viernes, 13 de enero de 2012

PESTAÑAS INFINITAS (Novela - Capítulos III y IV)

III

Siete años después, un veintitrés de julio, mientras bajaba del avión, en lo único que podía pensar era en que dentro de dos días más volvería a ver a Claudia. Desde la navidad que pasamos juntos en Ica no nos habíamos vuelto a ver, las cartas se fueron haciendo menos frecuentes con el tiempo, cada vez nos llamábamos menos, hasta que algún día borroso, sin fecha ni hora la conexión se rompió por completo. Recién el año anterior, por casualidad, había encontrado un artículo especializado escrito por su hermana, convertida en una reconocida bióloga. Al leer sus apellidos todos los recuerdos volvieron, aparecía su correo electrónico, le escribí saludándola y preguntando por el teléfono de Claudia, me contestó a los dos días y para mi sorpresa, me lo dio, y curiosamente seguía siendo el mismo que siete años atrás. La llamé y me pareció que no había pasado el tiempo.

* * *

Al regresar al hotel del Jirón Camaná en Lima, luego del primer día del curso de especialización, me paré en la ventana de mi habitación y encendí un cigarrillo, mientras fumaba pude ver un grupo de gente saliendo de una antigua construcción en la vereda de enfrente, con banderolas y gritando proclamas, eran miembros del sindicato de profesores del Perú. Ya sabía por la prensa que se había organizado una marcha en contra de la dictadura, sin embargo, al igual que yo, muchos pensaron que sería tan solo un berrinche provinciano sin mayor respaldo popular. Me recosté en la cama y me aflojé la corbata; mientras lanzaba una bocanada de humo hacia el techo me imaginaba a Claudia y sus ojos negros. ¿Cómo estaría? ¿Habría cambiado mucho? Habíamos hablado poco, le había comentado del viaje que ya estaba programado y ella me propuso encontrarnos en Lima. Imaginé que iríamos a cenar o almorzar, tomar algo, contarnos nuestras vidas. Pensé en los últimos siete años, yo estaba a punto de cumplir treinta, había terminado mi carrera hacía buen tiempo y ahora trabajaba para una compañía minera, no me podía quejar. En lo personal había tenido romances, pero casi ninguno de ellos se había convertido en algo más que un vago recuerdo en el tiempo, borroso, impreciso, indefinido.

Al día siguiente me llamó al hotel, acababa de llegar a Lima y quedamos en encontrarnos a las cinco. Más tarde, cuando estaba a punto de salir de mi habitación sonó el teléfono, el recepcionista me transfirió una llamada desde el lobby. Claudia se había asustado debido a los manifestantes que estaban marchando por las calles, y en lugar de esperarme había corrido a refugiarse en el hotel. Le pedí que suba. Esperé nervioso sentado en la cama hasta que tocó la puerta, me levanté y abrí. Nos abrazamos largo rato y como nunca antes; ella lloraba en silencio sobre mi hombro, hacía frio en Lima, ella vestía un traje gris y un gorrito del mismo material, sus ojos eran preciosos como siempre pero con brillo que no había visto antes, había madurado sin duda. Nos sentamos a conversar, me contó que se había casado, tenía un bebe y una hija pequeña. Preguntó por mi salud, si tenía pareja, lo dije que estaba bien, que estaba solo. De pronto se quebró en llanto nuevamente, me pidió perdón y yo no entendí por qué. Me dijo que siempre me había amado, que no había dejado de hacerlo ni un solo instante, que cuando nos distanciamos decidió olvidarse de mí, pero no lo logró. En ese intento había conocido al padre de sus hijos, se quedó en silencio y respiraba con dificultad, su llanto era ahogado, intenso muy sentido. Me acerqué y la abracé otra vez. Nos besamos, buscamos nuestros cuerpos. De pronto ella me detuvo, me pareció lo correcto, así que me incorporé y la abracé con ternura, mientras le pedía perdón. Me dijo que tenía que irse, miramos por la ventana y los manifestantes se habían alejado. Le ofrecí acompañarla al lobby, no aceptó, se limpió las lágrimas y se fue.

