sábado, 19 de febrero de 2011

UN ANGEL EN EL CAMINO (Cuento)

Cuando Brenda abrió el correo no pudo evitar que sus rodillas se pongan a temblar: “Te espero en El Cáctus a las nueve de la noche. Sé que vendrás. Ángel.” Cerró rápidamente la ventana como si alguien pudiera ver su monitor. Trató de calmarse y volvió a abrir el mensaje. Estaba allí: blasfemo, pecaminoso, indecente; sin embargo un suave calor recorrió su bajo vientre, se puso de pie sonrojada y avergonzada de ella misma, se santiguó. No podía ser, pensó: ¿quién se creía este tipo para enviarle un correo así, sabiendo perfectamente que era una mujer bien casada? Todo esto era un error, por supuesto que no iría. Se dirigió a la ventana de su oficina y a través del vidrio miró la ciudad.

Se había conocido con Ángel dos semanas antes en un festival de blues, desde el primer momento se sintió identificada con él, hablaron de diversos libros que ambos habían leído, de música que ambos apreciaban, de compositores que ambos conocían y admiraban. Le sorprendió que también supiera de cocina, pintura y teatro. Discutieron un buen rato acerca de los clásicos del blues de Louisiana y de Mississippi, luego sin saber cómo terminaron conversando divertidamente de Mendelssohn, Mahler y Wagner. Luego del encuentro fueron con algunos amigos comunes a un bar cercano y continuaron la charla, hasta que se dieron cuenta que los dos se habían apartado del grupo enfrascados en contarse sus vidas y gustos. Brenda consciente siempre del sentido de la decencia, sugirió integrarse a la conversación de los demás y luego de unos minutos todos se levantaron para retirarse, Brenda se despidió con un firme apretón de manos sin dar espacio a más contacto físico y agradeció la conversación y por educación sugirió algún día volver a conversar, sabiendo de antemano que eso no sería posible de ninguna manera.

Brenda había sido educada en una escuela católica escogida especialmente por sus padres, de filosofía escolástica, exigente con la enseñanza de valores y principios cristianos; fue una estudiante modelo y sus calificaciones la hicieron acreedora de los primeros puestos, sin embargo en la adolescencia se sintió tristemente rechazada cuando empezaron los primeros cumpleaños e invitaciones sociales, notó que en los bailes era la última en ser invitada a bailar o a veces terminaba sentada en una esquina durante toda la fiesta, los muchachos no se fijaban en ella o peor aún se burlaban cruelmente. Empezó a compararse con sus compañeras de aula y tomó consciencia por primera vez de su cuerpo largo, delgado y poco desarrollado. Su delgadez sumada a su carácter introvertido la hacían poco atractiva. Desconsolada se propuso cultivar su mente a despecho del cuerpo poco agraciado que Dios le había dado. Dedicó casi todas las horas de su adolescencia a la lectura y a la música, mientras que la escuela le inculcaba valores y su madre la preparaba para ser una perfecta ama de casa, enseñándole cocina, a ordenar el hogar y como ser una esposa complaciente, útil y sacrificada.

Cuando terminó la secundaria decidió inscribirse en un gimnasio, se sabía sumamente disciplinada y así como cultivó su mente se propuso trabajar su cuerpo. Ahora quince años después de terminar la escuela, con un título de maestría y un buen empleo, era además una mujer que sin ser bonita era sumamente atractiva, de finas formas bien trabajadas a fuerza de sesiones diarias de máquinas y spinning, con un exquisito gusto para vestirse y desde hacía cuatro años felizmente casada con un hombre trabajador, bueno y fiel. Por su parte, su esposo Daniel era perfecto para ella, ordenado igual que ella, tranquilo, un hombre de casa, comprensivo y cariñoso. Nunca se enojaba o exasperaba, siempre buscaba una solución para cada problema. Se casaron justo al año de conocerse, en una boda soñada. En la cama Daniel fue siempre un caballero romántico, respetuoso, suave y atento. Aún no tenían hijos pero seguramente pronto conversarían y se harían un espacio para tenerlos. Era muy feliz así y tenía la firme convicción de que jamás defraudaría la confianza de su esposo ni deshonraría la santidad del matrimonio.

