lunes, 29 de agosto de 2011

EL MISTERIOSO CASO DEL BAR ZULÚ (Cuento)

En el oscuro bar de los suburbios, Vásquez, sentado en una esquina con un cuba libre a medio beber, observaba atentamente a los parroquianos. Ya llevaba media hora allí. Vestido con un traje anacrónico, cachucha y cadenas plateadas sobre la camisa floreada, desarrollaba su papel de roquero viejo. Morgan detrás de la barra, vestido de oscuro y una negra barba cubriendo su mentón, servía tragos a los clientes. Estuvieron sin hablarse más allá de lo indispensable durante casi tres horas, luego escucharon cada uno desde su lugar los estridentes ruidos del grupo de irreverentes veinteañeros que subieron al escenario para destruir inmisericordemente canciones de Deep Purple, U2, Metallica y Guns & Roses. Morgan conversó con cuatro o cinco atractivas muchachas y bebió un trago con alguna de ellas sin dejar de coquetear. Vásquez siguió sus movimientos atentamente, con la indumentaria que llevaba se aseguraba que ninguna muchacha se le acercara para distraerlo. Cerca de las cuatro de la mañana salieron cada uno por su cuenta para reunirse luego en la oficina.
– Ya estoy cansado de esta barba de náufrago y de las amanecidas – dijo Morgan apenas entró a la oficina. Vásquez le señaló el vaso descartable con café sobre la mesa.
– Paciencia – dijo su compañero – todavía no tenemos ni un sospechoso y tú quieres afeitarte. Así es el trabajo de agente encubierto, te lo advertí antes de que aceptes.
– Pero es casi un mes – replicó con pesar el agente mientras probaba el café – y además otra vez estoy mal con tanta amanecida, humo de cigarro, trago y café.
– ¿Hoy averiguaste algo?
– Nada, las chicas todavía andan asustadas, pero no tengo un sospechoso. Yo creo que tenemos que replantear el perfil.
– Detesto los casos raros – murmuró molesto Vásquez.

* * *

Al día siguiente mientras revisaban los documentos relacionados con el caso, Vásquez espetó una maldición sorda y lanzó un papel sobre la mesa.
– ¿Qué pasa primo? – preguntó Morgan.
– ¡Otra vez me ha venido la boleta con descuentos!
– Tranquilo, habla con la chica de contabilidad. Si ya te expliqué el procedimiento para que te cuenten las horas nocturnas.
– ¡Pero si sigo todos los pasos! Los últimos tres meses he tenido que bajar a contabilidad a subsanar observaciones y al final me pagan lo que es, pero tarde, eso me quita tiempo y también me complica la vida con las cuotas de mis créditos.
– Bueno, para que te compras sillones caros pues – contestó riendo Morgan.
– El sillón lo compré al contado. A crédito pago los libros que leo sentado en él – replicó más tranquilo Vásquez al mismo tiempo que se ponía de pie y salía de la oficina.

Minutos después ingresaba a la oficina de contabilidad situada en el tercer piso, dos pisos más abajo que la suya. Allí estaba Nelly con su traje sastre insípido, lentes de aumento, el cabello recogido en un moño y los zapatos anchos de taco bajo. Vásquez tomó aire y se sentó a explicar su problema por cuarta vez. Nelly, que estaba escribiendo en su computador, congeló sus dedos sobre el teclado y en esa posición escuchó todo lo que el agente tenía que decir sin inmutarse. Luego le señaló un formulario sobre la mesa y dijo un frio “Llénelo.”
– No voy a llenar nada – dijo Vásquez.
– ¿Perdón agente? – respondió la mujer.
– Es que es lo mismo todos los meses. ¿No es más fácil que usted corrija de una vez mi planilla?
– Bueno, depende de usted. Si no quiere que le paguen…
– Pero…
– Discúlpeme agente, estoy ocupada ahora.
Vásquez sintió la cólera haciendo ebullición en su vientre y las ganas irrefrenables de decir algo hiriente y malvado, pero pensó en sus preciados libros y sobre todo en aquellos que pensaba comprar los próximos días, apretó los dientes y tomó un formulario mientras la sangre latía en sus sienes.

