viernes, 8 de abril de 2011

TRAFICO (Cuento)

Alicia nerviosa tocó la puerta de la habitación treinta y siete del hostal. A los pocos segundos abrió un hombre joven, delgado, mestizo, moreno, de cabello negro grasiento y sin afeitar.
– ¿Señora Alicia? – preguntó el hombre.
– Sí – contestó ella abriéndose paso primero tímidamente a través de la entrada, luego prácticamente empujando al sujeto que se hizo a un lado para dejarla pasar. Miró alrededor, una cama pequeña, un ventilador en la pared y una puerta de madera con claras señales de podredumbre que seguramente daba al baño. Fijó la vista particularmente en la maleta azul que estaba apoyada en la pared, enorme, nueva, reluciente y exactamente igual a la suya, con la única diferencia de que la propia era verde.
– Estoy esperando desde temprano – señaló el tipo con voz cansada – mi nombre es Abraham, Oscar me dijo…
– Ya sé lo que dijo – interrumpió la mujer – Oscar es mi marido, ¿sabes no?
– No, no sabía.
– Pues ahora lo sabes Abraham. Mira esto es trabajo y quiero que termine rápido. Cierra bien la puerta y vamos a comprar los pasajes.

Salieron del sucio hostal, Alicia le dio indicaciones para que la siga de lejos, sin conversar ni nada parecido, se acercaría sólo si se lo indicaba. Caminaron bajo el implacable sol de la selva, atravesando el mercado de frutas. El bullicio y la música estridente de los puestos parecían incrementar el calor. Llegaron a las oficinas de la empresa del transporte, Alicia hizo una seña para que su acompañante espere en la puerta del establecimiento, se acercó y compró dos pasajes para Rio Branco, uno para ella y otro para Abraham, escogió los asientos siete y veintidós. Al salir se los mostró discretamente a Abraham y le susurró:
– Ve al hotel, tienes que estar aquí a las doce en punto, con tus cosas y la maleta, toma cincuenta soles para que pagues el hotel y comas algo.

Alicia, hizo un gesto de despedirse y fingió irse del lugar, pero se detuvo un poco más allá y regresó para observar a Abraham, lo siguió de lejos mientras éste entraba al mercado, vio como se compró un sándwich y un jugo de frutas. Luego lo siguió mientras se paseaba por los puestos preguntando precios de cosas distraídamente y luego hasta que se aseguró de que entrara al hostal. Sacó su celular y marcó el número, timbraba pero no contestaba nadie. Se puso nerviosa. Insistió, esta vez tampoco obtuvo respuesta. Colgó. Pensó que tal vez Oscar estaba ya en la carretera. Guardó el celular en su cartera y se dirigió al hostal donde se había hospedado, cerca al de Abraham, para darse un baño y recoger su maleta también.

Alicia en la habitación se desnudó, a sus veintisiete años se sentía infinitamente vieja, se miró en el espejo, su vientre flácido, recorrió con sus dedos las cicatrices y marcas de sus tres partos, miró con vergüenza las estrías en su piel y la celulitis en sus muslos; su senos habían perdido el vigor de la juventud, ahora parecían trozos de carne colgados a su pecho y todo su cuerpo había ganado peso. Su memoria retrocedió sólo cinco años atrás, y se vio joven y esbelta, cuando era la estudiante más deseada del instituto de contabilidad allá en La Merced, usaba minifaldas, mostraba pícaramente sus torneadas piernas y no tenía ningún recato en ponerse esas diminutas blusitas escotadas. En esos tiempos fue que conoció a Oscar. Pensó en sus tres hijos pequeños, sobre todo en el menor de tan sólo diez meses. A los tres los había dejado al cuidado de su hermana mientras se embarcaba en esta temeraria aventura. Tomó aire, se cubrió con la toalla e insistió una vez más con el celular. Nuevamente no obtuvo respuesta. “Debe estar en la carretera” pensó y se fue a duchar.

Cuando terminó de secarse el cabello Alicia se sentó en la cama, miró fijamente la enorme maleta verde. Le parecía escandalosamente nueva. En el viaje anterior habían pasado con mochilas usadas, ¿por qué a Oscar se le había ocurrido usar estas maletas esta vez? La levantó con un poco de esfuerzo y la colocó encima de la cama. Sintió en su nariz el acre olor de la sustancia y la abrió. En su interior Oscar había acomodado un par de charangos, algunas quenas, varias artesanías de cuero y madera, aretes de semillas y plumas. Palpó la parte interna de la tapa y la sintió húmeda y melosa al tacto. Era una mala señal. Ya en Lima había notado que la tapa tenía una abertura en una unión de la costura, en aquel momento ya Oscar había salido rumbo a Cusco y tuvo que salir sola a toda prisa a comprar pegamento en un mercado cercano; para su sorpresa era un mercado mayorista, nadie quiso venderle lo que necesitaba por unidad, en su desesperación compró un paquete de seis tubos pequeños de pegamento instantáneo y seis ambientadores en aerosol. En aquel entonces roció la maleta abundantemente, por dentro y por fuera, y trató de pegar la abertura de la mejor manera posible. Ahora hizo lo mismo, abrió un tubo de pegamento instantáneo y trató de sellar con cuidado la tela que se había vuelto a despegar en el viaje hasta Puerto Maldonado. Miró el reloj y se dio cuenta que faltaba poco para las doce, metió los aerosoles y pegamentos en la maleta a toda prisa. Se visitó y salió de la habitación llevando su cartera, una pequeña bolsa de mano con algunas prendas y ropa interior y arrastrando la enorme valija.