Dos días después del festival, Brenda, que se había hecho la promesa cuando se casó de no ocultarle nunca nada a su esposo, le comentó que había conocido a Ángel, Daniel que confiaba totalmente en su mujer le preguntó por cumplir:
– ¿Y a qué se dedica?
– No sé – contestó Brenda tratando de mostrar desinterés – sé que es abogado pero no sé exactamente en qué trabaja.
– Y me dices que es soltero, le gustan los gatos, escucha música clásica y no le gusta el fútbol – afirmó Daniel.
– Sí amor.
– Debe ser homosexual Brenda – dijo Daniel sonriente y con sinceridad – no me parece mal si quieres ser su amiga, yo tengo nada en contra de ellos.

Brenda iba a replicar algo, pero se quedó callada, iba a decirle que le pareció muy varonil como para ser gay, pero prefirió guardarse eso. Su marido era buen sujeto pero a veces soltaba algunas frases que delataban su educación machista. Había escuchado a su suegro decir en alguna reunión – mitad en broma, mitad en serio – que un tipo que no escucha salsa y no juega fútbol, no era un verdadero hombre.

Ahora tenía claro que no debía ir a la cita, pero no sabía si contarle a su marido de la invitación, nunca había visto a Daniel enojado y no sabía cómo reaccionaría. Tal vez trataría de buscar a Ángel para golpearlo o encararlo. Tal vez sólo para encararlo, Daniel no era violento a pesar de haber practicado durante años artes marciales, no se lo imaginaba yendo a golpear a otro hombre por celos, aunque la idea no le desagradaba por completo; le gustaría conocer al Daniel cavernícola aunque sea una sola vez.

Pasó la mañana tratando de trabajar, pero no podía quitar de su mente la invitación de Ángel. Había algo en él que le llamaba la atención además de su aspecto o su conversación inteligente. Siempre había admirado a los hombres que leen, pero ahora además había algo que no era su impecable forma de vestir ni sus modales finos. No era guapo, pero había algo en su personalidad que la seducía y que, por lo que pudo percibir, seducía a los demás también. Notó cómo lo miraban las otras chicas el día del festival y cómo lo miraron sus compañeras el día que se le ocurrió aparecerse en su oficina. Se presentó como un cliente y preguntó directamente por ella. Brenda se sonrojó notoriamente, pero mantuvo la compostura dignamente durante el tiempo que Ángel estuvo en su oficina. No pudo evitar sentir algo de celos cuando su mejor amiga y compañera de trabajo entró a su oficina, luego de que se fuera, interrogando atropelladamente:
– ¡Amiga! ¿Quién era ese galán? ¡Me lo tienes que presentar! ¿Es soltero verdad? ¿De dónde lo conoces? ¿Es de aquí? ¿Cómo se llama? ¡Qué rico perfume!
– Es un cliente Sandra – contestó Brenda apenas le dejó un espacio para contestar y fingiendo apatía.
- Cuando vuelva… me lo tienes qué presentar – dijo Sandra guiñando un ojo al mismo tiempo que se iba.

Tres días después se lo encontró en el patio de comidas del centro comercial que estaba cerca de su trabajo. El apareció con su bandeja buscando asiento y le preguntó si podía acompañarla, Brenda estaba totalmente segura que no fue una casualidad, pero le pareció un lindo gesto que él haya planeado ese encuentro casual y le siguió la corriente. Conversaron largo rato y se les pasó el tiempo, Brenda llegó tarde a la oficina pero estaba radiante. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto conversar así con una persona del sexo opuesto.

Cerca de la hora de almuerzo, miró su mano izquierda y contempló su alianza, la acarició con los dedos de su otra mano, recordó que Ángel nunca le preguntó sobre su estado civil. Tal vez no le importaba o tal vez había decidido ignorarlo o peor aún pensaba que ella estaba acostumbrada a hacer estas cosas. ¿Pero qué cosas Brenda? – se dijo a sí misma. ¿En qué estaba pensando? Ella no había hecho nada malo. Tenía que dejar este asunto ya. Llamó por el anexo a Sandra y la invitó a almorzar.

