viernes, 1 de abril de 2011

TEDIO (Cuento)

Rafael extrajo de una caja de madera finamente tallada dos ligerísimas y perfectas esferas de brillante aluminio y empezó a pasarlas entre los dedos de su mano derecha como siempre que necesitaba meditar, miró nuevamente el mensaje de texto en el smartphone y leyó esta vez con calma: “Rafael, esto me daña, no podemos seguir así, tenemos que hablar.”

Se recostó sobre el espaldar de su sillón gerencial y cruzó una pierna sobre la otra como hacía siempre que quería pensar con claridad, apoyó el codo en el brazo del mueble y siguió jugando con las esferas sin mirarlas. Miró por la ventana el horizonte, el cielo nublado, los árboles lejanos… Trató de recordar hace cuánto tiempo conocía a Estela y descubrió que ya habían pasado más de diez años. En todo este tiempo habían sido buenos amantes, una relación vinculada por el sexo más que por otra cosa. Se encontraban, se amaban físicamente a veces con una pasión telúrica que los dejaba a ambos exhaustos, se contaban fragmentos de sus vidas, a veces también deslizaban alguna confidencia casual y luego al despedirse cada uno continuaba con su vida hasta el próximo encuentro.

Sin embargo en los últimos años las cosas habían cambiado, Estela se quejaba con él de sus problemas, de la incompetencia de sus compañeros de trabajo, de su familia, del tránsito, del clima. Rafael se había percatado de ello pero recién ahora tomaba verdadera conciencia de un factor importante: el tiempo transcurrido. Cuando la conoció, Estela era una chica que bordeaba los veinte, aún estudiante, segura de sí misma pero en franco proceso de aprendizaje de la vida. Ahora en cambio era una mujer con casi treinta años encima, profesional, tenía otras expectativas, había madurado sin duda, tal vez tenía otros proyectos; no obstante a los ojos de Rafael y hasta este momento había sido siempre la veinteañera que él hizo mujer por primera vez.

Ella nunca exigió nada en todo este tiempo, por lo menos no de manera expresa. Un par de veces había recibido comentarios que lo habían hecho sonreír, la primera vez una amiga suya que tenía dotes de pitonisa y hechicera le había dicho, luego de conocer a Estela, con el dramatismo propio de quien ve el futuro: “Esa mujer te quiere, pero no por un rato, te quiere para ella.” Rafael se echó a reír, aunque se preocupó horas después: “La brujita rara vez se equivoca” pensó. Luego olvidó el asunto y lo recordó evasivamente algunas veces. Más adelante, hacía dos o tres años un amigo común, Paulo, le había dicho que Estela le había confesado que estaba enamorada perdidamente de un hombre, pero que sabía que era un amor imposible, que ese hombre nunca la vería como una compañera para toda la vida a pesar que ella estaba siempre a su disposición cuando él quería, que se sentía utilizada, a veces como un simple objeto, que había hecho de todo para demostrarle lealtad, aprecio, ternura, sumisión, amor, sin embargo él no reaccionaba. Paulo, que era un tipo inteligente ató cabos y concluyó de inmediato que no podría tratarse de nadie más que de Rafael y se lo contó. Nuevamente no le dio importancia, se desentendió, rieron un rato del asunto, Rafael negó todo vínculo y a pesar de ello Paulo insistió en su hipótesis; Rafael no encontró mejor manera de cerrar el tema con un “Déjala hombre, no le hagas caso, está loca.”

Frente al perturbador mensaje, Rafael no dejaba de pensar en esos detalles, trataba de unir el rompecabezas y prepararse para lo inevitable. Para él los temas del amor ya no eran cosas sentimentales, eran problemas lógico-aritméticos con variables e hipótesis de trabajo, lo poseía la irrefrenable necesidad de analizar, descubrir y desmenuzar las motivaciones de las personas para aprender de sus razonamientos acerca de los sentimientos y esas tonterías. Una vez resuelto el acertijo continuaba con sus actividades, pero si no, el problema lo perseguía a veces durante días, distrayendo sus pensamientos.

