Esta caja es ciertamente mágica, aparece de la nada y está
llena de cosas que nunca se agotan: Justificaciones, una para cada ocasión.
Así, cuando alguien decide empezar un reto,
inconscientemente busca su pequeña caja de justificaciones y encuentra una que
dice “Pero eso no es para mí.” O una de las más recurrentes “¿Y si no funciona?”
o “¿Y si es una pérdida de tiempo?”
También hay justificaciones cotidianas y son las más usadas.
Usted se corta el cabello de una manera digamos vanguardista, ello porque le apeteció
precisamente tener un corte vanguardista y ha decidido que se vería mejor así y
que esas formas en su cabellera están más acorde con su personalidad. Entonces alguien le pregunta “¿Por qué
te has cortado el cabello así?” con perversa entonación de exclamación horrorizada de la cual se puede comprender que
a dicha persona no le gusta como ha quedado,
entonces en ese acto toma usted su caja de justificaciones
y busca rápidamente una que se ajuste: “Ah…, este… sí, ya me había aburrido del cabello largo, y
así me peino más rápido en las mañanas…”
Hay una diferencia notable entre una razón y una
justificación. La razón suele ser la causa real y concreta del hecho, sirve
para el análisis y la comprensión del fenómeno. La justificación tiene como
finalidad establecer un anclaje con la necesidad de aceptación social, en unos
casos, y para evitar realizar una actividad, en otros; ocultando así defectos de formación como la falta de orden, flojera o simplemente desinterés.
Un ejemplo clásico es cualquier actividad que implique
disciplina. Piense en cualquier ejemplo, ya sea que deba levantarse más
temprano, dedicar más tiempo al estudio, o alguna actividad física exigente.
Siempre se encontrará una justificación adecuada en la cajita: Desde que “hace
frio y me puedo resfriar, mejor en verano...”, que “tengo mucho trabajo”, que “eso es para gente
ociosa”, hasta el “yo tengo que mantener a esta
familia”, etc., etc., Todas ellas no son razones, son simplemente justificaciones.
Cuando uno halla la razón de algo, puede hallar la solución.
El proceso es así de sencillo. La justificación, inevitablemente y siempre, bloquea
la solución.
¿No le ha sucedido que alguien le pide hacer algo? un favor
cualquiera, usted lo hace y en ese momento digamos que se le cae algo y lo
rompe… ¿Qué hace? ¿Acaso no es cierto
que su primer pensamiento es echarle la culpa a la persona que le pidió el
favor? “Si no me hubiese pedido esto… tal cosa no se hubiese caído” ¡Incluso
algunas veces se lo enrostramos a esa persona! “Por hacerte ese favor, rompí
tal cosa…” tratando de que la otra persona se sienta mal, que por cierto es una
de las consecuencias más pérfidas de la justificación.
Esta conducta ha sido reforzada por años de imposición de
paradigmas en nuestra infancia. Pongo un ejemplo y si es usted mamá no niegue
que le ha pasado: Le dice a su niño o niña que vaya a dar de comer al perro o
botar la basura, o algo así. Resulta que el niño va a hacer la tarea
encomendada, se cae y se lastima, digamos que se hace un corte. ¿Cómo reacciona
la mamá? Acaso no dice: “¡En qué bendita (o maldita) hora te mandé a hacer tal
cosa!” o peor, mientras el niño llora le decimos “No llores, es mi culpa por
haberte enviado, debí haber ido yo…”
El niño que todavía se encuentra formando juicios y
paradigmas aprende a justificar piensa “¡Claro! ¡Me resbalé, pero es culpa de mi mamá
por enviarme!” en lugar de "Debo tener mayor cuidado y estar más atento para próximas ocasiones." Así se refuerza la idea de que el otro siempre tiene la culpa, en
otras palabras, le acaba de regalar a su hijo una caja nuevecita llena de
justificaciones que le durarán toda la vida.
Y así crecemos construyendo justificaciones en lugar de
buscar razones y soluciones. Se internaliza tanto en la mente que ya no nos
damos cuenta que hacemos uso de nuestras justificaciones ni que llevamos la
caja de ellas a cuesta.
Como siempre digo, y lo repito ahora, las más peligrosas son
las justificaciones totalmente inconscientes. Lo son porque son difíciles de
detectar, pasan desapercibidas y no son otra cosa que aquellas acciones
mediante las cuales nos boicoteamos nosotros mismos. Por ejemplo, tomamos la
decisión de levantarnos mañana temprano, sabemos que por tanto hemos de
acostarnos temprano también, pero pese a ello buscamos alguna película en la
televisión y nos quedamos pegados con ella. Al día siguiente no nos levantamos,
¿justificación? Es que nos hemos quedado viendo una película hasta tarde. Decidimos
(o acordamos) pasar más tiempo con nuestra familia, pero precisamente por esos
días, se nos ocurre, por alguna razón, ponernos al día en todo el trabajo
pendiente en la oficina; en consecuencia llegamos más tarde aún de lo habitual
a casa, y si nos reclaman… pues “tengo que ponerme al día, tengo trabajo
atrasado.”
