueno, era flaquita – replicó Stoll con sus maneras bien compuestas al tiempo que su rostro se ruborizaba – creo que lo sigo siendo, pero los aeróbicos ayudan mucho. Hace tres años que entreno, en el gimnasio de aquí a la vuelta.
– Y volviendo a la lectura señorita ¿qué ha leído últimamente?
– Bronte, Hemingway, Coelho… – contestó en el preciso momento que regresaba Morgan.
– Pero lo que escribe Coelho no es literatura – dijo Vásquez sin poder resistirse y riendo un poco.
– Entonces qué “si es” según usted – dijo Brenda con una determinación y un tono de voz que asustaron a Vásquez y Morgan.
– Discúlpeme, no quise ofenderla – remedió rápidamente Vásquez – lo que sucede es que particularmente no me gusta Coelho.
– Discúlpeme usted también – agregó la muchacha recompuesta – no era mi intención exaltarme. Cada uno tiene sus gustos.
Conversaron brevemente del caso, Brenda señaló que no conocía a nadie con las características que habían descrito el mozo y el portero del bar. Sin embargo la notaron algo incómoda. Vásquez lo atribuyó a su impertinente comentario acerca de Coelho.

Una vez en el auto, Morgan preguntó:
– ¿Qué te parece?
– Raro, sigo pensando que si de verdad esa extraña mujer de negro tuviese algo que ver, igual tendría que haber un hombre para completar el triángulo.
– Sí, tienes razón. Por dinero esta gente no se pelea, lo normal es que se hubiesen enfrentado por un hombre – agregó Morgan.
– Aunque…
– ¿Sí?
– ¿Y si no hay triángulo? Estamos pensando convencionalmente en un caso no convencional. Ya eso nos ha costado un mes de tiempo perdido. ¿Y si la mujer no iba tras un hombre?
– ¿Qué quieres decir?
– Que estaba yendo detrás de Daniela. Su objetivo era la misma Daniela – afirmó contundente Vásquez.
– Incluyamos la hipótesis ¿qué perdemos?
– No perdemos nada.
– Primo… –dijo Morgan luego de una pausa mientras manejaba – ¿hasta cuándo vamos a seguir trasnochando en el Zulú? Yo ya no aguanto más.
– Hasta que le llevemos algo sólido a Álvarez.
– ¡Diablos! Sabía que ibas a decir eso. Oye y ¿qué piensas de esta Brenda?
– No sé primo, no confío en la gente que lee a Coelho.
Ambos rieron.

* * *

Victoria abrió el closet. Escogió uno de los varios vestidos negros que tenía, se perfumó y maquilló con calma. Mientras se ponía las medias recordó a Daniela. La amaba. Era tan inteligente y bonita. Volvió a saborear aquél primer beso que se dieron meses atrás en medio del tumulto de un concierto. Fue prácticamente una casualidad, después se besaban en los baños de mujeres, se tomaban discretamente de la mano, se lanzaban miradas de complicidad. Eran felices con tan pequeñas cosas. ¿Porqué todo tuvo que cambiar? La semana anterior a su muerte, Daniela le había pedido dejar todo eso atrás. Pero ¿por qué? Habían logrado mantenerlo en secreto. Si Daniela le hubiese pedido mantenerlo en secreto para toda su vida, lo hubiese hecho. Hubiese aceptado ser su amante, su confidente, pero ¿por qué terminar? No podía entenderlo. Por eso lo preparó todo. Esperó pacientemente que se vaya esa mosca muerta de Brenda. La muy estúpida sabelotodo, modosita y cucufata. ¡Cómo la odiaba! Cuántas veces había dejado de ver a Daniela porque Brenda ya la había invitado a tomar el té, o a hacer compras. ¡Estúpida! Esa noche entró al bar, Daniela estaba sola, la citó en su auto, esperó que Daniela saliera por la puerta principal, ella por la puerta de escape. ¡Ay Daniela, que inocente fuiste! Fue tan fácil. El café con somnífero, la inyección, apretó sus dedos inertes contra la jeringuilla. Su rostro cambió por unos segundos recordando la sonrisa de Daniela, luego se irguió, ella tenía la culpa. Se lo merecía. Terminó de vestirse. Tomó una cartera y salió rumbo a la noche.

