sábado, 29 de enero de 2011

HUMILDAD

Durante mi vida me he encontrado en diversas ocasiones con gente, que directa o indirectamente me han recomendado ser más humilde. Al parecer la humildad es considerada como una virtud de gran valía por un grupo mayoritario de personas.

No voy a entrar a discutir las definiciones del diccionario de la Academia de la Lengua o las de Wikipedia. Lo cierto es que la humildad es entre otras una virtud dentro de la estructura filosófica de un credo, como es el cristianismo. Siendo el cristianismo una religión o culto, sus normas y preceptos filosóficos son solo exigibles a quienes profesan la religión.

Exigir la humildad a todos los seres humanos no es otra cosa que un acto de intolerancia de quienes la practican. Cuando un cristiano practicante (o que cree serlo) se para frente a otro a exigirle humildad, no está haciendo otra cosa que imponer una conducta deseable o exigible para quienes comparten con él su dogma, pero a nadie más.

Ya Agustín de Hipona (uno de los más grandes filósofos de la Iglesia Católica) decía sabiamente que la humildad es una virtud curiosa, dado que precisamente en el momento que uno cree tenerla acaba de perderla. Partiendo de esa premisa aquél que exige humildad a otros debería tener la calidad moral para exigirla, es decir tendría que ser humilde. Resulta evidente que un acto de humildad básico sería el no cuestionar la falta de humildad de los otros, dado que quien exige humildad implícitamente se jacta de la suya. Por principio quien es humilde no podría imponerle humildad a otro.

En la vida real y en estos tiempos modernos parece ser que quienes exigen humildad a otros en realidad son aquellos que no soportan los logros del prójimo. Se llama a esta conducta mezquindad, y es practicada por aquél que se niega a reconocer el éxito del otro y en su afán de disminuirlo llama al titular del logro de “poco humilde” o “falto de humildad”. Si hago una retrospectiva y me fijo en quienes han cuestionado alguna vez mi falta de humildad me doy cuenta que no son aquellos que puedan ser reconocidos precisamente por sus logros o éxitos, ya sea en su vida personal, familiar o en cualquier otro aspecto.

Dos mil años de cristianismo le han enseñado a la gente que ser humilde está bien y que uno no debe jactarse de sus logros, bueno, no cuestiono esos preceptos de quienes los tienen como norma de vida, pero no son los míos. Cómo dije son preceptos del cristianismo y quien profese ese culto deberá sentirse (paradójicamente) orgulloso de ser humilde. Pero exigir conductas a otros es totalmente arbitrario, intolerante y antidemocrático.

Nieztsche (equivocado o no) cuestionó duramente el cristianismo por ser un filosofía que promueve antivalores naturales o dicho de otra manera valores contrarios a la naturaleza del hombre(desde la perspectiva del propio Nietzsche y que comparto). Hace muchos años, durante mi adolescencia y primeros años de juventud, cuando mis prójimos cristianos se encargaban de hacerme sentir sumamente mal cuando me sentía orgulloso de mis avances en el duro camino de la vida, encontrar a Nietzsche fue un verdadero alivio; encontré por primera vez a alguien que compartía mis cuestionamientos a una cultura donde incomprensiblemente la pobreza de espíritu es una garantía para lograr un lugar en el cielo. Quedó grabada en mi mente la frase del filósofo que dice: “Cuando se pisa a un gusano, este se enrolla, lo que es muy inteligente porque con ello reduce la posibilidad de ser aplastado. Ese es un ejemplo de humildad.” Yo no quiero ir a ese cielo poblado de pobres de espíritu si es que existe.

Si la humildad es tan gloriosa virtud, ¿porqué los cristianos se jactan tanto de sus propios credos? Quién no ha recibido la fastidiosa cadena de correo electrónico que dice: “Yo no me avergüenzo de decir que creo en Jesús”, ¿no es ésta una forma de orgullo? Las sectas y diversas variantes de cristianismo que existen particularmente en Latinoamérica ¿acaso no se jactan unas respecto a otras de tener la verdad en sus manos? Pero sin ir muy lejos, en nuestras propias comunidades, nuestro vecinos, ¿acaso no exigen una conducta cristiana en clara alusión que cualquier otra forma de concebir el mundo está equivocada? No es raro leer o escuchar a padres de familia o compañeros decir que gracias a Dios tienen una familia con sólidos valores cristianos. ¿Es decir que una familia no cristiana no tiene valores? ¿Sólo los cristianos merecen vivir en sociedad? ¿Qué sucede con los no cristianos? ¿Somos una especie de parias o marginales?

