domingo, 2 de octubre de 2011

EL MANANTIAL (Cuento)

El ingeniero Alonso Vargas lanzó su maletín sobre la cama del cuarto de hostal y colocó la computadora portátil sobre la pequeña mesita de madera pegada a la pared. Sudoroso todavía por el viaje se paró frente a la ventana y abrió las cortinas, el cielo azul del valle costeño lo hipnotizó por algunos segundos. A los seiscientos metros sobre el nivel del mar, el pueblo de Huancarqui escapaba de la desagradable neblina costera.

Luego de tomar un baño se sentó en la modesta mesita para revisar los planos mientras esperaba. Unos minutos después tocaron a su puerta. Abrió y ante él estaba un hombre de mediana estatura, sosteniendo un sombrero sobre el pecho y saludando con una amplia sonrisa decorada por un frondoso bigote blanco.
– Ingeniero, buenos días. Vengo a llevarlo a los baños – le dijo.
– Gracias, usted es….
– Soy Manuel Dávila – contestó rápidamente el hombre con el acento de la zona y haciendo una venia a cada término de frase – para servirlo Ingeniero, soy concejal de Huancarqui, el alcalde me ha pedido que lo lleve a los baños. Que lo guie ingeniero.
– Gracias de nuevo – replicó Vargas, mientras tomaba su mochila con la lap top – ¡Vamos!

En la recepción del hostal había una guapa mujer, de traje, esperándolos. Era la asesora legal de la municipalidad. Como era la única que tenía auto, le habían pedido que los ayude en el traslado del ingeniero a pesar de que el manantial solo estaba a tres kilómetros de distancia. Se presentó rápidamente, Dana Sánchez era su nombre. Subieron al vehículo y se dirigieron al sur.
– ¿Es usted de Lima? – preguntó la abogada a Vargas.
– No – contestó el mirando el paisaje por la ventana del automóvil – soy arequipeño.
– No parece – dijo la mujer con algo de coquetería – no tiene el aspecto ni el acento.
– Las apariencias engañan doctora, estudié mi carrera en Arequipa, pero estuve viviendo unos años en Estados Unidos haciendo una especialidad y trabajando un poco.
– ¡Ah! ¡Qué bien! Yo también estudié derecho en Arequipa – contestó Sánchez.
– ¿Y por qué se regresó Ingeniero? – preguntó curioso Dávila.
– Las cosas allá no son lo que parecen, últimamente con la crisis económica la situación se puesto difícil para los inmigrantes. Actualmente es más fácil conseguir trabajo de pintor de brocha gorda que de ingeniero. Además el Perú se ha puesto de moda. Por eso volví.

Se quedaron en silencio, Vargas recordando el intenso amor no correspondido, cuyas heridas todavía no cicatrizaban, que lo empujó a regresar al Perú, Sánchez soñando con esas avenidas de Miami que había visto en la televisión donde le gustaría ir a comprar ropa cara algún día y Dávila en el asiento de atrás pensando en que si él pudiera ir a Estados Unidos trabajaría de pintor de brocha gorda, de albañil, de barrendero aunque sea, pero no regresaría nunca aunque lo boten.