* * *

Morgan se recortaba un poco la barba espesa frente al espejo de la estación de policía, al mismo tiempo que Vásquez daba los últimos a su indumentaria, una horrible camisa brillante de cuello ancho, sobre la que descansaban tres gruesas cadenas de plata con dijes de calaveras y cruces, unos lentes oscuros a lo Héctor Lavoe y una correa de cuero con hebilla de metal con el rostro del Ché Guevara.
– Oye, ¿eres un roquero viejo o un chulo? – se burló Morgan.
– Por lo menos yo si voy bien afeitadito – replicó Vásquez palmeándose el rostro.
–¿Y qué fue de la Nelly? – no me has contado.
– Nada, buenos amigos – contestó distraído Vásquez.
– O sea que ya no más descuentos.
– ¡Ya no más!
– En buena hora, vas a tener que “agradecerle”.
– Si se vuelve a arreglar como el día de la parrillada, le agradezco… le agradezco… – dijo Vásquez - ¿cómo una mujer puede cambiar tanto solo con ropa y maquillaje no?
– ¿Solo las mujeres? – dijo sarcástico señalando el reflejo de ambos en el espejo.
– Tienes razón, mujeres y hombres.
Ambos rieron de buena gana mientras apagaban la luz y salían rumbo al Zulú.

* * *

Una vez en sus respectivas ubicaciones y luego de la misma infructuosa espera, cerca de la media noche Morgan se acercó con un vaso de cuba libre a la esquina de la barra donde estaba sentado Vásquez.
– Aquí tiene señor.
– Gracias mozo – dijo su colega mientras le guiñaba el ojo. Cuando Morgan empezaba a retirarse, Vásquez lo llamó nuevamente.
– ¡Mozo! ¡Un cenicero por favor!
Morgan sabía que esa era la contraseña, volteó discretamente y pudo ver a sus espaldas avanzando hacia su ubicación a una mujer que por un instante le recordó a Gretzel, cuando la tuvo más cerca notó que tenía algo familiar, pero no pudo descubrir qué. Era de estatura mediana, delgada, los tacos aguja la hacían ver más alta, de formas proporcionadas, esbelta, ágil, los labios pintados de rojo intenso perfecto y el cabello negro azabache, perfectamente lacio y con el flequillo recto. Desde que se acercó a la barra pudo notar la intensidad de su perturbadora personalidad.
– Un Manhattan por favor – ordenó.
– Claro – contestó Morgan al tiempo que le ponía una servilleta al frente, de pronto la mujer lo miró a los ojos y le sostuvo la mirada por algunos segundos, luego volteó dándole la espalda.
Morgan le hizo un gesto a Vásquez y este le contestó con otro juntando los cuatro dedos de su mano con el pulgar varias veces, sugiriéndole que le hable. Morgan negaba discretamente con la cabeza. Sirvió el Manhattan, luego tomó un cenicero y una servilleta, anotó unos pedidos y se acercó al lugar de Vásquez. Este tomó el cenicero, en la servilleta pudo leer “No va a hablar conmigo, me dio la espalda, intenta tú.”

Vásquez se sintió ridículo con su look setentero ¿cómo podría llamar siquiera la atención de una mujer fatal como la sospechosa? Se hizo de valor, tomó un poco de su cuba libre que ya estaba caliente y se acercó.
– Buenas noches – dijo.
– Buenas noches – contestó educadamente la mujer.
– ¿Puedo acompañarla? – dijo Vásquez.
– Claro – contestó ella – permítame que voy al tocador.
– La espero –dijo cortés el agente.
La mujer se alejó cimbreando las caderas y Vásquez con la mano en el bolsillo y su trago en la otra tuvo la curiosa imagen de ser un extra de una película del tipo de cara cortada, esa muchacha, pensó, que guapa. De pronto se percató de su estupidez, la diabla había caminado rumbo a la puerta de escape, el baño quedaba al otro lado.
– ¡Morgan! – gritó al tiempo que desenfundaba su arma.
Morgan saltó la barra y corrió hacia la salida del frente, Vásquez fue hacia el escape. Una vez en la calle, vio a lo lejos unas luces rojas desaparecer, el frenazo del auto de Morgan lo hizo reaccionar, subió y empezó la persecución. Varias cuadras más adelante divisaron un sedán oscuro, Morgan pisó el acelerador y Vásquez se puso el cinturón. Cerca al malecón la pista se hizo más estrecha, la mujer no podría controlar bien el auto a causa de los baches, Morgan le pisaba los talones, de pronto la mujer hizo una maniobra tratando de girar en U y el auto salió despedido despedazando el muro de contención. Morgan frenó y ambos agentes corrieron hacia el auto volcado. Al acercarse divisaron a la muchacha ensangrentada. Se acercaron con cuidado, al iluminarla con la linterna le preguntaron si estaba bien. La mujer estaba presionada contra el volante pero consciente. Vásquez se acercó para verificar que no estuviese armada mientras Morgan llamaba una ambulancia.
– Tranquila señorita – dijo Vásquez tomándole la mano – no se mueva, ya viene una ambulancia.
– ¿Qué hago aquí? – preguntó desorientada la muchacha.
– Cálmese, está usted en estado de shock, acaba de sufrir un accidente – replicó el agente con voz paternal.
– ¿Agente Vásquez? – dijo la muchacha – ¿Qué hago aquí, que hace usted aquí, dónde estoy?
Vásquez soltó la mano de la muchacha instintivamente, luego se acercó de nuevo y le iluminó el rostro. A un lado yacía una peluca negra.
– ¿Brenda? ¿Brenda Stoll?

