miércoles, 29 de febrero de 2012

LOS GALLINAZOS SABEN QUE TE VAS A MORIR (Cuento)

Julio salió de la maleza sudoroso, machete en mano se cubrió los ojos, era un día soleado y particularmente caluroso. Con las botas de jebe sentía sus pies hervir pero faltaba poco para llegar a la carretera donde ha dejado la moto cubierta por unas hojas de banano, se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente con el pañuelo que lleva en el bolsillo, se cubre y camina unos pasos, en ese instante siente la punzada aguda algunos centímetros por debajo de la rodilla, levanta instintivamente el machete y ve la cola de una serpiente jergón perdiéndose en la maleza, asesta un golpe pero es tarde, la serpiente ha desaparecido.

Julio levanta la bermuda y descubre que la jergón lo ha mordido un par de centímetros por encima de la bota de jebe, “Qué mala suerte” se dice mientras lava la herida con un poco de agua de la botella que lleva en el morral. Tiene que pensar rápido, su hacienda está a dos kilómetros, la carretera a quinientos metros, la ciudad a tres kilómetros. “Tengo que pensar rápido” repite. Sabe que la pierna empezará a podrirse pronto, tiene poco tiempo. Saca el celular de su bolsillo y lee, como se esperaba: “sin señal”, se da cuenta que si llega hasta la moto no podrá manejar hasta la ciudad, a su derecha hay una pequeña loma, tal vez haya señal ahí, “Piensa rápido” se dice, toma el morral y le quita el tirante, con la hebilla que sirve para graduar el largo improvisa un torniquete y ajusta por encima de su rodilla, no sabe si funcionará pero alguna vez vio a en la televisión que una persona mordida por una serpiente lo hacía; mete el celular en su bolsillo y toma el machete en una mano y la botella con agua en la otra. Camina firme hacia la loma.

Julio ha avanzado cerca de doscientos metros y siente el sudor helado recorrer su frente, tiene la sensación de que se le han erizado los pelos de la coronilla, el frío se extiende a su columna vertebral, la pierna empieza a adormecerse, no sabe bien si es por el torniquete o por el veneno, le cuesta caminar, pero sigue avanzando, se apoya en el machete a guisa de bastón. A pesar el sol ardiente empieza a sentir escalofríos, su frente empapada de sudor al igual que el pecho, donde el polo se le ha pegado a la piel, siente la boca seca, “tengo que llegar rápido” se dice, mientras saca el celular y lo mira, aún no hay señal.

Algunos minutos después y con mucho esfuerzo llega a la loma, siente los oídos a punto de taparse, saca el celular y trata de llamar, no logra conectarse, sin embargo ve que el indicador de señal pinta una raya intermitentemente, “tengo que pensar rápido” se concentra y escribe un mensaje de texto: “Me ha mordido jergón, ayuda, km 52, cerca mi moto” y lo envía a todos los contactos que puede mientras empieza a ver puntos brillantes en el aire y se le apaga la visión lentamente al mismo tiempo que siente un barullo dentro de sus oídos parecido al ruido del mar.

Sin poder ver más la pantalla del celular se desploma en el pasto esperando que los mensajes hayan sido suficientes, abre los ojos tratando de mirar a su alrededor, siente que le falta el aire. Se recuesta y se le ocurre que si lo hace la sangre llegará más rápido a su cuerpo, se incorpora unos centímetros, a ciegas casi busca la botella de agua y toma un poco, su visión mejora, busca el celular, lee dificultosamente que otra vez está sin señal, si pudiera pararse, levantar el celular un poco más, mira su pierna, alrededor de la herida sus venas, vasos y capilares son una maraña de hilos rojos, verdes y azules, la herida está poniéndose negra, “la pierna se está pudriendo” piensa.

Espera, no recuerda que hora era cuando lo mordió la serpiente, y aunque lo recordara, sus ojos ya no distinguen las letras en la pantalla del celular, el tiempo parece infinito, espera que en el lugar desde donde está lo puedan ver desde la carretera, el peso de su cuerpo lo empuja hacia el suelo, trata de resistirse, se apoya de costado en la hierba, no resiste más y cae boca arriba, “Qué mala suerte” piensa, “justo encima de la bota”, recordó que ayer se puso unos pantalones largos, que por el calor había decidido ponerse bermudas hoy, el sol le quema los párpados, le duele la cabeza como si le hubiesen pegado con un tronco, casi no siente la pierna, abre los ojos y ve un gallinazo casi frente a él, reúne un poco de fuerzas y lo espanta. El gallinazo sabe que está débil, se aleja pero no mucho. Julio busca el machete a su alrededor, lo encuentra, trata de asustar al ave, esta no se inmuta, a lo mucho retrocede tres o cuatro pasos con su salto característico, se acomoda las alas como si tuviese las manos cruzadas sobre la espalda esperando pacientemente la llegada de la muerte.

