miércoles, 10 de enero de 2018

EL COLECCIONISTA (Cuento)

Ella se veía con él y lo amaba, él decía amarla también.

Ella viajaba con él, paseaban por lugares nuevos, buenos. Él evitaba salir en las fotos, astuto, siempre se ofrecía para ser el fotógrafo.

Ella sintió que no debía pedir permiso, publicó las pocas fotos donde él salía. Él le explicó con una sonrisa torcida, diabólica, que los buenos momentos no se publican. Le pidió eliminar las fotos.

Él la complacía en todo, ella se sentía feliz. Él llenaba todos sus espacios y consolaba su soledad, a cambio tenía una mujer de fin de semana para desahogar su cuerpo y su vanidad.

Ella había dejado tanto por él que cada noche para justificarse se repetía que era por amor; tenia tanto miedo a haberse equivocado que se justificó con tal intensidad al punto que se convenció de qué él la quería pese a que no veía amor en él.

Era tan infeliz que cada día tomaba una foto nueva practicando una nueva sonrisa. Necesitaba demostrar al mundo que era feliz, que no se había equivocado.

Se negó a recibir consejos, en sueños una serpiente le silbó al oído: No hagas caso de nadie, tú eres dueña de tu vida, nadie tiene derecho a cuestionarte. Eres única e inigualable, disfruta de tu individualidad, no escuches a los que critican. Ella le creyó.

Él le contaba historias, le explicaba el mundo con un discurso manido que llevaba en sus alforjas desde la universidad y hasta ahora no le había fallado. Ella que escuchaba esas historia por primera vez, cual estudiante de primer año, quedaba maravillada.

Ella creía ciegamente en él, él jugaba ciegamente con ella.

Él salía con gente nueva, conquistaba, ella cuando se enteraba o sospechaba, se desquitaba saliendo también. Ella le reclamaba, él le decía que eran almas libres, que en un mundo perfecto se aboliría la pertenencia, la propiedad privada y el dinero. Le dijo que las mentes libres no usan etiquetas decimonónicas como marido y mujer, esposos, novios, enamorados. Las mentes libres solo tienen compañeros en el viaje de la vida, camaradas... y ella le creía boquiabierta mientras él le contaba la misma historia a sus nuevas conquistas.

Él la conminaba a ser feliz, a disfrutar el momento. Ella en su amargura y desesperación lo escuchaba y sonreía con tristeza en cada momento feliz, recordando todo lo que había perdido por él.

Cuando ella estaba triste, él, en la vigilia, y la serpiente, en sueños, le decían que había hecho bien, que su anterior vida común, rutinaria, ordenada, clásica, era sosa y aburrida.  Le exigían ser agradecida con quienes la habian sacado de esa vida sin sentido, de una familia sin sentido, donde se había abandonado a ser una simple ama de casa, una pobre mujer sin esperanza. Ella pensaba en su nueva vida de salidas nocturnas, viajes y amistades alegres exacerbadas por el alcohol y les creía.

Ella quería tanto ser feliz, que a fuerza de convencerse , se enamoró de él.

Un día ella, recordando las pequeñas colecciones que había en su anterior casa, por curiosidad, le preguntó:

- ¿Tú no coleccionas cosas?
- Las cosas materiales son un producto del capitalismo imperialista - contestó él - yo colecciono momentos.

Ella sonrió feliz y pensó en los momentos que pasaba con él. No sabía que ella era solamente una más en su colección.

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