Al llegar al terminal no vio a Abraham, se preocupó un poco pero sospechó que ya había subido al bus, sin embargo se percató que no podía ser, ya que ella tenía ambos boletos. Se sentó en una banca de madera y esperó. Había sido una tonta, ahora toda la gente la vería entregándole el boleto y además ambos tenían maletas idénticas. Luego de unos minutos lo vio llegar. Arriesgándose se levantó dejando la maleta en el piso. Caminó hacia él y le entregó rápido el boleto y le ordenó que suba de inmediato. Al intentar subir el controlador obligó a Abraham a dejar la maleta en la bodega, el bus estaba provisto de compartimientos superiores demasiado pequeños como para una maleta de esas dimensiones. Lo mismo sucedió con Alicia minutos después a pesar de sus reclamos. “Definitivamente la cosa no andaba bien” pensó.

Ya en el bus escuchó el pitido de su celular. Lo revisó y tenía un mensaje de texto de Oscar: “Pasamos la frontera y el control con éxito, estamos en Brasil rumbo a Rio Branco. Suerte.” Respiró aliviada. Reclinó el espaldar de su asiento y se acomodó. Cerró los ojos. Mientras el bus se ponía en movimiento recordó la primera vez que pasaron la mercadería al Brasil, hacía ya poco más de dos meses. En esa oportunidad fueron los dos solos. Llevaron un par de mochilas medianas también rellenas de artesanías. No pasó nada, Oscar supo cuidarla y no dejar que se ponga nerviosa, la tranquilizaba siempre y le cambiaba de tema y la hacía reír. Llegaron a Rio Branco y un traficante de allá recogió ambas mochilas y les entregó mil quinientos dólares y pasajes para volver a Puerto Maldonado. Ese dinero había servido para pagar muchas deudas de la casa. Ahora iban a recibir más del doble, pero el riesgo era mayor y además tenían que compartirlo con Abraham, al que Oscar había reclutado en Lima y María, una Tingalesa que Oscar también había conocido hace poco en La Merced y a la que había convencido para hacer el trabajo. Se habían repartido las labores. Oscar pasaría primero vigilando a María y ella vigilaría a Abraham hasta Rio Branco.

Oscar le había entregado antes de salir un chip de telefonía celular brasileño para comunicarse con él cuando cruzara la frontera. Lo sacó de su envoltorio y a modo de distracción lo colocó cuidadosamente en su celular, mientras lo hacía pensaba en esas dos maletas tan llamativas en la bodega del bus. Pensó que si Oscar y María habían pasado sin problemas con unas maletas similares, ellos tampoco tendrían dificultades. Además la última vez se percató que los policías del punto de control fronterizo peruano, agobiados por el calor tropical, solían escoger una maleta al azar, la palpaban de mala gana y autorizaban al bus a seguir su camino. Su mayor temor era la Policía Federal de Brasil, había escuchado que eran más acuciosos, aunque cuando ella pasó con Oscar el trámite fue muy rápido y no recordaba mayor demora o revisión.

Forzando su postura, Alicia volteó medio cuerpo, vio a Abraham en su asiento, pensativo, mirando el paisaje a través de la ventana del bus. ¿Estaría consciente de lo que llevaba en la maleta? No parecía preocupado. Pensó en María, era muy joven, tal vez veintidós años, parecida a ella misma cuando tenía esa edad. Como todas las chicas de Tingo María tenía una belleza felina perturbadora, era blanca, pecosa, el cabello castaño largo y los ojos verdes intensos. Oscar le había comentado que ella no tenía intención de regresar al Perú. Luego de la entrega había planeado quedarse en Brasil y buscar hacer una vida nueva allí. El dinero del trabajo le serviría para empezar. Nuevamente recordó a sus hijos y los extrañó profundamente; recordó sus risas, sus travesuras y sus malcriadeces, sonrió mientras se adormitaba con el sordo ruido del motor del bus y el sueño finalmente la venció.

Cuando llegaron al puesto de control, la despertó el empujón producido por la frenada del enorme bus. Se limpió el rostro con un paño de mano y se alistó para bajar, había pocos pasajeros peruanos y varios brasileños. Esperó pacientemente que caminaran los que ya estaban en el pasillo y luego se acomodó entre la fila, avanzó lentamente y bajó. De reojo trataba de no perder de vista a Abraham. Un policía amable les indicó la oficina de migraciones para que registren su salida del Perú. Se apresuraron a formar una fila mientras algunos cruzaban la pista para comprar refrescos o alguna vitualla en los pequeños kioscos de madera. Otros aprovechaban para cambiar soles por reales. Alicia en la fila pensó en Oscar. A estas horas ya debería estar en Rio Branco. Pasando el control de Assis Brasil lo llamaría.

