viernes, 10 de junio de 2011

LO QUE NO TIENE NOMBRE (Cuento)

El celular sobre la mesa de noche timbró varias veces antes de que el agente Vásquez pudiese despertar por completo, encender la lámpara y leer en la pequeña pantalla del aparato: “Morgan”, presionó el botón de contestar.
– Aló, ¿Qué tenemos a esta hora de la madrugada querido primo? – dijo Vásquez bostezando.
– Tenemos un par de cuerpos en el parque Libertad, vente volando – contestó calmado el agente Morgan.
– ¡’ta mare!
– No hagas cólera primo, ponte un chullo y ven que aquí hace un frio que mata – replicó Morgan.
– ¿No se habrán muerto de frio?
– No seas pendejo. Ven antes de que vengan los buitres – dijo Morgan y colgó.

* * *

En el parque Libertad yacían entre los arbustos los cuerpos de dos mujeres, el agente Vásquez se colocó los guantes de goma y revisó cuidadosamente los cuerpos ayudándose con una pequeña linterna. A su lado Morgan fumaba un cigarrillo. Vásquez se incorporó y dijo:
– ¿No que habías dejado de fumar?
– Es para el frio – contestó Morgan.
– ¿Y la gastritis?
– Bien, te envía saludos.
– ¡Ja ja! Ok. Bueno, ya las viste ¿qué piensas?
– Ajuste de cuentas, no es pasional. Les dispararon aquí mismo. No se llevaron el poco dinero que tenían, dejaron sus identificaciones y celulares. Son colombianas.
– ¡Estás aprendiendo! Es cierto, los pasionales siempre implican heridas en los genitales, aquí los disparos fueron al pecho y cabeza, a matar. ¿Quién reportó los cuerpos?
– Una vecina, en esa ventana – Morgan señaló una ventana con persianas de un segundo piso.
– ¡Aja! ¿Esa en la que se puede ver la silueta de la vecina espiándonos?
– Sí, esa. Dijo que escuchó el ruido de los disparos y salió a ver. Pudo divisar un auto alejándose a velocidad.
– ¿Marca? ¿Modelo?
– La mujer tiene setenta y nueve. Dudo que pueda distinguir entre un escarabajo Volkswagen y un Ferrari.
– Quien sabe… ¿Tienes las identificaciones de las damas? – preguntó Vásquez.
– Sí, a ver… – sacó una bolsa transparente de su bolsillo y leyó a través de ella – María Ángeles de veintidós y Danira de veinticinco años. Una de ellas profesora de escuela, nacidas en diferentes ciudades.
– Dos mulatas, colombianas, jóvenes, cinco tiros a quemarropa. Interesante. Vamos a la oficina, previa parada en algún Starbucks.
– ¿Tú o yo?
– Yo. ¿Oye, te das cuenta que gastamos mucho en gasolina? Voy a vender mi carro y me voy a mudar a tu departamento.
– ¡Conchudo! – dijo Morgan riendo, Vásquez le palmeó la espalda riendo también y se fueron cada uno en su auto.

* * *

A las diez de la mañana Morgan contestó su celular. No dijo ni una palabra, colgó y le dijo a Vásquez: “Álvarez”