Una vez en el patio de comidas, Brenda buscó el momento entre la cháchara permanente de Sandra y le soltó el comentario:
– Sandrita, ¿te acuerdas del cliente de la semana pasada?
- ¿El galán? – preguntó Sandra.
- Sí, ese mismo. Me ha invitado a salir hoy.
Sandra se quedó muda por unos segundos con la boca abierta. A pesar de su aparente frivolidad y su manía de hablar hasta por los codos, tenía la habilidad de encontrar el lado práctico y objetivo de las cosas.
– Ten cuidado con lo que haces hermanita – dijo Sandra con solemnidad cuando se repuso, al mismo tiempo que se ponía un pedazo de pan en la boca.
– ¿Me estás sugiriendo que vaya? – replicó sorprendida Brenda.
– Dependiendo a qué vas a ir. Yo si fuese tú no sé si iría, pero tú eres tú.
– ¡Ay amiga! No me dices nada…
– No voy a decidir por ti – sentenció Sandra – sólo puedo decirte lo que haría yo. Pero yo no estoy casada ni tengo un esposo maravilloso en casa esperándome.
Brenda entristeció, esperaba sinceramente que su amiga le grite, que le diga que estaba loca, que cómo podía hacer una estupidez semejante.
– Entonces iré – dijo Brenda – tratando de sacarle algo más a Sandra.
– ¿El tipo te atrae? – preguntó maliciosamente la amiga.
– Un poco
– ¿Cuéntame qué te atrae de él? ¡además de lo obvio claro!

Brenda le contó sus pocas conversaciones, los temas en común, su admiración por alguien que sabía tantas cosas. Hasta coincidían en haber empezado a ir al gimnasio más o menos a la misma edad y habían mantenido la costumbre hasta ahora. Sandra soltó una risa estrepitosa:
– No te gusta él amiga. Te gustas tú reflejada en él. ¿No me digas que no te das cuenta?
– No – contestó algo molesta.
– ¡Vamos Brenda! Si está claro, el tipo es todo lo que tú eres. Lo admiras porque en él admiras tus propios logros. Te sientes identificada por eso. No confundas las cosas y sobre todo no le hagas daño a Daniel. Mira, si yo tuviera una sola sospecha de que Daniel hubiese sacado los pies del plato aunque sea una vez, te diría que te aproveches para vengarte, pero ese hombre te ama, te es fiel y te respeta. De esos hay muy pocos mujer. Ten cuidado. ¿O es que no eres feliz con él?
– ¡Claro que soy feliz! – afirmó Brenda enfáticamente e inmediatamente se dio cuenta que estaba tratando de convencerse ella misma más que responder a su amiga.
– ¿Entonces qué buscas, una aventura?
– ¡No! No sé Sandrita, hay algo en él o en el hecho de conocerlo que se siente peligroso. Es una tontería mía lo sé. Pero a veces pienso que mi vida es tan segura, necesito algo de peligro, de emoción.
– Peligro y emoción vas a encontrar si arriesgas tu matrimonio y no creo que sea divertido – advirtió severamente Sandra – ¿Qué va a decir tu familia? ¿Qué va a decir toda la gente?
– ¡No tengo planeado hacer nada malo! – exclamó Brenda, luego agregó tristemente – tienes razón no puedo arriesgar lo que tengo.
– Así es, pero te advierto, si a pesar de todo vas, limítate a ponerle en claro las cosas y termina ese asunto hermanita.
– ¿Y si no voy? – cuestionó Brenda.
– Mejor, pero es tu decisión al final.

Volvieron a la oficina y Brenda seguía confundida, tal vez lo mejor era ir y poner las cosas en claro. Explicarle a Ángel que no era una cualquiera, que era una mujer felizmente casada y que dejara de una vez por todas las insinuaciones e invitaciones de mal gusto. Pensó que igual podía ponerle eso en un correo. No, se lo diría personalmente. Era mejor.