Resulta claro que la humildad es cuando menos una conducta esperada de quienes proclaman practicarla, pero parece que en la práctica nunca es así. Sin embargo si una persona como este aventurero escribidor habla o escribe de sus logros, de las cosas que eventualmente ha aprendido o conseguido, nunca falta un fresco que sale a exigir humildad. Esa exigencia de humildad debe traducirse como “No me restriegues en la cara las cosas que sabes o que haces”, es decir la oda a la mediocridad. Esta mala concepción de la humildad es en realidad el disfraz artero y perverso de la mediocridad. Cuando veo un post de alguno de mis queridos amigos que informa que llueve en Houston, o que el tráfico está pesado en Londres, que acaba de terminar exitosamente su doctorado en Lima, o que está organizando un gran evento empresarial en provincia, mi corazón se llena de alegría y comparto esos logros. Creo firmemente que sería mezquino reclamarles humildad. Esos logros no caen del cielo, cuestan esfuerzo, disciplina, trabajo y esmero. ¿Porqué tendrían que ocultarlos? Y si alguien sabe cosas o domina determinados temas ¿Porqué exigirle que se calle? Esos conocimientos también son el resultado de esfuerzo. La teoría del mediocre es que esos éxitos hacen más notoria su mediocridad, por eso necesita ocultarlos, opacarlos o desmerecerlos.

Cuando alguien gana una competencia, normalmente es felicitado por los demás. Es costumbre que el ganador le diga a los otros competidores: “¡Buen trabajo! Sigue intentándolo.” Pero esa frase también hay que ganársela: esa frase se brinda al competidor que estuvo al nivel adecuado en toda la competencia. Ya sea que uno sea el ganador o perdedor, recibir o dar esa frase tiene mérito si uno puso todo el alma, empeño, corazón y talento en la brega. Esa frase no se la merece el mediocre. El mediocre que sólo compitió para probar suerte, no sólo no colaboró, si no que fue un estorbo, contribuyó a disminuir el nivel y además, es ese precisamente el que va a reclamar humildad al ganador. Nuevamente: “No me restriegues tu éxito en la cara”, es decir la apología de la mediocridad. En cambio el que perdió haciendo su mejor esfuerzo comparte el triunfo y la gratificación del ganador. Los ganadores se edifican entre sí. Los mediocres se disminuyen entre sí y tratan de disminuir los logros de los ganadores.

Seguramente alguien se sentirá aludido leyendo este texto y pensará que estoy equivocado. Puede ser, pero tengo el derecho constitucional a estar equivocado, a la libre expresión y decir lo que pienso. No profeso el cristianismo, por tanto no se me pueden exigir los valores de ese credo. Mi dignidad de ser humano me permite defender mi punto de vista y las hipótesis que formule sobre mí mismo. No aconsejo el ataque artero de quien se sienta descrito en estos párrafos, puesto que si además se jacta de ser cristiano, deberá en todo caso poner la otra mejilla y orar por la salvación de mi alma, ya que yo no lo haré.

La vida es una competencia desde que se nace, algunos lamentablemente nacen en entornos donde las oportunidades son mínimas o no existen, hay otros que nacen con mejores oportunidades y otros que hacen sus propias oportunidades a pulso. Tristemente hay muchos que desperdician valiosas oportunidades y luego les atribuyen la culpa a los demás, a la vida o a la suerte. Lo cierto es que cada uno está permanentemente compitiendo en su entorno. Cada uno de nosotros es consecuencia de nuestras propias decisiones. Hoy en día, y recordando mi lugar y medio de origen, rechazo al reclamo de humildad que me haga cualquier mediocre. Lo que sé y lo que tengo no cayó del cielo, es producto del esfuerzo y de años de rigurosa disciplina y trabajo. Me jacto de ello.

2 comentarios:

  1. Estimado Arequipense en la Selva, aún no ha quedado claro para mi, pero ese esfuerzo y trabajo puede darle derecho a alguien a ridiculizar a otros en publico justamente por todo ese bagaje de conocimientos que tiene?

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    1. No tengo una respuesta para eso mi estimado Anonymous. No estoy convencido de un "no" rotundo, me parece que la respuesta tampoco es un sí. Prometo evaluarlo. Salduos.

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