* * *

Dos semanas después, un sábado por la tarde, en las mesas del centro comercial, Vásquez y Morgan, este último bien afeitado, esperaban por sus respectivos helados.
– ¿Y qué fue de la loquita primo? – preguntó Morgan.
– Nada, a un centro de salud mental. Ni siquiera la procesaron. Trastorno de identidad disociativo. Doble personalidad en otras palabras.
– Que trágico – lamentó Morgan.
– Sí. Fui a las audiencias en las que se determinó su estado. En esos casos una personalidad considera a la otra como un sujeto distinto. Cuando el disparador se activa, la personalidad protectora sale a flote. Es como un interruptor, cada personalidad cree sufrir episodios de amnesia, una no sabe las cosas que la otra hace. Normalmente son personas que han sufrido graves traumas en la infancia o temprana adolescencia.
– Increíble. Lo bueno es que Álvarez está contento, tú estás contento yo puedo dormir y estoy afeitado.
– ¿No estás contento?
– No seas pendejo. Hoy no. Esta es la última vez que te apoyo
– Gracias primo, no sabes cuánto te lo agradezco - dijo Vásquez al momento que aparecían Nelly y Aída para la cita doble que habían planeado. Nelly perfectamente arreglada para la ocasión y Aída con unas mallas negras y una blusa que le llegaba a las rodillas.
– ¿Ochentas? – dijo Morgan con sorna.
– Sí, se quedó en los ochentas – rió Vásquez mientras caminaba al encuentro de Nelly y su compañero meneaba la cabeza.

sábado, 27 de agosto de 2011

SEXO, EROTISMO Y AMOR

Usted necesita contratar un gerente para su empresa. Luego de evaluar cuidadosamente las hojas de vida de los candidatos, realiza la verificación de los datos consignados en ellas, toma los exámenes, practica largas entrevistas y tediosas evaluaciones, finalmente medita profundamente acerca de la información recogida, ajusta los datos al perfil deseado y escoge al más adecuado para el puesto.

Ahora usted necesita contratar para su empresa obreros. Acepta usted a diez de ellos sin más requisito que la copia de su documento de identidad y los pone en periodo de prueba. En el camino los menos calificados o problemáticos serán despedidos y finalmente se quedará con los que mejor se hayan adaptado a las necesidades de la empresa.

Seguramente y al margen de que sea usted un empresario real o esté participando hipotéticamente de este ensayo, usted concordará conmigo en lo siguiente:

– Un obrero no calificado difícilmente llegará a ser gerente.
– Usted no puede correr el riesgo de poner gerentes a prueba “para ver cómo les va”.
– Usted no puede paralizar las actividades de la empresa para hacer un largo proceso de selección de obreros.
– El daño que causa una mala decisión de un gerente no se compara al daño que causa una mala decisión de un obrero.
– Los buenos gerentes son mucho más difíciles de conseguir que los buenos obreros.
– Un obrero por bueno que sea, es prescindible, y
– Cualquier gerente podría realizar el trabajo de un obrero no calificado, satisfactoriamente. Ningún obrero puede realizar el trabajo de un gerente de manera satisfactoria.

Ahora, cuando una persona busca el amor de su vida, debería buscarlo como si se tratara de un gerente. Entonces: ¿Por qué insistimos en buscar gerentes usando procedimientos para obreros y viceversa?

El sexo puro es una necesidad biológica cuyo único fin es la perpetuación de la especie. A diferencia de él, el erotismo y el amor son creaciones del intelecto humano y por tanto propios solo de nuestra especie.