Cuando llegaron al lugar bajaron del auto y Vargas empezó a tomar fotos, mientras iba preguntando detalles. Sánchez y Dávila le explicaban. El lugar se llamaba Chancharay, famoso por sus ojos de agua de los cuales brotaba una cristalina y fresca corriente que terminaba formando un manantial. Le explicaron a Vargas que el agua tenía propiedades milagrosas, curaba el reumatismo y ayudaba a la cicatrización de heridas, además de hacer desaparecer la esterilidad en las mujeres. Si se bebía, curaba cualquier dolencia estomacal. Mucha gente venía de diferentes lugares del Perú y bebían el agua, se la llevaban en botellas o se bañaban en la piscina que había antes de que la crecida del rio la destruyera. La municipalidad estaba interesada en reconstruir la piscina y convertir el lugar en un atractivo turístico de primer orden.
– ¡Qué interesante! – dijo Vargas sin dejar de tomar fotos.
– Claro – agregó Dana Sánchez - además de los petroglifos de laja, nuestra comida a base de camarones, nuestro arroz, la fruta, también los maicillos, los biscochos…
– Huancarqui había sido una joya – interrumpió Vargas – ¿y cómo sabe usted tanto doctora? – preguntó.
– Yo me eduqué en Arequipa, pero soy de aquí, al igual que mis padres.
– Interesante…
Vargas caminó hacia el auto y anotó algunas cosas en su computador.
– Bueno creo que ya tengo los datos suficientes para el diseño del proyecto, solo me faltan dos cosas. Tengo que tomar fotos del lugar en la tarde antes del ocaso y mañana temprano al amanecer para determinar el ángulo del sol. ¿Creen que podríamos regresar más tarde y mañana?
– Por mí no hay problema – dijo Dávila, luego hizo el gesto de sostener un timón entre sus manos – pero no sé si la doctorita…
– Yo tampoco tengo problema Ingeniero – dijo Dana.

* * *

Al atardecer la abogada pasó por el hostal donde se hospedaba el ingeniero Vargas para llevarlo de nuevo a Chancharay. Excusó a Dávila que no había podido venir por causa de sus obligaciones en la municipalidad. En el camino el ingeniero le comentó a Dana Sánchez acerca de lo agradable que le había resultado el almuerzo.
– Así es – dijo Dana – aquí se come muy bien. Y ya no me diga doctora, puede decirme Dana.
– Muy bien Dana, yo soy Alonso.
– Mucho gusto Alonso – replicó ella sonriendo.
Luego de tomar las fotos que requería, Alonso se sentó unos minutos a ver el atardecer. Siempre le habían gustado las puestas de sol. Volteó para comentar con Dana las tonalidades que había adquirido el cielo y la notó visiblemente incómoda.
– ¿Nos vamos? – preguntó ella.
– Disculpa Dana, fui egoísta, seguramente tienes cosas que hacer.
– No, no es eso. Tal vez pienses que es una tontería, pero los Huancarquinos nunca nos quedamos de noche por aquí.
– ¿Y eso a que se debe?
– Bueno, no te rías por favor Alonso. La gente del pueblo dice que al anochecer, en este manantial aparecen sirenas que seducen a los hombres para apropiarse de su alma…
Alonso no pudo evitar lanzar una carcajada.
– ¿Ya ves?
– Pero Dana, usted es un una profesional, ¿cómo va a creer en esas cosas?
– Me sigues llamando de usted. Y bueno, creo y no creo. Mi razón me dice que es un mito, pero uno crece escuchando esas cosas todo el tiempo, es difícil sacarse la idea, además soy algo miedosa.
– No tenga… perdón, no tengas miedo Dana – dijo Alonso – mira, yo regreso caminando. No quiero perderme este atardecer. Después de todo son solo tres kilómetros hasta el hostal.
– ¿Estás seguro?
– Lo estoy.
– Está bien – dijo Dana dirigiéndose al auto, volteó y agregó - ¿Y mañana?
– Apenas amanezca, quiero ver por donde sale el sol – señaló Alonso.
– Paso por ti entonces.
– De acuerdo Dana. Gracias.
– De nada.

