domingo, 29 de enero de 2012

CAFÉ (Cuento)


“Cuando tu boca me toca
Me pone y me provoca
Me muerde y me destroza
Toda siempre es poca
Y muévete bien, que nadie como tú me sabe hacer café.”

Miguel Bosé

Arduildo se sentó de un golpe sobre la cama, los treinta y dos grados de temperatura a la sombra y el sol ardiente que entraba al cuarto deslizándose por las rendijas de los tablones de la pared lo hicieron despertar. Estiró los brazos y se levantó, caminó desnudo, acariciando con los pies descalzos la madera cruda del piso de la casa, las calaminas de zinc en el techo empezaban ya a concentrar el calor. En la cocina Cidmara terminaba de preparar el café, Arduildo se le acercó despacio por detrás, sin hacer ruido, seducido por esa silueta voluptuosa, imponente, de caderas sinuosas y senos turgentes, apenas cubierta con una blusa ligera, sin ropa interior. Cuando estuvo a un paso del cuerpo soberbio de su mulata clara, la tomó de la cintura con ambos brazos con un rápido movimiento cual veloz felino y la mujer pegó un grito que retumbó dentro de la pequeña vivienda. Arduildo se echó a reír.
– ¡Me has asustado! – dijo ella sonriendo con todos sus blancos dientes, pero sin despegarse del cuerpo de su marido.
Arduildo seguía riendo, le besó el cuello, los hombros y buscó con su pelvis las caderas de la mujer, ella lo detuvo.
– Tómate tu café primero – le dijo, mientras colocaba una pequeña taza sobre la mesa y a su lado un plato de plástico con galletas y queso.
El hombre asintió y se sentó, comió despacio y acercó a sus labios la taza, aspiró con profundidad el intenso aroma del café recién pasado; siempre le gustó el aroma del café y en especial el que preparaba Cidmara, en los tres años que vivían juntos no había probado otro igual, ciertamente no recordaba haber probado uno igual en toda su vida. Mientras bebía, miró por la ventana abierta, a través de ella se podían ver las copas verdes y frondosas de los árboles de la selva, el olor del bosque tropical inundaba la casa y se metía en sus pulmones, era un día soleado que prometía ser radiante.

Luego de hacer el amor como todos los días con su mujer, Arduildo se dio un baño y se fue feliz montando bicicleta a su trabajo en el centro de Xapurí.

Una vez en el supermercado, dio los buenos días a sus compañeros y entró al vestidor a ponerse el uniforme, luego preparó el carrito con los productos que reabastecerían los anaqueles y se dirigió a hacer su trabajo antes de que se abran las puertas al público.

Cuando etiquetaba barras de jabón en el pasillo cuatro, se acercó un compañero de trabajo, Joao, y discretamente le susurró:
– ¿Te has dado cuenta de cómo te mira Luana?
– No, ¿cómo? – contestó displicente Arduildo.
– Pues con cara de querer estar contigo
– Yo ya tengo mi mujer.
– Pero una mujer nunca es suficiente – replicó Joao.
– Para mí sí – contestó el hombre mientras empujaba su carrito rumbo a otro pasillo, a sus espaldas escuchó la voz de Joao con tono burlón:
– Luana tiene razón entonces …

Más tarde, a la hora del almuerzo, en el patio de atrás del supermercado, Arduildo por simple curiosidad le preguntó a Joao que era aquello en lo que Luana tenía razón.
– Pues ella diciendo por ahí que no le das confianza ni le prestas atención porque tu mujer te tiene embrujado.
– No juegues hombre, ella habla así porque no le hago caso.
– Puede ser que tengas razón, a las mujeres de aquí no les gusta ser rechazadas y menos si son tan guapas como Luana – reflexionó Joao – pero de que te han hecho macumba, yo creo que sí hermano – agregó.
– ¿Y qué macumba crees que me han hecho?
– Yo no sé, pero Luana dice que tu mujer te da café pasado en la calcinha.
– ¡Esas son supersticiones Joao! – exclamó sonriente Arduildo.
– Ni supersticiones ni nada, mi abuela decía que en estos pueblos, la mujer que quiere retener al hombre y tenerlo a su disposición cuela el café recién preparado en su calzón usado, bien oloroso… y con eso lo tiene siempre fiel sin que fije en otras mujeres.
– ¡No seas asqueroso Joao! – solo a ti se te ocurre una barbaridad así.
– Yo no sé hermano, pero con lo que contaba mi abuela, yo me hago mi propio café en casa.
Ambos rieron de buena gana y terminaron sus refrigerios, pero la idea quedó rondando en la mente de Arduildo por varios días.

Aproximadamente una semana después, Arduildo aturdido por las dudas, casi no durmió. Se mantuvo atento al momento en el que Cidmara, con el primer rayo de luz, se levantara de la cama. Se hizo el dormido y la vigiló con un ojo a medio abrir. La observó salir del cuarto, ir al baño y luego la escuchó llenando agua en el calentador y encendiendo la cocina. Se levantó silencioso como una pantera, la vio abrir la bolsa de café molido y verter un par de cucharadas en la olla, luego una cáscara de naranja, la observó esperando el agua hervir, luego ella apagó la hornilla y él se quedó petrificado cuando la descubrió sacándose la truza que tenía puesta y luego de deslizarla por sus largas piernas canela, usarla para colar el café. Regresó a la cama y trató de pensar, de concentrarse, pero no lo logró; fingió despertarse recién y caminó como siempre desnudo a la cocina, se sentó a la mesa y se quedó absorto y confundido mirando el círculo negro humeante en la taza frente a él. Levantó la vista, observó a Cidmara, fuerte, sensual, la recordó ardiente en la cama, desenfrenada, sintió un cosquilleo en su bajo vientre y su sexo inundarse de sangre a tropel, la deseó con todas sus fuerzas, tomó la taza de café caliente y se la bebió de un golpe, sin importarle quemarse la boca, como quien bebe un néctar divino. Dejó la taza vacía en la mesa y se levantó mostrando orgulloso su virilidad en plenitud, Cidmara sonrió coqueta y se abrió la blusa dejándola caer a sus pies, él la abrazó y besó sus labios carnosos, su cuello fino, sus hombros suaves, sus pezones inhiestos; hicieron en el amor por horas sobre la mesa de madera de la cocina, contra la pared, sobre las sillas, en el piso, sudorosos, extasiados, dionisiacos, sin reservas, sin tiempos, hechizados para siempre y por la eternidad por el embrujo de un amor perpetuo escondido en el aroma afrodisiaco de una taza de café.

5 comentarios:

  1. Miguel me encantó el cuento, sensual con un final que me lo imaginaba diferente pero el que hiciste superó por mucho al que pensé, me encanta Bosé y esa canción más de una ocasión me han dicho que les recuerda a mi jajajajaja. En fin lindo cuento, linda foto :)

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  2. Muy bonito cuento, me gustó mucho, le doy 10 felicidades.

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