sábado, 14 de mayo de 2011

UN CLAVEL ROJO EN EL OJAL (Cuento)

Débora llegó de prisa a su trabajo, se dio cuenta que era tarde porque los focos de la entrada ya estaban encendidos y Juan, el vigilante ya estaba sentado en la puerta en su banco de madera. Lo saludó y él le hizo un gesto en la cabeza para que entre. Una vez en el interior percibió de reojo que buen número de clientes ya ocupaban las mesas. Caminó mirando al piso hacia el cuarto que fungía de camerino, las otras chicas estaban cambiándose. Rubí, que estaba ayudando a una novata a acomodarse el traje, volteó y la miró de arriba a abajo:
– ¿Otra vez tarde? – le dijo sin quitarse el cigarrillo que estaba fumando de la boca.
– Tuve un examen en la universidad – contestó Débora.
– Bien por ti mamita – replicó Rubí – pero aquí, bisnes son bisnes le dijo frotándose los dedos índice y pulgar.
Débora no contestó, acomodó su mochila cargada de libros y cuadernos a un lado y empezó a quitarse la ropa. Ya había perdido la vergüenza de desvestirse frente a Rubí y las otras, al principio le había costado trabajo hacerlo, pero ahora ya no. Totalmente desnuda se levantó y se dirigió al casillero con su nombre, abrió y escogió el bikini blanco. Se lo colocó rápidamente y se acercó al ¿Cómo se llamaba?

Mis dedos se quedan suspendidos sobre el teclado, levanto la mirada al techo de mi pequeño cuarto de trabajo buscando la palabra que me falta, la tengo en la punta de la lengua, procuro concentrarme y de pronto escucho un silbido fino que proviene del suelo, “psst, psst”, volteo y no veo nada, nuevamente escucho “psst, psst” con mis pies empujo la silla giratoria hacia atrás, miro bajo el escritorio y veo un escarabajo negro, mediano, que me hace señas apuntando con una de sus patas a su espalda, me acerco y noto que en su espalda lleva escrito “guardarropa”, quedo perplejo, es la palabra que venía buscando. Sin embargo me da terror pensar que este escarabajo sabe lo que estoy escribiendo y peor aún, pensando. Mientras lo veo alejarse lentamente hacia la sala de la casa me rasco la nuca preocupado y Dubi, mi fiel perro viringo, levanta la cabeza y gruñe, “yo no confiaría tanto en un rastrero” me dice, sacude una oreja, se acomoda un poco sobre su cama, cierra los ojos y continúa con su sueño ligero. Me quedo con la duda si un escarabajo es un rastrero. Pero, ¿Qué sabe Dubi de escarabajos?

Frente al guardarropa, Débora escoge el disfraz de enfermera, nunca falla. Lo coloca en un clavo en la pared mientras se pasa aceite por el cuerpo. Una vez que ha logrado que su piel esté brillante se aplica escarcha plateada en zonas estratégicas, se perfuma. Es parte de crear la ilusión y la magia para el show. La piel aceitada y escarchada brilla con las luces del escenario, el perfume es necesario para cuando se acerca al público. Necesita este trabajo para pagar la universidad, su ropa y sus libros; no puede darse el lujo de perderlo por descuidar los detalles.

Ya casi lista se coloca las botas blancas de tacón, la faldita y la bata, blancas ambas, la toca con la pequeña cruz roja en el centro y el estetoscopio de utilería. Escucha al anunciador: “Y ahora con ustedes… ¡la encantadora Débora! ¡Recíbanla con fuertes aplausos!” Sale en medio de las palmas medianamente efusivas y se para segura en el estrado que está casi a oscuras, una tenue luz azul cae por sobre su cabeza, empieza la música, “eclipse total del corazón”, conoce la rutina de memoria, con los primeros acordes estira el brazo derecho y encuentra el frío tubo de acero, da una vuelta alrededor de él inclinando su cuerpo a un lado y dejando libres sus largos cabellos negros. Se detiene dándole la espalda al público, toma el tubo con sus dos manos, con otro movimiento clásico se pone de cuclillas frente a él, quiebra la espalda y empuja sus caderas hacia atrás, las que se levantan lentamente dejando sus nalgas al disfrute de todos los espectadores, una vez que se incorpora, calcula que ya es hora de quitarse la ropa empezando por la toca, repasa mentalmente el proceso y se acuerda que debe dejar el estetoscopio hasta el final, incluso después de haber quedado desnuda. Un poco de fetichismo nunca va mal. Levanta los brazos grácil y el estruendo mezclado con varios gritos la deja paralizada, voltea sin saber de dónde viene el ruido y llega a escuchar tres tiros más, para cuando se produce el último ya ha logrado taparse los oídos pero no atina a moverse del sitio, la música continúa y Juan ha conseguido activar las luces de emergencia, el salón se inunda de luz, sobre el piso un hombre se desangra y otro en el medio, vestido de impecable traje blanco, sostiene una pistola, el sujeto levanta el arma y apunta al techo, hace un disparo más y grita que todos se queden quietos.

Débora no sabe qué hacer, Juan, el vigilante se acerca al individuo prudentemente y le pide que se calme. Le dice que hay que llamar una ambulancia, le garantiza que nadie va a llamar a la policía. Reza para no haya un policía entre los clientes que quiera hacerse el héroe ahora, reza para que Juan pueda manejar la situación. El desconocido vuelve a disparar al techo y apunta hacia las mesas, grita que todos se sienten en un solo lado. Los más asustados son los primeros, corren al punto donde el hombre está señalando. Juan le vuelve a decir que el sujeto en el piso necesita un médico. Al pistolero eso no le importa, Débora se acaba de dar cuenta que en ese momento el tipo no la está viendo, retrocede hasta salir de su ángulo visual, se apoya en la pared y busca la puerta que comunica el escenario con el camerino. Se pregunta si Rubí y las chicas saben lo que está pasando. Encuentra la manija y la gira, nada, está trabada. ¿Por qué? ¿Qué sucede?