Durante la tarde estuvo tentada varias veces a contestar el correo e inventar una excusa para no ir. Desistió, lo peligroso de la situación era un imán para ella. A las seis de la tarde salió de la oficina y se fue a casa. Estaba a punto de tomar un baño cuando Daniel llegó. Se dieron un beso convencional en los labios y Brenda optó por una última alternativa para verse forzada a no ir: Si Daniel le pedía o le ordenaba (eso estaría mejor) no ir, olvidaría todo este asunto definitivamente:
– Daniel, amor. ¿Te acuerdas de Ángel? ¿El sujeto del festival de blues?
– Sí.
– Me ha invitado a cenar hoy – mintió – ¿Qué te parece?
– ¿Ah sí? Y por qué – preguntó con verdadero interés Daniel frunciendo el ceño.
– Negocios – mintió nuevamente Brenda – es cliente de la oficina también. Aproveché para incluirlo en la cartera de clientes.
– Ok. Pero trata de no regresar tarde – dijo Daniel acostumbrado a no meterse en el trabajo de su mujer.
Brenda fue a tomar un baño, abrió la llave de la ducha y se tomó la cabeza con las dos manos cerrando con fuerza los ojos mientras pensaba: ¡Dios, qué estoy haciendo!

* * *

Una vez en El Cáctus, que era un pub temático en el centro de la ciudad, vio a Ángel sentado en una mesa sólo, bebiendo una cerveza. Se acercó y lo saludó dispuesta a explicarle brevemente sus motivos e irse, tomó asiento e iba a empezar a hablar cuando Ángel le hizo una seña para detenerse y preguntó:
- ¿Tequila?
- No sé – dudó Brenda.
- Tequila entonces – resolvió Ángel – hoy tienen el “especial zapatista.”

Hizo una seña hacia la barra y una atractiva jovencita con sombrero de charro mexicano trajo una bandeja con diez shots de tequila, un pequeño plato con rodajas de limón y otro con sal.

Ángel, con absoluta seguridad, tomó el primer diminuto vaso en sus dedos índice y pulgar, en el hueco formado en la unión de ambos colocó un poco de sal y tomó una rodaja de limón. Con los ojos motivó a Brenda a hacer lo mismo, ella lo hizo, nerviosa.
– Ok. A la cuenta de tres – dijo Ángel
Hizo el conteo y bebió de un tirón, Brenda también. Lamieron la sal, exprimieron el limón en sus bocas y rieron. Brenda sacudió la cabeza tratando de liberarse del aturdimiento y cuando miró a Ángel este ya tenía otro vaso en la mano. Le siguió el ritmo y bebió de nuevo. Al tercer shot tenía la lengua adormecida, no estaba acostumbrada a beber y menos tequila. Cuando terminaron la ronda reía sin parar y de cualquier cosa, pero ya no sentía nervios. Trató de componerse un poco y dijo:

- Ángel, gracias por invitarme y por el tequila, pero tengo que irme. Mi esposo me espera en casa, prometí regresar temprano y sólo he venido para decirte que agradezco tu invitación y tus detalles, pero yo no puedo hacer esto.
- ¿Hacer qué? – preguntó astutamente Ángel
- ¡Esto! – exclamó Brenda.
- ¿Beber tequila?
- Tú sabes a qué me refiero.
- No, no lo sé – negó Ángel.
Brenda quiso explicar, pero no podía, en realidad no habían hecho nada. Trató de concentrarse, con el tequila encima era más difícil.
- Mira, esta salida, tu invitación, tu correo de hoy.
- Yo pensé que éramos amigos – replicó Ángel.
- Sí, lo somos, y quiero que se quede así. Como una amistad.
- Está bien Brenda – contestó el hombre con calma.

