sábado, 23 de junio de 2012

GALIMATÍAS (Cuento)

Cuando el agente Morgan entró a la oficina sujetando los vasos de café y vio a su compañero  con la cabeza entre las manos presintió que algo andaba mal. Vásquez estaba tan concentrado en el trozo de papel que tenía enfrente que no se percató de su presencia, Morgan carraspeó y dejó los vasos sobre la mesa.
– ¿Qué pasa primo? – preguntó.
– Acabo de recibir este papel, dentro de ese sobre –dijo Vásquez señalando un sobre blanco, común y corriente, abierto sin mayor cuidado que descansaba al lado del papel. – No lo toques – continuó – aunque sospecho que no tiene huellas igual hay que llevarlo al forense, lee el papel, desde donde estás.
Morgan se acercó y por sobre el hombro de Vásquez leyó:
Señor agente Vásquez:
No se moleste en indagaciones inútiles, pronto lo liberaré de la incertidumbre de no saber quién soy. En tanto espere instrucciones. ¿Sabía  usted que la venganza es un plato que sirve frio? A las diez llegará mayor información. Ya arreglé que así sea, disfrute la aventura, le aseguro que yo lo disfrutaré. Saludos.
Morgan se encogió de hombros confundido e instintivamente miró su reloj: Las nueve con cincuenta.
– ¿Qué significa eso, alguna broma?
– No lo creo, pero en diez minutos lo sabremos – replicó su compañero.

Esperaron en silencio durante los siguientes minutos, bebiendo a sorbos el café y mirando el teléfono, mirándose entre sí, intercambiando algunos gestos de incomodidad, gruñidos leves, mirando los relojes, Morgan el suyo de pulsera, Vásquez el de pared. Los segundos parecían no avanzar, llegaron las diez, las diez y uno, los agentes empezaban a sentirse aliviados, parecía ser una sencilla broma de mal gusto, como las que siempre ocurrían en la estación, a veces creadas por ciudadanos sin nada mejor que hacer y otras por los propios colegas. A las diez y treinta y siete Vásquez había puesto la nota y el sobre dentro de una bolsa de polietileno para evidencias y estaban haciéndose bromas al respecto cuando de pronto entró por la puerta  Willy avisándoles que Álvarez los llamaba con urgencia a su oficina.

En su oficina Álvarez estaba de pie, cuando los agentes ingresaron, fiel a su estilo, les comunicó la noticia a ambos de un solo golpe: Habían secuestrado a su hija.

Ambos agentes quedaron unos segundos sin habla, Álvarez se desplomó sobre su sillón, Morgan iba a decir algo pero el comandante levantó la mano derecha en señal de que se detenga y agregó mirando al otro agente:
– El secuestrador, o por lo menos el sujeto que habló por teléfono conmigo no pidió rescate ni estableció condiciones, dijo textualmente que la vida de mi hija estaba en tus manos Vásquez. ¿Me quieres explicar qué demonios tienes que ver tú con esto?
– No tengo idea jefe, pero ¿podría decirnos a qué hora lo llamaron?
– A las diez – contestó el comandante, ya se rastreó la llamada, un celular desechable, la voz no está distorsionada pero el tipo usó un acento extraño.
– ¿Confirmó el paradero de su hija comandante? – preguntó Morgan
– Así es, discretamente, pero seguí el protocolo: Ella tenía que ir a la universidad hoy, nunca llegó, tampoco en casa y sus amigas no saben nada de ella. No quiero escándalos mediáticos por favor, tratemos este tema con discreción.
– Jefe – dijo el agente Vásquez – tiene que venir a ver una nota que recibí más temprano.

* * *

En el laboratorio forense el técnico Vizcarra confirmó rápidamente lo que todos sospechaban, el sobre tenía algunas huellas, la mayor parte de ellas de Vásquez. Había sido entregado por la mañana en mesa de partes, estaba impreso en alguna impresora común y corriente al igual que el mensaje, el papel era una marca que se podía encontrar en cualquier tienda, estaba limpio, quien lo había manipulado había usado guantes de goma. El sobre no estaba engomado, si no engrapado, quien lo había enviado sabía lo que hacía. Vizcarra explicó que a veces cometen el error de usar la saliva para el engomado y quedan rastros de ADN, en este caso no había nada. Los agentes habían caído en el error de interpretar que “ellos” recibirían información directamente, sin embargo el texto decía “llegará” mayor información. Escucharon el audio de la llamada, en realidad de los dos últimos minutos que fue cuando Álvarez se dio cuenta de se trataba de un secuestro. Vásquez escuchó con atención y aunque halló algo familiar en la voz, no pudo identificarla, era obvio que el acento que trataba de ser del centro de Chile, era fingido.

