lunes, 25 de julio de 2011

COLA DE LEON (Cuento)

El ingeniero Zuloaga empezó su discurso, estábamos en uno de los edificios más antiguos de la universidad. Por esos pasillos y arcos de sólido sillar donde alguna vez tuvieron lugar debates filosóficos, teologales, discusiones acerca de la gramática y la filología, hoy nos acomodábamos en una de sus aulas cerca de medio centenar de estudiantes universitarios de diferentes especialidades, algunos egresados, a escuchar al nuevo director del instituto de investigación al que pertenecíamos.

La espera previa había sido incómoda, la tensión se sentía en el ambiente, ahora escuchaba el discurso atentamente, todos esperábamos poder resolver nuestros problemas de una vez por todas en esta reunión. Zuloaga empezó con un tono firme, sin embargo sus palabras a pesar de parecer conciliadoras en un inicio tenían un tono desafiante. Dijo que le gustaba resolver las cosas, conversar, sin embargo… ¡Ah! Esos “sin embargo”, sentí que algo nada positivo estaba a punto de desencadenarse; con los demás nos miramos de reojo, algo andaba mal. “Sin embargo”, dijo, no le gustaban los grupos beligerantes. ¿De qué diablos hablaba? Luego empezó a hablar mal de los abogados, me sentí aludido directamente, ya que era yo uno de los pocos, si no el único, proveniente de la facultad de derecho, los demás casi sin excepción eran de ingenierías o a lo mucho de ciencias económicas y contables.

En medio de esa perorata extrajo de un folder barato de plástico, una copia de “El Pasquín.” El Pasquín era una especie de panfleto divertido, lo habíamos publicado hacia poco un grupo de miembros del instituto de investigación mitad para divertirnos y mitad para servir de vehículo de integración. El nombre surgió de la nada, en realidad de una de las tradiciones de Ricardo Palma y no tenía nada que ver con su contenido. Si bien era cierto que en uno de sus números había artículos un poco subidos de tono, no eran tampoco insultantes y mucho menos peyorativos. Solo decían la verdad y lo triste, para nuestro caso, es que la verdad es lo peor que se puede poner por escrito cuando se tiene por director a un dictadorzuelo aprendiz de sátrapa aventurero.

Cuando empezamos con El Pasquín, el compromiso era escribir lo que deseáramos y yo me encargaría de las publicaciones, los compañeros podían ponerse pseudónimos o usar su propio nombre, a elección del dueño de la colaboración. Hubieron algunos, dos o tres que en un acto de profunda y admirable valentía, escribieron las cosas como eran y firmaron con su nombre completo. Pocas veces he visto gente tan joven y tan valiente. ¿O éramos terriblemente estúpidos? No lo sé, pero sin lugar a dudas éramos honestos.

Zuloaga soltó una mortal diatriba en contra de El Pasquín, dijo que era un documento que lindaba con lo inmoral, que éramos prácticamente delincuentes por haber tenido la facinerosa idea de haber escrito lo que pensábamos. No contento con ello hizo algo que casi me lleva a un ataque de risa. Leyó la definición del diccionario de la palabra “pasquín” como si eso pudiera probar que era víctima del despiadado ataque de un grupo de alumnos universitarios subversivos y “beligerantes”, como él mismo decía una y otra vez, presa de la rabia detrás de los gruesos vidrios de sus lentes empañados por su grasiento sudor.

Me miré con el Chino Sosa y con Henry, ambos habían escrito en El Pasquín y estaban devastados. Me dio profunda pena, me imaginé cómo se sentirían los presos políticos en Cuba, cómo se habría sentido Littin en Chile o las madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Ahora pienso que tal vez exageré, pero en ese momento me sentí así y no tanto por mí si no por el Chino y por Henry.

Pensé en interrumpir y defender la posición de todos, pero Zuloaga sacó de su folder mugriento nuestro memorial. La reunión se había convocado a partir de un memorial dirigido a Zuloaga, el que casi todos los miembros del instituto de investigaciones habíamos firmado y en el que hacíamos un reclamo por nuestros derechos recortados, las limitaciones a las que últimamente veníamos siendo sometidos y sobre todo a los malos tratos que veníamos recibiendo de Zuloaga y su adjunto, un esbirro desastrado de apellido Montenegro que hablaba mucho y no resolvía absolutamente nada.

