miércoles, 27 de abril de 2011

LAS TRAMPAS DEL SISTEMA EDUCATIVO

Si usted recuerda sus días de escuela, instituto superior o universidad, tal vez recuerde a varios profesores (si no todos) que tenían la pérfida costumbre de iniciar los exámenes separando las filas de carpetas, exigiendo que los alumnos guarden todas sus cosas o dividiendo la clase en grupos. También había quienes antes de empezar cambiaban de asiento a “ciertos” alumnos o sentaban cerca del escritorio del profesor a los potenciales plagiadores o a los más estudiosos. No faltaba el que traía al examen a un asistente (o a todo un pelotón de asistentes como mi profesor derecho penal militar de la universidad) a fin de imponer una férrea supervisión al examen.

En la escuela acepté estos hechos como un paradigma válido. Se me ocurría que era normal. Es decir todos éramos pillos y debían tratarnos como en un centro penitenciario o una correccional. En los primeros años de universidad sucedió lo mismo. Fue a partir de media carrera y luego en los estudios de postgrado con más firmeza que empecé a darme cuenta de lo erróneo del paradigma, al parecer se juntaron dos cosas: en primer lugar mi toma de conciencia de que habían cosas totalmente inútiles que muchos maestros se empeñaban en que memoricemos y en segundo lugar que por ese entonces yo mismo empecé a enseñar con más frecuencia. Yo empecé a enseñar a los diecinueve años, mis alumnos eran mucho mayores que yo, a los veintidós ya había entendido como funcionaba la enseñanza desde el otro lado.

El problema como decía, es que lo profesores parten de una premisa que afecta gravemente la dignidad de cualquier ser humano: La presunción de culpabilidad. Pero no sólo presumen que el estudiante es culpable de un hecho, más grave todavía presumen que será culpable, por ello toman todas las previsiones posibles para evitar que “los engañen”.

Mi rebelde y subversiva posición frente a estos paradigmas empezó en realidad cuando tenía once años. El profesor de la primaria iba a tomar examen bimestral de ciencias naturales, gran parte del examen era la clasificación de los mamíferos, que como se sabe es extensa. Recuerdo haberme puesto a estudiar el día anterior y tengo la imagen nítidamente grabada en mi mente de haber reflexionado acerca de la utilidad práctica de aprenderme de memoria tamaña clasificación. Decidí que aunque fuese a ser biólogo, la tarea de memorizar esos datos era un desperdicio de tiempo. Tomé la hoja central de mi block Loro y escribí con muy buena letra la clasificación completa. Doblé la hoja en cuatro y la guardé. Luego con toda la felicidad del mundo me puse a leer un libro.

Al día siguiente antes de empezar el examen metí el enorme papel en el bolsillo de mi mandil gris y empecé de desarrollar la prueba. Cuando llegó la ya advertida pregunta, saqué de la forma más discreta posible mi enorme hoja de papel bulky cuadriculada y copié la dichosa clasificación. Cuando ya casi había terminado el profesor Esquivel se me acercó y me quitó la hoja pues ya se había dado cuenta de mi estrategia. Al día siguiente envió el examen a mi madre con el enorme plagio engrapado y mi primer cero ocho en toda mi breve vida escolar.

No abundaré en las reprimendas y decepciones que causé. Me concentré en pensar en cual había sido mi error y me di cuenta de lo obvio: falta de planificación. Empecé a observar y aprender, descubrí la técnica del acordeón de mis hermanas y primos. Escribían con letra menuda en tiras de papel de unos tres centímetros de ancho. Luego lo plegaban y lo guardaban en algún bolsillo. La técnica era pésima, no era funcional e importaba a la hora del examen casi el mismo riesgo que el pliego de papel doblado en cuatro. Por aquél entonces aprendí que los peores estudiantes eran también los que tenían los peores sistemas: Tratar de copiar directamente del libro o del cuaderno durante el examen. Funciona pocas veces y sólo con los peores o más descuidados profesores.