La mezcla aparentemente inseparable de sexo, al que llamaremos apropiadamente erotismo o sexo erótico, y el amor proviene de la tradición cristiana, donde el discurso inculcado es que el sexo (erotismo) es un pecado y que solo se justifica cuando está legitimado con el manto del amor.

Esta concepción es estrictamente cristiana. Los griegos y romanos habían separado apropiadamente el sexo erótico, del amor, al punto que incluso tenían deidades distintas para su culto. Los romanos en particular establecieron el matrimonio como una institución de derecho civil, donde el amor poco o nada tenía que ver, y que servía básicamente para asegurar el patrimonio de las familias. Así el Pater Familias podía tener concubinas e hijos extramatrimoniales sin que esto afectara los derechos de la cónyuge y los hijos nacidos dentro del matrimonio. Los griegos por su parte tenían amantes jóvenes del mismo sexo, en el entendido que el amor solo podía darse entre personas igualmente educadas y sensibles, la contraparte eran varones jóvenes llamados efebos. Cuando el griego decidía casarse y formar una familia, en una ceremonia culminaba la relación con su efebo y le entregaba algún valioso regalo de despedida. En el oriente, para los samurái, el amor verdadero solo era posible entre dos samuráis (entiéndase entre dos hombres) y la relación con la mujer era básicamente reproductiva.

Entonces, en la cultura occidental y luego de la instauración del cristianismo, ante el miedo al pecado, que está profundamente arraigado gracias a dos mil años de un adoctrinamiento religioso y notablemente machista, a la mujer le costó durante mucho tiempo aceptar la idea de tener solo sexo o del encuentro erótico puro.

A esto se debe agregar la variable que durante casi la totalidad de estos últimos dos mil años, la virginidad y el sexo han sido las únicas herramientas de poder de las mujeres. Cosa que afortunadamente viene cambiando en décadas recientes, gracias al empoderamiento de ellas y su capacidad de acceder a profesiones, posiciones de negocio y cargos importantes. Ello ha determinado que la herramienta del sexo como aseguramiento de un marido y eventualmente un patrimonio vaya siendo dejada de lado.

Sin embargo, el paradigma del sexo ligado al amor todavía se sigue transmitiendo a las nuevas generaciones en muchas familias. Las madres enseñan a sus hijas a soñar con príncipes azules, gerentes diremos en nuestro ejemplo. Pero en el manual de instrucciones que les entregan a estas, está el procedimiento de búsqueda de obrero. Luego de allí vienen las decepciones y las inevitables frustraciones.

Analicemos:

Una muchacha joven sabe que no debe entregar “su prenda” fácilmente, porque es una chica de su casa. Eso le garantiza además una buena reputación. Sale con algún muchacho, este como cualquier muchacho adolescente sabe que debe derribar estas barreras. Esto provoca una situación no esperada por las madres: El muchacho se ve obligado a mentir. Claro, si dijera directamente que solo desea sexo erótico, sería inmediatamente expulsado. Entonces juega con la idea del amor, con expresa conciencia de que está mintiendo. Lo hace por un objetivo claro, no olvidemos que a esas alturas de su vida la urgencia hormonal es mayor que cualquier valor inculcado. Finalmente a costa de la mentira consigue su objetivo. Dos consecuencias: La primera es que luego inventará una excusa para terminar la relación. La muchacha comprenderá que ha sido utilizada y culpará al género, luego, los hombres tienen la culpa de su desgracia. La segunda es que el muchacho habrá comprendido que la mentira es un vehículo útil para conseguir sus objetivos, y que la verdad en estos casos solo asegura el fracaso. Optará por la mentira y hará de esta una práctica cotidiana, reforzando el concepto de que la responsabilidad de la desgracia femenina es del género: los hombres.

Súmese a esto el drama si la muchacha era virgen y le reclama este hecho al enamorado. Como a casi todos seguramente les consta ya sea por experiencia personal o de alguien cercano, tendremos una relación que durará meses y tal vez años, con una serie de altibajos tormentosos, hasta terminar finalmente. Su único sustento durante el tiempo que duró fue la culpa.

Las muchachas que tienen más claro el panorama podrán discriminar entre si lo que desean es una relación a largo plazo (un gerente) o algo más sencillo y ligero (un obrero). Tal vez se me puede tildar de demasiado liberal al exponer estos conceptos, pero obsérvese el impacto colateral. Es mínimo. El muchacho al saber que puede exponer libremente lo que desea, probablemente no se verá obligado a mentir. Ella no se decepcionará.

