viernes, 31 de agosto de 2012

PERDIDO EN LA HABANA (Cuento)

Cuando salimos del aeropuerto de La Habana hacía un sol radiante, luego del trámite en migraciones y el cambio de euros por moneda cubana, estábamos listos para una gloriosa semana de vacaciones. Una vez en el taxi rumbo al hotel, aprovechamos para preguntarle al chofer algunas dudas básicas acerca de la ciudad, este nos recomendó amablemente recorridos clásicos y nos hizo advertencias útiles para cualquier turista. Nos confirmó que nuestros celulares no funcionarían durante toda la estadía, pues en Cuba la red es local y no existe roaming, el internet era un privilegio y a lo mucho podríamos encontrarlo con limitaciones en algún computador del lobby del hotel.  Durante el trayecto, ante nuestros ojos apareció ciudad de La Habana y pudimos ver a lo lejos la Plaza de la Revolución y las enormes siluetas del Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Más tarde ya nos habíamos instalado en el hotel,  luego bajamos a la recepción y le preguntamos al botones dónde ir a almorzar, el tipo nos miró de arriba a abajo pero con buena intención y nos dijo:
– ¿Mexicanos?
– No, peruanos. – respondimos al unísono.
Sonrió y nos explicó rápidamente cómo esquivar a los jineteros que siempre pretenden aprovecharse de los turistas, nos recomendó dos lugares apropiados para almorzar, uno de ellos de comida local típica y otro de cocina internacional, nos dio algunas pistas para no perdernos y al final mirando por encima de nuestros hombros y a los costados, nos dijo que estaba prohibido traer mujeres al hotel. Nosotros sonreímos como quien no había pensado en esa posibilidad y le agradecimos al tiempo que salíamos felices a caminar las calles de La Habana.

Luego de almorzar fuimos a pasear por La Habana Vieja, fue una tarde inolvidable, las construcciones coloniales congeladas en el tiempo adquirían un brillo dorado provocado por el sol escondiéndose en ese atardecer tropical.  Al anochecer estábamos de vuelta en el hotel, decidimos descansar  un rato. A las dos horas Patricio me llamó por el teléfono  y me preguntó si ya estaba listo; le pedí que me diera diez minutos y salté de la cama rumbo a la ducha luego de colgar.

Aprovechamos para tomar un par de mojitos en un lugar recomendado por el hotel, a pocas cuadras, luego caminamos un poco y como nos habían advertido nos encontramos con cubanos vestidos de elegantes truhanes, los jineteros, que querían ofrecernos mil servicios, desde los más truculentos hasta los más formales, y siempre un bar donde habían, increíblemente, bebido juntos y fumado habanos, Fidel, el Che y Hemingway; sin embargo lo afirmaban con tanta vehemencia que estuve a punto de dejar de creer en mis profesores de historia y en los libros que había leído y lanzarme a creer a ojos cerrados en estos simpáticos isleños.

Cansados por el día, regresamos al hotel, eran casi las once de la noche, rumbo al ascensor nos encontramos con un letrero en la marquesina, “Noche de salsa” decía en letras doradas, nos miramos con Patricio y decidimos subir al piso treinta del hotel donde estaba el salón de baile y pub; pagamos los diez euros de la entrada y nos sentamos en una mesa. El lugar es espectacular, está lleno de turistas de distintos países, la mayoría hombres. Disfrutamos de la orquesta y nos tomamos un par de vasos de ron y fumamos habanos que hemos comprando más temprano. De pronto una muchacha muy guapa se acerca a la mesa y nos pide fuego, Patricio caballeroso le enciende el cigarro, ella le da una pitada y nos pregunta si se puede sentar con nosotros, sorprendidos le decimos que sí. Se sienta y nos sonríe, nos dice que se llama Lucero y rápidamente nos damos cuenta que es una profesional. Nos pregunta nuestros nombres y también nos confunde con mexicanos, luego llama a una amiga suya que está en la otra mesa, se sienta y ambas ríen con nosotros.  Algunos minutos después, Lucero, se me acerca y me dice sin mayor preámbulo que por cien euros puedo irme con ella a mi habitación, además hay que pagar veinte euros más para el portero del pub para que no la delate y me repite algo que ya sabía, está prohibido llevar chicas cubanas a las habitaciones.

Lucero es preciosa y yo no resisto la tentación, le explico rápidamente a Patricio y él levanta el pulgar y me desea suerte, me levanto de la mesa y la escultural morena me sigue y no puedo dejar de pensar en esas largas piernas que fluyen infinitas de la microscópica falda blanca, el portero que seguramente ya conoce del trato con antelación estira la mano y le doy los veinte euros, nos pone un sello en las muñecas y salimos rumbo a mi habitación.

