viernes, 26 de noviembre de 2010

LAS PAREJAS NO DEBERIAN HABLARSE NUNCA (Cuento)

En la penumbra de la habitación del hotel, Rafael pudo ver la silueta de Milagros deslizándose sobre la cama, desperezándose lentamente entre las sábanas, para luego levantarse y caminar desnuda hacia el baño. Rafael, recostado y sin dejar de contemplar sus gráciles caderas, pensó que a pesar del cariño con que ella lo trataba y la franca condescendencia que tenía para con sus arranques de celos y llamados telefónicos a deshora, ya era tiempo de dejar de verla.

Rafael se sentía cansado y hastiado de la suavidad de la relación. Se estiró sobre la cama, recogió del piso su teléfono y verificó que no hubiesen llamadas perdidas. Tomó el control remoto y simuló ver la televisión mientras pensaba si sería una torpeza de su parte decir las cosas precisamente después de haber hecho el amor. Luego sería más difícil, casi nunca se veían y las pocas veces que sucedía no tenía el valor de hacerlo, por lo menos al principio, como hoy. Luego del sexo, con el sedimento de su piel en los labios, el hastío se hacia más evidente. Milagros regresó del baño y se sentó sin vestirse sobre la cama, Rafael pudo sentir su mirada recorriéndolo palmo a palmo, él continuó viendo o haciéndole creer que veía la televisión, luego miró con énfasis su reloj, era la señal silenciosa de que había llegado la hora de irse. Hace mucho tiempo que habían hecho esta convención sin palabras, se entendían bien sin las palabras. Rafael pensó en ello: efectivamente mientras menos hablaban, mejor se entendían. - Las parejas no deberían hablarse nunca - pensó Rafael - solo hacer el amor y extrañarse el uno al otro. Se vistieron lentamente, salieron de la habitación.

Una vez en el auto y antes de partir, Milagros le pidió un lapicero, se lo dio. Mientras conducía pudo observarla de reojo escribiendo algo con la clara intención de ocultarlo de él. No dijo nada, continuó manejando. No hablaron durante el camino, como siempre.

Rafael absorto, fijando los ojos en la carretera, rumiando su impotencia, pensaba a cada minuto si este era el momento de decirlo, de terminar con todo ahora. Llegaron a la casa de ella y se despidieron como siempre, sin embargo esta vez, inmediatamente después de abrir la puerta del auto para bajar, Milagros le deslizó el papel que había venido escribiendo en el bolsillo de la camisa y le dijo: - Prométeme que no lo leerás hasta llegar a tu casa. - Y se fue. Rafael quedó intrigado, detuvo el auto a dos calles del lugar y leyó el papel: "No tengo valor para decírtelo a la cara, pero es mejor dejar de vernos. No espero que lo entiendas. Te quiero. Milagros."

Rafael tomó un poco de aire, encendió el auto y manejó. Abrió la ventana y el viento le alborotó los cabellos. Sonrió. Hacía tiempo que no se sentía tan satisfecho luego de hacer el amor.

Otoño del 2006.

2 comentarios:

  1. Muy lindo.

    Yo creo que cuando tomamos las cosas enserio, incluso las aventuras, los dos podemos darnos cuenta... cuanto y cuando.

    Aunque no esta demás hablar un poco... por si hay algun despistado por ahi jejje.

    Me encanto el cuento.

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  2. Me alegra que te haya gustado. Creo que siempre nos damos cuenta de todo, otra cosa es que no queramos aceptarlo. Un fuerte abrazo..!!!

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