domingo, 20 de marzo de 2011

ARBEIT MACHT FREI (Cuento)

Mijail sintió el frío atravesando sus botas. El polvo del camino pesaba en su espalda y el uniforme de campaña estaba manchado de sangre y fango. Al frente, a unos cercanos mil metros, se podía ver irguiéndose una imponente estructura en medio de la nada, las tejas rojas y la columna central ya eran perfectamente visibles a través de la bruma. Un capitán dio la orden de alto y se formaron. Se les advirtió que habían recibido información que el ejército alemán había abandonado la zona pero que estuviesen alerta a cualquier ataque, podría haber todavía tropas dispersas. Mijail reanudó la marcha y encendió un cigarro. Estos últimos días habían recibido cigarros y agua, pero poca comida, estaba hambriento, acarició por sobre la tela del morral la lata de lentejas que le habían entregado en la mañana, solo quería llegar al lugar, ocuparlo y descansar. A menos de quinientos metros del edificio retiró el seguro de su arma y metió la cabeza entre los hombros tensionando las piernas, miraba a un lado y al otro al igual que sus compañeros. Sintió un olor fétido, el olor de la muerte, pero distinto al que había experimentado en los campos de batalla, este era maligno, demoniaco.

Los días previos a la llegada a Auschwitz Mijail había visto en el camino las ciudades polacas arrasadas, los alemanes derrotados finalmente se retiraban raudos pero dejando una estela de devastación a su paso, incendiando cuarteles, establos y casas, los soldados rasos huían en medio del pillaje. Ahora llegaban a un konzentrationslager y por lo que habían comentado los oficiales la noche anterior alrededor del fuego, era uno de los mayores en toda Europa. Al entrar al enorme complejo el olor mortal se hizo más fuerte. En la entrada principal el camarada Nicolai que marchaba a su lado le tocó el brazo para llamar su atención y señaló la reja superior con un movimiento del fusil, Mijail levantó la vista y leyó las enormes letras metálicas: Arbeit macht frei, “¿Qué mierda significa eso?” pensó y como si Nicolai le hubiese leído la mente dijo en ruso y entre dientes: “El trabajo libera.”

Una vez en el interior del campo Mijail se detuvo a la instrucción de otro capitán, se quedaron parados, mirando, esperando la orden de romper filas. Al parecer los alemanes ya habían abandonado el recinto. Ahora sólo quería recostarse en cualquier lado y descansar. De pronto al igual que sus compañeros se puso lívido al comprender lo que iba pasando alrededor, de distintos lugares empezaban a aparecer sombras con aspecto casi humano, como fantasmas, cubiertos con pedazos de telas que alguna vez fueron ropas o mantas y que alguna vez tuvieron color. Se acercaban con miedo al principio, luego con cierta confianza pero siempre lento, con las manos estiradas perdiéndose en la enormidad de las mangas de lo que tal vez fueron abrigos o sacos, los dedos largos y finos con la piel pegada a los huesos. Los ojos profundos, rodeados de un halo oscuro, la piel de los rostros gris verdosa, mezcla de mugre y enfermedad. Nicolai extrajo de su morral una lata de comida y la extendió a uno de los primeros que se acercó, el hombre miró con una expresión de mortal agradecimiento y retrocedió sin dar la espalda, sin dejar de agradecer con los ojos tristes. Mecánicamente Mijail hizo lo mismo, recordó vagamente que no había comido en dos días más que la mitad de ración y esperaba darse un banquete hoy, pero igual extendió el alimento a otro hombre que se acercó. Sintió la saliva pasando por dificultad en su garganta y se le humedecieron los ojos cuando el sujeto estalló en llanto y empezó decir cosas en alemán mientras agradecía con gestos y se lanzaba a sus pies y le besaba las botas. Mijail se arrodilló y contuvo al hombre, le dijo suavemente en ruso que no, este lloraba murmurando palabras ininteligibles y en su rostro las lágrimas surcaban la suciedad dejando visibles marcas negras. Mijail trató de levantarlo del piso y sus brazos no encontraron resistencia, el hombre pesaba menos de cincuenta kilos. Miró alrededor y vio como los oficiales trataban de ordenar el caos, pidiendo a los prisioneros en un alemán rudimentario que se formen, que se ordenen. Mijail llevó al hombre con cuidado a una de las filas, mientras lo depositaba con cuidado sobre el piso, un sargento llegó corriendo y les avisó que adentro habían encontrado a más personas. Los alemanes habían evacuado pocos días antes y se habían llevado a la mayor parte de los prisioneros, dejando a los más débiles.