Una vez en el cuarto ella toma la iniciativa, se conduce como una experta y yo me dejo llevar, se desnuda y no puedo dejar de ver esa figura fina y perfecta, me mira con sus enormes ojos negros rodeados de pestañas postizas, me habla largo rato, me pregunta mil cosas, hablamos y le cuento historias, le hablo de mi país, de las historias que se, de las que he leído, ella curiosa me pregunta más y más, sonríe con cada cosa que le digo, le digo que es linda, que me gusta su voz, su cabello, sus ojos, ella coquetea y se estira sobre la cama como una gata, luego me quita la ropa y me trata con una ternura propia de quien se vende por placer. Me pregunta si alguna vez hice el amor con una cubana, le digo que no, me besa y se entrega con pasión y noto su esfuerzo en hacer quedar bien a todas las mujeres cubanas, yo disfruto cada instante y me someto a sus caprichos y deseos. Nos amamos intensamente sin amor, a la luz de la luna que entra por la ventana, caemos rendidos y sudando sobre la cama, nos acariciamos con los ojos cerrados. Decido que nunca olvidaré esa noche.

* * *

Abro los ojos y sigue oscuro, no tengo idea de la hora, busco en la mesa de noche mi celular y no lo puedo ubicar, me siento en la cama y enciendo la luz de la lámpara, Lucero no está, me quedo paralizado, voy al baño, no hay nadie, en el balcón tampoco, aprieto los dientes y busco mis cosas, ¡mierda! No está mi billetera ni mi celular, me lanzo al closet y busco mi maleta, está abierta, tampoco está la cartera con el dinero de reserva ni mi pasaporte.  Me siento en el borde de la cama y me siento el tipo más estúpido del mundo.

* * *

Dos horas después sigo sentado en el borde de la cama, fumando y Patricio camina de un lado al otro de la habitación. Hemos evaluado las posibilidades, ir a la policía era imposible, en Cuba la prostitución es un delito, tanto por parte de quien la ejerce como quien la requiere. La única alternativa es ir a la Embajada de Perú en Cuba a primera hora y explicar lo sucedido.  Hemos tratado de llamar a los bancos para cancelar las tarjetas de crédito, Patricio me explica que es un esfuerzo inútil, en Cuba casi no se aceptan tarjetas y menos de bancos privados, todos los bancos son estatales, yo igual no me confío y sigo intentando con el teléfono del hotel.

No puedo dormir, estoy lleno de preocupaciones, trato de informarme en recepción apenas llegan los primeros empleados y me confirman que sin pasaporte no podré salir de Cuba, probablemente pierda el vuelo de regreso. Me da tristeza por Patricio, le estoy malogrando las vacaciones por mi estupidez, él trata de mostrarse de buen ánimo y me recuerda que el viaje ya está pagado, estaremos hoy en La Habana, trataremos de resolver el asunto del pasaporte en la embajada y luego iremos a Varadero como estaba previsto. Le agradezco con cariño y le pido que se vaya a descansar hasta que abra la embajada.

Camino a las mesas que están frente a la barra de recepción y pido un café. Mientras estoy sentado en la mesa, veo a una muchacha de traje corto azul eléctrico satinado que entra con tacos altos al hotel y se acerca a la ventanilla de cambio de moneda, me llama la atención su atuendo de fiesta a esas horas de la mañana, son las ocho y diez. Cuando voltea para dirigirse a la puerta de salida la reconozco, es la amiga de Lucero que se quedó con Patricio en la mesa anoche. Me levanto como impulsado por un resorte y le pregunto a la empleada acerca de ella, me dice que vino a cambiar euros, salgo del hotel y la veo perderse por una calle, no lo pienso y la sigo rápidamente. Ella camina cimbreando las caderas pero sin pausa, yo camino rápido detrás de ella, indocumentado y sin un peso en el bolsillo.

Mi primera idea era seguirla hasta su casa, pero se me ocurre que no necesariamente ese es su destino, que en cualquier momento podría entrar a cualquier sitio o subir a un taxi y yo así como estaba no podría seguirla. A ese punto no sé dónde estoy, me adelanto y la tomo de un brazo, ella se asusta, trato de calmarla, le digo que me llamo Ángel y que estuve anoche con su amiga Lucero. La muchacha niega conocerla, le pido que me ayude por favor, luego me dice que no sabe dónde ubicarla, insisto otra vez, le prometo que no tomaré ninguna acción contra ella, que solo quiero saber dónde  puedo encontrar a Lucero, solo quiero mi pasaporte, puede quedarse con el resto, se lo regalo. La mujer me sonríe y me dice que la siga, camino con ella varias cuadras, las calles se van haciendo cada vez más estrechas y las casas más pobres. Nos detenemos en un viejo portón de madera, ella lo golpea con la palma de la mano y se escuchan voces y pasos. Un tipo flaco y de cabello cortado al rape abre, la muchacha le dice rápidamente que estoy buscando a Lucero, el sujeto me invita a pasar. Se me ocurre que si me asaltan lo único que tengo es la ropa que llevo puesta, no tengo nada que perder y entro.