– Eres mala – dijo la compañera de oficina de Nelly entre risitas luego de que el agente saliera furioso después de firmar y entregar el formulario.
– ¿Qué hago amiga? – contestó suspirando la contadora, si es la única manera que tengo de verlo aunque sea una vez al mes.

* * *

En el departamento de criminalística, el técnico Vizcarra les mostró los resultados de los exámenes hechos a la muchacha asesinada. Estaban también en el folder las ampliaciones de los informes del médico legista y del sicólogo forense. Vizcarra explicó con detalle el contenido de los informes y los mecanismos de tomas de muestras y aseguramiento de la escena del crimen. La víctima mujer blanca, veinticuatro años, clase alta, educada. El perfil del presunto homicida no había variado, había sido alguien cuidadoso, al parecer había conocido a la muchacha en el bar Zulú, donde los agentes venían trabajando encubiertos los últimos veintiséis días. Al salir había subido al auto de la víctima que se llamaba Daniela Salas, este había sido encontrado a varios kilómetros de distancia, en una transversal poco transitada. Salas estaba muerta por una sobre dosis. En un inicio se planteó el caso como una muerte accidental más. Sin embargo a los pocos días los análisis arrojaron indicios de que no pudo haber sido así. La jeringuilla encontrada tenía las huellas de Salas en una disposición tal que era imposible que se hubiesen generado de esa forma si se la hubiese aplicado ella misma y en un vaso descartable había residuos de café con un poderoso somnífero. Álvarez les había encargado especialmente el caso cuando esa información se filtró a la prensa y se desató un escándalo. Otra vez empresarios y políticos influyentes exigiendo resultados por que se había tocado a uno de los suyos.
– ¿Oye Vizcarra cuánto cobraste por soltarle el dato a la prensa? – bromeó Vásquez mientras hojeaba los informes.
– ¿Qué pasó? – reaccionó ofendido el amable técnico.
– Es una broma Vizcarra ¿pero sabes quien fue?
– Los de siempre, los asistentes de los fiscales o los ayudantes del forense. No hay otra.
– Lo que nos interesa saber es quien mató a la chica – dijo cortante Morgan.
– Pues, de acuerdo al sicólogo podría ser un hombre joven – respondió rápidamente Vizcarra nervioso – blanco, de buena posición…
– Ya, ya... – interrumpió Vásquez – eso ya lo sabemos mejor que el sicólogo. Datos concretos, secreciones, huellas digitales, pelos…
– Nada de eso, el tipo fue cuidadoso, no hubo ataque sexual, ni huellas, pudo haber usado guantes.
– Entonces era premeditado – sostuvo Vásquez.
– Pues así parece – afirmó Vizcarra.
– Bien, avísanos si sabes algo – dijo Morgan haciéndole una seña a su compañero y ambos agentes salieron.

Una vez en el auto empezaron a reformular las hipótesis, resolvieron volver a interrogar a los padres de Daniela y a sus amigos cercanos. Cualquiera podía haber visto algo o a alguien.

* * *

Tres días después Álvarez intranquilo hacía llamar a los dos agentes a su despacho.
– Están apestando a chingana – fue lo primero que dijo Álvarez cuando los dos policías ingresaron a su oficina.
– Con los días uno pierde la sensibilidad al olor jefe – dijo Morgan.
– Bueno, qué hay respecto a la chica Salas.
– Nada todavía – contestó Vásquez – los padres no tienen la menor idea de quien pueda ser y las amigas tampoco, no sabían de algún pretendiente o enamorado. Entrevistamos a los “ex” y de los tres últimos, uno está en Estados Unidos, otro trabajando en el interior y al tercero ya no le gustan las mujeres. Estudia arte dramático y hace más de cuatro años que no forma parte del círculo social de la chica.
– Demonios – dijo Álvarez – si no son los ex enamorados, son los amigos cercanos o los parientes. Los parientes por dinero, los amigos por celos o envidia. ¿Qué hay del patrimonio de la familia?
– No hay deudas – señaló Morgan – revisé las cuentas. Tienen algunos créditos, todos al día, la mayoría tarjetas de crédito. Los ingresos de la familia no son problema. Ella era hija única, así que tampoco habían conflictos sucesorios. Con su muerte no se beneficia particularmente nadie. No habían seguros tampoco.
– “Conflictos sucesorios” – remedó Álvarez divertido – ¿De dónde sacas esas frasecitas?
– Será de tanto juntarme con Vásquez, señor – contestó Morgan entre risas.
– ¡Ya! ¡Ya!, bueno, nos quedan los amigos entonces – apuntó Álvarez – ya saben cómo es la cosa.
– Ya sabemos – agregó sonriendo Vásquez – el mejor amigo tarde o temprano suelta la lengua.
– Así es señores. Vayan a darse un baño y entrevisten a ese mejor amigo.
– Amiga señor.
– Lo que sea. Ahora fuera de mi vista.
Morgan y Vásquez se pusieron de pie, cuando se disponían a salir, Álvarez señaló:
– ¡Ah! Vásquez, me olvidaba, lo están llamando en personal, planillas creo, no sé qué problema hay con su “file”.
– Gracias – contestó el agente sin una pizca de alegría ya.

