domingo, 25 de septiembre de 2011

CONFUNDIENDO LA FICCION Y LA REALIDAD

Cuando Dan Brown publicó “El código Da Vinci” la iglesia católica se opuso rotundamente a su difusión e invirtió tiempo y dinero en desacreditar la novela y establecer a sus fieles primero prohibiciones y luego explicaciones de que los datos e historias plasmadas en la novela no eran reales.

Esta situación me pareció anecdótica, sin embargo siempre hay personas que tienden a pensar que los cuentos y novelas son testimonios personales o historias verdaderas. Desde esa perspectiva el sistema de justicia de Estados Unidos debió haber utilizado “El Padrino” de Mario Puzzo como evidencia en algún expediente criminal o “Collacocha” de Solari Swayne debería ser un documento obligatorio en las clases de historia del Perú en las escuelas.

Pero aunque resulte curioso, el comportamiento de la iglesia católica no es singular, lo mismo sucedió con las autoridades del Colegio Militar Leoncio Prado cuando se publicó la novela de Vargas Llosa “La ciudad y los perros”, llegando al extremo de hacer una hoguera con los libros del escritor como una muestra de rechazo.

De igual manera los amigos de Jaime Bayly entraban en pánico con cada una de las primeras novelas del escritor, sufriendo con la aparición de los personajes en lo que se sentían representados u otros más hábiles explotaban el parecido para exponerse a la prensa.

También tiene que ver la irresponsabilidad de algunos escritores. Muy pocos cometen el error de decir “si, tal o cual personaje es tal o cual persona en la vida real”, lo que además de ser irresponsable es falso, porque una vez que el personaje se introduce en una novela toma vida propia, se independiza de la persona que sirvió parcial o totalmente de inspiración.

Una anécdota que siempre recuerdo es aquella de Mario Vargas Llosa, al que le preguntan en alguna ocasión acerca de quién mató a “el Esclavo” en “La ciudad y los perros”, Vargas contestó con toda la sinceridad del mundo: “No sé.” Es cierto, cuando uno escribe (y quienes lo hacemos o intentamos hacer lo sabemos bien) los personajes adquieren una personalidad propia en el mismo desarrollo de la historia y a veces toman sus propias decisiones al margen de la voluntad del escritor. Muchas veces mis cuentos han terminado con finales totalmente distintos a los que yo había planeado.

Haciendo un paréntesis, la desproporcionada reacción de la iglesia católica frente a la novela de Brown, a la luz del tiempo transcurrido, nos deja dos conclusiones, una de causa y otra de consecuencia. La causal está referida a que los jerarcas de la iglesia católica comprendieron algo que es un hecho de dominio público en muchos sectores, pero no totalmente aceptado: La educación de las personas tiene un nivel tan bajo, que muchos no entienden o distinguen todavía el concepto de novela y ficción, por lo que la iglesia se aterró ante la idea de que muchos de sus fieles, analfabetos funcionales, cuestionaran su fe a partir de la información obtenida. Tal vez sea un poco exagerado, pero si bien muchos comprenden que “Yo visité Ganímides” es un libro de ciencia ficción, para muchos podría ser la bitácora de un viaje verdadero. Ese fue el temor de la iglesia respecto a la novela de Brown, que la mayoría de sus fieles no pudiese distinguir realidad de ficción y cuestionaran su fe en función a los argumentos de la novela. Respecto a la conclusión de consecuencia: La prohibición que hizo la iglesia católica a sus files no hizo otra cosa que disparar las ventas del libro de Brown. La gente está ávida de escándalo, de chisme, de “a ver si es cierto”. Los aspavientos de la iglesia sugirieron que “algo de verdad debe tener ese libro” y terminaron favoreciendo a quien menos querían favorecer: al autor.

En nuestro medio, cada vez que un personajillo farandulero publica un libro, es como lanzar un “reality show”, la población hace gala de su mórbido interés de la vida ajena y compra y comenta el libro. Si el autor tiene la decencia de afirmar con la debida contundencia que la novela es ficción, la gente pierde interés.

Cosa diferente son las biografías, donde al autor pone a conocimiento público su vida, en una especie de documental escrito. De igual manera los ensayos, crónicas y estudios pueden ser sometidos al escrutinio público para ser criticados, desvirtuados, comentados, sopesados, rebatidos o complementados. La novela y el cuento no. Al ser creaciones artísticas compuestas de ficción no resisten mayor debate que el formal. La estética y la técnica pueden ser discutibles, si la historia es verosímil o no, el desarrollo adecuado de las características de los personajes o, también, la precisión histórica, como por ejemplo errar poniendo en boca de un cónsul romano precristiano las palabras “Papado” o “América”.

