sábado, 29 de octubre de 2011

TRES CRONICAS DE HORROR

Algunos lugares y nombres han sido cambiados, pero las historias son cien por ciento reales. ¡Que las disfruten! ¡¡Y que tengan un macabro halloween!! ¡¡¡Muuuuaaaahahahahahahaha!!!

I – El piano

En el año dos mil siete trabajaba en Toquepala, un campamento minero en el sur del país a unos dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Mi oficina quedaba en el primer piso de un viejo edificio ubicado frente a un pequeño parque. Precisamente frente a la puerta de ingreso a mi oficina había unas gradas que llevaban al segundo piso. Los escalones eran de madera y por las historias que contaban los trabajadores, en las noches, cerca de las doce, se podía oír claramente los pasos de alguien subiendo y bajando por esas escaleras. En el triángulo formado por esa escalera servía de depósito de materiales de limpieza y pequeño habitáculo del conserje. En el segundo piso quedaba la oficina de contabilidad y contaban también – con el evidente afán de hacer asustar a los nuevos – que años atrás un contador había muerto en esa oficina luego de una jornada de extenuante trabajo. Cerca de la media noche sencillamente su cara golpeó el escritorio como consecuencia de un ataque cardiaco fulminante.

Lo cierto es que en aquél entonces yo tenía la costumbre de quedarme hasta muy tarde trabajando, entre otras cosas porque vivía solo y en casa no tenía nada que hacer que no fuese ver televisión. Los compañeros solían ir a comer cuyes, salchipapas o sándwiches en alguno de los pocos lugares que vendían comida en el barrio obrero, cerca del mercado. A menudo los acompañaba, pero aquél día en particular no fui, tenía que terminar un informe para el día siguiente y decidí quedarme hasta terminar.

Estaba escribiendo en mi oficina y como siempre que me quedaba trabajando, las únicas luces encendidas eran las de mi lugar y un fluorescente en la entrada principal. El resto del edificio quedaba en penumbra. A espaldas del edificio quedaba el antiguo bowling que ya nadie usaba y cuyo salón superior servía a veces para el desarrollo de bailes y polladas.

Eran aproximadamente las once de la noche y de pronto escuché el sonido claro de las teclas de un piano. ¿Un piano? ¿A esta hora? Qué raro. Traté de prestar atención a la tonada pero no logré escucharla más. Un par de minutos después la volví a escuchar. Detuve mis dedos sobre el teclado y traté de identificar la tonada otra vez. Parecía Beethoven.

– ¡Beethoven! – me dije – ¡qué extraño! Me puse de pie para ir a ver quién podría ser aquél que acompañaba pollo al carbón y espumosa cerveza helada con música de Beethoven. Llegué a la ventana de atrás del edificio y miré a través de ella… no había nadie en el salón del bowling. Regresé rápidamente a mi sitio.

Sentado en mi escritorio me concentré en cualquier otra cosa para olvidarme del asunto y reanudé mi trabajo. Apenas puse mis dedos en el teclado, empezó de nuevo el piano del mal. Eso ya era grave. ¿Habría alguien más en el edificio? No tuve el valor de salir. Levanté mi anexo y llamé al segundo piso. Nadie. Escuchaba claramente los teléfonos sonando allá arriba. Colgué y decidí terminar lo más rápido posible y de pronto el sonido del piano terrorífico llegó hasta mí otra vez. Me armé de valor y caminé hasta la puerta de la oficina. Se detuvo. Me quedé tras la puerta esperando y conteniendo la respiración. De pronto empezó de nuevo. Salí lentamente. El sonido era nítido en la oscuridad, sonaba dentro del ambiente, como flotando en el aire y de pronto, avancé un paso y se detuvo otra vez. Estuvo sonando así, intermitentemente, durante veinte minutos más el piano del terror, avancé un poco más en mi informe y miré el reloj, pronto serían las doce. No quería tener que escuchar al fantasma de las escaleras además del ya tenebroso piano, así que apagué mi computador y me fui a casa dejando las luces encendidas de mi oficina. No tuve el valor de apagarlas.

Cerca de mi casa y todavía con el susto, me encontré con el conserje, un tipo muy humilde que me miró con cara de tristeza le pregunté si le pasaba algo.
– Sí – me contestó – He perdido mi celular. Creo que se ha caído en el taxi que nos llevó al restaurant.
– Qué pena – comenté – ¿Pero ya llamaste? Quien sabe y te contesta la persona que lo encontró.
– Sí – me respondió – estuve llamando varias veces del teléfono público y nada. Si alguien lo ha encontrado no quiere contestar.
– Bueno, calma maestro – le dije – mañana es otro día – agregué y me fui a dormir.