Una vez en los pasillos, Morgan bromeó:
– Oye primo, ¿no será que esa Nelly te está fastidiando por algo?
– Ni idea.
– ¿No le habrás hecho algo, tal vez algún comentario subido de tono?
– ¿Yo? Jamás. Si la mujer es más seria que una colonoscopía.
– Si pues. ¿Qué raro no?
– Un día me voy a cansar y…
– Tranquilo compadre, corre y averigua qué quiere la Nelly.

Quince minutos más tarde regresaba Vásquez con dos cartones en la mano.
– ¿Qué es eso? – preguntó Morgan.
– Se pasan, me endilgaron dos tarjetas de parrillada para el sábado, “pro fondos”, estás cordialmente invitado.
– Yo paso.
– No pasas nada. La compañera de Nelly ha insistido particularmente para que vayas.
– No, no.
– No hay forma primito, tienes que ayudarme, si no, no me voy a poder sacar ese problema de encima. Además, ahora que Gretzel te abandonó, necesitas otro clavo.
– Otro clavo… – gruñó Morgan.

* * *

Por la tarde los agentes volvían a entrevistar a Brenda Stoll. Era una mujer de estatura promedio, delgada, lo que la hacía ver más alta. Tendría unos veinticinco años, aunque por momentos parecía menor. Largo cabello castaño claro y tez blanca, tenía la voz muy suave y serena, vocalizaba con cuidado y no tenía un acento definido. De apariencia muy bien cuidada y trato fino, se sentó de lado en una de las sillas de la sala de interrogatorios. Vásquez con el fin de probar su teoría se dispensó por unos minutos, luego regresó silenciosamente por detrás de ella con un pesado libro y lo dejó caer pesadamente a propósito. Brenda reaccionó saltando de la silla, al tiempo que emitía un gritito breve y se ponía una mano al pecho y luego acomodaba sus lentes de aumento que se habían salido de lugar.
– Disculpe – dijo Vásquez.
– No, está bien – contestó la mujer – discúlpeme a mí, es que esto es tan extraño.
– Entiendo. Bueno, manos a la obra – dijo el agente al tiempo que encendía una video grabadora de mano y la colocaba sobre la mesa – le informo que la entrevista será filmada, necesito su consentimiento señorita Brenda Stoll.
– No hay problema – contestó la muchacha en el preciso momento que ingresaba a la sala el agente Morgan.
– Ya nos ha dicho usted que Daniela era su amiga, que eran cercanas y que al momento de los hechos ella no tenía ninguna relación sentimental. ¿Sabe usted de alguien que quisiera hacerle daño?
– No señor. Ella era muy buena. No se me ocurre que alguien quisiera hacerle algo malo.
– ¿Tenía un carácter fuerte? ¿Conflictivo?
– Carácter fuerte, algunas veces, como cualquiera. Pero conflictiva no creo.
– Trate de hacer memoria – intervino Morgan – ¿alguna charla casual, algún comentario suelto que le pueda hacer pensar que había conocido a alguien recientemente?
– No, lo siento – contestó con tristeza la mujer y agacho la cabeza.
– La otra alternativa – dijo Vásquez tratando de presionar – es que Daniela haya conocido a su agresor esa misma noche y hayan acordado tener sexo, ella se arrepintió en el camino… él no aceptó… se le fue de las manos…
– No lo creería de Daniela, señor. Ella no hacia esas cosas.
– Además por la evidencia que tenemos parece que fue planificado – agregó Morgan – pensamos que tuvo que conocer a la persona antes. No se robaron nada, no dejaron huellas.
– Sí, eso supe – dijo Brenda.
– Usted estuvo esa noche con ella, ¿la vio conversar con alguien?
– No, entramos juntas al bar, conversamos un rato, no bailamos. Yo me fui como a las doce, el humo del cigarro y las luces me hacían lagrimear los ojos. Ella me dijo que se quedaría. Salí y tome un taxi. Al día siguiente me enteré lo que había pasado.
La muchacha se echó a llorar, le dieron un vaso con agua y continuaron con el interrogatorio por una hora más. Casi al final Brenda se quedó pensando unos minutos y le dijo al agente Morgan:
– Me acabo de acordar de algo, tal vez no tenga importancia, pero Daniela me dijo dos días antes de su triste muerte, que no sabía cómo alejarse de una persona.
– ¿Qué persona? – preguntó Morgan.
– No lo sé, no lo dijo.
– Trate de recordar. Literalmente si es posible. ¿Qué le dijo Daniela?
– Dijo: “Brenda, ¿qué harías tú si quisieras alejarte de una persona que te perturba?”
– ¿Y usted qué le respondió? – inquirió Vásquez.
– Lo tomé a la ligera, ahora me arrepiento ¡Jesús! Le dije tan solo que debería alejarse de personas negativas, que el mundo es un lugar feliz. ¡Ay mi Dios! Si le hubiese preguntado quién era esa persona…
– No se torture señorita – apuntó Morgan, usted no podía saber.

