domingo, 18 de diciembre de 2011

TALIÓN (Cuento)

Minutos antes de que aparezca el sol, el agente Morgan conducía el auto velozmente por la avenida siguiendo a un sedán blanco sin placas que raudo cruzaba las intersecciones sin sobreparar siquiera. Luego de siete minutos de persecución que parecieron una eternidad, el auto blanco se introdujo en una callejuela sin salida. Morgan se detuvo en la bocacalle a varios metros por precaución, calculando un ángulo que le permitiera retomar la avenida si fuese necesario. A su costado Vásquez abrió la puerta y quitó el seguro de su arma; se disponía a levantarse cuando vio en el vidrio delantero un pequeño orificio que no había visto un segundo antes, luego una sensación cálida e indolora en el pecho lo sobrecogió e inmediatamente percibió el ruido sordo de varios disparos alrededor, Morgan pisó el acelerador para salir del ángulo de tiro mientras decía entre dientes: “mierda, era un trampa…” y Vásquez sorprendido veía la sangre deslizarse entre los dedos de su mano derecha que instintivamente había colocado sobre la herida, vio también su arma caída en el piso del auto y la puerta de este todavía abierta, recién entonces tomó conciencia del dolor candente que aparecía en su torso, mientras la respiración se le hacía dificultosa y su visión se nublaba inevitablemente. Aturdido, apoyó la cabeza en respaldo y se abandonó al sopor, mientras que Morgan en vano lo sacudía y le gritaba que no se rinda, sin dejar de conducir a toda velocidad rumbo al hospital.

* * *

Varias horas antes, el día anterior, Álvarez les había asignado el seguimiento a un caso de homicidio extraño, más temprano, en un apartado barrio de la ciudad había sido hallado el cuerpo de un hombre con un tiro en la cabeza. El sujeto vivía solo un departamento y era ex policía. Fueron a la oficina de Vizcarra, el técnico de criminalística, y este les mostró la evidencia recogida. No había señales de cerraduras forzadas, el agresor ingresó al departamento aparentemente con el consentimiento de la víctima. No había tampoco señales de pelea. El disparo entró limpio por la sien y lo mató en el acto. La puerta del departamento estaba cerrada y el tirador sin huellas, lo que significaba que el homicida había tenido la precaución de limpiarlo al salir.
– ¿Qué piensas primo? – preguntó Morgan mientras revisaba las fotos del departamento en la oficina de Vizcarra.
– Parece un trabajo profesional. Frio, calculado, premeditado. ¿Quién querría matar a un ex policía?
– Un ex convicto que haya sido detenido por él, es una buena opción.
– Es verdad – replicó Vásquez – tenemos que averiguar en qué investigaciones intervino.
– No es necesario – dijo Vizcarra – me adelanté con eso, él no ha trabajado en investigaciones. Era policía de bancos. Los que cuidan las puertas de ingreso, custodia de caudales. Ya saben.
– ¿Entonces nunca mandó a nadie a la cárcel? – preguntó Morgan.
– No, nunca – dijo Vizcarra – por lo menos eso aparece de su legajo.
– El asunto se complica – afirmó Vásquez – tenemos que empezar por otro lado. ¿Fue dado de baja? ¿Cómo se llama?
– Javier Salinas y no, no fue dado de baja, se jubiló por años de servicio – señaló el técnico.
– ¿Mujer? ¿Amante? ¿Hijos? – inquirió Morgan
– Viudo. Un hijo mayor que vive fuera del país. Recién hace un rato lo notificamos por teléfono. Se contrarió pero al parecer no podrá venir. El seguro policial se hará cargo del sepelio.
– Vaya, además un funeral solitario – lamentó Vásquez – empezaremos por ahí.