Eran las once treinta de la mañana y ya se habían instalado micrófonos y rastreadores de llamada tanto en la oficina de Álvarez como en su casa. Se elaboró un perfil de la muchacha: veinte años, universitaria, deportista, sin enemigos conocidos. Revisaron su facebook y correo. No había amenazas ni discusiones. Descartaron que fuera alguien de su entorno.
– A mí no me han mencionado Jefe – dijo Morgan en algún momento.
– ¿Perdón?  – contestó el comandante confundido.
– Digo que el secuestrador no tiene nada contra mí, pero sí contra usted y contra Vásquez. No creo que sea casual, tiene que ser alguien que conocen ustedes dos. Ese es el punto en común. Mi hipótesis es que es alguien que ustedes enviaron a la cárcel.
– Tiene sentido.
– Lo tiene – completó Vásquez, tendríamos que buscar en la base de datos casos en los que hayamos intervenido ambos.
– Voy a hablar con Vizcarra – dijo Morgan, cuando en ese preciso momento timbró el celular personal de Álvarez, este lo sacó con cuidado y lo mostró a todos, la pantalla decía “numero privado”, hizo un gesto a un técnico, este le acopló un micrófono externo y contestó – ¿Diga?
Se hizo un breve silencio y la voz dijo con suavidad:
– El Señor es mi pastor: nada me falta; en verdes pastos él me hace reposar. – y colgó.
– ¿Qué fue eso? – preguntó Álvarez ya bastante alterado.
– Está jugando con nosotros dijo Vásquez – es el inicio del Salmo 23. Tenemos que averiguar qué quiere decirnos.
– ¡Averígüenlo! – gritó exasperado Álvarez, y agregó: ¡A ti te hago responsable si algo le pasa a mi hija Vásquez!
– Cálmese jefe – dijo Morgan. Tratemos todos de hacer nuestro trabajo. Usted conoce el procedimiento mejor que nosotros. La presión que hay sobre la víctima nunca ayuda en estos casos.
– Tiene razón – dijo un poco más calmado el comandante – usen la oficina que está al costado. Ayúdenme a resolver este asunto.

* * *

Minutos después instalados en la oficina lateral, con la ayuda de Vizcarra montaron una pequeña pizarra y un muro de evidencias, Morgan pegó con chinches la nota inicial, el sobre, y un papel con el Salmo 23.
– ¿La muchacha está en un parque? Verdes pastos...
– No creo, demasiado obvio – replicó Vásquez – el Salmo 23 es uno de los salmos más famosos de la historia, se le repite a menudo en ceremonias tanto cristianas como judías, probablemente sea uno de los más citados.
– ¿Y si lo metemos al google?
– Dile a Vizcarra que pruebe. Pero dudo mucho que funcione, este tipo debe haber pensado también en ello. Nos está retando. Nos va a provocar con datos que no encuentras en Wikipedia, y lo interesante es que creo saber quién.
– ¿Quién?
– Mira la nota inicial: “pronto lo liberaré de la incertidumbre de no saber quién soy”.
– ¿Y?

