jueves, 7 de abril de 2011

EL SUEÑO DEL CELTA Y LA PESADILLA DEL CAUCHO

Recién terminé de leer “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa, una notable novela donde se cuentan las experiencias de Roger Casement, un irlandés que a fines del siglo XIX y principios del XX, adelantándose a su época, hizo una férrea defensa de los derechos humanos de los indígenas del Congo y de la Amazonía. Adicionalmente fue uno de los precursores de la independencia de Irlanda. Evidentemente no voy a hacer una extensa reseña o resumen del libro, el que desde ya recomiendo totalmente, con la simple atingencia que aparece un poco pesado en sus primeras treinta o cuarenta páginas (por lo menos eso me pasó a mi) pero luego se torna muy ágil y entretenido, atrapando magistralmente al lector con el desarrollo de los hechos, lo que es un sello inconfundible de nuestro notable escritor arequipeño.

Gran parte de la novela relata el paso de Casement por la Amazonía peruana, en particular la ciudad de Iquitos y los campamentos caucheros del Putumayo. Lugares donde aparentemente se exterminó inmisericordemente a gran parte de la población nativa, que según los datos que se brindan habría sido reducida a de aproximadamente cien mil habitantes a menos de diez mil, todo ello llevando a cabo prácticas abusivas, vejatorias y humillantes, además de políticas esclavistas y desde todo punto de vista inhumanas.

Todo ello me llevó a pensar en Madre de Dios, donde actualmente vivo. Este olvidado departamento tiene una historia similar a la del Putumayo. Mucho se ha hablado por ejemplo del aventurero peruano Carlos Fermín Fitzcarrald, quien es reconocido como un pionero explorador de la selva de esta zona. Incluso una provincia (en la que nació) lleva su nombre. De igual manera llevan su nombre calles, avenidas y plazas en todo Madre de Dios. Triste es averiguar que no sólo fue un pionero, sino que además se enriqueció notablemente y de manera muy rápida mediante la explotación del caucho. Esto no tendría nada de negativo si no fuera porque los procedimientos de la época implicaban el exterminio de las tribus nativas de la selva peruana. Se utilizaba entonces la común práctica de intervenir con patrullas de civiles caucheros armados las tribus de nativos, tomando como prisioneros a los hombres y llevándose a mujeres y niños a los campamentos como rehenes. Se obligaba a los nativos a salir al monte a recolectar el caucho y entregarlo a los capataces, caso contrario no podrían ver a sus mujeres e hijos. No se pagaba remuneración alguna, no se les proveía de alimentos y se azotaba, castigaba o simplemente asesinaba a quienes no cumplían con la cuota de caucho establecida por los patrones.

Por si esto fuera poco, las prácticas de los caucheros (o shiringueros como se les llama en esta zona) se asemejaban mucho a las de los campos de concentración nazis. Hace un par de años conocí a personas que me contaron cómo sus padres y abuelos, colonos en la zona, habían sido testigos de cómo los principales shiringueros de la zona de Iberia, se divertían haciendo tiro al blanco en el cuerpo de los nativos que cruzaban los fundos o escapaban hacia el monte. Lo más triste es que quienes me contaban estos hechos, lo hacían con una sonrisa en la cara como si se tratase de un evento divertido.

Se le reconoce a Fiztcarrald haber descubierto rutas fluviales en la Amazonía, pero resulta evidente que esto y su, a todas luces, ilícito enriquecimiento, estuvieron sustentados en el exterminio y abuso de los miembros de las tribus de la zona. Fue dinero sangriento el que conformó el notable patrimonio de Fitzcarrald, y al que, conforme nuestra cuestionable idiosincrasia, todavía homenajeamos con nombres de escuelas, calles y plazas.

