sábado, 12 de noviembre de 2011

NUEVO MUNDO (Cuento)

Jabal presionó los botones que activaban el mecanismo de aterrizaje y descendió la nave lentamente sobre el exuberante planeta. El espectáculo era sublime. Frondosos bosques, acantilados, montañas verdes, manantiales de donde fluía el agua límpida. Bandadas de extrañas aves emplumadas de mil colores cruzando los cielos. Desde la nave pudo confirmar con alegría lo que los estudios habían predicho, una cantidad indeterminable de especies de organismos vivos pastando en las sabanas vírgenes, sin embargo no pudo detectar visualmente los grupos de humanoides que los exámenes habían revelado.

Mientras descendía sintió nostalgia por su planeta de origen. Luego de que la población había llegado a los diez mil millones de habitantes, el equilibrio ecológico colapsó por completo: Los desechos fueron imposibles de reciclar, se quebró la cadena alimenticia y los principales depredadores se extinguieron en menos de cincuenta años. El cambio climático por la expulsión de gases acabó con toda forma de vegetación y llegó un punto en que el dinero era inútil porque no se podía comprar casi nada. Afortunadamente un grupo privilegiado de científicos, financiados por los hombres más ricos del planeta, habían desarrollado la tecnología necesaria para colonizar otros planetas. El conocimiento de Jabal era teórico, había visto cómo era la naturaleza del mundo de sus padres y abuelos mediante mecanismos de grabación en video. Registros antiguos y libros ilustrados digitalizados le habían enseñado que alguna vez existieron caudalosos ríos y abundantes bosques, además de incontables especies que acompañaron al ser humano en los primeros milenios de su evolución. De eso ya no quedaba nada. A los dos años de que saliera el Valzkan III al espacio exterior, recibieron la noticia de que el ciclo de las mareas se habían detenido por fin y el planeta era un caos donde los que se quedaron devoraban los unos a los otros en medio de catástrofes naturales de potencia inimaginable.

El Valzkan III no era una nave, era en realidad un convoy formado por treinta naves espaciales propulsadas por antimateria y en cuyo interior tenían simuladores de gravedad para impedir el deterioro de la densidad ósea de los tripulantes y pasajeros. Las mentes más brillantes en número de tres mil salieron a colonizar el nuevo mundo, junto con cincuenta de los mejores pilotos. Cada nave llevaba cien personas, de diferentes edades, desde los diez hasta los cuarenta años, excepcionalmente se incluyeron personas mayores, que por su méritos habían sido elegidas para educar a los más jóvenes en artes, humanidades, ciencia y tecnología. Cincuenta años después, muchos de esos hombres habían muerto, pero otros habían nacido en la nave, durante el viaje, preparándose diariamente para el destino final: La colonización. Jabal era uno de los pocos nativos, ahora tenía sesenta años.

Una vez sobre la superficie del nuevo planeta, los indicadores revelaron la confirmación de un problema que ya habían previsto antes: El aire no era respirable. Las moléculas de hidrógeno y oxígeno que lo conformaban tenían una composición distinta a la su planeta de origen. Afortunadamente las naves tenían generadores de aire que podían usar todavía durante años para abastecer tanques de respiración. Por lo demás el ambiente no era hostil y no se iban a requerir trajes espaciales. Iniciaron el armado del primer campamento.

* * *

Cuatro semanas después Raiza, en el laboratorio montado en el ala derecha del campamento, distribuía en un armario los contenedores sellados de ADN que habían recolectado antes de partir, un equipo especial había recorrido el planeta recolectando muestras de las principales especies con la esperanza de reproducirlas si era necesario en el nuevo mundo. Raiza tenía veinte años y era experta en microbiología y genética. No era para menos, desde que aprendió a leer a los tres años fue preparada por los mejores especialistas, quienes le transmitieron todo el conocimiento del que fueron capaces antes de morir. Cuando terminó se dirigió a la sala de reuniones, la habían convocado para una sesión importante. Allí estaba Jabal, quien por su antigüedad había sido nombrado jefe de las patrullas de expedición. Se había decidido que los pilotos por su mejor estado físico conformaran estas patrullas y el trabajo científico y administrativo quedaría en manos del resto de los colonos, dividiendo tareas proporcionalmente. Finalmente las decisiones más complejas las tomaría un grupo conformado por los doce colonos de mayor edad, siempre asesorados por los especialistas de cada área.

