domingo, 20 de noviembre de 2011

LA PIKI: UNA CRONICA DE AMOR CORRESPONDIDO

Yo estaba de vacaciones, era agosto, hace poco más de ocho años. Vivía en el centro de Arequipa. Un día saliendo de casa yendo al gimnasio, vi una perrita de muy mal aspecto, pequeñita, de un tamaño un poco menor que el de un pequinés, de pelambre amarillenta, hocico afilado, ojos enormes y desorbitados, totalmente famélica y pegada a la pared. Muy asustada. Me impresionó. Por la tarde cuando volví todavía estaba allí. Le llevé un tazón con arroz. Al día siguiente pasó más o menos lo mismo. Siempre que veo algo así me da una tristeza terrible, así que tomé la decisión de por lo menos alimentarla hasta que alguien pudiera adoptarla.

Pero al tercer día pasó algo más. Salí de casa y ella no estaba en la zona de la quinta, cuando estaba abriendo la reja de la entrada principal la vi. Estaba en medio de la pista, totalmente desorientada, caminando lateralmente y cojeando. De inmediato intuí que había sido atropellada. Sin pensarlo dos veces me paré en medio de la calle (que era de un solo carril y estrecha como las calles del centro de Arequipa) y detuve el carro que venía. Luego la traté de empujar hacia una de las veredas. Cuando lo logré me acerqué. Traté de ayudarla y me mordió ferozmente el dedo índice de la mano derecha.

Asustado regresé corriendo a casa, siguiendo los consejos de la escuela, para lavarme con abundante agua y jabón. Luego volví a salir para buscarla pero no la hallé. Ahora tenía dos problemas: El tratar de rescatar a la perrita y la posibilidad de que tenga rabia.

Ese día tuve que hacer una serie de gestiones personales, pero además me documenté acerca de la rabia y llamé a mi compañía de seguros de salud (a la que le pagaba una buena cantidad mensual) y me dijeron que no podían hacer nada. El tema de la rabia se veía en un solo hospital de Arequipa, luego fui a este hospital y resultaba que tenían que ponerme como veinte inyecciones, cuando en otros países del mundo ahora son solo cinco y con menos efectos secundarios. Eso sin contar que tenían que sacrificar a la perrita.

Esa noche salí con una correa y collar de gato, una colcha (para atrapar a la perrita) y vari kennel de mis gatas. Caminé por las calles cercanas y la encontré escondida y asustada detrás de un enrejado. Le lancé la colcha y la atrapé. La llevé a casa, pero ya era tarde y se durmió allí. Al día siguiente la llevé al veterinario, pedí radiografías, análisis, vacunas y un baño. Regrese a la veterinaria por la tarde y le pregunté al veterinario sobre la posibilidad de la rabia. Me dejó en claro que en Arequipa no se habían registrado casos de rabia en más de diez años, así que podía considerarse que esta había sido erradicada de la zona. No habían fracturas, solo estaba asustada y hambrienta. Compré comida para ella y la llevé a casa.

En aquel entonces yo ya tenía un labrador color hueso. Por si acaso los separé porque el veterinario me dijo que la perrita estaba por entrar en celo. Lo cierto es que esa tarde regresé a casa contento, manejando la camioneta con la perrita en el vari kennel de los gatos en el asiento del copiloto. Cuando llegué, la traje conmigo hasta la sala, la solté y yo me senté exhausto en un sillón con mi dedo índice adolorido y vendado. En eso ella subió sobre mis piernas, yo la sostuve un poco con mis brazos y ella apoyó su cabecita en mi brazo derecho mirándome con una expresión de agradecimiento que nunca olvidaré. En ese momento nació el amor.

