viernes, 28 de enero de 2011

MELANIO (Cuento)

Melanio abrió el cuaderno escolar cuidadosamente forrado que era su diario y escribió:

“SOY UN HOMBRE NUEVO, HOY EMPIEZA UN NUEVO DÍA, NO HABRÁ NADA QUE PUEDA DETENERME PARA ALCANZAR MIS METAS, NO VOY A MIRAR AL PASADO. HOY SOY UN HOMBRE NUEVO.”

Miró el párrafo escrito en letras de imprenta mayúsculas, le pareció feo, garabateó con furia el texto y frustrado arrancó la hoja. Tomó aire y empezó de nuevo. Reprodujo el texto con cuidado, con el esmero de un niño que aprende a escribir sus primeras letras, el brazo izquierdo extendido sobre la mesa, el rostro casi apoyado en el cuaderno y mordiéndose un labio, mientras repetía lentamente cada sílaba que iba escribiendo en el papel. Cuando terminó, sin cambiar de posición, volvió al inicio y repasó con cuidado cada una de las letras de todo el párrafo. Agregó formas geométricas adornando su obra y firmó varias veces alrededor. Dibujó una cruz esvástica y la repasó continuamente hasta que quedó satisfecho. Le gustaba tanto esa forma que había visto en los libros de su padre desde niño que no dejaba de dibujarla cada vez que escribía algo, lo hacía sentirse importante. La había visto también en los documentales donde aparecía Adolfo Hitler imponente con su uniforme de guerra ante las tropas. Los soldados y oficiales lo saludaban con todo ese respeto y devoción que él envidiaba. Si algún día tenía un hijo le pondría de nombre Adolfo Hitler, sí Adolfo Hitler Pariona. Entristeció, Pariona le parecía un apellido de perdedor. Melanio era un nombre afeminado, de maricón. Hace tiempo tenía pensado cambiarse de nombre. Tendría que hacer el trámite en el juzgado, se podría llamar Arnold Mayer, Adolfo Mayer sonaba mejor, tal vez escogería Klauer o Müller para el apellido. Eso lo pensaría con calma después. Primero tenía que completar el día.

Se levantó de la mesa y se colocó la boina guinda de comando que había comprado en el mercadillo de cosas usadas. Le asentaba bien. Ahora tendrían que respetarlo, guardó la boina en la mochila que había preparado temprano y salió de su cuarto, pasando por la cocina vio a su mamá cortando carne.
– ¿A dónde vas a esta hora Melanio? – le gritó cuchillo en mano.
– ¡Ya vuelvo! – contestó él y corrió hacia la puerta de lata oxidada tratando de no oír los improperios de su madre.
Una vez en la calle y fuera del alcance de los gritos tomó nuevamente aire. Hoy era el momento de poner en práctica todo lo leído. Hoy era el día de la soñada libertad financiera. Al fin saldría de la carrera de ratas. Enderezó la espalda y con paso firme caminó rápidamente por la avenida sin distraerse en lo irrelevante. Iba repitiendo mentalmente cada una de las consignas que había aprendido durante los últimos meses y que pondría finalmente en acción. Era un hombre nuevo e iba a alcanzar sus metas. Tenía una mente millonaria y brillante, su futuro estaba en sus manos. Ya lo había visualizado todo. Todo su plan de trabajo estaba previamente estudiado y sería la clave de su éxito.

Una vez en el objetivo, se preparó para el tramo final, las semanas de paciente observación y vigilancia darían sus frutos. Sentado en la banca del parque, frente a la estación de expendio de combustible más grande de la zona, extrajo su ejemplar de bolsillo de El Arte de la Guerra de Sun Tsu, leyó los pasajes que había marcado con resaltador para darse valor y esperó la hora exacta. Todos los días, de lunes a viernes, a las diez de la mañana el vehículo de seguridad de la empresa de custodia de caudales recogía el dinero de la estación de combustible. Los lunes como hoy se recogía la venta del fin de semana. Atento vio cuando el camión pintado de escandaloso amarillo ingresó al perímetro de la estación. Una vez que se detuvo, los agentes de seguridad armados se colocaron en las mismas ubicaciones de siempre, predecibles, Melanio, para entonces, ya se había acercado con la mano dentro de la mochila en espera de la salida de las bolsas conteniendo el dinero. Cuando vio a los otros dos agentes saliendo de la caja con las pesadas alforjas, caminó directo al camión, sin detenerse sacó el arma y la rastrilló velozmente mientras gritaba a todo pulmón:
– ¡Quietos todos conchesumadre! ¡Esto es un asalto!

