martes, 2 de enero de 2018

EL RESCATE Y LA FALIBILIDAD DE LA LEY DE MURPHY

Ayer cerca de las doce, estaba en plan marmota y totalmente sometido a la dictadura de la tecnología: Luz artificial, aire del ventilador, una película en la televisión, el whastapp en el celular, vídeos musicales en la tablet y facebook en la lap top; a raíz de una publicación que hice en mi facebook, recibí un inesperado mensaje: "No puedes pasar el año nuevo así. Cámbiate que voy por ti."

Pensé que era una broma y en tono bromista también, contesté:
- Pero estoy calato. 
- Basta - me contestó - ya es tarde, en serio, voy te recojo y venimos. ¿Solo cámbiate ya?

En serio estaba calato, bueno casi. Pero no por solidaridad con mi perro ni por alguna extraña perversión. Había hecho calor todo el día y la noche no prometía lluvia. Aun no me había duchado y - ya saben como soy - empece a racionalizar. ¿De verdad quiere que solo me cambie? ¿No me voy a duchar? Va a venir ¿Cómo? ¿A dónde iremos? Miré el reloj, eran las 11:30 ¿Hay taxis a esta hora en año nuevo? ¿Nos iremos en el mismo taxi? ¿Llamaremos a otro? ¿Vendrá otro taxi a tiempo? ¿Por qué hay hormigas en la mesa de centro? ¡Esa canción de Cerati es tan buena! ¿Por qué ladra Dubi? ¿Por qué mis vecinos revientan cohetes? ¡Qué manía de incomodar a mi perro! ¡Diablos! ¡Tengo que poner el algodón en los oídos de mi perro! Me levanté, apagué todos los aparatos excepto el celular y busqué el algodón. Precisamente cuando terminé de taponar los oídos del fiel - y ahora nervioso - can; sonó el golpeteo en la puerta. Salí solo en pantaloncillos de pijama y allí estaba ella, la reina de Saba, guapísima como siempre sobre una moto scooter. Le pedí que pase y me espere y fui a ducharme a toda velocidad. 

Luego de casi resbalarme en la ducha, hacer caer el champú, tropezarme con la toalla, golpearme el dedo gordo en la pata de la cama y revolver la ropa hasta encontrar mi boxer amarillo; estaba listo. Salí a la sala y eran las 11:47. Teníamos diez minutos para llegar a... en ese momento aun no sabia a dónde. Preguntaría en el camino. Apagué las luces y salimos. Mientras yo cerraba la puerta de la casa, Dubi, que ya estaba bastante nervioso, vio el portón de la cochera abierto y sin pensarlo dos veces - creo que de hecho no lo pensó ni una - salió corriendo hacia la calle como alma que lleva el diablo. "¡No puede ser!", pensé, recordé que mi madre sintetizaba la Ley de Murphy en una de sus variables con una frase contundente: "Cuando haces las cosas de prisa, peor es". Y allí estábamos, faltando diez minutos para las doce con el mangurrián este perdido en la oscuridad de la noche. Imposible dejarlo. Si se pierde, previamente se vuelve loco a la hora de los cohetes, le da un infarto y luego me da otro a mi si es que antes no se lo roban. ¡Jamás! Fui a buscarlo. Luego de un par de minutos lo vi detrás de un pequeño arbusto haciendo lo suyo, era el momento preciso, doy un salto y ¡listo! Detenido señor, sin mandato judicial ni nada, nos vamos a casa. Corrí a la casa con él, lo dejé en el jardín, aseguré por última vez sus tapones y le di un abrazo de año nuevo. Cerré la puerta y me subí a la moto. No íbamos a llegar a tiempo. A medida que avanzábamos iban apareciendo en el camino algunas luces, cohetecillos y los primeros fuegos artificiales en el cielo. Fue un momento romántico. Nosotros desplazándonos por la avenida 2 de mayo y en el cielo los puntos multicolores parecían abrirnos el camino. Miré el reloj otra vez: 12.47. Me dijo que la cena era cerca a la plaza. Estábamos a medio camino y nos dieron las doce literalmente y allí empezó el caos. ¡Sí!, sí señores, nosotros éramos los locos de la moto cruzando la avenida Madre de Dios en medio de los gases y explosiones de cohetes, petardos y bombardas. ¡Estábamos en medio de una zona de guerra! Pensé que así debían sentirse los reporteros en los campos de combate, con la diferencia que a nosotros no nos iban a caer balazos. Reflexioné... ¿Estaba seguro de eso? Pensándolo bien podía perfectamente caernos algún explosivo lanzado por algún piromaníaco despistado. Metí mi cabeza entre los hombros con la esperanza de que no me caiga nada y tímidamente le susurré "Feliz año" y puse la cara del emoji que hace una sonrisa apretando los dientes. Ella con cariño me deseó feliz año también y aceleró. 

Llegamos a la cena a las 12:07. Era tarde, lógicamente. Murphy ya se había ido luego de hacer su trabajo, qué duda cabe. Pero qué importa. En lo que va del año, este es uno de los más emocionantes que he tenido en la vida. Espero que lo siga siendo. Gracias por rescatarme reina de Saba.

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