Estaba confundido, busqué en mis recuerdos, no me había equivocado, probablemente nadie me amaría como ella. Pero estaba casada, tenía dos hijos. Alguna vez pensé que lo más difícil en la vida, tendría que ser encontrar a alguien que lo ame a uno incondicionalmente. Yo había encontrado a alguien así y la había perdido. Ahora ya no sabía qué pensar. No quise preocuparme más, después de todo, tal vez había sido un error encontrarnos de nuevo, encendí la televisión.

* * *

A la siguiente tarde, me llamó otra vez, estaba cerca al hotel, nos encontramos y fuimos a cenar. Fue una conversación de amigos, al principio hablamos de todo un poco, luego me miró a los ojos y me dijo:
– Te lo quiero contar todo Gabriel.
– ¿A qué te refieres con “todo”? – le pregunté
Me contó que su marido era celoso al límite de la enfermedad, no la dejaba salir a ningún lado ni acompañada y mucho menos sola, ahora había logrado venir a Lima con excusas y mentiras, inventando un trámite burocrático. Ambos trabajaban en ciudades distintas pero cercanas, él la controlaba permanentemente por teléfono, convivían los fines de semana y era solo para discutir. Ya había sucedido que él había golpeado a otros hombres por el solo hecho de que la habían mirado o le habían sonreído. La última vez fue en un restaurant, precisamente cuando festejaban el cumpleaños de ella, un tipo desde una mesa cercana levantó una copa mirándola y él interpretó el gesto como un coqueteo correspondido. Se levantó y rompió una silla en la espalda del sujeto sin advertencia alguna. Ella ya no lo toleraba más. Ya no quería estar con él, pero no sabía cómo terminar la relación y más aún con los niños pequeños. Me dijo que no era feliz, en definitiva quería separarse de él, pero sus celos y el miedo de lo que pudiera hacerle como consecuencia de ellos, la asustaban.
– ¿Ya no sientes nada por él? – le pregunté.
– No – me contestó con firmeza.
– ¿Por qué no quisiste hacer el amor conmigo ayer en el hotel?
– Me dio vergüenza – dijo con una risa nerviosa y bajando la vista.
– ¿Pero vergüenza de qué? – volví a preguntar.
– No te lo dije, pero di a luz hace poco, y todavía sale leche de mis senos – y se echó a reír. Yo también reí y nos encontramos en una mirada cómplice como si nunca nos hubiésemos separado en estos siete años.

* * *

Terminamos de cenar y la acompañe a tomar un taxi, nos prometimos seguir en contacto. Caminé al hotel, en la recepción aproveché para pedir mi factura y avisar para que me despierten temprano debido a que mi vuelo de retorno estaba programado para las ocho de la mañana, el recepcionista me advirtió en tono confidente que mientras estuve afuera habían llegado tres buses de provincias con profesores sindicalizados de todo el país. Subí a mi cuarto y pude ver desde la ventana en el patio interior del local del sindicato decenas de personas acomodadas precariamente en viejos colchones e improvisadas tiendas de campaña. Llamé a recepción y pedí que me despierten a las tres de la madrugada.

Al día siguiente mientras desayunaba en el aeropuerto y luego en el avión rumbo a Arequipa pasé todo el tiempo pensando en Claudia y en nuestro extraño encuentro, en la historia del marido celoso y sus hijos. Traté de imaginar qué habría pasado si él la hubiese seguido hasta el hotel. Algunas horas después y ya en mi departamento, me enteré que los manifestantes contra el régimen habían incendiado el banco estatal ubicado a pocas cuadras del hotel, algunos vigilantes habían perdido la vida en la catástrofe. Meses después se diría que fue la propia dictadura la que inició el fuego para responsabilizar a los revoltosos. Por mi parte, no volví nunca más a hospedarme en ese hotel.