Al terminar el trámite en migraciones, caminó hacia el vehículo. Su corazón empezó a latir rápidamente cuando vio al controlador del bus con cuatro policías parados frente a éste y a su costado un hombre de corbata, chaleco azul y con una cinta alrededor del cuello. Era un fiscal. El controlador le preguntó si la maleta verde era suya. Ella movió la cabeza afirmativamente, sin decir palabra. El que parecía tener mayor rango de los policías le preguntó educadamente si podían revisar la maleta y que por favor se acercara mientras el controlador la retiraba de la bodega. Alicia sentía sus piernas temblar. El policía palpó la superficie y acercó el rostro, su expresión cambió, miró al fiscal y a Alicia e hizo un gesto afirmativo. El fiscal se acercó a Alicia y le pidió también de forma educada que la acompañe a las oficinas del puesto de control de la policía. En el interior le pidieron que ella misma abriera la maleta. Al hacerlo aparecieron ante ella los ambientadores y el pegamento, recordó que en uno de los bolsillos internos también estaban las boletas de venta a su nombre y que había olvidado destruir en el hotel. El policía que asistía al fiscal se colocó unos guantes de goma y con un hisopo recogió muestras de la superficie interna de la tapa de la maleta. Lo introdujo en una pequeñísima botella de vidrio y esta inmediatamente se coloreó de azul. El fiscal volteó y le pidió que guarde la calma, la invitó a sentarse en una silla de madera y le explicó con detalle que el procedimiento químico que acababa de ver significaba que la maleta estaba impregnada de clorhidrato de cocaína. Luego le indicó que iba a proceder a leerle sus derechos y que llamarían al defensor de oficio. Alicia no pudo escuchar la última parte, se desvaneció en el preciso momento que Abraham también entraba a la oficina cargando su maleta y escoltado por dos policías.

Horas más tarde, luego de haber firmado innumerables actas y formatos, de haber negado saber que las maletas contenían droga, le informaron que sería trasladada junto con Abraham a la sede de la Policía Especializada Antidrogas, luego de que le colocaran las esposas la abogada defensora del Estado se acercó y le preguntó discretamente:
– ¿Tiene usted algún enemigo en esta zona señora?
– ¡No! – contestó inmediatamente.
– Qué raro – replicó la abogada – el Capitán me acaba de decir que esta intervención es producto de un “soplo.”

Alicia no pudo contestar, un policía la tomó del brazo y la condujo hasta la camioneta de la fiscalía. “Un soplo”, pensó. ¿Pero quién? El único que sabía era Oscar. Una vez que se sentó en la camioneta le vino a la mente que en Lima, cuando recibieron las cuatro maletas, notó que las que llevó Oscar no tenían olor. En ese momento no le dio importancia pero ahora… recordó otros detalles, la discusión que tuvieron por la excesiva confianza entre Oscar y María durante el poco tiempo que estuvieron reunidos los tres y que le molestó terriblemente, él no le dio importancia y hasta se burló de ella. Las constantes quejas de Oscar por los hijos, por la situación, por las deudas. Fue atando cabos. Ya oscurecía y las siluetas de los árboles de la selva se confundían con el horizonte, los ojos se le humedecieron, se imaginó a Oscar y María desnudos en una cama de hotel en Rio Branco, riéndose de ella, a sus hijos abandonados a su suerte y sin querer le dijo al policía que estaba a su lado:
– Me han tendido una trampa.
El policía se limitó a encogerse de hombros mientras la camioneta se ponía en movimiento.

5 comentarios:

  1. Miguel de verdad que historia más triste para ella y Abraham, el relato me atrapo de principio a fin, lo más triste de todo es como tus hijos pagan tus malas acciones, no importando por la razón que haya sido, necesidad, avaricia, estupides, o por proporcionarles un futuro mejor. Me encantó, besos.

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  2. No solo los hijos, uno mismo principalmente y todas la consecuencias alrededor. Gracias por leer la historia y comentarla, me alegra mucho que te haya gustado. Un beso enorme Arely!

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  3. Algo que se me olvido, la foto de la chica me encanta.

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  4. Miguel, felicidades, te salio un súper cuento, real, atrapante, apasionado, un retrato de quien sabe cuantos casos de este tipo… a este paso tienes ya una galeria de cuentos para hacer un mni libro, o qu ese yo, empezar a tentar en concursos, estemos atentos, este talento no debe quedar en las cuatro paredes de un blog, se merece mucho mas, mi admiración MIguelin, sos un éxito, un abrazo!

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  5. Gracias Claudio por tus palabras tan edificantes y afectuosas. Tienes toda la razón, tenemos que empezar a pensar en metas más grandes. Te tomo la palabra. Nuevamente gracias y sobre todo por ser un lector persistente de este servidor. Un abrazo!!!!

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