Para cuarto de secundaria había perfeccionado mi técnica: Usando tiras de papel iguales a las del acordeón, escribía en letra sumamente menuda por ambos lados y luego lo enrollaba, me pasaba la tarde leyendo literatura mientras mis dedos casi inconscientemente recorrían la tira de un lado al otro. En algún punto quedaban con tanta presión los rollitos que ya no se desenrollaban solos y entonces los ponía en orden en mi cintura, entre mi pantalón y la correa y los sacaba cuando era necesario. Mi regla de oro: Sólo los usaba para numeraciones y listas. Los conceptos siempre los aprendía. Más que aprenderlos, los comprendía.

Precisamente en cuarto de secundaria pasó un hecho curioso, entraba a mi clase y en lo que me sentaba para poder acomodarlos en mi cintura, se me cayeron los rollitos y esto lo vio un auxiliar. Se me acercó y me los quitó. En mi desesperación corté nuevas tiras de papel y rápidamente volví a hacer las listas. Cuando empezó el examen ya no necesité sacar los rollitos, recordaba casi todas las listas que preguntaron (que no eran muy largas). Descubrí dos cosas nuevas: Que si uno escribe las listas se van quedando en la memoria y que me había vuelto sumamente veloz en el proceso de hacer los rollitos.

En quinto de secundaría ya no hacia los rollitos para mi, los hacía para venderlos. Como hacía por lo menos dos, el tercero en realidad no lo necesitaba. En la universidad nunca tuve que hacer uso de los rollos porque aprendía las listas escribiéndolas o usaba técnicas de memorización que felizmente practico hasta hoy en día. Cuando me gradué de abogado me fui a la biblioteca del colegio de abogados con un cuaderno en blanco. Transcribí el desarrollo de los balotarios dos veces en ese cuaderno y listo.

Cuando empecé a enseñar en la universidad en la facultad de derecho, la primera pregunta que me hice era si era justo exigir a mis alumnos las mismas cosas que yo había detestado: Memorizar listas inútiles, contestar preguntas capciosas o preguntas con trucos de mala fe. En mi experiencia anterior de profesor en el instituto de informática era distinto porque los exámenes eran prácticos y en el computador. Yo dejaba a propósito que mis alumnos copien del alumno del costado. Es lógico, la idea era que hagan el ejercicio. Si un alumno no había prestado atención en la semana, el día del examen aprendía algo copiando al de su costado. ¿Ese es el fin de la educación no?

Me tomó cerca de un año diseñar un sistema para evaluar en la facultad de derecho. Me di cuenta que los exámenes de opción simple solo favorecen a los suertudos. Empecé con exámenes de opción compleja. Ya se sabe: tres o cuatro premisas y luego recién las respuestas donde se plantea si las premisas a, b o c son ciertas, etc. Nunca usé preguntas desleales, rebuscadas o llamadas “de pié de página”. Las cosas claras. Conceptos generales y básicos, se sabe o no se sabe.

Al segundo año empecé con los casos. Siempre recordando que los alumnos no pueden ni deben ser tratados como presidiarios. Mis exámenes eran básicamente casos con aplicación de lo tratado en clase. Las reglas eran: Pueden usar cuadernos, libros, materiales, etc. Si trajeron su lap top con internet también pueden usarla. Lo único prohibido es conversar o caminar por la clase, más que por una cuestión de copia o trampa, por respeto a los que están concentrados resolviendo su trabajo. Se podían sentar en cualquier sitio mirando a cualquier dirección. Las primeras veces mis alumnos se quedaba sorprendidos, no podían creer que estuviese hablando en serio. También sucedió que muchos se confiaban y no estudiaban. Ellos fracasaban, hasta que entendían que est nueva modalidad de examen requería precisamente leer y comprender, no memorizar. Trataré de explicar mi estrategia:

Lo importante creo yo, en la educación escolar y universitaria es enseñar a la gente a formar conceptos. Las enumeraciones, fechas, números de artículos y de leyes son sólo un ejercicio de memoria, no contribuyen a la formación de ideas. Estoy convencido que la responsabilidad es preparar a las personas a afrontar el mundo real mediante un entrenamiento que les permita desarrollar habilidades, entre ellas sobre todo, como dije la de formular conceptos a partir el análisis de otros conceptos previos.