* * *

Esa misma tarde, en su departamento, Victoria quemaba en un tacho de basura metálico un par de guantes de látex, los sobrantes de un somnífero y las ampollas de droga que había conseguido algunas semanas atrás. Al final lanzó al fuego las únicas dos cartas que Daniela le había escrito.

* * *

– ¿Qué piensas? – preguntó Vásquez, consciente de que la pregunta era más para sí mismo que para su compañero.
– No se primo – contestó Morgan instintivamente – alguien tiene que haberla visto subiendo al auto con el homicida. Es nuestra única salida. Vizcarra ya revisó su facebook y está tratando de quebrar la clave de su correo electrónico. Y nada. Algunos pretendientes, pero nada serio. Contigo hemos revisado las coartadas y todos estaban en otros lugares esa noche.
– Y en el bar nadie suelta prenda.
– Repasemos, ¿Qué sucedió esa noche?
– Daniela sale de su casa a las siete. Va a la casa de Brenda. Se van juntas al bar Zulú como a las diez treinta. Brenda se retira a las doce. Daniela sale aproximadamente una hora después y la encuentran muerta a las cuatro. El forense dice que la hora del deceso pudo haber sido entre la una y las dos de la mañana.
– El portero dice que vio salir a Brenda sola como a las doce, llorando.
– No estaba llorando, era el lagrimeo por las luces y el humo.
– Supongamos eso, y luego… nada.
– Ok, vamos a ver si alguien vio salir a Brenda a la hora que dice.
– Vamos pues – contestó resignado Morgan.

* * *

El día sábado en la parrillada pro fondos del área de contabilidad, Morgan y Vásquez casi fueron víctimas de un infarto cuando vieron llegar a Nelly. Estaba irreconocible, era la primera vez que la veían con ropa de color. Tenía un juvenil traje naranja, el cabello lacio suelto, bien peinado sujeto con dos discretos ganchos que hacían juego con la ropa. La vieron sonriente y alegre, como nunca la habían visto en la oficina. De un momento a otro se vieron conversando los tres amenamente, luego llegó Aída, la compañera de Nelly que se había puesto un desopilante trajecito blanco de marinero. Se acercó al grupo y saludó a todos, pero especialmente a Morgan. En el preciso momento en que Aída se colgaba del cuello del agente, este le hacía una mueca a Vásquez similar a una amenaza de muerte. Nelly y Vásquez rieron hasta llorar. Aída no entendió nada y Morgan sonreía con un disfuerzo que causaba más risa aún a Vásquez.
– Bueno, creo que la pareja necesita que los dejemos solos – dijo Vásquez burlándose.
– Sí – siguió el juego Nelly – vamos a dar una vuelta. Necesitan conocerse un poco mejor.
Morgan los miró con el ceño fruncido y los labios apretados. Si las miradas mataran, el agente Vásquez y Nelly habrían caído fulminados en ese instante.