Jabal informó con calma que no existían humanos en el planeta, el rastreador de ADN había ubicado cuatro grupos humanoides. El primero conformado por seres similares a un humano pero cubiertos de pelo y con una extensión de la columna a guisa de quinta extremidad que les permitía asirse de los árboles. Los otros tres grupos eran más parecidos a los colonos pero ninguno de ellos había desarrollado lenguaje. De estos, solo un grupo, cuyo origen se encontraba cerca de la zona tropical, habían logrado un avance en la construcción de armas y herramientas sumamente simples que les facilitaban la caza, y aunque tampoco habían desarrollado un lenguaje, tenían un muy primitivo sistema de comunicación gestual.

El Consejo escuchó pacientemente y Enón, un genio en física cuántica, que era el más anciano de los miembros y que lo presidía, le preguntó a Raiza si una unión genética con ese grupo de cazadores nómades era posible para crear una siguiente generación de humanos que pudieran respirar el aire del planeta. Raiza se tomó su tiempo y contestó:
– Maestro Enón, el procedimiento no es complejo y la unión es perfectamente posible, nos tomaría tan solo dos o cuando máximo tres generaciones tener humanos perfectamente acondicionados al entorno del planeta, pero no sé si es éticamente viable.
– Tiene razón – replicó lentamente Enón. Podríamos esperar que las próximas generaciones se acondicionen de manera natural, pero existe la posibilidad de que no resulte y tampoco me parece ético que dejemos morir a nuestros hijos y nietos. Deliberaremos, gracias Raiza.

Raiza se retiró. Dos horas después le comunicaron que el Consejo había dado pase a las pruebas genéticas con nativos, sin embargo para no vulnerar los derechos de estos, sus hábitats serían respetados y sus organismos no serian alterados. Se recogerían muestras de su ADN y los experimentos serían hechos en colonos voluntarios hasta que se tenga aprobado un protocolo seguro de adaptación al entorno. Raiza se sentó en su escritorio, encendió su Z-AIN, donde registraba sus avances y escribió: Nuevo Mundo, día 32, se inicia procedimiento de recolecta genética para clonación y mutación para unión génetica de humanos y nativos.

* * *

Cien años después lo único que quedaba de Raiza era una placa en su honor en el laboratorio de genética de Luminis, la ciudad fundada por los colonos. A petición suya sus restos habían sido incinerados y arrojados al bosque que siempre admiró y al que se dedicó a estudiar con alma en los últimos años de su vida. Eran recordados todavía sus trabajos en mejoras de productos para la agricultura. Jabal había muerto mucho tiempo antes que ella y a Enón se le recordaba por el hecho haber sido el primer presidente del Consejo, nadie recordaba que gracias a ellos, los colonos podían respirar con comodidad el aire del nuevo mundo y nadie llevaba ya esas incómodas mascarillas de los primeros años.

El Consejo lo presidía ahora Matún, un químico puro, reconocido por su cordura y sabiduría. Las patrullas las dirigía Anem, un sujeto joven y peligroso que había crecido aprendiendo los secretos de la selva y lidiando con las bestias salvajes del campo. Ciudad Luminis era sumamente ordenada, gracias a la lección aprendida, era una comunidad eco sustentable. Los desechos se reciclaban de manera adecuada, el agua de lluvia era recolectada de los techos de las casas por medio de una red de cañerías hechas de plantas de estructura tubular que encontraron en la región. La electricidad provenía de plantas eólicas.

En la reunión del Consejo, Zarco, el jefe de ingenieros de Ciudad Luminis, presentó un pedido importante al Consejo: Era necesario definir una política de extracción y ubicación de oro o sustituto como el cobre. Los ordenadores tipo Z-AIN tenían conductores de cobre y oro indistintamente, además de los procesadores hechos de silicio y diamantina. Si bien la tecnología de fabricación de ordenadores se había preservado, las existencias de oro traídas en el Valzkan III estaban por agotarse y en la zona de la sabana no había depósitos importantes de estos. La diamantina y silicio sí eran abundantes en la zona, sobre todo en los lechos de los ríos.

Anem escuchó atentamente y antes de que Matún pudiera decidir se adelantó y ofreció encabezar una patrulla para ubicar los yacimientos requeridos. El Consejo asintió y Anem puso manos a la obra de inmediato.