Cinco minutos después estaban ambos sentados en la oficina de Álvarez, este estaba hablando por teléfono. Morgan se dedicó a repasar por milésima vez la decoración de la oficina, ni un solo cuadro, las paredes llenas de títulos y diplomas de cursos de especialización, muchos en el extranjero, medallas, condecoraciones. Sobre el escritorio un prisma de ónix y sobre él en letras doradas las palabras “Comandante” y “Álvarez” resaltaban escandalosamente. Siempre pensó que esa especie de altar a su propio ego era una forma de decir: “Aquí el comandante soy yo, y miren mis títulos, me lo he ganado.” Se fijó en una pieza nueva en el escritorio, discretamente codeó a Vásquez y le hizo una seña con las cejas, Vásquez le guiñó un ojo. Era un tallado en madera, un fino trabajo que representaba un imponente Inca sosteniendo un varayoc. Recordó que hasta antes de las elecciones ese mismo lugar era ocupado por una escultura de una paloma sobre una estrella de cinco puntas y cinco años atrás había sido una chacana de piedra.
– Bien señores – dijo Álvarez al mismo tiempo que colgaba el teléfono- ¿Cómo va el asunto de las colombianas?
– Tenemos el reporte de migraciones – indicó Vásquez – entraron el mismo día por el Ecuador, hace diecisiete días.
– Y de acuerdo al listado, ese mismo día entraron cinco colombianas, hay otras tres – agregó Morgan.
– ¿Tienen algo más? – preguntó Álvarez.
– No mucho – contestó.
– Hablen con el Resortes – me informan.
Ambos agentes asintieron y se retiraron de la oficina. En el pasillo Morgan comentó acerca de la figura del Inca tallado en madera. “Política” dijo Vásquez.

* * *

Tres horas más tarde en una oscura cevichería en medio del barrio más peligroso de la ciudad, Morgan y Vásquez esperaban pacientemente frente a una sucia mesa de madera recubierta con un pedazo de mantel plástico que desprendía un desagradable olor a rancio. La mujer se acercó y colocó una botella de cerveza y tres vasos mugrosos. Vásquez colocó uno frente a Morgan, otro para él y el tercero y más viejo en el centro. Sirvió dos vasos y le gritó a la mujer que se alejaba: “Hey, canchita pe.” La mujer regresó con un poco de maíz tostado en un sucio tazón de arcilla y lo puso sobre la mesa.
– ¿Vendrá? – preguntó Morgan.
– Siempre viene, este es el “sitio” y no te olvides, cuando llegue no digas ni una sola palabra. Confía en mí.

Pasados unos minutos, entró un tipo de mediana estatura, blanco, con lentes de aumento, de cabello negro larguísimo, voluminoso y ensortijado como resortes precisamente. Llevaba una sucia mochila y adornaba su cuello y muñecas con innumerables artesanías de cuero y semillas.
- Pst, Elier – dijo Vásquez discretamente.
El tipo se volteó y se acercó a la mesa, se sentó rápidamente y se acercó a Vásquez susurrándole:
- ¡Puta, huevón! No me digas ese nombre, aquí soy Resortes.
- ¡Ya, ya! Oye resortes un help pues – dijo Vásquez mientras le hacía señas a la mesera para que traiga otro vaso.
- ¿Qué quieres? ¿Moño rojo o la blanca?
- Moño rojo, un “Paquito”.
- Ok – dijo resortes y buscó con mediana discreción en su canguro mientras la mujer dejaba el vaso en la mesa y Vásquez lo llenaba de cerveza.
- ¿Qué sabes de unas colombianas muertas en la plaza Libertad? – preguntó Vásquez con voz muy baja.
- ¡Uy, ese asunto está caliente cavernícola! – contestó Resortes – es una cosa de unos tipos nuevos en el barrio, traen burras de Colombia, les ofrecen trabajo de niñeras y terminan trabajando en los puticlubs del centro. Anda a El Diamante, sigue mi consejo y ahora me borro, voy a almorzar. Toma tu “paco”, son quince mangos.
Resortes dejó una cajita de fósforos al costado del vaso de Vásquez, este le entregó por debajo de la mesa un billete de veinte soles doblado. Resortes se levantó y bebió de un solo golpe la cerveza. Lanzó el poco de espuma que quedó en el en el vaso que Vásquez había dejado en el centro de la mesa y dijo:
– No tengo vuelto ´on.
– No te preocupes – contestó Vásquez – es para que te compres jabón, hueles a demonios.
Resortes soltó un par de carcajadas y se sentó en una mesa del lado opuesto del local al mismo tiempo que pedía un ceviche a la mesera.
– Vámonos – dijo Vásquez tomando su cerveza y recogiendo la cajita de fósforos, al mismo tiempo que dejaba una moneda de cinco soles sobre la mesa.
– ¿Por qué le has comprado marihuana a ese pastrulo? – preguntó Morgan cuando salieron.
– ¿Pastrulo? – replicó Vásquez – ese “man” es agente encubierto desde hace años por estos lares, y la dueña de la chingana es mujer de un sicario. Si vas a simular, tiene que estar bien hecho. Para ese taxi y pregúntale cuánto nos cobra hasta El Diamante en el centro.

