martes, 15 de febrero de 2011

LA INTEROCEANICA, ESTRADA DO PACIFICO Y BOSSANOVA

Pienso que cada persona vive su propia película. Esa no es una idea mía, la leí en alguna otra parte. Pero además pienso que una vida requiere una pista sonora o soundtrack. Sin pista sonora la vida se vuelve sosa, ese es por lo menos mi cordial punto de vista. Cada evento o situación requiere de un tema musical, tal vez recurriendo al estereotipo o asignándole un nuevo significado a cada episodio. Así un café parisino o con apariencia de tal en mi mente suena a Edith Piaf; un café clandestino tiene que sonar a Ubiergo o Chabuca Granda; un gimnasio donde se entrena de verdad y no sólo se acude a hacer desfile de modas tiene que sonar a metal pesado, trash o death metal; un restaurant de comida criollas a Pepe Vásquez o Lucila de la Cruz; un mañana de domingo con adobo a los Dávalos; un día de trabajo pesado en la oficina suena a Wagner y la playa (aunque a muchos les suene a salsa o reggaetón) a mi me suena a Mendelssohn.

Sin embargo desde que empecé a manejar y viajar manejando, hay cierto paisaje en particular que siempre me sonó a bossanova: Clima soleado, carretera y verde vegetación. En la panamericana sur que he recorrido en toda su extensión, hay pocos tramos que pueden verse así. Uno de ellos es la llamada “ruta del pisco”, entre Moquegua y Tacna, más cerca de Moquegua que de Tacna. Otro es en la altura de Chincha y Cañete rumbo a Lima. Pero hay dos más cotidianos y cercanos a Arequipa. El camino de Mollendo a la Punta de Bombón, pasando por Mejía y el muy breve tramo de Camaná pueblo a la Punta. En todos ellos se siente un ambiente distinto, el verdor de las plantaciones, el riguroso sol de verano (tiene que ser en verano, con neblina no es lo mismo) y el negro del asfalto, y ese es el momento de abrir todas la ventanas del auto y colocar en el equipo de sonido un buen tema de bossanova o de ser el caso, chillout pero con un fuerte matiz de bossanova siempre.

Lo triste de estos tramos descritos, es que son tan cortos que uno se queda con nostalgia al ver aparecer otra vez el desierto arenoso de nuestra costa. Pero qué descubrimiento fue para mí la carretera interoceánica, sobre todo desde Puerto Maldonado hasta Iñapari. Tres horas y media (ahora con la carretera recientemente inaugurada) de verdor, pista y calor. Tres horas preciosas de bossanova. Lo único malo es que siendo nuestro querido país tan desordenado, nunca falta una vaca (o varias) en el camino, además de otros animales como la mayoría de los que manejan los colectivos de transporte interprovincial, por lo que hay que conducir con cuidado y cierto grado de estrés, además de los feos pueblitos de margen de carretera abandonados por el Estado, con locales de venta de cerveza adornados por foquitos de luces rojas y violetas que por la noche se convierten en night clubs de muy dudosa categoría.

Saliendo de Iñapari y rumbo a Rio Branco (capital del estado de Acre), cruzando el imponente complejo de la Policía Federal, Migraciones y Aduanas de Brasil, aparece una carretera con las mismas características, pero ordenada, los ganaderos que dejan que sus vacas o cebús pasen por la carretera sufren de costosas multas (que siempre se hacen efectivas) y decomiso del ganado. Se pueden ver grandes haciendas muy bien cuidadas con lindas casas de campo y todas, pero todas tienen fluido eléctrico. También hay plantas de procesamiento de leche, productores avícolas y productores de alimentos para aves y ganado. Es un paisaje espectacular, sin contar con los simpáticos puntos de carretera (lanchonetes), cada cincuenta kilómetros más o menos donde uno puede detenerse a tomar un refresco de fruta local, una gaseosa, un café, algún bocadillo (hay uno típico que es muy parecido a una empanada que recibe el nombre de pastel) y sobre todo hacer uso libremente de los servicios higiénicos.

Este último fin de semana viajé por esta carretera, feliz como sólo se puede ser feliz cuando se viaja en día soleado, caluroso, asfalto negro, con verde vegetación a los costados, escuchando bossanova y de pronto pensé: ¡Escuchando bossanova en Brasil! Y continué mi viaje con una sonrisa de oreja a oreja que hasta ahora no se me borra.

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