Más tarde, en la capilla ardiente de local policial, los únicos presentes eran Morgan y Vásquez, sentados en el fondo esperaban la aparición de alguien más. A las ocho llegó un representante del sindicato trayendo una corona, rato más tarde un edecán de la comandancia para dejar otra. Como a las diez de la noche llegaron algunos compañeros de la promoción del difunto, bastante mayores, con el paso cansado, cabizbajos y callados. Cinco de ellos se reunieron en una esquina y mandaron a traer pisco y café. Fumaban y bebía casi sin hablar. Cuando los agentes estaban a punto de irse, llegó un personaje extraño, tendría unos cuarenta años, estaba bien vestido; entró al ambiente sin mirar a nadie y se dirigió al ataúd todavía abierto. Se detuvo frente a él y miró al difunto. Luego se retiró rápidamente sin santiguarse. Morgan y Vásquez esperaron algunos segundos y salieron tras él. El sujeto se subió a un auto blanco, sin placas y con las lunas polarizadas y arrancó. Lo siguieron en el auto de Morgan tratando de mantener una discreta distancia.
– ¿A dónde crees que nos lleve esto? – preguntó Vásquez
– No lo sé, pero fue raro como se acercó al ataúd.
– Es cierto. ¿Crees que sea el asesino?
– Puede ser, pero si no lo es, nos llevará a él. Tengo el presentimiento – contestó Morgan.

Luego de seguirlo por varios minutos, el auto ingresó a la cochera de un centro comercial cerca del centro de la ciudad. Los agentes esperaron pacientemente hasta pasadas las tres de la mañana, eran prácticamente los últimos carros en el estacionamiento. El sujeto salió acompañado de dos hombres más. Subieron al auto y partieron. Luego de algunos minutos, al parecer se percataron de que los agentes los seguían, veinte minutos después el agente Vásquez caía herido.

* * *

Luego de una operación de varias horas, el médico informaba al agente Morgan que Vásquez estaba fuera de peligro. Debía descansar. Al día siguiente en compañía de Álvarez visitó a su compañero. Vásquez débil en la habitación del hospital los recibió.
– ¿Qué sabemos? – preguntó con voz pausada.
– Sabemos quiénes son, Morgan ya los identificó en el registro fotográfico – contestó Álvarez – sin embargo, tenemos una ventaja, por lo que hemos averiguado con nuestros contactos en la calle, ellos no saben que fueron ustedes.
– ¿Entonces? – preguntó Vásquez.
– El tipo que fue al velorio es un policía en actividad, al parecer cruzó la línea y opera con una banda de extorsionadores. Todavía no tenemos evidencia para vincularlo con la muerte de Salinas. Esperaremos que te recuperes. No queremos alertarlo por ahora, ustedes siguen en el caso – explicó el comandante.
– Entendido – replicó el agente.
– Me has hecho pasar el susto de mi vida – dijo Morgan.
– Fue mi culpa primo – reconoció Vásquez.
– No, primo, son cosas que pasan. ¿Necesitas algo?
– Sí, por favor. Tráeme algo para leer antes de que la televisión nacional haga lo que no pudo la bala – contestó, y ambos agentes rieron.

* * *

Dieciocho días después Vásquez, todavía débil pero bastante recuperado subió al auto de Morgan. Todavía se podía ver el orifico de la bala en el parabrisas.
– ¿Cuándo vas a cambiar el vidrio? – preguntó mortificado.
– Cuando me paguen.
– Yo te presto el dinero, me trae mala vibra ver eso ahí – replicó Vásquez.
– Hecho – sonrió Morgan.