El único problema que tiene esta variable es la llamada reputación de la muchacha. Pero nótese que el tema de la reputación viene con el paquete del paradigma cristiano machista. Es decir que ese paradigma también deberá cambiar con el tiempo. Pero mientras cambia, una forma inteligente es la selectividad. Una muchacha debe ser lo suficientemente inteligente como para no buscar una relación esporádica con el “lengua larga” del barrio. Tal vez alguna muchacha que lea esto esté pensando en este momento “pero uno no elige de quien enamorarse”. Ojo, no estoy hablando del gerente, estoy hablando del obrero.

Cuando se vincula el sexo con el amor, aceptando que el segundo es mucho más complejo que el primero, sin entrar en definiciones, resulta que se mezclan los requerimientos de gerente y obrero. Recordemos: cualquier gerente podría realizar el trabajo de un obrero no calificado satisfactoriamente. Ningún obrero puede realizar el trabajo de un gerente de manera satisfactoria.

El sexo erótico tiene fines muy específicos, el amor es una cuestión que aborda una serie de sentimientos y situaciones colaterales, una de ellas, el sexo, pero no se agota en él.

Si usted es una muchacha joven, no tan joven o madura, pero está buscando el amor de su vida. Hágalo, todos tienen el derecho a hacer esa búsqueda. Busque un gerente, tómese su tiempo. Tome un café, converse, averigüe que lee él, que come, si cocina, si lava su ropa, si su mamá lo engríe, si le pega a sus hermanas, si lastima a los animales o los cura, si lanza botellas de plástico en bosque, si se expresa con groserías o no, si tiene buena cabeza cuando bebe. El aspecto físico es importante, pero secundario, usted está buscando un gerente. No lo olvide. Si por el contrario, usted piensa salir esta noche a pasar un buen rato, escoja un buen espécimen y cuénteme mañana que tan bien calificado estaba ese obrero.

viernes, 26 de agosto de 2011

UN DIAMANTE, EL FACEBOOK, LA INMODESTIA Y OTRAS IDEAS SUELTAS

“Había una vez una caja pequeña que contenía un bello diamante, pero como este estaba sobre finos cojines no hacía ruido, entonces cuando el gran consejero del reino se la ofreció a la princesa, esta lo rechazó para aceptar en cambio una caja llamativa y vistosa que al moverla hacía mucho ruido. Sucedió entonces que cuando la abrieron, esta última contenía baratijas que dejaron a la princesa llorando. “

“¿Seremos como la primera o la segunda caja? Las personas valiosas y que tienen un tesoro en su corazón no hablan mucho de ellas mismas ni alardean, mientras que las que son vacías necesitan escuchar su propia voz para convencerse de su valía.”

Una amiga me contó esta historia hoy. Aparentemente es un lindo ejemplo de humildad y de cómo es que las personas de gran valía deben limitarse a hacer gala de su humildad y esperar que los demás reconozcan dicha valía y talentos.

El problema es que el cuento, como todos los cuentos de hadas, tiene fallas estructurales, este tiene básicamente dos:

a)Para que la historia funcione cuando menos una persona (en este caso el gran consejero del reino) tiene que saber que la caja silenciosa tiene un diamante, en caso contrario nunca nadie la hubiese abierto.

b)Para que la princesa se haya echado a llorar por no haber escogido el diamante, este tenía que haber estado precedido por su reputación, sin esta información el saber el contenido de la caja no tiene valor útil.

Tal vez el siguiente ejemplo sea algo exagerado, pero sirve en la medida que las redes sociales reflejan la sociedad real en cierto grado. El concepto de humildad absoluta que esbozaba mi querida amiga es equivalente a crear un perfil en facebook, sin foto, sin información más allá que el nombre y luego esperar silenciosamente, sin postear ni comentar posts, que las demás personas descubran la valía de uno sin mayor información. Ese sería el ejemplo de humildad absoluta.

Como rápidamente habrán percibido los cultos lectores, es materialmente imposible descubrir la valía de alguien sin un previo levantamiento de datos, e incluso aceptando que la persona en cuestión no alardee, tiene que haber cuando menos un elemento, aunque sea uno, que despierte el interés de quienes harán el levantamiento de datos para el eventual descubrimiento de la valía del sujeto.

Cuando una persona coloca un post, revela algo de su personalidad, cuando sube una foto de igual manera. No se me ocurre a nadie que coloque una foto de perfil con la cara recién lavada luego de levantarse. Las personas colocan su mejor foto, posan, la seleccionan y a veces editan. Incluso cuando una persona coloca una foto en que no aparece bien, está enviando un mensaje: “No soy como los demás (y me jacto de ello)”.