Julio se siente agobiado, el calor soporífero, el dolor en las sienes, siente sueño, trata de no rendirse, se incorpora un poco y ve la silueta de cinco gallinazos, “los gallinazos saben que te vas morir” se dice, “solo están esperando que cierres los ojos para empezar a picarte”. Sacudió el machete y se sintió agotado, trató de mirar su pierna y ya no podía incorporarse más, hizo un último esfuerzo por mantener los ojos abiertos, miró al cielo y vio a cinco o seis gallinazos volando alrededor de él, “que mala suerte” se dijo e hizo un último movimiento, les lanzó a los gallinazos la botella de agua vacía, estos hicieron paso para el envase pero no se fueron, Julio quiso empuñar el machete dispuesto a acabar con el primero que se le acerque pero sus dedos ya no le respondieron, apoyó la cabeza en el pasto salvaje, miró el cielo, azul, limpio, su visión empezó a teñirse de gris, el barullo de sus oídos le hizo otra vez recordar el mar, cuánto le gustaba el mar, sintió que un gallinazo le jaloneaba la tela de la bermuda, ya no le importó, todo era negro a pesar de que no había cerrado los ojos, sintió frío y paz, suspiró y cerró los ojos.

* * *

Al día siguiente Julio abrió los ojos y lo primero que vio fue a su hermano Sebastián, de pie al lado de la camilla del hospital, este le sonrió.
– ¿Recibiste mi mensaje? – preguntó Julio.
– Sí, y fui volando, encontré la moto pero no sabía dónde estabas. Te encontré gracias a los gallinazos.
– Los gallinazos – repitió sonriente Julio – los gallinazos.

PUROS CLANDESTINOS

José Manuel nos lleva a la fábrica de ron más antigua de Cuba, curiosos preguntamos el precio de los habanos que vemos en un mostrador, el tendero nos dice que cada uno cuesta aproximadamente cinco dólares. José Manuel nos susurra que más tarde nos llevará a un lugar donde podemos comprar habanos de buena calidad a buen precio.

Más tarde en el taxi José Manuel, mientras conduce, nos cuenta que un negocio habitual en La Habana y al parecer en toda Cuba es tratar de venderle puros en la calle a los turistas despistados, negocio que usualmente termina en estafa cuando el turista abre el paquete y descubre que la mercadería son puros de mala calidad, si tuvo suerte, o si no, una caja llena de basura en el peor de los casos (José Manuel al igual que otros cubanos que nos advierten del asunto, nunca usan la palabra “estafa”, prefieren decir cualquier otra cosa, como “problemas” o “cosas que no son”).

Minutos después entramos a una callejuela estrecha, a la izquierda una mujer conversa con un hombre mayor en la puerta de la casa. José Manuel se estaciona frente a ellos y los saluda con naturalidad, ellos corresponden y rápidamente desaparecen de la escena, por arte de magia aparece un sujeto cuyo nombre no importa, es de baja estatura, viste una camiseta verde que tiene el logotipo de la marca “Polo” y que lleva estampada una corbata azul con líneas amarillas y rojas en el pecho; en la cabeza lleva un gorro caqui militar que a todas luces es de marca, tiene – no podía ser de otra forma – un habano encendido en la boca e irradia una simpatía a prueba de balas.

Viene acompañado de otro sujeto, que discretamente casi no interviene, nos invitan a pasar a la casa, un zaguán y una pequeña sala a la izquierda, pasamos a la sala. No sentamos, el tipo nos pregunta en qué nos puede servir – como desentendiéndose del asunto – y nosotros algo sorprendidos pero seguros, preguntamos por los habanos, sonríe, da una chupada a su puro llenando de humo el ambiente y sube las escaleras, regresa luego de unos minutos con cajas con todas la variedades posibles de puros cubanos, en todas la presentaciones. Hablamos de precios y notamos que efectivamente está muy por debajo de los precios de las tiendas destinadas para turistas. Compramos unas cajas y nos quedamos con las ganas de llevarnos todo. Claudio le pregunta si acepta sacarse una foto con nosotros y contra lo que esperábamos acepta gustoso.

