sábado, 7 de mayo de 2011

MAMITA

El recuerdo más antiguo que tengo de mamá es ella tejiendo.

No me avergüenza decir que casi todos mis paradigmas (los buenos y los malos) provienen de mi mamá. Soy lo que soy gracias a ella y nadie más. Gracias mamá porque estoy contento con la persona que soy y más contento con la persona que tú siempre has sido.

Mi mamá se quedó sin marido cuando yo estaba por nacer, el se fue con la otra. “Cuando una empresa fracasa hay que buscar otra” comentaría alguna vez papá refiriéndose a mamá, ese comentario desafortunado se me quedó grabado toda la vida.

Mamá se quedó conmigo y cinco hermanos más, soy el sexto. Cuando yo nacía la mayor de mis hermanas cumplía doce años. Todavía me cuesta trabajo imaginarme una mujer sola con seis hijos encima. No tengo ni una queja. Mi mamá hizo magia, nos alimentó razonablemente bien, con verduras, legumbres y todo aquello que podía comprar con la miserable pensión que daba papá. Todavía la recuerdo recorriendo el mercado de San Antonio, el Número Uno, La Chabela o El Palomar, anotando mentalmente los precios del perejil, de la papa, de la albahaca, del ajo, la cebolla. Comprando en un sitio, en otro, ahorrando diez centavos aquí, veinte allá. Cargando las bolsas, caminando con ellas hasta la casa para ahorrarse el pasaje del bus, ni pensar en taxi.

La recuerdo en las iglesias, rezando a los santos, en particular los de los milagros imposibles, al Cristo crucificado, a la virgen María, llorando, encendiendo velas, con su monederito pequeño donde guardaba sólo el pañuelo con el que se enjugaba las lágrimas al salir de las iglesias.

La recuerdo ahorrando y ahorrando, para preparar las ensaladas de navidad, el pollo relleno a falta de pavo, comprarnos un par de calcetines y envolverlo primorosamente en papel regalo para mantener la ilusión de la fiesta. La recuerdo ahorrando para preparar los platos tradicionales de semana santa, la mazamorra morada con pedacitos de manzana y clavo de olor, la mazamorra blanca y su inigualable arroz con leche que preparaba con tanto cariño y cuidado… que hasta hoy nunca he probado otro igual. Nunca olvido el monumental chupe de viernes y la deliciosa timpusca con sus peras flotando.

La recuerdo comprando los pescados más baratos y convertirlos en manjares, ella hasta ahora recuerda que yo me comía hasta los espinazos, sí, con un placer que me hace pasar la lengua por mis labios en este momento, lamia las espinas hasta dejarlas limpias y sorbía el líquido de las vértebras sólo para extender el placer de seguir probando la extraordinaria magia de la sazón de mamá.

Recuerdo también la deliciosa sopa de hueso de pollo, aún no logro darle ese sabor a mis sopas de pollo, he intentado con pechugas, con piernas, con espinazos, con piel, sin piel, con huesos, con papa, con chuño, con garbanzos y sin ellos, con orégano, con pasta concentrada, con ají no moto, ¡imposible!

Mi mamá es mi autora preferida del realismo mágico pero en la vida real; cuando leí Cien años de soledad, estaba seguro de que Úrsula Iguarán no era otra que mi mamá.

Mamá se quedó sin marido, rezó y peleó por seis años por él, también recurrió en su desesperación al humo del tabaco, a la hoja de coca, a los huairuros con imán y la ouija, pero al final desistió. Cerró las puertas de su corazón y se dedicó a nosotros. Mi papá fue el único hombre en la vida de mamá, el primero y el último en todos los sentidos. No sé si fue buena idea o no. No lo sé, ¿quién soy yo para juzgarla? Pero si de alguien aprendí integridad, fue de ella. ¡No sabes cuán orgulloso estoy de ti mamá!

Mamá tejía y bordaba cosas para venderlas y tener algo de dinero para vestirnos y alimentarnos. Recuerdo los secadores con los días de la semana, las fundas de las licuadoras, de los hornos, del balón de gas. Las servilletas, los ropones de bebé, las chompas de lana. Pero lo más lindo que he visto en mi vida eran los pisos a crochet, esos pisos que nunca supe cómo tomaban la forma de una flor de doble fila de pétalos. ¡Qué arte! ¡Qué perfección! Alguna vez llegó a vender algunos juegos de pisos en la feria del Fundo del Fierro. En casa cada adorno tenía un piso hecho por mamá, la recuerdo planchándolos con almidón, dándoles forma, con esa manía por la perfección que yo heredé hasta lo más profundo de mi ser. Nuevamente ¡gracias mamá!

Recuerdo a mi madre enseñándome a tejer, nunca pude con los palitos, pero si lo hacía más o menos bien con la crochet, mi primer (y último) tejido fue una colcha de diez por diez centímetros, color crema, con pequeños flecos de lana también, hasta hoy y durante más de treinta años, cubre al niño Jesús del nacimiento de mamá cada navidad.