Desconcertada, Brenda se quedó en silencio. No pensó que sería tan fácil. ¿O sería que había malinterpretado todo? Tal vez Ángel sólo deseaba una limpia amistad y su imaginación había volado más allá. Sintió un terrible remordimiento. Avergonzada pidió perdón.
- No, no hay nada que perdonar – dijo amablemente Ángel.
- Sí, sí lo hay – contestó consternada Brenda – yo te malinterpreté.
- Ok, tranquila, no quiero verte triste, si te hace feliz te perdono, pero con una condición
- ¿Cuál?
- Un “especial zapatista” más.

* * *

Frente a la puerta del cuarto, se quedó mirando a Ángel mientras abría la puerta con la llave que le habían dado en recepción. Todavía no creía que eso estuviese pasando, nunca creyó que aceptaría la proposición de Ángel, pero le dijo tantas cosas bonitas, la hizo sentirse tan bien, la llenó de tanta confianza que no pudo decir no. La puerta se abrió y le temblaron las piernas. Dudó, Ángel entró, esperó unos segundos y lo siguió. Estaba oscuro, sintió la puerta cerrarse detrás de sí. Estiró la mano para hallar el interruptor de la luz a ciegas y de pronto sintió un fuerte empujón que la presionó contra la pared y el aliento de Ángel sobre su rostro, no pudo resistirse más y lo besó ávidamente, con la fuerza de toda la pasión contenida por años, sintió sus manos escurriéndose debajo de su blusa, quemando su piel... trató de detenerlo sin convicción, él la tomó de las muñecas y le levantó las manos por encima de la cabeza dejándola indefensa mientras con su rodilla separaba sus muslos, su lengua recorría abrasadora su cuello y su pelvis arremetía contra la suya dejándola sentir el volumen de su miembro en plenitud. Brenda dejó de oponer la poca resistencia que hacía y sus brazos cayeron, sintió una de las manos de Ángel presionar con una fuerza excesiva su baja espalda, causándole más excitación, la otra mano a la altura de su rodilla, subiendo por su muslo y levantando la falda, sentía su dedos recorrer su piel y toda ella se erizaba inconteniblemente, al fin la mano se detuvo en el elástico de su ropa interior y hábilmente logró bajarla hasta casi sus rodillas, luego la sintió poderosa frotando con fuerza su entrepierna y sintió una descarga húmeda descender por sus muslos desde su sexo dejándola sin fuerzas para mantenerse en pie, ahora sus piernas casi no le respondían, trataba de incorporarse débilmente y buscó el cuerpo de Ángel para sostenerse, de pronto éste la tomó de la cintura y la lanzó sobre la cama, cayó boca abajo sobre ella con los pies todavía sobre el piso, trató de incorporarse pero el peso de su agresor se lo impidió, sintió como desplazaba su falda hacia arriba y su sexo candente penetrándola, lo disfrutó intensamente, esa sensación nueva, violenta, gimió y trató de acomodarse, pero Ángel pensó que quería escapar y nuevamente la sujetó de las muñecas, eso la excitó mucho más, en medio de los jadeos sintió la voz agitada y seductoramente ronca de su amante preguntándole si le gustaba, ella gimió que sí, entonces él empezó a decirle al oído cosas que nunca había imaginado que la podrían excitar. Palabras que en otras circunstancias la hubiesen escandalizado, ahora la volvían loca; se sentía volátil, etérea, él la llamaba puta y se sentía así, tal cual; ramera, meretriz eran palabras suaves ahora, adoraba sentirse pérfida en ese momento, su excitación subía desmedidamente por el vaivén de ambos cuerpos, pero sobre todo por las palabras sucias en su oído, se sentía deliciosamente lasciva, lujuriosa, sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y gracias a la tenue luz que entraba por la ventana descubrió en un enorme espejo pegado en la pared el reflejo de ambas siluetas moviéndose en la penumbra, todavía con ropa, sintió su tanga todavía atrapada a la altura de sus rodillas, la imagen mental la conmovió, fue demasiado, su cuerpo explotó en una onda telúrica que destrozó los últimos muros de su decencia.