Más tarde José Manuel nos explica que nuestro clandestino proveedor trabaja en la tabacalera nacional, motivo por el cual tiene acceso a esa mercadería. En ese momento me surgen cien preguntas pero prefiero no saber, precisamente ahora que escribo esta nota, también cambio de decisión , pensaba acompañar la nota con una de las fotos que nos tomamos con este personaje, pero desisto, no quiero meter en problemas a este simpático cubano. Sin duda alguna es una de las estampas que me traje de Cuba, un tipo carismático y alegre, y unos habanos de muy buena calidad que todavía no me termino de fumar.

EL MISTERIO DE LAS SANDALIAS PERDIDAS

Cuando llegué a la casa de mi suegra, mi mochila tenía prácticamente dos prendas y un neceser, una vez allí recogí varios polos y unas bermudas que habíamos lavado en ese lugar y habían quedado secando. También allí estaban mis sandalias de cuero, unas que compré en Arequipa hace años, de esas que parecen de padre franciscano y que siempre me gustaron por ser cómodas, de fino material y excelente acabado; además tenían la particularidad de cubrir el pie lo suficiente para no ser víctima de los mosquitos sin dejar de ser por ello frescas. Las metí en una bolsa de plástico (porque aún estaban húmedas) y las puse también en la mochila.

Minutos después, en la prisa, saqué todo de la mochila (que no era mucho) y organicé las cosas para que no se arruguen los polos. Cerré y me fui rumbo a Puerto Maldonado.

En Puerto Maldonado me fui directo al aeropuerto, una vez allí entregué la mochila para bodega y esperamos como dos horas porque el vuelo estaba retrasado. Esa noche en Lima fui a comprar más ropa y reorganicé nuevamente la mochila en casa de mi primo Claudio.

Luego de ello nos fuimos al aeropuerto otra vez. Esta vez sí, pedí un precinto para la mochila y viajamos hasta Cuba. En La Habana, no usé las sandalias pero si saqué casi todo de la mochila para que no se arrugue.

Al día siguiente en Varadero… ¡¡no estaban mis queridas sandalias!! ¿Las olvidé en el hotel de La Habana? ¿En la casa de Claudio en Lima? ¿En la casa de mi suegra en Brasil? No había forma de comunicarme con los dos últimos lugares y respecto al hotel de La Habana, si las olvidé ya eran cosa perdida. Me resigné. Felizmente había comprado en Lima unas sandalias de baño y usé esas en la playa.

Regresando a Lima le encargué a Claudio que por favor buscara en su casa, era un posibilidad a considerar que al momento de ordenar el equipaje, las sandalias se hubiesen quedado bajo la mesa o bajo el sofá. Claudio me confirmó que no había nada.

Estando en Iñapari, me fui al día siguiente a Assis Brasil, y busqué en la casa de mi suegra. Tampoco había nada, pero esa era una opción poco probable porque habían pocas cosas en la mochila, entonces solo quedaba el Hotel Habana Libre.

Otra alternativa era que “alguien” se las hubiese llevado del hotel en La Habana. La cuestión era ¿había olvidado las sandalias o había sido víctima de robo? El olvido era poco probable, porque durante la noche se me cayeron algunas cosas al piso de la mesa de noche y me levanté a buscarlas, la cama no tenía patas, era de las que van directamente sobre el piso mediante una estructura similar al propio colchón, así que solo quedaba la alternativa del robo.

Era un mal recuerdo de todo lo maravilloso de lo que había sido el viaje a Cuba, hasta que hace pocos días revisando las fotos del viaje, me quedé observando una que le había tomado al cuarto del hotel precisamente después de haber sacado mis cosas de la mochila, y no estaba la bolsa con las sandalias en ningún lugar, lo que significaba que estas nunca llegaron a Cuba. Repasé mentalmente el viaje completo y solo pudieron haber sido robadas en un lugar: Mientras esperábamos en vuelo retrasado en Puerto Maldonado. Recordé que las sandalias estaban arriba, cerca del cierre de la mochila, fácil de sacar, finalmente resuelto el misterio y limpio el grato recuerdo del viaje a Cuba.

ENFOQUE

Una nota acerca de febrero podría ser escrita desde un cómodo asiento en victimilandia, quejándome de todo y contando minuto a minuto el desastre sucedido en mi ciudad entre el quince y el dieciocho y con las secuelas que todavía duran.