En el interior el lugar parece un fumadero de opio, solo que en lugar de opio el hedor de la marihuana se hace presente, sé que la droga está prohibida en Cuba, y la cocaína es demasiado cara para los cubanos, así que recurren a la marihuana normalmente, veo prostitutas jóvenes y viejas en los zaguanes de la vieja casa colonial, me imagino que sus maridos o chulos son los pocos hombres que se pueden ver, no parecen parroquianos, descarto la idea de que sea un burdel. Algunos juegan dominó, cartas y casi todos fuman cigarros, algunos pocos habanos. Camino entre ellos y algunos me miran de manera extraña, al fondo veo a Lucero, está sentada casi sobre las piernas de un moreno alto que tiene un jaguar tatuado en el brazo derecho. Me acerco con cortesía pero mi ocasional compañera de viaje se me adelanta:
– ¡Oye chica, acá el peruano te anda buscando!
Yo la saludo con un gesto nervioso y se me ocurre que escapará, sin embargo se queda sentada y me sonríe descaradamente, yo trato de no ponerme nervioso ni dejar que la cólera me gane. Me invitan a sentarme y el moreno me sirve un poco de ron en un vaso. Lucero sin dejar de sonreír me interroga:
– ¿En qué le puedo servir al señol?
– Lucero – le explico con calma – ayer te llevaste mi pasaporte, lo único que quiero es que me lo devuelvas, te puedes quedar con todo lo demás.
– ¿Anoche? Se ha equivocado de Lucero, yo anoche estaba con Fidel –  me dice a carcajadas y me mira desafiante.
– Por favor – le ruego, sintiéndome un idiota, pensando en qué más podía ofrecerle para que me devuelva el pasaporte.
– Espéreme aquí mi Ángel – me dice y me sorprende que recuerde mi nombre. Se pone de pie y otra vez mi corazón late a cien al ver esa figura tallada en ébano.

Yo me quedo sentado y termino el trago que tengo frente a mí, el cubano del tatuaje me sirve otro. Luego me pregunta a qué me dedico, le digo que soy escritor. El tipo me mira a los ojos y me suelta un poema de Martí, luego se recuesta sobre la pared y me pregunta si tengo cigarros. Le digo que no. Se levanta y se acerca a otro tipo, luego vuelve y me ofrece un cigarro, yo acepto, él enciende un trozo de habano, y sin que le pregunte me cuenta que las chicas recogen los trozos de habanos que los turistas dejan en las discotecas, eso es lo que él está fumando ahora.

Una hora más tarde y luego de varios vasos de ron Lucero no vuelve, empiezo a preocuparme, el cubano que bebe conmigo y que dice llamarse Fidel –ahora entiendo la broma que me hizo Lucero más temprano – me ha hablado con admiración de Reinaldo Arenas, de Lezama Lima, y empiezo a sospechar que Fidel no es precisamente un macho latino, pero también se ha emocionado hablándome de Martí, de Emilio Ballagas y del Che. Me dice que ha oído mucho de Vargas Llosa pero que no lo ha leído, los libros de él están prohibidos en Cuba. Empiezo a sentirme mareado, el tabaco fuerte y el ron empiezan a hacer estragos en mi conciencia. En ese momento y con el sol de las diez de la mañana escucho un griterío y el traqueteo de mesas que se caen, una mujer vieja pasa corriendo y grita “la policía”, Fidel me hace una seña urgente para que lo siga y yo no me hago esperar.

Corremos a los saltos por los patios del fondo de la casona, Fidel se monta sobre un muro de adobe y lo salta, yo hago lo mismo con mucho mayor esfuerzo, al aterrizar estoy en medio de una calle antigua y estrecha, cruzando la acera una mujer se abanica en una mecedora en su balcón del segundo piso, me grita y me dice que la policía viene por la derecha, yo corro a la izquierda y he perdido de vista a Fidel, corro a mas no poder hasta alcanzar una esquina, el corazón está a punto de salirse de mi pecho. Quisiera encontrar una tienda donde refugiarme y solo veo casas, dejo de correr y camino con prisa, en la esquina dos policías dirigen el tránsito, trato de calmarme y disminuyo el paso. Al llegar a su lado, ni siquiera me miran, atravieso la calle y recién me doy cuenta que se ha roto irremediablemente el contacto con Lucero, agotado me siento en la vereda, con sueño, mal oliente a tabaco y alcohol, sin un centavo y perdido en La Habana.