Esa misma noche, Victoria, de sensual traje negro pegado al cuerpo conquistaba a un parroquiano en un bar. Se fue en su auto, estacionaron, no hicieron el amor, ella tomó el control absoluto de la situación, fue sexo brutal, salvaje y breve. Al terminar él estaba agitado y jadeante todavía cuando ella se separó de ese cuerpo sudoroso con una expresión de asco en el rostro. Victoria se bajó del auto con la sensación del semen escurriendo por la parte interna de su muslo, tropezó, se dobló el taco de su zapato, el tipo bajó del auto acomodándose la ropa y la quiso ayudar, ella le gritó que se aleje, que la deje en paz. Paró un taxi y se subió. En el asiento trasero lloró de miedo. El taxista le preguntó si quería que la lleve a la comisaría, ella le dijo entre sollozos que no. Que la lleve a su casa. En su cuarto se quitó la ropa y se acostó desnuda en la cama sin parar de llorar, hasta que se quedó dormida.

* * *

Álvarez en su escritorio parecía que estaba a punto de echar humo por las narices. Su labio superior temblaba y su usual peinado engominado estaba desordenado.
– ¡Un mes carajo! ¡Un mes desperdiciado, mierda! ¡Y ustedes par de huevonazos no tienen una puta idea de quién mató a la chica!
– Tranquilo jefe – dijo Morgan, mientras que Vásquez lo miraba de reojo, sin nada que decir. Ellos también sentían que estaban fallando como nunca antes.
– ¡Dos días carajo! ¡Cuarenta y ocho horas! ¡Ni un minuto más y quiero saber algún dato nuevo, si no se van a dirigir el tránsito! ¡ahora salgan de mi oficina!

Vásquez y Morgan caminaron en silencio por el pasillo como si del camino al patíbulo se tratara. Era como si el homicida fuese un fantasma, un ser invisible, pensó Morgan. Un ser invisible. Claro.
– Un ser invisible primo.
– ¿Qué?
– El asesino, es invisible.
– Ya te volviste loco de tanto golpe que te daba esa chica, carajo – dijo Vásquez.
– No, no… ¿Qué es lo invisible? ¡Defínelo! – preguntó Morgan emocionado.
– Lo que no podemos ver.
– O lo que no queremos ver.
– También.
– Estamos buscando un hombre. ¿Y si fuese una mujer? Les hemos preguntado a todos acerca de si Daniela estaba con algún hombre esa noche, pero no si había alguna mujer.
– Es la misma vaina, todos dicen que salió sola del Zulú.
– Invisible. No quería que la vieran, nadie la vio.
– Puede ser… , ¡eres un genio primo! – dijo Vásquez mientras ambos agentes aceleraban el paso hacia su oficina.

* * *

El barman del Zulú lo confirmó. Esa noche luego de que la muchacha delicada que llegó con Daniela se fuese, esta se quedó escuchando el concierto de rock en vivo. El grupo tocó como una hora, tal vez un poco menos. Recordó que en ese momento se acercó a la barra una mujer madura, sexy, como una pantera, vestida de negro, cabello negro también, lacio, con esos cortes al hombro y flequillo recto, como los dibujos japoneses. Intercambió algunas palabras con Daniela, bebió algo en la barra y se fue. Eso era todo.

El portero recordaba claramente haber visto entrar a esta mujer, recordó su personalidad arrolladora, pero no recordaba haberla visto salir a la hora que dijo el barman, pero aceptó el hecho de que pudo haber usado la puerta de escape para salir.