* * *

Vásquez recordó la lejana tarde en que se entrevistó con Daniel Sarfrad. El tipo estaba acusado de cinco homicidios. Hasta ahora la policía no había podido obtener evidencia contundente para incriminarlo. Era un sociópata completo. Abusado en la infancia por su hermano mayor que a su vez fue abusado por el padre, se había apartado de casi todo contacto social, a pesar de ello se hizo profesor universitario, sin embargo pudo haber sido ingeniero de la Nasa; tenía un coeficiente intelectual muy por encima del promedio. Desde muchacho reveló su tendencia anti sistema. Se creía que había asesinado a sangre fría a un reportero amarillista que se hizo famoso por sus incursiones en la intimidad de los entrevistados, a un futbolista local que  se burló públicamente del equipo más representativo de la ciudad, un candidato político que iba primero en las encuestas sin otro merito que su procacidad, una modelo que tenía un programa de entrevistas cuyo único mérito era intimidar a los entrevistados luciendo mínimas prendas y un estudiante universitario sumamente inteligente pero de muy pobre rendimiento académico. Gracias a este último homicidio habían podido vincularlo finalmente, pero Sarfrad era cuidadoso, la mayor parte de la evidencia era meramente circunstancial.

Durante las siete horas que duró el interrogatorio conversaron prácticamente de todo. A pesar de su sociopatía era carismático, bastante leído y bastante inteligente como para no dejar cabos sueltos en la conversación. Vásquez concluyó en que un interrogatorio en juicio oral jamás lograría incriminarlo. Necesitaban otras pruebas, pero antes intentaría un juego final:
– Dígame Sarfrad, entiendo porqué mató a los otros cuatro, pero ¿al muchacho? ¿porqué? Además era su propio alumno.
– Ya le dije agente, con esta, siete veces; que yo no he matado a nadie. Pero solo para seguir conversando hasta que se acaben las veinticuatro horas en las que pueden mantenerme detenido, dígame, ¿no cree que sería muy tonto matar a un alumno mío, con el que además ya tenía problemas de disciplina y rendimiento? ¿Acaso cree que soy tan poco inteligente?
– A mí me parece más bien un recurso inteligente. Lo extremadamente evidente se convierte en coartada, nadie pensaría que usted sería tan tonto y lo descartarían.
– Siga usted imaginando agente. Me causa gracia.
– A mí no me causa ninguna gracia. Hay cinco personas muertas y parece que tiene usted que ver con ello. Hay un común denominador. Todos eran de alguna u otra forma, unos patanes. Y no sé si lo eran tanto como para que usted quisiera disfrazarse de justiciero y defensor de la sociedad, acabando con ellos.
– Agente, solo como ejercicio mental: ¿No le parece que hay un grupo reducido, muy reducido, de personas que están más allá de la moral? Yo creo que usted pertenece a ese grupo. ¿No le da asco la gente? Me refiero al concepto grupal. ¿Ha ido al estadio? ¿A un concierto? ¿No le parece desagradable ver a un tumulto de personas sudorosas, malolientes, sin educación, movidas por primitivos impulsos viscerales instintivos?  No hay nada más desagradable. Pero mucho más triste y nauseabundo es ver personas que llegan a determinadas posiciones haciendo uso de su insolencia y poca educación.
– ¿Se refiere a la modelo, al futbolista o al periodista?
– No me refiero a nadie en particular. Pero dígame Vásquez, ¿acaso no le dan ganas a usted de suprimir de un plumazo a esa gente? Usted es más parecido a mí de lo que cree.
– No lo creo Sarfrad, yo no soy igual que usted. Yo no voy matando gente por ahí.
– Yo tampoco, pero dígame. ¿Acaso no disfruta más estar en casa antes que rodeado de personas? Reconózcalo. Al igual que yo, usted no soporta al género.
– Digamos que eso es así, ¿pero no me ha contestado, porqué mató al chico? Puedo entender los motivos respecto a los otros 4. ¿Pero ese muchacho?
– Olvídelo agente, yo no tengo nada que ver con eso.
– Vamos Sarfrad, libéreme de esta incertidumbre. ¿Tenía un romance con él?
– No soy homosexual
– Normalmente los muchachos que han sido abusados de niños se vuelven homosexuales.
– No es mi caso.
– O no lo reconoce, lo racionaliza y lo niega porque piensa que no es correcto… tal vez se enamoró del muchacho y no pudo soportar el rechazo.
– No diga tonterías agente – replicó con calma Sarfrad, pero los labios le temblaban y movía los dedos de la mano derecha con impaciencia, Vásquez lo notó.
– No se sienta mal, el móvil pasional podría reducir incluso su condena.
– ¡Le digo que no soy homosexual!  ¡No confunda las cosas! ¡El muchacho tenía todo, dinero, inteligencia!  ¿y qué hacía con eso? ¡Nada! ¿Sabe cuántos muchachos se esfuerzan diariamente en la universidad yendo más allá de sus capacidades?  ¡El podía haber sido un estudiante de primera, un profesional con excelencia y sin embargo no hacía nada…!
– Y usted se vio identificado en él –  interrumpió el agente..
– Usted no entiende.
– Sí entiendo, Budha decía que cuestionamos en los demás lo que no hemos resuelto en nosotros mismos.
– Ya le dije que yo no le hice nada al muchacho.
– ¿Entonces por qué le escribió esa cita bíblica en su espalda con la punta de un cuchillo?
– Cualquiera se hubiese dado cuenta que estaba desperdiciando sus talentos.
– ¿Marcos?
– No Mateo. Mateo 25…
– Mateo 25, versículos del 14 al 30.
– Sí – dijo apesadumbrado el hombre
– Señor Daniel Sarfrad, esto ha sido todo, le agradezco su colaboración – acotó Vásquez levantándose de la silla.
– ¿Ya me puedo ir agente?
– No lo creo – replicó en agente al tiempo que ingresaban dos policías uniformados con el, en ese entonces, Mayor Álvarez – en la investigación nunca se hizo público que la cita bíblica en el cuerpo del estudiante fue Mateo 25: 14-30.
Daniel Sarfrad sonrió mientras le colocaban las esposas. Al salir solo atinó a decir:
– Brillante agente Vásquez, un policía joven, con un truco viejo. Brillante.