Todavía con los últimos estertores de los espasmos del orgasmo en el cuerpo tomó fuerza y se zafó, Ángel la dejó hacer algo sorprendido, tomó al hombre por el cabello y prácticamente lo obligó a quedarse boca arriba sobre la cama, buscó la abertura de la camisa y la abrió con todas sus fuerzas haciendo saltar por el aire varios botones, él estaba visiblemente excitado, Brenda vio en la pared un interruptor y rápidamente lo encendió, la habitación se iluminó tenuemente, lo suficiente para verse en el espejo, que era lo que ella quería. De un solo movimiento se deshizo de su blusa y el brasier, movió sus piernas ágilmente y se despojó de la tanga. Se montó sobre su hombre y empezó a cabalgarlo lentamente, acariciándose ella misma mientras lo hacía, mirando en el espejo su cuerpo torneado, sus senos proporcionados, erguidos, su piernas fuertes, su trasero levantado, empezó a moverse cada vez más rápido, en círculo, de atrás hacia adelante, él trató de acariciarle los senos turgentes, ella lo rechazó. Al igual que él hizo en un principio, ella también lo sujetó de las muñecas, se acercó a su oído sin dejar de moverse y le pidió que la insulte, que le diga puta otra vez, él atónito se quedó sin palabras, ella lo miró con una mezcla de ira y excitación y lo bofeteó con fuerza, lo miró y lo golpeó de nuevo mientras le pedía a gritos que le diga quién era una puta. Él lo hizo tímidamente y recibió otra bofetada, a fuerza del dolor ya no se contuvo, la insultó, le dijo las cosas más terribles que se podían decir a una mujer, usó las palabras más soeces para referirse a su partes íntimas y ella disfrutaba mirando al techo, concentrada en el placer, en sus nuevas sensaciones, mirando ocasionalmente al espejo para regodearse de su perfecto cuerpo desnudo. Se detuvo. Arqueó su espalda y mientras gemía y gritaba a toda voz empezó un vaivén con las caderas a toda velocidad que llegó a causarle dolor a Ángel, volvió a detenerse y exhaló un gemido prolongado e intenso que llenó la habitación, luego se desplomó haciendo todavía pequeñísimos movimientos con su cadera. Recién se dio cuenta por la expresión de su pareja que ambos habían terminado al mismo tiempo. Se quedó unos minutos sobre el pecho de Ángel, sin hablar, luego se levantó silenciosamente, recogió su ropa del piso y fue al baño. Un rato después salió arreglada como pudo, y sin mirar nada, con la vista puesta en el piso dijo adiós y salió rápidamente del hotel. Ángel que estaba aún desnudo no pudo hacer nada por detenerla.

* * *

Al llegar a su casa, Brenda se detuvo en la puerta de entrada. Respiró, trató de serenarse. Introdujo la llave y abrió, se quitó los zapatos y con mucho cuidado fue hasta el dormitorio. La puerta estaba entreabierta, la empujó y allí estaba Daniel durmiendo con la lámpara prendida y un libro a medio leer al costado. Se le salieron las lágrimas. Se quedó largo rato apoyada en el marco de la puerta de la habitación llorando en silencio. Luego tomó una ducha caliente, cuidadosamente se revisó el cuerpo por si había marcas. Terminó el baño y se secó lentamente. Sabía que no podía meterse en la misma cama con su marido, por lo menos esa noche no. Tenía el sedimento del placer en la piel, pero al mismo tiempo la invadía una culpa insoportable. Se sentó en el sillón del dormitorio y vio a Daniel dormir. Miró su reloj, eran las dos de la mañana. Mientras recordaba lo sucedido y pensaba en cómo había podido hacerlo, se fue adormitando, en algún momento el cansancio la rindió, cuando despertó ya eran las cuatro y media. Se incorporó y tomó otro baño. Se puso su ropa deportiva y se preparó para ir al gimnasio. Daniel despertó y le preguntó si le había ido bien, ella contestó que sí. Le mandó un gran beso y se dirigió a la cocina, dejó preparado el desayuno y salió. Pensó ir a la casa de Sandra, pero la atormentaría con preguntas que no tenía ganas de contestar, fue al gimnasio pero no entrenó, se acomodó en las colchonetas fingiendo hacer abdominales y aprovechó para descansar un poco. Luego tomó otro baño y regresó a casa. Daniel no estaba, a diferencia de ella, él trabajaba los sábados.