IV

Unos diez meses después del triste episodio del incendio del banco en Lima y con un gobierno transitorio que ya había convocado a elecciones generales, recibí una llamada de Claudia mientras me hallaba sentado frente al escritorio de mi oficina, tratando de resolver un asunto complicado. La atendí, con todo el cariño que pude, pero con la desagradable imagen mental de su marido celándola. Hablamos de todo un poco, ya no usábamos mucho la palabra “te extraño”, parecíamos viejos amigos que se cuentan cosas. En algún momento nos quedamos callados, sentí un suspiro en la bocina del teléfono, luego me preguntó: “¿Cuándo vienes a Ica?”

Tomé algunos segundos en contestar, le dije que no sabía, pero que haría lo posible. Por las actividades propias de la empresa era poco probable programar un viaje para esa zona, pero no imposible. Recordé que existían un par de antiguos juicios laborales en Chincha. Cuando colgué repasé mentalmente la conversación y me di cuenta que no había mencionado para nada a su marido. Me habló de sus hijos, de su trabajo de profesora, de sus hermanas, de su hermano que volvió de Rusia, de su mamá, pero no de él. ¿Sería que se separaron?

Me encontraba flotando en medio de mis dudas cuando el teléfono volvió a sonar. Contesté, era el auditor general, se había convocado a una reunión de emergencia con el directorio. Me puse el saco y caminé rumbo al salón de reuniones mientras pensaba cómo podría hacer para hacerme un poco de tiempo e ir a Ica. Cuando llegué estaban los directores reunidos con el auditor, se notaba tensión en el ambiente. Ingresé y de inmediato me cuestionaron sobre la reciente elección de miembros del directorio. Resultaba que uno de los recién elegidos tenía acciones en otra minera, de acuerdo al estatuto para ser miembro del directorio tenía que haberse deshecho de esas acciones previamente.

Yo sabía de sobra que habían razones ocultas para ese extraño cuestionamiento, el nuevo director de apellido Ramírez, era contrario a la gestión actual y contaba con el apoyo de gran parte de los accionistas. Era casi un hecho que sería el próximo presidente del directorio. Noté que Ramírez no estaba presente. Opiné brevemente, y sin tomar asiento siquiera, que no veía el problema, el periodo de tachas ya había pasado y nadie se había opuesto a su candidatura. Si se demostraba que aún mantenía acciones en otra empresa se le podría sancionar con una suspensión y exigirle la transferencia de las acciones para permanecer en el cargo. Recomendé confirmar previamente la existencia de las supuestas acciones y luego recién proceder.

Luego de escucharme, el presidente del directorio todavía en funciones tomó un documento y me lo entregó para que lo lea. Era una resolución de nulidad de la elección de Ramírez, sonreí tratando de mantener control mientras dentro de mí empezaba a bullir la cólera. Con el documento en la mano les dije que era una farsa que me llamaran solo a validar una cuestión que ya habían acordado previamente, el documento no era un borrador, era una resolución que contaba con la firma de todos los directores excepto la de Ramírez, por obvias razones, y de don Gualberto Morales, un hombre leído y educado, quien se negó a firmar. Al parecer ya habían previsto mi reacción, puesto que me dispensaron, antes de salir reiteré claramente mi posición y me fui.

Cuando bajaba por las gradas, me encontré con el Gerente General y solo en ese momento me di cuenta que él tampoco había estado en la reunión.
– ¿Qué sabes de lo de Ramírez? – le dije.
– Parece que están cocinando algo – me contestó.
– Ya está servido – afirmé molesto
– Eso quiero ver.
– Ten cuidado. Esto huele mal.