* * *
Morgan escuchó atentamente la historia, sin embargo seguía sin entender. ¿Qué tenía que ver el Salmo 23?
– S-23 primo, no es el Salmo 23, es el código del expediente en el proceso que se le siguió a Daniel Sarfrad.  Ese mensaje fue solo para liberarme de la incertidumbre de no saber quién es. Usó mis propias palabras. Lo recuerdo como su fuese hoy.
– Pero lo condenaron. ¿No debería estar en la cárcel?
– Me imagino que salió. En el juicio solo se pudo probar el homicidio del muchacho, la evidencia no alcanzó para los otros cuatro.
– Por lo menos ya sabemos su nombre.
– Y que es un tipo sumamente inteligente, avísale a Álvarez, yo voy con Vizcarra, confirmemos que salió de la cárcel y trataré de averiguar dónde puede estar.

A las 12.45 ingresó una nueva llamada al celular de Álvarez, antes había llegado un negociador a colaborar con el caso y este le había aconsejado al comandante que llame al secuestrador por su nombre completo, habló firme:
– Daniel Sarfrad, dígame ¿qué pretende? Si deja usted libre a mi hija le garantizo su seguridad y beneficios penitenciarios.
– No quiero nada de usted comandante. De mi no sabrán más, ya tengo planes al respecto. La muchacha, está bien. Pero cada hora que pasa sus posibilidades se reducen sin aire puro. Calculo que tienen hasta las siete de la noche, minutos más, minutos menos. Siete horas, ¿no les parece coherente? Las mismas siete horas que le tomó a Vásquez descubrirme. Busquen la correspondencia de Morgan. Suerte.

Colgó.

Los agentes corrieron hacia la oficina y en el escritorio de Morgan entre varios recibos y cuentas por pagar, encontraron un sobre similar al que Vásquez había recibido en la mañana. Lo abrieron con cuidado. En su interior una hoja en blanco.
– ¿Y ahora? – dijo Álvarez.
– Está usando trucos viejos, como dijo, policía joven, trucos viejos, solo que ahora ya no soy tan joven como entonces. Este es un clásico de las novelas de misterio. Escritura con tinta invisible. Jugo de limón básicamente. Si el papel se calienta la escritura aparece. Al parecer quería asegurarse de que si Morgan hubiese abierto el sobre antes no se percatara del contenido.

Efectivamente, con una plancha para ropa calentaron la hoja y apareció un texto:
AQUÍ NO HAY NADA
MEJOR BUSCA EN LA CASA, EN LA CASA DE CARTÓN
45
Vásquez se sentó en la silla de su escritorio tratando de descifrar el nuevo enigma.
– ¿Qué quiere decir ahora? – preguntó Vizcarra
– Tal vez la pista está en tu casa primo – dijo Morgan.
– ¿Pero lo obvio? ¿Sería así de obvio?

