miércoles, 28 de septiembre de 2011

¡NO TE ENOJES BLANQUITO!

El choleo es una práctica popular y de largo arraigo en el Perú. Lo interesante es que en los últimos años ha tomado diferentes carices, así ya no es raro escuchar a mucha gente decir “soy cholo, y a mucha honra”; “cholito lindo” o “¡ese es mi cholo!”. Ello implica que la palabra ha ido perdiendo las espinas que la hicieron dolorosa en años y siglos pasados.

El que haya perdido espinas no significa que sea aceptable. La costumbre limeñísima de cholear ha calado profundo en el resto del país, así la GCU (como diría la China Tudela) asume que una muestra de inclusión en la post modernidad es desempolvarse de prácticas racistas y así llaman de chola a la pecosa amiga de apellido italiano, “para que veas que no soy racista ¿captas?, o sea en el Perú todos somos cholos.” Claro es fácil hacer esa afirmación cuando te apellidas Goldstein o Kundmüller, pero ¿qué pasa con miles de compatriotas que han sentido el peso de la discriminación sobre sus espaldas durante más de cinco siglos?

Resulta que como todos quieren ser del grupo de la GCU, en el Perú ya no cholean sólo los blancos, todo el que se considera post moderno y de vanguardia cholea. Tú choleas, él cholea, nosotros choleamos, ellos cholean y vosotros choleáis. El verbo en su máxima aplicación. Sin embargo, yo no choleo. Me parece inaceptable.

Ya sé que estará pensando más de un lector: “Yo choleo, pero en buena onda, es un trato de cariño.” O “yo no lo uso peyorativamente, es una forma de decir nomás.” Nuevamente justificaciones para uno mismo. Piénselo bien, no me conteste, contéstese usted mismo. Si usted va al mercado y le dice la señora que vende fruta: “Cholita, pésame un kilo de manzana.” ¿Está usted totalmente seguro o segura que la señora no se ofende? ¿Será que le pone buena cara solo porque no quiere perder al cliente? Bueno, si insiste en auto justificarse, cualquiera que sea la excusa, la palabra siempre lleva soterrada una forma de discriminación y lo digo por lo siguiente: Nadie, absolutamente nadie, puede estar seguro que la persona que recibe la calificación, entienda que es “en buena onda” y no se sienta afectada por ella. Ante la duda, mejor no hacerlo.

Para quienes piensan que usar un término tan peyorativamente aplicado durante siglos, es una práctica “cool” y “super hiper ultra moderna, o sea yo no soy racista ¿ves?” Sería bueno que analizaran si sería apropiado llamar a un panadero judío alemán de “Judiíto, cuánto cuesta el pan.”, a un taxista afroamericano del Bronx “¡Hola negrito, llévame a Manhattan!”, o decirle a un tendero chino, “!Hey! amarillito, véndeme un pescado.”

Estas prácticas que parecen tan poca cosa constituyen graves ofensas en otros países y pueden ser pasibles de sanciones que van desde la multa hasta la prisión.

Al igual que la palabra “amigo”, que traté en otro post, la palabra “cholo” además de su sentido discriminador, vulneran el derecho a ser llamado por el nombre. Existen los sobrenombres como “chato”, “loco”, “ñato". Si bien en círculos íntimos puede ser permisible hay que tener lo siguiente: Lo correcto es llamar a las personas por su nombre, ojo, ni siquiera es una regla gramatical o una norma de buena educación, esto está dispuesto en el Código Civil:
Artículo 19.- Derecho al nombre
“Toda persona tiene el derecho y el deber de llevar un nombre. Este incluye los apellidos.”

Artículo 26.- Defensa del derecho al nombre
“Toda persona tiene derecho a exigir que se le designe por su nombre.”
“Cuando se vulnere este derecho puede pedirse la cesación del hecho violatorio y la indemnización que corresponda.”

Para usar un sobrenombre se debe contar con el consentimiento de la otra persona, es decir el aludido debe estar de acuerdo. El problema con la palabra “cholo” es que el contenido racista es tan fuerte que nadie se asume como mestizo o cholo, por tanto al negarse cree que la palabra no le afecta. Pero si llega a sentirse identificado y luego reclama podría ser tratado además de “resentido” como he visto últimamente sobre todo en las redes sociales.

He notado con alegría que hay fuertes corrientes en el Perú que están abordando este tema con valentía. En buena hora. El problema de la identidad no es poner escudos en las camisetas. El asunto con la identidad es reconocernos como mestizos, aquellos que lo somos, la inmensa mayoría, sentirnos orgullosos de ella y por tanto no dejar que nadie afecte esa identidad con términos que podrían (basta la duda) ser peyorativos.

Otro matiz de este mismo asunto es el hecho detestable de ver a personas mestizas, como yo o como usted probablemente, cholear, pero con rencor y asco nada disimulados a personas con solo uno o dos tonos de piel más oscuros. O por su acento, o por su vestimenta. Este sigue siendo un país donde el que es un poquito más claro que otro o maneja mejor el idioma ya se cree Ario o Vikingo. Nuevamente falta de identidad y probablemente de espejo en casa.

Ojala esta nota sirva para cambiar un poquito la conciencia de las personas. Si una sola cambia, este post será un éxito. Llamemos a las personas por su nombre, es su derecho y nuestra obligación.

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