sábado, 2 de febrero de 2013

EL ENCUENTRO (Cuento)

– ¿Aló Mary?
– Sí, ¿Quién habla?
– ¡Rafael! – Cuando Mary escuchó ese nombre y lo conectó con la voz al teléfono todos los recuerdos en tropel se arremolinaron en su mente, se le erizó la piel y le faltó la respiración. Luego de unos segundos de silencio donde quería decir todas las palabras y ninguna salió de sus labios, se compuso, carraspeó y trató de aparentar una calmada sorpresa:
– ¡Hola Rafael! Qué bueno saber de ti luego de tantos años.
– Hola linda, estoy en la ciudad. Vine por unos asuntos de trabajo. ¿Te parece si nos tomamos un café?
– Claro… – dijo Mary nerviosa, se arrepintió, debió haber dicho otra cosa, que tenía que ver si tenía tiempo, que ese día no, que tal vez mañana, algo para no demostrar su ansiedad, quiso decir que tal vez no podría, pero sus labios le jugaron una mala pasada – ¿a las nueve te parece bien?
– Me parece bien – contestó Rafael y fijaron el punto de encuentro en uno de los nuevos cafés que la vorágine de la modernidad había traído a la ciudad. Se despidieron, Mary lo hizo por cierto con mal disimulado afecto formal, y colgaron.

Con el celular en la mano Mary se llevó los dedos a la boca, iba a morder una uña y recordó que hacía años ya había abandonado esa costumbre. Dejó el aparato sobre el escritorio y se frotó las manos con fruición, se tomó de las sienes, el rostro, se levantó de su asiento, caminó hasta la puerta de su oficina, negó con la cabeza y regresó a su lugar, cuando estuvo a punto de sentarse volvió a dirigirse a la puerta con la mano en la frente, luego regresó y se quedó de pie frente al computador, miró la pantalla del celular como si en ese cuadrado de colores pudiera ver la imagen todavía de Rafael hablándole. Habían pasado diez años y todavía le temblaba el cuerpo al oír su voz. Siempre había pensado que luego de terminada la universidad, madre soltera por azares de la vida y profesional por su propio esfuerzo y dedicación, con una jefatura a sus espaldas ya nada podía sorprenderla, sin embargo ahora sus tobillos no podían soportar el peso de su ligero cuerpo, se derrumbó sobre el sillón y se abandonó a los recuerdos.

* * *

Mary tenía diecisiete, era el tercer día de su segundo semestre de derecho. Estaba emocionada porque recién ahora estaban haciendo los cursos de la carrera, esa mañana se había levantado temprano como siempre, tal vez no era la más estudiosa de su promoción pero sí era responsable y ordenada. Estaba sentada en la fría carpeta de fórmica y fierro cuando entró Rafael, ese primer momento no produjo ninguna sensación en ella, él no era un sujeto de aquellos que llaman la atención con su aspecto, fuera de su corrección en el vestir no había nada en particular que pudiera considerarse espectacular o cuando menos fuera de lo común.

Lo que pasó con Mary sucedió ese primer día. El hombre aquel, de edad indescifrable, que parecía joven, imprecisamente cerca sus treinta, pero que hablaba de situaciones, lugares y hechos como su hubiese vivido cien años, con un extraño brillo en los ojos, con una envidiable certeza en sus afirmaciones, terminó por llamar su atención.

Con el tiempo su admiración crecía más y más, esperaba con ansias el día en que llegaran sus clases, él se mostraba seguro en sus conceptos e ideas, incluso cuando se equivocaba, reconocía su error de una manera tan elegante y oportuna que terminaba pareciendo que nunca se había equivocado.

A veces Mary iba con sus compañeras, nunca sola, a preguntarle cualquier cosa antes de que suba a su carro solo por el placer de verlo de cerca, de percibir el rastro de su perfume. Un día de esos, su compañera Janet haciendo gala de su frescura le pidió su correo, él lo anotó en un papel y mientras escribía Mary lo memorizó, pero nunca se atrevió a escribirle. Semanas después recibió un mensaje de Janet acerca de un trabajo y en la lista estaba el correo de Rafael, con los dedos temblorosos le escribió un correo pidiendo cualquier precisión, ese fue el inicio, poco tiempo después se comunicaban a menudo por correo electrónico pero sin mayor profundidad, para saber cómo iban las clases de ella, el trabajo de él o el clima.