Ahora y a sus más de cuarenta, ya conocía perfectamente el trámite de estos eventos, con todas las empresas y prósperos negocios que tenía a su cargo y su ritmo de vida, no podía darse el lujo de tener una mujer o una familia. Pensó que tal vez Estela se había hecho la absurda idea de que podía conquistarlo, amarlo, doblegarlo y domesticarlo, hacer de él un marido aburrido, un patético trofeo de caza para exhibir su cabeza colgada de una placa de madera en parrilladas dominicales, paseos al club o fiestas de gala, donde se presentaría como “su mujer” y a él como “su marido.” Era hora de terminar con todo, lamentablemente Estela había confundido las cosas, como le había sucedido a tantas otras mujeres que habían pasado por su vida, de todas formas le seguía sorprendiendo que a ella le haya tomado tanto tiempo llegar a este punto. Las otras nunca habían superado el año en el mejor de los casos, algunas no habían llegado al mes.

Estuvo a punto de llamar a su secretaria y pedirle que le programe un viaje para el día siguiente, Estela estaba trabajando en otra ciudad y tendría que ir a hablar con ella. Sin embargo se detuvo. No era necesario. Recordó todas las discusiones de los últimos dos años, las idas y venidas de la relación, sus quejas, sus malos humores, cosas que su memoria se había esforzado por eliminar. Se dio cuenta que después de todo, los primeros años definitivamente fueron los mejores, ahora todo había devenido en un triste, gris y enorme tedio, y tal vez por ello sentía tanta desazón cuando se comunicaban, tal vez por ello los últimos encuentros eran tan mecánicos. Tomó su smartphone y escribió con la frialdad que siempre lo caracterizó en momentos como este: “No puedo viajar por ahora, espero que me disculpes. Espero también que quedemos como amigos. Ya no puedo seguir viéndote. Suerte en todo.”

Esperó unos minutos con la vista fija en el aparato que había depositado en el escritorio. No tardó mucho en sonar el pitido y aparecer el mensaje, lo levantó y leyó: “Me has leído el pensamiento Rafael, lamento mucho que no hayas tenido el valor de venir. Pero igual. Suerte en todo. Adiós.”

Rafael respiró, se sintió aliviado al igual que otras veces que había pasado por lo mismo. Con cuidado y calma borró los números de Estela del smartphone, eliminó sus mensajes, sus correos y en la mente sus recuerdos. Era mejor así, finalmente no era culpa de Estela, si no se había dado cuenta hasta ahora, no se daría cuenta nunca, o tal vez por eso precisamente había terminado todo. Estela nunca podría conquistar su corazón ni ninguna otra, porque su corazón estaba roto, despedazado, reemplazado por una máquina terrorífica, una mezcla de piezas, cables, tornillos, ruedas y mecanismos de relojería que le impedían amar y ser amado; un amasijo que había programado a conciencia para resistir los golpes, para contener los pensamientos, para razonarlo todo y sobre todo, para evitar el amor.

4 comentarios:

  1. Me gustó mucho tu cuento Miguel aunque debo confesar que la historia me pareció triste. Triste porque un amor que termina es siempre algo que lamentar. Triste porque Rafael piensa que su corazón está roto y que esto es irremediable cuando no tiene que ser asi necesariamente. Triste porque quizás Estela no quería doblegarlo o domesticarlo ni lo quería como un trofeo de guerrra sino como alguien a quien amar, alguien con quien compartir la vida llorando y riendo sin esperar el trillado título de "esposa" teniendo la esperanza de que su amor bueno podría curar las heridas de Rafael. Como alguna vez te dije tienes la habilidad de atrapar al lector y hacerlo sentir lo que tus historias narran. Felicidades por tan buena historia.

    PD/. La foto del blog esta super!!!!

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  2. Gracias Gretha! Es lo bueno de las historias y lo que me gusta más, cada lector añade cosas de su propia cosecha y crea su propio entorno. Interesante tu punto de vista. Que bien que te haya gustado. Un beso enorme!! PD: Gracias por el comentario a la foto!

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  3. Antes que nada Miguel, te ves muy bien en la foto, más apacible que los ojitos seductores de antes. Pues como te lo comentaba antes me parecía que esta chica era medio masoquista por estar tanto tiempo en una relación así, no porque sea mala sino porque estaba en ella por las razones equivocadas, viviendo de una ilusión no para disfrutar en si de la compañía sin ataduras con Rafael el Seductor Indomable, esperamos más lecturas de sus conquistas, besos.

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  4. Pues es muy posible mi querida Arely, también puede ser que haya estado guiada por una ilusión a la que no quería renunciar, si no era masoquista por lo menos sus persistencia era admirable. Me gusta ver como los lectores interpretan los personajes, es parte de la fascinación de escribir. Gracias por tus comentarios Arely guapa!!! Besotes!!!

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