Otro tipo de justificaciones, pero más pueriles y burdas, son las que tienen que ver con los estereotipos y las sembramos también en el subconsciente de los chicos desde muy temprano, de tal manera que si un sujeto tiene una conducta moralmente reprochable se dice "Así son los hombres..." o si una mujer llega tarde o no está lista a la hora: "Las mujeres siempre se hacen esperar..." si el funcionario público roba "todo el mundo lo hace" o si se hace un reproche a deficiencias educativas: "el que tiene plata escribe (o habla) como quiere.", Peor aún cuando el asunto tiene que ver con nuestra propia salud y expectativa de vida, así el fumador que realmente no quiere dejar de fumar, a pesar de que sabe que el cigarro lo mata, suele decir: "De algo se tiene que morir la gente."
La justificación viene normalmente con el sentimiento de
culpa, no queremos asumirla y la desplazamos hacia alguien más. Muchas veces
sentimos culpa por nuestros fracasos y culpamos a quien, en el mismo rubro, ha
tenido éxito. “Claro, para él fue fácil, siempre tuvo de todo…”
Cuando uno recibe reproches es cuando más útil resulta ser
la caja de justificaciones. Todos cuando hemos sido adolescentes hemos sido, de
alguna u otra manera, exigidos en nuestras calificaciones por nuestros padres o
profesores. Siempre hay una justificación, desde la muerte del gato o de la abuelita
o porque se perdió el cuaderno o hubo corte de luz precisamente en nuestro
distrito. También son usuales las justificaciones del "incomprendido" que normalmente aparecen en la adolescencia y en la mayoría de casos desaparecen con la edad, por ejemplo la expresión "Es mi vida, yo puedo hacer lo que quiera." o "Qué les importa a los demás lo que hago" o "Yo no vivo de la opinión de la gente." Bueno, la mala noticia es que si aceptamos vivir en sociedad, la opinión de la gente sí importa. Difícilmente el entorno nos enseña a asumir nuestra responsabilidad
(hallando para ello la verdadera razón de la falla), cuesta trabajo decir con
honestidad “soy flojo” por ejemplo, pero admitirlo es la única manera de empezar
a resolver el problema. Si no se resuelve, el problema se seguirá reproduciendo
en nuestros ámbitos laborales y
familiares a lo largo de nuestra vida.
Estamos tan acostumbrados al juego de las justificaciones que llega el punto en que dejamos de ser conscientes siquiera del sentimiento de culpa o frustración que normalmente apareja. He visto personas totalmente ineficientes en sus labores afirmar con absoluta certeza que las llamadas de atención que reciben, así como los memorándums correspondientes son porque "tal o cual jefe se le ha agarrado", término que se usa en mi país para decir que el jefe tiene un encono gratuito y no justificado con la persona. Uno se pregunta si esa persona en realidad no se da cuenta de esas cosas, sobre todo si es una persona adulta y aparentemente responsable.
Estamos tan acostumbrados al juego de las justificaciones que llega el punto en que dejamos de ser conscientes siquiera del sentimiento de culpa o frustración que normalmente apareja. He visto personas totalmente ineficientes en sus labores afirmar con absoluta certeza que las llamadas de atención que reciben, así como los memorándums correspondientes son porque "tal o cual jefe se le ha agarrado", término que se usa en mi país para decir que el jefe tiene un encono gratuito y no justificado con la persona. Uno se pregunta si esa persona en realidad no se da cuenta de esas cosas, sobre todo si es una persona adulta y aparentemente responsable.
He usado el ejemplo de la cajita porque de unos meses a esta
parte (poco más de un año), he podido implementar un ejercicio mental que me ha permitido deshacerme de varias justificaciones a partir de tomar conciencia
de la existencia y uso de la caja. Cada vez que me sucede algo, y como consecuencia de ello estoy a punto de confeccionar una excusa, me imagino buscando en mi
bolsillo la caja y seleccionando una justificación, entonces me sacudo y trato
de buscar una razón en lugar de una justificación. De hecho la semana pasada tenía el encargo de regresar rápido a casa porque la estudiante que cuida a mi hija los martes se iba a retirar temprano; decidí entonces en el gimnasio entrenar más rápido que de costumbre y terminé lesionando de mala manera un músculo de mi pierna izquierda. Inmediatamente después de sentir el agudo dolor, mi primer pensamiento fue que me había lesionado por culpa de..., si no hubiese tenido que ir más temprano para... En qué bendita hora acepté.... ¡Y paré! Me dije "¡No! Me lesioné yo porque no calenté, yo tomé la decisión de no calentar apropiadamente por mi afán de llegar más temprano." Asumí mi responsabilidad y no me enojé con nadie y nadie se enojó conmigo. Logré que nadie se sienta mal innecesariamente por una cuestión cuya responsabilidad era solo mía. Es interesante ver como las justificaciones vienen tan rápido a la mente, y es bueno saber que uno puede aprender a controlar ese reflejo. Poco a poco trato de ser más
consciente de que soy dueño de mis decisiones y de las consecuencias de ellas,
sin justificaciones. Quién sabe y esta
estrategia pueda ayudar a alguien más. Busquemos razones, no justificaciones.
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