Alonso se quedó sentado sobre una piedra, mirando el horizonte, fotografiando de rato en rato los tonos de naranja y rojo que se desplegaban en el cielo. Los pocos turistas que había cerca se retiraban lentamente. Pensó en lo bonito que quedaría el proyecto que tenía pensado, la construcción tendría una cúpula de vidrio templado para ver el atardecer, un restaurant de primera contiguo a la piscina, un sauna, juegos para los niños, podría agregar una discoteca o pub, lo podrían llamar “la Sirena” para aprovechar el mito popular. Ya se imaginaba la entrada: una especie de túnel marino con acuarios en las paredes, con la escultura de una sirena sensual de senos descubiertos recibiendo a los turistas nacionales y extranjeros. Oscureció. Metió la cámara en su mochila junto con su laptop y se levantó para irse, ya de pie se detuvo un momento a ver las estrellas apareciendo. La luna en cuarto creciente ayudaba a la visibilidad, era un espectáculo precioso. La cúpula de vidrio que había planeado serviría también para ver las estrellas, podía imaginar todo el conjunto, comensales de todas las nacionalidades cenando a la luz de las velas con el cielo estrellado sobre ellos. Tenía que pensar la manera de reducir la luz exterior para evitar que disminuya el contraste. Miró alrededor y le pareció escuchar unos gemidos. Sonrió, probablemente alguna pareja de turistas traviesos se había quedado escondida para hacer el amor bajo las estrellas. Caminó unos pasos rumbo a la pista y escuchó que lo llamaban con susurros seseantes. Volteó, pero no había nadie. “Qué extraño” pensó “deben ser las sirenas” se dijo y sonrió; caminó un trecho pequeño y tuvo la sensación de estar olvidando algo. Nuevamente volteó pero ya no se distinguía con claridad la piedra en la que estuvo sentado. Sacó su celular y presionó una tecla para que la pantalla le sirva como linterna, volvió sobre sus pasos y revisó, no había nada. Cuando se incorporó estuvo a punto de gritar del susto.
– ¡Dana! – exclamó – casi me matas de la impresión.
– Disculpa, pasé por el hostal para invitarte a cenar y me dijeron que no habías vuelto, me preocupé y vine a buscarte.
– Gracias. En verdad este lugar da miedo en la noche. Pero con la correcta iluminación quedará bien cuando terminemos el proyecto.
– ¡Eso espero! – dijo Dana sonriendo.

Abordaron el auto y Dana manejó hasta la ciudad, una vez allí Alonso subió a su cuarto, se cambió rápidamente de ropa, se aseó un poco y salió nuevamente. Fueron a cenar a un pequeño restaurant frente a la plaza principal. Hablaron mucho y rieron más. Tomaron algunas copas y se contaron fragmentos de sus vidas. Al terminar salieron del lugar, una vez en la calle Dana se ofreció a llevar a Alonso a hostal.
– Pero Dana – protestó Alonso – el hostal está a doscientos metros. No se preocupe.
– Mira el cielo Alonso – dijo Dana ignorando la protesta – ¿no te parece lindo?
– Sí – asintió él levantando la vista – es espectacular, precisamente eso estaba disfrutando en Chancharay antes de que llegaras.
– ¿Quieres ir a ver las estrellas desde Chancharay? – preguntó emocionada Dana.
– ¿No te da miedo?
– Contigo no – dijo ella sonriente.