¿Qué quiero decir con esto? Todos nos vendemos, en el mejor sentido de la palabra, aquél que implica promocionarse. Quienes en este momento estén pensando “No, yo no lo hago, yo me muestro como soy” se darán cuenta rápidamente que están equivocados si revisan su perfil. ¿Ese perfil que tiene usted revela lo que “realmente es”? ¿No será más bien la imagen que usted tiene de usted mismo (que no necesariamente es la real) pero que es la que quiere transmitir a los demás?

Si usted es un humilde absoluto, su muro debería estar en blanco.

Una frase como “Hoy almorcé un cebichito con conchas negras” dice cosas. Dice que tiene usted la capacidad adquisitiva como para comprar o preparar un cebiche. Si además agregó que lo hizo en un restaurant y además agrega el nombre del restaurant dice muchas cosas más, como por ejemplo en qué círculos se desenvuelve o cuando menos quisiera desenvolverse.

“Vuelo retrasado” dice que usted tiene la capacidad económica suficiente como para permitirse un viaje en avión, y si la empresa en la que trabaja es la que le está pagando el vuelo, el mensaje dice que usted tiene un trabajo, que además trabaja en una empresa cuando menos mediana y que le paga viajes de trabajo probablemente porque usted es un buen empleado o funcionario.

Hasta la frase más simple encierra mensajes: “Estoy feliz” dice no solamente que la persona es feliz, sino que se merece esa felicidad y ello le permite compartir esa felicidad con los demás, sin importar que haya otras personas que no lo sean. Es decir implica también que uno es feliz a pesar de la infelicidad de otros. ¿Interesante no?

Siempre nos vendemos, estamos permanentemente promocionándonos, la ropa que escogemos, el perfume que usamos, el terno que adquirimos, el carro que tenemos, la casa donde vivimos.

También nos promocionamos mediante la música que escuchamos, los enlaces que compartimos, los libros que leemos.

Sin embargo el problema no radica en promocionarse, a mi me parece que es bueno y necesario en estos tiempo, lo complicado es que muchas personas lo niegan. Por mi parte no tengo ningún problema en hacerlo, soy consciente de ello. No me gusta la idea de “pretender” ser humilde. Cosa que se reflejaría más o menos así en un post:
Yo: Comprando pasajes
Alguien: ¿A donde?
Yo: ¡Ah! A Lima.
Alguien: ¿Para qué?
Yo. Este… una premiación.
Alguien: ¿Premiación? ¿De qué?
Yo: Ah… de un concurso
Alguien: ¿De qué?
Yo: Uno literario…
Alguien: Dónde…
Etc. Etc.

En mi caso y tal como les consta a mis amigos y contactos, opto por:
Yo: Muy contento, hoy me comunicaron que gané el primer premio en un concurso organizado por X con el cuento titulado Y. Tengo que ir a Lima para la premiación, ya tengo los pasajes.

El problema con no ser directo es: ¿Qué pasaría si nadie comenta el post de “Comprando pasajes”? Si de verdad no quisiera que nadie me pregunte, no lo postearía y mucho menos en esos términos.

Como ya indiqué, yo asumo mi no humildad o inmodestia. Me molesta que muchos lo nieguen y además, como señalé hace buen tiempo en este mismo blog, en una nota acerca de la humildad, que lo exijan. Regresando al ejemplo de la modestia absoluta, el humilde verdadero no debería tener ni foto ni comentarios. Solo su nombre y esperar ser descubierto.

Lo que sucede creo yo, es que todavía no se asume que los valores no son absolutos. Sí, alguien debe estar leyendo esto mientras menea la cabeza. Bueno, quien no ha mentido a un pariente cercano grave, acerca precisamente de la gravedad de su enfermedad. Si usted sabe que el pariente cercano, un hermano o un hijo, al saber que tiene cáncer por ejemplo, agravaría su situación, ¿le diría la verdad? Dudo que no. Ser un “sincero absoluto” bordea la brutalidad: Verdad brutal ante todo.

Claro, hay gente que miente por cualquier cosa, pero igual la mentira es mentira sin importar que tan grande o chiquita sea esta.

Si su jefe se le acerca y resulta que es un cascarrabias y además tiene mal aliento, ¿le dice usted que tiene mal aliento?

Los valores a veces incluso pierden su aparente fuerza absoluta frente a las convenciones sociales, lo que no es poco.

