Este año falleció mi padre, el diecisiete de diciembre. La causa fue por cáncer. A pesar de saber hace tiempo de su enfermedad, tomé la decisión personal – y quienes me conocen lo entienden – de no hacer apología al cáncer lamentado el hecho, pidiendo oraciones o compartiendo posts que se supone despiertan conciencia. Comprendo perfectamente a quienes han sido tocados por esta enfermedad directa o indirectamente y reaccionan de esa manera, pero en mi caso no quise hacerlo en ese momento y no pienso hacerlo ahora. Creo firmemente que el cáncer como muchas otras enfermedades de nuestros tiempos es consecuencia tan solo de nuestros – cada día peores – hábitos alimenticios y malas costumbres cotidianas, a lo que debe sumarse la contaminación, polución y un pequeño porcentaje de predisposición genética.
Sin embargo este post no es sobre el cáncer, es sobre mi padre, quien por cierto llevó una vida más o menos saludable, fumó mucho pero lo dejó hace buena cantidad de años también. También bebió bastante como todo militar y también dejó de hacerlo hace mucho tiempo. Sobrepasó los setenta años y me parece que es un buen número. No sé si al final estuvo contento o satisfecho con su vida. No se puede juzgar eso, ese es un asunto que cada uno resuelve en el momento apropiado con su propia conciencia y que inevitablemente nos tocará a todos tarde o temprano.
No recuerdo
haber jugado de niño con mi papá. He hecho el esfuerzo y no viene a mi memoria
imagen alguna. Ni armar una cometa, ni remoler un trompo, ni siquiera una
partida de ajedrez. No recuerdo muchas conversaciones con él. Recuerdo algunos
episodios en que me pedía que lo acompañe a su casa y me hablaba, no recuerdo
que hayan sido conversaciones propiamente. Recuerdo haberlo escuchado y
recuerdo mucho de lo que me decía, pero eso es normal en mí, a edad temprana
tendía siempre a escuchar más que a hablar.
Si tengo
que ponerme a encontrar huellas, puedo señalar algunas – casuales o no – que fueron
gravitantes en mi vida. A mi padre le gustaba leer, yo lo vi leyendo pocas
veces, pero sí dejó varios libros en la casa de mi mamá, que fueron mis
primeros libros como les conté en otra nota. Eso fue determinante, hizo que
germinara en mí la semilla de la lectura y solo por eso mi padre debe ser uno
de los mejores padres del mundo. Alguien podría decir que eso fue
circunstancial, yo mismo pensé eso mucho tiempo, pero ahora sé que cada cosa
pasa por alguna razón.
Mi padre
tenía una pequeña biblioteca en su casa. También influyó en mí aunque recién en
estos días me haya dado cuenta.
Otra huella
fue su integridad profesional. Uno de mis recuerdos persistentes en mi infancia
es haberme encontrado con personas que conocían a mi papá, yo en compañía de
alguno de mis hermanos mayores, tíos o mi mamá y me decían desde: “Tu padre es un
hombre recto” hasta “tu viejo es bien verde” expresión que soltó uno de sus ex
alumnos del Colegio Militar Francisco Bolognesi. Nunca recibí otra referencia
de él de los terceros, incluso hasta bien avanzada mi adolescencia. Siempre tuve
esa imagen de él y quiéralo o no, sea consciente o no de ello, todo hijo toma
como paradigma a su padre (sea este paradigma errado o no) Y yo no fui la
excepción y esa es la segunda razón por la que sin proponérselo conscientemente
mi padre fue mi mejor ejemplo para la persona que creo ser hoy o cuando menos
me propongo ser.
Como padre
o cabeza de familia no puedo decir mucho, tuvo sus razones y cada uno se
enfrenta a ellas como puede. Por mi parte lo que me afectó fue ver sufrir a mi
madre en aquellos años y me propuse no
cometer en mi vida – cuando menos familiar – el mismo error que él,
romper la línea, la tendencia, hacer el quiebre. He tratado tanto de hacerlo y con
tanta intensidad que a veces me asusto. Por eso me afectó tanto mi divorcio en mi primer matrimonio a pesar de que no lo dejé notar. Sentí que había fracasado en ese
propósito. Ahora no lo tengo tan claro. Insisto, a veces las cosas pasan porque
hay una razón más allá que solo descubrimos después.
Recuerdo
que mis hermanos le temían y se quejaban de que no cubriera los gastos
escolares. Yo crecí con esa idea, pero hace algunos años ya, me di cuenta
que por alguna razón a mí nunca me negó nada, a lo mucho se demoró un poco,
pero no recuerdo que haya negado algo, incluso esa vez que rompí un vidrio en
el colegio y aterrado le pedí el dinero para reponerlo, él se sonrió y sacó el
dinero de su billetera. Claro, no siempre era tan fácil, a menudo salía con la
famosa frase “¿Crees que soy un banco?” que inconscientemente he usado yo también muchas
veces, pero igual siempre me apoyó en los estudios por lo menos hasta el cuarto
de secundaria.
