sábado, 5 de febrero de 2011

UN TIPO CUALQUIERA (Cuento)

A pesar de tener la extraña sensación de que no debía salir esa noche, se paró frente a su closet y seleccionó tres conjuntos, los colocó sobre la cama y se dedicó a la difícil tarea de escoger el más apropiado. No quería parecer muy atrevida pero tampoco dejar de ser sexy, así que finalmente se decidió por el top de seda plateada que dejaba la espalda descubierta pero sin escote delantero, unos finos pantalones negros alicrados de bota ancha que se acomodaban bien a su figura y se duchó. Minutos después y luego de secar su cuerpo, alisó con cuidado su cabello nigérrimo que recientemente había cortado la altura del mentón y lo peinó. Mientras se maquillaba, notó que a la fuerte luz del tocador, sus ojos negros parecían tener un brillo extraño, hizo un gesto en el aire de fastidio con su mano derecha y continuó. Cuando estaba por terminar el sonido del teléfono la sobresaltó, dejó a un lado el maquillaje y contestó, habló por algunos minutos con Paula, su buena amiga de siempre y confirmó que saldría a bailar, se encontrarían a las diez en la puerta del estacionamiento de la discoteca.

A las nueve de la noche ya maquillada se vistió, pasó lentamente loción por toda su piel y abrió la gaveta de la ropa interior, se puso una muy breve tanga de color negro y un sujetador del mismo color, luego vistió el conjunto que había escogido pero cuando se miró al espejo se dio cuenta que las tiras del sujetador cruzando por su espalda se veían mal, buscó en los cajones las tiras de silicona transparente que solía usar con ese top y no las encontró, miró el reloj de la mesa de noche y se iba haciendo tarde, tenía que decidir entre usar otra prenda o deshacerse del brasier, dudó unos segundos y optó por lo segundo. Se quitó el sujetador negro, apagó las luces del departamento y salió.

Caminó algunos metros hasta la cochera, allí además de su auto estaban el deportivo de papá y la camioneta de su madrastra, ambos estaban de viaje en España y como siempre la habían dejado a cargo de la enorme casa, ella por su parte y desde que su papá se volvió a casar decidió hacer suyo el departamento de huéspedes, era totalmente independiente de la casa y le permitía mantener una necesaria privacidad además de evitar el contacto con la mujer de su padre. Encendió el auto y antes de salir por el portón descendió y se aseguró de que la puerta de la casa principal estuviese bien cerrada y las luces exteriores encendidas.

Llegó atrasada, Paula ya la estaba esperando en el estacionamiento, rápidamente cuadró el auto y dejó la llave con el encargado del parqueo. Una vez que intercambiaron los saludos de siempre caminaron juntas hacia la discoteca, en la entrada un hombre sumamente atractivo se quedó mirándolas y Paula le sonrió, nerviosa por el coqueteo, no atinó a encontrar su tarjeta de crédito y él ofreció amablemente pagarles la entrada pero Cecilia se negó y pagó de prisa ambos tickets en efectivo. Una vez en el interior, Paula le increpó:
– ¿Por qué no dejaste que nos pague la entrada? ¡Estaba lindo el tipo!
– No empieces Paula – respondió Cecilia indignada – ya sabes que no me gusta que te pongas a coquetear con el primero que pasa y además me metas en tus cosas.
– ¡Cecilia! No era un tipo cualquiera, estaba buenísimo… ¡Ay, pareces una monja! ¿qué podría pasar? – replicó Paula.
– Nada, pero mejor no tentar al diablo…

Paula, acostumbrada a las excentricidades de su amiga, negó con la cabeza mientras reía alegremente y la tomó de la mano conduciéndola a la pista de baile donde empezaron a bailar mirando al espejo y mezclándose con la gente.