La Casa de Cartón era la primera novela del poeta peruano Martín Adán. Él tenía ese libro en su casa, el cuarenta y cinco podría ser el número de página. ¿Sarfrad se había metido a su casa y había dejado una nota en la página 45 del libro? Era una posibilidad, no podían descartarlo. Salieron de la oficina rumbo a su casa, al llegar se dirigió a un estante. Se quedó helado, el lomo del  ejemplar de la Casa de Cartón sobresalía un par de centímetros de los demás libros. Lo tomó con cuidado, buscó la página 45 y en ella halló una flor. Ningún papel.

Leyó con cuidado el texto de la página 45 y el de la 46 buscando alguna pista, tratando de no mover la flor, ninguna de las líneas estaba resaltada ni daba algún indicio. Trató de descubrir si alguno de los pétalos o las hojas apuntaban a algún párrafo en particular. Ningún texto significaba algo que pudiera sugerir una clave, la flor parecía haber sido colocada arbitrariamente en esa posición.

Vásquez se sentó en su sillón Voltaire con el libro sobre las piernas tratando de pensar. Morgan estaba a unos metros con Vizcarra, en la puerta de pié Álvarez fumando y en el exterior varios policías de civil y de uniforme. Trataba de pensar, concentrarse. ¿Qué podía significar la flor en la página 45? Martín Adán, flor, casa, cartón, poeta, Volvió a ubicar la flor en el libro, era una margarita sencilla, hojas blancas. Margarita. La hija del comandante se llama Fernanda. No tenía nada que ver. Álvarez miró el reloj, salió unos minutos y luego volvió:
– Tres de la tarde Vásquez. He enviado a uno de los muchachos para que traigan algo para comer. ¿Tienes alguna idea?
– No Jefe. Estoy nublado. No sé qué quiso decir Sarfrad. Tal vez el camino termina aquí, tal vez no hay más pistas. Tal vez es solo un acto final de crueldad. Lo siento.
– Vizcarra – dijo Álvarez – dile al los muchachos que entrevisten a los vecinos, tal  vez alguien lo vio entrar al departamento. Si no hay más pistas tenemos que ver la manera de rastrearlo.
Vizcarra regresó luego de unos minutos trayendo unas cajitas de cartón con hamburguesas y vasos con café. Los repartió. Comieron en silencio, de pronto Morgan dijo como distraído:
– Te ha puesto una flor como si fuese una broma de inocentes.
– Inocentes… – repitió Vásquez. Eso es primo, esta no es la pista verdadera. El sabía que sería lo primero que haríamos. Demasiado obvio, él siempre detestó lo obvio. Estamos en la pista errada.
– ¿Entonces? – preguntó Álvarez
– Tenemos que volver a la pista anterior.
– ¡Primo! – dijo Morgan – ¿y la calle Martín Adán en el centro? ¿Allí hay casas verdad? Quien sabe y la 45 es una de cartón

Salieron de la casa y se montaron en los autos. A las cuatro de la tarde legaban a la primera cuadra de la calle Martín Adán, en el número 45 una tienda abandonada, forzaron la puerta de ingreso, en el interior, debajo de una enorme caja de cartón, a guisa de casa, encontraron un nuevo sobre.

* * *

La nueva pista era más compleja que la anterior.  Era una secuencia de números:

01001000010001100100101101001010001001010100100101001010001001010101000 10100011000100101010001100101101101001010010100110100111001001001010001 10001001010101100001000110010100110010010101010010010001100101011101011 00101001110010100110010010100111000001101110011011000100101010101010101 01110100101001001100010110100101001101011001010001100101011100100101010 101010101010001010111001001010101010101001010010010010101011101010100
Vizcarra intervino de inmediato, sugirió que la clave estaba en binario, tendrían que trasladarse a la oficina para ingresar los datos en el computador:
– ¿Y no lo puedes hacer con un lápiz y papel? – preguntó Álvarez.
– También puedo, pero demoraría veinte veces más – contestó el técnico.