Mamá casi nunca me negó un permiso, nunca me contradijo, nunca me cuestionó inclusive en mis épocas más rebeldes. Por alguna razón que desconozco tenía y tiene una ciega confianza en mí. Curiosamente nunca me asustó esa confianza, de alguna misteriosa manera yo también sabía desde siempre que nunca defraudaría esa confianza.

Yo no soy muy cariñoso, no soy de extrañar y no me gusta que me extrañen. Me di cuenta de ello la primera vez que me fui por largo tiempo de Arequipa, no soy de llamar. Si no me llaman no llamo, siempre pienso que las malas noticias llegan primero, así que si no sé nada de los demás, me parece que todo anda bien. Mamá sabe que soy así, casi nunca la llamo, pero ella sabe que siempre pienso en ella. Sé que ella piensa en mí también y pide a sus santos que me cuiden.

Yo no creo en varias cosas y mis más cercanos lo saben, pero tengo un respeto enorme por la fe de mamá. No conozco a ninguna persona con tanta fe. Por eso mis hermanos y yo, particularmente yo que no creo casi en nada, cuando me enfrento a una cuestión difícil o una entrevista de trabajo o algo similar, llamo a mamá y le pido que ponga una vela y rece por mí. Las veces que no he podido llamarla para avisarle me he sentido inseguro. Estoy pensando seriamente ahora que, para mí, mi mamá ya es una santa.

Soy malo para los regalos y esas cosas. Mi mamá sabe y últimamente le envío dinero y ellas se compra lo que quiera. Alguna vez le regalé un microondas, una cocina de cinco hornillas, algunos muebles, pero pienso que los regalos que más le gustaban eran las artesanías que hacía con mis propias manos cuando estaba en la escuela, debe ser así porque me doy cuenta que hasta ahora las tiene en la sala de la casa.

Ella guarda en su casa mis cajas con cientos libros que hasta ahora no sé dónde poner y mis títulos de la universidad en original. No se me ocurre mejor persona para ese encargo. Una vez mi hermano se quiso llevar mis cosas para una oficina que tiene desocupada para darle mayor espacio a mamá, ella me llamó y me dijo: “¡Mientras yo viva, nadie saca tus cosas de aquí!” ¡Ay mamá! ¡Cuánto te quiero!

Muchos papás hablan y hablan, mi mamá no hablaba mucho, casi todo lo que aprendí de ella fue con su ejemplo, con su integridad, con su vida de sacrificios. Aprendí a cocinar viéndola, a coser, a lavar y planchar la ropa, viéndola también. Nunca he necesitado a nadie que me prepare un bocadillo o un almuerzo, que me cosa un botón, que me haga la basta de un pantalón o me planche una camisa. Nunca se enseña mejor que con el ejemplo.

Mamá tiene once nietos, y ella ha cuidado a la mayoría de ellos como propios. A veces pienso que es inacabable. Nunca ha estado gravemente enferma, siempre se levanta temprano. Últimamente sufre con los resfriados. Últimamente la veo con su andar lento y todavía me calienta un plato de almuerzo cuando llego a Arequipa y la visito. A veces me provoca decirle que ya deje de hacer cosas, que descanse, pero sé que no es su naturaleza, mamá es una luchadora, descansar sería despojarla de sus ganas de vivir, ella necesita preocuparse por los hijos, por los nietos, por calentar el almuerzo, por si ya hemos comido o si estamos bien.

Recuerdo cuando volvía cansado de la universidad a las diez de la noche y mi cena siempre estaba allí, envuelta con una vieja frazada para que no se enfríe (no teníamos microondas en aquel entonces). Mamá siempre me esperó cuando llegaba tarde de la universidad, de las fiestas, cuando viajaba, creo que nunca dejó de esperarme y preocuparse por mí.

Cuando escribí mi tesis para ser abogado se la dediqué a mi mamá. Mi primer libro de poemas también. Creo que mamá se siente orgullosa de nosotros aunque no lo merezcamos y eso es un buen premio. Estoy seguro de que todos piensan que su mamá es la mejor del mundo. Yo también. No me gustan las canciones deprimentes del día de la madre, ni los deseos y parabienes trillados y dramáticos. Por eso escribí esta nota, en positivo. Es mi regalo del día de la madre para ti mamá. ¡Te amo mamita!

4 comentarios:

  1. Hermosas palabras para con tu madre. Te felicito!

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  2. Muchas gracias Carina por leer el post y comentarlo, gracias por las felicitaciones! Un abrazo!

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  3. PD ya que usted es un consagrado autor internacional le sugiero porga una nota al pie explicando que es por ejemplo ajinomoto, o chupe de viernes con el estilo que lo caracteriza mi respetado amigo.

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  4. Tienes razón Claudio... pero estaba pensando que el chupe de viernes... sólo lo puedes concebir si lo pruebas.. qué maravilla!!!!!!!!!! Haremos la correspondiente nota de peruanismo. Un fuerte abrazo primo lindo!

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