lunes, 20 de diciembre de 2010

MIS REGALOS DE NAVIDAD

De alguna manera siempre supe que Papa Noel era un invento. Hasta donde alcanzan mis recuerdos, tuve siempre la certeza de que los adultos compraban los regalos para los niños. Sospecho que los adultos parten (partimos) de la premisa que los niños son estúpidos. Lo cierto es que tal vez sean inocentes, pero estúpidos nunca. Normalmente se vuelven estúpidos después, cuando interactúan con nosotros, los adultos y les contagiamos nuestra estupidez.

En mi casa la navidad llegaba más bien temprano, a pesar de la estrechez económica, mi madre siempre se las arreglaba para adornarla con gracia y ella misma confeccionaba las guirnaldas con la ayuda de mis hermanas. Se ahorraba dinero para una cena decente el día veinticuatro, que es uno de los recuerdos más gratos de mi niñez. Hasta hoy Semana Santa y Navidad están catalogadas en mi memoria como fechas de comer bien, mucho y rico.

Mi madre tenía la costumbre de comprarnos obsequios modestos precisamente la noche del veinticuatro, recuerdo verla salir a las seis de la tarde luego de dejar las ensaladas y otros platillos listos, acompañada de mis hermanas mayores, a fin de hacer las compras navideñas. Retornaba casi siempre a las diez u once de la noche, con prisa, nos enviaba a los más chicos a ver la televisión mientras envolvía los presentes en papel de regalo y los colocaba bajo el árbol (los árboles de plástico eran un lujo, el nuestro era de alambre forrado con papel crepé) pocos minutos antes de dar las doce de la noche.

En un inicio pensé que mi madre lo hacía con la finalidad de mantener el suspenso y la magia de la navidad, más adelante descubrí que era porque mi padre (que no vivía en casa con nosotros) le daba el poco dinero de las compras el mismo día veinticuatro por la tarde.

Mi padre, militar del Ejército Peruano, vivía con otra mujer en otra casa y con otros hijos, como la mayoría de los padres de este país. Claro que la que ostentaba la partida de matrimonio era mi madre, lo que le permitía afirmar con dignidad que la mujer con la que vivía mi padre era la otra, cosa que por cierto, en la práctica no sirve para nada más que para el auto consuelo. Mi madre en su infinita bondad y dignidad nunca pensó siquiera en demandar a mi papá.

Resulta entonces que además de mis seis hermanos que vivían conmigo y mi mamá, tenía dos hermanos más en otra casa, menores que yo en seis y siete años, un hombre y una mujer. Nunca me costó trabajo entender el concepto. Siempre me pareció muy natural además. Es lo bueno de nacer en una familia disfuncional: Los traumas no te joden la niñez. La desventaja es que regresan en la etapa adulta a revolverte la vida.

Las primeras navidades de la infancia, como decía fueron gratas. Un hermano de mi padre se fue a Estados Unidos a estudiar medicina y se quedó por allá a vivir. Venía cada tres años por las fiestas y traía regalos. Además de mi tío era mi padrino de bautizo, así que al menos los primeros años me tenía cierta consideración. Recuerdo que un año que me trajo una radio AM amarilla con la figura de Mickey Mouse, el brazo del ratón señalaba el dial con mano envuelta en un guante blanco y además venía con un micrófono que permitía usar la radio como un altavoz. Fue uno de los mejores regalos que tuve. Casi nunca lo usé. Como buenos pobres, mi madre lo guardó para usarlo en ocasiones especiales. Pasó mucho tiempo guardado, recuerdo haberlo visto muchas veces. Lo miraba sobre la mesa, lo miraba y lo remiraba. Lo usé muy poco. Mi madre hizo un esfuerzo y cuando se acabó la batería con la que vino, compró otra. Cuando esa segunda batería se acabó no volvió a sonar. Solo lo miraba. Un día en mi inocencia y creatividad, conseguí un cable mellizo y un enchufe viejo. Desarmé la radio y con mucho cuidado corté los cables de la radio que conectaban la batería y los uní con los extremos del cable mellizo. Con pedazos de cinta adhesiva usada cubrí las juntas y listo. Recuerdo claramente el momento, en el dormitorio que compartía con mis hermanos, sobre el planchador, allí estaba la radio, enchufé y encendí… de inmediato un sonido fulminante y seco, un par de chispas y el fuerte olor a plástico quemado. Doscientos veinte contra nueve voltios, una lucha desigual. Ese fue el fin de la radio de Mickey Mouse.