A veces para un citadino es difícil imaginar cómo es en realidad la vida en la selva y cómo conviven con ella las tribus indígenas. Las imágenes que se pueden ver en la televisión eventualmente no hacen justicia a la realidad que se vive en estos parajes. Es doloroso imaginar a seres humanos acostumbrados a la recolección de frutos, a la caza para la subsistencia y el cultivo de la yuca, ser un día atrapados como animales por hombres blancos o mestizos, ver destruidos sus hogares, violadas sus mujeres e hijas, asesinados sus ancianos y niños pequeños, ser obligados a recolectar caucho e impedidos de seguir desarrollando sus actividades, los caciques embrutecidos por el aguardiente proveído por sus propios explotadores, sus tierras canjeadas por cuentas de vidrios y ropas occidentales. Sin servicios médicos o educativos; todos ellos sometidos por el miedo. Resulta fácil afirmar que los años de la fiebre del caucho en la selva tuvieron en ellos un efecto mucho más pernicioso en poco tiempo que los quinientos de dominación española en los indígenas del altiplano.

Actualmente vivo en la provincia del Tahuamanu, en el distrito de Iñapari, a sesenta kilómetros del distrito de Iberia. Iberia recibe ese nombre debido a que en un inicio la zona era explotada por caucheros bolivianos, quienes habían traspasado la frontera en vista de que la zona tenía una muy importante concentración de árboles de shiringa o caucho. Estos caucheros bolivianos liderados por unos hermanos de apellido Suarez expulsaron de la zona a la tribu de los Tahuamanu que vivían al margen del rio del mismo nombre y al que debe su designación la provincia. A principios del siglo XX dos hermanos españoles Baldomero y Máximo Rodríguez (sí ese mismo Máximo Rodríguez que deben estar pensando los arequipeños que leen esto) explotaban caucho en las riberas del rio Madre de Dios, en lo que hoy es Puerto Maldonado, pero al haberse agotado la producción deciden avanzar al norte, encontrando a los bolivianos en el fundo Adriozola en el margen sur del rio Tahuamanu, en el margen norte había un campamento de shiringueros brasileños. Premunidos todos ellos con armamento, se produjo un enfrentamiento casi militar, siendo expulsados tanto bolivianos como brasileños y estableciéndose en la zona los hermanos Rodríguez, quienes a su vez cambiaron el nombre del fundo y le pusieron el de Fundo Iberia, en remembranza de su tierra de origen.

Como los Tahuamanu habían sido expulsados, no se les ocurrió mejor forma de encontrar mano de obra gratis, que trayendo indígenas desde lo que hoy es Ucayali. Cientos de Shipibos fueron esclavizados de esta manera, más adelante se abrió la ruta de trocha hacia Iñapari (sesenta kilómetros al norte) donde también se procedió al sistemático exterminio de la tribu Iñapari, de la cual el último sobreviviente murió solo y abandonado, sin homenaje alguno, hace poco más de tres años, meses antes de que yo arribara a estas tierras.

No sé si las personas que leen esta nota tienen una clara idea de lo que es una hectárea. Imagínense un cuadrado de cien metros por lado, esa es una hectárea, diez mil metros cuadrados. Pero es mejor una imagen: Un campo de fútbol tiene normalmente hasta ciento veinte metros por noventa de ancho, es decir más o menos diez mil metros cuadrados. Entonces una hectárea es equivalente aproximadamente a un campo de fútbol. Ahora que el lector tiene la imagen en la mente, piense que Máximo Rodríguez llegó a ser dueño de entre trescientas y seiscientas mil hectáreas de terreno en la zona de Iberia y aledaños. Es decir el equivalente a seiscientos mil campos de fútbol. Tierra que en realidad fue, y creo yo sigue siendo, propiedad de los Tahuamanu, Iñaparis, Marinahuas y todas las etnias de esta zona del país.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los cincuentas del siglo pasado, seguramente como consecuencia de los juicios de Núremberg, y sabiendo el Estado Peruano que era un cómplice de los abusos de los caucheros, este intervino por fin en la zona, colocando las primeras oficinas públicas y devolviendo a los pocos Shipibos que quedaron a su lugar de origen en Ucayali. Adicionalmente para esta época ya el latex de caucho asiático y sus equivalentes sintéticos habían desplazado, felizmente, por completo el caucho peruano.