En la soledad de la casa, Brenda analizó la situación. Sabía que lo sucedido podría destrozar su matrimonio. Había prometido decir la verdad, se lo había prometido a ella misma. Pero también necesitaba proteger a Daniel, protegerse ella. Se sentía triste, había traicionado todos sus valores. Sabía que no podría vivir así. Tendría que hablar con Daniel. Se lo contaría todo, era lo menos que podía hacer. Se puso de rodillas y rezó entre lágrimas para que Daniel la perdone.

Por la tarde, Brenda tomó valor y esperó a que Daniel como todos los sábados por la tarde se sentara a leer en la sala. Se sentó cerca y le dijo:
– Daniel ¿tendrás un minuto?
– Claro – contestó Daniel dejando su libro sobre el sofá.
– Tengo que decirte algo – balbuceó Brenda.
– Dime.
– Anoche… en la cena, pasó algo – se hizo una pausa incómoda, Daniel la miraba atentamente y con evidente curiosidad – este hombre, Ángel…
– Sí…
Brenda miró al piso, apretó los dedos de sus manos, ansiosa.
– Estoy avergonzada – agregó pausadamente y Daniel enderezó su postura en el sofá para prestarle más atención – es que tenías razón amor – continuó.
– ¿Acerca de qué? – preguntó Daniel.
– Es gay. ..
– ¡Ah! Eso. Ya ves, nunca falla.
– Sí, nunca falla – repitió Brenda, hizo una mueca parecida a una sonrisa y salió rumbo a su habitación.

* * *

El día lunes en el trabajo Sandra se acercó al escritorio de Brenda y la interrogó con la mirada:
– Te estuve llamando todo el fin de semana – le dijo.
– Sí, lo siento, tuvimos cosas que hacer con Daniel y ayer nos fuimos a la playa.
– ¿Y bueno, qué pasó con el galán?
– No fui. Tenias razón amiga, mejor no arriesgarse.
– Me alegro por ti, Danielito no se merece que le hagas algo así, ya te dije que ese hombre te adora.
– Lo sé amiga – sonrió amargamente Brenda

Hablaron de otras cosas y Sandra se fue. Brenda se quedó pensando en lo sucedido, sentada frente al escritorio recordó cada momento del viernes en la noche y sintió miedo de ella misma. Nunca había experimentado algo así y nunca se había imaginado que tenía ese atemorizante lado oscuro. Es más, siempre sintió alguna clase de rechazo por cualquier cosa parecida remotamente al sadomasoquismo, le parecía de gente enferma. Era cierto lo que decía Sandra, Daniel no se merecía sufrir por su culpa. Era tan bueno. Aprendería a vivir con este error en su conciencia.

La campanilla de la bandeja de entrada de su computador la sacó de sus reflexiones, leyó el nuevo correo: “Lamento que hayas tenido que irte así. Espero verte de nuevo la próxima semana, si lo deseas. Si no lo entenderé. Ángel.” Brenda mantuvo fija la mirada en el correo. Sonrió. No sería mala idea ir de tiendas más tarde. Aprovecharía para distraerse y relajarse de la tensión, tal vez ¿por qué no? comprar algo de cuero negro para la próxima ocasión…

6 comentarios:

