Concentrado como estaba en el documento que venía trabajando
en el ordenador, Andrés pudo observar con el rabillo del ojo a una hormiga solitaria
desplazándose sobre el vidrio que cubría la superficie de su escritorio. Se
detuvo, giró y la siguió con la mirada hasta estar seguro de su trayectoria,
estiró la mano y la aplastó con el dedo pulgar.
Al regresar al ordenador, colocó sus dedos sobre el teclado
y le tomó algunos segundos recuperar la idea, hizo un esfuerzo y continuó.
Detestaba esos pequeños incidentes que lo desconcentraban e interrumpían la
continuidad de las ideas.
Siguió escribiendo y vio dos hormigas más en el borde del
escritorio. Instintivamente miró hacia su taza de café, algunos días atrás había
olvidado lavar la taza y encontró horas después decenas de pequeñas hormigas
entrando y saliendo de ella. Estas eran del mismo tipo, no las hormigas comunes
del pasto en el parque, estas eran más pequeñas y más veloces, capaces de vivir
en la madera como las termitas, en la ciudad la gente las conocía como las
hormigas del azúcar.
Luego de aplastar a las dos intrusas, verificó el
escritorio, inspeccionó los laterales y por abajo, no vio nada más. Nuevamente
desconcentrado se esforzó en retomar la idea. Escribió un par de párrafos más y
sintió en el antebrazo un mínimo cosquilleo, era otra hormiga. Molesto llamó a
seguridad y pidió que le envíen al conserje, cuando llegó a la oficina le dio un
billete de veinte soles y le pidió que vaya a comprar algún insecticida, que sea
específicamente para hormigas.
En la tarde, luego de haber rociado la base del escritorio
con el tóxico y dejar que se ventile un poco la oficina, continuó trabajando,
luego de varios minutos sintió un cosquilleó por la barba. “Malditas hormigas”
pensó “ahora estoy paranoico”, se pasó la mano por el rostro y siguió
trabajando. Un rato después sintió lo mismo por la ceja, se pasó la mano con lentamente
por la zona pero ejerciendo presión y luego observó con cuidado su palma: una
hormiga aplastada. Inmediatamente sintió unas diminutas patitas debajo del
lóbulo de su oreja, acercó su índice y pudo sentir el cuerpo del insecto bajo
la yema del dedo. Andrés estaba seriamente preocupado, “¿porqué se me están subiendo
las hormigas a la cabeza?” se preguntó. Y se le ocurrió que podría ser el
champú, tal vez tenía algún componente en base a frutas y las hormigas se
estaban guiando por el olor. Se levantó de su sillón y fue al baño. Se miró con
cuidado la cabeza, buscó en el cuero cabelludo y nada. Se apoyó con ambas manos
en el lavatorio y se quedó absorto observando su propio rostro, hasta que de
pronto, descubrió una hormiga emergiendo en el pabellón de su oreja. La mató,
observó durante cinco o seis minutos más y vio otra, la aplastó casi al mismo
tiempo que tomaba sus llaves y salía de su oficina rumbo al médico totalmente
asustado.
***
En el consultorio el doctor Sarmiento lo miró con
preocupación:
– Efectivamente Andrés, salen hormigas de tu oído. Hemos hecho una tomografía y diversos exámenes. Los resultados arrojan que no hay tumor, quiste o similar, las hormigas sencillamente salen de tu cabeza.
– Efectivamente Andrés, salen hormigas de tu oído. Hemos hecho una tomografía y diversos exámenes. Los resultados arrojan que no hay tumor, quiste o similar, las hormigas sencillamente salen de tu cabeza.
– ¿Y no hay nada que se pueda hacer? – preguntó Andrés.
– Medicamente, nada. Te aconsejo esperar. Si no hay dolor ni malestar no deberías preocuparte. Seguiremos haciendo exámenes.
– Medicamente, nada. Te aconsejo esperar. Si no hay dolor ni malestar no deberías preocuparte. Seguiremos haciendo exámenes.
Andrés se fue a casa molesto, luego lo pensó bien, dejando
de lado la incomodidad de sentir las hormigas caminando por su piel, en
realidad no estaba tan mal. Había gente con cáncer, sufriendo quimioterapias, o
con otras enfermedades graves y desagradables. Frente a eso lo suyo no era
nada. Quien sabe y con los días las hormigas se iban así como vinieron.
Dos días después, mientras desayunaba en casa observó a una
de las hormigas bajando por su brazo, no la tocó. La miró caminar entre los
vellos de la piel y se dio cuenta que la hormiga llevaba algo sobre la espalda.
Era un especie de bolsa transparente diminuta, ovoidal, pero no era un huevo.
Había visto antes a las hormigas acarreando sus huevecillos opacos cuando se
mudan de algún lugar. Este era totalmente transparente, parecía incorpóreo.
Cuando la hormiga llegó a la mesa hizo un ligero movimiento y su carga se
desvaneció en el aire como una milimétrica pompa de jabón. “Qué extraño” pensó
Andrés y se levantó rumbo al trabajo.
En la oficina pasó varios minutos sentado frente al
ordenador sin saber por dónde empezar. Desde el episodio de las hormigas eso le
sucedía con más y más frecuencia. Si bien ya no le molestaba ver a los bichos
transitando por su cuerpo, estaba consciente de que cuando menos estaba muy distraído
por ello, falto de concentración.
Escribió algunas palabras y visualizó imágenes, pero no
podía recordar las palabras que describían esas imágenes. Recurrió a google y
no tenía idea de qué palabra escribir. Sin duda era el estrés. Se levantó para
estirar las piernas y tomar un café.
Al día siguiente llegó tarde a trabajar, había tenido
problemas para encontrar la llave del auto, luego olvidó marcar su tarjeta y
finalmente perdió una reunión que tenía programada. También observó que había
aumentado la frecuencia de hormigas saliendo de su oído. Antes era una cada
siete u ocho minutos, el día anterior notó que cada minuto había una hormiga
nueva bajando por su brazo.
Tratando de relajarse un poco se acomodó en su sillón, recordó
su niñez, los paseos por el parque
cercano a su casa acompañando a su madre. Ella tejiendo prendas de lana que
nunca acababa y él al pie de los árboles viendo las hormigas en sus interminables
filas indias. Sintió la falta de algo, sabía que además de su madre y él, había
otras personas en su familia, pero no pudo identificar el nombre de esas personas
que tal vez eran sus hermanos. Se desconcertó, hizo un esfuerzo de concentración
y no pudo recordar el nombre de su madre.
A las cuatro de la tarde entró a la oficina su asistente
Susana, Andrés estaba ensimismado observando la hilera de hormigas que bajaban
por su brazo y descendían hasta el escritorio por su dedo meñique llevando las
diminutas esferas transparentes que luego se diluían en el aire. Susana lo miró
con conmiseración, se acercó y tosió, él no reaccionó
– ¿Doctor?
– ¿Doctor?
Andrés la miró y sonrió con una mueca torcida.
– ¿Doctor está bien? – insistió Susana
– ¿Doctor está bien? – insistió Susana
Sobre el escritorio los documentos estaban intactos, el
ordenador estaba encendido con una página del procesador de textos en blanco,
había también una taza de café frío. Su jefe no contestó, tenía la mirada
perdida y de sus labios corría un hilo de baba, Susana salió corriendo a llamar
una ambulancia mientras las hormigas del azúcar, veloces, incontenibles e
incansables se llevaban sobre la espalda los últimos restos de la memoria de
Andrés.