Se ha dicho que la época del caucho fue una oportunidad de oro desperdiciada para que el Perú saliera del subdesarrollo. Los políticos que afirman esto ignoran, o prefieren ignorar, el enorme costo social de esa aparente bonanza económica: La aniquilación de incontables etnias originarias de la selva, mediante los mecanismos más perversos posibles, así como la pérdida definitiva de sus artes y costumbres.

Hoy en día en toda la zona del Tahuamanu no se sabe con exactitud cuántos indígenas fueron exterminados en la época de la fiebre del caucho, sobreviven tribus de Manchineris, Marinahuas y Jaminawas, un poco más lejos Asashaninkas y ojala muchos desconocidos “no contactados”. El Perú lamentablemente no ha hecho nada al respecto, en términos de política de estado. El Brasil por su parte ha asumido su responsabilidad por el exterminio de indígenas, que también se produjo en la zona del Acre, por parte de los shiringueros brasileños. Los nativos son protegidos por la República Federativa del Brasil, su educación y vivienda es gratuita, donde quieran vivir, en ciudades o en el campo. Está prohibido con pena de cárcel, venderles alcohol o permitir que lo beban, reciben una pensión decorosa por parte del erario público sin necesidad de hacer nada. Muchos recién enterados se indignan por el hecho de que los indígenas nativos reciban una pensión y vivienda sin ofrecer una contra parte, dicen que incentiva la ociosidad. Yo pienso que todavía nos falta mucho por devolver a los herederos de quienes murieron sin mayor causa, en beneficio de intereses económicos de terceros. A aquellos a quienes usurpamos sus tierras y les dimos a cambio cuentas de vidrio o ropas occidentales que no necesitaban. A aquellos que cuidaban la naturaleza y la asumían como parte de su vida mientras que nosotros acabamos cada día con las especies con las que ellos convivieron durante cientos de años en armonía. A aquellos a quienes miramos con asco cuando se acercan por nuestro lado cuando ellos son los que deberían mirarnos con asco a nosotros por haber contaminado su medio ambiente con perversas costumbres occidentales y justicieros dioses blancos. Nota: Las tres fotos que aparecen en este post muestran a Roger Casement en diferentes etapas de su vida.

5 comentarios:

  1. Wow que buena nota histórica, gracias por compartirlo, creo hay muchos casos de este tipo en América Latina y tristemente muchos desconocemos estos datos y poco nos importa enterarnos. En El Salvador por ejemplo hay muy poca gente con rasgos puramente nativos, pues hubieron masacres para eliminarlos por completo.Me gustó mucho, Besos

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  2. Gracias por el comentario y por la lectura Arely. Efectivamente estos casos lamentablemente han existido en gran magnitud en toda América Latina, y también en América del Norte, Africa y Oriente. Solemos tener una memoria muy frágil al respecto. Lo importante es tomar conciencia y contribuir desde nuestro espacio, cualquiera que este sea para impedir y también resarcir. besotes...!

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  3. Acabo de leer el libro y de releer esta nota que ahora tiene más significado para mi. Como comentamos cuando publicaste esta nota, después de leer el libro te queda un sentimiento de verguenza ajena al saber sobre todas las maldades a las que fueron sometidas esas personas por los caucheros. La info adicional sobre los otros caucheros que incluyes en tu nota me parece muy interesante también. Esperemos que ese horror nunca se repita.

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  4. Ah! Y gracias por las fotos de Roger Casement, ahora él tiene un rostro para mi también.

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  5. De nada Gretha. Qué bueno que hayas podido leer el libro. Saludos.

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