* * *

El Capitán Saravia tocó la vieja puerta de latón y luego de algunos minutos atendió una mujer de baja estatura, cubierta de un delantal sucio y raído. Saravia se identificó y pidió permiso para entrar a la vivienda, la mujer nerviosa preguntó:
– ¿Qué ha pasado? ¿Para qué vienen ustedes a mi casa?
– ¿Es usted pariente de Melanio Pariona? – la interrogó el Capitán.
– Soy su madre – contestó la mujer entrando en crisis de nervios
– Su hijo está muerto – dijo Saravia frio e inmisericorde.

La mujer se sumergió en un llanto sordo sin desprenderse de la puerta, un subalterno de apariencia amable la tomó del brazo y le pidió que la acompañe al interior de la casa. Una vez adentro lo explicó brevemente que Melanio había intentado asaltar un vehículo de caudales que recogía dinero de una estación de servicios y había sido abatido por los agentes de seguridad.

Saravia sin alterarse le indicó a la mujer que le harían unas preguntas, pero que mientras se calmaba deseaban ver la habitación de su hijo. La mujer entre sollozos autorizó la inspección.

Cuando Saravia y sus subalternos abrieron la puerta del cuarto, quedaron sorprendidos, todas la paredes del cuarto estaban forradas de tela negra, contrariamente a lo que esperaba Saravia no habían posters de películas de guerra ni de musculosos o rubicundos actores de cine, tampoco los recurrentes almanaques de mujeres desnudas casi siempre rubias que encontraba en las habitaciones de criminales de perfil semejante al de éste. En este caso la ropa, la cama y los libros estaban en un intachable orden, todo impecable, sin una sola arruga. Los libros perfectamente ordenados por tamaño revelaban sus preferencias, casi todos ellos de autoayuda, desarrollo de la personalidad, libertad financiera y una colección completa de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Frente a los libros en un folder plástico halló decenas de hojas de papel de diferentes tipos con cruces esvásticas dibujadas en diversos colores y tamaños, repetidas interminables veces. La habitación en conjunto revelaba un orden y disciplina intimidantes.

Saravia ordenó la búsqueda en los cajones. En uno de ellos encontraron un cuchillo de caza con brújula y un pomo de tinte rubio para el cabello. También varios cuadernos manuscritos similares al que encontraron en la mochila del occiso. Al igual que en aquél, estos estaban llenos de lemas alusivos al desarrollo personal, al éxito empresarial y casi ninguna información de su vida íntima o familiar, los márgenes a pesar del orden de la escritura eventualmente estaban adornados con figuras geométricas, firmas variadas del propio Melanio y dibujos recurrentes de la esvástica. Inventariaron y recogieron los libros junto con el folder, el cuchillo y los cuadernos; tomaron fotos y salieron del lugar.

Al llegar a la salida de la casa, el técnico preguntó a Saravia si iban a interrogar a la mujer, Saravia se detuvo cerca de la entrada; sin pedir permiso para ello encendió un cigarrillo y le dio un par de pitadas, miró a la mujer sentada en la vieja banca de madera, enjugándose las lágrimas en el delantal mugroso, de alguna manera le recordó a su propia madre; entonces sentenció amargamente:
- Vámonos señores, este es un caso cerrado.

* * *

Melanio presionó el gatillo luego de escuchar el retumbar de las armas de los agentes de seguridad, pero se dio cuenta que era demasiado tarde, un calor ardiente recorría ya su vientre y su pecho, sintió luego dos golpes más como si alguien lo tomara bruscamente del brazo y del costado al mismo tiempo, de inmediato los músculos de sus dedos se debilitaron y cedieron al peso del arma. Atinó a tratar de presionar su abdomen para aliviar el dolor y le dolió más, sus oídos se taparon y percibió un barullo que le recordó el sonido del mar, su visión se nubló lentamente al mismo tiempo que caía pesadamente de costado. Le vinieron a la mente como una ráfaga las imágenes de su madre, los abusos y golpizas de su padre para disciplinarlo, las largas noches en vela, los insultos y burlas de sus compañeros del colegio y del instituto. Sobre el cálido piso de cemento vio siluetas grises correr hacia él y gritos que ya no podía entender. Cerró los ojos y trató de visualizar una imagen de éxito que lo saque de esa situación desesperada repitiendo mentalmente “Soy un hombre nuevo” y un sopor vago alivió el dolor de sus heridas mientras pensaba en el hijo que nunca tendría y que se habría llamado Adolfo Hitler Pariona... Meyer... Klauer... Müller...

2 comentarios:

  1. Que pena lo que puede lograr el fanatismo desenfrenado...

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    1. Sí pues. En realidad un fanatismo que en este caso se generó por los abusos y maltratos y una poca comprensión de la identidad. Un saludo Josefina. Gracias nuevamente por seguir el blog.

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