Otro regalo invaluable fue el que me hizo mi padre cuando tenía cinco o seis años. Era el paquete de Mis Ladrillos que no estoy seguro, pero creo que era de Lego. Eran solo piezas de diversos colores y tamaños y de muy buena calidad. Venían puertas ventanas y techos a dos aguas de plástico verde. El resto lo hacia uno mismo. Esos ladrillos se convirtieron en mis mejores amigos durante toda mi niñez. Fueron casas primero, luego pirámides, animales, cajas, cofres de tesoros, desbaraté un par de carritos de plástico viejos y usé sus ruedas para hacer tanques de guerra, vehículos intergalácticos, naves espaciales, cohetes y todo lo que pude en los cinco o seis años que me acompañó, hasta que me hice adolecente.

Quienes me conocían bien en mi niñez (que eran muy pocos) sabían que un paquete de plastilina me hacía mucho más feliz que un dulce o una gaseosa. Todavía recuerdo el olor característico de la plastilina al abrirse el paquete para convertirse en rosas primero, árboles verdes con sus manzanas rojas, luego en animales actuales y prehistóricos, arañas con su telaraña, bolicheras, ballenas y finalmente en los pilotos y componentes de las naves que fabricaba con Mis Ladrillos.

A pesar de que aprendí a leer muy chico, y que siempre me encantó la lectura y todos lo sabían, solo una vez en toda mi vida me han regalado un libro en navidad y eso fue cuando ya estaba cerca de los treinta años. El libro fue “Del amor y otros demonios” de García Márquez. En mi niñez nunca.

Cuando tenía doce o trece años, no recuerdo bien, mi padre fue a casa a buscarme un día veinticuatro de diciembre. Para esa época los regalos navideños eran cada vez más modestos. Hoy en día podría afirmar que eran casi por cumplir. Sin embargo la ilusión de su llegada aún se mantenía. En esa oportunidad me pidió que lo acompañe al centro, fuimos por la calle Mercaderes y las aledañas, que en esa época y para navidad se convertían en un mercado persa. Mi padre me hablaba y yo no le prestaba atención. Solo miraba y miraba todas las maravillas en los puestos ambulantes, los camioncitos de bomberos a pilas, los autos que daban vueltas sobre sí mismos, los robots que caminaban torpemente, pensaba en ¿qué regalo especial escogería mi padre para mí? Era la primera vez que me buscaba en navidad, nunca antes me había pedido que lo acompañe a hacer compras un veinticuatro de diciembre.

Caminamos largo rato en esa tarde nublada pero calurosa por la gran cantidad de personas en el centro de la ciudad. Mi padre compró luces, guirnaldas, una muñeca, luego otra, pensé que una de ellas sería para mi hermana Charo, menor que yo en seis años y coetánea con los hijos de mi padre en su segundo compromiso. Seguíamos caminando y mi padre preguntando por juguetes y sus precios. Yo esperando detrás de él. De cuando en cuando señalaba algo y me preguntaba si me gustaba. Yo siempre contestaba que sí. El preguntaba el precio y continuaba. Yo estaba tan contento. Me imaginaba regresando a mi casa con el paquete y mostrando a mis hermanos el regalo que mi papá me había llevado a comprar.

Se iba haciendo tarde, mi padre compró silenciosamente un robot a pilas, un carrito a control remoto y los hizo envolver. Los guardó en la bolsa junto con las otras cosas y caminó conmigo siempre hablándome de cosas de la vida y los estudios. Empezamos a alejarnos del centro, llegamos a la calle Melgar, un hombre sobre el piso vendía unas cajas con piezas pequeñas para armar cosas, una versión más humilde y de mucha menor calidad que Mis Ladrillos. Me detuve y me quedé mirando, mi padre volvió sobre sus pasos, miró el juego y preguntó el precio. Compró uno. Me alegré, ese juego junto al carrito o el robot sería fantástico, pensaba cuál de ellos sería para mí, el otro tenía que ser para su hijo Alexeí, tampoco es que yo quisiera todo.