* * *

Llegaron a El Diamante pero estaba cerrado. Decidieron volver en la noche. Regresaron a la oficina a recoger sus autos, Vásquez se despidió y se fue a su departamento. Morgan se subió al suyo pero no lo encendió. En el estacionamiento se quedó pensando. Todavía no había podido despejar de su mente la experiencia de haber participado en una sesión de sadomasoquismo. A pesar de que el club Ícaro era un lugar de moda y que ofrecía básicamente una visión demasiado soft del asunto, las imágenes de las anfitrionas vestidas de cuero o látex negro, portando látigos lo había perturbado profundamente. Necesitaba hablar con alguien, alguien de confianza y con la amplitud de criterio necesaria para comprenderlo. Encendió el auto y salió rápidamente del estacionamiento.

* * *

Vásquez en su departamento esperaba con ansias, sentado en el pequeño sofá con un libro de García Lorca entre manos pero sin leerlo, se levantaba, miraba por la ventana, regresaba al sofá, abría el libro, leía algunas líneas y luego miraba fijamente a la puerta. Decidió preparar un café, se levantó y precisamente cuando entraba a la cocina escuchó que golpeaban la puerta, dio media vuelta y corrió tan rápido que estuvo a punto de caerse, al abrir, allí estaba Morgan con una sonrisa forzada.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó Vásquez.
– Vine para que me invites un café y conversar.
– Pasa, pasa… es que aproveché que no íbamos a hacer nada en la tarde para…
– ¿Alguna hembrita? – cuestionó artero Morgan.
– No…
Tocaron la puerta. Vásquez le hizo una seña a Morgan para que espere y corrió a la puerta, un sujeto preguntó si era la casa del señor Vásquez, este asintió emocionado como un niño y firmó una serie de formularios que el sujeto traía. Luego abrió totalmente la puerta y dos cargadores ingresaron un enorme bulto que depositaron en la mitad de la sala. Se despidieron amablemente y Vásquez cerró la puerta.
– ¿Qué es eso? – preguntó totalmente sorprendido Morgan.
– Ni te imaginas – contestó Vásquez – trae esa navaja y dame una mano.
Morgan tomó una navaja de la mesa con empuñadura de cuero y se acercó. Mientras iban retirando con cuidado las capas de plástico y cartón Morgan preguntó:
– ¿Qué opinas del fetichismo primo?
– Fetichismo. No sé. Me llaman la atención los portaligas, negros o blancos, jamás rojos. Los corsés, los vestidos victorianos con escote generoso, me parece interesante, pero no al extremo de no excitarme si están ausentes.
– ¿Cómo es eso?
– Algunos definen el fetichismo en el sentido de que es la única manera de lograr excitación. Si no se tiene el fetiche sencillamente esta no se produce. Yo creo que ese es el extremo de la línea. Me parece que todos tenemos algo, poco o mucho de fetichistas.