En el
ochenta y seis nos alejamos mucho por tonterías – ahora lo sé – y a pesar de
eso pagó cuando menos mi inscripción para postular a la universidad, y cuando más
adelante abandoné arquitectura e ingresé a derecho, a regañadientes le entregó
a mi hermano el dinero para la matrícula del primer año.
Pasaron
muchos años sin que yo le pidiera nada, nunca sabré que hubiese pasado si me
hubiese acercado a pedirle, nuevamente de manera inconsciente me ayudó a
hacerme independiente y valerme por mi mismo, cosa que ahora me resulta de
mucha utilidad. La siguiente vez que me ayudó económicamente fue para mi
colegiatura en el colegio de abogados luego de que me gradué. Noté que lo hizo
sin nada de molestia, pude notar que estaba orgulloso, como lo estaba este ocho
de agosto cuando juramenté en Arequipa en mi nuevo cargo junto con mi hermano
mayor.
También es
cierto que a veces tuvo reacciones raras, como la que me marcó respecto a mi
relación con las navidades y que conté en una de las primeras notas de este
blog. Supongo, como lo señalé esa vez, que era porque quería endurecernos, su
formación castrense así se lo trazaba. A pesar de esa formación, debo señalar y
me conmueve al escribirlo, que mi padre jamás, pero jamás, me puso un dedo
encima.
De todos
los recuerdos, de los cuales he resumido la mayoría aquí, me llevo la vocación
por la lectura y su ejemplo de rectitud. No fue un padre cariñoso, de decir te
quiero o de abrazar, sobre todo en su juventud. En los últimos años lo vi y sentí
menos recio. De hecho yo cambié mi trato con él, cuando era chico le decía
papá, en la adolescencia le decía “pá” y recién desde el noventa y ocho empecé
a decirle “papacho” o “papito”, en febrero de este año me dio una alegría
enorme que pudiera conocer a mi hija al fin y que la haya tratado con tanto
cariño. Me alegra mucho haberla llevado al fin a Mollendo y que haya podido
conocer a su abuelito.
Las cosas
pasan por algo, yo le digo todos los días a mi hija que la amo. Cada día la
abrazo fuerte y juego con ella cada vez que puedo. A veces me pide jugar con
ella, acompañarla y arroparla antes de dormir y muchas veces le he dicho “ahora
no, estoy haciendo” o “ahora no, estoy viendo la tv”, y luego me arrepiento. Me
levanto y me voy con ella. No sé si hago lo correcto, tal vez crezca muy blanda
y sin la dureza necesaria para esta vida, sé que no estaré eternamente para
protegerla, pero mientras esté lo haré. Creo que eso me enseñó mi padre, aunque
sea indirectamente.
Siento que
mi padre fue un buen hombre. Pienso en él ahora y sé que hizo su mejor
esfuerzo, se equivocó en muchas cosas probablemente, pero nadie empieza a ser
padre con un manual al lado. Le tocaron cosas difíciles, eran otros tiempos,
existían otros paradigmas, otras formas de criar y educar. Creo que la mejor
muestra de su invisible presencia es que ninguno de sus hijos haya hecho una
vida orientada al desorden o al mal vivir. Esto sin restarle el enorme mérito a
mi madre que se dio entera por nosotros durante cada día de su vida y hasta
ahora; y que el día del sepelio, pese a estar separada de él por casi cuarenta
años, lloró profundamente al único
hombre de su vida.
Miguel esta es una nota muy personal y te agradezco compartirla, primero porque no sueles contar muchas cosas de tu vida a esos niveles y segundo porque mientras la leía he repasado mi vida como hija y como madre, como inevitablemente tratamos de no hacer con nuestros hijos las cosas que de alguna forma como hijos sufrimos o carecimos y como duplicar aquello que nos hizo tanto bien. Yo tengo hermosos recuerdo de mi infancia, borrosos recuerdos de mi adolescencia y parte de mi vida adulta, pero como tu dices todo pasa por algo y son lecciones aprendidas. Me encantó esta nota sobre todo por la reflexión que me queda de mi propia vida. Se te quiere y respeta en demasía a pesar de no conocerte en persona, tus padres hicieron un gran trabajo contigo, un abrazo.
ResponderEliminarGracias Arely! Un beso enorme y gracias por tus lindas reflexiones y por comentar la nota. Besos!
EliminarExelente texto ,historia y mensaje ,LA INFANCIA ,LA ADOLESCENCIA , NOS MARCAN LA VIDA especificamente las acciones de nuestros padres ,,pero quiza muchos como yo , se sientan tristes o por no haber quiza tenido padres de mucha enseñanza o aquellos q no las tuvieron.
ResponderEliminar