Seguimos caminado y llegamos al edificio del Seguro Social, allí mi padre se detuvo, me indicó que él iba a seguir por El Filtro, para ir a su casa en Selva Alegre. Me pidió que regrese a la mía con cuidado, me deseó feliz navidad y se fue. Me quedé totalmente frio, con lo poco que me restaba de fortaleza caminé con las manos vacías hacia la calle San Pedro. Caminé rápido tratando de asimilar: ¿Porqué mis manos estaban vacías? El sudor frio recorría mi nuca y mi espalda. Caminé más rápido, casi corriendo. Llegué en pocos minutos a la Plaza de San Antonio y de allí a mi casa eran dos cuadras más. Una última esperanza me dijo que espere a la noche. Tal vez mi padre envolvería mi regalo y lo enviaría con alguna persona. Esperé. Esa noche esperé pacientemente los regalos. No había nada. Solo los calcetines y la ropa interior que mi madre siempre hacía el esfuerzo de comprarnos con sus ahorros. Charo si recibió juguetes, todavía tenía siete años y era la única niña de la casa. Me di cuenta por primera vez que yo ya no era un niño.

A pesar de todo mantuve las esperanzas hasta el día siguiente, nada pasó. Aún hoy en día no puedo entender por qué mi padre hizo eso conmigo. Trato de entenderlo. Supongo que quiso darme a entender que yo ya era un adolecente y que la ilusión de la navidad había terminado para mí. No tenía porque hacerlo así, de esa manera tan cruel y malvada. Eso estaba bien para sus soldados, pero yo era su hijo. Solo tenía que decírmelo, yo lo hubiese entendido.

Lo cierto es que mi papá cumplió bien su cometido, mató la navidad en mí de un solo tiro. Los años luego me hicieron lo agnóstico y racionalista que soy. Compro regalos de navidad como parte de una convención social. No veo la navidad de otra manera. Precisamente hoy debo comprar el presente para el intercambio de regalos que tendremos en la oficina. Cada vez que eso sucede tengo la tentación de meter los treinta soles en un sobre y colocar encima Feliz Navidad, firmarlo y entregárselo a mi sorteado. Ese soy yo ahora, te lo debo a ti papá.

6 comentarios:

  1. Apreciado Miguel, me he divertido con tu historia, ya entiendo porque tu gusto tan “especial” por la navidad, no se si te sirve, pero a veces camino o paseo por las tiendas y pienso “este seria un regalo ideal para Miguel” y por ahí cuando te vea, te doy tu regalo, feliz navidad!!

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  2. Gracias!!!! Sin embargo, uno de los mejores regalos que he recibido en esta vida ha sido y será tu amistad! Un abrazo!!

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  3. Cada uno con sus demonios... tengo los míos, y cuando los pongo en un papel o los hago públicos, mi mamá termina sintiéndose mal, aunque ella siempre sale bien parada en mis relatos... No quiero contarte eso en este momento... solo darte un regalo adelantado de navidad... te regalo mi amistad Miguel Angel... así de simple... y totalmente desinteresada... Un abrazo!!!

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  4. Muchas gracias maestro por su sincera amistad! Es de los mejores regalos que puede recibir uno. Un fuerte abrazo!!!!

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    1. Una historia que se repite una y otra vez de diferentes formas... la desilusión de la "navidad" o de muchas fechas mas. Aunque hablando ya de lo material... no recuerdo haber recibido ningún regalo en ninguna navidad jajajja.
      Te contare algo que si me lleno de remordimiento.
      Le sugerí a Claudio (mi hijo) que me pidiera lo que mas anhelaba para esa navidad -creo que fue hace tres años-, ya que se lo merecía por ser un buen muchacho... me dijo que deseaba de todo corazón que estuviera mas tiempo a su lado... que renunciara a mi trabajo... que me ayudaría a conseguir un trabajo en Lima y que no necesitaba regalos ni cosas que se compraran con el dinero.
      Fue doloroso escucharlo, pero mas doloroso fue aún explicarle el “valor del dinero” en la vida de los dos, y más aún no poder darle el mejor regalo de su vida… regalo que por el momento estoy trabajando y que le será entregado en un par de años mas todavía.
      Sé que Dios y las ganas que tengo, “Poder de la atracción” o como quieras llamarlo, me ayudarán a conseguirlo… y tratar de no formar parte de esas desilusiones navideñas jejje.

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    2. Hay que dejar las desilusiones en el pasado, o en las crónicas... jajajaja!!! Mirar hacia adelante y usar el poder de la atracción!!! Un besote!

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