– ¿Y el sadomasoquismo?
– ¿Te ha golpeado el asunto del Ícaro no?
– Algo – contestó Morgan con un atisbo de vergüenza.
– Si te incomoda no lo nombres.
– ¿Cómo?
– Recuerda a los griegos – dijo Vásquez.
– ¿Los griegos eran sadomasoquistas?
– Tal vez, pero no era eso lo que quería decirte. Los griegos y otras culturas antiguas afirmaban que aquello que no tiene nombre no existe. ¿Te das cuenta? Ellos tenían solo siete colores, ello no significaba que no comprendiesen que en la naturaleza existían muchos más, pero los griegos solo nombraron siete y por tanto, para ellos los otros no existían formalmente.
– Entiendo, pero…
– Déjame terminar – interrumpió Vásquez – en contraposición, aquello que mencionas empieza a existir. Los metafísicos manejan ese concepto. Mira, tú eres un galán, normalmente no haces mucho esfuerzo para conquistar a una mujer, te he visto y usualmente son ellas las que te seducen. En cambio yo debo hacer un esfuerzo adicional, eso me da la ventaja del conocimiento empírico.
– ¿Eso qué tiene que ver?
– Tiene… y mucho. Imagínate lo siguiente: Yo trato de seducir a una mujer que acabo de conocer, ella me mira y no despierto su interés. No soy tú. Pero si ella me da la oportunidad de hablarle entonces mis posibilidades se multiplican. Mi don está aquí – dijo Vásquez señalando su sien – lo primero que hago es sugerir una hipótesis, le pido que me diga qué le gustaría hacer si yo fuese su novio o si saliera conmigo.
– ¿Y?
– Normalmente la primera vez se niegan, es normal, la negación es siempre la primera respuesta del ser humano ante una situación nueva. Yo le digo que es solo una inocente hipótesis y por supuesto improbable, de tal manera que insisto otra vez. Una vez que la dama dice algo como “Si usted fuese mi pareja me gustaría…” se produce un cambio en su cerebro, lo que era un imposible se empieza a convertir en una posibilidad; ella, al decirlo, al nombrarlo, lo convierte en un algo casi tangible y de allí a hacerlo realidad…, hay pocos pasos mi querido primo.
– Interesante…
– Entonces, si no quieres que algo te atrape mejor no lo menciones. Si lo empiezas a pensar despéjalo, todavía estás a tiempo, pero si lo empiezas a nombrar no vas a poder dejarlo.
– Igual quisiera saber tu opinión – dijo tímidamente Morgan.
– Mira, cada uno hace con su vida lo mejor que puede. Disfruta y no hagas daño. Las cartas sobre la mesa y todos contentos. En mi caso, si me llamara la atención “eso” que no queremos nombrar, yo probaría. ¡Ahora mira esta lindura!