Pasamos cerca de tres meses atrapados en un terrible lio de poderes, la cosa se complicó porque el Gerente General, a pesar de saber las mismas cosas que yo sabía, se mostró en un inicio extrañamente complaciente con la decisión del directorio, luego tuvimos una seria conversación y le expliqué los alcances legales de lo que estaba sucediendo y además le reclamé su falta de consistencia. Noté que se sintió incómodo entre mi posición y su necesidad de quedar bien con el directorio. Luego y con el transcurso de los días tomó claro partido por Ramírez, como debía ser, y con mayor razón cuando después descubrimos que este efectivamente había transferido las acciones de la otra empresa un año antes y por tanto no había mentido en su declaración jurada. Al parecer el reporte en el que aparecía como accionista no era otra cosa que uno de esos frecuentes casos en el país de bases de datos desactualizadas y el directorio, en su desesperación, se había apresurado en tomar decisiones sin confirmar previamente la información.

Por si esto fuera poco, al mes de haberse producido las elecciones del directorio, los poderes del actual presidente se vencieron, empezaron a rebotar los cheques, los proveedores presentaban reclamos respecto a sus pagos, se generaron retrasos en las planillas y peligraban los contratos con los compradores extranjeros. Al final y contra la terca resistencia del auditor general, que se constituyó en una especie de inquisidor decimonónico, Ramírez fue incorporado al directorio y, como se esperaba, elegido Presidente, este a su vez ratificó en la gerencia general a Samuel Tower a pesar de su inicial debilidad. Cuando salíamos de la primera sesión del nuevo directorio el auditor se acercó a Tower y le susurró de modo que todos alrededor pudieran escucharlo: “Esta me la vas a pagar.”

Me tomó casi dos largas semanas inscribir los poderes y facultades del directorio en los registros públicos y en los bancos, obtener las nuevas chequeras y gestionar lo necesario para dejar todo en orden desde el punto de vista legal, por su parte el auditor general y Tower se enfrascaron en una pelea permanente que se convirtió en un asunto personal. Las reuniones de directorio pasaron a ser eternos cuestionamientos al gasto y al manejo de la compañía, eran sesiones pesadas, sin acuerdos sustanciales y repletas de discusiones bizantinas. En esos días programé un viaje a Ica, quería darle una sorpresa a Claudia y aprovechar para relajarme un poco; por ello decidí ir directamente en bus, ya que Ica no tenía aeropuerto y no quería tener que pasar por Lima. En el fondo también quería rememorar aquella vez que fui a pasar la navidad con ella.

La semana siguiente antes de ir al terminal, compré chocolates y flores, las acomodé de la mejor manera posible en una caja para que pudieran resistir el viaje de doce horas. Salimos de Arequipa a las ocho de la noche. Luego de que la guapa anfitriona nos hiciera jugar al bingo y después de ver el inicio de una comedia romántica, me quedé completamente dormido. Me desperté dos horas más tarde debido al incesante sonido de los pitidos producidos por los mensajes de texto y de voz entrando en mi celular uno tras otro. Miré por la ventana, las luces y letreros luminosos fueron señal clara de que estábamos ingresando a Camaná. Iba a revisar los mensajes cuando timbó el celular. Era Ramírez.

– Gabriel, tienes que venir a la empresa, cancela tu viaje – me ordenó con voz nerviosa
– ¿Qué ha pasado? – pregunté.
– Es Tower – me dijo apesadumbrado – auditoría acaba de ingresar un documento, dicen que su título profesional es falso.
– ¡Diablos! – exclamé – ¡lo que faltaba!

Bajé del bus en el terminal de Camaná y tomé un taxi “cueste lo que cueste” por expresa orden de Ramírez, con suerte, y viajando toda la noche, estaría en el campamento al amanecer.