Un día de la nada, casi al fin del semestre, correos iban y venían y él le contó que la había visto en otro lugar, mucho tiempo antes de verla en la universidad. Ella se quedó helada cuando lo leyó, preguntó ¿cuándo la había visto antes? ¿Dónde…? Él le contestó que cerca de una céntrica cafetería, dos años antes, que le había llamado la atención y que nunca olvidó su rostro, ella rió, efectivamente su madre tenía un negocio cerca de ese lugar. Le preguntó, escribiendo muy nerviosa en el teclado, que qué le había parecido y él contestó el mensaje con una sola palabra: “linda”. Ella casi se muere, no contestó el correo y no encendió la computadora todo el fin de semana. Cada vez que recordaba esa palabra le latía el corazón a toda prisa y se sentía desfallecer. Se sentía una idiota, una adolescente idiota enamorada de su profesor, se reía nerviosa y sacudía la cabeza.

En los últimos días de clase, terminados los exámenes, Rafael le envió un mensaje, la invitaba a dar un paseo. Ella aceptó. A las siete de la noche él pasó cerca de la universidad en su camioneta, ella estaba esperando en la esquina, se subió, dieron muchas vueltas mientras conversaban de todo un poco, por primera vez. Ella nerviosísima como siempre y él seguro, como siempre también.  Cerca de las nueve de la noche ella le pidió para que la lleve cerca de su casa, él sonrió y accedió recordándole que lo había pasado muy bien en su compañía. Cuando estuvieron cerca de la casa, él estiró la mano hacia el asiento de atrás y tomó una caja larga de cartón blanco, Mary se asustó, no comprendió lo que pasaba hasta que tuvo entre sus manos y sobre su regazo la caja de florería adornada con una cinta y conteniendo en su interior un hermoso tulipán. Miró a Rafael a los ojos, dijo gracias con la voz quebrada y temblorosa y se bajó corriendo de la camioneta sin mirar atrás ni despedirse mientras las lágrimas de emoción corrían por sus mejillas y sentía que desfallecían sus piernas.

No volvió a ver a Rafael nunca más a pesar de sus correos.

* * *

Esa noche Mary se probó casi toda su ropa antes de poder decidirse, quería verse bien, reflejar que estaba bien, quería  demostrar que ya no era una chiquilla asustada sino una mujer profesional, madura, segura de sí misma.

A las nueve en punto Mary entró al café, Rafael estaba en una mesa redonda, con impecable terno y corbata negros, tomando un café expreso, Mary no pudo evitar recordar el rumor que en broma corría en la universidad: “El profesor Rafael ha hecho un pacto con el diablo”, en efecto le pareció que se veía más joven todavía que diez años atrás. Según sus cálculos debería tener poco más de cuarenta y difícilmente los aparentaba, se le veía saludable, sonriente, la madurez le asentaba como al buen vino, nuevamente sus piernas temblaron.

Se acercó y él se puso de pie caballeroso, se saludaron con un beso y un abrazo breve, ella se dio cuenta de inmediato que el perfume ya no era el mismo, era una fragancia distinta, intensa, un sutil aroma dulzón de naranja, era demasiado, su mente estaba a punto de nublarse, Rafael le preguntó si quería tomar un café o ir a otro lugar, ella sin pensar repitió la última parte de la frase y recién cayó en cuenta que había pedido ir a otro lugar. Rafael pagó y salieron, caminaron por la calle iluminada todavía con gente. Ella se sentía feliz, cuántas veces había soñado caminar con él por las calles, justo así, ella de vestido, él de traje, miraba de reojo y sabía que hacían una bonita pareja. Llegaron a un bar, subieron las escaleras, se sentaron un punto donde podían ver las luces de la ciudad. Pidieron un trago y hablaron de lo que habían hecho últimamente, sobre todo;  Rafael le preguntó acerca de su trabajo y ella orgullosa le contó cada detalle, él sonreía complacido, le dijo que siempre estuvo seguro de que llegaría lejos. Luego él le contó algunas cosas, siempre con esa manía de guardarse detalles, de no contar todo, de dejar secretos, de lanzar cabos sueltos al aire dejando algunas historias inconclusas, Mary no sabía si lo hacía adrede o era su forma de ser, esa forma tan misteriosa e interesante, mientras lo veía hablar en algún punto perdió el hilo de la conversación, ahora solo podía ver sus ojos brillantes y sus labios en movimiento, ya no entendía lo que decía, le importó un pepino la gente en el bar, el mundo, como embriagada por alguna exótica sustancia, pudo ver su propia mano deslizándose debajo de la corbata de Rafael, buscando el botón de su camisa, queriendo sentir  el calor de su pecho, buscó sus labios y lo calló con un beso, sintió su aroma, no el del perfume, sino ese que tantas noches se imaginó en la soledad de su cama, los labios carnosos, su respiración agitada, sabía que era una locura pero se dejaba llevar, se subió sobre él buscando su cuerpo, arrancando los botones de la camisa, amasando su cabello, halándolo para no dejarlo escapar nunca más…
– ¿Me estás prestando atención? – dijo Rafael, sacándola del delirio.
– Perdóname – replicó Mary con rubor en las mejillas – me quedé pensando en algunas cosas.
– ¿Qué cosas?
– Tonterías
– Dime – insistió Rafael
– Vas a pensar que son tonterías, cosas de una chica cursi.
– Anda dime, prometo no pensar nada de lo que dices.
– ¿Te acuerdas del tulipán que me regalaste? – preguntó.
– Claro – dijo Rafael – luego de esa vez no te volví a ver, ¿qué paso con él?
– Hasta ahora lo tengo – confesó Mary – lo dejé secar y tengo cada hoja, cada ramita, por tu culpa casi dejo la universidad, me enamoré Rafael, me enamoré como una tonta. No quería que me vieras la cara, me moría de vergüenza, he estado enamorada de ti todos estos años, sigo enamorada de ti...