Vásquez retiró el último cartón y apareció ante ellos un precioso sillón de espaldar alto, tapiz crema, altas patas de madera finamente torneadas al igual que los brazos y el borde del espaldar, todo ello barnizado con maestría.
– ¿Un sillón? – Preguntó Morgan.
– No es “un sillón”, este es un sillón Voltaire, he ahorrado cuatro años para poder comprarlo.
– Un sillón Voltaire… lo recuerdo, lo querías desde que leíste “La vida exagerada de Martín Romaña” hace diez años.
– Lo nombré y ahora aquí está – dijo Vásquez cruzando los brazos y mirando su adquisición con una sonrisa de satisfacción que iluminaba toda la habitación.

* * *

A las diez de la noche los agentes Morgan y Vásquez ingresaron a El Diamante. Apenas se sentaron en una de las mesas se acercaron dos muchachas mal vestidas con trapos que intentaban ser lencería.
– ¿Nos invitan un trago? – preguntó una de ellas.
– Claro – dijo Vásquez, pero antes, de dónde son ustedes.
– Somos de la selva – contestó la muchacha – somos de sangre caliente, ¿di?
– Me han dicho que hay una colocha – dijo Vásquez.
– Sí – dijo algo decepcionada la mujer – pero nosotras te podemos atender igual y hasta mejor.
– No – replicó Vásquez – envíame a todas las colochas que tengas, para mí y para mi amigo, si no voy a tener que irme a otro sitio.
– Ok, ustedes se lo pierden – dijo mientras se levantaba de la silla y le tendía la mano a su compañera para llevársela.
– Te desenvuelves bien en estos sitios primo – dijo Morgan con picardía.
– Mi viejo era militar, por lo tanto casi todos mis amigos eran hijos de militares cuando tenía dieciocho años. Durante un tiempo casi todos los fines de semana hacíamos tours por lugares como estos a iniciativa de los padres de mis amigos.
– Yo en cambio he venido a lugares como este muy poco.
– Todos funcionan igual, el dueño gana dinero por la venta de los tragos, más que por la cerveza, a las chicas se les llama ficheras, si les invitas un trago que no sea cerveza acumulan fichas. Mientras más botellas te obliguen a tomar, más fichas acumulan, luego al final de la noche canjean las fichas por efectivo, son sus comisiones.
– Entonces al dueño del local no les conviene que salgan con un cliente.
– Para nada – contestó Vásquez – pero es la zanahoria en el palo, siempre te dicen que si compras una botella más saldrán contigo. La mayoría de hombres saben cómo funciona el asunto, pero prefieren ignorarlo. Quieren creer que la chica saldrá con ellos, al final rara vez lo hacen y si sucede debes para una fuerte comisión en la barra.
– Interesante.
En eso llegó una muchacha morena, de cabello rizado y corto, se sentó sonriente y se presentó.
– Buenas noches, ¿usted es al que le gustan las colombianas?
– ¿Tú eres colombiana? No parece – dijo Vásquez.
– Pues sí lo soy.
– No tienes acento, ¿de qué ciudad eres?
– Bucaramanga a mucha honra.
– No te había visto antes por aquí.
– Es que estoy recién llegadita, recién vine a trabajar aquí hace dos semanas – contestó la morena.
– Aquí mi amigo se ha quedado enamorado de una compatriota tuya, Danira; quiere llevársela a vivir con él a la selva – confesó Vásquez con un aire de complicidad.
– ¿A la selva?
– Sí – dijo Morgan – somos madereros.
– ¡Ay qué pena! - dijo la colombiana – Danira ya no trabaja aquí. Justo hace dos días se fue de viaje.
– ¿Y sabes a donde?
– A la selva, ¡qué casualidad! – dijo emocionada – yo también voy a irme en tres días, ya tengo mi pasaje, esta es mi última noche aquí.
– Qué bien, festejaremos tu despedida entonces – dijo Morgan – espérame un segundo, tengo que llamar a mi mujer, sacó su celular y marcó, “no voy a llegar esta noche cariño” dijo, colgó y quince minutos después entraron diez agentes armados al mando del comandante Álvarez al local para hacer una redada.