Los personajes de una historia a veces son totalmente ficticios, como el vampiro Lestat de Anne Rice, pero no cabe duda que este Lestat debe tener en su personalidad algunos rasgos de algún conocido de Rice o de ella misma. Pero a nadie se le ocurriría afirmar que Lestat es Rice en la vida real. Los que escribimos o lo intentamos, construimos nuestros personajes con pedacitos de varias personas reales, dosis más, dosis menos; los espacios y las anécdotas siempre toman un poco de aquí y otro de allá y en función a la capacidad imaginativa y necesidad del trabajo, se crean totalmente. Nunca he estado en un campo de concentración nazi pero alguna vez tuve que describir uno, y me imaginé con claridad la habitación de un hotel barato de la Rue de Vaugirard en París en los años cincuenta del siglo pasado a pesar de nunca haber estado allí y de haber estado no luciría hoy como hace sesenta años.

Como señalé líneas arriba, puede ser incluso que algún personaje se parezca mucho a uno de la vida real, pero desde que se plasma en el cuento o la novela, deja de ser la persona o personas en que se inspiró, adquiere vida propia; el lector le asigna un rostro, un cuerpo, un tono de voz o de piel, un acento, las expresiones, el lector rellena todos los espacios en blanco que deja el autor a veces adrede y a veces sin querer. El personaje que el lector concibe nunca más es el que el autor diseñó y con mayor razón nunca es aquél en el que el autor se inspiró.

Cuando Vargas Llosa escribió “La tía Julia y el Escribidor” la tía Julia de la vida real escribió una novela de “respuesta” llamada “Lo que Varguitas no dijo” o algo así, nunca perdí mi tiempo leyéndola. Nadie escribe una historia para que los que se sienten aludidos hagan una “respuesta.” Pienso que la literatura no debe ser usada como vehículo personal. No estoy de acuerdo en usar los cuentos o novelas para “enviar mensajes” a otras personas. Para eso están los ensayos y crónicas desde mi modesto punto de vista, acepto que otras personas pueden tener una perspectiva distinta respecto a este tema en particular, pero no es mi caso. Yo soy un cazador de historias, siempre estoy atento a la información alrededor mío o lo que me pasa y a partir de allí escribo y agrego lo que mi imaginación me dicta.

A veces los académicos quieren interpretar cosas más allá de las que realmente son. Vargas Llosa ha dicho que escribe para vivir en sus personajes lo que no podría vivir siendo él mismo. Bryce y García Márquez han dicho que escriben para que los quieran. Yo escribo por una mezcla de las dos cosas. Estoy seguro que todos ellos lo hacen siempre por placer. Yo también.

Contaba García Márquez que el profesor de uno de sus hijos en la escuela les dejó una tarea acerca de “El Coronel no tiene quien le escriba”, sin saber que el muchacho era hijo del escritor. El niño le contó a su padre que el profesor afirmaba que la novela era una obra maestra porque García Márquez había logrado personificar en el gallo El Pueblo y en el Coronel al Estado y en los amigos de Agustín, el hijo fallecido a los burgueses, García Márquez se echó a reír y se alegró no haber puesto el final que había pensado originalmente: El Coronel harto del asunto, le torcía el pescuezo al gallo y hacía un caldo.

2 comentarios:

  1. Muy reflexiva tu nota, y en definitiva tienes razón, a veces te sientas a escribir y es como que tus dedos en automático lo hicieran y la idea inicial termina totalmente diferente a lo planeado solo toman vida propia como bien lo planteas. El tono de realismo y detalles que des es muy importante para que la historia sea logica y creíble, por ejemplo Dan Brown a mi criterio describe muy bien el espacio físico en el que se desarrolla la historia y juega con otras cosas de las que se han venido hablando por mucho tiempo en documentales de programas de historia o ciencias, siempre con el fin de desvirtuar la versión de la Iglesia. Escribir y leer es simplemente fascinante :)

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  2. Gracias por el comentario Arely. Efectivamente la idea es escribir y leer con placer, ese es el asunto de la ficción, no tener que rendir cuenta de lo que escribes. Si no, no sería placer. Un besote!!

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