Los agentes fueron al departamento de Brenda Stoll al día siguiente. Una vez instalados en el estar de la vivienda de la tímida muchacha, esta les preguntó si deseaban beber algo. Dijeron que no y Morgan pidió permiso para usar el baño, cuando se retiró, Vásquez levantó la vista y pudo observar una gran cantidad de libros, si bien no era una cantidad enorme, hablaban bien de la muchacha.
– ¿Lee usted? – preguntó el agente.
– Sí, es uno de mis pasatiempos favoritos.
– Qué interesante, bonito hábito.
– Sí, agente – dijo dócilmente Brenda – cuando era adolescente era sumamente tímida y muy flaquita, como nadie me prestaba atención me dediqué a leer y estudiar. Si bien no era de las que intervenían a menudo en clase, siempre sacaba buenas notas. Pero los libros eran mi mundo, vivía con sus personajes, recién estos últimos tres años, desde que empecé a trabajar he empezado a salir un poco, a sociabilizar.
– Me sorprende que me diga que es flaca, perdóneme que se lo diga, no es mi intención faltarle el respeto, pero tiene usted una muy bonita figura. Muchas mujeres de su edad y hasta menores, matarían por tener una silueta como la suya.
– Bueno, era flaquita – replicó Stoll con sus maneras bien compuestas al tiempo que su rostro se ruborizaba – creo que lo sigo siendo, pero los aeróbicos ayudan mucho. Hace tres años que entreno, en el gimnasio de aquí a la vuelta.
– Y volviendo a la lectura señorita ¿qué ha leído últimamente?
– Bronte, Hemingway, Coelho… – contestó en el preciso momento que regresaba Morgan.
– Pero lo que escribe Coelho no es literatura – dijo Vásquez sin poder resistirse y riendo un poco.
– Entonces qué “si es” según usted – dijo Brenda con una determinación y un tono de voz que asustaron a Vásquez y Morgan.
– Discúlpeme, no quise ofenderla – remedió rápidamente Vásquez – lo que sucede es que particularmente no me gusta Coelho.
– Discúlpeme usted también – agregó la muchacha recompuesta – no era mi intención exaltarme. Cada uno tiene sus gustos.
Conversaron brevemente del caso, Brenda señaló que no conocía a nadie con las características que habían descrito el mozo y el portero del bar. Sin embargo la notaron algo incómoda. Vásquez lo atribuyó a su impertinente comentario acerca de Coelho.

Una vez en el auto, Morgan preguntó:
– ¿Qué te parece?
– Raro, sigo pensando que si de verdad esa extraña mujer de negro tuviese algo que ver, igual tendría que haber un hombre para completar el triángulo.
– Sí, tienes razón. Por dinero esta gente no se pelea, lo normal es que se hubiesen enfrentado por un hombre – agregó Morgan.
– Aunque…
– ¿Sí?
– ¿Y si no hay triángulo? Estamos pensando convencionalmente en un caso no convencional. Ya eso nos ha costado un mes de tiempo perdido. ¿Y si la mujer no iba tras un hombre?
– ¿Qué quieres decir?
– Que estaba yendo detrás de Daniela. Su objetivo era la misma Daniela – afirmó contundente Vásquez.
– Incluyamos la hipótesis ¿qué perdemos?
– No perdemos nada.
– Primo… –dijo Morgan luego de una pausa mientras manejaba – ¿hasta cuándo vamos a seguir trasnochando en el Zulú? Yo ya no aguanto más.
– Hasta que le llevemos algo sólido a Álvarez.
– ¡Diablos! Sabía que ibas a decir eso. Oye y ¿qué piensas de esta Brenda?
– No sé primo, no confío en la gente que lee a Coelho.
Ambos rieron.

* * *

Victoria abrió el closet. Escogió uno de los varios vestidos negros que tenía, se perfumó y maquilló con calma. Mientras se ponía las medias recordó a Daniela. La amaba. Era tan inteligente y bonita. Volvió a saborear aquél primer beso que se dieron meses atrás en medio del tumulto de un concierto. Fue prácticamente una casualidad, después se besaban en los baños de mujeres, se tomaban discretamente de la mano, se lanzaban miradas de complicidad. Eran felices con tan pequeñas cosas. ¿Porqué todo tuvo que cambiar? La semana anterior a su muerte, Daniela le había pedido dejar todo eso atrás. Pero ¿por qué? Habían logrado mantenerlo en secreto. Si Daniela le hubiese pedido mantenerlo en secreto para toda su vida, lo hubiese hecho. Hubiese aceptado ser su amante, su confidente, pero ¿por qué terminar? No podía entenderlo. Por eso lo preparó todo. Esperó pacientemente que se vaya esa mosca muerta de Brenda. La muy estúpida sabelotodo, modosita y cucufata. ¡Cómo la odiaba! Cuántas veces había dejado de ver a Daniela porque Brenda ya la había invitado a tomar el té, o a hacer compras. ¡Estúpida! Esa noche entró al bar, Daniela estaba sola, la citó en su auto, esperó que Daniela saliera por la puerta principal, ella por la puerta de escape. ¡Ay Daniela, que inocente fuiste! Fue tan fácil. El café con somnífero, la inyección, apretó sus dedos inertes contra la jeringuilla. Su rostro cambió por unos segundos recordando la sonrisa de Daniela, luego se irguió, ella tenía la culpa. Se lo merecía. Terminó de vestirse. Tomó una cartera y salió rumbo a la noche.