* * *

Al día siguiente, a media cuadra del estacionamiento de la estación de policía, Álvarez se sentó en una de las bancas de la juguería y pidió un zumo de naranja y una papa rellena. Minutos después llegaron Morgan y Vásquez.
– ¿La interrogaron? – preguntó sin preludio alguno.
– Sí – contestó Morgan. Al principio no quería hablar, pero ya soltó todo.
– ¿Cómo es la historia?
– Son cinco muchachas, las captaron en diferentes ciudades de Colombia, el trabajo lo hace una mujer colombiana también, les ofrecen venir a trabajar al Perú como niñeras en casas de familias acomodadas, les aseguran que ganarán entre mil a mil quinientos soles mensuales. Para ello les cobran una comisión de mil dólares, algo de tres mil soles.
– ¿Además les cobran? – se sorprendió Álvarez.
– Sí – dijo Vásquez – les dicen que es para gastos de viaje y comisión, les aseguran que recuperarán ese dinero en dos meses. Las traen por tierra cruzando por Ecuador. Una vez en la ciudad les quitan sus pasaportes y las llevan a lugares como El Diamante donde prácticamente las obligan a prostituirse o trabajar como ficheras, las amenazan con denunciarlas y destruir sus pasaportes. En el caso de Zulma, la muchacha que interrogamos, la amenazaron con hacerle daño a su hija de dos años que se quedó en Bucaramanga, como saben sus domicilios, la amenaza es verosímil.
– Esa gente es una mierda – dijo Álvarez – pero me imagino que eso no es todo, no creo que se den todo ese trabajo sólo para traerlas a un night club de mala muerte, les sale más barato traer chicas de la selva o de la sierra como siempre han hecho; a ver canten ¿qué más tenemos?
– Tiene razón comandante – agregó Morgan – lo del puticlub es solo la primera parte, el ablandamiento sicológico, la pasan tal mal que están emocionalmente quebradas, luego “aparece” misteriosamente un tipo, simulando ser parroquiano del lugar, a Zulma la contactó hace una semana, precisamente un día que ella estaba llorando en un rincón, le ofreció ayudarla y hace un par de días le dijo que la ayudaría a salir de ese lugar, le ha ofrecido pagarle dos mil dólares por llevar una mochila por carretera hasta Brasil, con ese dinero ella podrá rescatar su pasaporte y luego de Brasil regresar a Colombia. Ya sabemos qué lleva la mochila.
– Esta modalidad es nueva comandante – agregó Vásquez – sospechamos que las dos chicas que encontramos muertas se negaron a última hora a llevar el paquete.
– Buen trabajo caballeros. Hablen con la muchacha, ¿cómo se llamaba?
– Zulma – contestó Morgan
– Ofrézcanle regresarla a Colombia si colabora con nosotros.
– Ya lo hicimos – dijo Vásquez – no quiere. Cree que la buscarán en Colombia y que la matarán o que matarán a su hija si se enteran que ella los delató.
– ¿Y el programa de protección de testigos? – preguntó Morgan.
– Sólo funciona si como resultado de la operación atrapamos a toda una organización – dijo Álvarez – por un homicida no nos van a dar nada, no tienen presupuesto.
– ¿Entonces? – requirió Vásquez.
– Denme una organización o un cartel y yo me encargo de darle documentación nueva a Zulma y a su hija, si me dan menos no puedo hacer nada – señaló Álvarez mientras se ponía de pie y pagaba su cuenta.
– Entendido – dijo Morgan y se quedaron sentados mirándose el uno al otro mientras Álvarez se alejaba lentamente.

* * *

Morgan caminaba de un lado a otro en su casa con el celular en la mano. La mesera que conoció en el Ícaro le acababa de dar por teléfono un nuevo número y una recomendación “Ella es de las mejores en este asunto” le había dicho. Morgan se detuvo, respiró profundo y marcó el número. Al otro lado una voz femenina, fría y autoritaria le enumeró rápidamente una serie de reglas, una tarifa y una dirección. Morgan tomó nota. Preguntó tímidamente si a las ocho estaba bien, al otro lado de la línea un “sí, sea puntual” fue lo último que escuchó.

