domingo, 22 de noviembre de 2015

DIRECTO A LA LUZ (Cuento)

– ¡Máteme, usted sabe cómo, solo máteme! – suplicó ella mientras miraba con los ojos húmedos al vampiro, este detuvo el avance hacia su cuello, presionó los dedos sobre la garganta frágil y la muchacha se desmayó.

Minutos después Andelko miraba a la joven mujer recostada en la cama de la alcoba, el talle fino, caderas sinuosas, rostro blanco, los labios carnosos, el cabello negro largo cayéndole a un lado del rostro permitía adivinar un origen acomodado, el vestido caro e impecable adelantaba que podría tratarse de una dama de sociedad, le llamaba atención su belleza y al mismo tiempo le inspiraba curiosidad y tristeza.  No habían hablado mucho, se habían conocido en un bistró semanas antes, habían cruzado miradas, sonrisas, finalmente hoy y sin mayores aspavientos ella misma se había invitado a la mansión de Andelko. Él en un inicio se había negado pero ella mostró tal determinación que pese a su costumbre de evitar estos contactos en el lugar donde vivía, finalmente aceptó. Pensó que sería una víctima más, una cacería rutinaria en la sórdida París e hizo una excepción. Ahora la miraba respirar delicadamente, tratando de descifrar porqué se había arrojado a los brazos de la muerte. Ella tal vez sabía quién era él y quería morir, pero antes quería saber por qué.

Luego de unos minutos despertó desorientada, Andelko la llamó por su nombre, Virginie, ella lo miró y se retrajo sobre la cama encogiéndose, abrazando sus rodillas, ocultando su rostro tras su largo cabello negro, se puso el pulgar sobre los labios, casi como succionándolo. Andelko pensó que tal vez de niña se chupaba el dedo y le había quedado la manía como parte de una costumbre añeja, ella mientras tanto lo miraba tímida, callada, casi ausente, sin levantar el rostro.

– ¿Por qué quiere morir mademoiselle? – preguntó Andelko, sereno, recostado sobre el mullido sillón Luis XV de la habitación – y más importante… ¿Por qué yo? – continuó.
– Lo siento – dijo ella.
– No se disculpe, usted me buscó por alguna razón. ¿Acaso sabe quién soy?
– Sé que me agrada, desde el primer día que lo vi, de espaldas incluso me di cuenta, había algo en usted que me llamó la atención monsieur, luego cuando usted habló conmigo sentí más fuerte su atracción.
– Entonces no sabe quien soy…  – insistió Andelko.
– Sé que se llama Andelko Volkodlak, que es extranjero, que la gente de la ciudad lo respeta pero que muchos le temen.
– ¿Entonces por qué se acercó a mí?
– Porque también sentí que es un hombre peligroso – musitó Virginie.
– Esa era razón para alejarse, y a pesar de ello me buscó.
– Como el mosquito a la luz.
– Buscando quemarse.
– No. Sabiendo que podría quemarme, pero aún así lo deseé.

Virginie se sonrojó y escondió la mirada, Andelko buscó en su propio corazón alguna respuesta, él también había sentido desde el primer momento una fuerte conexión con Virginie, una tensión que podría confundirse con lo sexual, con el deseo, pero era distinto, había algo más, más profundo e intenso, por instantes sentía que ella era como él, con esa soledad taciturna, mustia y profunda en el alma y en la piel, en las pocas ocasiones que conversaron se sintió como frente a un espejo, y ahora después de sus confesiones, la percepción de ello era mayor.

– Usted dijo que quiere morir.
– No dije eso – replicó Virginie con un aplomo que no tenía minutos atrás  – dije que quería que me mate, que es distinto.
– Lo sé. ¿Realmente lo desea?
– ¿Sabe? Yo le hago mal a todos. Siempre que me relaciono con alguien termino causándole daño y haciéndomelo a mí misma. No quiero seguir viviendo así.
– ¿Y por qué me escogió a mí? ¿Cree acaso que soy un vulgar asesino? – exclamó Andelko
– Lo siento, me ha entendido mal, la última vez que hablamos – continuó ella – note algo oscuro en usted, ya le dije, algo peligroso, y eso me atrae tanto. Sé que si me quedo con usted le haré mal, preferiría morir en sus brazos, cuando le pedí que me mate se me nubló la mente, no sé porqué lo dije.
– ¿Entonces era en sentido figurado?
– No lo sé, solo sentí que debía decirlo, lo deseaba. No quiero morir, nadie lo quiere realmente, salvo los suicidas, soy joven, pero…
– Se contradice mademoiselle.
– Solo lo dejé salir, sin pensarlo, perdóneme monsieur, tal vez sea mejor que me vaya.

Virginie se levantó de la cama, Andelko se levantó al mismo tiempo, era claro que ella no sabía realmente quien era, sin embargo una vez cerca de su cuerpo, recordó los besos que ambos se dieron justo antes de que ella le pidiera que la mate, sintió un estremecimiento interior, la tomó del brazo y la besó nuevamente, ella se dejó llevar, juntaron sus cuerpos, el de ella cálido, entre caricias se despojaron mutuamente de las ropas, la lengua de ella conquistando la suya, sus manos tomando una posesión ancestral como si siempre hubiese sido su propiedad, Andelko la sintió aplicando sutilmente un dominio sobre él como nunca le había sucedido antes con mujer alguna, no se trataba de una imposición material, superaba lo comprensible, en cada caricia, en cada beso y cada gemido ella ganaba terreno, imponía su poderío telúrico de amazona volcánica, se dejó atrapar, hechizado en el vudú de su sexo terso y a la vez peligrosamente constrictor, se unieron con desesperación fatal, con angustiante fatiga y sórdida pasión, acercándose de manera comprometedora al amor, en breve la sintió desfallecer de placer, él no pudo contenerse, se entregó por completo a su piel, a sus labios y su vientre, y en el último estertor ella le ofreció las azules venas de su seno, él cerró los ojos y con dolor animal clavó los colmillos en su blanca piel.

Cuando Andelko se terminó de vestir, Virginie yacía agonizante en la cama, de su pecho manaba un hilo de sangre que manchaba la sábana. Ella abrió lánguidamente los ojos, trató de incorporarse y sintió un mareo que se lo impidió, Andelko la miró con ternura, pensando que pese a su delicadeza ella era en realidad la brasa de la vela y él, el mosquito:

– Lamento decepcionarla mademoiselle, pero esta vez no morirá – le dijo mientras apagaba la lámpara y salía de la habitación rumbo a la madrugada de París.