Muchos años antes de la llegada de Zuloaga y su séquito de matarifes al instituto, este había pasado tiempos difíciles con poca infraestructura y relativo apoyo, mentes brillantes habían transitado por él y dejado un mística de trabajo que había permitido convertirlo en uno de los primeros de la región en su especialidad. La administradora en estos últimos años, había hecho un razonable buen trabajo, los directores anteriores habían compartido esa mística con nosotros y nosotros con ellos. Ahora Susana, como se llamaba la administradora había quedado claramente relegada; Zuloaga había colocado a Montenegro como administrador general y Susana había aceptado de cabeza gacha una especie de sub administración, aunque no perdía la oportunidad de azuzarnos de vez en cuando para hacer algo al respecto. Ella sabía que si nosotros ganábamos, ella también se vería beneficiada.

Nos parecía injusto que Zuloaga hubiese recibido el instituto tal como estaba, con el prestigio ganado, con modernos locales y equipos de última generación y nos hiciera a un lado precisamente a quienes construimos eso. Ni siquiera queríamos mejores sueldos, solo queríamos la elasticidad de horarios de la que siempre habíamos gozado para poder estudiar nuestras respectivas carreras al mismo tiempo que investigábamos y por supuesto un trato personal y laboral digno, cosa que ya se había perdido definitivamente semanas antes. Por ello una noche nos reunimos todos en uno de los ambientes del instituto. Allí recuerdo claramente que les preguntábamos a todos si estaban de acuerdo con el memorial, y que si en ese momento se decidía no ir más adelante, dejaríamos todo en ese estado y no tocar más el tema. Todos asintieron, a aquellos que tenían familias (que eran muy pocos) y que no podían poner en riesgo su trabajo, no los dejamos firmar, negaríamos su participación. Allí les contamos a todos acerca de El Pasquín y también estuvieron de acuerdo.

Cuando Zuloaga convocó la reunión pensamos que sería una oportunidad perfecta para dialogar y limar asperezas. En eso pensaba precisamente cuando Zuloaga levantó la voz agitando el memorial en el aire, casi arrugándolo de la cólera. A su lado estaban sentados unos advenedizos que recientemente habían ingresado al instituto y que no aportaban nada, unos profesores de primaria al borde de la jubilación que estaban allí más por una necesidad formal que por ninguna otra cosa y sin ningún otro mérito que su edad (a pesar de lo cual no habían logrado mérito alguno en la vida) y que se sentían superiores a nosotros por el solo hecho de pintar canas.
Zuloaga cambió de pronto de tono, dijo en un intento de parecer conciliador que estaba dispuesto a olvidar todo y perdonar a aquellos que en ese momento se retractaran de haber firmado el memorial. Por supuesto los que habían participado de El Pasquín no serian perdonados.

Era un vil truco, una estrategia inteligente propia de un déspota opresor, miré a todos y deseé de corazón que nadie se retracte, si todos nos manteníamos firmes todavía podíamos tener capacidad de negociación. Sin duda Zuloaga era astuto, se había dado cuenta que El Pasquín tenía que haber sido hecho por gente con capacidad de liderazgo, sacándonos de la jugada dejaba sin pastor al rebaño y luego sometía a los compañeros a la humillación pública de desdecirse de sus pretensiones; quebrando las almas y el amor propio de sus detractores, ya no tendría problemas en el futuro.

Empezó a llamar a cada uno, fue un espectáculo lastimero, casi todos pasaron al frente y se retractaron, Zuloaga no se conformaba con preguntar, exigía que cada uno repita una fórmula precisa. Los que tenían la oportunidad me miraban con un gesto de “discúlpame, no me quedaba otra posibilidad” los otros no tuvieron valor siquiera de mirarme a los ojos.