Entonces, preparaba mis exámenes en ese sentido. Caso prácticos donde el estudiante que había estudiado las ideas o conceptos adquiridos a través de la lectura de los autores tratados podían resolver, ayudándose con una lectura final al momento mismo del examen. Calculaba el tiempo para resolver el factor “flojo” es decir, no dejar que el flojo se aproveche y se ponga a leer recién ese rato. El tiempo era suficiente para que el que había estudiado en sentido estricto, dé un buen resultado, también daba tiempo para aquél que había leído un poco pueda resolver el examen razonablemente, pues me interesa que en el propio examen consolide las lecturas y sus conocimientos. El flojo también llegaba a leer algo, estoy seguro que algo aprendía en ese momento, pero normalmente no llegaba a un quince, por ejemplo; esa era la idea. Tampoco se debe premiar la falta de interés.

El problema de este sistema es que demanda más tiempo del profesor. Hay que leer las respuestas de los exámenes. Se debe tratar que sean respuestas cortas y concisas. Mientras menos trabajo se quiera tener en la etapa de calificación, más se debe trabajar en la etapa de elaboración y viceversa. Los exámenes que exigen poco trabajo en la elaboración y la calificación, no contribuyen en nada en la educación del alumno. Son una farsa, ejemplo de ello: Las preguntas con verdadero o falso, rellenar frases y las enumeraciones y clasificaciones.

Otra tara del sistema son las llamadas “exposiciones” que siempre acusé de promotoras de la ociosidad. Los profesores suelen dejar “trabajos” que nunca leen y que además mediante un llamado “rol de exposiciones” que tampoco escuchan, se liberan de la tarea por la que se les paga, es decir: preparar clases y entrenar a los alumnos. Muchos profesores se pasan la mitad del semestre sentados en el fondo del salón escuchando a las mal llamadas exposiciones, que por lo demás suelen ser pésimas y solo generan un innecesario gasto de dinero a los alumnos.

Para empezar nunca he visto un alumno que haga buen uso del PowerPoint, la mayoría escribe toda la exposición en las diapositivas (como si fueran tarjetas de ayuda) y luego las lee de la pantalla. Peor todavía los que usan papelógrafos. El alumno expone y los demás casi nunca hacen preguntas porque están preocupados en sus propias exposiciones o en las tareas de otros cursos. Se exige que los alumnos vayan a exponer con terno o vestido, a veces obligándolos implícitamente a tener que comprar ropa para la exposición. Los trabajos son otro tema: empastados, anillados, espiralados, con tapas y contratapas, carátulas grandilocuentes, cien páginas sin utilidad bajadas de wikipedia, rincón del vago o monografías punto com.

Mis reglas: Nunca exposiciones. Si alguna vez se producían porque así lo exigía el síllabus, breves y con la ropa usual de clases. Lo importante el contenido. Los trabajos: Lo mejor es el ensayo. Nada de abundantes citas bibliográficas, máximo diez citas, número de páginas máximo tres. Sin carátula con escudos ni tapas. Presentación: Título del ensayo, luego nombre y sección del alumno en la esquina superior derecha de la primera página. No introducción ni dedicatorias. Sin folder ni fástener, sólo una grapa. Esto permite leer los trabajos por completo, entender cuál es el punto de vista del alumno y saber si maneja la bibliografía citada. Luego en mi caso tomaba una frase al azar (sobre todo si la redacción me parecía elaborada o encontraba regionalismos no propios del Perú) la metía al google y en muchas ocasiones encontraba el artículo original en la red. En ese caso devolvía el trabajo con un cero como calificación y al lado transcribía la dirección en internet donde había ubicado el ensayo original.

Hacer todo esto demanda tiempo y esfuerzo, además de la propia lectura y preparación para el curso. Algunos de mis ex alumnos leerán esto y podrán confirmar que efectivamente este era el método usado (que espero que les haya servido). Pienso que el cambio del sistema educativo pasa por entender el fenómeno que he tratado de explicar en estas páginas. En caso contrario siempre tendremos el circulo viciosos de profesores tratando de que no les hagan trampa y alumnos forzados a hacer trampa en un sistema que no les aporta nada nuevo y que, tristemente, les otorga conocimientos abstractos de listas, números y clasificaciones, que no podrán usar en su vida profesional; donde lo importante es la capacidad de entender y elaborar conceptos. En otras palabras, los alumnos más que ninguna otra cosa, deben aprender a pensar por sí mismos.

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