Pero no, como dice Anthony Robbins, no hay respuestas malas si no preguntas mal hechas. El año pasado si se fijaron no hice nota acerca de la inundación de abril, porque no se debe perder el enfoque en cosas negativas.

Si se tuviera que hacer un recuento de febrero, se podría hacer así, del 2 al 15 un viaje maravilloso con mi familia por Lima, Arequipa y Mollendo, con buenos amigos por todos lados y visitando a mis padres, hermanos y sobrinos, todos ellos pródigos en cariño y atenciones. Del 15 al 21, días de trabajo duro y emociones intensas, una sacudida de esas que hay que agradecerle al universo, porque te sacan de la zona de comodidad y miden tu capacidad de respuesta y la potencia que tiene uno para recomponerse frente a la adversidad. Del 22 al 26 un viaje programado con anterioridad al que pude haberme resignado a perder si me hubiese quedado en mi balcón de victimilandia, pero que afortunadamente con el apoyo y cariño de mi familia y amigos pude realizar y cumplir otro sueño; luego al retorno y ni bien bajado del avión a trabajar de nuevo para poner la casa habitable y entre ayer y hoy los últimos toques para regresar a la vida normal.

Las conclusiones que se pueden sacar de febrero son: fortalecí los vínculos con mi familia, los eventos difíciles me hicieron ver en mi compañera una faceta que no había percibido antes, es una mujer fuerte y valiente y la admiro hoy más que antes. Fortalecí todavía más la relación con mi hija, he visto satisfecho como ha abierto sus horizontes con el viaje. Pude manejarme bien fuera de mi zona de comodidad y asumí con fortaleza los retos impuestos por la naturaleza. Vi personas valiosas que no habían perdido nada trabajar todo el día para ayudar a sus semejantes, también vi a otros que se sentaron solo a comentar. Hice todo lo posible para dar esperanzas a cuanta persona me encontré en el camino en esos días difíciles. Fuera del país, conocí otras personas, costumbres diferentes con la compañía de mi querido amigo y sabio guía y maestro Claudio Morgan. Contrariamente a lo que muchos pudieran creer, crecí mucho en febrero, la sacudida me hizo regresar al concepto básico de que las cosas son solo eso, cosas, y que lo que importa son la familia y los amigos.

Siempre he sido una persona de decisiones rápidas y soluciones realistas. Hay personas que se sientan al borde del rio a ver como el agua pasa. Vivo una lucha constante para no ser así. Tal vez me había quedado en el borde del rio viendo pasar el agua, el universo vino a despertarme. En mi caso sigo aprendiendo y practicando, enfoque, problema y respuesta.

De todas formas gracias a todos los que se preocuparon por mí, a los que pude contestar, a los que no pude porque iba contra reloj, a los que me apoyaron y ayudaron, a los que me dieron un espacio en sus casas, a los que me comprendieron, a los que todavía se quedan con la boca abierta cuando les cuento todas las cosas que hice y me pasaron en febrero y no les queda claro como se puede pasar tan rápido del problema a la diversión, a los que sin cuestionarme me quieren. Gracias a todos sin excepción.

PASEO POR LA HABANA

No era la Cuba que soñé ni la que imaginé, ni mucho menos la que describe la CNN o los detractores de Fidel ni los documentales de Maradona. Por mera casualidad visto una camisa caqui de corte militar cuando ingreso a migraciones en el aeropuerto internacional José Martí, me formo en la fila y una funcionaria se me acerca con una amabilidad a todas luces forzada y me pregunta de arranque de dónde vengo, a qué me dedico y para qué vengo. Le contesto sin muchas ganas pero con una diplomática sonrisa, nos deja en paz luego de unos minutos. Luego en la ventanilla me hacen muchas más preguntas, Cuba se toma muy en serio el tema de las migraciones a pesar de que, como descubro después, en la actualidad su principal fuente de ingresos son, precisamente, los visitantes.

Una vez en el taxi me quedo pensando en el enredo que tuvimos en la agencia de cambios en el aeropuerto. Los cubanos tienen dos monedas: el peso cubano común y corriente y el peso cubano de cambio (llamado CUC), este último equivale a un dólar (más impuestos) y a su vez un CUC equivale a 25 pesos cubanos de los normales. Le pregunto al taxista y me contesta con la musical impronta característica del cubano: “Señol, yo aquí como me ve, tengo estudios universitalios, ¡y yo no sé polqué coño en Cuba tenemos dos monedas!”