Luego de una hora de continuo baile, ambas fueron a la barra a refrescarse, Paula pidió una cerveza y Cecilia sólo agua. Se encontraron con algunos amigos de la universidad, conversaron animadamente y a los gritos con ellos durante un buen rato, luego Paula se disculpó y se dirigió al baño. Cuando Cecilia giró la cabeza para ver si se encontraba con alguien más, se topó cara a cara con el desconocido del ingreso. Sonrió nerviosa y agachó la cabeza, el hombre sonrió amablemente con una impecable y blanquísima dentadura que se hacía más evidente en el marco de su piel bronceada.

– Hola – le dijo, Cecilia no contestó, el hombre insistió – no te había visto antes por aquí.
– Qué raro, porque siempre vengo – contestó algo incómoda – más bien yo nunca te he visto a ti por aquí.
– Será que no he tenido la suerte de coincidir contigo – apuntó con seguridad el hombre.
– Lo siento – replicó Cecilia – he venido con una amiga y debe estar buscándome.

Se levantó de la barra, tomó su botella de agua y caminó rumbo al baño, en el trayecto se encontró con Paula y estalló en una risa nerviosa, Paula se quedó mirándola y Cecilia le explicó que se había encontrado con el hombre del ingreso, ambas rieron y lo miraron a escondidas desde su ubicación. El sujeto estaba todavía sentado en la barra, bebía Whisky con hielo y a pesar de su buen estado físico se notaba algo mayor, debía pasar los treinta y cinco.

– Es un tío – dijo Cecilia.
– Pero está regio – replicó pícaramente Paula.

Cecilia la miró con falso rencor, Paula contestó con un guiño y se fueron a la pista de baile. Bailaron nuevamente hasta que Cecilia se percató de que el hombre caminaba entre la gente y muy cerca de ellas, golpeó con el codo a Paula y lo señaló con un movimiento poco discreto de cabeza. Paula sonrió con maldad y se acercó al hombre, empezaron a bailar. Cecilia se molestó, estuvo a punto de irse, pero no podía dejar sola a su amiga a merced de ese desconocido. Luego de unos minutos Paula se acercó prácticamente arrastrando al hombre de la mano y emocionada le gritó en medio del bullicio de la música:

– ¡Ceci, te presento a Mario! ¡Mario, ella es Ceci!
– ¡Hola Ceci! – gritó Mario.

Cecilia hizo un movimiento con la cabeza, esbozó una sonrisa forzada y siguió bailando, pero Paula le hizo una seña para que los acompañe y los tres se dirigieron a la barra. Una vez allí Mario pidió una botella de whisky y hielo. Las dos muchachas se miraron y rieron, Paula atrevida tomó un vaso, colocó tres hielos y cuando iba a tomar la botella Mario se anticipó y le sirvió, rieron nuevamente. Conversaron y entraron rápidamente en confianza, dijo ser un alto ejecutivo dedicado a la minería, se encontraba de paso por la ciudad, Paula en medio de la conversación y saliéndose del tema le preguntó sin tapujos acerca de la marca en su dedo anular y él contestó sereno que se acababa de divorciar. Extrajo su cartera y mostró la foto de una niña de rulos castaños, les dijo que era su hija, luego hábilmente cambió de tema y ellas le contaron acerca de sus experiencias en la universidad, sus sueños y metas. Cecilia no estaba muy acostumbrada al whisky dado que en las reuniones familiares se solía beber el vino producido en las viñas de su padre, sin embargo no era ajena a su consumo. Luego de la mitad de la primera botella se percató que Paula estaba bebiendo más de lo debido, con la euforia producto del alcohol se encontraba enfrascada en una intensa conversación con su interlocutor mientras ella los escuchaba aparentando atención. Mientras fingía oírlos, evocó la imagen de la foto en la billetera de Mario, le pareció irreal, le recordó las fotos que vienen puestas en los porta retratos baratos. Definitivamente el tipo tenía algo raro, era demasiado perfecto y excesivamente educado y amable. Paula volteó y brindó con ella obligándola a un trago más, Cecilia bebió un sorbo largo y sintió un ligero vacío. Miró con dificultad su reloj y vio que ya eran las tres de la madrugada. Tocó el hombro de Paula y le dijo que era hora de irse. No se había dado cuenta cuán ebria estaba Paula hasta que esta le contestó con voz pastosa:

– Yo me voy con Mario.
– De ninguna manera – dijo rotundamente Cecilia – ¿Cómo se te ocurre? Lo acabas de conocer, no sabes nada de él.
– Es que me gusta – dijo Paula con dificultad, acercando su rostro al cuello de Cecilia con la clara intención de decirlo en secreto pero sin conseguirlo.
– ¡Carajo, te está escuchando! – le increpó Cecilia, mientras la jalaba del brazo y se despedía con una mano de Mario de la forma más amable posible.

Mario se puso de pie, pero la camarera de la barra le reclamó la cuenta, se detuvo a pagar y Cecilia aprovechó para llevarse a Paula que caminaba con dificultad y profería incoherencias. Al llegar a las escaleras Cecilia se dio cuenta que ella también se había sobrepasado, las bajaron a tropezones y riendo a carcajadas mientras se acomodaban la ropa que una a otra se jaloneaban en el intento de ayudarse mutuamente a mantenerse en pie. Una vez en la calle miraron hacia la cochera que estaba a unos cinco metros de la puerta de la discoteca y se encontraron con una veintena de motos de la policía que obstruían el paso, conos de seguridad y un enorme operativo de pruebas de alcoholemia. Cecilia miró a la puerta de la discoteca y rápidamente levantó la mano llamando un taxi, pero antes de que pudiese darse cuenta Mario ya estaba detrás de ella. Sintió miedo, Paula estaba totalmente alcoholizada y no respondía. Mario se ofreció cortésmente a llevarlas.

– No, gracias – dijo Cecilia amablemente – nos vamos en taxi, además tú también has bebido y la policía está haciendo un operativo.
– No es molestia – replicó Mario – mi auto está a la vuelta, yo las llevo.
– ¡No! – insistió Cecilia.
– ¡Vamos ahora! – sentenció Mario con una firmeza que asustó incluso a Paula que hace rato había perdido la noción del ridículo y se desarticulaba en medio de una borrachera de la cual su único punto de apoyo era el brazo de su amiga. Cecilia sintió la mano del hombre tomándola del brazo y sin saber porqué se dejó arrastrar por la calle, hasta que recordó a los policías y pensó en gritar, pero sin saber porqué, tal vez por miedo a la reacción de Mario o por vergüenza, no lo hizo.
– Por aquí – señaló Mario, cuando llegaron al portón de la cochera de un conocido y caro hotel de la ciudad. Entraron al ascensor del estacionamiento, Cecilia se sentía indefensa, Paula estaba prácticamente dormida en pie y la presión de la mano de Mario sobre su brazo aún persistía, intimidándola. Se arrepintió de no haber pedido auxilio a la policía.

Una vez que el ascensor se detuvo, Mario condujo a las muchachas hasta su auto, un moderno Audi plateado, Cecilia se preguntó si no sería robado. Una vez que estuvo frente a la puerta del copiloto abierta entró en pánico.
– Yo me voy en taxi – reiteró.
– Sube, es tarde – respondió Mario del otro lado, apoyando sus manos en el techo del auto.
– Voy a subir a tomar un taxi – insistió Cecilia, pero para cuando terminó de decirlo, Paula en medio de su borrachera ya se había subido al asiento trasero y apoyaba su cabeza sin control sobre el respaldo.
– Sube – dijo Mario con lentitud, su voz calma y casi amenazante.