En la nave de patrulla, mientras iba piloteando al mando de un equipo de doce subalternos, Anem pensaba en la importancia de encontrar los metales. Sin ellos la tecnología llegaría a su fin, quien maneje la tecnología podría manejar el poder. Ciudad Luminis avanzaba demasiado lento, Matún fiel a la vieja escuela era cuidadoso para tomar decisiones y eso retrasaba el progreso del pueblo. Cada decisión del Consejo evaluaba el impacto en las especies del planeta, los derechos de los nativos ignorantes que se comunicaban con señas y comían animales muertos. Anem acariciaba silenciosamente la idea de eliminar el Consejo y hacerse nombrar presidente absoluto de Ciudad Luminis

Dos años después Anem controlaba el traslado de oro y cobre a Ciudad Luminis desde una lejana mina en una montaña desértica a miles de kilómetros de distancia; los insumos que él proveía eran vitales para el desarrollo de la tecnología en la ciudad que para ese entonces ya era una metrópolis de grandes proporciones. Un día Anem presentó al Consejo una solicitud por la cual ciudad Luminis debía ver el mecanismo de retribuir su valiosa tarea, concediéndole privilegios especiales. El Consejo desestimó el pedido, basado en las reglas de bien social y propiedad común que se habían instaurado en el Nuevo Mundo. No había forma de otorgar privilegios. Anem paralizó los envíos de mineral y la ciudad resistió seis meses. Cuando Anem estaba convencido de que la presión ejercida daría sus frutos, el Consejo informó que una patrulla especial, leal a Matún, había encontrado otra mina al oriente la ciudad. Anem montó en cólera y atacó la ciudad. En el enfrentamiento destruyó la planta de fabricación de ordenadores Z-AIN y luego el reactor de producción de electricidad.

Los resultados fueron devastadores. La ciudad quedó sin energía eléctrica y en estado de sitio. Los pobladores se dividieron en dos bandos, aquellos que querían reformular el orden social en una estructura jerarquizada y aquellos que deseaban mantener el antiguo régimen. Matún no pudo convocar a la unidad y Anem aprovechó para dar su tan esperado golpe de estado, disolvió el Consejo y se autoproclamó Gran Guerrero y Jefe de Ciudad Luminis.

Esa misma noche los principales científicos de ciudad Luminis escaparon al norte con sus familias, habían oído que cruzando el mar había bosques vírgenes de clima templado, condiciones ideales para fundar una nueva gran ciudad.

* * *

En tan solo seis meses Anem se dio cuenta de su error. Sus seguidores eran casi todos miembros de patrullas, carecían de los conocimientos para recomponer las plantas de electricidad. Las naves de rastreo, las armas, los laboratorios y talleres se convirtieron en poco tiempo en ambientes inútiles que la vegetación del bosque empezó a cubrir por falta de mantenimiento.

Sabía perfectamente que el día que su pistola de plasma llegase a dejar de funcionar tendría que valerse de sus propias manos. Formó una patrulla especial con los hombres más cercanos a él y se parapetó en la sede del Consejo. Autorizó a los otros a secuestrar a las mujeres de los grupos humanoides para aparearse, en vista de que la mayoría de las mujeres había huido hacia el norte.

Ordenó que las reservas de mineral fuesen puestas en un ambiente de lo que llamó “El Palacio” y esperó sentado frente a aquellos enormes bloques de oro y cobre ahora totalmente inútiles. En tres meses más consumieron todas las reservas de granos y vegetales de la ciudad. Los hombres adquirieron las costumbres de sus nuevas mujeres. Salían a cazar animales, los mataban y comían. Nadie sabía confeccionar tejidos, dejaron de usar ropa. El fuerte calor tropical oscurecía sus rostros a la intemperie. Anem nunca más salió del Palacio, daba órdenes, procreó y tuvo hijos. Un día llamó a Amón, su hijo preferido. Mandó a fundir piezas de oro y cobre, hizo petos, muñequeras y afilados cuchillos y lanzas. Cubrió con ellas el cuerpo de Amón y lo llevó al frontis del Palacio. Allí lo proclamó Sumo Sacerdote de Ciudad Luminis, hijo del trueno y de la lluvia, luego se retiró a envejecer mientras veía a su gente cubrirse con pieles de animales, comer carne cruda y a Amón convertirse en un líder cruel y sanguinario como él nunca hubiese podido haber sido.