Una vez en la oficina Vizcarra empezó a trabajar, todos estaban detrás de él esperando los resultados, Álvarez no dejaba de fumar un cigarrillo tras otro y para ese punto Morgan ya había fumado varios. Vizcarra logró convertir los datos a formato decimal, agrupando los unos y ceros en tramos de ocho dígitos, la impresora arrojó un número igual de extraño:
72707574377374378170377091748378737037887083378270878 97883375655543785877476908389708737858487378574738784
– ¡Igual allí no dice nada Vizcarra! – reclamó el comandante.
– No se preocupen – replicó – esos son números conocidos, si se fijan, agrupándolos de dos en dos, corresponden a la sección de letras mayúsculas en la tabla de los código ASCII.
– ¿Tabla qué? – preguntó burlonamente Morgan
– Tabla ASCII – repitió Vásquez. Cuando los fabricantes empezaron a construir computadores para el público en los años setenta y ochenta, acordaron una especie de tabla única de caracteres a fin de que los textos escritos en una máquina puedan ser leídos en otra, sin importar el fabricante.
– ¿Entonces a cada código le corresponde una letra?
– Sí, por ejemplo la “A” es 65, la “B” es 66 y así sucesivamente.
– Bueno entonces ya sabemos qué es – apresuró Álvarez – a ver que dicen esos números.
Vizcarra aplicó algunas formulas y el computador arrojó un texto ininteligible:
HFKJ%IJ%QF%F[JSNIF%XFS%RFWYNS%876%UWJLZSYFW%UTW%UJIWT
– ¿Qué significa eso? – preguntó ansioso e impaciente Álvarez
– Ahora nada – se adelantó Vásquez – pero si hemos hecho los pasos correctos estamos en buen camino, el texto está encriptado, pero parece un sistema de clave simple.
– Sí – señaló Vizcarra – ahora la computadora no puede ayudarnos mucho si no tenemos la clave de encriptamiento, yo no tengo esos programas aquí, aunque hay algunos que puedo bajar de internet. Demorará un poco. También podemos pedir ayuda del Servicio de Inteligencia. Claro que también se puede hacer manualmente.
– Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance – dijo Álvarez – empiece a bajar esos programas, yo me comunico con el Servicio de Inteligencia.

Los agentes se sentaron en el escritorio con la impresión de las letras, como quien resuelve un crucigrama. Vásquez sabía que Sarfrad no habría dejado una pista demasiado compleja, su interés era que hacerlos jugar su juego, divertirse con sus yerros, imprecisiones y pasos en falso. Luego de varios minutos Morgan se dio cuenta de la frecuencia de los signos de porcentaje (%).  Parecían ser separadores. Reescribió el texto:
HFKJ % IJ % QF % F[JSNIF % XFS % RFWYNS % 876 % UWJLZSYFW % UTW % UJIWT
– ¿Qué dices primo? – preguntó socarronamente – grupos de dos o tres letras, artículos, pronombres, ¿podría ser no? Yo creo que los porcentajes son espacios en blanco.

Vásquez llamó a Vizcarra por teléfono y le pidió el código ASCII del símbolo del porcentaje y del espacio en blanco, Vizcarra los sabía de memoria, el porcentaje era 37 y el espacio en blanco era 32.
Morgan empezó a escribir: “H”, cinco letras menos es “C”, luego “F”, cinco letras menos es “A”, “K”, cinco letras menos es “F”, “J” es “E”, entonces la primera palabra es “CAFE”, ¡lo habían conseguido! Morgan llamó nuevamente a Vizcarra y le pidió que aplique la clave -5 en el computador, Vizcarra ya lo había hecho luego de que recibió la llamada de Vásquez, el texto completo era:
CAFE DE LA AVENIDA SAN MARTIN 321 PREGUNTAR POR PEDRO
Ya eran pasadas la seis de la tarde cuando llegaron al café de la Avenida San Martín, estaba abierto y con poca gente. En la barra un hombre de camiseta blanca y bigotes secaba algunos vasos, Vásquez se acercó y le preguntó si se llamaba Pedro.
– No – dijo el hombre, aquí no hay ningún Pedro. Los agentes se miraron decepcionados – sin embargo – continuó el sujeto – en la mañana un muchacho me dejó este sobre y me pidió por favor que se lo entregue a quien viniera preguntado por Pedro.
– ¿Un muchacho dijo?
– Sí – contestó el hombre – de unos doce o trece años, de los que limpian parabrisas en la esquina del semáforo.
– Gracias – dijo Vásquez y salió de prisa con el sobre en la mano.