Cecilia al ver a su amiga, subió en silencio. Mario encendió el auto y salieron, una vez en la calle notó que evitó pasar por la vía donde estaba la discoteca y también los policías. Miró a su costado y notó que las seguros se habían activado automáticamente, pero incluso no siendo así no podría escapar y dejar a Paula a merced de ese hombre.

– Te llevo a ti primero – informó Mario – dime donde vives y luego llevo a tu amiga.
– Llevemos a Paula primero – rebatió rápidamente Cecilia, calculó que ella todavía estaba algo ecuánime y tenía mayores posibilidades de defenderse que su amiga.

Efectivamente llevaron a Paula y la dejaron en su departamento, cerca a la playa. Cecilia abrió la ventana y empezaba a sentirse mejor con la brisa del mar golpeando su rostro. Sin pensarlo mucho le había indicado su dirección a Mario y ahora iban rumbo a su casa. Mario trataba de conversar, pero ella contestaba con monosílabos, distante.

Cuando llegaron a la casa de Cecilia, Mario bajó rápidamente y le abrió la puerta, Cecilia bajó y sonrió aliviada, él miró la enorme casa y exclamó:

– ¡Vaya mansión!
– No es lo que te imaginas, yo vivo en el departamento que está quinientos metros atrás de la casa – apenas terminó la frase se arrepintió de haberla dicho.
– Entonces no te puedo dejar aquí – señaló Mario – no puedes caminar hasta allá en el estado que estás. Te prometo que te dejo en tu departamento, regreso hasta aquí y cierro el portón antes de irme.
– Está bien – dijo Cecilia dudando – pero tiene que ser rápido, el portón tiene clave electrónica y solo se quedará cinco minutos abierto antes de cerrarse solo.

Subieron ambos al auto y una vez frente al portón, Cecilia se estiró sobre Mario para digitar la clave en el panel de seguridad, percibió el aroma masculino de su perfume caro y regresó a su sitio mientras el portón se abría. Una vez adentro, manejó lentamente rumbo al departamento y Cecilia perdió la calma:
– ¡Te dije que el portón cierra en cinco minutos!
– No te preocupes – contestó Mario secamente, tenemos tiempo.

Cecilia, apoyó su cabeza en el respaldo y se preparó para correr una vez que el auto se detuviera. Cuando Mario frenó Cecilia trató de abrir la puerta, pero el seguro estaba activado. Volteó y vio a Mario acercándose a ella con una mirada maligna, lujuriosa. Mario miró ligeramente su reloj y dijo:

– Creo que el portón ya se ha cerrado pequeña Ceci.

Cecilia trató de abrir la puerta nerviosamente, buscando el seguro pero no lo logró. Mario le pidió que se calme, no había nada que temer. Cecilia respiró y le suplicó:

– Déjame bajar por favor.

Mario presionó un botón del panel en el timón y el seguro se desactivó, Cecilia abrió la puerta pero no se bajó, se mantuvo en un extraño silencio por unos segundos, volteó y dijo con mucha calma:

– El portón está cerrado, ¿Quieres subir a tomar un café?

Mario sorprendido dijo que sí, pensando que finalmente su noche se había arreglado, sería una buena compensación, ya que había perdido la oportunidad con Paula, a pesar de haberla tenido casi en sus manos.