Claudio y yo reímos de buena gana durante el viaje tratando de averiguar para qué podrían servir los doscientos cincuenta pesos en billetes de cinco que cambiamos en el aeropuerto. Al final del viaje descubrimos que a pesar de que cada billete de cinco equivale aproximadamente veinte centavos de dólar, no sirven para nada que no sea pagar el boleto del bus. Así que decidimos conservar los billetes para regalarlos a los amigos en el Perú como souvenir.

Nos registramos en el Hotel, aprendemos de golpe que el edificio tiene más de sesenta años pero se ve sumamente moderno y cuidado, aprendemos también que originalmente era el Habana Hilton, la revolución lo rebautizó como Habana Libre. Nos tomamos unas fotos y salimos para almorzar, en la recepción un encargado de seguridad nos mide rápido, nos da unos consejos veloces de qué cosas hacer y no hacer por las calles de La Habana y nos recomienda un restaurant (según él económico) que es “particular”, entendemos que es uno de los pocos restaurants que empiezan a emerger en Cuba que no son del estado. Nos pide que digamos su nombre como santo y seña al llegar al lugar, nos dirigimos entonces al Aries y encontramos una acogedora casa con relojes y platos antiguos colgados en la pared, es realmente una casa que funge de restaurant, damos el nombre de nuestro consejero improvisado y recién caemos en cuenta que recibe una comisión por cliente remitido, no importa, probamos un plato hecho de cordero llamado “ropa vieja”, delicioso. Los platos “económicos” no bajan de los siete CUC (más de siete dólares), ya se imaginarán cuánto cuesta un plato en los otros restaurants.

Por la tarde contratamos a José Manuel, un taxista cubano que no cree en la revolución ni en Fidel. Nos cuenta que nació en Matanzas, de niño vino a la Habana, su padre luchó junto a Fidel, pero cuando se dio cuenta que lo que se iba a imponer era un régimen comunista y no un socialista, renegó de la revolución. El taxi que conduce era de su padre. José Manuel con la sabiduría de quien conoce el oficio nos lleva por La Habana Vieja y nos cuenta historias, nos advierte de los jineteros, así se llama en Cuba a los que se aprovechan de los turistas. Conocemos la fábrica de ron, la de tabaco, el Capitolio, la Plaza de la Revolución, José nos cuenta que nunca fue a la plaza a escuchar a Fidel, nos cuenta también que se ha casado nuevamente, aprendemos algo nuevo: en Cuba los matrimonios y los divorcios… son gratis.

Entre charla y charla José nos explica que los cubanos transmiten propiedad casándose, como las ventas están prohibidas, la forma de vender una casa o un auto es casándose con él o la comprador o compradora, luego se hace un documento de separación de bienes, él o ella se queda con el auto o la casa y luego viene el divorcio.

Le compramos habanos o puros a un verdadero personaje de la Cuba moderna que José nos presenta, que por sus características, se merece una nota aparte. Compramos algunos souvenirs, nos tomamos fotos, visitamos lugares clásicos e imperdibles como el Buena Vista Social Club, la Bodeguita del Medio y el Bar Havana Club. En el taxi nos preguntamos seriamente con Claudio, ¿cuánto queda ya de la Cuba de nuestra infancia, cuántos se dan cuenta de la importancia de estos lugares? ¿De lo que encierra Cuba para Latinoamérica más allá de lo político, sino también en lo social y cultural?

Cuba ha cambiado. La Unesco ha declarado a La Habana vieja como patrimonio cultural de la humanidad, se han restaurado edificios y calles, el gobierno (tímidamente eso sí) ha comprendido que el turismo puede sacarlos del hueco en el que se encuentran atorados por culpa de la mezquindad yanqui y del otro extremo por la testarudez de la cúpula revolucionaria. Se están restaurando más edificios, emerge un notable y espectacular circuito turístico y con Claudio entristecemos cuando pensamos que tal vez en diez años ya no quede nada de la Cuba de nuestros sueños, pero volvemos a sonreír cuando replanteamos la idea y confiamos en que el pueblo Cubano pueda salir adelante con esa gracia con la que cantan y bailan la salsa, con la que nos venden todo al doble del precio, con las que nos quieren convencer que en todos los bares se sentó Hemingway a tomarse un mojito y con esa sonrisas grandotas que nos trajimos bien grabadas en nuestras mentes y nuestros corazones.