Usted es leal. ¿Al 100%? ¿Incluso ante la posibilidad de perder su trabajo y dejar sin sustento a sus pequeños hijos?

Peor aún resulta el caso cuando se tiene que ponderar un valor frente a otro. Tiene usted el conflicto entre decir la verdad o ser leal, siendo que si hace una cosa deja de hacer la otra. ¿Cuál escoge? Los valores se ponderan frente al caso concreto, pero siempre escogerá usted uno en desmedro del otro.

¿Es usted un cristiano creyente? ¿Y obedece los diez mandamientos? ¿Todos? ¿Está usted seguro?

Claro, es fácil no matar. Eso ya es delito. ¿Honra a su padre y su madre? ¿Santifica los domingos? ¿Ha evitado desear la mujer o marido de su prójimo o prójima? ¿Ha santificado las fiestas o se fue de campamento a beber cervezas? ¿Ha fornicado? En el entendido que para el catecismo toda relación sexual que no tenga como fin la procreación es fornicar.

Si usted está meneando la cabeza otra vez y pensando “Bueno, pero uno no puede cumplirlos todos” está haciendo una ponderación. Es decir, ni siquiera los mandamientos de su propio credo son absolutos.

Algunos antiguos filósofos griegos y ciertas religiones orientales procuraron buscar la perfección en todas las virtudes, es decir el ejercicio de las virtudes absolutas. Descubrieron que la única forma de lograrlo es mediante el apartamiento total de la humanidad y el ascetismo.

Un ejemplo cercano de humildad absoluta es la de aquél filósofo que se fue a la montaña a vivir como ermitaño para encontrar la verdad, lejos del contacto humano. Su fama y sabiduría trascendieron, como el diamante de nuestro cuento y un día un Rey fue visitarlo. El Rey le hizo una pregunta y el ermitaño contestó acertadamente. Entonces el Rey admirado, le preguntó si podía hacer alguna cosa por él, cualquiera, solo tenía que pedirla. El ermitaño respondió: “Sí, si pudiera quitarse del medio, porque me está tapando el sol…” Verdad absoluta.

¿Está usted dispuesto a ser un ermitaño asceta? Si la respuesta es no, entonces no niegue que de alguna u otra manera… nos vendemos, y vendernos significa que en mayor o menor grado, somos inevitablemente inmodestos.

domingo, 21 de agosto de 2011

LAS CARTAS (Cuento)

Frente al ataúd de su padre, Gabriela observa el cuerpo inerte. No siente dolor. Han pasado más de quince años desde que lo vio por última vez. Tiene el pelo cano y marcadas arrugas alrededor de los ojos. Lo recordaba apuesto, alto, con esos ojos brillantes que siempre le habían dicho que eran idénticos a los suyos. Tocó ligeramente la superficie de madera del cajón y dio la vuelta. Al regresar a la sala de la casa abrazó con ternura a su madre. Ella también estaba envejecida, pero el tinte en el cabello y un cuidadoso maquillaje lo ocultaban bien. Siempre había sido una mujer que sabía conducirse con altura en cualquier evento y este no podía ser la excepción, aunque fuese el velorio de su propio marido. Luego del abrazo se hicieron preguntas protocolares, “¿Cómo has estado? ¿Bien, y tú? Bien también. Sí, bien.” Gabriela hizo un gesto señalando las sillas de la terraza y su madre la dispensó con un gesto amable también.

En la terraza estaba esperando Ximena, vestida de impecable negro y lentes oscuros. Gabriela se sentó a su lado.
– ¿Estás bien? –preguntó Ximena.
– Sí, no te preocupes – contestó.
– ¿Tu mamá no te ha dicho nada?
– No, ya te dije que ella no dirá nada. La conozco – replicó algo molesta Gabriela.
–Bueno…

Ambas guardaron silencio. Entraron parientes, amigos, algunos se sorprendieron al verla allí, algunas tías hicieron aspavientos, las primas cercanas miraron escandalizadas, uno que otro pariente le hizo un saludo discreto. Pero nadie se acercó a darle el pésame.
– Si tu quieres me voy – dijo en algún momento Ximena dándose cuenta que nadie se acercaba al lugar donde estaban.
– No seas tonta, quédate. Si tú te vas tendré que irme también. No tengo el coraje de quedarme aquí sola – suspiró Gabriela.
– Está bien. Me quedo.