Se habían citado con el Resortes, el agente encubierto, en un establecimiento de comida rápida del centro, al atardecer. Este llegó como siempre, barbado pero en esta ocasión con un look rastafari en el cabello, traía un tubo de cartulina forrada de tela negra, sobre él varias pulseras de artesanía hechas con cuero y alambre de joyero. En la otra mano una tabla de madera con algunos retratos callejeros a carboncillo. Se acercó y les ofreció las pulseras, mientras ambos simulaban ver la mercadería, Morgan le soltó la pregunta discretamente:
– ¿Resortes, sabes algo de un policía que se pasó al otro lado? Tiene que ver con una banda de extorsionadores.
– Se rumorea de un tigre. Dicen que se bajó al tío Salinas.
– ¿Y sabes por qué?
– El tío Salinas era legal. Trabajaba como asesor privado de seguridad para un empresario que tiene perfil bajo. Parece que el Mono quería una tajada de la torta.
– ¿Mono? – preguntó Vásquez mientras se probaba una muñequera de cuero.
– Sí, le dicen el Mono, se apellida Carpio. Hay una discoteca, El Averno. Allí se reúne con sus compinches – contestó, luego levantando la voz dijo – ¡Llévate esta pues tío, es de cuero con amatista!
– ¿Cuánto maestrito? – preguntó Vásquez.
– Quince nomás.
Vásquez pagó y se metió la pulsera al bolsillo. El Resortes desapareció lentamente entre la gente fumándose un cigarro. Los agentes se quedaron para terminar de comer.
– ¿Quién será ese empresario?
– Debe ser uno bastante discreto. No aparecía en ningún documento del departamento de Salinas y no presentó ninguna denuncia. Seguramente no quería empapelarse.
– Puede ser. Ahora vamos a buscar a ese mono.

En la noche esperaron pacientemente en El Averno, conversando de cualquier cosa. Luego de cerca de dos horas de humo de cigarro y música tan pegajosa como mala, entraron dos sujetos de aspecto común, uno de ellos era calvo y con una argolla plateada en la oreja derecha, el otro de bigotes y cojeaba levemente de la pierna izquierda. Se sentaron frente a una mesa ubicada en la zona más oscura, de inmediato se acercaron dos mujeres y se sentaron con ellos. Morgan simuló ir al baño para verificar el área. Vásquez siguió a los dos tipos con la mirada, momentos después apareció el Mono, se acercó a la mesa y uno de los tipos hizo una seña para que las mujeres se alejaran, ellas se retiraron molestas y los tres hombres hablaron algo. Al parecer discutían algo pero sin llegar a ser una pelea. Se pusieron de acuerdo, se dieron la mano y el Mono se retiró.
– ¿Lo seguimos? – preguntó Morgan.
– No, no es buena idea. Ya conoce tu carro. Esperemos a ver que hacen esto dos.

A las dos de la mañana los sujetos salieron con las damas de compañía y se dirigieron a un hotel cercano. No había razón para intervenirlos, la prostitución no es delito. Ambos agente se fueron a sus casas.