Rafael le tomó la mano mientras Mary lloraba en silencio, tomó un sorbo de licor y se recompuso… pidió perdón por el exabrupto, cambiaron de tema. Luego de un rato Rafael carraspeó y le dijo:
– Si solo me hubieses esperado…
– ¿A qué te refieres?
–  Hace unos cinco años, cuando me divorcié te envié un correo, para contártelo, ¿recuerdas? Tú me contestaste que habías vuelto con el papá de tu hija. Se me rompió el corazón, ese era nuestro momento Mary.
– No lo era Rafael – y empezó a llorar de nuevo – y nunca volví con el papá de mi hija. ¡Te mentí!
– ¿Pero por qué? ¡Acabas de decirme que estabas enamorada de mí! ¡No entiendo!
– No era nuestro momento Rafael, cuando me contaste de tu divorcio no quise ser la mujer con la que mataras tu soledad. Tú no te divorciaste por mí, te divorciaste por ti, eso lo tengo claro. No quiero ser alguien en tu vida. Siempre quise ser lo más importante en tu vida y si no tengo eso prefiero ser un bonito recuerdo, porque… ¿Soy un bonito recuerdo verdad?
– Lo eres Mary – respondió Rafael con tristeza.

Continuaron con la conversación, rieron, recordaron a gente que conocieron ambos en la universidad, se pusieron al día. Al terminar, bajaron las escaleras abrazados, como si fuesen enamorados de toda la vida, es más, como una pareja de felices casados. En la fría noche de media semana de una ciudad colonial, sobre la calle empedrada de granito, Mary esperaba de corazón que Rafael se la lleve con él a pasar la noche, estaba lista para amanecer en sus brazos. Pararon un taxi, subieron, abrazados y en silencio, en el asiento de atrás vieron pasar las avenidas, las luces de la ciudad, Mary fue reconociendo las calles, su barrio, su casa. Se bajó del taxi, abrió la puerta y bajo el umbral se quedó mirando cómo el taxi en el que viajaba Rafael se alejaba hasta convertirse en un par de luces rojas, perdiéndose lejos en la oscuridad, tal vez para siempre.

2 comentarios:

  1. Hola Miguel, este cuento tuyo me ha jugado una mala pasada jaja. El primer párrafo solo me recordó algo que me pasó hace un par de meses. Escuchar de nuevo esa voz de alguien que fue especial y que tienes años de no saber de él, y buuuu quedarme cortada por completo, un momento raro. A medida leía la imagen del profesor que se me vino a la mente eras tu. Me gustó mucho el cuento, aunque yo no habría dejado pasar la oportunidad de pasar la noche con él, pero en fin solo los personajes saben que pasó en el taxi. Besos.

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    1. Arely! Creo que en el taxi no se dijeron nada, por lo menos eso quiero creer yo, pero puede que me equivoque. Gracias por seguirme y por leer y comentar el blog. Se le quiere mucho. Saludos!

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