* * *

Cuando llegué a la mina lo primero que hice fue buscar los legajos de personal, curiosamente el de Tower no tenía la copia de su título profesional, lo que era raro porque era un requisito previo para la contratación. Yo mismo había redactado el contrato y recordaba claramente haber visto el título y confirmado con él directamente y por teléfono la fecha de graduación y el número de su colegiatura. Tower llevaba dos años con nosotros, y se había comportado siempre como un gerente sobrio y proactivo, a diferencia de los anteriores que se fueron casi siempre, con o sin razón, acusados de malos manejos. Busqué en su hoja de vida y anoté el lugar y años de estudios. Llamé a la universidad aprovechando que una tía mía, doña Cata, trabajaba en uno de los vice rectorados. Media hora después me confirmaba el dato de que el nombre de Samuel Tower no figuraba siquiera en los registros de alumnos con estudios inconclusos, le pregunté a mi tía Cata si me podía enviar una constancia de ello y me dijo algo sorprendida, como si fuese la cosa más evidente del mundo, que toda esa información estaba en la página de internet de la universidad. Le agradecí y colgué, efectivamente en la página de la universidad había una opción de búsqueda de alumnos con fecha de graduación y egreso, Tower no figuraba por ningún lado, algo tan simple y a nadie, incluyéndome, se le había ocurrido hacer esa operación, imprimí la imagen de la búsqueda negativa y subí a la oficina de la presidencia del directorio. Allí ya me esperaba Ramírez.
– ¡Pero Gabriel! – me dijo luego de escuchar mi explicación – ¿quien contrató a Tower?
– De acuerdo al legajo fue por medio de una empresa de evaluación de personal señor – le contesté.
– ¿Y no se supone que verifican la información?
– Sí, se supone que eso hacen, verifican estudios y empleos anteriores, eso se plasma en un informe.
– ¿Hay posibilidad de demandar a esa empresa?
– Yo creo que sí.
– De acuerdo, de todas maneras trata de que el asunto sea lo más limpio posible, no quiero escándalos ni juicios. Haz el esfuerzo Gabriel.
– Eso haré
– Y ten cuidado con el auditor – me advirtió.
– ¿Por qué?
– No está contento con haber hurgado en la vida de Tower y averiguar lo del título, también quiere denunciarlo por ejercicio ilegal de la profesión, falsificación de documentos y sabe Dios qué más.
– Entendido – contesté y salí de la oficina.

Durante tres largos días tuve que negociar con Tower su salida de la empresa para evitar cualquier contingencia laboral y además amortiguar el escándalo público; a pesar de lo evidente, él negaba los hechos. Decía en su defensa que no le había causado ningún daño a la compañía y era cierto de alguna forma; desde el punto de vista económico durante su gestión la empresa había crecido más que en otros años, no había evidencia alguna de malos manejos ni enriquecimiento indebido. A pesar de las prolongadas conversaciones que tuve con él, no pudo explicarme como hizo para llegar a un cargo tan alto sin que nadie se diera cuenta del título falsificado. Además nunca reconoció haber falsificado nada ni tener algún título, su argumento – inverosímil por cierto – era que por error había colocado sus datos en una plantilla de currículum de otra persona que seguramente tenía estudios de administración y a él se le había olvidado borrarlo, me contestaba además con la excusa ridícula de que se sentía un profesional en su trabajo y que eso le bastaba, y cuando yo insistía sobre el título me decía que él no tenía que probar nada a nadie. Al tercer día de largas negociaciones en paralelo también con auditoría para evitar un inútil juicio, Samuel Tower fue despedido discretamente, no se le pagó indemnización alguna, no se le denunció por ejercicio ilegal de la profesión ya que no se afectaron los intereses económicos de la empresa y no se le denunció por falsificación de documentos, aunque esto último pudo haberlo llevado a la cárcel, sin embargo lo cierto es que nunca apareció el título falso que pudiera probar el delito. Con la empresa de contratación de personal que lo entrevistó y evaluó, llegamos a un acuerdo económico para indemnizar a la compañía, a esos niveles nadie quiere aparecer en la página de judiciales de los periódicos. A pesar de mis investigaciones, no hubo manera de determinar quién sacó la copia certificada del título profesional del expediente de Tower. Algunos días después le hice la pregunta cautelosamente a Ramírez. No se inmutó, sin levantar la vista del documento que estaba firmando me dijo:
– Debe haber sido el diablo.

Pocas semanas más tarde se las arregló para despedir al auditor general.

No hay comentarios:

Publicar un comentario