Siento que me miran, giro a la izquierda y allí está Dubi sentado, observándome con la cabeza ladeada al costado derecho y sacando un poco de su lengua rosada. “¿Qué?” le digo, él me contesta “¿Qué de qué?” “Me desconcentras” replico yo, y él con voz cansada me dice “Si tanto te jode déjame salir a dar un paseo” se voltea y sale de la habitación displicente, yo salgo detrás y abro la pequeña puertita de treinta por treinta centímetros que da a la calle y que hice especialmente para él en la parte baja del portón de la cochera, se va feliz agitando la cola y yo me quedo mirando la puertita: “Una puerta en una puerta” pienso y regreso volando a la computadora.

Recuerda que en la puerta hay una pequeña puertita oculta desde donde las chicas del camerino curiosean el show de la bailarina de turno, se le ocurre que las chicas han visto todo y se han encerrado. En su desesperación toca despacio y susurra “ábranme por favor” aprovechando que “eclipse total del corazón” todavía sigue sonando. Nadie le contesta, insiste una vez más con la manija. No sabe si esconderse en una de las bambalinas o ir a la mesa donde todos se están agrupando asustados. Se queda parada, temblando.

Me distrae nuevamente un ruido escandaloso en el patio y salgo, Dubi pasa ladrando delante de mí a toda velocidad, está siguiendo a un enorme gallo que corre raudo sacudiendo su cresta colorada y lleva un clavel rojo en ojal del gracioso chaleco negro que trae puesto. “!Dubi, para!” grito y él frena, el gallo asustado se detiene, toma aire y recuperando la dignidad se coloca sus impertinentes dorados sobre el pico curvo para mirarme y me agradece con una venia. “¡Za!” le digo a Dubi señalando la casa, se va mascullando entre dientes algo, logro entender las palabras “caldo” y “gallina”, giro y le pido disculpas al gallo, él se acomoda un poco las plumas y me dice que cosas así suelen suceder, sin embargo ya está harto de los perros y de los gatos. La semana pasada un perro se comió al hijo de una de sus tantas gallinas. Nadie respeta su estirpe, me comenta que es descendiente del Caballero Carmelo, pero en estos tiempos a nadie parece importarle. Lo acompaño a la salida, nuevamente me hace una venia, se acomoda el clavel y me dice: “use la piedra preciosa”, luego de lo cual se aleja sacando el pecho y colocando una pata delante de la otra con mucha clase.

Cuando todos se han acomodado cerca del hombre armado, este voltea y grita, ¡dónde está el de la música! ¡la bailarina! ¡el barman! Apunta a Juan a la cabeza y le dice que haga que todos vengan. Juan camina despacio al centro del salón, la llama y le hace un gesto dándole entender que no se preocupe. El barman se incorpora, se había escondido detrás de la barra, el sonidista había hecho lo mismo tras los equipos. Los tres, junto a Juan, se acercan despacio el grupo, asustados, mientras el tipo los apunta con el arma; les pregunta si hay alguien más, Juan niega con la cabeza, el sujeto les grita que se queden quietos y camina rumbo al escenario. “Debe ser cliente asiduo” piensa Débora, “debe saber que hay más chicas en el camerino”, hace memoria para recordar su cara pero no puede. El retumbar de otro disparo la saca de sus pensamientos, sin darse cuenta ha gritado pero inmediatamente se tapa la boca, el hombre retrocede, se apoya en el tubo de acero, se mira el torso y voltea, pareciera tener un clavel rojo en la solapa del traje, es sangre, una mancha pequeña que se extiende rápidamente por todo su pecho. Cae al piso, primero de rodillas, luego se desploma por completo. Del fondo del escenario sale Rubí, fumando, con una vieja treinta y ocho de cañón corto en la mano, con minifalda negra y portaligas; parece una escena sacada de un filme de los sesenta o la representación de un tango argentino. Siente la mano de Juan jalándola del brazo, le pide ayuda, ambos van corriendo a ver al otro infeliz que todavía yace en el piso. Agoniza, Juan le pide a Débora que lo sostenga mientras llama a una ambulancia, el moribundo abre los ojos, la mira y le pide que no lo deje morir, recién cae en cuenta que sigue vestida con la bata blanca, la toca y con el estetoscopio al cuello. El pobre tipo debe estar pensando que es verdaderamente una enfermera y que sobrevivirá. “La realidad supera la fantasía”, piensa Débora. Le toma la mano y la siente languidecer, a sus espaldas escucha la voz áspera de Rubí:
– Ya está muerto.
– ¿Los conocías? – pregunta Débora mientras a lo lejos se escucha el ulular de las sirenas.
– Sí, pero ya no importa – contesta Rubí – Bisnes son bisnes.

4 comentarios:

  1. Vaya Miguel, te luciste! Que buen cuento, que buenas escenas y juegos sutiles para narrarlo muy bueno, te felicito es quiza uno de los mejores que has escrito! Un abrazo por tremendo cuento!

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  2. Gracias Claudio!! De verdad muchas gracias, tu comentario me alienta mucho, también siento que quedó muy bien. Cuando escribo algo así termino con una sensación muy especial de satisfacción. Muchas gracias de nuevo y un muy fuerte abrazo!!!

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  3. Qué bonito quedó el cuento!! Y yo allí, me siento tan importante!!! Gracias!!! Y Gracias a todos los lectores...!! Guaaarf!!!!

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