Días después y luego de un cuidadoso seguimiento con ayuda de la división de estafas, lograron intervenir a los dos sujetos en pleno proceso de extorción a un empresario del mercado central. Cuando los esposaban, uno de ellos le dijo a Morgan:
– Jefe, deje que me vaya. Tengo un sencillo en el carro.
– Te has equivocado tigre – contestó Morgan – nosotros no jugamos así.
– Yo sé quien ha matado al tío Salinas – replicó el sujeto. Ambos agentes se volvieron hacia él al mismo tiempo.
– Habla y te ayudamos con el fiscal – dijo Vásquez.
– El Mono, está ahorita esperándonos en la placita que está a espaldas del mercado.
Morgan entregó al detenido a otro efectivo y ambos agentes corrieron hacia el auto. A toda velocidad llegaron a la plaza, el Mono los vio por el espejo retrovisor y de inmediato inició la huida. Lo persiguieron varias cuadras. De pronto estaban ingresando a los peligrosos barracones, la zona roja de la ciudad; Morgan miró a Vásquez y este le hizo una seña para que siga conduciendo. Al llegar a una vieja quinta el Mono se bajó del carro e ingresó a ella a toda velocidad. Los agentes bajaron también y entraron a la desvencijada edificación. Vásquez le hizo una seña a Morgan para que entre por la parte de atrás, luego derribó una vieja puerta de madera e ingresó a uno de los ambientes. Apenas estuvo adentro fue recibido por un par de disparos proveniente de la segunda planta. Avanzó con cuidado. Subió por las escaleras y pudo ver al Mono tratando de saltar por el balcón. Corrió y lo apuntó con el arma:
– ¡Quieto Mono, estas jodido!
– Tranquilo – dijo el Mono levantando las manos, en la derecha todavía sostenía el arma. Vásquez notó que la pierna del pantalón del tipo se había enganchado en un oxidado fierro saliente del balcón.
– ¡Suelta el arma! – ordenó el agente.
– ¡No joda agente! – replicó el Mono. No le va a disparar a un compañero.
– ¡Suelta el arma! – repitió Vásquez algo nervioso.
– ¡No sea pendejo! Aquí hay plata para todos. No joda su vida ni la de su familia. A mí no me cuesta nada averiguar donde vive. Si me deja ir, le juro que no se va a arrepentir.
– Si no sueltas el arma Mono, voy a disparar – dijo el agente con firmeza, al tiempo que acariciaba el gatillo de su pistola.
– ¡Puta mare! ¡No sea terco! Yo no voy a ir a ningún lado. O me voy de aquí caminando agente o nos vamos a quemar los dos.
Vásquez fijó la vista en la mano del Mono empuñando el arma, vio con claridad como doblaba la muñeca y asentaba los dedos, el índice deslizándose sobre el gatillo, recordó el ardor en su pecho, la sensación de vacío, las imágenes que cruzaron su mente cuando se desvanecía en el asiento del auto de Morgan mientras la sangre discurría entre sus dedos, la tristeza de las cosas que no habría leído si moría, las cosas que no había cocinado, que no había comido, la mujer que aún no había hallado, el hijo que todavía no había tenido. El orificio oscuro del cañón apuntaba directamente hacia él, como un túnel infinito e insondable, el Mono lo miraba a los ojos y sonreía; siempre pensó que había que tener mucho valor o ser un verdadero hijo de puta para dispararle a alguien mirándole a los ojos, no había más ruido, los músculos de sus dedos en su mano se tensaron y escuchó el retumbar profundo del disparo y una sensación de paz, bajó el brazo y cayó al piso.

Morgan llegó y vio al agente sentado en el piso, exhausto. En el balcón el Mono colgaba muerto con un certero disparo entre ceja y ceja.
– ¿Qué pasó? – preguntó.
– No quiso bajar el arma.
– ¿Y tú estás bien?
– Sí, algo débil. Ya se pasará. Creo que ya estoy muy viejo para estos trotes.
– Vamos primo. Apóyate en mi hombro. Ya vienen las patrullas.

Mientras bajaban las gradas, Vásquez pensaba que lo único que realmente extrañaría de este empleo, sería trabajar con alguien tan cojonudamente decente como su primo, el agente Morgan.

6 comentarios:

  1. Ohhh, no puede ser!! Creo que esta llegando a su fin!!
    Que buen relato Miguel, siempre atrapan las historias de tus agente, te felicito, muy buena!!

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  2. Que buena la entrega , me mantuvo atada hasta el final. :) Queremos más de los detectives

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  3. ohhhh!!! ese Vasquez es todo un mataor!!! pero pa mi fue venganza... sabía que el mono le había disparado antes y su carácter no lo dejó actuar de otra manera!!!

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  4. Gracias Claudio por tus comentarios. Respecto al fin, depende, si los fans piden mas!!! Ya veremos! Un abrazo!!

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  5. Gracias Arely, veremos que no se vayan tan pronto los detectives!!!!

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  6. Edwar!! Es usted muy suspicaz!! Jajaja buen punto, por eso el cuento se llama Talión, muy observador!! Inteligentes comentarios siempre!!!

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