* * *

A las ocho de la noche el detective Morgan estaba parado y temblando de frio en una amplia avenida de una bonita urbanización de clase media alta. Frente a él se levantaba un enorme edificio de departamentos, calculó el cuarto piso, trató de adivinar cuál sería la habitación. Tomó un poco de valor, cruzo la calzada y presionó el botón del intercomunicador.
– ¿Sí? – contestó una voz robotizada.
– Hice una cita, para las ocho – dijo Morgan.
– Suba – dijo la voz segundos antes de percibir el sonido de la cerradura automática destrabándose.
Morgan empujó la puerta y camino hasta el ascensor. Subió. Departamento 4 B. “Un picnic” pensó. Cuando llegó a la puerta del departamento notó que estaba entreabierta. Entró, sus ojos se fueron acostumbrando poco a poco a la oscuridad de la habitación en penumbra, escucho una voz limpia diciéndole claramente que tome asiento. Miró a su alrededor y descubrió un confortable sillón de cuero negro. Se sentó. Alrededor había toda clase de aparatos e instrumentos acomodados en las paredes, por un segundo le vino a la mente la imagen del museo de la Santa Inquisición, en ese instante apareció ante él una silueta felina, tacones altos, envuelta en látex negro desde la punta de los pies hasta la cabeza, con excepción del rostro, los senos, las nalgas y el pubis que estaban totalmente expuestos, tenía el cabello castaño acomodado en una enorme cola de caballo y el sexo totalmente depilado. Tenía una extraña belleza europea.
– Dime un nombre para llamarte – dijo la mujer – uno imaginario.
– Sergio – mintió el detective.
– Yo soy Gretzel.
– ¿Es nombre es real o imaginario? – bromeó Morgan y se arrepintió de inmediato cuando sintió la quemadura lacerante de un látigo sobre su muslo izquierdo.
– ¡Silencio! – ordenó la mujer – aquí mando yo. ¿Recuerdas las reglas?
– Sí – contestó sumiso Morgan.
– No olvides, en el momento en que quieras parar solo tienes que decir la palabra y me detendré. ¿Está claro?
– Sí.
– ¿Tienes algo para mí?
– Sí – dijo Morgan llevándose la mano al bolsillo y sacando unos billetes de su cartera.
– Colócalo en la bandeja a tu derecha – señaló la mujer, una vez que el detective lo hizo continuó – Ahora desnúdate.

El detective empezó a quitarse la ropa, un extraño calor y un cosquilleo lo invadió. No podía creer que estuviese haciendo esto. Se quitó la última prenda y la acomodó junto a las demás en el sillón de cuero. Se quedó de pie. Gretzel presionó un interruptor y se encendió una enorme lámpara de luz negra en el centro de la habitación, todos los objetos adquirieron de inmediato un brillo terrorífico, intimidante, Morgan sintió el impacto del látigo en su pierna desnuda y a la orden de “¡de rodillas!” cayó de bruces sobre el piso alfombrado. Lo siguiente que vio fueron las brillantes botas de charol de Gretzel frente a sus ojos envolviendo lo que imaginó serían los pies más finos y delicados del mundo y no dudó en obedecer la orden de lamerlas mientras todo su cuerpo era inundado por incontenibles torrentes de cálida sangre y palpitante placer.

* * *

Mientras se vestía, Morgan notó que Gretzel lo miraba fijamente. Pensó en lo que había sentido esa noche, los caminos que esta maravillosa mujer le había hecho transitar, sintió su piel erizarse, si solo pudiera tener un poco de los conocimientos de esta maestra del placer. Volteó y la vio allí, imponente, pálida, extremadamente blanca, los labios pintados de carmesí, el delineador negro profundo alrededor de los ojos. Intentó decir algo.
- Mi nombre es…
- No me lo digas – interrumpió Gretzel – no quiero ni debo saber tu nombre ni a qué te dedicas.
- Si no tiene nombre no existe – dijo sin querer Morgan.
- Tienes razón – dijo la mujer – sin embargo, espero que vuelvas – agregó.
El agente Morgan no contestó, caminó hacia la puerta y salió sin mirar atrás.

* * *

Al día siguiente Vásquez llegó a la central temprano, coordinó los detalles de la operación con los agentes de antinarcóticos, cuando llegó Morgan todo estaba encaminado.
– Vamos primo – dijo Vásquez – ya está listo el baile.
– ¿Dónde es?
– Terminal terrestre, allí se va a encontrar con el “amigo”
– Correcto – dijo Morgan mientras se acomodaba el chaleco antibalas.

* * *

Mientras esperaban en el auto de lunas polarizadas, Morgan le preguntó a Vásquez:
– ¿Te acuerdas de lo que no podíamos nombrar?
– Claro.
– Probé.
– ¿Y?
– Diferente.
– ¿Diferente bien o diferente mal?
– Diferente, diferente.
– Entonces diferente bien, si fuese diferente mal, no dudarías en decirlo.
– Raro sería la palabra – dijo Morgan mientras miraba por los binoculares y se los pasaba a su compañero.
– Todo depende entonces.
– ¿De qué?
– De si regresas. Vamos, los tenemos – dijo Vásquez mientras bajaba del auto y quitaba el seguro de su arma.