Cuando terminó el festín de Zuloaga solo cinco no nos retractamos, de los cinco, dos no habían intervenido en El Pasquín y fueron enormes en integridad al decir "no" cuando pudieron seguir la corriente y retractarse como todos los demás.

Al salir de la reunión, casi todos huyeron, Susana estaba en el patio, nos miró y nos dijo con lágrimas en los ojos que no había podido hacer nada para ayudarnos. Yo estaba herido, sin embargo en ese momento se me vino a la mente “El Padrino” de Puzzo y comprendí a Michael Corleone, en ese instante me di cuenta que Susana nos había vendido, tal vez por menos que treinta monedas. Salí a la calle y me di cuenta también que ahora estaba desempleado, en realidad eso no me importaba mucho, lo más triste era que dejaría de investigar con ese grupo fantástico de compañeros y era una de las cosas que más me gustaba. Entendí las razones de muchos, tenían familias y obligaciones y no podían darse el lujo de perder el magro ingreso que tenían en el instituto, otros acaban de ingresar y no tenía sentido que se fueran sin haber aprendido nada. También creo que a muchos les faltó confianza en ellos mismos, sobre todo los más antiguos, muchos eran brillantes y tal vez si hubieran salido ese día del instituto sus vidas habrían cambiado.

Cuando salía se me acercó uno de los que se habían retractado, fue de los pocos que se atrevió a mirarme a los ojos. Se disculpó, le dije que no pasaba nada, que todo estaba bien. Se volvió a disculpar diciendo que no debí haberme ido, que tal vez si hablaba con Zuloaga me perdonaría, dijo que yo era valioso y que los demás querían que lo intente. Tal vez si suplicaba…
– No – le dije – no voy a suplicar a nadie, ni menos a Zuloaga.
– ¿Pero por qué? – me preguntó.
– Porque no me gusta suplicar.
– No seas orgulloso – replicó – tú solo no vas a resolver las cosas, aquí podemos hacer algo todos juntos.
– No es orgullo – le conteste – pero prefiero ser cabeza de ratón y no cola de león.
El se quedó callado con las manos en los bolsillos, y yo me fui por la avenida con la frente en alto, como siempre.

6 comentarios:

  1. Bonita historia Miguel! El valor de seguir y ser consecuente con nuestras convicciones es de admirarse, sobretodo en alguien tan joven como el personaje principal. Felicitaciones!!!! Un abrazo :)

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  2. Es una historia precisa tiene una segunda parte que me encantaría escribir. Recuerdo que en esa época no pude irme con ustedes por una deuda, que cosa tan vanal que en aquella época no me fue posible manejar a mis 24 años. Si me dio vergüenza y además me dio impotencia no seguir lo que abiertamente consideraba un atropello, felizmente el mundo dio vueltas para todos :)...

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  3. Gracias Gretha por el comentario, es cierto que la consecuencia es fundmental para el ser humano asi como la integridad.

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  4. Jorge! Me encantaría que escribas la continuación! Bueno respecto a los eventos que inspiran este relato ficticio, no te hagas bolas! No olvides que en todo caso tú pertenecias al grupo de los que acababan de ingresar en todo caso. Estaremos esperando tu relato! Un abrazo maestro!!

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  5. Muy buena historia pero un tanto triste a la vez a pesar de ser ficticio. Es triste ver como nosotros podemos no fallar a los amigos o compañeros sino traicionarnos a nosotros mismos debido al miedo. El tema aqui no es el no tener miedo, si no el no actuar frente al miedo o peor aun traicionar a tu integridad frente a este. Sin embargo, lo bueno aqui es que este tipo de situaciones te dan el temple para seguir los dictados de tu corazón(o espiritu), crecer, elevar tu autoconfianza y tener más herramientas para poder enfrentar este tipo de situaciones y a tipos de esta calaña ... Es digno de admirar Doctor!!!

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  6. Gracias Hugo por el comentario y por leer el cuento. Coincido contigo en cuanto a que cuando fallamos a otro, en primer lugar fallamos a nuestras convicciones y eso es lo más doloroso. LO bueno como dices que situaciones así te hacen más fuerte. Un fuerte abrazo Huguito y muchos exitos como siempre!

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