jueves, 30 de mayo de 2013

ANUBIS (Cuento)

El gato miró lánguidamente por la ventana a la espera de que el sol llegue y empiece su diaria labor de entibiarlo, mientras tanto yo buscaba, entre las sábanas revueltas y el cobertor, el control remoto de la televisión para ver las noticias. Encendí el aparato y escondí mis pies helados debajo de una manta. Yo también, al igual que Anubis, esperaba la llegada del sol para que nos caliente a ambos.

Anubis tenía la manía de dormir sobre mi cuello, parecía una chalina atigrada, en las noches se acostaba sobre mi vientre, ambos veíamos la televisión – o por lo menos eso me gustaba pensar para justificar mis conversaciones con él –  de rato en rato se levantaba y clavaba sus uñas en mi pijama y a veces en mi piel para hacerse de un lugar mullido para descansar y dormía dando la espalda a las noticias de las diez. Inevitablemente en alguna hora de la madrugada pasaba a mi cuello y se quedaba allí hasta el amanecer. Apenas aclaraba se estiraba sin mayores remordimientos, se lamía las patitas, se lavaba la cara y la pelambre del vientre y escapaba a la ventana como hoy. Casi nunca usaba la cama de gatos que compré para él y yacía casi abandonada en una esquina del departamento.

Como a las diez me duché, era sábado y Eliana vendría a visitarme. Arreglé la cama y limpié un poco el departamento. Como siempre Anubis no estorbaba. A las once cuando el sol había abandonado la ventana se subía a uno de los reposteros de la cocina y se quedaba allí silencioso sin molestar hasta la hora del almuerzo. Eli era una muchacha que había conocido recientemente en la oficina, habíamos salido un par de veces y nos llevábamos bien, había decidido invitarla a mi departamento y ver si podíamos dar el siguiente paso en la relación. Preparé unos bocadillos ante la supervisión silenciosa de mi felino amigo y puse un par de cervezas en la heladera. Casi a las doce timbró mi celular, era Eli para avisar que ya estaba cerca.

Luego de algunos minutos conversábamos entre sonrisas en el sofá de la sala, comimos algo y tomamos las cervezas, hablamos de todo y la empatía se podía sentir en el ambiente, Eli sonreía con sus enormes ojos verdes y yo me acercaba cada vez más hacia ella, de pronto nos estábamos besando. Ya no eran los besos tiernos y delicados de nuestra última salida, eran besos apasionados y empezamos a buscar nuestra piel por debajo de nuestras ropas. Entonces ella me detuvo, me miró directo a los ojos y me dijo:
– Aquí no Daniel – y yo me quedé perplejo, iba a contestar algo para justificarme o pedir disculpas, pero ella se adelantó y concluyó la frase – ¿podemos ir a tu cama?
–  Claro que sí – le contesté con una mezcla de alivio y ternura y con la respiración aun fatigada, la tomé de la mano y la conduje con cariño hacia la habitación.

Una vez en el lecho, retomamos las cosas donde nos habíamos quedado, nos despojamos de las ropas, nos besábamos al punto de perder el aliento, hicimos el amor por momentos despacio, por momentos con la intensidad propia de la primera vez, cambiando de posiciones, experimentando, el edredón y nuestras ropas estaban ya en el suelo,  nosotros continuábamos incansables cuando de pronto ella al cambiar de posición se detuvo, se puso de rodillas sobre la cama y le vi los ojos llorosos. Lo primero que pensé es que me había tocado una loca con complejo de culpa y que este había aflorado en la mitad del acto sexual, mi primera estrategia fue la de tratar de ser condescendiente.
– ¿Estás bien? – le pregunté con suavidad. Ella se frotó los ojos, se tomó la garganta y la expresión le cambió.
– ¿Tienes gato?
– Eh… sí.
– ¡Por dios! – dijo ella mientras se levantaba confundida.
– ¿Qué pasó?
– ¡Soy alérgica a los gatos!

Yo nunca había visto a una persona entrar en crisis de alergia en mi vida hasta ese momento, pero el espectáculo fue terrible, mientras nos poníamos las ropas a toda velocidad, a ella se le hinchaban los ojos tanto que parecía que iban a salir de sus cuencas, su rostro se infló y le faltaba la respiración. No sabía qué hacer. Ella no hablaba nada y solo buscaba sus zapatos y su cartera, trató de decirme algo pero al parecer su garganta se estaba inflamando tanto que no lo logró, la saqué del departamento rápidamente, bajamos las gradas y tomamos el primer taxi que pasó rumbo a emergencias en el hospital más cercano.

***

Luego de una larga hora en la espera de emergencias, el médico me dijo que Eli estaba fuera de peligro, habían encontrado un fino pelo de gato en uno de sus ojos, eso aceleró el shock, pero de todas maneras se habría producido luego por los restos de pelos y saliva que Anubis había dejado en mi cama. Me dio consejos y recomendaciones, entre ellas la de impedir que el gato se suba a mi cama o se acerque a mi comida. Le agradecí mucho y más tarde llevé a Eli a su casa, ya mucho mejor y me despedí de ella con la promesa de llamarla pronto para saber de su salud.

De regreso a casa Anubis se subió sobre mis piernas apenas me senté en el sofá, miré la hora y me levanté a ponerle su comida y agua. Mientras lo observaba comer, lo miré fijamente y le hablé:
– Compadre, ya no puedes entrar al cuarto.
Anubis ronroneó y comió un par de galletas más. Me miró con una expresión de “¿realmente crees que haré eso?” y yo sabía que tenía razón. Yo no era su dueño, Anubis era el amo de esta casa, miré alrededor y me di cuenta de que la organización de la casa, los muebles, los míos y los suyos con  tubos forrados de cáñamo para que afile las uñas, los horarios, incluso muchos de mis hábitos giraban alrededor de él. Me sentí desconsolado cuando me di cuenta de que en realidad Anubis me consideraba “su humano” y probablemente era la verdad.

Esa noche, antes de dormir cerré la puerta del dormitorio, esperé atento con la televisión encendida pero sin verla, hasta que sentí el arañón en la puerta. Me levanté y estaba allí con su expresión casi indiferente, reprochándome con condescendencia el haber olvidado, seguro involuntariamente, la puerta cerrada. Se subió a la cama, esperó que yo me recueste y se acomodó sobre mi vientre. No resistí la tentación y le pregunté:
– ¿Qué hacemos con Eli?
– Que se busque otro tipo que no tenga gato – me dijo y cerrando los ojos se puso a ronronear ligeramente.
– Tienes razón – dije sin remordimientos y puse el noticiero de las diez.

3 comentarios:

  1. Jajaja hay Miguel, de verdad que creo que yo hubiera hecho lo mismo en su caso, decir next y esperar alguien que ame los animales tanto como yo, me encantó el cuento.

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    1. profesor eres un genio ,, vale la pena leer tus cuentos , muy dinamico ,,,bueno con respecto a Eli mira es de ojos verdes ha? no toos tenemos las mismas opiniones jajajj .

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