* * *

Los colonos que habían emigrado al norte habían fundado nuevas ciudades. Los más viejos no se atrevieron a cruzar el gran mar y se quedaron a las orillas de este y cerca de un rio a cuyos lados la tierra fértil se mostraba generosa. Los más jóvenes cruzaron el mar y fundaron pequeñas ciudades. En todos los casos construyeron con piedra y barro. Siempre usando las reglas de arquitectura aprendidas de sus padres y abuelos, pero usando materiales locales. Se habían acostumbrado por completo a vivir sin electricidad, ahora dependían del fuego para todo. Dependiendo del clima, los colonos usaban tejidos en base a la vegetación de cada lugar. En un gran esfuerzo los últimos descendientes de los primeros colones, se empeñaron en grabar en piedra los conocimientos que habían traído de su planeta.

Se enteraron que al sur, en lo que alguna vez fue Ciudad Luminis, los descendientes de Anem se habían dividido en diversos clanes, a pesar de que ninguno de ellos sabía ya para qué servían, igual peleaban constantemente por la posesión del oro y los diamantes.

Con los años las ciudades aumentaron de población y la gente olvidó sus orígenes, solo ciertos grupos cerrados transmitían de generación en generación la ciencia de los ancestros. El común de la multitud empezó a adoptar costumbres de los sureños, consideraban el oro como un metal valioso, igual que cualquier piedra brillante sin saber su utilidad. Mataban animales, comían carne, habían perdido la capacidad de explicarse los fenómenos meteorológicos, los atribuían a dioses sobrenaturales. Algunos otros se aprovechaban de ello y se nombraban hechiceros, sacerdotes o magos y se aliaban con gobernantes ignorantes para dominar al pueblo. Se produjeron guerras, se mataron entre hermanos, se especializaron en fundir metales y fabricar armas, así como adorar a deidades imaginarias.

* * *

Mucho tiempo después, en uno de aquellos grupos cerrados de sabios que conservaban los conocimientos primigenios, en la ciudad de piedra a orillas del gran rio, un alumno conversaba con el Gran Maestro, mostrándole su preocupación por lo que acontecía con las personas en las ciudades. El Gran Maestro reflexionó unos minutos y le dijo:
– Han pasado siete mil años desde que los primeros padres colonos llegaron a este planeta y si miras alrededor, pareciera que no hemos aprendido nada. El mundo seguirá su curso y nosotros no veremos con estos ojos el futuro.
– ¿Y no se puede hacer nada?
– Depende de cada uno de nosotros. Transmitir el conocimiento es difícil, las personas no quieren escuchar. Solo si alguien pudiera escribir lo que sabemos de manera que la gente pueda entender y creer en ello. Alguien con el conocimiento, inspiración y ánimo necesarios – dijo y suspiró.
El Gran Maestro hizo una venia y se despidió. El alumno tomo sus alforjas y subió al camello, después de varios días de marcha llegó a la tienda de su clan en el desierto y se sentó frente al pergamino, puso su mente en armonía y empezó: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”

6 comentarios:

  1. que buen cuento Miguel! una mezcla fantástica de ciencia ficción y realidad, me sorprendiste!! y más aun porque estas incursionando en un genero distonto, felicidades Miguel ,gracias por el relato y la reflexión!!

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  2. Hola Miguel, ¿como has estado? La ciencia ficción es mi género favorito, gran relato. Felicitaciones. Un abrazo

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  3. Claudio! Gracias por el comentario, interesante incursionar en el género, como te comentaba la idea central de la historia daba para escribir más, pero la idea era que sea un cuento fácil de leer. Me alegra mucho que te haya gustado!!!

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  4. Erick!! Gran amigo! Qué bueno tener noticias tuyas! Ya no perdamos el contacto, me alegra mucho que te gustado el relato y espero tus comentarios en todas las historias y crónicas que vengan! Un abrazo enorme!

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  5. Muy Bueno, excelente, me gusté tu cuento, creo que lo volveré a leer una y otra vez. Soy ingeniero de sistemas, me gusta la ciencia ficción, tengo poco tiempo para leer, pero cuando encuentro relatos como estos me siento muy bien. Gracias

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    1. Hola Oscar!! Disculpa por no haberte contestado antes, me alegra mucho que te gustara el cuento. Un fuerte abrazo y comparte el link.!

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