Subieron lentamente, Cecilia abrió la puerta y antes de prender la luz, volteó y pasó rápidamente sus manos por la cintura de Mario, al mismo tiempo que le estampaba un beso en la boca, Mario demoró algunos segundos en reaccionar y devolvió el beso. Se besaron largamente y Cecilia empujó su lengua dentro de la boca de Mario, restregando el cuerpo con fruición sobre el de él. De prisa y en medio de jadeos Cecilia le quitó la chaqueta sin dejar de besarlo, en medio de la penumbra y a tropezones llegaron a la sala, Cecilia se dejó caer sobre un pequeño sofá y levantando los brazos por detrás de su cuello soltó el nudo que sostenía el top, dejándolo caer y mostrando sus senos perfectos, Mario se desabotonaba apresurado la camisa y Cecilia sin inhibiciones le desabrochó la correa y la retiró lanzándola a un lado, él se abalanzó sobre su cuerpo semidesnudo y besó sus pezones oscuros mientras lamía sus senos turgentes y torpemente trataba de despojarla de su pantalón. Cecilia dueña de sí, lo empujó con ambas manos y se puso de pie mientras él quedaba ridículo con medio cuerpo sobre el sofá y el resto sobre la alfombra. Rápidamente se recompuso mientras Cecilia sensualmente se daba la vuelta y sin doblar las rodillas, se bajaba el pantalón y la minúscula tanga negra que tenia debajo, dejando expuesta toda su intimidad. Mario se volvía loco de deseo y cuando quiso incorporarse Cecilia se lo impidió y, abriendo las piernas, rápidamente se sentó sobre él, frente a frente. Pudo sentir su sexo duro y palpitante debajo del pantalón, con destreza abrió el cierre para liberarlo y lo sintió caliente y lubricado, lo recorrió con ambas manos antes de dirigirlo a su interior y se dejó caer sobre él. Mario extasiado del placer y por el efecto del alcohol jadeaba incesantemente, ella movía sus caderas en círculos cada vez más rápido. Mario no pudo resistir más y se dejó llevar en interminables espasmos que lo dejaron exhausto, abrazó a la muchacha y quiso besarla. Cecilia lo rechazó con un gesto poco amable y le preguntó si deseaba tomar un vaso de agua. El asintió y ella se levantó, sin limpiarse caminó desnuda hacia la cocina y encendió la luz. En el contraste Mario vio la silueta perfecta de Cecilia y se sintió ganador una noche más, a pesar de ser de madrugada todavía tenía fuerzas para un nuevo round, luego de refrescarse un poco le devolvería el favor a la muchacha. Cecilia regresó y le dio el vaso de agua mientras se sentaba de nuevo sobre él. Mario bebió un largo trago y luego tomándola del cuello le preguntó al oído:

– ¿Te gustó pequeña Ceci?
– Claro – contestó ella sin mirarlo.
– Qué bueno – dijo él.
– Me recuerdas a mi padre – susurró Cecilia mientras clavaba profundamente el cuchillo que había traído de la cocina en el vientre de Mario.

Mario abrió los ojos sin entender todavía lo que pasaba y Cecilia se levantó rápidamente cubriéndose el pecho con ambas manos, vio cómo el hombre trataba de incorporarse sin éxito y procuraba sacar el cuchillo en su vientre. Cecilia retrocedió unos pasos y Mario cayó al piso, estaba agonizando. Cecilia caminó a su cuarto, se puso una blusa y un jean, fue a la cocina y se lavó las manos, tomó un vaso limpio y lo llenó con agua, bebió lentamente pensando en lo estúpidos que son los hombres. Regresó a la sala y buscó en los bolsillos de la ropa de Mario, en uno de ellos, en el pantalón, encontró la alianza de oro, leyó el nombre de mujer grabado en su interior y le dio lástima, se incorporó y fue a su cuarto a guardarla junto con las otras que tenía en la pequeña caja de música que su madre le regaló el día que, a causa de las constantes infidelidades de su padre, se fue de la casa para siempre, para suicidarse en la soledad de un sucio cuarto de hotel.

4 comentarios:

  1. Maestro! me atrapo, me sorprendió, me gusto... me gusto mucho, el uso de la las palabras y el contexto mil puntos, felicidades!

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  2. Gracias primoo!! creo que la práctica nos está ayudando mucho, cada vez se va soltando más la pluma..!!! gracias por los halagos y comentarios, y sobre todo por el apoyo!!! Saludos!

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  3. Un final inesperado y sorprendente. Muy intenso.

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    1. Gracias por el comentario y por leer el blog. Me alegra mucho que te gustara. Saludos.!

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