Una vez en el auto abrieron el sobre, nuevamente una inscripción:
FELICITACIONES AGENTE, ESPERO QUE SE ESTE DIVIRTIENDO CON EL JUEGO.
ESTA ES LA ULTIMA PISTA Y NO ES UN TRUCO SACADO DE LAS NOVELAS DE MISTERIO.
LA MUÑECA ESTA EN UN CASA EN EL VALLE DE SANTA ROSA, EN LA HACIENDA LA PASTORA, SOLIA SER LA CASA DE CAMPO DE MI ABUELO. EN EL SOTANO HALLARA UNA CAJA FUERTE METALICA. TIENE CERRADURA EXTERNA. SUERTE.
Todos enmudecieron. El valle Santa Rosa estaba a noventa minutos en auto, tal vez una hora y cuarto si se aceleraba por encima del límite, no llegarían a tiempo. Álvarez salió del auto e hizo un par de llamadas, regresó y anunció:
– Un helicóptero nos estará esperando en quince minutos en las afueras de la ciudad. Andando. No vamos a llevar especialistas.

Los autos arrancaron y avanzaron por la avenida a toda velocidad.

Pasadas las siete de la noche, llegaron a la hacienda, bajaron del helicóptero junto con el personal de apoyo, portaban escudos y armamento pesado. Ingresaron a la casa de madera, no estaba en mal estado. Pasaron por la sala y llegaron al sótano, en el interior, a la mitad del ambiente, efectivamente había una caja fuerte antigua, de cerca de un metro y medio de alto. Álvarez se acercó con cautela pero con prisa y haló la palanca exterior, la puerta se abrió y los agentes de apoyo iluminaron el interior con sus linternas. En el piso de la caja yacía una muñeca de trapo de cabellera rubia. De la hija del comandante no había rastro. Álvarez se quebró, Vásquez y Morgan se miraban confundidos y les tomó algunos minutos reaccionar y tratar de consolar al comandante. Nadie sabía qué hacer.  Revisaron el interior de la caja fuerte y no habían notas, inscripciones ni nada. Todo había terminado allí. La última instrucción era clara, no había error. Vásquez ordenó que revisen toda la casa mientras regresaban al helicóptero. Tenían que regresar a las oficinas a reorganizar ideas y estrategias.

Una vez en el aire y ya cerca de la ciudad, una vez que hubo señal, el celular de Álvarez timbró, contestó de mala gana, de pronto notaron que su rostro se iluminaba, hizo preguntas, pidió precisiones, luego colgó. Habían encontrado a su hija, ya estaba en casa, Nunca había sido secuestrada, se fue a un paseo campestre con el novio sin avisar por miedo de que su padre se enoje.

Respiraron aliviados, quizás Sarfrad  había jugado con sus mentes, los había hecho pensar y correr por toda la ciudad solo para hacer valer su pequeña venganza personal. Solo para demostrar que muchos años después, seguía siendo el más inteligente... y lo había logrado.

4 comentarios:

  1. Que buena secuela miguel, te atrapa el suspenso, este personaje parece que va a regresar eh? Y esta sacando el lado oscuro de Vasquez, yo creo que ya deberias ir pensando en ponerlos a estos juntos en una categoria para hacer la novela, felicidades!!! Un abrazo!!

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    1. Gracias Claudio!! Muchas gracias por seguir el blog y seguir leyendo las historias. Muy buena idea lo de la novela. Un abrazooo!!!!

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  2. Carambas Miguel Angel... me desconciertas... me tuviste en vilo caracho... y digo "caracho"... solo porque no queiro decir una lisura... me encantó!!! Un abrazo!!!

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    1. Gracias Edwar!!! Me hace muy feliz haberte tenido en suspenso! Un fuerte abrazo!

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