jueves, 6 de enero de 2011

MATRIMONIO POR CONVENIENCIA

Cuando estaba estudiando derecho en la universidad, me parece que el año 1992 o 1993, en medio de una conversación, una compañera, al referirse a los romances, mencionó algo que me llamó la atención: “Para enamorarme de un hombre, en primer lugar tengo que admirarlo.”

Si bien en un primer momento la frase suena bien, el concepto no es funcional. Procuraré explicar mi punto de vista: Si mi compañera, a la que llamaremos C, se siente atraída por un hombre al que llamaremos H, ello implica que H tiene atributos que C desea y por tanto admira. Normalmente no se admira lo que se tiene. En palabras del Dr. Hannibal Lecter (hablando con Clarice Starling): “No. We begin by coveting what we see every day. […]” Esto implica que H está en un nivel superior al de C en cuanto al criterio o valor (diremos X) por el cual es admirado, luego H no tendría por qué admirar a C, si su nivel de X es menor al que él mismo tiene. No se desea (o codicia) lo que ya se tiene.

Para poder tener una expresión más gráfica, imaginemos un plano con valores del 1 al 10, una tabla. Donde estos valores son los que atribuimos en importancia a X. X podría ser integridad, carisma, aspecto físico, fortuna, honestidad o cualquier valor que C considere admirable en H.

Para ejemplificar diremos que X es igual a carisma.
X= carisma.

Si C piensa que H tiene 8 en carisma, y eso le resulta admirable, deberemos entender que C tiene en su propio concepto por lo menos 7 en dicha variable, caso contrario un 8 no le llamaría la atención.

Si H tiene en su propio concepto que efectivamente su carisma es 8, buscará una mujer que tenga cuanto menos 9 en carisma, luego no se fijaría nunca en C, porque un 7 en carisma nunca le despertaría admiración.

Si esto fuese cierto, tendríamos un grave problema, ya que nunca podrían emparejarse exitosamente dos personas o, si se logran emparejar, por lo menos una de ellas estaría mintiendo para mantener la ilusión en la otra. Tarde o temprano se descubriría la verdad y la ilusión desaparecería. Claro que debe haber parejas que duran muchos años porque las personas que la integran tienen el talento de mantener la mentira toda esa cantidad de años. “Everybody lies”, como dice el querido Dr. House.

Este problema me daba vueltas en la cabeza, hasta que a mediados de 1993, leí en una revista [1] una entrevista a Gary Becker, Premio Nobel de Economía de 1992. El Premio Nobel le fue concedido a Becker por sus aportes a la teoría del comportamiento humano desde el punto de vista de la economía. En la entrevista que menciono, Becker habla de lo que él denominaba “Matrimonio por conveniencia” y menciona lo siguiente: “[…] Las personas se casan cuando la utilidad esperada del matrimonio excede la utilidad esperada de quedar soltero […]” más adelante agrega: ”[…] las parejas se divorcian cuando la utilidad de estar casadas cae por debajo de la utilidad esperada de estar divorciadas, cuando ellos ya no obtienen ningún placer de estar casados. Es decir los matrimonios están basados sobre las buenas decisiones de negocios. Cuando yo digo que las personas se divorcian, quiero decir que ellas hacen eso porque se dan cuenta que, bueno, no son muy felices ahora, y quizás puedan encontrar a otra persona que los haga más felices. […]”

Gary Becker aclara en la entrevista que la felicidad no sólo es económica, puede darse en otros planos adicionalmente y coincide en ello con la tesis de mi compañera C, de que siempre buscamos algo que nos mejore, y claro, la herramienta de esa búsqueda es la admiración. Sin embargo a primera vista no se resuelve el problema planteado: Si la persona H es mejor, ¿cómo conseguir que se fije en C que es inferior? Si sabemos que H también buscará mejorar su posición.

De la lectura de las ideas de Becker y de una serie de reflexiones adicionales, resulta que la respuesta es que las personas en realidad tienen varias tablas de admiración paralelas o superpuestas. Estas tablas que funcionan como una especie de matriz, tienen cada una de ellas una cualidad diferente representando a X y el resultado de la conjugación de todas las sub matrices genera un valor final, donde dicho valor final siempre se mantiene cercano al que en promedio tienen el otro sujeto.

Por ejemplo si C tiene un 7 en carisma, buscará que H tenga un 8. H no se fijaría jamás en C, si no fuese consciente de que él en sentido del humor tiene 4 y C tiene un categórico 9. Puede ser que H tiene en aspecto físico un buen 8 y C sólo llega a 4, pero en habilidades amatorias (sexuales, obviamente) C tiene un 10 cuando H solo llega a un triste 3. Al complementarse en diferentes valores, ambos se atraen mutuamente. Sin embargo en el promedio general, H y C deben obtener valores cercanos, por ejemplo C un 6 y H un 7, nunca deben quedar muy lejos entre sí para que la atracción se mantenga en el tiempo. Si H en promedio es un 8 y C es un 3, la relación nunca va a funcionar.

Esta teoría explica muchas cosas, por ejemplo el hecho de ver en la calle una pareja donde ella es físicamente un 9 y él un 5, a primera vista parece una llamada “pareja dispareja”, pero la visión es totalmente parcial. Falta analizar todos los otros posibles valores de X que hacen que en promedio esa pareja sea un 8 y que son factores que normalmente no vemos quienes no conocemos a fondo esa relación.

Esta teoría se la comenté hace unos cinco o seis años a mi querido amigo Claudio Morgan y concordamos al respecto. Fue curioso el hecho de que hace tres años, en un episodio de Dr. House, el controvertido médico señalara lo mismo al ver una pareja donde ella era aparentemente una mujer exitosa y él un típico perdedor, como dicen los gringos. House dijo algo como esto: “Los 4 empatan con 4, los 7 con 7, estos dos son un 3 y un 8, alguno miente.”

Lo cierto es que las personas se juntan para mejorar en algún aspecto y brindar mejoras en otro, hay parejas en las que uno es emprendedor y el otro tiene sentido del humor, hay otras donde uno es un galán de cine y ella es una fiera en la cama. Seguramente habrán parejas donde las diferencias harán las relaciones más saludables y estoy convencido que las más tristes deben ser aquellas en las que ambos son un diez en todo.

Alguna vez, en la universidad también, conversaba con dos amigas y una de ellas (que no era precisamente brillante ni agraciada) se quejaba de no tener novio. Le preguntamos el porqué, dado que sabíamos que tenía cuando menos un par de pretendientes conocidos a los que permanentemente rechazaba, y dijo:
- Lo que pasa es que estoy esperando a mi príncipe azul
Y mi otra amiga, con esa forma de herir que sólo tienen las mujeres, le replicó:
- ¿Y te has fijado si tú eres una princesa, mamita?

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[1] Thémis. Revista de Derecho. Publicación editada por los alumnos de la Facultad de Derecho de la PUC. Segunda Época. Nro. 25. Lima. Abril de 1993. Pp. 49-54

2 comentarios:

  1. Si, lo recuerdo bien, llegamos a la conclusión de que si uno no es agraciado físicamente (aceptémoslo, no soy un brad pitt) pues tenias que desarrollar otros valores, llámese, inteligencia, carisma, elegancia, etc... y aqui estamos, con nuestras X cerca de 10 jajajaja

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  2. Pues por supuesto!!! Hay que seguir trabajando en ello... !!! jajajaja!!

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