* * *

Dos semanas después Vásquez estaba leyendo El Aleph sentado en su sillón Voltaire cuando alguien tocó a la puerta, se levantó a abrir, era el agente Morgan.
– Lo siento primo – dijo – los van a procesar por tráfico ilícito de drogas, el fiscal no ha podido establecer la vinculación con los homicidios.
– ¿Zulma?
– No alcanza para darle otra identidad, la unidad de protección de testigos dijo que la cantidad de detenidos y procesados no era suficiente, además la van a deportar.
– ¡Diablos! – dijo bastante mortificado Vásquez – aunque lo de los pillos no me preocupa; entre tráfico agravado y homicidio yo hubiese preferido que me procesen por homicidio, la pena por tráfico de drogas con agravantes es de quince a veinticinco, por asesinato es de quince a veinte, además en tráfico ilícito de drogas no hay beneficios penitenciarios. Van a pasar más tiempo en prisión por las drogas que lo que hubiesen pasado por homicidio calificado. Considéralo un éxito.
– Tienes razón primo, pero igual me da pena esa chica.
– Esperemos que las amenazas hayan sido solo eso, amenazas.
– Esperemos.
– ¿Un café turco?
– No gracias primo, con todo esto me está regresando el malestar de la gastritis.
– ¿Mate?
– No, no te molestes. He dejado el carro mal estacionado. Vengo mañana que es sábado, me van a enviar unos discos de chill out, ¿te parece si los traigo para escucharlos?
– ¿Ya ves? ¡Nos dejas solos a mí y al sillón Voltaire!
– Lo que tienes que hacer es conseguirte una Octavia de Cádiz – sugirió Morgan alegre.
– ¡No, no, no! Me quedo con el sillón Voltaire – festejó Vásquez.
– Mañana entonces.
– Genial. Mi casa es tu casa. Tus discos son mis discos.
Rieron.

* * *

Dos horas después el agente Morgan presionaba el botón del intercomunicador del departamento 4 B mientras susurraba para sí mismo “Gretzel”.

4 comentarios:

  1. Super secuela del primer cuento Miguel!!!! Ambos me parecieron geniales. Este me parece muy valiente porque describe algo que si bien muchos quisieran experimentar no todos se atreven a decirlo y menos escribirlo. Felicidades por eso!!!! Encontrar nuevamente a Claudio, Hugo y ahora a Elier además de a ti e imaginarlos como los describes en el cuento me parecio muy interesante. Creo que se van a hacer famosos, sobretodo Claudio que quizás a partir de tu cuento ahora le empiecen a llegar muchas invitaciones especiales! jejejeje Felicitaciones por tan interesante y excitante cuento Miguel! Un abrazo.

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  2. Gracias Gretha!!! Super feliz de que te haya gustado. Efectivamente el tema a pesar de ser el siglo XXI todavía es tabú. También es interesante la historia de las colombianas, que aunque no lo creas sucede tal cual en nuestro país. Creo que Claudio se hará más famosos todavía de los que es, pero no olvides que cualquier parecido con la realidad es pura coincidenca. Totalmente coincidencia...!! Un abrazooo y gracias de nuevo por seguir el Blog

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  3. Hola Miguel, me gustó mucho esta segunda entrega, tal parece que los detectives Vásquez y Morgan tendrán su propia serie, buenos ingredientes: humor, lujuria, misterio, mezcla de ficción y realidad, hasta la canción de Soda mezclada jeje.
    Te felicito, besotes.

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  4. Gracias Arely preciosa! Qué bien que te diste cuenta del detalle de la canción de Soda. Chica inteligente, te mando un beso grandote y gracias de nuevo por seguir el blog y comentarlo!!!

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