En este entonces estaba casado con mi primera esposa. Una mujer maravillosa. Ella fue la que le puso el nombre: Piki (puntito). Durante muchos días no dejó que se me acerque siquiera mi esposa. Me protegía a muerte. Luego comprendió que ambos la queríamos y la incluyó en su círculo de protección Cuando pasó el celo y ya estaba mejor alimentada y con buen peso, la llevé a esterilizar. Se recuperó rápidamente de la operación. Cuando la recogí tenía el pelo amarrillo y ceniza. En realidad era una perrita cruce de papillón, con los cuidados y peinado periódico, su pelaje regresó a ser lo que debía ser: blanco y negro. Su carita se redondeó y sus ojitos se hicieron alegres y vivaces. Siempre que trabajaba en el computador ella se sentaba en mis piernas, o cuando veía televisión y cuando manejaba el auto. Si me recostaba para ver televisión se acomodaba sobre mi pecho y se quedaba tranquilita. Se acostumbró a compartir el espacio con las gatas e incluso dormía con ellas en el día. En las noches dormía en nuestro cuarto en su propia camita a un costado de la nuestra.

Siempre estaba sobre mis piernas. Le gustaba mucho pasear y desde el primer día que llegó a casa, nunca orinó dentro de ella ni hizo caquita. Esperaba a que lleguemos y salía disparada a hacerlo afuera. Cuando salía sola volvía pronto. Pero siempre mantuvo ese círculo de protección alrededor de nosotros. Incluso cuando yo iba manejando, ella asustaba con su ladrido agudo a quien se acercara mucho al auto, arrancándonos carcajadas.

Luego cuando tuve que alejarme de Arequipa por cuestiones laborales y cosas del corazón, ella se quedó con la persona más responsable que conozco, y no podía ser de otra manera. Mi ex esposa la cuida y la quiere como lo haría yo y tal vez más. Algunas veces pensé en traerla, pero no era buena idea, el clima de aquí no es bueno para perritos viejitos y de pelo abundante. Además por aquí no hay veterinarios en los que pueda confiar.

Hoy me enteré que está malita. Tiene ataques de reumatismo, ya tiene cataratas. La última vez que la vi fue hace unos tres años. Según el veterinario ya debe tener unos doce años. Dice que en algún momento hay que tomar alguna decisión si los ataques se hacen más frecuentes porque son dolorosos. Mi ex esposa me dice que se acomoda en sus brazos como si fuese un gatito. Cuando la recogimos estaba tan maltratada que parecía mayorcita, en ese entonces le dije que lo mejor que podíamos hacer era que sus últimos años fuesen felices y de calidad. Finalmente, ella hizo que estos últimos ocho años fuesen felices para nosotros y se instaló en nuestros corazones. Escribo esta parte ya con lágrimas en los ojos. Creo que no he querido tanto a nadie a ese nivel como a la Piki. Definitivamente marcó mi vida y mi relación con los animales y la naturaleza. Me entristece mucho que ya esté viejita, pero también comprendo que todo tiene un ciclo. Yo solo les quería contar como la conocí y lo que significa para mí.

2 comentarios:

  1. :´( y yo terminé leyéndolo con lagrimas en los ojos. Nunca he tenido que ver marchar a uno de mis perros por viejitos, pero si se lo que es perderlos cuando los amas tanto, nada menos el finde estábamos con mi mami recordando a Killer el perro del que te he hablado antes. Comparto tu amor por los perros, el caso más similar que he vivido al tuyo es la perrita que tenemos actualmente, nos dio tanta lástima verla desprotegida y con su patita quebrada que la llevamos a casa, parecía tener unos tres meses, la tuvimos así haciéndole curaciones caseras hasta que por fin pudimos llevarla a operar y que le quitaran la pata quebrada, ella es otra por completo desde entonces, súper cariñosa y celosa sobre todo conmigo cuando ella está cerca y ve que abrazo a mi hija llega y se pone entre nosotras, a veces llega y se sube al sillón sobre mi como haciendo un gesto de abrazarme, así tal cual como cuando un niño te abraza, son animales excepcionales, capaces de dar tanto cariño, que sentimental me puse :´( Besos

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  2. Gracias por tu comentario Arely! Una gran nostalgia por nuestros perritos sin duda alguna. Un besote!

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