Mijail se incorporó y avanzó junto a otros, olvidando el dolor y el cansancio caminaron a paso ligero hasta las barracas del interior, caminaba pensando que a pesar de esta larga guerra nunca había visto personas en el estado de los hombres que había dejado atrás, entristeció y presionó en su pecho la cruz de hierro que su madre le había dado cuando partió de casa. Entró junto con un teniente y siete soldados más a una de las cuadras. Avanzaron despacio en la oscuridad, gritando en alemán “alto”, apuntando al vacio, abriendo los ojos, hasta que descubrieron debajo de los trastes, escondidos en cualquier vericueto pequeños espectros asustados, la barraca estaba llena de niños, todos ellos desnutridos, débiles y famélicos. Mijail contuvo las lágrimas, tomó a uno y lo sacó a la luz en sus brazos. Los demás hicieron lo mismo y de pronto estaban rodeados de una treintena de infantes que los miraban con una extraña mezcla de incertidumbre, desazón y desesperanza. Mijail al igual que sus compañeros les hizo señas de esperar, Ivo, un soldado que hablaba alemán se sentó con ellos y empezó a calmarlos y explicarles que todo iba a estar bien. Mijail y los demás continuaron, otras cuadrillas ya estaban sacando a más gente de las otras barracas, mujeres y hombres cadavéricos, niños hambrientos, ancianos que caían de rodillas y agradecían y oraban a sus dioses. Cuando pensó que había visto lo peor el teniente los condujo detrás de una de las últimas edificaciones y se encontraron con otros soldados que miraban el espectáculo con consternación, algunos de los más rudos habían caído de rodillas, lloraban y maldecían. Mijail no podía contar los cuerpos, cientos, tal vez miles de cuerpos, desnudos algunos y otros con algunos jirones de tela a guisa de ropa, las costillas visibles, las extremidades con los músculos consumidos, los cráneos con las mandíbulas abiertas y las cuencas de los ojos vacías. Mijail apoyó la culata de su arma en el piso de tierra manchado de sangre y agachó la cabeza, abrió su camisa, apretó dentro de su puño la cruz de hierro y oró mientras las lágrimas desbordaban sus ojos y su respiración se hacía difícil y entrecortada, esforzándose por poder introducir aire en sus pulmones, sin poder comprender siquiera por qué tenía ese horrendo espectáculo frente a sus ojos.

Esa noche Mijail no pudo evitar dejar escapar dos lágrimas más cuando escribía en su diario que en un frio veintisiete de enero de mil novecientos cuarenta y cinco, junto a sus camaradas del Ejército Rojo, liberaron cerca de siete mil prisioneros de los campos de concentración alemanes de Auschwitz en Polonia, producto de una guerra estúpida como estúpidas eran todas la guerras.

5 comentarios:

  1. Muy conmovedor Miguel. Me gusta mucho también el transfondo histórico. Felicitaciones! Un abrazo

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  2. me gusto mucho, corto, muy bien narrado y con precisión histórica, adecuado para estos momentos de estupidas guerras... felicidades Miguel

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  3. Gracias Gretha!!! Era la idea que sea conmovedor, también me conmovió mucho el proceso de escribirlo.
    Gracias Claudio!! Tus comentarios siempre son edificantes, efectivamente las guerras son estúpidas. Gracias de nuevo por tu comentario y tu permanente e invalorable apoyo. Saludos!!!

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  4. Miguel apunto estuve de llorar, me encantó, muy cargado de emocionalidad y de detalles, me lo imaginé todo y por eso me impactó. Lastimosamente las guerras van a existir siempre por el juego del poder. Sigue, sigue escribiendo que yo no me canso de leerte, besos.

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  5. Gracias Arely, la guerra y la miseria que desencadena siempre son impactantes, pero sucede que a veces lo olvidamos. Es bueno recordarlo de vez en cuando. Gracias nuevamente por tu incondicional apoyo. Besos!

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