sábado, 15 de enero de 2011

CUANDO SEAMOS VIEJOS (Cuento)

Se hizo un silencio lacerante cuando terminó de contarme todo. La sala de su casa, a la media luz de las lámparas de mesa, acababa de perder todo el romanticismo que la hizo tan especial en los últimos meses. Mis últimas esperanzas se desvanecieron. Me tomó algunos segundos asimilarlo y luego me levanté del asiento como si se hubiese derramado algún líquido en mi ropa, al estar de pie no supe para qué me había levantado, di dos pasos y me senté de nuevo en otro sofá. La miré sentada, recogida sobre sí misma abrazando sus piernas, descansando su bello rostro sobre sus rodillas y mirándome debajo de sus largos cabellos castaños con una mezcla de tristeza, culpa y curiosidad. Pensé en irme sin decir nada y me volví a levantar, pero cuando abrí los labios en lugar de decir el adiós que había planeado, empecé a decirle lentamente que estaba decepcionado, que nunca me imaginé que haría algo así conmigo después de todo el tiempo y las cosas que habíamos pasado juntos. Le recordé las promesas que nos hicimos, empecé a hablar más rápido y levantando la voz, gesticulaba con mis manos y caminaba frente a ella que se mantenía en la misma posición, pero mirando al suelo. Traté de ser más persistente, le pregunté por qué lo había hecho, qué le había hecho yo. Le pregunté si tenía remordimientos, si había pensado en mí mientras me traicionaba, sabiendo que la respuesta me heriría, pero quería sentirme herido. Sin embargo ella seguía mirando al suelo y no dijo ni una palabra. La llamé de mentirosa y recién en ese momento levantó la vista, me miró sin hablar, le reproché que cada vez que me dijo “te amo”, fue una mentira, que nunca me amó, ella negó con la cabeza, noté que sus ojos se humedecieron y las lágrimas corrieron por sus suaves mejillas. Me desesperó su silencio, le dije que no valía la pena, que me había engañado, le dije que era una puta, que no era siquiera una puta, porque una habría tenido la decencia de cobrar. Ella gritó - ¡Ya basta Gabriel! - y yo seguía diciéndole que estaba bien, que se quedara con su nuevo amor, que le haga provecho, que no valía nada y que nunca pensé que ella pudiera hacerme eso y la dejé allí, sentada en aquél sofá llorando, batí la puerta de su casa y me fui a la mía lleno de rabia y frustración, pero sin embargo con un destello de placer por haberla hecho sufrir.

En casa abrí una botella, empecé a beber, el primer trago ayudó mucho, encendí un cigarrillo y recordé cuando nos conocimos, los primeros besos, la primera vez que hicimos el amor, éramos tan torpes y pueriles, sin embargo aprendimos a conocer bien nuestros cuerpos y sensaciones, luego del segundo trago fue peor, no podía dejar de pensar en ellos, me los imaginaba en la playa a la luz de la luna acariciándose, a ella entregándose tan bella en su desnudez y él mofándose de mí mientras la poseía. Bebí de nuevo, esta vez de un solo golpe y sentí que no era justo que me engañara así, a mí que le había entregado todo este tiempo, sin pensar en nada ni en nadie más que en ella. Esforzándome día a día para ella y por ella. Mientras seguía bebiendo un vaso tras otro, me vino a la mente el recuerdo de la noche aquella en la que caminábamos por la calle y vimos una pareja de ancianos de la mano, le pregunté qué sería de nosotros cuando seamos viejos y ella me contestó mientras me abrazaba “estaremos juntos” y las mil veces que me había dicho “te amo” y “siempre te voy a amar” y los poemas que le había escrito, no podía dejar de pensar en sus promesas, en los planes, en mi vida, en qué iba a hacer ahora, que no podía sacarla de mi mente y bebía y no quería pensar hasta que los fantasmas me cercaban y me encontraba gritando como loco que la vida es una mierda y me revolcaba sobre mí mismo jalándome los cabellos, ladrándole mi cólera a esta puta realidad que me hacía gatear por el piso buscando el cigarrillo que se me había caído y que ahora me quemaba los dedos pero ya no sentía dolor al igual que no sentía más dolor en mi corazón a pesar de estar tirado en el piso porque el alcohol subió y me sacó de mi mismo y no pude darme cuenta que estaba quedándome dormido.

2 comentarios:

  1. Frustrante.
    Gracias a Dios que este tipo de emociones (sentimientos encontrados) no dura mucho tiempo.
    Los años te enseñan a aceptar sosegadamente, después de la tormenta, este tipo de situaciones, para finalmente respirar y seguir… tu camino.

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    1. Así es Josefina. La palabra es esa, frustración. Pero como dices, la idea es superarlo y seguir adelante. Un abrazo y gracias por comentar el blog.

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