* * *

Algunas horas más tarde, luego del entierro en el camposanto, Gabriela se acercó a su madre para despedirse. Ella le tomó la mano con una fuerza extraña.
– No te vayas hija, ven a casa un momento – le dijo.
– Estoy con Ximena mamá.
– Dile que venga también.
Media hora después estaban las tres en casa, Ximena visiblemente incómoda. La madre de Gabriela las invitó a pasar, Ximena dudó pero pasó a la sala. La casa se veía muy triste. Algunos obreros de la funeraria retiraban los últimos rastros de la capilla ardiente y Nina la mucama acomodaba los muebles.
– ¿Quieren tomar un café? – dijo la madre.
– Mamá… – intentó quejarse Gabriela.
– No, no te sientas mal hija, por favor, ni tú… ¿Ximena verdad? – preguntó.
– Sí – dijo Ximena asintiendo.
– Por favor acompáñenme, no quiero quedarme sola en esta casa.
– Tienes a Nina – señaló Gabriela.
– Tú sabes que no es lo mismo – replicó su madre.
Conversaron largo rato de banalidades, de cómo le había ido los últimos años a Gabriela, de la profesión de Ximena. A Ximena la señora le pareció una mujer culta, educada, de mundo. Simpatizaron. No hablaron en absoluto del padre de Gabriela. Cuando se hacía tarde, la señora se levantó del sillón de la salita y se disculpó por unos minutos, luego volvió con una caja de zapatos atada con una cinta azul. Se la entregó a Gabriela sin decir palabra.

Gabriela sorprendida recibió la caja y la puso sobre la mesita de café sin abrirla.
– ¿Qué es esto mamá? – preguntó.
– Ábrela – respondió la mamá.
Gabriela retiró la cinta, dentro de la caja había decenas de cartas y sobres. Tomó una de las cartas y leyó, mientras lo hacía empezó a llorar.
– Tu padre siempre quiso destruirlas, pero yo te las guardé – dijo la mujer en tono solemne.
– ¿Pero por qué no me dijiste? – preguntó entre lágrimas Gabriela.
– Tú sabes cómo era tu padre – contestó – yo no me habría atrevido.
– Gracias mamá – dijo Gabriela luego de algunos segundos de silencio.
Guardó las cartas en la caja, se levantó y se despidió de su madre. Salió junto a Ximena, y le pidió que conduzca el auto. Se sentó en el asiento del copiloto con la caja en las piernas y partieron. Gabriela lloraba en silencio. Luego de largos minutos Ximena se atrevió:
– ¿No me vas a contar?
– Lo siento. Estaba recordando. Prométeme que no te reirás.
– No parece un asunto para reírse. Cuéntame.
– Hace quince años, cuando estaba en la escuela todavía, me enamoré. Un amor de adolescente, mi primer amor podría decir, ella era una muchacha universitaria que hacía prácticas en la escuela donde yo estudiaba. Mis padres creían que estudiando en una escuela de mujeres, católica, regentada por monjas y no dejándome salir a la calle, me tendrían protegida. No fue así. Yo le decía a papá que iba a la iglesia para poder encontrarme con ella en su casa. Un domingo, fui a su casa como siempre, estábamos desnudas en el dormitorio y de pronto escuchamos que sus padres entraban. Me aterré. Me escondí desnuda debajo de la cama. El padre de ella subió, parece que sospechaba algo, no tardó mucho en encontrarme. ¿Te imaginas? La vergüenza era doble, no solo porque descubrió que era la novia de su hija, si no que me hallara en esa situación, desnuda, debajo de la cama. ¡No te imaginas Ximena! Me pidió que me vista y me llevó a la casa de mis papás y les contó todo. Mi padre no me golpeó pero me castigó por un año. Luego ya no supe más de ella, mis padres me dijeron que ella no quería saber nada de mí. No sabes cuánto sufrí. No me importaba el castigo, lo que me dolía era que ella me hubiera olvidado tan rápido. Tenía tanto dolor que apenas terminé la escuela secundaria me fui de la casa. No volví a ver a mi padre.
– Y esas cartas son de ella.
– Sí – contestó Gabriela – de ella. Jurándome amor eterno, queriendo saber de mí seguramente.
– ¿Todavía sientes algo por ella?
– No, es un recuerdo antiguo y doloroso. Pero ya no. ¿No estarás celosa no?
– Un poco. Me gustaría que algún día llores así por mí.
– Espero no tener que hacerlo – replicó Gabriela – mientras apoyaba la cabeza en su hombro.
– Espero que no – sonrió Ximena, mientras estacionaba el auto en la cochera del departamento que ambas habían comprado juntas pocos meses antes.