Tomo un poco de aire, me incorporo sin ganas y camino unas cuadras a la deriva tratando de ordenar mis ideas, me doy cuenta de que he perdido tiempo valioso para adelantar el trámite del pasaporte en la embajada, Patricio debe estar preocupado sin saber dónde estoy, me acerco a un peatón y le pregunto por el hotel, me da una serie de datos imprecisos; camino instintivamente por la ruta que me señaló tratando de no pensar en nada.

Después de media hora de caminar bajo el ardiente sol, al fin puedo divisar los pisos superiores del hotel, camino un poco más animado. Cuando llego a la entrada, veo a Fidel cruzando el Lobby, me quedo consternado, ¿será todo parte de una trampa? ¿Acaso de una mafia? Decido no perderle el rastro otra vez, lo sigo sigilosamente, él camina sin preocupación alguna por las calles de La Habana, camiseta sin mangas, lentes oscuros grandes y jugueteando con un palillo entre los dientes, pienso que estoy loco mientras lo sigo, es probable que me vuelva a meter en problemas, a la vuelta de la esquina veo a Lucero con unos jeans apretados y una camiseta negra, lo está esperando, me escondo para observar, él se acerca, hablan algo y ella le da un beso en la mejilla, se me ocurre que se irán juntos, pero para mi sorpresa ella le hace una señal de despedida y se aleja, espero unos segundos y me olvido de Fidel, estoy otra vez sobre la pista de Lucero, ella camina rápido y en el horizonte veo aparecer el mar. Ella camina rumbo a la playa, yo me acerco cada vez más, la veo detenerse y encender un cigarrillo, se queda mirando el océano, el viento mueve sus cabellos y yo no sé si enfrentarla o abrazarla. Me acerco lentamente y digo su nombre, ella voltea y me mira como si no me reconociera, yo no sé qué decirle. La abrazo. Ella me deja hacerlo, no sé por qué lo hace pero siento que llora sobre mi hombro. Quiero preguntarle sobre mi pasaporte pero no me atrevo aún, trato de consolarla primero. Siento su aliento húmedo, su espalda fina y el calor de su cuerpo, más caliente aún en este clima tropical. La miro y veo esos ojos negros ya sin pestañas postizas, ella me besa con ternura, y yo le correspondo. Luego se detiene y me dice que el pasaporte está en el hotel, sin dejarme responder o preguntar me toma la mano y mira el horizonte, me dice que sueña con salir de Cuba, me pide perdón por haberme robado. No sabía que el pasaporte estaba en la cartera, solo vio el dinero y huyó, me dice que el dinero que me quitó es lo que necesitaba para completar lo que le hace falta para irse de la Isla. Yo me siento conmovido, ya no sé qué pensar, pero algo me dice que es un cuento que ella misma se cuenta y que realmente cree a pesar de no ser verdad, solo para justificar su proceder. Sin embargo sé que si de mí dependiera me la llevaría conmigo. Voltea otra vez y me da un beso en los labios, otro en la frente y me dice “Adios mi Ángel”, y se va caminando por el largo malecón. Yo me quedo mudo observando su silueta con el fondo del mar caribe.

Camino con paso cansado rumbo al hotel otra vez, ya debe ser la una de la tarde, al llegar veo a dos policías cubanos sentados en una mesa de la cafetería con Patricio. Me detengo y no me decido a avanzar, no sé lo que ha pasado. ¿Patricio los llamó? ¿Me están buscando por la redada en la casa de las putas? Con paso lento me acerco a la mesa, Patricio se pone de pie y me abraza, me dice que había llamado a la policía porque no aparecía, me pregunta donde estuve y le digo que le explicaré luego, inteligentemente me guiña un ojo y despide amablemente a los policías. Ellos preguntan si pueden quedarse a terminar su café, los acompañamos un rato sin hablar y luego se van. Le cuento a Patricio mi aventura, se ríe y me recomienda ir a la recepción, efectivamente una persona ha dejado un sobre para mí. Lo abro y dentro de él está mi pasaporte con una pequeña nota y una dirección, sonrío y la mujer me dice que un caballero lo entregó al medio día. Me imagino que fue Fidel por encargo de Lucero, le agradezco a la recepcionista y le pido que lo guarde hasta mi retorno, necesito ir a comer algo y decidimos ir a almorzar con Patricio.

* * *

Tres meses después, en el aeropuerto de Lima, espero ansioso en la zona de desembarque de vuelos internacionales, veo venir a Lucero con su enorme maleta y sus ojos negros brillantes de alegría.  La abrazo y la beso, ella me sonríe y me entrega un libro de poesía cubana, lo abro y en la contra tapa leo escrito a mano:  “Cuídela mucho, lo primero que ella me dijo el día que lo conocí a usted fue: `le robé al hombre del que me enamoré.´ Suerte a los dos. Fidel.”