Al día siguiente fui temprano a la oficina para terminar el informe. Para cuando lo terminé todavía no era el horario de entrada y el único que había llegado era el conserje.
– ¿Y? – le pregunté – ¿encontraste?
– No – me contestó.
– Intentemos una vez más – lo alenté mientras sacaba mi celular y marcaba el número, sin embargo de pronto, estando los dos allí de pie y a plena luz del día, empieza a sonar el maldito piano otra vez … – ¿Lo escuchas? – le pregunté.
– ¡Sí! – me dijo contento mientras abría el cubículo debajo de las gradas donde se había olvidado el celular que tenía como melodía de llamada… un fragmento de la quinta sinfonía de Beethoven ejecutada en piano.

II – La Cuca

La Cuca era una cocker spaniel negra preciosa, tenía una estrellita blanca en el pecho y guantes blancos también en sus patitas delanteras. Mi hermano mayor Tony la trajo a la casa de cachorrita. Mi mamá no la recibió bien, pero con el tiempo se ganó el cariño de todos. Creció y se hizo una perrita muy atenta aunque siempre nos daba lata escapándose a la calle cuando abríamos la puerta de la casa. Ella vivía en el zaguán de la casa que en aquél entonces era empedrado con unas enormes placas de granito que dejaban entre sí espacios de diez o doce centímetros donde crecía pasto. Un día la Cuca se escapó y corrió y se escapó hasta la casa de mi tío Víctor que tenía una farmacia. Allí sin que se diera cuenta vino un galán pastor alemán y la preñó. La Cuca cual hija que había mancillado el honor de la familia, madre soltera al fin y al cabo, pasó prácticamente recluida sus dos meses de embarazo.

Una noche, ya tarde, parió. Fue un parto difícil porque las crías eran grandes. Ella sufrió mucho, y los cachorros también. Adicionalmente al trauma del parto complicado algo seguramente hicimos mal porque los cachorros empezaron a morir sistemáticamente. Con los últimos dos llamamos al veterinario pero en nada nos pudo ayudar, solo recomendó tener cuidado y vigilar. Se murió el penúltimo cachorro e hicimos lo posible por salvar al último, sin embargo no lo logramos. La Cuca no lograba amamantarlo y nosotros probamos de todo, biberones de muñeca, pedacitos de algodón mojados en leche. Imposible. El último cachorro murió también. Mis hermanos mayores con toda la pena del mundo decidieron enterrar al cachorro en el zaguán de la casa entre dos de las enormes piedras del empedrado.

Esa noche empezó a llover a cántaros con tormenta eléctrica, la Cuca empezó a aullar de un modo que daba escalofríos. Era un aullido triste y lastimero. Mi mamá se puso nerviosa y ordenó que saquemos a la Cuca de la casa, al zaguán. No le importó que estuviese lloviendo, los aullidos la ponían demasiado nerviosa y era comprensible. Sacamos a la Cuca, pero no dejó de aullar por un buen rato, hasta que de pronto se quedó callada y de afuera solo se escuchaba el golpeteo de las grandes gotas y de rato en rato los potentes truenos. Unos minutos después escuchamos que rascaban la puerta que daba al zaguán. Era la Cuca queriendo entrar a la casa. Como ya había dejado de aullar y seguía lloviendo, mi madre autorizó su ingreso. Salí, abrí la puerta y en ese preciso instante la luz de un relámpago me regaló la imagen más escalofriante que he visto en mi vida: Frente a mí estaba la Cuca con su largo pelaje mojado, la mirada lastimera y entre sus mandíbulas el cadáver inerte de su cachorro que había desenterrado de entre el empedrado del zaguán de la casa.

III – La Perfeccionista

Conocí a esta chica hace años y por mensaje de texto, en la época en que los operadores de telefonía recién intentaban los primeros experimentos de redes sociales como el Blah! de Claro, por ejemplo. Con esta chica pasamos cosas buenas y regulares. Tenía cierta fascinación por la perfección, algo que me atraía porque yo también soy perfeccionista. Pero ella erraba en sus intentos muy a menudo, como aquella vez de la cita perfecta en el lugar perfecto, que tenía que ser una sorpresa y dónde ella en ese afán de que todo fuese perfecto terminó derramándome gaseosa en el pantalón.