* * *

Morgan se recortaba un poco la barba espesa frente al espejo de la estación de policía, al mismo tiempo que Vásquez daba los últimos a su indumentaria, una horrible camisa brillante de cuello ancho, sobre la que descansaban tres gruesas cadenas de plata con dijes de calaveras y cruces, unos lentes oscuros a lo Héctor Lavoe y una correa de cuero con hebilla de metal con el rostro del Ché Guevara.
– Oye, ¿eres un roquero viejo o un chulo? – se burló Morgan.
– Por lo menos yo si voy bien afeitadito – replicó Vásquez palmeándose el rostro.
–¿Y qué fue de la Nelly? – no me has contado.
– Nada, buenos amigos – contestó distraído Vásquez.
– O sea que ya no más descuentos.
– ¡Ya no más!
– En buena hora, vas a tener que “agradecerle”.
– Si se vuelve a arreglar como el día de la parrillada, le agradezco… le agradezco… – dijo Vásquez - ¿cómo una mujer puede cambiar tanto solo con ropa y maquillaje no?
– ¿Solo las mujeres? – dijo sarcástico señalando el reflejo de ambos en el espejo.
– Tienes razón, mujeres y hombres.
Ambos rieron de buena gana mientras apagaban la luz y salían rumbo al Zulú.

* * *

Una vez en sus respectivas ubicaciones y luego de la misma infructuosa espera, cerca de la media noche Morgan se acercó con un vaso de cuba libre a la esquina de la barra donde estaba sentado Vásquez.
– Aquí tiene señor.
– Gracias mozo – dijo su colega mientras le guiñaba el ojo. Cuando Morgan empezaba a retirarse, Vásquez lo llamó nuevamente.
– ¡Mozo! ¡Un cenicero por favor!
Morgan sabía que esa era la contraseña, volteó discretamente y pudo ver a sus espaldas avanzando hacia su ubicación a una mujer que por un instante le recordó a Gretzel, cuando la tuvo más cerca notó que tenía algo familiar, pero no pudo descubrir qué. Era de estatura mediana, delgada, los tacos aguja la hacían ver más alta, de formas proporcionadas, esbelta, ágil, los labios pintados de rojo intenso perfecto y el cabello negro azabache, perfectamente lacio y con el flequillo recto. Desde que se acercó a la barra pudo notar la intensidad de su perturbadora personalidad.
– Un Manhattan por favor – ordenó.
– Claro – contestó Morgan al tiempo que le ponía una servilleta al frente, de pronto la mujer lo miró a los ojos y le sostuvo la mirada por algunos segundos, luego volteó dándole la espalda.
Morgan le hizo un gesto a Vásquez y este le contestó con otro juntando los cuatro dedos de su mano con el pulgar varias veces, sugiriéndole que le hable. Morgan negaba discretamente con la cabeza. Sirvió el Manhattan, luego tomó un cenicero y una servilleta, anotó unos pedidos y se acercó al lugar de Vásquez. Este tomó el cenicero, en la servilleta pudo leer “No va a hablar conmigo, me dio la espalda, intenta tú.”

