sábado, 20 de enero de 2018

LO QUE ME GUSTA, LO QUE TE GUSTA Y LO QUE NOS GUSTA

Nos puede gustar cualquier cosa siempre que no sea algo malo. Para poder entrar en materia habría que intentar definir qué se entiende por malo.

Son malas las conductas prohibidas: matar, falsificar, ofender el honor, etc. son cuestiones del derecho y sobre ello no hay mayor duda. Por el solo hecho de ser ciudadanos aceptamos esta convención social y nos sometemos a ella.

Está también lo moralmente reprochable y he aquí un amplio margen. Lo que es moral para algunos puede no serlo para otros. Dependerá del país, de la ciudad, incluso del grupo social.

Desde la perspectiva moral, es difícil establecer una regla de qué cosa es buena o que cosa es mala. De hecho hay cosas malas para la salud que están social y moralmente aceptadas, como por ejemplo fumar. Es innegable que fumar daña la salud, pero en un lugar de esparcimiento nocturno difícilmente se mira con mala cara a quien lo hace. Hace pocos años se podía fumar en los cines y en los restaurantes. La moral es cambiante, e incluso a veces responde a valores no vinculados directamente, como los valores estéticos; al respecto leía hace poco que eso se revela nítidamente cuando se mata una mariposa y una cucaracha. El primer hecho revela un espíritu ruin, el segundo no.

Lo bueno y lo malo termina siendo una elección a partir del análisis conjunto y completo de los propios valores, más allá de los valores morales sociales.

Así, en las relaciones sentimentales, a la hora de escoger la pareja, tiene que ver mucho el asunto de los gustos pues a partir de ello se revelan valores personales, si ellos no son compatibles, la relación está condenada al fracaso.

Los gustos se contraen de dos maneras: Por entorno y por elección. En el caso del entorno, no sabemos con precisión de dónde vienen. Son costumbres de nuestra familia cercana, de nuestros padres, abuelos, tíos y hermanos mayores. Quien tiene un gusto por el fútbol desde pequeño probablemente sea  porque todos en casa juegan pelota, o quien desde pequeño tiene gusto por la música, puede ser porque todo el entorno se inclina a ello. En lo culinario yo siento gusto por los ojos de res hervidos, el guiso de sesos, la ubre arrebosada, la sarza de criadillas, el hígado frito y las caparinas. Todos esos gustos los adquirí en la niñez y no veo ningún problema en comer esos platos. He conocido gente que se descompone solo con escuchar la receta.

Los gustos por elección se adquieren luego y pueden tener dos forma, el primero por elección a partir de una cuestión incidental emotiva y la segunda por elección razonada. La primera de ellas ocurre cuando uno se encuentra con un evento nuevo y surge empatía inmediata, aunque uno no es consciente de ello, decide que eso le agrada y sin mayor esfuerzo adquiere el gusto, así, uno llega sin querer a un concierto de blues, sin haberlos escuchado nunca antes y siente una especie de conexión, decide seguir escuchando la música y adquiere el hábito. En el segundo caso se escoge el objeto del futuro gusto y se cultiva pacientemente . El ejemplo más representativo de ello es llegada tardía del teatro, la ópera o la pintura abstracta. Se requiere un ejercicio racional, estudiar el objeto, comprenderlo y mantenerlo en el tiempo hasta que se haga hábito.

El beber alcohol es un hábito socialmente aceptado. Bastante aceptado, al extremo que casi nadie lo considere malo. Se suele escuchar que en exceso es malo, pero nadie ha establecido dónde empieza el exceso.

Cuando estaba en la universidad bebía y no poco con los compañeros de estudios. Amanecía con fuertes resacas muchos sábados y domingos. Sin embargo notaba que si bien lo pasaba bastante entretenido cuando estaba con los amigos, al día siguiente sentía un extraño vacío, que con el tiempo empecé a identificar como sentimiento de culpa: El tiempo perdido, la imposibilidad de hacer cosas productivas durante el periodo que dura la resaca y el cálculo de los libros que podría haber comprado con lo gastado en la noche anterior, me llevaron a la conclusión de que no bebía por genuino gusto, si no por presión social. Lo dejé y hoy en día bebo muy poco y ocasionalmente solo para no quedar mal socialmente.

A lo que íbamos: Los gustos. No todo lo que me guste a mi es bueno y no todo lo que le gusta al prójimo, y  no me gusta, es malo. Cada uno es dueño de su propia escala de valores y desde ella es materialmente imposible juzgar al otro, aunque no nos gusten sus hábitos. Desde luego el ejercicio de tolerancia es siempre difícil, requiere de mucha apertura de mente.

Si se aplica esto al espacio sentimental, uno puede advertir algunas cuestiones importantes que se deberían tomar en cuenta a la hora de escoger una pareja. Allí se explica la necesidad de conocerse mejor antes de formalizar una relación estable. La gente difícilmente cambia los hábitos de entorno: los gustos adquiridos en la niñez y temprana adolescencia.  Es una tarea completamente inútil tratar de cambiar a la pareja en esos aspectos. Una pareja que no comparte gustos no es una pareja conformada por malas personas, es una pareja conformada por personas que son diferentes.

A quien le guste leer tendría que buscar a alguien que tenga el mismo gusto o hábito. A quien le guste bailar y beber, deberá buscar a quien le guste lo mismo. El uno y el otro no son malos ni buenos, son solo gustos, costumbres y hábitos, pero con una raíz tal que forman parte de nuestra estructura mental y emocional que nos marcan de por vida.

Alguna vez alguien me preguntó "¿Qué haces para divertirte?" y yo le contesté que escribía, "ya pues, en serio" me contestó. Claro, es que desde sus hábitos y gustos, divertirse era bailar o beber en un bar. No era mala persona, solo éramos distintos y de hecho incompatibles.

La experiencia personal me dice que no existe en estos casos la complementariedad. Nadie se complementa con gustos inversos. Es una ruptura anunciada, tarde o temprano esas diferencias van a pesar como plomo en la relación. Las parejas deben disfrutar los mismos pasatiempos, tener gustos similares, hábitos similares. Solo así se compenetran y entienden. ¿Cómo podría entender una persona a la que no le gusta la ópera a otra que se sienta a escuchar música por más de tres horas? ¿Como podría entender una persona que ama los museos a otra que no los entiende y por el contrario adora la vida nocturna? Tarde o temprano llegarán los reclamos: Te duermes cuando te llevo a la ópera, te aburres cuando vamos al museo o siempre que vamos a bailar quieres volver temprano.

Al escoger a la pareja las preguntas de "qué te gusta" no tienen una finalidad frívola y deberían contestarse con sinceridad. De eso dependerá la relación. Habrá tiempo también para poner a prueba las respuestas. Deberíamos buscar a quien nos acepte como somos y nos comprenda; pero no por sacrificio, si no por que nos entiende desde la compatibilidad, disfruta y se solaza con los mismos pasatiempos y actividades. Deberíamos buscar a quien le guste lo mismo y lo disfrute con la misma o cuando menos similar intensidad, de tal manera que cuando estemos junto a nuestra pareja y nos pregunten por nuestras aficiones podamos contestar al unísono: "NOS gusta..."

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