Subieron al auto. En unos minutos estaban de nuevo en el manantial. Descendieron y se quedaron hipnotizados por el espectáculo de la vía láctea cruzando el espacio. Alonso iba contando las estrellas, recordando sus nombres, identificando constelaciones, la cruz del sur, el escorpión… cuando de pronto sintió el aliento suave de Dana en su cuello y sus brazos rodeando su cintura, el calor de su cuerpo pegado al suyo, las manos de ella acariciaban ya su pecho y él se dejó llevar. Volteó y estaba allí frente a él esa mujer preciosa a la luz tenue de la luna y las estrellas. Ella se quitó la casaca de piel, sin prisa, luego la blusa y el brasier. Su piel parecía brillar, como si estuviese mojada. Se besaron apasionadamente y terminaron de desnudarse. Apoyados en el auto se acariciaron a pesar del frio, las manos de Alonso resbalaban por el cuerpo excitado de Dana como si estuviese cubierta de una fina capa de aceite exótico, su olor marino lo volvía loco. La besó con desesperación, su mente trató de ligar los recuerdos y no lo consiguió, sabía que antes había amado a alguien en un lugar lejano pero no podía recordar a quien ni dónde. Se sintió caer el suelo y trató de abrir los ojos pero un extraño sopor lo consumía. Sentía las caricias de ella, los besos, luego su vulva caliente y húmeda apoderándose de su virilidad. Tenía la sensación de estar en medio de un sueño brumoso, el ambiente se tornó húmedo, pegajoso. El sexo ya no era placentero, más bien doloroso sin embargo no podía dejar de sentir una rara excitación que mantenía en vigor la cópula. Logró distinguir la figura de la mujer montada sobre él, gozando una y otra vez, pero él solo sentía una angustia tormentosa y cada vez menos fuerza en su cuerpo. Quería dejar de sentir, pensar en otra cosa pero no podía; quiso escapar pero sus músculos no le respondían, de pronto y contra su voluntad sintió los estertores del orgasmo, recordó esa sensación de la adolescencia de la eyaculación no deseada. La mujer gimió con intensidad moviéndose más rápido y él acabó. Ahora solo quería ir a casa, ella sin embargo se mecía lentamente sobre él disfrutando seguramente su propio orgasmo, su cadera dibujaba sinuosas líneas, su pelvis trazaba imaginarios círculos concéntricos, para su sorpresa su erección no se había perdido, si no que más bien se mantenía, ella ignorándolo por completo empezó de nuevo el ritual, Alonso no podía articular palabra, solo quería escapar mientras la mujer seguía disfrutando. Quiso gritar pero lo atrapó esa horrible sensación de las pesadillas de querer gritar y que las cuerdas vocales no emitan sonido alguno. ¿Sería una pesadilla? Solo entonces notó que sus ojos estaban húmedos, estaba llorando en silencio.

* * *

Con los primeros rayos del sol, Manuel Dávila lo despertó. Alonso trató de incorporarse pero estaba sumamente débil. Dávila que parecía conmocionado, le pidió que no se mueva, estaban trayendo la camilla de la posta. Al parecer lo habían asaltado porque lo habían hallado desnudo sobre la tierra luego de que salieran a buscarlo cuando les informaron en el hostal que no había ido a dormir. Alonso miró alrededor y se dio cuenta que estaba en Chancharay, lo último que recordaba era estar tomando fotos del atardecer. Lo cubrieron con una manta y lo subieron con cuidado a la camilla. Escuchó a un policía avisándole a Dávila que habían encontrado su mochila y su ropa. Alonso respiró aliviado, estaba preocupado por los planos del proyecto. Mientras lo subían a una camioneta a guisa de ambulancia, el policía que había encontrado las cosas se acercó a Dávila.
– ¿Si es un asalto porqué no se han llevado la computadora ni la cámara?
– No parece asalto teniente – dijo Dávila – el ingeniero ayer pesaba por lo menos diez kilos más. ¿Ha visto cómo tiene los ojos hundidos?
– ¿No me diga que usted también cree en esos cuentos de sirenas? – se burló el teniente.
– Todo es posible – contestó Dávila suspirando – todo es posible.

En la camioneta Alonso se alegraba de que no le hayan robado la computadora, solo se sentía débil, algo pegajoso y unas raras placas pequeñas y transparentes, parecidas a escamas cubrían partes de su piel.

4 comentarios:

  1. Interesante e intensa la historia de Vargas y su sirena. Hay tantas versiones de la existencia de estos seres. Me encantá la idea de ese proyecto, se antoja la cena, la musica viendo el atardecer y el cielo nocturno.

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  2. Gracias Arely preciosa!! En este caso es una tradición de gran arraigo en Huancarqui. Me alegra que te haya gustado la historia y que ye haya gustado el proyecto!!!! Seria bueno algo así no? Un beso grandote y gracias por la fidelidad al blog! Muaack!

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  3. Hola primo, Happy Easter! I'm enjoying your essays - Angel Vasquez

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    1. Gracias Tío..!!! Ajusta tu traductor de español inglés.!! Un abrazo!!

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