Vásquez se sintió ridículo con su look setentero ¿cómo podría llamar siquiera la atención de una mujer fatal como la sospechosa? Se hizo de valor, tomó un poco de su cuba libre que ya estaba caliente y se acercó.
– Buenas noches – dijo.
– Buenas noches – contestó educadamente la mujer.
– ¿Puedo acompañarla? – dijo Vásquez.
– Claro – contestó ella – permítame que voy al tocador.
– La espero –dijo cortés el agente.
La mujer se alejó cimbreando las caderas y Vásquez con la mano en el bolsillo y su trago en la otra tuvo la curiosa imagen de ser un extra de una película del tipo de cara cortada, esa muchacha, pensó, que guapa. De pronto se percató de su estupidez, la diabla había caminado rumbo a la puerta de escape, el baño quedaba al otro lado.
– ¡Morgan! – gritó al tiempo que desenfundaba su arma.
Morgan saltó la barra y corrió hacia la salida del frente, Vásquez fue hacia el escape. Una vez en la calle, vio a lo lejos unas luces rojas desaparecer, el frenazo del auto de Morgan lo hizo reaccionar, subió y empezó la persecución. Varias cuadras más adelante divisaron un sedán oscuro, Morgan pisó el acelerador y Vásquez se puso el cinturón. Cerca al malecón la pista se hizo más estrecha, la mujer no podría controlar bien el auto a causa de los baches, Morgan le pisaba los talones, de pronto la mujer hizo una maniobra tratando de girar en U y el auto salió despedido despedazando el muro de contención. Morgan frenó y ambos agentes corrieron hacia el auto volcado. Al acercarse divisaron a la muchacha ensangrentada. Se acercaron con cuidado, al iluminarla con la linterna le preguntaron si estaba bien. La mujer estaba presionada contra el volante pero consciente. Vásquez se acercó para verificar que no estuviese armada mientras Morgan llamaba una ambulancia.
– Tranquila señorita – dijo Vásquez tomándole la mano – no se mueva, ya viene una ambulancia.
– ¿Qué hago aquí? – preguntó desorientada la muchacha.
– Cálmese, está usted en estado de shock, acaba de sufrir un accidente – replicó el agente con voz paternal.
– ¿Agente Vásquez? – dijo la muchacha – ¿Qué hago aquí, que hace usted aquí, dónde estoy?
Vásquez soltó la mano de la muchacha instintivamente, luego se acercó de nuevo y le iluminó el rostro. A un lado yacía una peluca negra.
– ¿Brenda? ¿Brenda Stoll?

* * *

Dos semanas después, un sábado por la tarde, en las mesas del centro comercial, Vásquez y Morgan, este último bien afeitado, esperaban por sus respectivos helados.
– ¿Y qué fue de la loquita primo? – preguntó Morgan.
– Nada, a un centro de salud mental. Ni siquiera la procesaron. Trastorno de identidad disociativo. Doble personalidad en otras palabras.
– Que trágico – lamentó Morgan.
– Sí. Fui a las audiencias en las que se determinó su estado. En esos casos una personalidad considera a la otra como un sujeto distinto. Cuando el disparador se activa, la personalidad protectora sale a flote. Es como un interruptor, cada personalidad cree sufrir episodios de amnesia, una no sabe las cosas que la otra hace. Normalmente son personas que han sufrido graves traumas en la infancia o temprana adolescencia.
– Increíble. Lo bueno es que Álvarez está contento, tú estás contento yo puedo dormir y estoy afeitado.
– ¿No estás contento?
– No seas pendejo. Hoy no. Esta es la última vez que te apoyo
– Gracias primo, no sabes cuánto te lo agradezco - dijo Vásquez al momento que aparecían Nelly y Aída para la cita doble que habían planeado. Nelly perfectamente arreglada para la ocasión y Aída con unas mallas negras y una blusa que le llegaba a las rodillas.
– ¿Ochentas? – dijo Morgan con sorna.
– Sí, se quedó en los ochentas – rió Vásquez mientras caminaba al encuentro de Nelly y su compañero meneaba la cabeza.

4 comentarios:

  1. Qué super cuento Miguel! Divertido y muy bien escrito. Te felicito, tienes el talento de llevar al lector a donde quieres. Te mando un gran abrazo :)

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  2. jajajaja muy bueno Miguel! gran trabajo de los detectives! inesperado final muy bien manejado, buena trama, eres un exito, felicidades

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  3. Gracias Gretha, muy amable, muchas gracias por los halagos. Un beso grandote y gracias por seguir el blog.

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  4. Gracias Claudio!! Es siempre un verdader placer recibir tus comentarios, gracias por el apoyo y los ánimos. Un fuerte abrazooo!!!!

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