miércoles, 29 de diciembre de 2010

COCINAR EN COMPAÑÍA

Hace dos noches veía la televisión, como siempre saltando entre canales, revisando de rato en rato los de cocina, ya que incluso antes del boom de la culinaria en el país, siempre he sentido un enorme afecto por el arte del buen cocinar, seguramente influenciado por la extraordinaria sazón y creatividad de mi querida madre, quien con menos de veinte lucas diarias – a veces con veinte lucas por semana inclusive – nos alimentaba sana y deliciosamente a mí y a mis seis hermanos.

En este proceso de zapping me encontré con un simpático y agradable cocinero argentino de nombre sencillo: Francisco del Piero, de ancestros italianos según su propio relato. El programa que él conduce se llama “Intervención”. La temática es simple: Con una mesa de trabajo portátil se instala en la vía pública y cocina platos relacionados histórica o geográficamente con el lugar donde se encuentra apostado. Si bien la propuesta no es nueva, ya que he visto a otros cocineros preparar sus platos al aire libre, esta es la primera vez que veo que el proceso no solamente se hace en la vía pública, sino que además se realiza con una permanente interacción con los transeúntes.

Del Piero prepara en esta ocasión unos ravioles con seso de res y espinaca, plato que me hizo humedecer los ojos de la emoción al recordar a mi madre, ya que no había nadie como ella para darle al seso de vaca ese sabor que te hacía olvidar lo que estabas comiendo, me imagino que algunos al leer esto estarán poniendo cara de asco, pero es que nunca han probado el seso salteado como lo preparaba mi madre y seguramente tampoco los ravioles de Del Piero. ¡Yo tampoco, pero puedo imaginar que deben ser fantásticos!

Mientras Del Piero lidia con las sartenes y el poco espacio en su mesa de trabajo, invita a los vecinos y peatones que pasan a ayudarlo cortando la pasta, sosteniendo el sartén o revolviendo la fritura. Los mirones del barrio observan desde la esquina, mi madre diría que son los vagos de la cuadra, que nunca faltan en ningún barrio, sólo que en Buenos Aires los vagos tienen pinta y aire de galán de cine. También pasan turistas americanos y daneses que se quedan pasmados viendo al tipo cocinando en la calle y sacan sus celulares y cámaras para registrar el suceso.

A pocos metros detrás de la mesa de trabajo, se sienta una imponente matrona en una banca del parque a observar al cocinero mientras teje una bufanda de lana. Del Piero bromea con ella, como bromea con los daneses y los americanos. Pasa también un grupo numeroso de niños con guardapolvo blanco, escoltados por sus profesoras y se quedan acompañando un buen rato mientras las profesoras intervienen también en el proceso culinario.

En la parte final Del Piero prepara un delicioso pesto que me hace salivar y me sumerge en la nostalgia, una porción de albahaca por una semejante de perejil, ajo, queso y aceite de oliva. Mis emociones están a flor de piel y en el momento culminante del programa nuestro cocinero enplata los ravioles con el pesto y los coloca en una mesa más pequeña, distinta a la mesa de trabajo, destapa un vino, lo sirve y comparte lo cocinado con los espectadores de la calle, con los vagos de la esquina, con los daneses, con los americanos, con la matrona y su tejido, con las viejas chismosas que han estado comentando todo el rato su forma de cocinar, seguramente criticándolo, pero igual acuden al llamado. En ese momento sublime Del Piero logra la apoteosis, compartir ese ritual íntimo y antiquísimo de cocinar con un grupo de personas que, a este punto ya no son desconocidos, son miembros de una tribu, marcados para siempre por la ceremonia del alimento común.

Apago el televisor con congoja cuando aparecen en la pantalla los créditos. Hace más de tres años que no pruebo un pesto casero, y más de quince que no pruebo seso de res salteado, pero siempre me queda el placer de cocinar y compartir lo preparado cada vez que puedo con los amigos, con los íntimos, con los no tan íntimos y con los desconocidos. Si pudiera cambiar de trabajo, con certeza cambiaría el mío con el del buen Francisco del Piero.

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