En su mente se atrevía a mucho, pero en la vida real no tanto. Un día ya no nos vimos, desaparecimos recíprocamente el uno para el otro, a pesar de ello, religiosamente se acordaba de mi cumpleaños todos los veintinueves de octubre, todos los años. Ya sea mediante un correo, un mensaje de texto, esa era la oportunidad en que se hacía presente aunque sea unos segundos… hasta que inevitablemente con el paso del tiempo cambié de celular y correo. Nos perdimos la pista mucho tiempo y luego otra vez nos volvimos a encontrar en el mundo virtual. El viejo romance trasmutó aparentemente a una especie de sólida amistad cuando menos virtual. Allí descubrí a una persona distinta, igual de perfeccionista pero con miedos, prejuicios y complejos que no había visto antes. Con el tiempo su amistad se tornó difícil y tormentosa, entre otras cosas porque descubrí en algunos detalles a veces demasiado complicados de su vida y porque en algún momento de debilidad me confesó que su interés en mí no era solo amical, a pesar de que luego le daba una especie de pánico o sentimiento de culpa y negaba rotundamente que su interés fuese de esa naturaleza. Desde un principio me di cuenta que ella deseaba algo más y yo amablemente no la rechacé para no herir su susceptibilidad. Me di cuenta con el tiempo que yo eventualmente podría manejar una situación así en el plano emocional, pero ella no. Luego pasaron algunas cosas que me asustaron bastante, por ejemplo la forma desproporcionada con la que ella a veces reaccionaba ante cuestiones poco trascendentales. Sinceramente a veces me causaba miedo su forma de ser. Llegué a pensar que ella fácilmente podría planear la muerte de alguien si las cosas no sucedían como ella perfectamente quería, tanto así que en muchas ocasiones vi reacciones suyas similares a ciertas conductas sicóticas descritas en mis libros de medicina y psiquiatría forense. Un día decidí que por el bien de los dos sería apropiado poner un invisible muro divisorio entre ambos y apartarme de ella. Meses después y siendo mi cumpleaños me levanté pensando en que tal vez entre todos mis amigos, ella también me enviara un saludo de felicitaciones, sin rencores. Al tiempo que revisaba mis correos, abrí una página donde escritores aficionados posteaban cuentos cortos. Por curiosidad leí los últimos que se habían colgado y apareció uno donde se hablaba de un personaje parecido a mí y con un nombre parecido al mío, donde el autor o autora contaba una historia parecida a la mía con la chica de la historia (ella sabía que yo visitaba esa página) y al final el cuento terminaba con mi personaje sufriendo la peor de las muertes. Miré aterrado la fecha en que el cuento fue posteado: veintinueve de octubre.

9 comentarios:

  1. La 1era. Un mate de risa, ya se veía venir el final cuando apareció el vigilante.... Muy buena.... La 2da. Muy tierna... Pobre perrita... Y la 3era. Me deja dudas sobre si conozco a esa chica.... Jajajajajajaja

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  2. Gracias por seguir el blog Ed!!! Oye, sí pues!! En el primer caso, al día siguiente fue gracioso, pero esa noche me dio un susto que nadie me lo quita!! La segunda fue terrible, traumante, yo ere pequeño, tendría 8 añitos. Y la tercera,,, ufff, todavía sigo de miedo...en serio, da que pensar, que peligrosa esa mujer!! Buuuu!!!!! Jajajajaja

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  3. jajajajaja muy buenos Miguel! me atraparon los tres, son del tipo de historias cortitas que me gustan, te felicito tienes un don para transmitirlas, ahora me pongo al dia con el resto del Blog :) feliz cumpleaños!!!!

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  4. Como te comentaba en el FB, huy en el primero solo te imaginé en ese momento yo también habría estado aterrada, estando sola por la noche en mi oficina anterior tuve la sensación de escuchar pasos, salir a ver y no encontrar nada, o sientes la energia de alguien que no puedes ver da miedo. En el segundo me trajo recuerdos de todos los cachorritos que me tocó criar a base de darles leche con algodones y ayudar a una de ellas en la labor de parto que le pasó similar al caso de la Cuca, amo los perros y estas historias me pegan. En el tercero me dio miedo y lastima a la vez la pobre, ahora que lo releí me puse a pensar lo mismo que Edwar y en una conversación de hace unas semanas :S lo que me da más miedo.

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  5. Gracias por las felicitaciones Claudio!!! Y gracias por el saludo de cumpleaños!!! Lo pasé bien, interesante, divertido y entretenido mi querido "Wilson" jajaja!!! Un fuerte abrazo y cumple tu promesa de ponerte al día!!

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  6. Gracias Arely por comentar el blog como siempre, eres una de mis más fieles seguidoras y por ello te harás acreedora a un premio ;) !!! Ahora respecto a las historias, sí pues la primera si me dejó asustadísimo!! Al día siguiente no sabía si pegarle al vigilante o reirme. La segunda como le dije a Edwar fue atroz, era muy chico. Y la tercera... miedo.. y como acertadamente dices algo de pena también... termina siendo algo triste, igual cuidaré mis espaldas!! jajajajaj besos!!

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  7. Muy bueno como siempre, disfruté mucho los dos primeros, el tercero? no tanto. Tienes una buena técnica y mucho tino, realmente conseguiste una risa y un estremecimiento. Besos!

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  8. Gracias Carol por leer el blog. Qué bueno que te hayan gustado por lo menos dos de tres. La tercera la tuve que armar sobre la marcha, pero a mi si me gustó escribirla. Me divirtió mucho el mundo de coincidencias en la historia y pensé que era algo que no podía quedar si contar. Entiendo también las consideraciones de naturaleza subjetiva. :) Dont worry. Un abrazo y gracias!!!!

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  9. Uhhhhh esperaré el premio entonces jejeje, besos.

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