  1. Miguel WOW un cuento súper erótico, pero me permito sacar una reflexión del mismo. Lo que cuentas allí es lo que les pasa a muchísimas mujeres que se limitaron a sí mismas explorar su sexualidad y sus emociones referente al tema. Padres estrictos, creciendo en un ambiente donde el sexo es un tema tabú, con inseguridades que debieron ser compensadas, encontrando si un buen hombre, amable y dulce, pero que jamás logró hacerla disfrutar de su sexualidad al límite, y no nota esta carencia hasta que llega un hombre que simplemente le alborota las hormonas, una cita acompañada de alcohol un excelente inhibidor y rompe su esquema perfect wife y se embarca en algo peligroso y excitante, se dejan llevar por el deseo y la lógica pierde la batalla. Tengo amigas que me han contado este tipo de historias, lo peor del caso siguen ese juego por largo tiempo y amigos que me cuentan como mujeres casadas se les ofrecen porque su esposo no logra satisfacerlas y quieren vivir algo más apasionado y fuerte. En latinoamerica es un tema complejo realmente, si una chica habla libremente de sexo las mujeres te crítican, los hombres son felices que por fin encontraron a una mujer con quien pueden hablar abiertamente, nosotras mismas limitamos nuestras experiencias. Con esto no estoy diciendo, liberence mujeres y haganlo con cualquiera que les mueva la hormona, Tampoco se trata de eso. Es decisión de cada mujer y una cuestión de valores llegar virgen al matrimonio, admirable realmente y si lo hacen deben disfrutarlo con su pareja y el hombre debe aprender a enseñarle a su mujer como dar y como permitirse recibir placer, así en gran medida se evitan cosas como las de tu cuento. Me encantó, un abrazo.

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  2. Me encantó tu comentario Arely. Tienes razón en muchas cosas y tienen mucho sentido, pero yo aún no sestoy seguro de que sean los únicos factores. Un ejemplo es la cultura brasileña, las mujeres pierden la virginidada entre los 13 a 15, y si no lo hacen son socialmente rechazadas. Curioso no? Entonces escogen a un muchacho que no necesariamente es un enamorado, para perder la virginidad. Algo así como liberarse del problema. Luego viven una sexualidad muy abierta, pero el problema en comento y relatado en el cuento persiste a pesar de ello. Lo mismo pasa en culturas tan aparentemte frias y modernas como las europeas.
    A estas alturas de la vida, cada vez estoy más convencido de que el ser humano no es monógamo. Si estudias históricamente, la monogamia no es otra cosa que una convención social, socialmente aceptada y respaldada por la religión que la elevó al nivel de sacramento.
    Tembién tiene que ver que quienes tienen una vida apacible quieren peligro, quienes tienen una vida peligrosa quieren paz. Quienes tienen a una santa quieren a una diabla y los que tienen una diabla sueñan con una santa.
    De las cosas que aprendí en esta vida:
    - Nadie sabe lo de nadie.
    - Codiciamos lo que no tenemos.
    - Cada uno es dueño de sus actos y responsable de sus consecuencias.

    Muchas gracias por tu comment!!!! Un besote!!!

    PD: Leiste "La noche inolvidabel de Nanet"? Si no lo has hecho, léela, seguro te gustará. Besos

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  3. Completamente de acuerdo con lo que dices, no tenemos claridad en lo que queremos y deseamos vivir lo opuesto de lo que tenemos. Yo si quiero para mi una mezcla de los dos el hombre dulce y tierno, pero también el diablillo capaz de complacerme, no lo encontrado aún o es una cosa o la otra, yo quiero la mezcla perfecta.

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  4. Eso no existe Arely: Primero no existe el hombre perfecto. Segundo, los hombres podemos fingir por un tiempo. Tal vez encuentres a alguien que sea así los primeros meses, o un par de años, luego predominará lo que realmente es y desaparecerá el otro lado. Siempre es así. Y si el predominante es el diablillo, no se satisfacerá sólo contigo. Si no tuviesemos una sociedad monogámica, podrias tener a los dos. Y llamar a cada cual cuando requieras satisfacer determinado qué.... ;)

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    1. Excitante totalmente.
      Es increíble como una lectura así te puede hacer sentir la emoción de algo prohibido. Solo pensarlo te estremece y te hace cuestionar algo como lo ya comentado por Arely en la última parte de su primer comentario.

      He escuchado algo llamado POLIAMOR, en donde todos los que participan en la relación están de acuerdo con multiplicar su "¿corazón?”... jaajjaa

      Excelente escrito Miguel.

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    2. Interesante lo del poliamor, he escuchado algo de ello. Gracias por leer el blog y por el comentario Josefina. Me alegra mucho que te gusten las historias, en particular esta. Un fuerte abrazo!

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